PRÓLOGO

 

Una obra sobre la segunda guerra carlista pudiera parecer, a primera vista, una reiteración temática o, en el mejor de los casos un esfuerzo de especialista destinado solamente a un publico de «entendidos». Apresurémonos a decir, que el libro del catedrático José Extramiana que tienes, lector, entre tus manos no peca ni por lo uno ni por lo otro. En primer lugar, es un libro de absoluta novedad porque por vez primera la guerra carlista no es enfocada de manera «ideológica», con sus correspondientes dosis de hagiografía y/o de panfletismo, ni con las añejas «razones» dinásticas que ya no cree nadie, ni tampoco con manidos típicos de anticlericalismo o de conceptuación de guerra santa —a cual más nocivo y vacuo—. Es Un libro enteramente científico, verdad es, donde cada afirmación esta medida y comprobada, pero no por eso deja de ser ameno, vario, de leerse con gran facilidad.

El libro de Extramiana es —y no es uno de sus menores valores— un ensayo, perfectamente logrado, de historia global o total. De ahí que no fallen buenos motivos para calificarlo de novedad en el tema

Este ensayo de historia no podía limitarse a un superficial «corte de vida real», a una de esas instantáneas históricas que, so pretexto coyuntural, se quedan en la superficie de los hechos. Extramiana sabe muy bien que la coyuntura —clave, sin duda, del cambio histórico— emana de la estructura y no es sino la agravación de su conflictividad esencial y la posibilitación de su cambio o transformación.

Por eso, el estudio de la segunda guerra carlista va precedido de un largo recorrido estructural, que viene del siglo XVIII y que tiene sus coyunturas importantes, en primer lugar la llamada guerra carlista de 1833 a 1839 (o 1840, según las distintas ópticas); y avanza a través de una periodización en cuatro fases, cuyos tramos esenciales son las crisis del s, XVIII y primeros del XIX, la guerra y ocupación napoleoniana, la génesis y desarrollo de la primera guerra carlista y el periodo, tan largo como complejo, del reinado de Isabel II. Los fenómenos de estructura económica y sus mutaciones (las desamortizaciones en primer término , la problemática de las clases sociales en el contradictorio proceso de paso de la sociedad señorial —o feudal— a la burguesa), están todos insertos en las estructuras euskalerriacas de la época.

La naturaleza de historia global se expresa, en fin, en la conexión y entrelazamiento que el autor realiza entre los niveles políticos, socio-económicos a ideológicos del objeto total de su estudio. Gracias a este método queda bien manifiesto que la guerra fue, ante todo, un fenómeno socio—político, que contribuyó de manera importante a la formación de una conciencia de nacionalidad, aunque esta no se defina completamente

Este enfoque del tema tiene por consecuencia que el libro represente:

1° Una suma de conocimientos tan preciosos como imprescindibles, sistemáticamente desarrollados y algunos de ellos desconocidos hasta ahora.

2° Un planteamiento tan científico como nuevo del entramado histórico euskalerriaco del siglo pasado, clave imprescindible para conocer el presente.

Si estos rasgos esenciales tienen carácter sintético, en una óptica de análisis Extramiana logra cumplidamente una serie de necesarias desmitificaciones. Por ejemplo, la de querer hacer de la oposición mundo urbano-mundo rural la contradicción clave del período histórico; la de tipo dinástico que, contra viento y marea, han sostenido algunos apóstoles el arcaísmo; la «armonización de clases» en el seno del carlismo, y otras muchas que seria prolijo enumerar.

José Extramiana, catedrático francés, pero vasco a cien por cien, nos ha dado una interpretación genuinamente vasca de la guerra carlista. Lo que no quiere decir que haya dado una interpretación «ideológica» en la que entren voliciones o emociones que tienen que quedarse en la puerta de la investigación histórica. Se trata de una interpretación rigurosamente científica, lo más opuesto al género episódico de los Pirala o los Oyarzun, al populismo irracional, al anticlericalismo trasnochado, etc., etc.. La Historia de Extramiana se inscribe en una nueva corriente científica de la historia de Euskalerria que no es susceptible de instrumentalización en ningún sentido, Que nadie crea, sin embargo, que Extramiana se alinea en la corriente historiográfica que acumula hechos y datos y que, so pretexto de «cientifismo», se niega a establecer las conexiones entre los hechos, a estudiar los grandes fenómenos de correlación a interacción, a sacar todas las consecuencias de esa formidable experiencia colectiva que es la historia de los pueblos. No; Extramiana, sabe muy bien que no hay dato «inocente», ni hipótesis aséptica; parte de una teoría de la historia, de unas categorías que modelan el objeto teórico de conocimiento, Y lo dice sin trampatojos; léase la introducción a la parte en que aborda directamente el tema de la guerra, donde hay una critica explicita del enfoque episódico, del positivismo, del academicismo que relegan los grandes temas de la razón histórica a parvos planteamientos de introducciones o conclusiones.

