INTRODUCCIÓN
Echegaray, el historiador vasco positivista y menendezpelayista, contestando a vuelta de correo a un conocido, en 1904, le decía que «el mejor antídoto contra esas locuras y desatinos, consistía en divulgar el conocimiento exacto de nuestra historia, y para ello nada mejor que proseguir con ahínco y sin desmayo la obra de exploración minuciosa de los archivos y divulgación de los datos históricos que en ellos se encuentra. (...) Y hacer ver a esos señores que algo vale la historia, aun para calmar estas estériles agitaciones de los pueblos, que se entregan a quien más les halaga, cuando no se conocen a si mismos».
Tal defensa del valor de la historia como conocimiento de la realidad podía haberse hecho en cualquier lugar, si bien en un País como el nuestro —porque es el nuestro y nos preocupa todavía mas— esa afirmación cobra más fuerza, si cabe. En periodos de eclosión del nacionalismo hay que recordar como para este la historia constituye un pilar a la hora de fundamentar su proyecto político, haciendo del pasado y de las «imaginadas» huellas comunes o gestas bélicas, soporte desde el que construir sus aspiraciones de carácter comunitario. El nacionalismo necesita mitos fundacionales, una trayectoria compartida, esto es, una historia ad hoc con la que presentar la nación como una realidad orgánica, natural, con una continuidad a lo largo del tiempo. Como dice PÉREZ, el nacionalismo es puro diálogo con el pasado, y en el rastrea las supuestas huellas que confirmen una suerte de existencia perenne. Las construcciones imaginarias de las naciones están repletas de alusiones históricas, y sin ir a otros Países ni periodos históricos, y ahora que estamos con su conmemoración, determinadas interpretaciones del levantamiento del 2 de mayo contra las tropas napoleónicas pueden servir como ejemplo de lo que decimos. O si nos trasladamos más cerca de nuestro ámbito de estudio, para nacionalismos como el vasco, este País es inmemorial, pues no en vano se reitera constantemente desde su más alta instancia política, el lehendakari, que desde el mesolítico, desde hace siete mil anos, está el pueblo vasco, como si las naciones —y el nacionalismo, se infiere— formarán parte de las cosas naturales, del discurrir de las sociedades y de las necesidades de las gentes
Lógicamente, no va por ese camino lo que se expone a continuación en este libro. El historiador debe tratar de huir del presentismo, del condicionante del presente y de las ideas preconcebidas. Como escribía Ricoeur, el historiador interroga al pasado desde su propia experiencia, pero le distingue el hecho de que educa esa subjetividad, esto es, que hace un esfuerzo por buscar la neutralidad en sus valoraciones, atemperar la parcialidad (subjetividad) y mantener su compromiso con la labor heurística de documentación y verificación propia de nuestra profesión.
El libro que tiene el lector entre manos es el resultado de una de las líneas de investigación que viene desarrollando un grupo de profesores e investigadores integrado en la Universidad del País Vasco, en torno a la cuestión de «Autonomía e Identidades en el País Vasco contemporáneo[1] . Es un trabajo que se sitúa en esas coordenadas de propiciar el debate y de huir de explicaciones simples o sacralizadas. Se ha organizado cubriendo, básicamente, tres pianos, que responden a otros tantos objetivos principales:
- La configuración interna del País Vasco contemporáneo y la manera como se fue organizando según su peculiar régimen administrativo.
- El modo como este territorio estaba en la nación y los diferentes discursos que se fueron desarrollando a la hora de expresar esa relación, a la par que el grado y el tipo de autonomía que desde estas provincias se formulaba. En ese mismo punto, y como cuestión también muy principal, la manera de dibujar el País como «universo mental» que fueron haciendo los diferentes grupos políticos y sociales en los pasados dos siglos.
- La presencia del Estado en este territorio y la política que respecto a el mantuvo.
