Si los comunistas creen que el fútbol es el opio del pueblo, el Partido Comunista de España en los 60 era un campo de amapolas. Santiago Carrillo, reconocido aficionado del Sporting de Gijón que, de incógnito durante el exilio, iba a ver partidos de equipos españoles en el extranjero, comandaba las filas españolas y clandestinas de la hoz y el martillo y, en una de las más duras batallas de la historia de la organización, tuvo enfrente a un futbolista. No fue, evidentemente, un jugador cualquiera. El protagonista de esta historia había nacido en Rentería pero se había criado en la URSS, donde se hizo ingeniero a la vez que daba patadas a un balón. Jugó con la gloriosa camiseta roja de la URSS y defendió ese mismo emblema en la arena política hasta su muerte. Agustín Gómez tuvo muchos rivales, en el campo de fútbol y en el terreno de las ideas, pero ninguno tan duro como Carrillo.
Agustín Gómez Pagola fue uno de los muchos niños de Rusia que, en plena Guerra Civil, fueron enviados a la Unión Soviética huyendo de un futuro que proponía hambre y muerte. Con quince años, en 1937, dejó su Rentería natal para marcharse a Moscú. Ya era jugador de fútbol. De hecho, casi lo primero que hizo al llegar allí fue saltar al campo. «Se ha celebrado en el Estadio Dynamo, en campo reducido, el primer partido internacional infantil entre el equipo Stadio, de pioneros de Moscú, y el equipo vasco del sanatorio Óbninsk. Los capitanes Agustín Gómez y Kolya Kustov presentaron sus equipos. El partido terminó con 2 a 1 a favor del Stadio. Muchos millares de niños llenaban el campo», contaba el ABC de la época. En unos años, Agustín se había convertido en un comunista de manual, un amante de la Unión Soviética y, además, en un futbolista de prestigio.
La primera selección de fútbol competitiva de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas fue formada en 1923. Desde entonces y hasta los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952 únicamente disputó partidos amistosos. Como todo el deporte soviético, el equipo tenía una finalidad competitiva y otra política. Eran pioneros que debían dejar alto el nombre de la URSS y su modélico sistema deportivo. Entre los apellidos Nikolayev, Bashashkin, Petrov o Gogoberidze destacaba uno: Agustín Gómez Pagola. A sus 30 años era capitán del FC Torpedo de Moscú, tras haber pasado por el Krasnaya Roza y el Krylia Sovetov Samara. En su carrera ya se había enfrentado a los mejores: incluso marcó a Ladislao Kubala en su debut internacional con Hungría. Pero ir a unos Juegos era otra cosa. Y aunque el equipo cayó pronto (ganó a Bulgaria 2-1, pero se vio eliminado por Yugoslavia en un partido de desempate tras el 5-5 del primer encuentro), el apellido Gómez quedará para siempre en la historia del fútbol soviético. Igual que en la del Torpedo, el club de la industria del automóvil, que logró meter la cabeza en el dominio del Dynamo, el CSKA y el Spartak (donde jugaba otro niño de Rusia, el bilbaíno Ruperto Sagasti) ganando la Copa Soviética en 1949 y 1952.
Tras el mal resultado de los Juegos Olímpicos, Gómez, que había sido suplente en el torneo, indicó que al equipo le había pesado la tensión de tener los ojos de las más altas instancias de la nación pendientes de ellos. Claro, no todo el mundo podía sobrellevar esa presión como él. Claro, los otros futbolistas no eran a la vez militantes del PCE ni eran enviados con cierta frecuencia por Europa en misiones organizativas de los comunistas españoles, siempre bajo el paraguas de papá PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética). Claro, no había muchos futbolistas, ni entonces ni nunca, con la historia política de Agustín Gómez.
En 1953 muere Stalin y en 1956 se producen los primeros acuerdos para que algunos de esos niños, ya adultos, regresaran a España. En ese contingente viene Agustín Gómez, en una maniobra que el Régimen de Franco vende como la salvación de cientos de españoles del peligro soviético. Gómez, claro, no estaba interesado en que lo salvaran de nada. Llegó a formar parte entonces del Atlético de Madrid, aunque apenas jugó. Con 34 años el fútbol de altísimo nivel se había acabado para él y, además, su misión era otra. Ahora venía al país que tuvo que abandonar siendo un adolescente a ayudar a los comunistas en la clandestinidad. A su entrada en España fue interrogado, como todos los que volvían, por las autoridades franquistas. El 12 de diciembre, la División de Investigación Social, además de catalogarlo como «de los que trabajan», escribía en un informe: «Durante su estancia en Rusia fue jugador de fútbol, perteneciente al equipo denominado Torpedo de Moscú. Al parecer está pendiente de autorización de la FIFA para su fichaje en el Atlético de Madrid, en cuyo equipo se entrena y con el que formó parte el día 8 contra el club de fútbol alemán Fortuna de Düsseldorf».
Gómez, agente del KGB y máximo responsable del Partido Comunista de Euskadi, ya retirado del fútbol profesional (que entonces era poco más que una tapadera), se dedicó a entrenar a equipos de cantera en Tolosa, Guipúzcoa, aunque su principal quehacer era el de activista al servicio de Moscú. Finalmente tuvo que huir de España y vivió en varios países latinoamericanos, entre ellos Venezuela, con diversas identidades. Nunca dejó de ser un dirigente del PCE.
