Sobre la necesidad de que el proletariado sea la clase de dirigente de la revolución y que como tal ejerza su autoridad y hegemonía sobre la actividad emancipadora de todas las masas populares, parece no existen discrepancias de mayor monta entre las diversas tendencias ideológicas en que el mismo se halla dividido. Lo que ya no está tan claro, ni la unanimidad aparece por parte alguna es al determinar los métodos que han de seguirse para conquistar esta hegemonía y la forma organizada sobre la cual ésta debe ser ejercida.

Concepciones a cuál más sectarias van haciendo aflorar a la superficie ciertos síntomas que, de no ser cortados radicalmente, amenazan con comprometer gravemente, no sólo la constitución del amplio frente de lucha de todos los trabajadores, sino también la unidad de acción entre las diversas tendencias del propio proletariado. Reciente todavía ese desdichado acuerdo de someter a los parados a la sindicación obligatoria, otro nuevo hecho, cual el desplazamiento de tres trabajadores de S. de O. V., por imposición de los Sindicatos de la U. G. T. y C. N. T., de Vigo, viene a señalar el peligro de que se extiendan ciertas aberraciones en el movimiento del proletariado organizado.

Nosotros, que hemos saludado con alegría las gestiones aliancistas entabladas entre las dos grandes centrales sindicales, nos vemos hoy en la obligación de declarar que una tal alianza no la hemos concebido nunca como para se dirigida, con pretensiones exclusivistas, contra otros sectores proletarios, sino contra el enemigo común de todos ellos: el capital y el fascismo. Lo contrario es reverdecer las luchas fratricidas entre hermanos sujetos a la misma explotación, luchas cuyo resultado, lo hemos visto ya, se traducen en empujar hacia la férula política de la burguesía a una buena porción de trabajadores. Incluso sería conveniente ir reflexionando sobre lo que puede haber de turbio, por parte de determinado movimiento sindical, en el desarrollo de tal táctica, y ponerse en guardia contra ella pues bien; pudiera ocurrir que lo que se pretende justificar como una necesidad de forzar rápidamente “y de la manera que sea” la polarización orgánica de las fuerzas de la revolución, oculte en realidad un obscuro designio de resolver en provecho propio, y con miras partidistas, una criminal rivalidad sindical, para una vez logrado un primer objetivo premeditado, volverse airadamente contra el aliado de la víspera. ¡Alianzas, sí; pero con toda lealtad y sin tapujos ni mezquinas segundas intenciones.

Y si esto ocurre en el campo del proletariado, cuya unidad de acción es imprescindible, pues de ella depende en gran parte el que su influencia y autoridad entre el resto de las masas explotadas, haga comprender a éstas la conveniencia y necesidad de la dirección política revolucionaria de aquél, con cuánto mayor, cuán injustificado motivo, se extienden estas equivocadas concepciones a la actitud que éste debe observar respecto a sus  naturales aliados.

No ha mucho todavía se afirmaba desde la tribuna de un mitin que lo que el proletariado debe hacer con la pequeña burguesía es “agarrarla por el cuello para obligarla a caminar”, a guisa, por lo visto, de parapeto viviente que encajara los más duros golpes de la reacción y fuera desbrozando el camino de la revolución de su maraña más espesa. En realidad un y otra posición se complementan a las mil maravillas. Lo que de ellas resulta es de un esquematismo por demás pueril: lograda “como sea” la unidad de acción del proletariado, a éste ya no le resta otra labor que la de imponer por la razón de su fuerza, obligatoriamente, y a despecho de la mentalidad y condición social diferente de la pequeña burguesía, la incorporación de la misma al movimiento revolucionario. La paradoja aparece clara, un olímpico desprecio respecto a al pequeña burguesía para a continuación asignarla nada menos que un papel de vanguardia en la revolución. Todavía hay quien simplifica más las cosas y considera que con la pequeña burguesía nada hay que hacer, puesto que forma con la gran burguesía  y los terratenientes una sola masa reaccionaria.

