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Biografía
Nacido el 17 de noviembre de 1903, hijo de un obrero carpintero carlista pasaitarra y de una cigarrera oriotarra.
Autodidacta y sindicalista.
Estudió en el colegio de La Salle y comenzó a trabajar a los 11 años, en diversos aprendizajes, hasta que se orientó hacia la carpintería. A diferencia de su hermano mayor Luis, admiró el anarquismo moderado aunque compartió su pasión por la lectura. Se adhirió a la Federación local de Sociedades Obreras, junto con él. En 1924 opta por la escisión comunista dedicándose los tres hermanos Zapirain a la propaganda en plena Dictadura de Primo de Rivera. Fue secretario del Sindicato de la Madera. Formó parte del comité de huelga de la construcción en 1930, siendo encarcelado.
II República.
Se presentó a las elecciones municipales de 1931 por el distrito de Atocha. Fue detenido, junto con su hermano Luis, en la huelga de pescadores que tuvo lugar tras la proclamación de la República. En 1931-1932 asistió a un curso en la Escuela Leninista de Moscú. Al estallar la crisis del PCE, adoptó la postura de la Internacional Comunista frente a la política de Bullejos y desistió de seguir en la URSS. Tras el IV Congreso del PCE, fue asignado a Bilbao para cumplir el cometido de orientar la Federación Vasco-navarra en esta dirección, siendo designado secretario general de la misma. En 1935 fue detenido en el fuerte de Guadalupe por su participación en la formación de las Alianzas posteriores a la gran huelga, siendo, a los meses, puesto en libertad provisional en espera de un juicio militar que lo absolvió. Tras el triunfo del Frente Popular (1936) pasó a integrarse en la redacción de "Mundo Obrero" de Madrid.
Guerra y exilio.
Vive en esta ciudad con la dirigente vasca Angelina Santamaría cuando estalla la guerra y se le nombra instructor del ejército popular y luego Comisario político en el frente de Somosierra y otros, entre los cuales Guadalajara, Brunete, Jarama, Andalucía y Cataluña. Cortada la zona republicana, pasó a Valencia y Cartagena donde organizó la evacuación de las gentes del PCE mediante la toma del aeropuerto militar. Es Comisario de Brigada de Estado Mayor, rango equivalente a Coronel. Desembarcó en Orán y fue recluido junto con muchos otros en campos de concentración hasta ser enviados a Francia, de allí a la URSS y de ésta, en misión, a Chile y a la Argentina.
Detención y campaña internacional.
Casa con la argentina Dora Trumper en 1943, con la que tuvo una hija. En 1944 va en misión clandestina de reorganizar el partido a España hasta caer en una redada en agosto de 1945 junto con Santiago Álvarez. El hecho desencadenó una campaña internacional que salvó a los detenidos de la pena de muerte. Zapirain estuvo diez años en el penal de Palencia, al cabo de los cuales fue expedido, junto con su mujer e hija que habían acudido a España, a México, primero, Uruguay después.
Actividad exterior.
El partido lo envía luego a Checoeslovaquia, como miembro del Comité Central del PCE y bajo el nombre de Roque Sergio. Se le encarga en el verano de 1956 la revitalización del PC de Euskadi desde París, junto con su hermano Luis, pero ambos son detenidos, juzgados y expulsados yendo a Checoeslovaquia. Residirá 20 años en este país, donde estaban representadas las sedes de todos los PC salvo el de la URSS, trabajando en la "Revista Internacional" y en la lucha antifranquista.
Vuelta a Euskal Herria.
Vuelve a su tierra en 1979 estableciéndose en Donostia como miembro de Honor del PC de Euskadi y del de España, y militante de CCOO. En 1993 lograba, junto con su mujer, que su única hija, Aurora, y tres nietos volvieran de Rusia y se establecieran en Donostia. Murió en esta ciudad el 18 de enero de 1996, a los 92 años de edad. Ref.Jiménez de Aberásturi, Juan Carlos: Protagonistas de la historia Vasca: Sebastián Zapirain, Cuadernos de Sección n° 6, Historia y Geografía, Eusko Ikaskuntza, 1985, 105-190. Extensa y riquísima entrevista a este veterano político en la que aflora multitud de datos sobre el PC de Euskadi y de España.
Entrevista a Sebastián Zapirain
Entrevista a Sebastián Zapirain. Juan Carlos Jiménez de Aberásturi entrevista en cinta magnetofónica a Luis Zapirain, que nos ofrece un valiosos testimonio personal por la información histórica que contienen. Nos aporta datos de interés político y social sobre el período de la Dictadura de Primo de Rivera hasta la Guerra Civil, por el valor político de la figura de Sebastián de Zapirain, militante sindicalista de la Federación Local de Sociedades Obreras. Habla de su lucha contra el Franquismo desde la resistencia y de su exilio
Protagonistas de la historia Vasca: Sebastián Zapirain, Cuadernos de la Sección n° 6, Historia y Geografía, Eusko Ikaskuntza, 1985, 105-190.
Retener lo que desaparece inexorablemente, recordar lo vivido, hacer hablar a los que nunca hablaron pero sí actuaron, a los que no producen discursos ni documentos importantes pero son los que a menudo soportan el peso de los acontecimientos históricos, es una de las principales tareas de la disciplina, reconocida a nivel universitario e internacional ([1]) que se conoce, quizás impropiamente, con el nombre de historia oral. Las posibilidades técnicas brindadas por el uso y extensión del magnetófono ([2]) han posibilitado la ampliación de esta práctica que aunque objeto de algunas críticas y reticencias —muchas de ellas justificadas— constituye hoy en día un método necesario para estudiar determinados períodos históricos o determinados aspectos de un período histórico. Como se ha señalado más arriba, la historia oral no es propiamente una nueva historia, ni siquiera un método rigurosamente nuevo. No es una nueva manera de hacer la historia ya que ésta no puede hacerse, desde una perspectiva científica, recurriendo únicamente a fuentes orales. Supone, eso sí, una nueva fuente documental —aunque no tan nueva como pueda parecer a simple vista— utilizada ya por sociólogos, etnólogos y lingüistas, que aporta un elemento auxiliar, a veces muy valioso, para el estudio de la historia en un determinado momento. Elemento que, hasta hace no mucho tiempo, no ha sido tenido suficientemente en cuenta o ha estado, sencillamente, relegado. Así pues, es necesario considerar que el uso de las fuentes orales, y en concreto la utilización de la autobiografía, tanto a nivel individual, como ocurre en este caso, como a nivel masivo en el caso de los estudios que abarcan un amplio grupo social, debe ser un complemento, una fuente auxiliar del trabajo histórico dentro del campo de la historia contemporánea ([3]). Los testimonios orales nos dan a menudo una visión donde toman un gran peso los factores subjetivos, culturales, ideológicos, etc. Al estudiar un período histórico crítico, una época de transformaciones sociales importantes, nos aporta un punto de vista, el modo de ver y sentir de los protagonistas que rara vez acceden a expresar sus razones, su visión de los acontecimientos, sus motivaciones, de manera pública o documental.
Los testimonios de aquellas personas que han tenido una vida singular son únicos y perecederos. Si los protagonistas desaparecen se llevan con ellos el recuerdo de su vida y de su experiencia personal, es decir, su testimonio. Pero si, como ya se ha dicho, la historia no puede ser escrita en base a testimonios orales, esto resulta más claro aún cuando se hace referencia a acontecimientos políticos o sociales donde abundan las interpretaciones y los puntos de vista más dispares y donde la tentación de rehacer la historia a posteriori es muy fuerte ([4]). En ningún caso pueden sustituir el estudio de la base material sobre la que se asientan. Pero, también, como ha señalado un especialista del tema «para la historia más contemporánea, parece difícil, si no imposible, despreciar los testimonios de testigos o agentes históricos» ya que nos permiten obtener «ya sean nuevos hechos, ya sea una percepción nueva de hechos ya conocidos ([5])». Además, lo que puede ser considerado en algunos casos como un grave defecto de los testimonios orales —su subjetividad— puede constituir en otros el principal tema de interés, cuando se trata, precisamente, de estudiar cómo se vivieron a nivel subjetivo determinados acontecimientos políticos y sociales, desde las diferentes perspectivas que da la pertenencia a grupos sociales diferenciados ([6]). Pero si no podemos aspirar a una objetividad absoluta —por otro lado utópica— en base a estos materiales, sí nos pueden ayudar a reconstruir ciertos períodos históricos en los que ni siquiera se ha elaborado una historia evenemencial clásica —lo que ocurre a menudo en Euskadi en lo que se refiere a su época contemporánea— y nos pueden ayudar también a conocer la valoración de las diferentes situaciones que hace el testigo aún teniendo en cuenta que en muchos casos éstas pueden deber más al presente que al pasado vivido. Esto es, por cierto, uno de los escollos con los que tropieza la explotación de las fuentes orales. Existe y puede existir un efecto distorsionante teniendo en cuenta que, debido al tiempo transcurrido, el testigo ha ido sumando a su memoria nuevos datos aportados por lecturas o conversaciones que pueden modificar sus juicios o vivencias. Este es un elemento importante a tener en cuenta, relacionado estrechamente con el de la veracidad de los testimonios. Como éstos están fundados normalmente sobre autobiografías se ha señalado con frecuencia el peligro que puede suponer aceptarlas acríticamente. A este respecto Jerry White ha escrito, subrayando el hecho de que el método autobiográfico «refuerza una conciencia histórica superficial y con ello llega a tergiversar la realidad. En primer lugar, y a un nivel filosófico nacional, raramente somos objetivos respecto de nosotros mismos: de hecho, puede que sea imposible serlo. Ocultamos, pasamos por alto o justificamos nuestros defectos, nuestra vida secreta, nuestras equivocaciones embarazosas o trágicas. No se trata necesariamente de que mintamos acerca de nosotros mismos o que digamos cosas que nunca pueden ser verdad: tienen una validez dentro de sus propios términos. Se trata de que en todo momento deberíamos considerar la autobiografía como un tipo valiosísimo de comprensión histórica, pero un tipo con prejuicios y tergiversaciones inmanentes. Nunca puede ser completo por sí mismo» ([7]).
Hasta el momento, la principal aplicación de las fuentes orales ha sido para estudiar, a nivel histórico o sociológico, las reacciones o vivencias de clases o grupos sociales ante acontecimientos concretos. La búsqueda de información queda, en estos casos, en un segundo plano ya que la investigación no viene planteada por la necesidad de buscarla sino por la de estudiar el modo en que un determinado grupo social ha vivido unos hechos y ha reaccionado ante ellos. En este sentido, las fuentes orales se aceptan «no sólo como fuente de información complementaria, particularmente preciosa para la historia de las mentalidades de los ambientes populares, sino como un medio de acercamiento específico para penetrar en el interior de una cultura o de una conciencia colectiva ([8])».
Si en general hay que tener en cuenta estas apreciaciones y tomar determinadas precauciones al acercarnos al entrevistado, es obvio que éstas deben ser reforzadas al tratarse los testigos de representantes, en una u otra medida, de fuerzas políticas, sindicales, religiosas, etc. La tendencia del testimonio oral será a justificar o ensalzar, con todo lo que conlleva de menoscabo para la veracidad testimonial, a la propia fuerza política o corriente ideológica en la que se hallaba o se halla el protagonista, aunque, también es verdad, que en el caso contrario, es decir, cuando existen rupturas ideológicas profundas y radicales, el testimonio puede ser deformado por razones contrarias a las aquí señaladas. Esto, en este tipo de trabajo, resulta inevitable y plantea el problema de la «veracidad» del testimonio ([9]). Sólo cabe frente a este riesgo, referimos a los hechos concretos conocidos o tratar de contrastar determinadas afirmaciones con otros testimonios de signo diferente o contrario que hagan de contrapunto y obliguen a precisar, definirse o contradecirse al entrevistado. Hay que subrayar igualmente a este respecto que las entrevistas deben incluir como trabajo previo una preparación basada en la búsqueda de documentación por los métodos clásicos, consultando archivos, hemerotecas y las memorias y testimonios dejados por otros protagonistas de manera que, al abordar al testigo, se cuenten con los datos necesarios para salvar las dificultades arriba señaladas.
A pesar de todo lo dicho, en algunos casos, particularmente en lo que se refiere a la historia política, sobre todo en el caso en el que el protagonista haya desempeñado un papel relevante o de cierta responsabilidad, el testimonio puede tener una gran importancia y ser insustituible, aún teniendo en cuenta sus limitaciones. Ante la ausencia o escasez de fuentes documentales o la inaccesibilidad a determinados archivos, como ocurre en el caso de algunas organizaciones políticas o sindicales, sobre todo teniendo en cuenta la avanzada edad de algunos de los protagonistas, hace que el recurso al testimonio oral sea esencial e imprescindible en numerosas ocasiones, sobre todo para historiar el período contemporáneo.
Para terminar, y a manera de síntesis, citemos rápidamente cuáles son, según Ronald Fraser uno de los especialistas del tema ([10]) las tres áreas fundamentales sobre las que puede trabajar la historia oral ([11]). En primer lugar está la aportación de nuevos datos para determinados períodos históricos en los que faltan o son escasos los proporcionados por los métodos clásicos.
La segunda área de trabajo de la historia oral debe centrarse en el estudio de la praxis popular, en recuperar para la historia la «experiencia vivida, las luchas diarias y conscientes de una mayoría del pueblo» ([12]), con lo cual se enlaza ya directamente con la historia social en sus diversas variantes. El sujeto se convierte por lo tanto en un sujeto colectivo. Es lógico que de ahí se pueda pasar con facilidad al tercer apartado en el «que la historia oral puede servir para la indagación del papel de la conciencia, de la subjetividad en el proceso histórico» ([13]). Se pasa así al nivel de la conciencia, de la representación y valoración de los hechos, de las mentalidades y de las ideologías, de las estructuras culturales, buscando, como ha señalado este mismo autor «reconstituir las actitudes de una mayoría silenciosa y hasta ahora silenciada» ([14]). Como es lógico deducir, una investigación de este tipo, supone una carga de trabajo y una planificación que incluye obviamente también un trabajo colectivo amplio y contrastado y el marco de una institución adecuada.
El testimonio que hoy presentamos aporta datos de interés a nivel político y social para el período que va de la Dictadura de Primo de Rivera al franquismo. En primer lugar, su interés viene dado, para la historia de nuestro país, por la figura de su protagonista, inmerso en las luchas sociales del período pre-republicano, como militante sindicalista de la Federación Local de Sociedades Obreras sobre la que tan poco sabemos. Su testimonio, además de aportar información sobre este todavía período oscuro de nuestra historia, marca e individualiza la realidad social de Guipúzcoa que queda claramente delimitada dentro del conjunto vasco por su singularidad y sus características propias lo que demuestra, una vez más, que el empleo de términos globalizadores para referimos a la realidad vasca en el período pre-franquista puede resultar abusivo desde el punto de vista histórico por la variedad y contrastes que encierra. Los hermanos Zapirain —Luis, Sebastián, Agustín— vivieron intensamente las luchas sociales de este período para separar sus destinos y sus actividades con el advenimiento de la República y el estallido de la guerra. Sebastián marchará fuera de Euskadi a combatir el franquismo en otras tierras pero, como él mismo dice, con la vista siempre puesta en su País, al que no pudo volver al ser detenido en Madrid, a su vuelta de América, en 1945. Su testimonio no es un testimonio neutro, como no lo es el de nadie que haya combatido al franquismo desde las distintas filas de la Resistencia. Partiendo de su militancia y de su ideología, su historia enlaza con la de otros miles de vascos que desde otros campos, lugares o puntos de vista, formaron las abnegadas filas de la oposición antifranquista.
Si traemos a estas páginas el testimonio de Sebastián Zapirain es, además de lo expuesto, debido a que, habiendo sido programada su presencia en el ciclo de Mesas abiertas organizadas por la Sociedad de Estudios Vascos bajo el título de «Protagonistas de la historia vasca (1923-1950)» que se celebraron en el Palacio de la Diputación de Guipúzcoa (21 a 23 de mayo de 1984) no pudo acudir por hallarse gravemente enfermo en aquellos momentos. Para suplir aquella ausencia y aprovechando ya la ocasión para rebasar el período cronológico marcado, presentamos hoy este interesante testimonio personal.
ENTREVISTA
S. Zapirain: Yo nací en San Sebastián el 17 de noviembre de 1903, en la calle Aldamar no 16, 5º izquierda, en el barrio de la Brecha de la Parte Vieja. Hijo de obreros: mi padre era de origen campesino, natural de Pasajes en el barrio de Trintxerpe, del caserío Aran-Eder. En aquella misma zona había otros caseríos como Illumbe, etc. que también eran de tíos y otros parientes nuestros. Mi madre, también de origen campesino, era natural de Orio, y llegó a San Sebastián con aquellas jovencitas que vinieron como pioneras de la elaboración del tabaco. En aquella época había en los estancos un servicio de elaboración de puros. Estas muchachas trabajaban allí mismo y el propio establecimiento los vendía. Cuando se constituyó el Monopolio de Tabacos, todas las que habían trabajado en estos estancos tuvieron prioridad para integrarse en la fábrica de tabacos que se estableció en San Sebastián, en aquel entonces en la calle Garibay, a espaldas de la Diputación. Mi padre, que tuvo que abandonar el caserío por razones de limitación de terreno cultivable y falta de trabajo para todos en el mismo (eran varios hermanos), trabajaba como carpintero, muy capaz ya que lo mismo hacía una lancha que un confesionario con rasgos de talla, algo de ebanistería, etc. También se instaló en San Sebastián. Nosotros fuimos cinco hermanos —tres hermanos y dos hermanas— y todos nos incorporamos desde bien temprano al trabajo. Fuimos en primer lugar a la Escuela Pública y luego a la Escuela de los Hermanos de La Salle que todavía hoy continúa en la calle San Juan de la Parte Vieja donostiarra. Mi hermano Luis salió de allí para el noviciado donde continuó hasta poco antes de tomar el hábito que es cuando lo dejó. Yo estuve en la Escuela hasta cerca de los 11 años. Para entonces yo ya tenía un conflicto muy serio. En mis confesiones —según me decían— había problemas que no eran ya de confesionario sino de sacristía ya que en vez de decir rutinariamente los pecados lo que hacía era plantear dudas y preguntas. El párroco de San Vicente, don José Eguino, una bellísima persona, que posteriormente llegó a obispo, era quien me decía esto cuando le planteaba todo aquello de la Encarnación. etc.