Así pues, como un tema central que recorre los distintos capítulos, se suscita la importante cuestión de la inserción, del encaje de estas provincias en la nueva comunidad política española surgida de las Cortes de Cádiz en 1812. El desajuste entre el nuevo modelo de nación emanado de esa Constitución y el sistema foral que regia en las provincias vascas y que provenía del Antiguo Régimen, obligo a una redefinición por parte de estas tanto de su regulación interna como de la vía para incardinarse en el Estado.
Se origino de esa manera una controversia Fueros-Constitución, un debate acerca de la vía para Constitucionalizar y encajar legalmente la especificidad vasca, cuestión que con diferentes discursos se ha prolongado a lo largo de nuestra historia contemporánea. Pero ese recurrente debate conoció cambios sustanciales. La contraposición carlismo versus liberalismo —este con sus diferentes familias—, que marco la vida del País Vasco durante buena parte del siglo XIX, dejo paso a un nuevo escenario a finales de esa centuria que ha sido definido como el de la triangulación política, ya que tres fuerzas, el nacionalismo vasco, la izquierda Republicana-socialista y la derecha españolista, se convirtieron en dominantes, trasladando esa condición desde el espacio más modernizado, Bilbao y la ría, al conjunto del País. Esta división política, que grosso modo fotografiaba el escenario político vasco, se mantuvo en el futuro, con la desgraciada interrupción del franquismo. Desde el final de este y ya con el restablecimiento de la democracia, emergió como un cuarto polo una izquierda abertzale, en su mayoría radical y violenta, aglutinada en torno al terrorismo de ETA.
También se produjeron variaciones a la hora de expresar y sintetizar en términos lingüísticos esa singularidad y la autonomía deseada. El Fuero fue, durante el Ochocientos, el eje y soporte del corpus en el que las elites del País Vasco se apoyaron para reclamar un estatus particular, ocupando una centralidad indiscutible en la vida del País. El discurso fuerista también se modifico pues, como señala el profesor Portillo, de ser el sostén del «Republicanismo provincial», paso a constituir un soporte de la socialización de una visión vascongada común al conjunto de las provincias. Tras su supresión, en 1876, la apelación foral perdió intensidad, pero ello no impidió que se mantuviera su memoria y fuera la base de discursos identitarios de diferente signo. No obstante, emergieron en los últimos años del XIX otro tipo de formulaciones en una sociedad que se manifestaba como plural y que optaba en muchos casos por adhesiones de tipo territorial, de clase o de otras de distinto signo. Y es que se había producido también la fragmentación de la sociedad vasca en términos de identidad. Si durante buena parte del XIX las lealtades compartidas, el doble sentimiento de vasco y español, se habían compaginado sin tensiones entre los ciudadanos, con la aparición del nacionalismo vasco a fines de siglo se produjo una fractura social en nuevos términos. Hasta entonces la sociedad vasca se había polarizado en torno a proyectos político-ideológicos, pero no patrióticos; a partir de ese momento, con el nacionalismo vasco como fuerza principal en liza, la identidad nacional se fue constituyendo en uno de los ejes de la vida del País y factor decisivo en la grieta que se abrió en la sociedad.
