«Cuando inicié esta historia del PCE se trataba de algo semejante a tomarle la tensión a un enfermo grave. Hoy tengo la impresión de que no es otra cosa que la autopsia de un cadáver. En cuatro años de trabajo he sido testigo de esta mutación suicida.
»Ni entonces ni después tenía la intención de hacer un alegato contra nadie, sino de contar una historia a la que no será fácil encontrarle precedentes. Intenté describir la recuperación del PCE desde la derrota hasta su momento más esplendoroso, desde el día 1 de abril de 1939 hasta la legalización en abril de 1977. Un trozo definitivo de la historia de España que iba del final de la guerra civil al restablecimiento de la democracia.
-Luego, contemplé el minucioso ritual del harakiri, una singularidad que merecerá figurar quizá en la ciencia política. En los seis años que dura la transición el PCE se suicida ante la mirada perpleja de amigos y enemigos. En 1976 podía decirse sin exagerar que se trataba del partido con mayor implantación social, prestigio y autoridad; su líder estaba considerado el profesional político más experimentado y hábil no sólo del país sino allende las fronteras.
»Pasaron seis años y el partido se convertía en una parodia de si mismo y su secretario general, dimitido y denostado, en un fantasma sin castillo, un tipo que llama la atención pero que no impresiona ni a los niños y que ni siquiera divierte a los mayores.
»Después del harakiri se procedía al reparto de despojos; como los restos de un naufragio, unos cayeron acá y otros allá, y a aquel instrumento que un día temieron tantos se le vieron sus miserias y se quedó en muy poco distribuido entre varias nadas. Es la parte que alcanza desde la derrota algo más que electoral del 28 de octubre de 1982 hasta ahora mismo.
»Como todas las historias de la historia, ésta es una aventura de enanos y gigantes. Se dice que la revolución rusa de octubre fue una obra de gigantes que se consideraban enanos y tengo la impresión de que esta historia nuestra, como el propio pais, es de gente bajita, de enanos que nos creíamos gigantes.» (Del prólogo del autor.)
Prólogo
Cuando inicié esta historia del PCE se trataba de algo semejante a tomarle la tensión a un enfermo grave. Hoy tengo la impresión de que no es otra cosa que la autopsia de un cadáver. En cuatro años de trabajo he sido testigo de esta mutación suicida.
Ni entonces ni después tenía la intención de hacer un alegato contra nadie, sino de contar una historia a la que no será fácil encontrarle precedentes. Intenté describir la recuperación del PCE desde la derrota hasta su momento más esplendoroso, desde el día 1 de abril de 1939 hasta la legalización en abril de 1977. Un trozo definitivo de la historia de España que iba del final de la guerra civil al restablecimiento de la democracia.
Luego, contemplé el minucioso ritual del harakiri, una singularidad que merecerá figurar quizá en la ciencia política. En los seis años que dura la transición el PCE se suicida ante la mirada perpleja de amigos y enemigos. En 1976 podía decirse sin exagerar que se trataba del partido con mayor implantación social, prestigio y autoridad; su líder estaba considerado el profesional político más experimentado y hábil no sólo del país sino allende las fronteras.
Pasaron seis años y el partido se convertía en una parodia de sí mismo y su secretario general, dimitido y denostado, en un fantasma sin castillo, un tipo que llama la atención pero que no impresiona ni a los niños y que ni siquiera divierte a los mayores.
Después del harakiri se procedía al reparto de despojos; como los restos de un naufragio, unos cayeron acá y otros allá, y a aquel instrumento que un día temieron tantos se le vieron sus miserias y se quedó en muy poco distribuido entre varias nadas. Es la parte que alcanza desde la derrota algo más que electoral del 28 de octubre de 1982 hasta ahora mismo.
Como todas las historias de la historia, ésta es una aventura de enanos y gigantes. Se dice que la revolución rusa de octubre fue una obra de gigantes que se consideraban enanos y tengo la impresión de que esta historia nuestra, como el propio país, es de gente bajita, de enanos que nos creíamos gigantes.