Jz. de Aberasturi: ¿Cuántos años tenía entonces?
Zapirain: Unos 9 ó 10 años. El problema era que la Escuela de La Salle donde yo estudiaba era obra de unos filántropos donostiarras, Agustín Brunet y Juan Muñoa, y, claro, yo era un hereje en ciernes. A la vista de la situación solía ir cambiando de confesionarios para decir el cuento de siempre: que si había tocado el culo a una chica, malos pensamientos, masturbación, etc. yendo allí donde la penitencia era menor. Así íbamos aprendiendo la picaresca...
A los 11 años empecé ya a trabajar en diferentes cosas. Mi primera colocación fue como pinche de un establecimiento de armería cuyo dueño era un tal Juan José Errasti. Su esposa, Da Juliana Mendía era una gran modista de San Sebastián, con una gran clientela y bastante personal. Este Errasti era un grabador de Eibar, especialista en damasquinado. Estaba muy vinculado a la Corte y hacía las inscripciones de las copas que se repartía? en las regatas, Club Náutico, etc. Allí ganaba 75 céntimos al día y por ello, mi padre me regaló un reloj. Esto ocurría hacia 1914, antes de estallar la I Guerra Mundial. Pero empecé a cansarme de aquel trabajo ya que cuando no había mucho que hacer el patrón me mandaba a donde su mujer que me hacía repartir los vestidos de sus clientas. Allí iba yo con las cajas de vestidos como un mariquita de manera que las chicas del taller y mis amigos se burlaban de mí. Entonces me cabreé pues pensaba que ya era mayorcito para andar así y me puse a trabajar, en la misma calle Hernani, en la Guarnicionería de Rodrigo Lasa. Había bastantes —unos ocho— obreros y yo entré como aprendiz.
Para entonces tendría ya unos 12 años. Aquí estuve más de un año pero surgieron también problemas ya que me mandaban a hacer las compras, acompañar a los niños a la escuela de las monjas de la calle Oquendo, etc. Así pues, de allí pasé a trabajar como meritorio en la empresa «Material Industrial», en la calle Miracruz enfrente del cine Trueba. Allí estuve también algún tiempo hasta que por fin entré en el oficio. Comencé de carpintero, primero ayudando un poco a mi padre y luego ya en diferentes talleres. Uno de éstos, del que guardo mejor recuerdo, fue el de Antonio Azpiazu que estaba en la calle Echaide y que me ha permitido en la actualidad disfrutar del Seguro de Vejez e Invalidez (SOVI), lo que llaman la pensión de la «perra gorda». Entonces no existía la legislación que hay hoy en día y no se pagaba ninguna cuota de seguridad social. Solamente algunos patronos daban alguna suma al Estado y de manera voluntaria. Este Azpiazu era uno de ellos, lo que me ha permitido contar actualmente con una pequeña ayuda. Al entrar en el trabajo, empezaron también las inquietudes de tipo filosófico y social. Hay que tener en cuenta que los tres hermanos habíamos sido educados por los padres en el catolicismo más acendrado. Mi padre se vanagloriaba de haber sido testigo de la tercera guerra carlista. Era carlista —no jaimista— y acudía al Círculo Tradicionalista y participaba en sus actividades. Pero, frente a la educación paterna, nosotros íbamos descubriendo nuevas cosas ya que éramos lectores acérrimos. Todo el dinero que ganábamos —y para aquella época ganábamos bien, yo en concreto, en 1924, 12,50 pts.— nos lo gastábamos en libros. Empezamos con toda la literatura surgida en tomo a la guerra del 14 y la Revolución rusa del 17. Antes de esa época, desde el 14 al 17 e incluso al 20, los dos hermanos pequeños consumíamos mucha literatura pero de una manera bastante desordenada. Mi hermano mayor, Luis, que tenía conocimientos superiores al Bachillerato y había estudiado para profesor en el noviciado de La Salle de Irún, tenía más método. El, ya para entonces se reía de nuestro talante anarquizante ya que nosotros leíamos todo lo que caía en nuestras manos sobre el anarquismo. Recuerdo que durante una época estuve ocupado intentando digerir unas palabras muy sentenciosas para mí, de Vargas Vila, un novelista y ensayista colombiano. Este había escrito una frase que para mí era un frontispicio de la duda y del desconcierto. Decía así: «Nadie y Nada. Nadie, el heraldo de los días sin amigos y de las horas sin amor. Nada, el heraldo de los días sin gloria y de las horas sin esfuerzo». Estos dos heraldos acompañaban a este anarquista filósofo que decía también: «Si Dios existe el mundo es una iniquidad, si Dios no existe, el mundo es un absurdo». Así pues, con estos elementos trabajaba mi joven cerebro en una búsqueda continua. Salí del Colegio sin violencia ni problemas, al contrario de lo que le ocurrió a Astigarrabia y a otros. Seguía buscando y, cuando empecé con la literatura anarquista, cambié también de ambiente, alejándome de los antiguos condiscípulos de la Congregación o de los de la Schola Cantorum de la parroquia de San Vicente. Así comencé a relacionarme con otra gente. Entre los que recuerdo está Schiapuso que no sé si estaría emparentado con el Schiapuso anarquista que había entonces y que tenía una fábrica de lejía en la calle Moraza o por el barrio de Amara, no recuerdo bien. Estaban también un tal Pancorbo, un tal Zulaica con el que tuve contactos de lucha, Miranda y algunos otros. Estos eran los más destacados del grupo anarco-sindicalista de San Sebastián. Con ellos anduve algún tiempo pero no me convencía del todo el carácter violento de la acción directa. Prefería la doctrina que se propagaba en la «Revista Blanca» y en otras publicaciones anarquistas.
Jz. de Aberasturi: ¿Qué edad tendría entonces?
Zapirain: No llegaría yo entonces a los 15 años de edad. Todo esto era a finales de la I Guerra Mundial. Los primeros libros sobre la revolución rusa, de un tal Tasin, no comenzaron a llegar aquí hasta 1918 ó 1919. La literatura a nuestro alcance eran libros de Bakunin, Kropotkin, Stimer, Prudhomme. Más tarde llegó la literatura marxista: Engels, Marx, Lafargue... Todo ello suponía ya una clara ruptura con los curas y con el medio familiar. Mi padre era buenísimo pero tenía un carácter algo feudal. Vivíamos ya el choque, el antagonismo entre dos culturas. Mi padre murió en 1921, cuando mi hermano mayor estaba en el servicio militar en África, por lo cual le dieron permiso. Fue un shock. Murió el día de la tamborrada, el día de San Sebastián.
Así pues, poco a poco, con nuestras ansias de leer y con un poco de método que nuestro hermano mayor nos introdujo, empezamos a darnos cuenta que lo más importante era la actividad práctica. Por ello, al mismo tiempo que seguimos con nuestras lecturas, nos afiliamos a los Sindicatos.
Jz. Aberasturi: ¿Existía ya entonces una organización socialista estructurada en San Sebastián?
Zapirain: Sí. La fuerza preponderante que funcionaba en San Sebastián, desde el punto de vista político, era la Agrupación Socialista. Sin embargo, tenía muchas dificultades en el movimiento sindical ya que la Federación Local de Sociedades Obreras era autónoma, es decir que no pertenecía a la UGT.
Jz. Aberasturi: ¿Se refiere a antes o después de la escisión de 1921?
Zapirain: Antes y después. La Federación Local de Sociedades Obreras, cuando nosotros nos acercamos a ella, albergaba a socialistas y anarquistas. Luego vino la escisión de la que surgieron los comunistas que como es sabido provenían en su mayoría del campo socialista. No era mi caso como ya he dicho ya que yo provenía del campo cristiano. En este contexto entramos en los Sindicatos donde entré enseguida en contacto con algunos elementos comunistas. Recuerdo a Moriones, a Pastor, Jesús Miguel, Félix Cuenca y algunos cuantos más. Conocí también de referencia, aunque no directamente, a Rafael Marín, que era el fundador. Así pues, con el comienzo de la Dictadura empiezan ya los contactos orgánicos con los comunistas.
Yo me considero realmente comunista, al igual que Astigarrabía y otros, en el año 1924, lo que pasa es que entonces no había carnets ni nada, y como no éramos hombres públicos, manteníamos esa «cobertura». Veníamos a ser un poco los intelectuales de aquella corriente. Astigarrabía ha recordado en alguna de sus declaraciones que fueron los hermanos Zapirain los que le proporcionaron el libro que fue fundamental para su evolución y su formación de comunista, es decir, «El Capital» de Karl Marx. Debido a nuestro poder adquisitivo teníamos una gran biblioteca. Los salarios que cobrábamos hacían que —como una vez me señalaron en la Escuela Leninista de Moscú— perteneciésemos a la «aristocracia obrera», constituida por medio artesanos medio obreros, con vinculaciones un tanto patriarcales con la patronal. Es decir, que no éramos los verdaderos obreros de la industria, los proletarios de Altos Hornos o de la zona minera. Trabajábamos en talleres de 8 ó 10 obreros con cierto compadrazgo con el patrón. En esencia esto era cierto.
Jz. Aberasturi:... Por lo menos en Guipúzcoa.
Zapirain: Sí, en Guipúzcoa. Aquí era además donde los salarios estaban más altos. Por ejemplo si nos referimos a los estibadores podemos decir que Pasajes estaba a la altura de Sevilla o Barcelona. En la industria del mueble, tanto en carpintería como en ebanistería, los salarios no eran inferiores a los más altos de otros puntos de España. El caso es que pudimos formar una buena biblioteca con la que proporcionábamos libros a los demás compañeros.
Nuestro principal trabajo político era como propagandistas. Hacia 1926-1927 formábamos ya un grupo tan compacto que parecíamos una secta. Estaba Astigarrabía que pasaba temporadas aquí y otras veces en otros puntos de España ya que trabajaba en la construcción. También estaban Pastor, Jesús Miguel, Martín, Moriones, Félix Cuenca, Urondo, Jesús Larrañaga, mis dos hermanos, etc.
En aquellos tiempos nuestra labor como comunistas tenía dos vertientes: por un lado difundir las ideas marxistas-leninistas, revolucionarias, en Euskadi. Repartíamos folletos y algunas revistas como «El Comunista» y «Bandera Roja» que salía en Bilbao. También distribuíamos «La Correspondencia Internacional» que nos llegaba a través de nuestros enlaces en el «Topo» y en los ferrocarriles. De esta última vendíamos solamente en San Sebastián 80 ejemplares, en plan clandestino, durante la época de la Dictadura. Formábamos un grupo que pudo llegar a 12 ó 15 y que estábamos todos sindicados. Esta era la segunda vertiente de nuestra actividad: la labor sindical. Erarnos todos cuadros sindicales. Yo llegué a ser Secretario del Sindicato de la Madera y mi hermano Luis Secretario de la Asociación de Dependientes y Empleados. Teníamos gente en Alimentación, Artes Gráficas, Metal, Construcción... Así pues, como ya he señalado, alternábamos nuestra labor como propagandistas —vendiendo folletos, revistas, sellos del Socorro Rojo Internacional, propaganda de la Internacional Sindical Roja, etc.— con la labor sindical. Nuestro estilo de trabajo en aquella época de la Dictadura era curioso y original y expresaba, sin proponérselo, nuestra condición de vascos. Nos gustaba salir a las sidrerías de Astigarraga, Martutene, Alza y Usurbil, donde había buena sidra y organizábamos nuestras «cazueladas». También solíamos ir a las tabernas de Tolosa y Hernani. Allí, al calor de la merienda nos poníamos a cantar. Como éramos buenos cantantes —sobre todo Jesús Larrañaga que tenía una voz especial y cantaba en vascuence tan perfectamente como en castellano que también lo dominaba al 100 por 100, con aquella fisonomía tan verdaderamente mística que tenía— atraíamos la atención de la gente. Aprovechábamos el momento para sacar los sellos del Socorro Rojo, folletos, revistas, etc. Hay que decir que en la mayor parte de los sitios lográbamos nuestro objetivo. En otras ocasiones nos llegaba el aviso de que venía la Guardia Civil y entonces salíamos en estampida. Este fue nuestro primer ejercicio político: acción propagandística y una vida muy fraternal. Desde el punto de vista social estaba, como ya he dicho, nuestra actuación en los Sindicatos. Existía entonces la Federación Local de Sociedades Obreras, la Solidaridad de Obreros Vascos y también los sindicatos «amarillos», mixtos entre patronal y obreros, a los que había pertenecido mi padre. Pero existían posibilidades de unidad de acción y así, en más de una ocasión, hicimos huelga en aquella época, la Federación Local de Sociedades Obreras y Solidaridad de Obreros Vascos.
Así, por ejemplo, hubo unas huelgas famosas, en 1930, cuando se estaba construyendo la fábrica de Michelín de Lasarte y la Papelera «Oarso» de Rentería. Fue una huelga de la construcción y a mí me tocó participar en ella en tanto que Delegado del Sindicato de la Madera de la Federación Local de Sociedades Obreras. Había gente nuestra, entre ellos Astigarrabía y Manolo Asarta que también era de la construcción, y también Jesús Larrañaga como dirigente sindical. Los de la madera me eligieron a mí como representante suyo en el Comité de Huelga que se organizó con este motivo. En este Comité estaba también Manuel Zulaica que era anarco-sindicalista. La Papelera «Oarso» de Rentería era una gran fábrica, para cuya construcción concurrieron trabajadores de varias regiones, encontrándose elementos de diversas tendencias, incluso gente de cierto relieve de la CNT. Hasta elementos de los Sindicatos Libres quisieron intervenir en ella. La Federación de los Obreros de la Madera consiguió hacerse cargo de la huelga. A mí me tocó ir a parar, con otros camaradas, las obras de Michelín de Lasarte. Estábamos viendo el desarrollo de la acción desde un pequeño montículo cuando fuimos rodeados por la Guardia Civil que nos detuvo, aunque algunos camaradas lograron huir. La Guardia Civil, a caballo, nos llevó andando por carretera hasta Usurbil, a lo que entonces se conocía como la «perrera». Allí estuvimos día y pico y nos sacaron para trasladarnos a la cárcel de Ondarreta cuando ya había terminado la huelga. Mi mayor satisfacción fue, cuando al ser conducidos a la cárcel, pasamos por la carretera delante de los talleres de Michelín. Íbamos, yo en medio esposado, Zulaica a la derecha, y otro, un tal García creo que se llamaba —sindicalista sin filiación concreta— a mi izquierda. Los obreros de la obra levantaban los azadones y picos a nuestro paso gritando: «¡Ahora vamos a por vosotros! ¡A sacaros de la cárcel!» Otra gran satisfacción de esta huelga fue que nada menos que José Bullejos nos vio también cuando nos conducían por la carretera a la cárcel. Por aquel entonces tenía su centro de operaciones en Bilbao. La huelga fue un gran triunfo, lográndose un aumento de salarios de un 17 %. Una de las condiciones para terminar la huelga fue que se nos dejase en libertad, cosa que el Gobernador Civil había prometido. Así, el 26 de abril de este año, salimos a la calle Jesús Larrañaga, Eusebio Toribio, Manuel Zulaica y yo.
Poco después de nuestra salida se celebró el mitin del 1º de mayo donde por nuestra influencia en la Federación de Sociedades Obreras hablaron los siguientes oradores: Jesús Miguel, Jesús Larrañaga y Ricardo Urondo, comunistas, y Severino Chacón, dirigente de la Federación de Tabaqueros.
Desistió de acudir al mitin el dirigente socialista Ovejero, que había sido invitado.
En este mismo año de 1930 hubo más huelgas en las que participamos. El 5 de mayo se produjeron huelgas de peones en general, de albañiles y de los trabajadores de la empresa Múgica. Se produjeron algunos incidentes y hubo varias detenciones. El 15 de mayo se declararon en huelga los obreros de la Madera, lo que ocasionó también varios choques con la policía y originó algunas detenciones. El 18 de mayo, organizamos en San Sebastián, una manifestación, reclamando la liberación de los detenidos con motivo de las últimas huelgas. Partiendo de la Plaza Guipúzcoa, la manifestación atravesó el Boulevard en pleno concierto de la Banda de Música —era domingo— llegando hasta el Gobierno Civil, donde una Comisión fue recibida, entregando un escrito en el que se reclamaba la liberación de los detenidos.
El 23 de junio se declaró en Sevilla una huelga general en protesta por la agresión de la policía a los obreros aceituneros en huelga de la casa Luque Luna, lo que ocasionó varios muertos. Al día siguiente hubo choques, tiros y cincuenta detenciones. Murió un niño por un disparo de la policía. La huelga se extendió por Andalucía y el 1 de julio por la zona industrial de Vizcaya. También el 1 de julio se extendió la huelga en San Sebastián y Pasajes, produciéndose varios incidentes, particularmente en Pasajes, y practicándose varias detenciones. El juicio contra los detenidos en estas huelgas del mes de julio, se celebró más tarde, el 21 y 22 de enero de 1931. El segundo día, el fiscal modificó sus peticiones de pena que al comienzo había fijado hasta en seis años para los principales encausados, dejándolas así: dos años de prisión para Fidel Lizarraga, Juan Astigarrabía y mi hermano Luis; un año para Jesús López y mi hermano Agustín; seis meses para Blas Lategui y cuatro meses para Francisco Cobos. Fue retirada la acusación contra Marcial Zabaleta. La sentencia fue absolutoria para Marcial Zabaleta y Francisco Cobos, condenándose a todos los demás a seis meses de prisión. Todavía en 1930 hubo más huelgas y movimientos reivindicativos. A fines de agosto se declararon en huelga los trabajadores de la pescadería donostiarra por reivindicaciones económicas y el 2 de septiembre se produjo un fuerte choque de los huelguistas con la policía frente a la estación de los Ferrocarriles Vascongados, resultando herido de bala el huelguista Francisco Lasheras. El 6 de septiembre, ante el fallecimiento del obrero herido, se produjeron nuevos choques con la Policía y la Federación de Sociedades Obreras declaró una huelga general de 24 horas en señal de protesta. El paro fue total, cerrando incluso gran parte del comercio. Se produjeron nuevos choques con la Policía que causaron dos heridos de bala y muchas detenciones. La huelga se extendió también a Pasajes y Rentería.