Hubo, pues, cambios en aspectos relevantes, pero el libro también refleja que han existido elementos de continuidad que han tenido un considerable peso a lo largo de los anos. Uno de ellos ha sido la persistencia de una cultura foral. El siglo XIX fue una época en la que el régimen foral tuvo un intenso desarrollo, que contribuyó a que se gestase un fuerte imaginario popular de vinculación con la foralidad y una confianza mesiánica en su bondad. Desaparecido este en 1876, la influencia de la cultura foral persistió y a la hora de reflexionar sobre las nuevas formas que tendría que adoptar la autonomía se busco el asiento y la legitimidad en la tradición, y que mejor tradición que la foral. Ese peso de la foralidad se puso ya de manifiesto en los proyectos pre-estatutarios que se bosquejaron durante los primeros años del siglo XX, pero tuvo su expresión más palpable con la Segunda República. Como nos explica en el texto el profesor Corcuera, los proyectos estatutarios alentados desde el nacionalismo y la derecha tuvieron un fuerte componente foralista, en detrimento de su calidad democrática, y marcaban de un modo ostensible la estructura interna confederal y provincialista que se pretendía para el País Vasco. Incluso en el proyecto final auspiciado por la izquierda continuaba subrayándose, por otros motivos bien distintos, la base provincial que se proyectaba para el entramado institucional, si bien había un claro avance respecto a los anteriores a la hora de concebir una estructura interprovincial
Ya con la recuperada democracia y con la hegemonía del nacionalismo vasco desde el initio del proceso autonómico, ha vuelto a reaparecer con fuerza el ethos foral a través de ese sector político, condicionando la organización jurídico-política que se ha proporcionado el País Vasco. Tal como expone Ugarte, con la Ley de Territorios Históricos de 1983 se consagro un modelo confederal, de corte provincialista, en el que se prima la bilateralidad hacia dentro (entre las administraciones vascas) y hacia fuera (con el Estado), y con unos poderes ejecutivos fuertes. Llegado el final del siglo XX, el nacionalismo vasco reintroduce la esencia del discurso foral, primando la estructura provincial y organizando Euskadi de modo confederal, sacando del desván el modelo primigenio del nacionalismo de raíz provincialista y esencia foralista. Una opción que le costo una escisión traumática y que ha supuesto primar el modelo foral frente a la visión nacional.
Pero no ha sido esa la única constante que se ha derivado del foralismo. La bilateralidad ha sido otra aspiración mantenida desde el ámbito vasco en su relación con la Administración central. Durante el siglo XIX, las elites vascas que controlaban las diputaciones forales pusieron un especial empeño en mantener una vía de comunicación directa con el ejecutivo, saltándose la intermediación del legislativo.
Se asumí interesadamente la visión más conservadora, la de los moderados, de que el vinculo de esas provincias y España era la institución monárquica y no el cuerpo político de la nación. Las provincias forales obtuvieron beneficios con ese peculiar funcionamiento, consentido y animado desde la Administración central, por lo que no es extraño que se colase en el nuevo régimen del Concierto Económico, con el cual siguió vigente, en su esencia, esa relación bilateral. A partir del establecimiento de la democracia, y con el PNV controlando el gobierno vasco, la cuestión de la bilateralidad se redimensiona, pierde el significado meramente pragmático que las elites vascas le habían proporcionado para irse paulatinamente inscribiendo como pieza doctrinal básica que busca una nueva forma de asociación con el Estado, que en primera instancia conduzca a una relación confederal.
El libro también refleja algunas trayectorias que chocan con los «estereotipos históricos» que desde una determinada ideología se difunden como «sentido común», como memoria colectiva. Uno de ellos sería la supuesta existencia de un pueblo vasco histórico unido por su común identidad y especialmente sensibilizado ante los ataques exteriores a su autonomía. Frente a esta comunidad imaginada, el libro refleja la existencia de unos ciudadanos vascos que se adhirieron a opciones distintas, un País que se fue haciendo marcadamente plural, construido desde culturas distintas y, por tanto, con contradicciones y pugnas internas. Una colectividad, en suma, constituida por ciudadanos, con sus diferencias políticas, sociales, religiosas, patrióticas..., posiciones divergentes que han sido una constante a lo largo del siglo XX.