Este prólogo es la única parte del libro en el que se utiliza el "nos" sin sentido mayestático. Muchos ex comunistas son más fanáticos en su papel de renegados que aún en el de militantes. Nos ocurre lo que al poeta Carles Riba y también decimos: "Exijo en el objeto de mi ira o de mi cariño un cierto grado de dureza." He preferido por dignidad y coherencia seguir otra consigna que, a pesar de ser más frívola, se convirtió en leyenda entre algunos caballeros franceses, la de jamás escupir sobre aquello que uno ha amado.
Si el autor tiene algún derecho después de empeñar cuatro años de su vida, sugeriría que se leyera como una novela. Ya sé que el gusto del público no se inclina hoy por los libros largos, pero contiene personajes fuertes, con carácter, y hay intriga, pasión y hasta sangre. No lo digo superficialmente; antaño la novela estaba considerada como algo muy serio. Con independencia de la calidad literaria, ocurre con las historias largas que hay siempre grandeza y miseria y las figuras están condicionadas por los dioses o por el destino, o lo que en la jerga se denominaban las condiciones objetivas y subjetivas, que en definitiva vienen a ser lo mismo.
Cuentan que Charles Chaplin le dijo en una ocasión al músico y comunista Hanns Eisler: "iEntre vosotros sucede como en los dramas de Shakespeare!" La frase tiene varias interpretaciones, pero de ella salió la idea del título de este libro, porque en los personajes más míseros hay un punto de grandeza y en los momentos de grandeza su detalle miserable.
Una recomendación que daría a mis hijos si algún día me pidieran una, lo que es bastante improbable, es que se prepararan para el día que dejen de creer. Porquecreer fieramente en algo no lo pueden hacer ni los estúpidos, ni los mediocres, ni los viejos, pero es bueno que si algún día abandonan sus firmes convicciones que lo hagan con dignidad, sin aspavientos y sobre todo sin nuevas conversiones. Admito que respeto a aquellas personas que defienden la idea de que la Organización del Atlántico Norte es un baluarte de la democracia; no lo comparto, pero a lo mejor tienen razón. Lo que me indigna es escuchar a los mismos que han defendido de modo implacable que el Pacto de Varsovia era el garante de la "nueva democracia" convenirse en acérrimos cantores de la OTAN. Hay una generación de conversos del siglo XX que recuerda demasiado a los del XVI.
Pienso que cuando uno se ha equivocado una vez debe ser muy discreto a la hora de declarar nuevas adhesiones incondicionales. De algo hay que vivir, pero la ventaja de un régimen democrático respecto a otro totalitario es que no te obligan todos los días a proteger el condumio declarándote feroz partidario del sistema. Con que lo hagas una vez al mes basta.
Nuestra generación —que abarca algo así como tres décadas— está condicionada desde su más tierna adolescencia por ser "ex" de algo; hemos tenido que sufrir esa especie de tara que no permitía ser una cosa sin renunciar de manera inapelable a otra. Hemos vivido durante cuarenta años bajo un régimen que obligaba a ser consecuente con los principios o a no tenerlos. No dejaba opciones.
Por eso es muy difícil que en España alguien tire la primera piedra; tenemos techos de cristal y algunos ni eso. La diferencia quizá está en que algunas gentes procedentes de la izquierda tienden a revisar su historia con escalpelo y dejarse en carne viva, mientras que es infrecuente, por no decir insólito, que ciertos personajes que deben su cátedra a méritos de guerra, o su categoría de funcionario a diez años de militancia en el Opus Dei, o su prebenda al "glorioso movimiento", jamás le hayan dedicado al tema ni una línea avergonzada. Esta atrofia ética lleva a comparar la afiliación al Opus Dei con la clandestinidad comunista. Es el modo que tiene una sociedad con mala conciencia de evitar los recuerdos; unos rezaban con los ministros y otros llevaban paquetes a los presos.