El 27 de septiembre se declararon en huelga reivindicativa unos cinco mil pescadores de la zona de Pasajes-San Sebastián. Entre sus peticiones figuraba el descanso semanal. La huelga fue unánime y vigorosa y se resolvió al día siguiente con un resultado favorable a los pescadores. En todos estos movimientos actuábamos nosotros activamente.
Jz. de Aberasturi: ¿Estas actuaciones eran a través del Partido o de los Sindicatos?
Zapirain: A través del Sindicato. Aunque nos movíamos como comunistas esto quedaba siempre bien diferenciado. Nuestra escuela fundamental —la de los comunistas de aquel entonces— era la lucha sindical. En las asambleas y debates —cosa que no ocurre hoy día— se discutía mucho. Hay Asambleas históricas de la Federación Local de Sociedades Obreras en las que comunistas, socialistas y anarquistas defendían cada cual su punto de vista. Había veces en que las discusiones eran algo violentas pero como siempre estaba presente un delegado de la autoridad que controlaba las asambleas, la situación se atemperaba un poco. Así pues vuelvo a insistir en que por nuestra práctica teníamos en primer lugar una formación sindical y luego política.
Jz. de Aberasturi: Antes de seguir adelante quisiera que nos hablase algo de la situación de la Federación de Sociedades Obreras hacia 1921. Este año se produce la escisión entre comunistas y socialistas lo que, por lo menos en Vizcaya, provoca la ruptura dentro del movimiento sindical, entre estas dos corrientes políticas. Así por ejemplo, Leandro Carro que era Presidente del Sindicato Metalúrgico de Vizcaya fue expulsado por los socialistas y hay muchos más casos similares. ¿Se desarrollaron los acontecimientos de una manera similar en Guipúzcoa?
Zapirain: Esto es muy importante. Como ya he dicho la Federación de Sociedades Obreras era autónoma, es decir, que los socialistas nunca pudieron lograr que estuviera inscrita en la UGT. Los anarquistas estaban también dentro de la Federación ya que aquí el Sindicato Único no pintaba nada. En Vizcaya sí tenían algo. Allí la situación era diferente. Existían los Sindicatos de la UGT y luego la oposición que actuaba desde fuera. Para que veas cómo actuábamos entonces te diré que en aquel tiempo, en una taberna que había en la calle Miracruz nos reuníamos los que llamábamos la «fracción». De esta «fracción» de oposición a la tendencia socialista dentro de la Federación de Sociedades Obreras formábamos parte comunistas y anarquistas. Ambos teníamos una cosa bien clara y era que la Dictadura había puesto al descubierto el colaboracionismo de clase de la UGT que incluso prestó su apoyo desde el punto de vista social con la entrada de Largo Caballero como Consejero de la Dictadura, sin hablar de los Comités Paritarios, Jurados Mixtos, etc. Es decir, una constante oposición a la verdadera lucha de clases. Nosotros denunciamos en todo momento este colaboracionismo de la UGT. Nos resistíamos a aceptar y acatar las decisiones de la Comités Paritarios y, allí donde era posible, pasábamos de la denuncia a la acción, con protestas, firmas y, en alguna ocasión que otra, huelgas que eran declaradas ilegales y en las que tuvimos que chocar más de una vez —como ocurrió en San Sebastián— con el esquirolage de los ugetistas.
En lo que se refiere a nuestro trabajo propagandístico y proselitista en el orden político, al que ya he hecho referencia antes, quisiera añadir algunas cosas. En primer lugar hay que tener en cuenta que llevábamos una orientación política que no era más que el fruto de nuestro aprendizaje comunista en el que, naturalmente, la asimilación del marxismo era muy pobre. La herencia que nos dejaba el PSOE no era nada aleccionadora. Aparecía reverdecido lo que Lenin había ya señalado con tanta lucidez: el extremismo enfermedad infantil del comunismo. De todas maneras teníamos algunas ideas claras y así, el problema nacional lo entendíamos desde el punto de vista de un enunciado político. Íbamos además más lejos. No sólo planteábamos el reconocimiento de las nacionalidades de España sino que estábamos contra la guerra colonial y por la liberación de Marruecos y las demás colonias. Hasta el punto de que cuando tuve que ir a África, me las arreglé para no tener que pegar un tiro. Es decir, nosotros ya teníamos en aquella época, aunque fuese de una manera esquemática, la idea del problema de las nacionalidades, que los socialistas no tenían en cuenta y que por lo tanto no podíamos haber heredado de ellos. Pero aparte de esto estaban las actitudes radicales. Se puede decir en este sentido que toda la trayectoria del grupo Bullejos-Trilla-Adame estaba guiada por unas concepciones que negaban en su proceso dialéctico lo que representaba la revolución democrática-burguesa. Para ellos, la liquidación de la Dictadura se asociaba a la implantación de la República de los Soviets en España. Es decir, se hacía un trasplante automático de la experiencia de la revolución soviética. Lo mismo que ocurrió con la revolución húngara y fue un fracaso. Para entonces ya se nos señalaba por parte de la Internacional Comunista que la revolución española tenía que pasar por una fase de revolución democrática burguesa, profundizada en su carácter social. No se podía pues, poner a los soviets frente a la República y seguir con los planteamientos de clase contra clase, frente único, etc. como lo hacíamos todavía en el año 31. El grupo de Bullejos tendía pues a saltarse las etapas de la revolución y a convertir al Partido en una secta aislada de las masas. Recuerdo cómo, partiendo de esta base, la Internacional Comunista tuvo verdadero interés en promover cuadros comunistas en España para lo cual se mandó a varios militantes a la Unión Soviética a estudiar en la Escuela Leninista de Moscú. En la primera promoción fue Vicente Uribe de Bilbao y un tal Hurtado. A mí me tocó ir en la del año 31-32. Salí de la cárcel donde estaba entonces y, después de pasar el primer fervor republicano, el grupo de Guipúzcoa me designó para que fuese a Moscú por un ano al curso de la Escuela Leninista. Allí, en la Escuela, que entonces dirigía la viuda del famoso escritor soviético Yarolavsky, pude estudiar las características de la revolución española y analizar las desviaciones en las que había caído el grupo de Bullejos y en las que seguían insistiendo. Como era buen alumno fui señalado para quedarme tres años más en Moscú con el fin de aprender el profesorado de marxismo-leninismo. Erarnos tres candidatos para quedamos allí: Jesús Hernández que luego sería ministro de Educación durante la República, Luis Cabo Giorla que sería Gobernador de Murcia durante la guerra, y yo. Los otros dos se resistieron —fueron más hábiles que yo— y no quisieron quedarse. Entonces me designaron a mí. Pero la crisis había estallado ya en el Partido en tomo a la política de Bullejos. El grupo vasco, a pesar del aprecio que pudiésemos tener por él, habíamos empezado ya a chocar con su política, por eso asimilamos rápidamente las orientaciones de la Internacional Comunista sobre el caso. Debido pues a esta crisis, los veinticinco españoles que estábamos en Moscú salimos pitando para España asignados a diferentes puntos. Así pues. a caballo del 31-32, vinimos a España a luchar contra este grupo Bullejos, grupo que, por otro lado, ya se había liquidado estando nosotros en Moscú. Traíamos un documento de la Internacional en el que se denunciaba la actuación de Bullejos. El IV Congreso del PC de España se celebró los días 17 a 21 de marzo en el pabellón de los Estados Unidos de la Exposición sevillana, cerrándose con un gran mitin en el cine Monumental. Según los primeros datos que se dieron entonces, asistieron a él 201 delegados de las provincias, que representaban a 8.547 militantes, además de 20 delegados de las Juventudes que representaban a 3.570 miembros y 55 delegados de fábricas y organizaciones obreras que representaban a 90.000 trabajadores. Para la Presidencia del Congreso fueron elegidos, José Díaz por Sevilla, Miguel Caballero por Córdoba, Carpintero por Villa Don Fadrique, Gonzalo por Asturias, Arque de Barcelona, Dolores Ibárruri por Vizcaya y mi hermano Luis por Guipúzcoa, que fue promovido al Buró Político como se llamaba entonces a lo que hoy es el Comité Ejecutivo. Astigarrabía y Larrañaga fueron nombrados para el Comité Central.
Poco antes de este Congreso se celebró una Conferencia regional de la Federación Vasco-Navarra del Partido. A principios de 1932 la dirección de la Federación había sido detenida en Vizcaya, estando al frente de ella Vicente Uribe. El Partido encargó a mi hermano Luis hacerse cargo de la Federación y preparar su conferencia regional, con vistas al IV Congreso del Partido que, como ya he dicho, se celebró en Sevilla. Esta Conferencia regional se celebró pues en Vizcaya los días 13 y 14 de marzo, con asistencia de 65 delegados, representando a un millar largo de militantes, más 1.300 de las Juventudes y 145 pioneros, de las provincias vascas, más algunos representantes de Logroño y Santander. La base de la Conferencia constituyó la «Carta abierta de la Internacional Comunista» dirigida al PC de España, criticando la línea sectaria mantenida por la dirección —el grupo Bullejos— en el curso de la revolución que se desarrollaba en España. La Conferencia designó los delegados que debían asistir al Congreso de Sevilla.
Después de este Congreso de Sevilla estalló en Vizcaya una huelga general exigiendo la liberación de la dirección de la Federación Vasco Navarra del Partido que llevaba detenida, como ya he dicho antes, desde principios del año 32, siendo puesta por fin en libertad como consecuencia de esta huelga.
A la vuelta de Moscú, José Mendiola; Beatriz Bautista, su mujer; uno de las Juventudes de Baracaldo cuyo nombre era Ugarte, y yo, habíamos sido asignados a Bilbao. Nuestra misión era controlar y orientar la Federación Vasco Navarra del Partido que comprendía las tres provincias vascas, Navarra y también Santander, Burgos y la Rioja. Esta organización no tenía ningún carácter expansionista sino que venía dada en función de nuestra capacidad organizativa en el marco general de España.
Así pues, tras la celebración del IV Congreso del Partido y nuestra incorporación al trabajo político recién venidos de Moscú, se celebró un Congreso de la Federación Vasco Navarra del Partido en el que se eligieron los cargos directivos de esta Federación. Yo fui nombrado Secretario General; J. Mendiola secretario de organización; Leandro Carro secretario sindical; Aurelio Aranaga de la cuestión agraria; Arsenio Bueno de Propaganda; y de Juventud aquel camarada de Baracaldo de nombre Ugarte que —como ya he dicho— había estado también con nosotros en Moscú. Vicente Uribe ya no figuraba en la directiva de la Federación ya que había sido promovido al Comité Central al igual que mi hermano y los otros que he citado antes. En este Congreso de la Federación estuvo presente V. Codovila como consejero permanente de la Internacional Comunista en España.
Jz. de Aberasturi: Antes de pasar a otros temas quisiera insistir un poco en lo que se refiere a la política del grupo de Bullejos. Este da a entender en sus «Memorias» que la política izquierdista que se le achacaba no era en realidad más que un producto de los consejos u órdenes de la propia Internacional Comunista. Por ejemplo, refiriéndose al papel que jugaron los delegados de la IC en la «Conferencia de Pamplona» escribe: «Se reunió ésta, a la que denominamos en términos de clandestinidad Conferencia de Pamplona, en la primera semana del mes de marzo de 1930, en una casona situada junto a un pequeño río en uno de los poblados aledaños de Bilbao, en Dos Caminos. Por las circunstancias históricas en que se reunía y los acuerdos que se adoptaron tuvo esta Conferencia el carácter y la importancia de un Congreso. Asistieron delegados de todas las Federaciones regionales y provinciales. La delegación internacional pudo participar personalmente en todas las sesiones, pues las medidas de vigilancia que habíamos tomado nos ponían a salvo de cualquier sorpresa policíaca.
El primer proyecto de ponencia política lo habían redactado en París los delegados de la IC, sobre todo el delegado alemán, más interesado en verter al castellano las tesis del VI Congreso de la IC que de interpretar la realidad política española. Partiendo de la caracterización que aquel Congreso hizo de la situación mundial, considerada en el aspecto económico, España había entrado desde hacía tiempo en la fase de desarrollo capitalista, con elevados índices de concentración industrial, predominio del capital financiero y de los monopolios y preponderancia en la dirección del país de la gran burguesía bancaria e industrial.
Apoyado por Adame y Arrarás refuté el proyecto de la delegación internacional que correspondía a un país con características estructurales y un grado de desarrollo económicos distintos a España. Si bien era cierto que en los últimos años, estimulado por la orientación política de la dictadura, habían aparecido en nuestro desarrollo económico algunas formas inferiores de capitalismo financiero y se habían creado varios importantes monopolios, no lo era formular la conclusión de que nuestro país había entrado ya en la etapa del capitalismo financiero. De ser esta apreciación correcta, se imponía la revisión de la tesis que caracterizaba la revolución española como democrático burguesa, propia de los países poco evolucionados industrialmente»([15]).
Zapirain: Es muy interesante. Nosotros traíamos de la Escuela Leninista la versión de todo este proceso. Evidentemente la IC reconocía que había orientaciones dadas por ella misma que había que cambiar y es lo que hizo Dimitrov en el VII Congreso de la IC. Yo pienso que cuando Bullejos se defiende de esta manera tiene algo de razón en el sentido de que cuando él actúa lo hace bajo la influencia de la IC. No hay que olvidar que estamos en plena época staliniana. A la altura de hoy en día yo tengo que recoger esta autodefensa de Bullejos como una explicación del origen del por qué él pudo tener estas desviaciones. Ahora bien, otra cosa es la persistencia en no rectificar, el no querer ir a Moscú cuando se le llama antes del IV Congreso, el persistir en esa idea, no queriendo recoger las conclusiones que se estaban sacando en cuanto a la necesidad del cambio de línea..
Hubo errores y yo los asumo, sobre todo los de la época de Stalin. Hay que hacer un esfuerzo para comprender la situación en aquella época. ¡Con decir que cuando estábamos preparados para que nos fusilasen, en 1945, yo pensaba gritar ¡Viva Stalin! ¡Viva la Unión Soviética!
Yo acepto la explicación de que las desviaciones de tipo extremista y radical derivaban de las propias enseñanzas de la IC. Tampoco tenemos que olvidar que más de un delegado de la IC fue luego fusilado por Stalin, al igual que algunos consejeros que estuvieron luego aquí durante la guerra.
Jz. de Aberasturi: Hay otro ejemplo en este sentido que también refiere Bullejos. Se trata de la llamada «Conferencia de Durango» celebrada en este pueblo en agosto de 1927. «Pocas semanas antes de la Conferencia llegó a Bilbao un delegado directo de la Comintern para ayudarnos —escribe Bullejos— y colaborar con nosotros pero cuya misión principal era convencemos de la equivocada conducta que seguíamos absteniéndonos de participar en las elecciones a la Asamblea Nacional Consultiva. El delegado del Ejecutivo, Valetzky, era uno de los dirigentes más destacados del Partido Comunista Polaco, al que representaba en el Presidium de la IC. Antes de la revolución rusa había actuado junto a Lenin y tenía una gran historia de revolucionario. Su experiencia y talento políticos eran muy notables, y poseía una vastísima cultura. Muy pronto comprendió que las instrucciones recibidas eran equivocadas y, en consecuencia, toleró primero y aceptó después nuestra actitud.
... Un mes después la realidad confirmó el acierto de nuestra actitud. El 12 de septiembre de 1927 el gobierno creó la Asamblea Nacional Consultiva, cuyas atribuciones eran limitadísimas y poco importantes. No hubo elecciones, y sus miembros fueron nombrados directamente por el gobierno. A los socialistas les concedieron siete puestos, pero el PSOE y la UGT rechazaron los nombramientos, hechos directamente por el gobierno» ([16]).
Zapirain: Sí. Exacto. Admito de Bullejos la explicación de los errores. Ya he dicho que nosotros no teníamos entonces un bagaje marxista y que nuestros errores eran en gran parte producto de nuestro aprendizaje. Yo conocí a Bullejos y trabajé con él. Hubiese ido con él hasta el fin del mundo pero eso no quita que poco a poco nos fuésemos dando cuenta de las contradicciones que había en sus planteamientos. Todos teníamos la impronta staliniana en nuestra formación. Efectivamente, Primero de Rivera no cambió la estructura del país, pero sí se iban produciendo fenómenos que hacían que el capital financiero penetrara en el campo y la oligarquía cambiase por lo tanto algo de su naturaleza. No era un país capitalista muy desarrollado pero ya empezaba a ser un país con cierto desarrollo. De todas maneras aunque hubiese sido un país tan desarrollado como Francia tampoco se podía producir la revolución socialista.
Jz. de Aberasturi: Volviendo a Euskadi y a los tiempos finales de la Dictadura y principios de la República se puede decir que, a nivel político y sindical, había una clara diferenciación entre Guipúzcoa y Vizcaya. Los enfrentamientos, a menudo violentos, entre diferentes fuerzas políticas y sindicales, la creciente importancia de un Sindicato católico y nacionalista como SOV...
