Los sindicalistas se representa a menudo la dictadura del proletariado, poco más o menos , bajo el aspecto de un monstruo del Apocalipsis. La consigna más extendida de los sindicalistas libertarios es la lucha contra toda dictadura. Pero, como no pueden negar este hecho, que el mundo capitalista vive en la atmósfera de una dictadura burguesa, su negación de “toda” dictadura se vuelve contra el derecho de los obreros de derribar por la violencia a la burguesía; es decir, contra su derecho a hacer la revolución social.
Este principio, a primera vista abstracto, comienza a jugar un papel bastante importante en la acción práctica. Veamos, pues, qué es lo que los sindicalistas revolucionarios llaman dictadura del proletariado, y qué es la dictadura del proletariado de una manera perfectamente práctica.
Aducíamos un instante que los adversarios de la dictadura y los defensores ardientes de la autonomía tales que los anarquistas españoles han llegado a sus fines y han derribado a la burguesía. Todo ha ocurrido según los deseos de los dirigentes de la C. N. T.
La clase obrera se ha insurreccionado, y la sangre ha sido vertida. Las fuerzas de Policía y las formaciones especiales de la burguesía han sido expulsadas de los barrios de Barcelona, Bilbao, Sevilla, Madrid y de otras grandes ciudades.
La C. N. T. se ha convertido en el centro de los acontecimientos revolucionarios.
¿Qué tareas aguardan a los Sindicatos que acaban de ganar una primera victoria sobre la burguesía?
Las siguientes:
Primera. Combatir la contrarrevolución en el país.
Segunda. Defender militarmente la República sindical española contra las intervenciones inglesa, italiana, francesa, etc., que intentarán establecer el antiguo orden.
Tercera. Organizar la producción y el reparto de los productos.
Pero ¿qué es combatir contra la revolución? Es crear órganos encargados de luchar implacablemente contra las organizaciones clandestinas o no formadas con el fin de restaurar el antiguo régimen. La revolución victoria se adueñará de los Bancos, fábricas y Empresas comerciales.
Instalará en las habitaciones de los ricos a los pobres de los barrios obreros. Provocará la resistencia encarnizada de cuanto ella haya lesionado
La burguesía conoce el arte militar. Sus hijos practican los deportes. Tiene entre los funcionarios partidarios numerosos. El sabotaje comenzará en la administración. Bandas reaccionarias serán formadas para reconquistar “en nombre de la civilización, de la cultura, de la democracia y de los grandes principios”, las habitaciones, los valores, las fábricas, las minas expropiadas. Si la C. N. T. se olvida de combatir la contrarrevolución, la C. N. T. será barrida en una semana.
Deberá, pues, formar un órgano especial de defensa; deberá formar una guardia obrera, armar a los trabajadores de fusiles, de cañones, de tanques, de aeroplanos, a fin de guardar lo que haya arrancado a la burguesía, y, en caso necesario, aplastar al enemigo.
Naturalmente, el armamento de los obreros, la formación de una guardia o milicia obrera, la lucha armada contra la reacción, suscitarán rabiosos ataques de toda la Prensa contrarrevolucionaria. La C. N. T. se verá acusada de tiranía, de dictadura, y si estas acusaciones producen efecto, si tienen por resultado debilitar la voluntad obrera, los trabajadores serán vencidos y la dictadura y la tiranía burguesa se restablecerá.
Es instinto de conservación del proletariado de dicta entonces la necesidad de instituir un régimen firme y sereno contra todos aquellos que intenten reconquistar principios perdidos y retrotraernos al viejo estado de cosas.
Será preciso atacar a la libertad de Prensa; ocupar los magníficos inmuebles de “ABC”, de “El Debate”, de “El Sol”, de “El Heraldo de Madrid”, de “Ahora” y sustituir estos órganos encargados de envenenar la opinión pública, por hojas revolucionarias.
Evidente que si los directores de la C. N. T. obran de esta suerte, no dejarán de ser tratados de bolcheviques, de dictadores, de traidores a la libertad.
Pero no podrán proceder de otro modo, so pena de ver minada y destruida la Revolución por las grandes fábricas de la mentira burguesa.
La lucha entablada hay que llevarla hasta el fin; el vino ha sido echado, pues hay que beberlo.
Así la lucha contra la reacción obligará, a no importa qué organización obrera, dueña del Poder, a reprimir implacablemente los actos de sus enemigos de clase.