Aunque es un hecho personal e intrascendente para la historia en general, es bueno precisar que el autor de este libro militó durante once años en el PCE y para evitar malentendidos señala que abarcaron desde 1966 a febrero de 1977. Entró porque había que hacer una revolución y salió porque ya no se iba a hacer, y si la hacían, lo cual era harto improbable, ya no le necesitaban. Fue un sentimiento entonces muy subjetivo y personal, nada político; percibió que si ganaban los nuestros perdíamos nosotros. Esos once años quizá no estén entre los más felices de su vida, porque la clandestinidad, salvo para los masoquistas, es castradora y además porque nuestra generación no tuvo muchas oportunidades de ser feliz sin ser a la vez un irresponsable, pero debo decir que es el período del que se siente más orgulloso.
Comprendo que haya quien trate por todos los medios de hacerse perdonar el inmenso error de haber militado en el único partido antifranquista que había a mano, y en este sentido he tenido algunas experiencias cómicas durante la elaboración de este libro. Hay quienes, cuando empezaba allá por el 81, estaban muy preocupados por la imagen que pudiera quedar del PCE. Luego estaban aún más preocupados por desaparecer de su historia. En otros casos han rehusado colaborar personas que creían haber recobrado la virginidad porque nadie recordaba ya, ni la policía, su episódica militancia. Incluso hubo quien con su taxativo "no quiero hablar de aquello" preservaba las preguntas sobre un comportamiento poco honroso.
Tuve la tentación de escribir sus nombres y agradecerles los servicios no prestados, pero lo entendí. Es duro ser diputado o concejal socialista y saber que jamás llegarás a otra cosa mientras no se olviden que militaste en el PCE hasta 1981, o ese periodista de vuelta de nada que está viviendo una nueva juventud y ahora no le gusta aparecer en el envejecido papel de militante, o la dama veterana que no le preocupa salir en la historia, pero no desea que alguien le pregunte sobre esa parte que ella quiere ocultar. Lo comprendo.
Debo agradecimiento a todos aquellos que facilitaron mi trabajo, especialmente en los archivos del PCE, tanto los que estaban en 1981, durante el período de Santiago Carrillo en la secretaría general, como con su sucesor Gerardo Iglesias. Citarlos por sus nombres no les haría ningún bien, pero sin ellos, sin su amistad y confianza, no hubiera podido estudiar los fondos íntegros del PCE. Lo mismo digo respecto a personas, militantes o ex militantes, que me abrieron sus colecciones en Madrid, Barcelona, Asturias y Valencia. Por expresa sugerencia de algunos me limito a señalar en el libro los documentos sin apuntar el lugar donde se encuentran; en unos casos están sin catalogar y en otros no son de fácil acceso a los historiadores. Conservo, eso sí, fotocopias de todos los documentos citados.
Sin falsa humildad y sin soberbia, es posible que este libro permita al fin discutir las interpretaciones de los hechos sin necesidad de debatir como hasta ahora los hechos en sí. La mayor dificultad con la que me encontré fue la de desentrañar los tópicos y las imágenes preconcebidas. La idea que de la historia del PCE yo tenia y la realidad demostrable apenas si coinciden en algo; ni en la grandeza, ni en la miseria.
Me siento satisfecho de poder decir: ahora tenemos el marco, interpretémoslo. Fuimos durante un período el peonaje de la historia; la única ventaja de esta condición es que nos forjamos la paciencia necesaria para ir desenterrando cada pieza y dándole su valor en el tiempo. En el fondo este libro nace de una insatisfacción personal que comparten muchos de los que vivimos intensamente esta historia.
Quien mejor la expresa es un hombre curtido en esa experiencia, el filósofo Ernest Fischer, cuando escribe en sus memorias aquel revelador diálogo con su esposa:
—He fracasado —dije.
—¡Nuestra época ha fracasado! —respondió ella.
—También la época, pero sería muy sencillo consolarme con eso.