Zapirain: Sí, en efecto. Aquí en Guipúzcoa, este tipo de enfrentamientos violentos no se dieron. Hay que decir que en la conformación del PC de Euskadi, donde más enraizado estaba por su propia naturaleza, era aquí, donde la mayor parte de los componentes éramos vascos. Al revés que en Bilbao donde la mayor parte provenía de la emigración aunque también había elementos como Aranaga. Esto lo ilustra muy bien la siguiente anécdota: «Amados feligreses —así empezaba un sermón en una parroquia donostiarra de aquella época, creo que Santa María o San Vicente— vivimos un momento de preocupación no solamente en el aspecto social sino por los embates del laicismo, por el avance del anticristianismo que se extiende ya por nuestra sociedad guipuzcoana, por la sociedad vasca en general. Antes, para oír hablar de socialismo había que poner un apellido delante: «Fernández», «Gómez», «Zamora», pero hoy el comunismo lo están propagando y llevando por todos los ambientes apellidos como «Larrañaga», «Astigarrabía», «Zapirain», «Arriolabengoa», «Urondo»... Esto es lo que se decía desde los púlpitos donostiarras cuando nosotros empezamos a actuar. Llamó mucho la atención en aquel entonces ya que, el que más o el que menos, todos éramos entonces «hijos de frailes», como suele decirse. Jesús Larrañaga había estado a punto de tomar el hábito de jesuita; Arriolabengoa iba para dominico; mi hermano Luis había dejado el noviciado de La Salle... Fue una verdadera explosión. Recuerdo cómo el Director de la Fábrica de Tabacos, donde trabajaba mi madre, le dijo un día: «Señora Jesusa, dígale a su hijo que no sea loco. Que venga aquí a trabajar, que tiene prioridad y como carpintero puede estar aquí magníficamente. ¡Qué deje todo! ¿Pero cómo es posible? ¡Sus hijos metidos al comunismo!» Pero esto no era por casualidad. Lo que pasaba es que los comunistas de Guipúzcoa nos habíamos formado a través de la vida sindical basada en la unidad de acción con los socialistas y otros elementos. En Vizcaya se habían formado políticamente y su participación en los sindicatos fue menor. Además, los que participaron fueron pronto expulsados de los sindicatos como consecuencia de la trayectoria que Bullejos imprimía a toda actividad reivindicativa y huelguística. Yo fui testigo de esto en Vizcaya. Recuerdo el local que tenían los llamados Sindicatos Autónomos, en Cantarranas, en una bodega, cerca de la calle San Francisco. Nos habían echado de casi todos los sindicatos y de otros nos habíamos marchado nosotros. La trayectoria sindical de Vizcaya era distinta de la nuestra. Nosotros estábamos más enraizados en la sociedad.
Jz. de Aberasturi: ¿Cómo se explica esta situación? Hay que tener en cuenta que en un momento dado, antes de la República, la dirección del PC de España se instaló en Bilbao y allí actuó el mismo Bullejos. ¿Su influencia no llegaba a Guipúzcoa, tenía ésta cierta autonomía, había aquí un equipo coherente que no acataba todas las directivas...?
Zapirain: Más que autonomía era que Vizcaya era absorbida por sí misma. En Vizcaya, todo hay que decirlo, la lucha de clases era más aguda. Esta es la verdad. Aquí ha habido siempre más fraternidad entre la patronal y el asalariado. No había una gran industria. Era más bien pequeña, de transformación, etc. A esto hay que añadir la emigración que de forma masiva se dio en Vizcaya y no en Guipúzcoa. Este último factor hizo que el marco de la lucha fuese más el de la lucha de clases y no apareciesen tan claramente otros rasgos que podía presentar la sociedad vasca como el de sus características nacionales y su propia idiosincrasia como nacionalidad.
Jz. de Aberasturi: Llegamos así al año 1931 y a la instauración de la República.
Zapirain: El 12 de diciembre de 1930 se produjo la sublevación de Jaca y el 15 estalló el movimiento revolucionario republicano en toda España. Inmediatamente fue declarado el estado de guerra y la censura previa en todo el país. En Guipúzcoa se declaró la huelga general, con choques con la fuerza pública en San Sebastián, Tolosa, Placencia, Eibar, Arechavaleta, Mondragón, Irún, Rentería, Pasajes y otras localidades. En San Sebastián el movimiento estuvo bien organizado, teniendo a su cabeza al director del periódico «La Prensa» Manuel Andrés, al doctor Bago, al sargento de carabineros Ortega, a Manuel Cristóbal Errandonea y otros. Disponiendo de algunas armas, los grupos confabulados ocuparon Correos y lugares estratégicos de la ciudad, intentando el asalto al Gobierno Civil donde estaba concentrada la fuerza pública. Los grupos políticos concertados para el movimiento, republicanos, socialistas y sindicalistas, no quisieron contar con los comunistas y, a consecuencia de ello, entre los días 13 y 14 fueron detenidos en sus casas todos los camaradas conocidos por la policía, por ignorar que se preparaba el movimiento. Cuando los grupos armados intentaron el asalto al Gobierno Civil, no pudieron hacer uso de las bombas de mano que poseían, pues hubiera costado la vida a los detenidos ya que los calabozos estaban a la entrada del edificio. A pesar del tiroteo el asalto fracasó, pereciendo en el intento el sargento y el número de los Cuerpos de
Seguridad Modesto López de Muniain y Emilio Montero. Fueron detenidas numerosas personas y según la versión oficial dela época hubo 15 procesados por la Justicia Militar, un gran número a disposición gubernativa, habiendo logrado huir unos diecisiete.
Más tarde se desarrolló una campaña nacional en todo el país en favor de una amnistía general para todos los presos políticos. La Federación de Sociedades Obreras de San Sebastián convocó a una manifestación por este motivo que saliendo del local de la calle Puerto llegó hasta el Gobierno Civil. Según la información de la prensa de entonces se reunieron unas quince mil personas. Se entregó al Gobernador un escrito pidiendo la amnistía firmado por los 21 sindicatos que componían la Federación. Esta Comisión que entregó el documento la componían José Aspiazu, Jesús Miguel, Luis Zapirain, Sebastián Tibaira y Ascensio Arriolabengoa. Los socialistas se adhirieron también a la manifestación y se incorporaron a la Comisión Jesús Labiano, Luis Gómez y Eulogio Apezarena.
En el plano político también quiero recordar que el Partido presentó candidatos en tres distritos de San Sebastián en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 que fueron las que trajeron la República. Los resultados fueron los siguientes: Atocha: Ascensio Arriolabengoa: 70 votos. Sebastián
Zapirain: 73 votos. Luis Zapirain: 78 votos. Concha: Jesús Larrañaga: 83 votos. Jesús Miguel: 73 votos. Antiguo: Felipe Crespo: 43 votos. Juan Astigarrabía: 41 votos.
Luego, en las elecciones a Cortes Constituyentes el Partido volvió a presentarse en solitario con cuatro candidatos en Guipúzcoa, con los siguientes resultados: José Bullejos: 342 votos. Juan Astigarrabía: 329 votos. Luis Zapirain: 316 votos. Jesús Larrañaga: 314 votos.
En estos primeros tiempos de la República hubo también acontecimientos importantes a nivel sindical que tuvieron consecuencias fundamentales. Al renovarse a comienzos del año 1931 la Junta Directiva de la Federación de Sociedades Obreras de San Sebastián, la candidatura presentada por los comunistas salió vencedora, obteniendo los socialistas un solo puesto, el de tesorero: Jesús Labiano.
Poco después, por la Federación Vasco-Navarra del Partido, que residía en Bilbao, se nos impuso el poner a discusión en los sindicatos un documento de una «Comisión Reconstructora de la Confederación Nacional del Trabajo», en el que en un análisis de la situación del país se llamaba a los socialistas «socialfascistas» y «anarcotraidores» a los anarcosindicalistas. Nosotros, que habíamos trabajado durante la Dictadura con socialistas de izquierda y sindicalistas, en los grupos de oposición sindical —la «fracción» a la que me he referido antes—, con lo que habíamos logrado un predominio en los sindicatos, nos opusimos a la lectura del documento pero al final hubimos de acatar la orden. El primer sindicato en el que se discutió fue en el de la madera, originándose un enorme escándalo. Consecuencia de ello fue que los socialistas, con algunos sindicatos en que seguían dominando y con los afiliados que pudieron arrastrar, se separaron de la Federación y crearon un nuevo centro, que denominaron «Casa del Pueblo» y estaba en la calle 31 de agosto. También los sindicalistas, que eran poco numerosos, y que hasta entonces no habían pensado organizarse independientemente, crearon su centro de la CNT. Sin embargo la ruptura no fue radical y total en este momento sino que se alargó durante casi un año, llegando a ser definitiva e irreversible en marzo de 1932 con el asunto de la creación de la CGTU (Confederación General del Trabajo Unitaria) propiciada por el Partido.
Antes, a mediados de marzo de 1931, se había renovado la Junta Directiva del Sindicato de la Madera, uno de los más importantes de la Federación Local de Sociedades Obreras, en la que los comunistas logramos obtener la dirección: Presidente: Antonio Suárez. Secretario: Emilio del Campo. Vicepresidente: Salomón Pérez. Tesorero: Mariano Cantero. Contador: Sixto Berruete. V ocales: Saturnino Santamaría, Sebastián Zapirain, Cándido López, Joaquín Beill.
Dentro de este contexto, el 17 de septiembre de 1931, la Federación Local de Sociedades Obreras de San Sebastián, a propuesta del Sindicato de la Madera, publicó una declaración a favor de la unidad sindical en España y acordó convocar a una Conferencia de Unidad Sindical para lo cual se nombró una Comisión. Después de una amplia campaña por todo el país, la Conferencia terminaría celebrándose en Madrid el 30 de junio de 1932, con la adhesión de 322 sindicatos del ámbito nacional, 104 grupos de Oposición Sindical Revolucionaria y de Comités de Fábrica, que representaban a 267.264 trabajadores, según se dijo entonces.
Pero en lo que se refiere a Guipúzcoa, con el trasfondo del proceso de creación de la CGTU y el precedente de la ruptura anterior con motivo del asunto de la «Comisión Reconstructora» de la CNT, el conflicto estalló con motivo del 28 Congreso de la Federación Local de Sociedades Obreras, donde se consumó la escisión. Fue en marzo de 1932 cuando se celebró este Congreso anual de la Federación. Se puso a discusión la cuestión de la huelga general que la federación había acordado con motivo de la huelga de los pescadores de Pasajes en mayo de 1931, a la que luego me referiré. Después de una dura discusión, fue aprobada la declaración de aquella huelga por 890 votos contra 857. Otra cuestión decisiva fue la de ingresar la Federación en la Unión General de Trabajadores, proposición hecha por los socialistas, o la de continuar siendo autónoma. Triunfó esta última posición por 978 votos contra 895 en favor del ingreso en la UGT. En aquella época la Federación de Sociedades Obreras contaba con unos 3.000 afiliados. En vista de su derrota, los sindicatos dominados por los socialistas que aún quedaban dentro de la Federación decidieron separarse, intalándose en el nuevo centro obrero que, como ya he dicho antes, había sido abierto anteriormente con el nombre de UGT con motivo del conflicto de la «Comisión Reconstructora». Los sindicatos que se retiraron fueron los siguientes: Oficios Varios, Gráficas, Piedra y Mármol, Unión Fabril, Aguja, Camareros, Tranviarios, Artes Blancas y Albañiles y Metalúrgicos. El nuevo Comité elegido en el Congreso fue el siguiente: Presidente: Asensio Arriolabengoa. Secretario: Emilio del Campo. Tesorero: Jesús Miguel. Vocales: Los representantes de los sindicatos.
Hasta entonces habíamos vivido, no diría en una Arcadia, sino en un ten con ten, socialistas y comunistas. Allí donde los socialistas dirigían, como ocurría por ejemplo en el Sindicato de Artes Gráficas de San Sebastián, —que por cierto tenía muy buenos cuadros— nosotros formábamos lo que se llamaba la Oposición Sindical Revolucionaria, junto con los anarquistas. En otros sindicatos, como el de la Madera donde dominábamos la situación, nos teníamos que enfrentar con el grupo de Torrijos y Martiarena, manteniendo un cierto equilibrio.
Es decir, mientras se mantuvo la Federación de Sociedades Obreras, ni ellos podían llevarse el gato al agua en relación a nuestra adhesión a la UGT, ni nosotros pretendíamos otra cosa que no fuese mantener nuestra autonomía, ya que nadie se planteaba allí el adherirse a la CNT ni cosa parecida ya que incluso los anarquistas estaban también dentro. El problema estalló pues cuando apoyándonos en nuestra preponderancia en el Sindicato de la Madera nos unimos al proceso de creación de la CGTU. Ellos reaccionaron marchándose definitivamente y funcionando en adelante como UGT. Nosotros seguimos como Federación de Sociedades Obreras aunque, según me recordaba hace unos días un amigo y camarada, Paco Cuenca, empezamos a llamarnos «Unión Local de Sindicatos» dentro de la nueva estructura y organización de la CGTU.
Otro acontecimiento importante, que sucedió muy poco después de declarada la República y en el que participé directamente, fue la famosa huelga de los pescadores de Pasajes a la que he hecho antes una referencia. Los pescadores de esta zona llevaban a cabo una huelga reivindicativa que se prolongaba ya mucho tiempo sin encontrar soluciones satisfactorias. Ante esta situación, el Sindicato, dirigido por Juan Astigarrabía, acordó llevar a cabo una manifestación desde el puerto de Pasajes hasta San Sebastián. Y así fue. El 27 de mayo participaron en ella más de cuatro mil personas, pescadores y sus familias principalmente. El Gobernador republicano, Aldasoro, se negó a autorizarla y llamó al Ejército y a las Fuerzas de Seguridad para impedirla. En el trayecto, dos filas de soldados trataron de detener la manifestación, amenazando con sus armas, pero antes de que dispararan, los manifestantes desbordaron sus filas, sin producirse incidentes. Al llegar al Alto de Miracruz, la Guardia Civil, que se encontraba concentrada, comenzó a disparar contra los manifestantes, causando una verdadera matanza. En el acto y horas después, en los hospitales, murieron nueve manifestantes y fueron heridos más de una treintena. Yo, junto con algunos otros, entre los que estaba Fidel Lizarraga, teníamos la misión de parar San Sebastián. La manifestación estaba encabezada por Astigarrabía y mi hermano Luis. En San Sebastián y Pasajes se declaró una huelga general en apoyo a los pescadores y en protesta por la matanza. Nosotros siempre teníamos cono norte parar la Tabacalera y los talleres de vagones «Easo», lo que hoy es «Múgica» en el campo de fútbol de San Sebastián. Parando estos dos centros, el Puerto lo teníamos ya asegurado. Lo que más nos costaba era parar los Bancos y el taller de Torrijos donde se hacían las tapas de las máquinas de coser «Alfa» que estaba al final de la calle San Francisco, cerca de Sagües en el barrio donostiarra de Gros. Formaba parte de la Cooperativa Alfa.
Jz. de Aberasturi: Torrijos era uno de los dirigentes del PSOE en Guipúzcoa...
Zapirain: Sí y era él el que dirigía aquel taller. Por cierto que uno de los incidentes que se produjeron con motivo de esta huelga fue que cuando la manifestación pasaba por delante del taller nos tiraron unas perdigonadas desde él, causando ocho heridos. Ellos se oponían a la huelga diciendo que estaba dirigida por los comunistas.
Jz. de Aberasturi: Los socialistas dijeron en aquella época que esta huelga era una provocación contra la República.
Zapirain: Sí, eso dijeron, pero nos costó muchos muertos. El conflicto pesquero se prolongaba durante mucho tiempo y entonces nos pidieron solidaridad. Nosotros, San Sebastián, Pasajes, Rentería, aportamos nuestra solidaridad y aquello se convirtió en una huelga general. Ni los socialistas ni los «solidarios» nos apoyaron. Por la tarde, los que constituíamos el Comité de Huelga, formado por los representantes de los pescadores, los de la Federación de Sindicatos de San Sebastián y Pasajes, y los del Partido Comunista y anarquistas, nos reunimos en una taberna de Martutene, para ver qué decisiones adoptar. Se acordó mantener la huelga general para el día siguiente. Cuando se disolvía ya la reunión, fuimos atacados por fuerzas del Ejército, cuyos cuarteles se hallaban allí cerca, haciendo algunos disparos y deteniendo a once personas, entre ellas a mi hermano Luis y a mí, Fidel Lizarraga y algunos del sindicato de pescadores. Más adelante fue detenido Ignacio Villar por denuncia del gerente del taller del barrio Gros. Nos llevaron a la cárcel de Ondarreta. Yo estuve, por este motivo, a punto de perder la posibilidad de ir a la Escuela Leninista de Moscú ya que al estar yo detenido designaron en mi lugar a Fidel Lizarraga que ya había salido. Sin embargo me sobreseyeron la causa al no poderme probar que había participado en el vuelco de tranvías que hubo con motivo de la huelga. En aquella reunión de Martutene lograron escapar algunos, entre ellos, echándose por un terraplén, mi hermano menor Agustín, Jesús Larrañaga y Astigarrabía. El caso es que pude ir a Moscú de manera que desde el 31 hasta finales del 32 en que volví, no participé en nada de aquí aunque ocurrieron cosas que conocí a la vuelta, como la detención de mi hermano Luis y otras. El 10 de agosto de este año, un grupo armado de comunistas se propuso desarmar a otro grupo similar de socialistas, en Bilbao, con los que había habido choques en otras ocasiones. Para ello penetraron hacia la media noche en un bar de la calle Somera de Bilbao. Se produjo un fuerte tiroteo en el que resultaron muertos dos socialistas y el joven comunista José Luis Gallo «Txompio», así como varios heridos. Fueron acusados de la agresión Arrarás, el «Galleguín» y José Ibáñez. Al día siguiente, varios socialistas dispararon en Sestao contra un grupo de comunistas, matando a Pablo Pericacho, obrero muy popular en aquella localidad, e hiriendo a otros dos. El 29 de septiembre, el Partido de San Sebastián se encargó del paso de dos de los encartados a Francia, pues disponíamos de un aparato para el paso clandestino de la frontera. Los que huían eran el «Galleguín» y el «Cantares», este último con una documentación falsa a nombre de Manuel Hermida, de Santander. Desde Pasajes, donde se les instaló, Juan Astigarrabía los entregó a mi hermano Luis que los tenía que llevar a la frontera. Pero la operación fue observada por alguien que lo denunció a la policía. Al llegar a Irún, la policía, que estaba al acecho les echó el alto. El «Galleguín» consiguió escapar haciendo varios disparos, que fueron contestados por los policías, llegando éste nuevamente a Pasajes. El «Cantares» y mi hermano Luis fueron detenidos y trasladados a San Sebastián y, posteriormente, también lo fue Juan Astigarrabía.