Ya en el estudio de la primera guerra carlista el autor aborda lo que define como dimensión sociológica de la misma, en el momento en que se inicia el desplome del «Antiguo Régimen».

Por un lado una masa popular de campesinos medios y pequeños, de mayorazgos a hidalgos en trance de empobrecimiento, de artesanos y pequeños comerciantes y, con ellos, casi toda la Iglesia y, desde luego, el bajo clero y también las ordenes monásticas, Bloque heteróclito donde inevitablemente un sector o fracción tendrá que imponer su hegemonía ideológica; pero no menos heteróclito que el del bando liberal o «cristina», donde momentáneamente coinciden la nobleza terrateniente de Castillo y Andalucía, la burguesía industrial y comercial de las grandes ciudades (incluidas las vascas) y el proletariado industrial, harto escaso en numero, excepto en Cataluña, Y, sin embargo, ya se irá encontrando entonces ese tono de liberación popular que el carlismo logra dar a la contienda, en el País Vasco, y al que colaboran algunos intelectuales, pero sobre todo los que nos atreveríamos a llamar «intelectuales orgánicos» de la clase dirigente del lado carlista, los sacerdotes. Supo verlo don Miguel de Unamuno quien en Paz en la guerra, define al «cura de aldea, aldeano letrado...» como «órgano de la conciencia común, que no impone la idea, sino que despierta la dormida en todos.»

Las desamortizaciones, iniciada la de propiedades del clero regular en las postrimerías de la primera guerra, constituyen un cambio básico —o más exactamente, una transferencia de propiedad— que condicionará el desarrollo de la cuestión entre las dos guerras, Menos importante la primera —la eclesiástica— y más la civil (la diferencia es notoria en Guipúzcoa) suponen la entrada de cierta burguesía comercial de las ciudades en las relaciones de propiedad —y de producción— del mundo rural. Extramiana ha tornado pie en este problema para llevar a cabo una investigación ejemplar que descubre aspectos que estaban ignotos en lo que se refiere a la desamortización en Álava y Guipúzcoa. Por no citar sino algunos de ellos, son particularmente interesantes las compras realizadas por la burguesía urbana en la Llanada alavesa y las especulaciones con terrenos para construcción en la Donostia de la segunda desamortización.

En conjunto, y a pesar de que la desamortización dista mucho de adquirir la importancia que tuvo en zonas del sur y del oeste de España, repercutió con fuerza en los estados colectivos de conciencia: la sociedad rural de siempre sintió con ello como una especie de agresión. Extramiana puede probar que las zonas y localidades rurales estructuralmente más atrasadas son las que darán mayor ayuda al carlismo. El fenómeno desamortizador estimulará en ellas un reflejo de defensa. La historia nos enseña que, a diferencia de lo que creían los racionalistas del S, X VIII, lo arcaico y lo popular pueden coincidir en ocasiones; la historia agraria, sobre todo, nos ofrece di versos ejemplos de esa coincidencia.

Si seguimos el estudio de la sociedad vasca hasta llegar al derrumbamiento del trono isabelino en 1868, nos daremos cuenta de que dentro de ella (e independientemente de sus relaciones contradictorias con el poder centralista) se perfilaba un bloque histórico en el que la clase dominante vasca llega a obtener la hegemonía ideológica de aquella sociedad. La clase dominante en el mayoritario sector agrario ha conseguido, con la ayuda del aparato ideológico del clero, que las masas populares crean tener los mismos intereses que ella y que comulguen con su escala de valores. El hecho tiene una consecuencia en el interior de Euskalerria, pero también tiene otra en el sentido de que el carlismo constituirá la punta de lanza ultraconservadora contra la posible progresión revolucionario en toda España durante el sexenio. La ambivalencia carlista será, pues, una nota dominante de la historia vasca y de la española en el período 1868-1874

El gran problema de la segunda guerra será el de los dos carlismos, el legitimista y el popular, este segundo netamente vasco, Ciertamente, la ya señalada hegemonía y el hecho de que, al defender los Fueros, la clase dirigente vasca consiga movilizar y sensibilizar más todavía al pueblo, no esta en contradicción con la entrada en liza de las masas rurales, con un enérgico sentimiento de rebeldía y con un carácter multitudinario, que da un carácter liberador a la lucha, en la óptica vasca (Aunque la Corte de Estella, los prelados carlistas, los ideólogos del antiguo régimen, todos centrados en la ilusión de conquistar a Madrid y no de liberar a Euskalerria, sean elparadigma de las clases antagónicas al pueblo).