Annotation
El autor trabajó durante años en el archivo del PCE con una colaboración especial dadas sus relaciones y trayectoria. Por ello, tuvo acceso a documentaciones dispersas en manos de múltiples personas. El PCE, defraudado por lo que no esperaba encontrar, ha optado por ignorar el libro. Aunque redactado en tono periodístico —lo que por otra parte hace amena su lectura— está muy bien documentado. Vincula el seguimiento de los avatares de dirección exilada con sus interioridades de funcionamiento y el interior así como las oscilaciones de la política de la URSS y de los PCs. Sigue tanto las diferentes políticas desde el final de la guerra (Unión Nacional, la guerrilla, etc.) del PCE como su situación en las diferentes emigraciones (URSS, México, Europa), desmintiendo falsedades y manipulaciones posteriores. Describe los diferentes procesos de purgas y depuración del PCE: en el interior, contra Quiñones, Monzón, Comorera... (y también los asesinatos, como el de Trilla, etc.) como en el exterior (Hernández, Antón, Uribe...). Las crisis de la dirección, su funcionamiento real, las trayectorias políticas y personales de Ibarruri, Carrillo, Claudín, Semprun, López Raimundo... . aborda las relaciones del PCE con el PCUS, Ceacescu, Kim Il Sung... Igualmente trata con detalle la lucha en el interior tanto desde el punto de vista humano, organizativo como político y la relación entre Interior y Exilio, deteniéndose en el seguimiento de figuras como Manuel Sacristán, entre otras. También incluye una detallada relación de la gestación de la política del PCE durante la Transición. El autor, exmilitante del PCE, no es ni revolucionario ni rupturista cuando escribe el libro, pero si riguroso. Una de la conclusiones fundadas que se pueden extraer de su lectura atenta es que la estrategia del PCE desde 1939 —con todas sus múltiples oscilaciones— llevaba implícita la actuación que desarrolló el PCE para facilitar y colaborar la instauración del Régimen español actual. O dicho de otra manera, que el PCE —aparte fanfarrias— por lo que luchaba políticamente era por algo muy parecido a lo que sufrimos ahora. Resulta paradójico, pero también ilustrativo, que por esto, dieran su vida y sufrieran —como también describe Moran— torturas, cárcel y sufrimientos tantos militantes. Imprescindible.
GREGORIO MORÁN
Miseria y grandeza del Partido Comunista de España
Planeta
Sinopsis
El autor trabajo durante años en el archivo del PCE con una colaboración especial dadas sus relaciones y trayectoria. Por ello, tuvo acceso a documentaciones dispersas en manos de múltiples personas. El PCE, defraudado por lo que no esperaba encontrar, ha optado por ignorar el libro. Aunque redactado en tono periodístico —lo que por otra parte hace amena su lectura- está muy bien documentado. Vincula el seguimiento de los avatares de dirección exilada con sus interioridades de funcionamiento y el interior así como las oscilaciones de la política de la URSS y de los PCs. Sigue tanto las diferentes políticas desde el final de la guerra (Unión Nacional, la guerrilla, etc.) del PCE como su situación en las diferentes emigraciones (URSS, México, Europa), desmintiendo falsedades y manipulaciones posteriores. Describe los diferentes procesos de purgas y depuración del PCE: en el interior, contra Quiñones, Monzón, Comorera... (y también los asesinatos, como el de Trilla, etc.) como en el exterior (Hernández, Antón, Uribe...). Las crisis de la dirección, su funcionamiento real, las trayectorias políticas y personales de Ibarruri, Carrillo, Claudín, Semprun, López Raimundo... También aborda las relaciones del PCE con el PCUS, Ceacescu, Kim Il Sung... Igualmente trata con detalle la lucha en el interior tanto desde el punto de vista humano, organizativo como político y la relación entre Interior y Exilio, deteniéndose en el seguimiento de figuras como Manuel Sacristán, entre otras. También incluye una detallada relación de la gestación de la política del PCE durante la Transición. El autor, exmilitante del PCE, no es ni revolucionario ni rupturista cuando escribe el libro, pero si riguroso. Una de la conclusiones fundadas que se pueden extraer de su lectura atenta es que la estrategia del PCE desde 1939 —con todas sus múltiples oscilaciones- llevaba la actuación que desarrolló el PCE para facilitar y colaborar la instauración del Régimen español actual. O dicho de otra manera, que el PCE —aparte fanfarrias- por lo que luchaba políticamenteera por algo muy parecido a lo que sufrimos ahora. Resulta paradójico, pero también ilustrativo, que por esto, dieran su vida y sufrieran —como también describe Moran- torturas, cárcel y sufrimientos tantos militantes. Imprescindible.
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