Jz. de Aberasturi: En Moscú estuvo aproximadamente un año ¿podría contarnos en qué circunstancias se desarrolló su vida allí?
Zapirain: En Moscú vivimos en régimen de internado y éramos unos 300 de todas las nacionalidades. La escuela de Marxismo-Leninismo estaba en el centro de Moscú, cerca del Kremlin. Teníamos todos nombres falsos. Había unos 30 latinoamericanos, otros tantos españoles. Vascos éramos 4, de Madrid 5 ó 6, gallegos 2 ó 3, catalanes 3 ó 4. La mayor parte no dio buenos resultados pero algunos otros se mantuvieron bien hasta el fin. De Bilbao fueron José Mendiola y Beatriz Bautista, de Recalde, uno de cuyos hermanos, Mariano, sería luego guerrillero en la Unión Soviética. Beatriz fue secretaria femenina del IV Congreso del Partido en Sevilla. Ella ya murió pero José Mendiola todavía vive, jubilado, en Francia. También fue uno de Baracaldo que se llamaba Ugarte según ya he dicho, y Jesús Hernández. Estaba igualmente otro vizcaíno, que era uno de los activistas del Partido y de cuyo nombre no me acuerdo. Así pues, llevábamos una vida de internado. Los profesores eran rusos. Vivíamos muy aislados en forma de colectivo.
Jz. de Aberasturi: Era en plena época stalinista. ¿Vivía el colectivo con temor? ¿Se hablaba de la represión que existía entonces...?
Zapirain: No, ya que entonces todos nosotros estábamos intoxicados de stalinismo. Recuerdo que me preguntaron a ver qué tal me parecía Moscú. Era entonces una ciudad con una fisionomía más asiática que en la actualidad. Predominaba más lo oriental a diferencia de Leningrado que era más parecida a una ciudad europea. En los escaparates no había género, sólo retratos de Lenin y Stalin. Poco comestible. Era una etapa muy dura. Yo les contesté: «Francamente yo creía que estaría peor, no tan normalizada la situación después de 4 años de contrarrevolución y de lucha». Así veíamos las cosas. La disciplina era para nosotros algo fundamental. Alguna vez hablando con Dolores le he dicho: «Yo he visto trasplantado —no sé si a ti te habrá ocurrido lo mismo— el misticismo cristiano a la mística comunista». «Sí, sí, algo parecido», me contestó. Teníamos un gran sentido de la autodisciplina y el orden y no podíamos ver aquellas cosas. Jesús Hernández, con su frivolidad de siempre —era un gran mujeriego— le gustaba a veces enredar un poco. Le gustaba ir a esos tugurios donde se veía a gente bohemia bebiendo cerveza y donde apenas se podía respirar algo de oxígeno, a ver si encontraba a alguna artista, a alguna medio fulana, etc. Yo fui con él una o dos veces pero a mí no me seducía aquello. Sin embargo no puede decirse que en aquella época tuviera ya una actitud premeditada contra el stalinismo ni nada parecido.
Nosotros estábamos adscritos a varias fábricas. El grupo de españoles estaba dividido. Cabo Giorla estaba adscrito a la fábrica textil de Krasnaia Rosa, «Rosa Roja». A mi grupo nos tocó en una antigua fábrica inglesa, la «Krocraska» que era de albayalde y minio. Trabajábamos todos los sábados, los llamados «sábados comunistas». Comíamos en el comedor de la fábrica y a través de los traductores, confraternizábamos con los obreros. Íbamos a las reuniones del Comité Sindical y a alguna Asamblea Sindical. Cuando acudíamos a alguna manifestación lo hacíamos con la fábrica, no como colectivo español. Fuera de estas relaciones de colectivo y oficiales, nuestra relación con los soviéticos no se miraba bien, aunque teníamos nuestros amigos, novias, etc. A veces íbamos al teatro o a ver los ballets del Bolschoi (Gran Teatro). Los cursos eran muy intensos y se daban a base de conferencias. Para el estudio, el grupo español estaba dividido en tres subgrupos con un responsable que se llamaba starosta. Las clases se daban en ruso con un intérprete, aunque también había algún profesor ruso que sabía castellano. Daban la conferencia. Tomábamos apuntes y en tomo a esta conferencia se nos daban materiales de consulta. Las disciplinas que estudiábamos eran: Movimiento Obrero, Sindicalismo —historia y organización—, Política, Marxismo, etc. Había muy poco material traducido de los clásicos. En alemán había mucho, también en francés, pero en castellano poco. El profesor, después de la conferencia nos daba algunas indicaciones generales referentes a la aplicación del tema a España. Luego, en el subgrupo, estudiábamos más a fondo todo ello y sacábamos unas conclusiones que las exponía un ponente elegido entre nosotros. Uno que fue de Vizcaya —un tal Ontoria— que era bastante anarquizante, le gustaba hacer siempre de oposición. Una vez que el profesor le preguntó a ver cómo decía aquellas cosas, contestó que le parecía que la ponencia iba tan trillada que había puesto objeciones a propósito. Aparecía como disidente para forzar las respuestas. Una táctica muy peligrosa por la que le llamaron la atención, ya que nunca se sabía cuándo decía la verdad. Era un tipo muy raro que luego terminó muy mal. El caso es que, el profesor, después de oír la ponencia y algunas intervenciones, promovía de nuevo la participación, haciendo él preguntas para llegar a nuevas conclusiones. Casi todo el mundo intervenía. Había también resúmenes generales para todo el grupo. Para que se vea cómo se miraba entonces en la URSS el problema nacional contaré una anécdota interesante. Había entre nosotros un gallego, de cuyo nombre no me acuerdo pero que le llamábamos «el Jaramillo». En cierta ocasión le tocó intervenir en un mitin de obreros de choque —los udarnis— que se celebraba en un sector de Moscú. Tenía el guión de su intervención preparado y colocado encima de su silla. Cuando le tocaba intervenir, Cabo Giorla, el madrileño —yo me llevaba muy bien con él— y yo le quitamos, por detrás, su escrito. El gallego buscó su guión y no lo encontró. Nos lo pedía en voz baja. Subió a la tribuna pero, sin el guión, la intervención le salió muy mal. El soviético que presidía se dio cuenta que había algunas risas y mandó callar. El gallego, con la ayuda del traductor, que era español, salió del paso como pudo, pero denunció el hecho explicando que su intervención había sido floja debido a lo que le había ocurrido. ¡La que se organizó ! ¡Pensaron que en aquella broma había algo de discriminación nacional hacia el gallego! Nos salvamos de un castigo serio ya que al ser yo vasco y Cabo Giorla aunque madrileño de origen también gallego, vieron que la cosa no iba por ahí.
Jz. de Aberasturi: En el año 32 usted estaba en Moscú en la Escuela Leninista. Bullejos, en aquella época decide convocar el IV Congreso del PC de España. Antes es llamado a Moscú por la IC para preparar los temas de este Congreso. Marchan allí Adame, Bullejos y Etelvino Vega. Se organizan varias discusiones con el Secretariado de la IC a la que asisten los alumnos de la Escuela Leninista entre los que usted estaba. ¿Puede recordar algo sobre este asunto?
Zapirain: Hubo una serie de reuniones en el Secretariado de la IC en las que se habló acerca de cómo salir de la contradicción que suponían las directivas de la IC y el problema que surgía al aplicarlas en concreto a España. La preparación por parte de Bullejos del IV Congreso estaba a caballo de las discrepancias ya manifiestas que se dieron en la propia discusión en el Secretariado. Nosotros, como alumnos de la Escuela Leninista, estábamos allí simplemente como observadores para aprovechar aquello como tema de discusión y de estudio en la Escuela. Las discusiones fueron muy vivas y se desarrollaron en una sala de asambleas donde había una tribuna a la que se subían los que iban a hablar. Recuerdo muy vagamente la figura de Bullejos en estas discusiones. De quien sí me acuerdo muy bien, porque se me quedó grabado, es de Etelvino Vega, que tenía una gran pureza de sentimientos, un verdadero fervor en sus exposiciones, sin la picaresca que podía darse en un Adame, que era bastante cuco y además menos culto que los otros, y sin la habilidad de un Bullejos, hombre muy experimentado. En Etelvino Vega se observaba una especie de candor que, como ya he dicho, quizás sería más correcto calificar de pureza. Defendía con verdadera pasión su línea de conducta. La IC sacó, como ya he dicho antes, una «Carta» a los comunistas españoles que nosotros trajimos aquí como bandera para luchar contra el grupo de Bullejos. Se trataba de un sistema de concepciones que, arrancando de un análisis que no correspondía al carácter de la revolución en España, olvidaba la fase necesaria de la revolución democrática-burguesa y su profundización social y económica. Todo esto se manifestaba en una serie de errores que no eran imputables únicamente a él sino que correspondían a aquella época stalinista, de infantilismo revolucionario que se daba en la propia IC. A todo ello, trasladado a España, había que sumar la tradición y fuerza del anarquismo y el oportunismo y colaboracionismo de los socialistas. El anarco-sindicalismo tenía su influencia en las propias filas del Partido, lo que explicaba ese radicalismo tan acusado y las luchas fratricidas entre comunistas, socialistas y nacionalistas. En este sentido hay que decir que el IV Congreso surgió por la contradicción flagrante que se vivía en el Partido ya que se veía que era imposible continuar como hasta entonces si se quería seguir adelante encabezando el desarrollo de la revolución democrática.
Jz. de Aberasturi: Bullejos culpa directamente a la Internacional por la política seguida en los primeros tiempos de la República. Refiriéndose a una reunión mantenida en Moscú con la Comisión política de la IC en la que estaban Bela Kun, Togliatti, Pieck, Thorez y otros, escribe: «Al enjuiciar nuestra política en las jornadas del 12 al 16 de abril (de 1931) se la calificó de sectaria, sin referirse para nada a que fue el resultado inevitable de las directivas de Moscú, obligándonos a oponer el lema de gobierno obrero y campesino al de República burguesa. En contradicción manifiesta con estas censuras, se nos reprochó no haber organizado inmediatamente en las ciudades donde el Partido tenía bastante influencia, en Sevilla y Bilbao sobre todo, los soviets obreros, campesinos y soldados. En todos los documentos publicados por el Secretariado de la Comintern se repiten estas censuras» ([17]).
Zapirain: Hoy, de una manera retrospectiva, no tengo problema en decir que hay una parte de verdad en lo que se refiere a las directivas de la IC. Se trata de la conjunción de la actitud de Bullejos con el sectarismo impuesto por Stalin a la dirección del movimiento revolucionario internacional. Habría que tener en cuenta también que la línea seguida por la IC no era siempre homogénea. Dentro del mismo Secretariado de la IC no todas las opiniones eran unánimes ni las directivas eran seguidas totalmente tal y como las planteaba stalin. De todas maneras un Partido también podía salir al paso de determinadas directivas u orientaciones. Estas directivas que Bullejos decía le eran impuestas eran más bien de tipo formal que de contenido ya que en lo que se refiere a éste, el de Bullejos podía ser más sangrante que el radicalismo de los propios dirigentes soviéticos en aquella época.
Jz. de Aberasturi: Por eso precisamente puede dar la impresión que la IC atacaba más que una línea política concreta que ella misma había defendido, cierto carácter de independencia o autonomía que llevaba el grupo de Bullejos. Esto no es nada raro si tenemos en cuenta que Stalin y su grupo van cogiendo cada vez más fuertemente las riendas de la IC...
Zapirain: Nada raro desde luego. Hay que decir que los mismos consejeros tenían una contradicción —es el caso de Codovila en España— entre las directrices emanadas de la IC y su aplicación y desarrollo en España. En todo caso, lo que cabría criticar a Bullejos es el no haber tenido valor para comprender por qué no se debían aceptar estas imposiciones. Ahí tenemos el caso de Togliatti y su magnífico «Testamento», con la impronta que le dio al PC italiano. Surgían contradicciones entre las directivas, el enfoque general y las líneas particulares. Como ejemplo podría citar la carta que, ya en los años 50, Dolores Ibarruri dirigió a los militantes de Francia, donde se denunciaba el culto a la personalidad, mostrando sus dudas y discrepancias de manera pública en lo que se refiere a la política de Stalin. Tus interesantes observaciones referentes a que en la línea de Bullejos no todo eran errores propios o errores en contra de las directivas de la IC hay que enmarcarlas en lo que ya he dicho antes de que se trataba también en parte del aprendizaje de nuestro marxismo revolucionario en las condiciones concretas del desarrollo de la política de un país.
De todas maneras las cosas son muy relativas. Recuerdo que cuando Bullejos estaba instalado en Bilbao, llegaban directivas de la IC en las que se hablaba del flujo y reflujo de la ola revolucionaria. Se nos hacían críticas de que la clase obrera estaba adormecida. Se nos criticaba igualmente que no teníamos en cuenta las acciones reivindicativas de carácter naturalmente económico y que no nos dábamos cuenta que lo económico, en condiciones de dictadura, se convierte automáticamente en político por la prohibición del derecho de huelga. El bueno de Bullejos tenía para esto una picaresca extraordinaria. Te diré cómo se hacían las huelgas: Le parecía que lo mejor era hacer la huelga los lunes y así hubo un período en que casi todos los lunes había huelga. ¿Qué se hacía? Se cogía a los mineros de Ortuella y de Gallarta.
Venía una docena o una veintena de ellos con sus cestitos y sus «piñas» dentro. Se les decía: Tú a tal empresa, tú a la otra, etc. Se presentaban delante de la «Naval», de la «Backoc Wilcox», etc. y amenazaban con tirar las «piñas» —bombas de mano caseras hechas con la dinamita de las minas— de manera que había que ver quién se atrevía a llevarles la contraria. En alguna ocasión se llegaron a echar y la gente corría que daba gusto. Así se aseguraba la salida de la zona fabril donde era más difícil sacar a la gente a la calle debido a que había cierto peso de los nacionalistas. Partiendo de esta base es lógico que las huelgas fuesen de un éxito formalmente grande, es decir que tenían carácter general. Esto permitía que Bullejos levantara inmediatamente un informe y lo mandara a la Komintern señalando que ya se había planteado en España un renacer del movimiento huelguístico, etc., etc., la influencia del Partido en las masas, etc.
Pero en honor de los trabajadores vizcaínos de aquellos tiempos conviene matizar lo que he dicho ya que no todas las huelgas se organizaban los lunes ni tenían este signo tan maquiavélico. Esto ocurría sólo en algunas ocasiones. Además, hay que decir también que, este planteamiento que en Vizcaya cuajaba, aquí, en Guipúzcoa, se quedaba en un intento de nada. Además que no compartíamos este planteamiento. Todo esto viene a ilustrar que no todo era una aplicación mecánica de las directivas de la IC. Sin embargo, a la altura de entonces —hoy sería más fácil de examinar— nosotros ya veíamos la contradicción que nos creaba aquella política en nuestra práctica sindical normal y sobre todo en nuestras relaciones con los socialistas. Así pues, hay que tener en cuenta que una cosa son las directivas de la IC que no corresponden a una realidad concreta de un país y el desconocimiento o ignorancia de los delegados, y otra cosa es seguir estas líneas maestras con criterio más radical todavía —ser más papistas que el Papa— tomando el rábano por las hojas y haciendo este tipo de cosas que iban en contra de la propia naturaleza del movimiento obrero. Hoy, las pequeñas aberraciones que se dan en el movimiento huelguístico del País Vasco siguen por lo menos ciertas reglas mínimas que no podemos ignorar: opinión de los afiliados a sindicatos, Asamblea de Trabajadores, peso de la opinión pública, etc. Estas reglas entonces se desconocían. En este sentido el máximo responsable por su sectarismo y su radicalismo fue Bullejos y el grupo que dirigía el Partido en aquel momento.
Jz. de Aberasturi: Unos años más tarde estallará el movimiento revolucionario de octubre de 1934. En tomo a este movimiento se desarrolla la política de Alianzas Obreras. ¿Podría explicarnos cómo se desarrolló este movimiento a nivel de Euskadi y la participación en él de las diferentes fuerzas políticas?