Su gran enfrentamiento con Santiago Carrillo se produce en 1968. La URSS decide aplastar la Primavera de Praga, el tímido intento del presidente checoslovaco Alexander Dubček de salirse de la ortodoxia soviética y proponer una apertura con lo que llamaba «socialismo de rostro humano», e invaden el país. Entre 200.000 y 600.000 soldados del Pacto de Varsovia (Unión Soviética, Bulgaria, República Democrática de Alemania, Hungría y Polonia) y 2.500 tanques invaden el país para frenar el intento de reforma. El PCE, con una corriente liderada por Carrillo, decide que va a condenar la invasión. El sector más ortodoxo y cercano a Moscú se niega. Entre ellos, Agustín Gómez, el más fiel a Moscú.
«Agustín había venido a trabajar con nosotros en las cuestiones de Euskadi y recuerdo que reprochó entonces a los soviéticos mantener a veces posiciones de “gran potencia”. Su aprobación [a la condena a la invasión] no fue obstáculo a que más tarde, tras la invasión, participase en un proyecto de escisión prosoviética junto con Eduardo García López [Secretario de Organización del PCE en ese momento]», declaró Santiago Carrillo. No parece cierto que Gómez aprobara la condena a la invasión, ni mucho menos. Más bien al contrario. Simplemente, como recogen las actas, dijo que «no voy a hacer nada que perjudique la unidad del partido». Pero lo que nunca se pudo poner en duda fue su fidelidad a las órdenes que llegaban de Moscú frente al reto de Carrillo, que ya empezaba a escorarse hacia lo que se llamaría eurocomunismo, alejado del comunismo ortodoxo soviético.
En esos momentos las tensiones eran ya insostenibles y Agustín Gómez y Eduardo García López, el otro militante de su misma tendencia, eran expulsados del partido, aunque Carrillo diera a entender con la frase del anterior párrafo que fueron ellos los que se habían ido para fundar su partido. Un año después también sería suspendido de militancia Enrique Líster, héroe militar de la Guerra Civil. Gómez nunca aceptó su expulsión, y criticó duramente a Carrillo por lo que, a su juicio, era el aislamiento del PCE del resto de partidos comunistas del mundo, así como su postura transigente con la Iglesia. Muchos militantes abandonaron el PCE con el héroe futbolista, y fundaron un partido con un nombre que espantaría al marketing político actual: PCE (VIII y IX Congreso). Más que una escisión, reclamaba ser el verdadero Partido Comunista de España bajo el paraguas de Moscú. De hecho, su primera decisión fue expulsar a Santiago Carrillo por «alta traición a la causa comunista».
Fue un puñado significativo de militantes el que siguió a Gómez, identificado con las esencias oficialistas del comunismo. «Camarada Agustín Gómez, tu causa ¡triunfará!», se leía en carteles del nuevo partido. Financiado por Moscú, el PCE (VIII y IX Congreso) incluso comenzó una edición paralela del periódico Mundo Obrero, con la cabecera roja en vez de negra. En 1980 desaparece formalmente tras fusionarse con el Partido Comunista de los Trabajadores, que el año anterior había obtenido casi 48.000 votos en las Elecciones Generales. De ahí surgiría un partido que hoy sigue vivo: el Partido Comunista de los Pueblos de España, garante de las esencias de la ortodoxia comunista que defendió siempre Agustín Gómez, y que en las Elecciones Generales de 2011 obtuvo 26.436 votos.
La salud de Gómez, el valeroso futbolista del Torpedo de Moscú, el agente del KGB, el hombre fuerte de PCUS en España, se fue deteriorando poco a poco. Regresó a Moscú, la tierra que más quiso, y falleció cuando quedaban tres días para que cumpliese 53 años y cuatro para que muriese Francisco Franco. Un año después, Santiago Carrillo decidía, sin permiso de Moscú, regresar a España tras pactar con Adolfo Suárez. Cuando volvió tenía preparada una casa en Madrid. La encargada de que todo estuviera perfecto fue Carmen Sánchez Biezma, hija de un republicano asesinado en 1947… Y esposa de Agustín Gómez.
En el cementerio Donskoi de Moscú, entre tumbas en cirílico, destaca una con letras del alfabeto latino. Es negra y lleva la foto de un hombre no muy mayor: es Agustín Gómez Pagola, y bajo su efigie suele haber flores rojas y una inscripción en español, ya casi borrada por el paso del tiempo: «Dirigente comunista». Lo fue hasta el último día. El fútbol sólo fue un medio para hacer la revolución.
El final de esta historia está recogido tal y como lo escribo por todas las fuentes consultadas, que supongo que beben del trabajo del periodista Julián García Candau. Y ese desenlace es cierto… Pero no lo es. Me explico: Carmen Sánchez-Biezma es mujer del comunista Agustín Gómez, pero no de Agustín Gómez Pagola, sino de Agustín Gómez Puerta, residente en Vallecas y felizmente vivo para corregir al autor de este libro.
Agustín Gómez Puerta me escribió una carta sacándome del error. Y añade más datos: su esposa, que efectivamente preparó la casa de Carrillo, es hija de un comunista asesinado a patadas por la policía en los terribles años 40. Su madre fue condenada a 16 años de prisión y ella misma pasó dos años por la cárcel por el común delito de oponerse al régimen. Agustín Gómez Puerta ni es futbolista ni estuvo al servicio de Moscú, sino, como relata en su carta, «al servicio de los pueblos de España y de la democracia».
Por suerte, este libro ha llegado tan lejos que él lo pudo leer para corregir el tremendo fallo del autor. Desde estas páginas mi agradecimiento eterno y mi admiración por una familia que luchó y pagó con la vida y la libertad para que las generaciones posteriores viviéramos en un país donde se pueden editar libros como este.