Ya en mayo de 1875, Carlos Marx, en sus notas de crítica al Programa de Gotha, condenaba estas desviaciones lassallianas de los confeccionadores del mismo, y decía:

“. . . Por otra parte, el proletariado es revolucionario con respecto a la burguesía en tanto que tiende a arrebatar a la producción el carácter capitalista que la burguesía trata de eternizar.”

Pero el Manifiesto[1] añade que “las clases medias se hacen revolucionarias a causa de la perspectiva en que se encuentran de caer, en breve plazo, en el proletariado

Desde este punto de vista es, pues, absurdo hacer de las clases medias, conjuntamente con la burguesía, y por encima del mercado, de los feudales, una sola masa reaccionaria frente a la clase obrera.”

“Durante las últimas elecciones, se ha gritado a los artesanos, a los pequeños industriales, etc., y a los campesinos: “Frente a nosotros, no formáis, con los burgueses y feudales, más que una sola masa reaccionaria”.

Y si esto escribía Marx hace sesenta y un años, con mayor razón deber ser tenidas en cuenta dichas palabras cuando el movimiento revolucionario ha sufrido, en la cabeza del proletariado italiano y alemán particularmente, quebrantos tan sensible como consecuencia de una actitud indiferente o equivocada respecto a sus aliados.

Bien está que se realicen los mayores esfuerzos porque las diversas organizaciones sindicales se fundan en una sola central que reconozca y practique la lucha de clases; justo también que se quiera enrolar en el movimiento unificador a las masas más atrasadas del propio proletariado; pero ello sin imposiciones violentas que pueden dar resultados diametralmente opuestos a los que se persiguen. Pues aparte no ser la unida orgánica de todo el proletariado condición indispensable para el triunfo —aunque sería lo ideal— y si la unidad de acción, de consecución mucho más factible, las colectividades o elementos aislados  que fuesen forzados a sumarse a la corriente unificadora, jamás constituirían —hablamos en términos generales—  una plena garantía de fidelidad revolucionaria; por el contrario, serían los agentes más activos de la propaganda y acción contrarrevolucionaria dentro del movimiento obrero. Otro tanto cabe afirmar respecto a las consecuencias de un táctica poco inteligente con la pequeña burguesía. Ella se sumará a la revolución en la medida que el proletariado demuestre ser el único defensor de sus intereses y le ayude a resolver sus problemas, muy especialmente el de la revolución agraria, que afecta a las zonas más extensas de la misma: al campesinado. Pero tanto en un caso como en el otro, el problema de dirigir prácticamente la acción de esta masas y el de ganarlas para la misma acción, no puede ser planteado ni resuelto obligándolas a ingresar en determinado partido u organización sindical, sino a través de la constitución de los propios órganos de la revolución: las Alianzas Obreras y Campesinas, que por la sencillez de su estructura, convenzan a los más refractarios a la actividad colectiva de la necesidad de su ingreso en ellas; que por el carácter ampliamente democrático de las mismas, signifiquen una plena garantía de respeto a los derechos de cada un o de sus miembros, sin distinción de ideologías ni de condición social; que por la amplitud de sus programa, recoja los anhelos de todas las capas de la población laboriosa. Solamente a través de tales organismos puede adquirir consistencia el amplio frente de los explotados. Y solamente en virtud de la utilización revolucionaria de los mismos podrá el proletariado, a la manera que los partidos políticos dirigen el movimiento sindical, orientar toda la actividad revolucionaria sin que esta dirección aparezca ni tenga nada de humillante para nadie.

Juan ASTIGARRABIA

 [1]  El Manifiesto Comunista

 

 

euskadi roja

ORGANO en EUSKADI del PARTIDO COMUNISTA (S.E. de I.C.)   PORTAVOZ de los SINDICATOS REVOLUCIONARIOS

Año IV, San Sebastián, 13 Junio 1936  Segunda época  nº 30

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