Zapirain: Sí, pero antes sería interesante dejar bien claro que el PSOE en aquella época se veía en la necesidad de hacer algo para renovar su imagen que durante el comienzo de la República —por no hablar de la Dictadura— había ido perdiendo. No hicieron nada en el orden agrario, no hicieron nada ni siquiera en la legislación laboral, ni en el problema nacional. Los problemas fundamentales de la revolución democrática que la conjunción republicanosocialista abanderaba o decía abanderar no progresaban. Pero no sólo no se avanzaba nada sino que se iba haciendo la cama a la desilusión y al desencanto que se extendía entre las masas campesinas y el proletariado e, igualmente, entre las distintas nacionalidades, lo cual hizo que la reacción tuviese unas posibilidades enormes para darnos el golpe que nos dio en las elecciones de 1933. Yo recuerdo que la subida de la CEDA tuvo su fuerza fundamental en ese desencanto que se extendió por el campo. También se había roto la conjunción republicano-socialista y dentro del PSOE se enfrentaban diversas corrientes. El caso es que la implantación de la derecha con el Bienio Negro es lo que hizo dar al PSOE un bandazo radical y equivocado, para recobrar su imagen, lanzando la consigna del movimiento de octubre. Hay un libro muy interesante de Cecilio Arregui ([18]), que fue uno de los dirigentes de las Juventudes Socialistas de la época, donde explica, desde el ángulo de un socialista vasco, las vicisitudes por las que pasó esta consigna desde su enunciado y planteamiento semi-clandestino hasta su realización. El caso es que, con esta óptica tan sectaria y fuera de lugar, el PSOE y la UGT organizan el movimiento por su cuenta. No informan a los comunistas, ignoran a la CNT y no quieren saber nada de la intervención de los campesinos. Entonces, en tomo a este movimiento y bajo el impulso de los socialistas empiezan a organizarse las Alianzas Obreras con el fin de arrastrar a las masas de la CNT y a las que estaban bajo nuestra influencia en la CGTU. Nuestro Partido analizó el problema y se llegó a la conclusión de que era un error y que en realidad se iba hacia un «putch» de carácter civil ya que no se contaba con ningún militar. El movimiento estaba planteado con un
desconocimiento total de lo que eran las premisas necesarias para organizar una movilización de carácter general y nacional. Entonces hicimos llegar al PSOE un juicio crítico, producto de este análisis nuestro, sobre el planteamiento que ellos estaban haciendo «sotto vote» pero que el Partido se había enterado por numerosas filtraciones ya que en realidad era un secreto a voces dentro de lo interno. Nosotros pensábamos que aquello podía tener un resultado positivo —ya que veíamos la amenaza del peligro fascista en España— si se desarrollaba bajo la unidad de acción de las centrales sindicales —teniendo en cuenta a la CNT— y contando con el máximo de Partidos políticos —incluso los periféricos— no limitándonos únicamente a las Alianzas Obreras sino contando también con el campesinado, factor fundamental y fuerza motriz, junto con la clase obrera, del movimiento insurreccional. Por otro lado veíamos también la necesidad de constituir grupos armados. Nosotros no los teníamos. Apenas comenzaban a iniciarse los grupos de MAOC —que todavía no tenían ese nombre— y justo podíamos contar con algunos pocos militantes armados y mineros, pero poco más ya que no practicábamos la violencia. No recibimos respuesta a estas cuestiones. Nos dijeron que si queríamos íbamos y si no queríamos no íbamos, que ellos ya tenían hecho aquel planteamiento, etc. Ante esto el Partido se volvió a reunir y en un documento interno que se distribuyó, se decidió apoyar el movimiento a sabiendas que íbamos a un suicidio. Pensábamos que si, sobre la marcha, lográbamos encauzar el movimiento, podríamos quizá evitar aquel suicidio y llegar hasta donde se pudiese. Y así fue, En Asturias, por ejemplo, donde los socialistas tenían mucha fuerza, logramos influir en el movimiento, consiguiendo que bajo las siglas de UHP se creasen los comités de alianza de obreros y campesinos, es decir, la alianza obrera y campesina. En lo que se refiere a Euskadi el movimiento tuvo gran importancia en Vizcaya. Hubo muchos problemas para organizarlo. Los de las Juventudes Socialistas no se enteraron hasta el último momento ya que el PSOE no les informó. Además, dentro del propio Partido Socialista hubo muchas dudas y discrepancias ya que no todos estaban a favor de la insurrección. Se logró sin embargo paralizar la zona fabril e industrial de Bilbao. La zona rural prácticamente nada. Jugó un papel decisivo la zona minera donde se constituyó un Comité insurreccional de Alianza Obrera aunque abierto al campesinado, comprendiendo sin embargo que esta consigna de alianza con el campesinado era más fácil de entender y de adaptar a las zonas rurales de España. Allí duraron unos quince días estos pequeños Soviets de alianza obrera insurreccional, con sus Comités de huelga en la Ría, etc. Luego vino la represión que fue masiva. En Álava apenas hubo algún signo de huelga parcial, algunas octavillas, pero no tuvo mayor trascendencia. En Guipúzcoa sí hubo movimiento. Yo estaba entonces en el Comité Provincial, en San Sebastián. Todavía quedan algunos protagonistas de aquellos momentos, como Paco Cuenca que era un hombre de acción, conocedor del manejo de las armas, que actuaba con los pequeños grupos que íbamos instruyendo como ensayo o prolegómenos de lo que luego serían las MAOC.
Logramos organizar el movimiento y conseguimos una huelga general, con sus parcialidades en el comercio y en algunos otros sectores, pero que duró siete días, con algunos encuentros violentos en la Parte Vieja donde se hicieron barricadas y en el Muelle donde contábamos con el apoyo de los pescadores, sobre todo los de bajura que salían a la mañana y volvían al atardecer. También tuvimos el apoyo de los estibadores de San Sebastián y —no hace falta ni decirlo— de los de Pasajes. Esta huelga general centrada en San Sebastián tuvo también sus ramificaciones con carácter general en Pasajes, Molinao, zona portuaria, pescadores del sindicato «La Unión», etc. Hubo también un apoyo activo en la fábrica de Lezo, en Rentería, Capuchinos y toda aquella zona. El movimiento se extendió, durante varios días, a Mondragón. Aquí tuvo resonancias y un carácter verdaderamente contrario a nuestra trayectoria, encabezado por los socialistas radicales de las Juventudes. En tomo a la «Cerrajera» y otras factorías, se hizo una huelga insurreccional, tomando prácticamente el pueblo y dando muerte a Oreja Elósegui, uno de los patronos de la zona. También tuvo cierta repercusión en la zona de Eibar y Elgoibar. Esto es todo lo que yo recuerdo. Hay que repetir que nosotros fuimos a contrapelo y aceptamos lo que el Partido había establecido ya que nos parecía lo más sensato para no derivar a peores consecuencias, cosa que hubiese ocurrido dejando el movimiento en manos de radicales, o si los anarquistas hubiesen tomado la dirección. Tratamos de actuar coherentemente con nuestra política y nuestros planteamientos, si no aquello podía haber sido una verdadera matanza. La represión fue enorme, creo que en Asturias hubo casi 4.000 detenidos. Cuando nos replegamos yo me refugié en la casa de Lizarraga, con la madre de Fidel Lizarraga, un camarada nuestro que ya para entonces había muerto por lo que considerábamos que la casa era segura. Allí hice yo mi vida ilegal. Durante algún tiempo nos dedicamos a pasar a Francia a todos los que venían huyendo de Asturias que eran muchos. Los pasábamos en barquitos por Pasajes o por el ferrocarril y el «Topo». También muchos por monte contando con la colaboración de los camaradas que no habían caído como Manuel Cristóbal Errandonea, Ramón Ormazábal, Ortiz... Recuerdo que entonces, un poco en plan fanfarrón y con la alegría del trabajo bien hecho solía decir: «Lenin ha hablado mucho de la acción de masas, pero yo nunca he leído nada que haga referencia a la emigración en masa y esto es lo que estamos haciendo en Guipúzcoa». Era una «boutade» pero la verdad es que pasamos a mucha gente. Dentro de esta actividad clandestina es cuando nosotros tratamos de consolidar lo que de momento habíamos iniciado. Hay que decir que los anarquistas de San Sebastián y los pocos que había en Guipúzcoa actuaron con nosotros al igual que los socialistas y los de la UGT. Dentro de esta unidad de acción mantuvimos una serie de contactos donde elaboramos la plataforma común de la Alianza Obrera de Guipúzcoa. Habíamos convenido que los que aún quedábamos en libertad actuando clandestinamente, nos reuniésemos periódicamente. No encontramos mejor sitio para ello que el bar «Insausti» que estaba en la esquina de la calle 31 de Agosto de la Parte Vieja donostiarra.
Como culminación de estos contactos nos reunimos ya, con carácter oficial, en el citado bar «Insausti» sito entonces, como digo, en la calle 31 de Agosto, esquina a calle Mayor, los representantes del PSOE, UGT, CNT, y el Partido Comunista de Guipúzcoa con sede en San Sebastián, presentando nuestros proyectos de plataforma común de lo que habrían de ser los objetivos y acción de las Alianzas Obreras a nivel provincial.
Quiero recordar que eran dos por el Partido Socialista y UGT, llamados Campos y Alonso, uno de la CNT que no recuerdo su nombre, y yo por los comunistas.
Puestos ya a cotejar criterios y con los proyectos bajo el tapete cubierto de naipes y simulando jugar al «tute», aspirando el vaho de un buen café, pasado un poco de tiempo fuimos sorprendidos inesperadamente por varios policías secretas con el inspector Los Santos a la cabeza que nos acorraló en la mesa donde nos encontrábamos.
—«¡Vaya! ¡Vaya! conque juntitos ¡eh! y jugando a las cartas ¡Venga! ¡Venga! ¡Arriba las manos y cuidado con armar escándalos!». Tiraron del tapete, cogieron los papeles y en medio de la sorpresa de los clientes, más de uno conocido de nosotros, nos llevaron al Gobierno Civil y de allí a las pocas horas a la cárcel de Ondarreta. Fuimos procesados los cuatro y tras un tiempo, que no recuerdo su duración, trasladados al Fuerte de Guadalupe (Monte Jazkibel, en espera de juicio. En este Fuerte estábamos concentrados los detenidos por los sucesos de Octubre en Guipúzcoa.
Se dio la circunstancia de que mi compañera de entonces —Angelines Santamaría— también presa en Ondarreta fue llevada igualmente —única mujer— al Fuerte de Guadalupe.
En este transcurso de tiempo, ya en el año 1935, en que yo estaba preso, es cuando se celebró la reunión de los comunistas vascos en Bilbao en la que se constituyó el Partido Comunista de Euskadi (Organización vasca del Partido Comunista de España) nombrando secretario general del mismo a Juan Astigarrabía. Esto ocurría en el mes de abril de 1935.
Al cabo de varios meses de detención fuimos puestos en libertad provisional, en espera del juicio militar en el que se nos pedía nada menos que 17 años por insurrección. Resultó curioso que el juez que incoaba nuestro proceso confeccionó un expediente con los papeles que nos había cogido la policía, de manera que aparecía que habíamos realizado una plataforma común —subversiva claro está— que dudo hubiésemos llegado nosotros a elaborar de manera tan perfecta.
Yo seguí actuando, no obstante mi libertad provisional, mientras los otros procesados —tendrían sus razones— aprovecharon la libertad provisional para irse a Francia. Así, en una huelga de la Madera en la que participé, caí detenido y fui llevado de nuevo a la cárcel. Con el triunfo de dicha huelga y, pese a la resistencia del Gobierno Civil, volví a ser puesto en libertad provisional por la autoridad militar de la que dependía mi situación.
En el verano de 1935 en el juicio que se celebró en el cuartel de Loyola y con la defensa del abogado —entonces socialista— Tacho Amilibia, salí absuelto por falta de pruebas quedando anulada por tanto la petición fiscal de 17 años que se nos pedía. Mi juicio tuvo no poca repercusión, pues se daba el caso de que era el único acusado, comunista, que se presentó ante el tribunal. Algo «heroico» si se quiere, pero modestia aparte siempre estimulante, ejemplar en la defensa de una acción como la de Octubre de 1934 ya que por encima de toda crítica que hiciéramos al objetivo maximalista que se pudiera pretender y al procedimiento seguido, estaba la necesidad imperiosa de hacer frente al peligro fascista que con la subida de Gil Robles al poder se cernía sobre España. En el fondo estaba la gran preocupación y denuncia del fascismo que se iba enseñoreando de Europa. Nuestra preocupación en cuanto al problema nacional de Euskadi aparecía como fondo de ese gran objetivo antifascista que asumía el Partido Comunista de España al participar por entero en la insurrección del 4 de octubre de 1934.
Fue con esa conciencia antifascista que reclamaba la amnistía para los presos y perseguidos y la defensa de la democracia, con la que fuimos a las elecciones del 16 de febrero de 1936. Así se dio el triunfo del Frente Popular, expresión de la más amplia unidad de las fuerzas democráticas que fue gestada anteriormente en las Alianzas Obreras y Campesinas con sus aciertos y errores, con su propia experiencia de unidad y de lucha.
Después de las elecciones de febrero fui llamado por la dirección del PCE a Madrid a integrarme en la redacción del órgano del Partido, Mundo Obrero, como cronista del movimiento obrero, junto a los camaradas Ochoa y Carlos Vega, y reforzar así la información laboral. Fue una nueva experiencia, para mí interesante, que me enseñó mucho en el orden de la propaganda política.
Al cabo de varios meses de este grato trabajo se produjo lo ya temido y denunciado por los comunistas continuamente: el golpe de Estado fascista, la sublevación militar del general Franco; el instigador y ordenador de la cruel represión de Octubre del 34 en Asturias.
Nuestro Partido inmediatamente movilizado, se echó a la calle reclamando armas al Gobierno y organizando la Resistencia Popular. Los integrantes de la redacción de Mundo Obrero formamos un grupo armado y asaltamos y nos apoderamos del edificio del diario reaccionario «El Debate». Otros grupos políticos y sindicales hicieron lo mismo con otros periódicos de Madrid.
Jz. de Aberasturi: Al estallar la guerra no vuelve usted a Euskadi sino que continúa su acción política en Madrid participando en la guerra en este frente...
Zapirain: Sí, así es. Al comienzo comenzamos a trabajar como corresponsales de guerra. Luego hice de instructor en el Ejército Popular y más tarde de Comisario Político, habiendo actuado en el frente de Somosierra (en Buitrago) con Francisco Galán y con el jefe del sector, teniente coronel Emrique Jurado, haciendo frente nuestras unidades, y parándoles en seco, a las fuerzas del Requeté y Falange, que con otras unidades del ejército franquista intentaban llegar a Madrid.
Posteriormente, ya confirmado como Comisario Político y en función de Comisario Político del Estado Mayor del Ejército del Centro al mando del general Pozas, con su Cuartel General en Alcalá de Henares, fui designado al nuevo IV Cuerpo del Ejército creado con ocasión de nuestra grave derrota en Brihuega y tierras de Alcarria (Guadalajara) y solicitado por mi anterior jefe en la columna de Buitrago, Jurado. Por ser anteriormente Comisario Político del Estado Mayor del General Pozas (Jefe del Ejército del Centro) con el cuartel general en Alcalá de Henares y bastante conocedor de dicho sector, pude con mi gestión y la ayuda siempre del Partido, organizar el Estado Mayor de este IV Cuerpo de Ejército y el aparato del comisariado que tan buen trabajo de propaganda realizó ante las filas enemigas.
En esos días críticos de combate se enfrentaban los garibaldinos antifascistas italianos y otras Brigadas Internacionales, junto a unidades de Lister y Mera, formadas por milicianos, a las tropas de Mussolini que fueron totalmente derrotadas. Cientos de prisioneros y numerosas bajas fue su balance, con un rico arsenal de armamento que cayó en nuestro poder. Allí actuó nuestra aviación, la heroica, «la gloriosa» como la llamábamos, pilotada en muchos casos por aviadores voluntarios soviéticos.
Filmes existen que dan testimonio de esta famosa batalla de Guadalajara histórico símbolo inolvidable de la solidaridad internacional antifascista.
Estabilizado ya este frente hasta el final de la guerra, fui, al cabo de unos meses, designado a un nuevo frente de operaciones, en el sector de Brunete (Madrid). Allí fui Comisario del XVIII Cuerpo de Ejército al mando del ya nombrado Coronel Jurado, con quien tanto había colaborado, formando columna al lado de la que integraba el entonces Coronel Modesto que mandaba el V Cuerpo de Ejército y que culminó con la toma de Brunete por las unidades de Lister y posteriormente de Villanueva del Pardillo por parte del XVIII Cuerpo de Ejército, una vez fracasada la toma de Villanueva de la Cañada, punto que no pudo lograr conquistar nuestro Cuerpo de Ejército y que era fundamental para el sostenimiento y consolidación de Brunete por nuestras tropas.
En el curso de todo ese tiempo y a intervalos estuve también en otros frentes (Jarama y Madrid), hasta que el Partido me designó en una comisión del Frente Popular en Andalucía a efectos de propaganda y así liberarme de la enemiga del Ministro de Defensa, Indalecio Prieto, que, a algunos Comisarios Políticos comunistas no nos reconocía nuestra función de Comisarios de División, no obstante nuestros servicios prestados y nuestros méritos para ese ascenso merecido.
Cumplida la misión política en Andalucía, Linares, etc. fui al frente de Cataluña, integrando la Comisión Político-Militar del CC del PCE de la que era secretario con sede en Barcelona. Participé en Belchite, en la retirada de Gandesa, en el corte de la zona republicana por la zona de Amposta.
Pasé después por vía aérea a la zona Centro —Levante como se denominaba al frente de Madrid, Valencia, etc.—, y nuevamente por exigencia de la situación militar —difícil— que se iba creando en los frentes, volví con otros a incorporarme al Ejército siendo designado Comisario ayudante del Comisario General del Ejército de Levante que era Jesús Hernández, anterior Ministro de Cultura. En estas condiciones, además de inspeccionar algunos frentes, participé en las operaciones de Sierra Trapera (Extremadura) en las que, en inicio llegaron nuestras fuerzas abriéndose en abanico hasta cerca de Fuente Ovejuna aunque luego tuvimos que retiramos a terrenos más favorables para estabilizar el frente. Esta operación se hizo como entretenimiento estratégico y de colaboración con las operaciones que en el Ebro (Cataluña) llevaban a cabo las tropas del Ejército Popular. Nuestra misión militar quedaba así fundamentalmente cumplida y ello contribuyó al éxito de nuestras fuerzas en Cataluña que impidió en cierto modo al enemigo enviar refuerzos de Andalucía y Extremadura a sus tropas allí.