Pero si el internacionalismo del proletariado no es todavía firme, el de la burguesía es bien conocido. La Revolución en España determinaría en los países vecinos un verdadero furor.
La burguesía francesa intentaría franquear los Pirineos. Cada país vecino consideraría como una cuestión de vida o muerte la represión rápida de la revolución proletaria.
Bismarck y Thiers no se entendieron sin motivo en el pasad’ para destruir la Commune. ¿Qué hacer? Instruir bien a la milicia obrera; transformar la guardia obrera en ejército obrero; movilizar todo el proletariado; colocar bajo las armas a todos los explotados y a todos los trabajadores; instaurar una disciplina severa, centralizar la dirección de la resistencia a las ofensivas enemigas.
Cualquiera que sea la mentalidad federalista delos sindicalistas libertarios, cualquiera que sea su cariño por estos principios federalistas, el vulgar buen sentido obligaría a todo revolucionario a centralizar la resistencia para esta en condiciones de descargar en el momento útil y sobre el enemigo de clase en su punto más débil. Será, pues, preciso formar un ejército obrero, revolucionario, para defender las conquistas de la Revolución.
Durante esta lucha sobre los frentes interior y exterior, serán también preciso luchar contra la burguesía y los pequeños propietarios, contra toda la herencia del pasado, contra todos los prejuicios, contra los resultados de una explotación secular. La clase obrera es en España una minoría. Una parte de la clase campesina estará contra ella, puesto que los ricos no pueden esperar nada del Socialismo. Será preciso mantener fuertemente los bienes arrancados a la burguesía y reprimir todas las tentativas de recuperación por sus antiguos propietarios. Será inevitable recurrir a la violencia. Habrá que fusilar a los contrarrevolucionarios irreductibles. La burguesía no ha retrocedido nunca ante tales medidas cuando se ha tratado de restablecer su poder y de enseñar al proletariado el respeto de la sacrosanta propiedad. Pero no se puede fusilar a todos los contrarrevolucionarios irreductibles. Hay algunos que deben ser simplemente aislados, encerrados en las prisiones construidas por la burguesía. Algunos originales exclamarán: “Cómo violencias y prisiones al día siguiente de la Revolución social?”. Sí, Violencia y prisiones en tanto la resistencia de los explotadores no haya sido definitivamente quebrantada. So no los encerráis, serán ellos los que os encerrarán. En la guerra, como en la guerra.
Pero aquí surgen otras dificultades, de las cuales los sindicalistas no tienen la menor idea.
Supongamos que al día siguiente de la socialización solemne de las fábricas, de las minas, de todos los instrumentos de producción, por la C. N. T., los anarquistas y los individualistas no quieren hacer más que lo que su musa les dicta. Declaran “sonreírse” de las decisiones sindicales y tomar lo que les convenga: el dinero de los Bancos, los productos de los depósitos. No les importa la disciplina instaurada por las organizaciones obreras. Nosotros pensamos que ellos serán rápidamente colocados en condiciones de no perjudicar. Por bellas que sean las teorías anarquistas de esos señores, nosotros dudamos que se les consienta apropiarse de los bienes de la colectividad.
Insistimos en creer que serán pronto reducidos a la impotencia de perjudicar. Si se resisten con las armas, se emplearán las armas contra ellos.
Vemos, por consiguiente, que las circunstancias objetivas obligan a crear órganos de represión y también contra la reacción, contra el enemigo exterior y también contra aquellos que, trabajados por las ideas anarquistas o por otras ideas, infringen la disciplina proletaria y perjudican los intereses del conjunto del proletariado.
No terminan aquí las tareas revolucionarias de la clase obrera. Al día siguiente de la revolución, el reparto y la producción de los productos constituye un problema capital. ¿Qué es la producción? ¿Cuántos son los elementos? Los elementos son: mano de obra, fábricas, minas, mecanismo administrativo técnico.
Lo primero que hay que hacer es organizar la producción de manera que cada fábrica haga lo que le plazca?
España, no teniendo todas las materias primas que necesita, parece claro que será necesario un Centro encargado de su distribución.
España Importa, por ejemplo, algodón extranjero. Cada manufactura no va a importarla por su propia cuenta. El algodón será comprado según las estadísticas de conjunto establecidas sobre todas las manufacturas. Después será preciso repartirlo, y, para esto, una aparato centralizado será necesario para la producción, ya que es preciso en algunos momentos cerrar tal o cual fábrica. Si durante la lucha, la situación de España era muy crítica, si hubiera pocos productos y poco combustible, si los dreadnoughst democráticos de Inglaterra mantuvieran alrededor de las costas de España un boqueo obstinado, sería preciso cerrar diversas fábricas. Sería necesario escoger previamente entre ellas, proceder a clasificaciones. Esto no puede hacerse sin centralizar. Una región, una fábrica, no pueden decidir solas.