Respecto a esta visión, hay una historiografía que nos presenta el pasado de determinadas comunidades regido por una suerte de destino centrado en su progresiva construcción nacional, obviándose las tensiones internas de dicha sociedad y los movimientos sociales que surgieron. Es un tipo de relato muy frecuente en el que se pretende narrar la historia de un pueblo como una historia nacional, y es, desde luego, un enfoque nada inocente. Le proporciona un sesgo de entrada y viene a aceptar el sueño de la patria nacionalista. Es un tipo de historia en el que se asume que lo central es la pertenencia nacional y el relato esta organizado en torno a rastrear las posibles manifestaciones de esa identidad nacional. En la historiografía española, además, a este tipo de enfoque se le ha añadido una visión de la evolución de la nación marcada por la contraposición centroperiferia, o nacionalismo español versus nacionalismo periférico, tesis que recientes trabajos, por ejemplo del profesor Fradera, han demostrado su inconsistencia. Al margen de cierto reparo al uso de conceptos que muchas veces obscurecen más que clarifican, como el de «identidad» en el que la diversidad suele quedar borrada, no quisiéramos que de este libro se desprendiera la idea de que la historia del País Vasco se ha dirimido exclusiva o preferentemente en términos de identificaciones comunitarias de carácter vertical y en una búsqueda de definición de lo vasco, pues sería una forma de sacralizar la nación.
Los autores de este libro compartimos recientes críticas sobre el riesgo de un tipo de relato que al centrarse en la construcción de la identidad vasca suponga que otra serie de hechos, igualmente relevantes, se desdibujen o se omitan y a que, por ejemplo, los movimientos sociales desaparezcan. También reparan en el hecho de que las identidades territoriales no fueron ni las únicas ni siempre las más importantes que se mantuvieron. Bien al contrario, diversos grupos y sectores de la sociedad vasca priorizaron o incorporaron a una territorial señas de identidad alternativas a esta, como la de clase, la de valores democráticos, la de valores religiosos y otras.
Finalmente, otra manera de «organizar» la historia vasca de los dos últimos siglos es a partir de las secuencias del «conflicto». Un conflicto que en el imaginario nacionalista derivaría de la acción del Estado destinada a suprimir lo que se entiende que es la personalidad de los vascos. Existe, entonces, una determinada narración histórica animada por ese supuesto desencuentro y por las arbitrariedades que un ente genérico llamado «España» cometería sobre los vascos, otorgando a este relato un sesgo parcial cuando no se cae en la simple invención. Frente a esa visión forzada de la realidad, nuestra investigación refleja la comodidad con que los vascos han estado en buena parte de estos dos siglos en la nación española. Sólo con la hegemonía nacionalista, tras el asentamiento reciente de la democracia, hay un cuestionamiento por parte de un sector de la población vasca a la idea de estar en España. Rompiendo tópicos, el libro permite apreciar las relaciones fluidas entre el País Vasco y el Estado, con la excepción obvia de la etapa franquista, con tensiones, si, pero sin que la Administración central aparezca con esa careta impostada de cercenador de derechos nacionales
Nuestro propósito es que este texto pueda resultar de interés tanto para el lector especializado como para el público en general. Hemos tratado de proporcionarle un estilo ligero, que haga fácil su lectura, y para ello hemos obviado todo el aparato académico que muchas veces genera más dificultades que estímulos. Ello, creemos, no ha impedido que el volumen mantenga su calidad y rigor en el tratamiento de los diversos periodos y temas. Por eso mismo es también —o eso hemos buscado— un libro para el estudioso de la historia, en el que se exponen algunas de las aportaciones más recientes de nuestras investigaciones. Es, además, un libro que para algunos lectores puede resultar chocante porque presenta una imagen del País Vasco, de su trayectoria a lo largo de la época contemporánea, diferente de la interpretación que desde ciertos medios se hace de la historia de Euskadi y que suele servir para justificar determinados proyectos políticos o sentimientos identitarios.
[1] Proyecto de Investigación HUM2004-04956, Ministerio de Educación y Ciencia. Asimismo recibe ayudas de la Consejeria de Educación, Universidades e Investigación del Gobierno Vasco, por ser Grupo de Investigación del sistema universitario vasco (IT-286-07)