Después de aquello nos vinimos a Valencia. Allí rendimos informe y nos dimos cuenta que las cosas se estaban poniendo bastante feas. En el Ejército de Levante estaban el general Menéndez y como Jefe de Estado Mayor nuestro camarada Francisco Ciutat. Menéndez era republicano y confiaba plenamente en Ciutat. Al poco de llegar a Valencia nos enteramos lo que se estaba tramando allí por parte del comandante Muedra y de un coronel del Estado Mayor de Valencia. Estaban de acuerdo con el coronel Casado para dar el golpe de Estado y entregar Madrid y lo que quedaba del Ejército Republicano a Franco. Ante esta situación el Partido se reunió y decidió mandarnos a Jesús Larrañaga —que también estaba allí— y a mí al frente de Levante con una misión muy concreta. En este frente estaba el comandante Ibarrola —un guardia civil vasco, demócrata, bastante amigo nuestro— al mando de varias unidades. Nuestra misión consistía en apoderarnos de ellas y hacerle preso a él en las mejores condiciones posibles o si no darle la oportunidad para que se marchase. Así lo hicimos aunque luego no le sirvió de nada ya que los franquistas lo fusilaron.
Así pues, nosotros nos hicimos cargo de sus brigadas que las pusimos en marcha hacia Valencia. El camarada Montoliu fue designado para ir a Cartagena a advertir a nuestros camaradas. El resto de los camaradas estaban preparados en Valencia para meter mano al Estado Mayor que entonces creo se encontraba en Manises. El comandante Matallana que había sido ayudante del general Miaja, el ya citado Muedra, y Garijo formaban el equipo de traidores que nos quería entregar a Franco. Como es sabido Casado dio el golpe en Madrid, encarceló a nuestros camaradas y preparó la rendición a Franco. En estas circunstancias nos presentamos nosotros —Larrañaga y yo— ante Ibarrola. Nos saludamos cordialmente y nos preguntó: «¿Qué os trae por aquí?» «Malas noticias», le contestamos. «¡Bah, tranquilidad, tranquilidad siempre!» «Pues no sé cómo se lo tomará usted pero venimos a detenerle», le dije. «¿Detenerme a mí? ¿Vosotros?» «Tenemos que hacemos cargo de las divisiones de Recalde y de Frutos». Nos preguntó a ver cómo podíamos hacer aquello. Le explicamos la situación y cómo pensábamos llevar sus tropas a Cartagena para proteger aquella plaza fuerte y formar allí una especie de cabeza de puente donde hacemos fuertes para impedir su entrega a los franquistas. Le preguntamos a ver qué podíamos hacer con él. No tenía nada en contra de aquella acción pero nos dijo: «Yo no puedo ir con vosotros, yo tengo que responder a los mandos. Si precisamente estoy en este lado a pesar de ser Guardia Civil es porque los que están con la República siguen llevando las insignias. Lo que podeis hacer es dejarme, como quien dice, arrestado. Yo seguiré así cierto tiempo y haremos que se haga saber de una manera u otra y luego ¡a ver qué pasa! Matallanes y Menéndez me podrán sancionar o quitar el mando pero yo me quedo». Siguiendo este plan, Larrañaga y yo sacamos las unidades y volvimos a Valencia a informar. Hicimos una reunión del Partido en la que estaba Dolores, Jesús Hernández, Vicente Uribe, Larrañaga, el asesor soviético, el jefe de los tanquistas soviéticos, algunos que no recuerdo y yo. Tratamos de la sublevación de Casado, de la detención y persecución de nuestros camaradas y de los tratos con Franco. Los militares de Valencia habían ordenado también no resistirse al enemigo y prácticamente ya no había autoridad. Entonces, nosotros, ingenuamente, propusimos que fuese Dolores, como la decano del Parlamento, la que asumiese desde el punto de vista parlamentario, la función de Jefe de Estado, ya que todas las autoridades republicanas se habían marchado ya de Valencia y habían huido al extranjero.
Cuando estábamos discutiendo de todo esto sonó de repente el teléfono. Jesús Hernández lo cogió. Era el general Miaja que le dijo: «Tenemos las comunicaciones intervenidas. Sabemos todo lo que estáis tratando. No tenéis salida. Francamente, tenéis que marcharos o deponer las armas. Ya veremos las condiciones que se pueden establecer con Casado para que no haya represalias». Nosotros decidimos entonces que la 14 Brigada, que era la de guerrilleros, y estaba mandada por un tal Ungría, acompañara a Dolores, a otros dirigentes del Partido, a los consejeros soviéticos, etc. al campo de aviación que se encontraba cerca de Valencia y bajo nuestro poder. Los guerrilleros cumplieron su cometido y nuestros camaradas se fueron para Francia. Nosotros continuamos con nuestra tarea. A mí me designaron para que fuese a ocupar Cartagena con unas unidades nuestras. Ahora actuábamos ya como Partido ya que no había autoridad ni nada y teníamos que defendemos como podíamos. Mi hermano y otro del Partido de Madrid habían logrado escaparse de la capital antes de que les detuviesen los casadistas y llegaron a Valencia desde donde lograron salir en barco que, por cierto, se les incendió. Yo, por mi parte, llegué a Cartagena según se me había ordenado. Allí hablé con los camaradas y me puse en contacto con la base naval que estaba a cargo de un camarada llamado Rodríguez. La escuadra ya había salido hacia Túnez con los socialistas que llevaban con ellos a Francisco Galán, que era comunista, detenido. Por su parte, Casado había designado al coronel Salas, que estaba en el frente de Extremadura, como jefe de la base naval de Cartagena. Este coronel Salas, que tenía parientes militares en el campo franquista, era antifranquista más que por convencimiento por sentido de la lealtad y de la disciplina militar ya que consideraba que Franco se había rebelado contra los mandos y las autoridades legítimas, aunque ideológicamente estuviese muy próximo al enemigo. El caso es que no le sirvió de nada ya que lo fusilaron igualmente.
Expliqué nuestros planes a Rodríguez para hacemos fuertes en la base, utilizando las baterías, la división de Recalde y la de Frutos, las milicias y todo lo que se pudiese utilizar. Yo además tenía otra orden que cumplir y era que me tenía que hacer cargo de la evacuación de la dirección del Partido que todavía quedaba allí y también de la de la Juventud. Monté una primera expedición de evacuación marchando, después de hablar con Artemio Precioso y su comisario, y llevando conmigo una compañía, a ocupar el campo de aviación de Totana. Rodríguez nos ayudó con una sección de ametralladoras. Así salieron Palmiro Togliatti, José María Uribes, diputado por Valencia, Cabo Giorla y algunos dirigentes más. Yo no podía salir en aquella expedición ya que me tenía que ocupar de poner a salvo a los responsables de las Juventudes. Con la colaboración de Fernando Claudín, decidí apoderarme del aeródromo militar de Lomonte, muy cerca de Cartagena, donde había algunos «Natachas», bombarderos soviéticos monomotores. Así pues, con la ayuda de una Compañía de Frutos, fuimos a ocupar el aeródromo. Pero tuvimos problemas con Mendiola, que era su comandante, y con los pilotos que no estaban dispuestos a colaborar. Franco había prometido que los aviadores republicanos que fuesen con sus aparatos al aeródromo de Cuatro Vientos, en Madrid, serían indultados, no se retendría ningún cargo contra ellos e, incluso, se estudiaría su reincorporación al Ejército. Además, algunos pilotos tenían familia en el otro lado. Nosotros rodeamos la base con nuestras ametralladoras. Claudín cortó el teléfono. Mendiola nos dijo que los aparatos estaban con las bombas colocadas y que no se podía despegar. Le contestamos que se las arreglase como quisiese ya que aquello era cosa suya. Encañonamos a los pilotos uno a uno. Claudín por una parte y yo por la otra. Los levantamos de la cama. Por cierto que —¡el miedo es libre!— había uno que se había ensuciado completamente encima y tuvo, el pobre, que cambiarse de calzoncillos. Les hicimos vestirse a todos, dejándoles coger lo que necesitasen, y los llevamos al pie de los aparatos. La Compañía de ametralladoras se fue acercando sin dejar de apuntar y nos apoyó en la acción. Los mismos pilotos quitaron las bombas y lo dejaron todo preparado. Había unos nueve aparatos y sólo cabían dos personas por aparato, incluyendo al piloto. Salimos de allí un tal Segis, Vidal, dirigente de la Juventud de Asturias, Ignacio Gallego, Claudín, algunos jóvenes más y yo. Me metí en el avión, en la parte de atrás, apuntando al piloto con mi pistola ya que teníamos el temor de que, en vez de dirigimos a Orán nos llevasen a Melilla donde estaban los franquistas. Así, volando y sorteando la escuadra franquista que la vimos en el mar, llegamos a Orán. En el aeropuerto apareció enseguida la Gendarmería, a la que entregamos nuestras pistolas. Los pilotos formularon una denuncia contra nosotros diciendo que les habíamos secuestrado, etc., etc. Nos cogieron a Claudín y a mí como responsables y nos llevaron a la cárcel donde estaban todos los que habían llegado antes que nosotros por otros medios. Inmediatamente Franco pidió a las autoridades francesas la extradición de Claudín y mía. Les echamos en cara a los pilotos lo que habían hecho diciéndoles que era una canallada. Se excusaron diciendo que les habían interrogado y que habían tenido que contestar. Sin embargo, ya no querían volver a España y empezaban a arrepentirse. Fuimos a parar todos a un campo de concentración instalado, con tiendas de campaña, en el mismo puerto de Orán. Allí tuvimos más tiempo para hablar tranquilamente con ellos. Les dijimos cómo habían fusilado a fulano y a mengano y que habían sido unos ingenuos creyendo en las promesas de Franco. Finalmente pidieron perdón diciendo que habían actuado por miedo, etc., etc.
Después de nuestra expedición estaba preparada una tercera, en unos hidroaviones que quedaban en la base naval. No sé lo que ocurrió exactamente pero el caso es que no salió. Hubo resistencia y murieron muchos camaradas nuestros. A los que no podían salir y se quedaban en el interior, siguiendo las instrucciones del Partido se les daba dinero y algunas direcciones y se echaban al monte. Algunos siguieron allí y formaron las primeras guerrillas. Jesús Larrañaga y Ramón Ormazábal que se quedaron para intentar organizar el Partido en la clandestinidad fueron detenidos y encerrados en el campo de concentración de Albatera. Cuando estaban a la espera de ser fusilados lograron fugarse haciendo como que estaban orinando en un rincón. Luego se lo pasaron muy mal. Cuando el coronel Salas, que como ya he dicho había sido nombrado jefe de la base naval por Casado, llegó a Cartagena, hubo una resistencia muy fuerte con muchos muertos. Salas dio su palabra de honor a los defensores que si se rendían no les dejaría caer en manos de los franquistas y que respetaría la vida de todos. Preparó un barco —el «Campilo»— bajo bandera monárquica española, para llevarlos a Orán. La tripulación franquista se negó a transportarlos y hubo que improvisar otra, echando mano incluso de prisioneros y voluntarios. Cumplió su palabra y no dejó que la gente de Franco ni la Falange se acercasen a la base. Luego Franco lo fusiló como ya he dicho. A Garijo y a Muedra les perdonó la vida pero estuvieron mucho tiempo represaliados a pesar de su traición. A los dos o tres días de haber llegado nosotros a Orán vimos la llegada de este barco que traía a los últimos defensores de Cartagena. Después de permanecer un tiempo en Orán, nos trasladaron a un campo de concentración instalado en un campo de maniobras militares en el Sahara, en la parte oriental de Argelia, que se llamaba Bogari. Allí me enteré que el Partido estaba formando unas listas con los que íbamos a ser destinados a la Unión Soviética. Así, desde este campo, fuimos conducidos en tránsito hasta Marsella.
Íbamos en el tren con las banderas republicanas desplegadas pero siempre bajo control. En París nos dejaron a cargo de los sindicatos y del PCF que nos trasladaron al Havre donde estaba esperando el barco del «Intourist», trasatlántico que hacía el servicio Londres-Leningrado. En este viaje fuimos Fernando Claudín, Ignacio Gallego, Vidal, algunos otros dirigentes de las Juventudes y gente que se había agregado en París. Cuando llegamos a Leningrado se nos distribuyó en diferentes colectivos. A mí me tocó ir a Mónino que era un colectivo formado prácticamente por escuelas donde teníamos nuestros programas de estudio y nuestro propio organismo de dirección en el que yo participé. Allí estuvimos algunos meses y, luego, a los que éramos cuadros del Partido, se nos destinó a trabajar a diferentes partes del mundo. Pepe Díaz nos reunió un día y nos dijo: «Aquí poco tenéis que hacer. Aquí está todo hecho. Hay que continuar con el espíritu de la lucha española. Hay países de América que son democráticos y donde hay mucha gente exiliada... » A mí me tocó ir al cono Sur de América, a caballo entre Chile, Argentina y Uruguay.
Jz. de Aberasturi: ¿Esto era antes de estallar la II Guerra Mundial?
Zapirain: Así es. Para ir a América tuvimos que volver otra vez desde la Unión Soviética al Havre. Este viaje lo hicimos ya en plan clandestino, camuflados en un carguero soviético. Conmigo venían Diéguez, Cartón, Guardiola, la mujer de Cartón que había sido una delegada de la Juventud Alemana y de la Juventud Comunista Internacional, y Jiménez. Navegábamos pues, bajo pabellón soviético y recuerdo cómo, al pasar el mar Báltico, por la parte de Skager-Rack, nos tropezamos con varios barcos de guerra alemanes y, en concreto, con un submarino. Pudimos observar cómo algunos marineros, al cruzarse con nosotros, desde la escotilla o desde algún lugar donde no podían ser vistos, nos saludaban levantando el puño en alto ¡Rote Front! Nos causó una emoción tremenda. Al desembarcar en el Havre, cogimos enseguida el tren para París donde nos pusimos en contacto con los franceses que organizaban una expedición para Chile. El Partido francés fletó un barco muy bueno que tenía —el «Winnipeg»— que según se decía lo utilizaba para sus negocios en ligazón con el Banco del Norte soviético. Lo transformó para transportar gente y en él fuimos unos dos mil refugiados a Chile. Llegamos a Valparaíso, donde se nos hizo una gran recepción, y de allí, en tren, se nos llevó a Santiago de Chile. El objetivo de nuestro viaje era la distribución de una serie de cuadros sindicales y del Partido por diferentes países de América Latina. Por eso, nada más llegar a Chile se nos designó a cada uno un lugar. A mí me tocó ir a la Argentina. En Chile no teníamos ningún problema ya que llegábamos oficialmente y con el apoyo de los Sindicatos. Pero para los que íbamos a otros puntos se nos planteaba el problema de cómo pasar ilegalmente la frontera. Contando con el apoyo del PC chileno y teniendo en cuenta que había algunos ministros liberales en el Gobierno propicios a comprender nuestra situación, aprovechamos la buena voluntad del entonces ministro González Videla —que luego demostraría, por cierto, ser un anticomunista feroz— el cual nos proporcionó una cédula que nos permitió atravesar los Andes en tren sin ser molestados por la policía. El llegar a Argentina e instalamos allí ya era otra cosa aunque para ello contábamos con la ayuda del PC argentino. Nuestra misión era de carácter político y consistía en organizar el Partido en el exilio. Para ello contábamos asimismo con el apoyo de todos los Partidos Comunistas de América, de Europa y del Mundo ya que la Internacional Comunista, en reconocimiento a nuestra lucha, nos había concedido el privilegio de poder organizarnos como Partido en cualquier parte que estuviésemos. Esto era excepcional y no tenía precedentes en la Internacional Comunista ya que los miembros de un Partido Comunista que se encontraban en otro país debían trabajar dentro del Partido del país en que vivían. Esta especie de privilegio se debía también al hecho de que la emigración política española había tenido un carácter masivo y había miles y miles de españoles en el extranjero.
Pasé pues a la Argentina donde me instalé, cambiando de nombre, y me puse a trabajar. Formaba parte de la dirección del Partido Comunista de España en la Argentina y era su representante en este país. Así pasé cinco años, colaborando con el Partido argentino que me prestó una gran ayuda. En él militaban algunos españoles que me fueron cedidos como colaboradores. Así conocí a Antonio Seoane que luego vino a España y fue fusilado junto a Gómez Gayoso, por ser también dirigente de la guerrilla en Galicia. Así conocí también a la que hoy es mi mujer —Dora Trumper— que trabajaba como militante del Partido Comunista de la Argentina en la Federación de Organizaciones de Ayuda a la República Española (FOARE), que en aquel momento, ya terminada la guerra civil española, se ocupaba de ayudar a los refugiados españoles que iban llegando y, también, de facilitar la reclamación de familiares por españoles residentes en la Argentina. Esta tarea era dirigida en común acuerdo por camaradas argentinos y españoles.
Ahora, y antes de seguir adelante, permítaseme una pequeña disgresión a este respecto para que quede bien clara mi conducta de comunista. Yo ya había tenido anteriormente una mujer que se llamaba Angelina Santamaría que era hija de un grabador de Amurrio y dirigente de la Juventud Comunista. Había actuado en Madrid y había estado con Dolores en Asturias cuando la represión. Durante la guerra, en Madrid, ella tuvo que quedarse en la capital cuando a mí me mandaron para Valencia. Entonces, como no teníamos hijos ni ningún tipo de vínculo jurídico ya que habíamos vivido hasta entonces sencillamente unidos en lo que para nosotros era una relación matrimonial, decidimos de mutuo acuerdo quedar libres de compromisos. Después, al cabo de los años, me enteré que se había casado con un camarada, piloto de aviación. No sé si tuvo hijos. Posteriormente, estando en la cárcel de Alcalá de Henares, recibí de ella un ramillete de flores. Tuve ocasión de volver a verla en el mitin que el PCE organizó en Francia (Montreuil) y ver confirmada la nueva situación de ambos. Y, por último, hace algún tiempo, he conocido a través de una nota en «Mundo Obrero» que falleció en un accidente en Barcelona.
Por mi parte, yo me casé en el año 1943, con la camarada argentina, Trumper, que como digo colaboraba con el Partido Comunista de España. Tuvimos una hija que, habiendo realizado sus estudios en Moscú, se casó con un soviético y vive en la actualidad en la Unión Soviética, de manera que tengo tres nietos moscovitas.