Los obreros de las manufacturas textiles quieren trabajar como los otros ; pero la clase obrera, en su conjunto, puede encontrar, en razón a la crisis de combustible, más conveniente el cierre de las manufacturas textiles, para consagrar el carbón disponible a las minas, eléctricas, a los caminos de hierro, a los tranvías, etc. Resulta que las cuestiones de producción no se plantean de manera federalista, sino que exigen la centralización.
¿Quién las resolverá entonces? ¿Siempre la C. N. T.?
Ella se ocupará de la producción, del reparto, de las defensa interior y exterior de la República, de la lucha contra la reacción. Vigilará las relaciones con las otras repúblicas obreras, etc. ¿Dónde estamos? He aquí que llegamos a comprobar que si los Sindicatos españoles desposeyeran a la burguesía, se verían obligados a crear un aparato de administración, un aparato de producción, un Estado obrero, obligados a instaurar la dictadura, a la cual algunos sindicalistas libertarios tienen tanto horror. Pero aquí intervienen otros sindicalistas, que dicen: “Nosotros no oponemos ninguna objeción a la dictadura de las organizaciones obreras; pero somos opuestos a la del Partido.”
¿Qué quiere decir esto? ¿En qué condiciones puedes combatirse con ventaja? Si el máximo de unidad de acción y de voluntad ha sido realizado en la gestión del país; si a la cabeza del mecanismo que se ha creado se encuentra un grupo de hombres maduros por las mismas convicciones, unidos sobre el mismo programa, unidos en su inteligencia en cuanto a las tareas y la táctica de la clase obrera; si, en una palabra, esos hombres forman un partido político. Que ese partido se llame sindicalista revolucionario, nosotros pensamos, en cuanto a nosotros, que se llamará comunista, poco importa; será un partido y ejercerá la dictadura de la clase obrera, porque la clase obrera debe ejercerla de una manera o de otra. Si los Sindicatos derribaran la burguesía, deberían proveer a la solución de cuestiones generales, crear órganos especiales para la producción y el reparto, directivas que los Sindicatos y los órganos especiales indicarían. Un examen minucioso de la cuestión nos lleva a concluir que los sindicalistas revolucionarios que niegan la dictadura y el Estado obreros, niegan, por eso mismo, la revolución.
Este es el indicio de una profunda incomprensión del mecanismo de la lucha social y de una concepción puramente metafísica de la lucha de clases.
La lucha de clases no es una vaga tormenta; tiene formas definidas y debe conducir a resultados concretos bien precisos; cuando la clase obrera obtiene la victoria, debe dar a esta victoria formas organizadas. Estas formas constituyen lo que nosotros llamamos el Estado obrero, el Estado del periodo de transición.
Cuando las clases sean abolida, cuando cese la resistencia de los explotadores, los órganos de represión y de dominación desaparecerán, y no quedarán más que los de la producción y distribución: habremos entrado en la sociedad comunista.
Así se plantea, en caso de subversión de la burguesía, la cuestión de la dictadura del proletariado.
Hemos supuesto que esta subversión será la obra de las organizaciones sindicalistas; pero es preciso decir que éstas, en tanto no hayan aprendido nada de la Revolución rusa, mientras luchen en “contra de toda dictadura”, no serán peligrosas para la burguesía. La metafísica anarquista no es temible para la clases dirigentes, y yo tengo miedo que mi premisa de una derrota del capitalismo pr los sindicalista libertarios, que obligaría a estos últimos a formar el Estado obrero, no sea más que una suposición gratuita, ya que la táctica de estos sindicalistas libertarios no es la de las victorias del proletariado, sino de sus derrotas.n no se plantean de manera federalista, sino extiles, para consagrar el carbde encontar,hacerse sin centralizar. Una regidican lque
LOZOSKI
euskadi roja
ORGANO en EUSKADI del PARTIDO COMUNISTA (S.E. de I.C.) PORTAVOZ de los SINDICATOS REVOLUCIONARIOS
Año I, San Sebastián, 11 Noviembre 1933 nº 34
Ver el documento original 3 MB