Del Anarquismo al Comunismo

 (continuación núm. 5)

 

No estaré contento hasta que no haya explicado a fondo el por qué de mi conocimiento limitado del marxismo. ¿Por qué no lo conocía? He aquí la explicación.

En mis primeros tiempos de “estudiar el socialismo”, y, como muchos otros americanos, me fui ingenuamente hacia lo que se suele llamar el Partido Socialista. ¡Bien recuerdo la pequeña librería de Saint Louis! Allí nos vendieron folletos y libros de divulgación socialista. “Los principios del marxismo”, explicados por el reverendo Fulano de Tal; “El Socialismo y la Iglesia”, por el reverendo Padre Mac Grady; “El Marxismo divulgado” por Fernando Lasalle (sin mención de que Marx denunció a Lasalle como charlatán; “El Socialismo”, por Kausisky; “El Socialismo”, por el reverendo C. H. Vale; “El Socialismo”, por Spargo; “El Socialismo”, por Carlos Eduardo Russell.

Levado por el idealismo juvenil, ingresé en la sección de San Luis del Partido Socialista. Nunca olvidaré aquella tarde en que asistí a un mitin en la pequeña sala de South Side. Oserre Ameringe habló larga y fervientemente para desmontar la acusación de que el socialismo desharía la familia, o se opondría al cristianismo, o haría cualquier cosa que no fuera honrada, como lo veríamos si eligiésemos un Ayuntamiento socialista. Yo siempre me cansaba y adormecía en los mítines, y sólo iba por un sentimiento de deber, teniendo la vista fija en la puerta para salirme tan pronto como el mitin hubiera terminado. Aquella vez fui el primero en salir, y bajé precipitadamente la escalera. En la salida me paró un hombrecillo desharrapado, quien me tendió un trocito de papel y huyó en la oscuridad. Al llegar al farol de una esquina, leí el papel. Era una hoja firmada “Grupo Anarquista”, y describía “Un plan para apoderarse de los arsenales y puntos estratégicos de la ciudad y defenderlos contra la policía, exactamente del mismo modo que hicieron los bolcheviques en 1917 para apoderarse de Petrogrado. ¡Qué tontería!, pensé yo, ¡Cómo un hombre sensato pudiera jamás pensar en la posibilidad o utilidad de eso! ¡Cuán mejor y más sensata era la explicación del reverendo Carlos H. Vale, del honrado y real plan marxista, de pedir a los obreros que voten por los socialistas!

Pero esa pequeña contradicción “anarquista” de “Marx” se me grabó en la memoria y no se borró a través de los años. Cuando vi poner este plan en práctica en Rusia, ¿es de extraño que dijera “esta es una táctica anarquista”?

Así que la lucha entre los cimientos revolucionarios y semirrevolucionarios de América se resumió en esta cuestión: “radical” o “conservador”.

La división entre anarquistas y socialistas no llegó más lejos que a una cuestión de táctica entre “radical” y “conservador”, que se empleaba como sinónimos de “acción directa” y “acción política”, “no Estado” y “Estado”.

Tan pronto como pasé de la primera etapa ingenua que me hacía aceptar los valores por su fachada exterior, mi temperamento me empujó hacia el lado “radical”. Renegué la idea del “Estado”, y rechacé el SOCIALISMO CIENTÍFICO, del reverendo C. H. Vale: “La Religión es un asunto privado y el Socialismo salva a la familia”, del Padre Mc Grady, lo mismo que la “Vulgarización Marxista”, de Lasalle. Yo no sabía entonces que el Partido Socialista era una inmensa máquina que sólo servía para mentir sobre el socialismo.

Me hice “radical”. Los primeros hombres a quienes oí repudiar el Estado, denunciar la Iglesia y la esclavitud conyugal, fueron los anarquistas.

Casi todos los americanos que tuvieron suficiente espíritu para rebelarse a la idea de vivir para siempre bajo la paternal tutela del Estado y la fuerza de espíritu y de corazón para atacar a las supersticiones de la masa, encontraron su primer alivio en las palabras de los anarquistas. Es probable que la mayor parte de ellos, con instintos comunistas, se fueron a los I. W. W. (Trabajadores Industriales del Mundo), dándoles aquel fondo filosófico de Bakunin y Juan Most. Con sorpresa veo eso claramente expresado por Lenin en su librito: “Ministros y políticos profesionales, socialistas “prácticos” y traidores al proletariado de hoy, han abandonado toda obra crítica del parlamentarismo a los anarquistas, y anuncian como “a n a r q u i s t a” toda crítica del parlamentarismo. No es, pues, de extrañar que el proletariado de los países más adelantados, habiéndose cansado de tales “socialistas” como los señores Scheidemann, David, Legien, Sembat, Renaudel, Henderson, Vanderveld, Stauning, Branting, Bissolati y compañía, hayan acordado sus simpatías cada día más al sindicalismo anarquista, a pesar de no ser éste sino el hermano gemelo del oportunismo”.

“La crítica corriente de los socialdemócratas modernos contra los anarquistas se ha reducido a esta trivialidad puramente “pequeño burguesa”: NOSOTROS, CIERTAMENTE RECONOCEMOS EL ESTADO, MIENTRAS LOS ANARQUISTAS NO LO RECONOCEN. Naturalmente, tales vulgaridades sólo pueden alejar a todo obrero revolucionario que piense algo.”

Robert MINOR

 (Continuará)

 

 

euskadi roja

ORGANO en EUSKADI del PARTIDO COMUNISTA (S.E. de I.C.)   PORTAVOZ de los SINDICATOS REVOLUCIONARIOS

Año II, San Sebastián, 3 Marzo 1934  nº 50

Ver el documento original   2,9 MB