Después del mitin del Urumea
El proletariado y la burguesía ante la independencia de Eudkadi
(Continuación)
En mi anterior artículo creo haber dejado bien sentado el por qué los comunistas no somos nacionalistas ni separatistas. Sigamos, no obstante, remachando el clavo.
Sentemos el supuesto de que la independencia nacional de Euskadi hay sido lograda y en plano uso de sus soberanía nacional comienza el joven Estado Basco a dar sus primeros pasos. ¿Qué orientación seguirían éstos? ¿Qué perspectivas de carácter económico y social brindaría la nueva nación a las masas populares del país?
Estas dos interrogantes, que muy bien pidieran fundirse en una sola, plantean a su vez una cuestión previa la cual es menester aclarar ante todo: ¿cómo habría podido ser lograda esta independencia?
Para nosotros, los comunistas, es evidente que ningún partido por potente que sea, puede, de una manera exclusiva, con sus solas fuerzas, dar cima a este empeño. Esta necesita el concurso activo, el calor y entusiasmo de la inmensa mayoría de la población laboriosa, de las masas populares del país. En consecuencia, la independencia de Euskadi habría sido lograda merced a la acción unida de la inmensa mayoría de la población trabajadora del país —proletariado, campesinado y pequeña burguesía— aglutinada en un potente bloqueo antiimperialista. Y la trayectoria ulterior del Estado Basco, y la propia denominación de su gobierno, estaría determinada por y para la clase que dentro de este Bloque Popular tuviera la hegemonía; y fuera el dirigente y fuerza motriz del mismo. Descartaremos, desde luego, el papel independiente de la pequeña burguesía y del campesinado que constituye un sector de la misma, pues el jacobinismo, pese a don Marcelino Domingo y dicho con toda clase de respetos, no tienen ya razón de existir más que como un recuerdo histórico.
Un Gobierno Popular de Euskadi cuyo eje fuera la clase proletaria bajo la dirección de su vanguardia: el Partido Comunista, para consolidar su propio poder y autoridad estría obligada a estar disposiciones favorables a las masas trabajadoras; a poner en práctica, de una manera inmediata y sin vacilaciones, todo su programa de mejoramiento material y moral de los obreros y masas populares del país y a adoptar una serie de medidas encaminadas a la defensa del joven Estado, contra sus enemigos, tanto del interior —burguesía vasca— como del exterior —imperialismo español e incluso internacional— cuyas violentas reacciones no se harían esperar.
Es lógico suponer que en el curso de esta misma lucha los propios trabajadores nacionalistas fueran comprendiendo, si es que no lo habían comprendido antes en la lucha precedente por la conquista del derecho de autodeterminación que con la independencia nacional de Euskadi no habían cubierto más que una etapa de su camino; y que para consolidar esta conquista se imponía la lucha por su liberación social hasta entonces relegado por ellos a un lugar secundario.
¿Qué ocurriría por el contrario si el proletariado, en el curso de la lucha por la conquista del derecho de autodeterminación de Euskadi no logra el desplazamiento de la influencia de la burguesía sobre los campesinos —segunda fuerza motriz—, la pequeña burguesía y sobre sus propias filas?
Si la independencia de Euskadi fuera lograda bajo la dirección de la burguesía nacional, hablamos en sentido hipotético y dando por supuesto que la burguesía vasca sea realmente separatista, aunque tampoco negamos que ciertos hechos, tal como el triunfo de la revolución en España, pueden determinar una orientación francamente separatista de la burguesía vasca; el llamado Estatuto de Estella fue un amago en este sentido —todos los actos y leyes del “Gobierno Nacional” Basco tendrían dese el primer momento y de una manera más o menos abierta— en relación con el empuje revolucionario de las masas populares y de las propias contradicciones de la burguesía “nacional”— a salvaguardar los intereses no nacionales sino de clase de esta propia burguesía. Es espejuelo de la “consolidación” del nuevo Estado, cuyo precedente todavía reciente está en la memoria de todos los trabajadores con todas sus consecuencias, sería puesto como mordaza y freno para las justas aspiraciones de las masas laboriosas. En última instancia, la burguesía vasca, al igual que la de cualquier otro país —ejemplos Rusia, Hungría, China, etc.— no tendría inconveniente en recabar la ayuda del imperialismo internacional para sofocar a sangre y fuego los justos anhelos de la mayoría de sus “compatriotas”. A estas alturas no está de más el recordar, ya que tan en boga se halla cierta frase hipócrita y embustera de Calvo Sotelo, que la burguesía de Euskadi como la de Manchuria preferiría siempre más una Euskadi oprimida por el imperialismo que no una Euskadi nacional y socialmente libre. Aparte de la experiencia internacional, el hecho de que ciertos dirigentes nacionalistas vengan ofreciendo en pleno Parlamento español una Euskadi como puesto de refugio para toda la carroña reaccionaria y fascista que pudiera se escupida por el triunfo de la revolución en España, ofrecimiento que lleva implícita una reciprocidad, nos permite sentar dicha afirmación así como la comunidad de intereses entre el proletariado y masas populares de España, y sin cuyo concurso, ni puede Euskadi consolidar sus independencia ni siquiera lograr ésta.
J. ASTIGARRABIA
euskadi roja
ORGANO en EUSKADI del PARTIDO COMUNISTA (S.E. de I.C.) PORTAVOZ de los SINDICATOS REVOLUCIONARIOS
Año III, San Sebastián, 21 diciembre 1935 Segunda época nº 4
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