Hay más hechos que contribuyen a dar ese matiz liberador a la lucha: hay poseedores importantes que militan en el campo liberal aunque también los obreros de Éibar y de núcleos Vizcaínos, hecho que seria frívolo olvidar) y hay, sobre todo, el aspecto de ocupación que da el ejército liberal, «viviendo sobre el terreno» que esquilma su Intendencia, cuyos soldados hablando otra lengua (que no comprenden los casheros) por el contrario, las propias necesidades de la guerra obligan a la sumaria administración carlista que va organizándose, a adoptar formás de autonomía provincial que satisfacen mucho más a los naturales del país. El conjunto de fenómenos reseñados va haciendo impacto, poco a poco, en las conciencias individuales, en ese largo proceso de interacción y conjunción que lleva a lo que solemos llamar conciencia colectiva, Y esos hombres que hablan su lengua, están profundamente apegados a su religión, tienen unas formás culturales todavía de sociedad rural, etc., sienten como una agresión la presencia de fuerzas que se dicen representantes de una Constitución y de la libertad —aunque nada de eso se intentó explicar jamás a los campesinos vascos, probablemente porque a los mismos jefes militares del gobierno central debía importarles muy poco— que requisan bienes y cosechas y, hablando en otra lengua, se instalan aquí o allá.

Verdad es que el campesino vasco sufrió de ambos contendientes la tala de arbolado, toma de cosechas, etc., y que también parte de la oficialidad carlista se comportaba con la altanería de los mayorazgos de antaño, pero el conjunto de hechos a que hemos aludido iba creando en ese campesinado una adhesión al bando carlista, que no impedía que detestase a los castellanos que en el había, fenómeno del que hay numerosos ejemplos. Por encima de hechos aislados o anecdóticos, el rasgo esencial y original que tiene la guerra carlista en Euskalerria es su dimensión popular que viene a ser, ni más ni menos, que el primer signo de formación de una conciencia nacional. Sin duda —y Extramiana lo explica— la realidad no es enteramente idílica y dentro de la sociedad vasca hay escisión en dos bloques; el mayoritario, con la aristocracia rural, el clero, el campesinado, el artesanado rural y parte de pequeña burguesía de las ciudades; el otro , minoritario, de burguesía urbana, con algunas clases medias sobre todo de tipo intelectual, y con los núcleos reducidos de proletariado industrial; si este segundo bloque es de base mucho más reducida, hay que pensar la falta de estímulos que la monarquía de Amadeo supuso para el conjunto de los vascos, y también la escasa implantación del republicanismo en los azarosos once meses en que Figueras. Pi. Salmerón y Castelar estuvieron en el Poder, pero no tuvieron el Poder, Y, por encima de todo, como Extramiana señala con justeza: «desde que los voluntarios (carlistas) sufren los primeros disparos del adversario, tendrán la impresión, al responder, que están defendiendo a su familia y a su aldea contra una ocupación extranjera, »

El apoyo popular no faltará a los carlistas que no tienen que exigir el avituallamiento que los pueblos las dan voluntariamente, admitiendo de buena gana el pago de impuestos en dinero o en especies.

¿Y los bilbaínos? No puede negarse lo que Extramiana llama «la originalidad de Vizcaya», Y hasta es posible lanzar la hipótesis del incipiente, pero ya firme, desarrollo económico, como base de esa originalidad (Y, sin embargo, esa burguesía comercial y naviera que triunfa en Bilbao el 2 de mayo de 1874, será la que más se aleje del poder central medio siglo después. Es ya otra fase histórica...) Pero también la Diputación carlista de esa misma Vizcaya había restaurado los Fueros por si y ante si —sin contar con el Pretendiente— en 1873 y cuando más tarde accede Don Carlos a ir a jurarlos a Guernica, no hace sino ceder a esa presión, con la convicción de que se trata de un gesto que la atrae las simpatías populares.

 

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