Volvamos a Argentina. Allí había una colonia española muy fuerte, en parte proveniente de la emigración de carácter económico y en parte del exilio republicano. En virtud de un decreto del Presidente Ortiz se acogió a todos los refugiados que iban llegando. Nosotros agrupábamos a los camaradas e íbamos formando núcleos comunistas. Trabajábamos en el seno de las asociaciones españolas que eran muy abundantes y reflejaban toda la geografía española: centros gallegos, vascos, castellanos, etc. Allí estuvimos hasta que se planteó por vía del Partido, la marcha a España de aquellos que estaban en mejores condiciones de pasar clandestinamente al interior y empezar a trabajar. Los pioneros que marcharon a España fueron Manuel Asarta, Jesús Larrañaga, Isidro Diéguez, Girabau, Gao y algunos más que no recuerdo. Esto fue ya hacia el año 1941. A finales de este año y comienzos de 1942 fueron detenidos en Lisboa, trasladados a España y fusilados el 20 de enero de 1942. Esto produjo ciertas reacciones en algunos camaradas. Recuerdo por ejemplo a Ricardo Urondo, tipógrafo de profesión, que estaba conmigo en Argentina y trabajaba en una imprenta donde tirábamos un periódico quincenal que dirigía yo y que se llamaba «El pueblo español». El tenía su opinión sobre el asunto y pensaba que el viaje había sido demasiado precipitado y que aquello era enviar a la gente a la muerte. Nosotros razonábamos diciéndole que había que mantener la lucha, que los del PNV también tenían su organización y que esta lucha tenía sus costes y que había que pagar. «Mi reacción no es criticar al Partido por haber mandado a Larrañaga o a éste por haberlo solicitado. No, al contrario, —le dije— yo voy a solicitar que a la primera ocasión que se presente se me envíe allí». Se dio la circunstancia de que por entonces pasó por allí Santiago Carrillo a quien había visto en la casa de Antonio Seoane. Este había pedido ser enviado al interior y a Carrillo le causó muy buena impresión. Era gallego y había venido a Argentina siendo muy niño. El marchó legalmente a España ya que era un emigrado económico y no había nada contra él. Me contó que él se había hecho un hombre gracias al Partido porque si no seguro que habría terminado como un «pasota», como un matón de esos que hay en todas las grandes capitales del mundo. Fue para mí una gran emoción ya que fue él quien vino a esperarnos en la frontera gallego-portuguesa cuando nosotros íbamos para el interior. Yo en cambio, tuve que salir ya desde Argentina ilegalmente. Gracias a los camaradas argentinos pude meterme en un barco de bandera suiza pero que en realidad era griego. Allí, el capitán del barco que estaba de acuerdo, me consiguió un «Navy Cert», salvoconducto necesario para poder navegar. Yo aparecía en el rol de la tripulación como machacante, es decir, como ayudante de cocina. Nuestro viaje era tan secreto que ni siquiera mi mujer estaba al tanto. A ella le sorprendió verme con una maleta pero como siempre andaba con material para España, ropa para los presos y esas cosas, no pensó en más. Yo le dije una mentira piadosa: «Voy a una reunión a Chile y no sé los días que tardaré. Voy clandestino y llevo algunas cosas para los de allí... etc.» Así me despedí y no le volví a ver hasta once años después. Mi suegro —que era un liberal muy bueno— se extrañó que yo me marchase de esa manera dejando a su hija con una niña de 10 meses. Pensaba que un comunista tenía que ser una persona honrada y leal. Mi mujer continuó en la lucha e incluso llegó a ser detenida por sus actividades. Cuando yo la conocí ya tenía el diploma de notario, que de momento no ejercía ya que estaba dedicada a tareas del Partido. Era de una familia de la clase media. Tenía un hermano médico que ya murió. El caso es que no se extrañó mucho con lo de la maleta ya que como nuestro trabajo era de cara a España siempre andábamos con material de propaganda de un lado para otro. Este lo mandábamos a través de los barcos mercantes, sobre todo en los que había tripulación vasca, y que hacían escala en Bilbao o en Asturias. Iba propaganda diversa, incluso octavillas y llamamientos de los comunistas vascos. Se les daba a la tripulación que se prestaba a llevarla o incluso, en algunos casos se pagaba alguna cantidad.
Pero después de esta pequeña digresión volvamos al viaje. Al llegar a Portugal la situación se puso difícil para mí ya que iba enrolado como marinero pero debía quedarme en Lisboa. Existía un convenio firmado entre los armadores de los barcos y los distintos gobiernos donde atracaban por el que las navieras se comprometían a garantizar que los marineros de sus barcos no se iban a quedar en los distintos puertos en los que hacían escala. Si ocurría esto la compañía propietaria tenía que pagar una multa enorme. En este trance me iba a encontrar yo. Tenía yo unos zapatos especiales, trucados, que me habían hecho en la Argentina, donde tenía escondida una fuerte cantidad de dólares, y que debía sacar del barco a toda costa. Tenía también dos trajes y
algo más de ropa en una maleta-baúl que me resultaba imposible sacar del barco sin que se diesen cuenta. La policía portuguesa subió al barco y revisó el rol de tripulantes. El capitán les dijo que yo —que figuraba como chileno— quería desembarcar. Me llamaron y me preguntaron por qué quería desembarcar. Les dije que tenía unos negocios relacionados con el comercio de pieles y que tenía que hacer algunas gestiones de manera que una vez terminadas éstas volvería a marcharme. Me dijeron que aquello no podía ser si no estaba en regla. Pedí entonces permiso para ir al Consulado chileno a hacer algunas consultas y para ello me extendieron un salvoconducto. Yo aproveché esta salida para sacar el par de zapatos trucados que tenía. Fui a una zapatería, compré otros zapatos, me los puse y con una excusa le dije al dueño a ver si me podía guardar un par de días los zapatos viejos que los metí en una caja. Saqué también unas camisetas y unos calzoncillos. En la primera ocasión que tuve fui a la cita que ya había quedado establecida, de acuerdo con Claudín, en Buenos Aires con el fin de entrar en contacto con los camaradas portugueses. Este contacto lo tenía que establecer en una casa de la Rua do Brasil, en Lisboa, diciendo una consigna ya convenida. Llamo a la puerta, me sale una señora, le digo «de parte de Huarte» y le enseño un papelito al que le faltaba un trozo. Me contesta «No comprendo, no comprendo», medio en portugués, medio en castellano. Me quedé cortado. «¿Tendré pinta de policía?», pensé. Insistí pero no hubo nada que hacer. Estaba cagada de miedo. A continuación fui a una segunda cita de seguridad, en un cine. Allí me podían observar hasta asegurarse de mi identidad, pero tampoco apareció nadie. Hay que decir que la persecución policial en Portugal era muy fuerte. La policía sacaba incluso una edición del «Avante» que era el órgano del Partido portugués, de manera que ya no se sabía cuál era el auténtico. Los dirigentes estaban casi todos recluidos en una isla de las Azores y la situación era muy difícil. Con esta perspectiva volví al barco. Al día siguiente estaba citado con el Cónsul de Chile. Le enseñé mi documentación y no dudó. Me preguntó a ver cómo se me había ocurrido ir allí. Le conté la historia del comercio de pieles. «¿Pero cómo se le ha ocurrido venir así como marinero? ¿No sabe que estamos en un país fascista?» me dijo. Pensé que por lo menos era un demócrata. Según él la cosa tenía remedio. Me ponía en el siguiente barco de vuelta a América. El único inconveniente era que tendría que despedirme de mi negocio de pieles. «¡Volver a América como un cagado! ¡Lo que me faltaba! ¡Antes me tiro al agua!», pensé yo. El capitán del barco me preguntó a ver qué tal me iban las cosas. Le contesté que tenía que volver otra vez al Consulado para los trámites. Al día siguiente tenía yo otra cita de repuesto en Amadora, cerca de Estoril, una zona de playas para veraneantes. La situación se iba poniendo fea. Había sacado ya más cosas mías del barco y como veía que aquella situación no tenía salida pensaba que tendría que dar la cara. Llamé a la puerta y me salió también una mujer con tres críos. Les mandó marcharse. Yo le dije la verdad: «He estado en un sitio en el que estaban cagados de miedo. Ya sé que estoy rompiendo la conjuración pero no me queda más remedio que hacerlo. Lo siento pero me tengo que quedar aquí pase lo que pase ya que si no, tarde o temprano, caeré en manos de la policía».
Ella me entendía bien e incluso hablaba algo de castellano. Al rato vino su marido. Le expliqué lo mismo. Me miró. Le dije que comprendía su situación, que yo no me movía de allí y que podía tomarse todo el tiempo que quisiese para consultar con quien correspondiese. Yo ya venía algo preocupado. En la época en que yo había sido Secretario General en Vizcaya había tenido unos enfrentamientos muy duros con un tal Texeira, que era portugués o gallego, trotskista feroz, y con su amigo, un tal Iglesias, hasta tal punto que un día, en Barrencalle, en Bilbao, se me echaron encima navaja en mano. Sabía que este Texeira había vuelto a Portugal y que trabajaba como confidente de la PIDE, la policía portuguesa. Yo iba con la idea de lo que le había ocurrido a Larrañaga y en América, antes de salir, hablando con Carrillo y Claudín me habían informado de los peligros que corría en Portugal. Tenía miedo que este Texeira anduviese merodeando por los muelles a ver quién venía de América. El caso es que el marido se marchó a consultar y me dijo que enseguida comeríamos. Volvió el hombre y me dijo que tenía que esperar un poco para confirmar alguna cosa. Así empezamos a comer. La mujer sacó unos filetitos con unas pocas patatas. Yo ya sabía que eran obreros. La casa era vieja y se veía que no les sobraba nada. Pero yo que soy un hombre que aunque me dijesen que ahora mismo me iba a morir lo único que lograrían, sería aumentar mi apetito, cogí una «xerra» pensando que, como en el plato había nueve, nos tocaría a tres. Pincho el segundo filete cuando veo que la señora empieza a hacer aspavientos y ruidos. Me quedé cortado pues no entendía lo que pasaba. Le miré al marido, pero nada. De repente ella exclama: «¡Ahora ya podemos confiar en usted!» Yo no entendía nada. Al fin se explicaron: «Es que hace unos quince días pasó por aquí un paisano suyo». En efecto yo sabía que antes que yo había llegado también desde Argentina un tal Isasa, de la calle Poyuelo —hoy Fermín Calbetón— en la Parte Vieja donostiarra. Iba a la guerrilla y luego acabaría fusilado en Madrid. El era muy tragón y, por lo visto cogió confianza con el matrimonio y les dijo: «¡Pues ríanse ustedes de mí porque dentro de poco pasará por aquí un paisano mío que ya verán!» La cosa se relajó mucho. Yo me comí el segundo filete pero ya no me atreví con el tercero. De Isasa tengo que decir que posteriormente, en Madrid, tuve contacto con él. Le puse en relación con Cristino García, el famoso guerrillero y héroe de la Resistencia francesa que Franco fusiló a pesar de las protestas internacionales. Isasa luchó en la Agrupación Guerrillera urbana de Madrid y cayó con motivo de una acción contra la Guardia Civil. El caso es que el marido me proporcionó una maletita y me dijo que teníamos que salir para la frontera. Me pusieron en contacto con un enlace y, de noche, me embarcaron en un tren que iba lleno de leñadores. El que me acompañaba me dijo: «No tengas cuidado que aquí llevo esto», enseñándome un enorme «Colt». «Nosotros tenemos la orden de no entregarnos». Era muy rígido todo. El comunista portugués de aquella época era digno de admiración como podría ser hoy un sudafricano. ¡Aquello era temple! Hicimos el viaje sin problemas y, de noche, llegamos al final. Caminamos por el campo y llegamos a un punto de apoyo donde teníamos que dormir durante el día para poder continuar la noche siguiente. Pero yo roncaba tanto que durante el día, la gente que venía de fuera a la casa donde estábamos se dio cuenta del ruido y le dijo algo a la dueña. Ella disimuló diciendo que su marido se había quedado en casa, etc. Vino enseguida a decirme que no durmiese o que me las arreglase como pudiese. El caso es que yo necesitaba descansar para emprender la marcha a la noche. Me las arreglé como pude y al día siguiente llegamos a Chaves donde entramos en contacto con un «guardinha», uno de los policías municipales del pueblo que era simpatizante del Partido. Allí me encontré con Jesús Izcaray, periodista y novelista del Partido que murió hace unos años. Estando allí con él me dio un mareo y me desmayé completamente. Me preocupé sobre todo pensando en las consecuencias que podía tener aquello en las circunstancias en que estaba. Pero no se volvió a reproducir. En Argentina también había tenido algún ligero mareo y lo mismo me había ocurrido durante la guerra cuando estaba en Albacete en una reunión de comisarios con Santiago Álvarez, Mije, Antón y Delage. Antón hizo alguna gracia y en una de esas carcajadas estentóreas que solía soltar yo, me quedé seco. En España no se reprodujo nada de esto y además me cuidé y preocupé en no hacer ningún abuso de comida ni de bebida.
Así, de madrugada, pasamos la frontera, Izcaray y yo. De la parte gallega vino a buscamos Seoane que entonces andaba de enlace. Iba armado. Llegamos a Verín de madrugada. A Seoane le acompañaba una muchacha gallega a quien luego se unió. A esta la detuvieron y, más tarde, cuando estaba yo en la cárcel de Palencia pude verla una vez en el patio. Pasamos allí la noche y a la mañana, con unos documentos falsos —unos salvoconductos para poder circular por la zona— salimos a la superficie, montando en el autobús que iba de Verín a Orense, con tan mala fortuna que me tocó sentarme entre dos Guardias Civiles. Íbamos los tres: Izcaray, Seoane y yo. Llegamos por fin a Orense. Esto sería hacia enero-febrero de 1945. Tuvimos que esperar algún tiempo a que llegase el tren para Madrid y yo aproveché el rato para afeitarme en una barbería donde me acuerdo estaban comentando algunos sermones que se estaban dando por allí. Cogimos por fin el tren. Izcaray con Seoane y yo solo, separado de ellos, aunque en el mismo apartamento, pero como si no nos conociéramos. Ellos me vigilaban a mí ya que estaban algo preocupados por el desmayo que había tenido. Llegamos por fin a Madrid y entonces se planteó el trabajo de cada uno. Izcaray tenía que ir a Francia, pasando por Valencia, donde estuvo bastante tiempo. Seoane vivía entonces en Madrid y allí tenía sus cosas. Yo, por mi lado, me fui a buscar una pensión. Aproveché que era de día y que tenía una dirección donde había estado antes nada menos que «Ramón», Serradell, el que hoy es secretario de organización de los pro-soviéticos catalanes. Este, como Marín y Grimau, se dedicó al trabajo en España y estuvo durante muchos años, de manera inexplicable, burlando toda la vigilancia policial. Era muy hábil, de una serenidad y sangre fría extraordinarias. El caso es que no fui a esta pensión y pasé la noche en el Hotel Nacional. Tenía documentación falsa a nombre de Antonio Vázquez pero no podía estar mucho tiempo allí ya que podían ir a buscarme en cualquier momento. La cosa tiene gracia porque luego, cuando me detuvieron, uno de los comisarios que estaban allí se llamaba precisamente Antonio Vázquez ¡imagínate el cachondeo! Al final, mirando los anuncios del «Ya», terminé en una pensión de la calle Princesa, en la que vivían dos Guardias Civiles, un falangista y la patrona, tía del falangista, que era viuda de un magistrado monárquico. Dije que tenía que pasar unos días allí y que era viajante. Pedí pensión completa. En la comida solían estar los dos Guardias Civiles, uno del Parque Móvil y el otro de Armería. Caí bien en la casa. Solíamos jugar al parchís y pasar el rato juntos ya que yo prefería al principio no salir mucho a la calle ni llegar tarde a casa. Ya había tenido un encuentro con un viejo militante de la CNT que yo pensaba que ya no vivía. Me crucé con él en la calle. Se quedó quieto, me reconoció. Le dije ¡adiós! y me marché dando mil vueltas por las esquinas de Madrid. En otra ocasión me encontré con León Trilla que luego moriría en un ajuste de cuentas.
Jz. de Aberasturi: ¿León Trilla uno de los «históricos» del PCE?
Zapirain: Sí, el mismo. Entonces ya estaba expulsado. Le miré así, un poco por encima. Luego le mataron. Yo no sé quién fue. Esto también trajo líos y pensé que igual me lo cargaban a mí.
El caso es que en la pensión me tomaron cierta confianza. «¿Qué, se dedica usted al estraperlo?» me dijeron. «No qué va, yo soy muy serio, ando con un negocio de pieles...» les expliqué. El falangista —un oficinista de Ayamonte— era funcionario de la Comisaría de abastos. Los Guardias Civiles estaban algo quemados. Me dijeron que tenían que hacer estraperlo pero para sus jefes. Además me hablaron de las guerrillas: «¿Sabe usted que hay una guerrilla urbana en Madrid? Hay guerrilleros que viven en casas de la ciudad. A mí me han asustado ya dos veces. Yo les dije que se llevasen lo que quisiesen». Este Guardia llevaba la intendencia para el coronel y le habían asaltado. El otro estaba en Armería y no corría peligro en este aspecto. Pero el primero se quejaba de que tenía que ir muchas veces con el camión de noche... Yo pensé que allí no podía seguir mucho tiempo y en mis contactos con «Román» se lo dije. Además la situación había mejorado algo ya que habían venido ya Zoroa, Clemente, Monzón... Así pues, de la noche a la mañana, me despedí de la patrona, dándole una buena propina y diciéndole que me había salido un negocio en Barcelona. De allí fui a una nueva pensión que me habían indicado. Era de una viuda con dos hijas, partidarias de los aliados y con contactos en la Embajada de los Estados Unidos. Es decir, eran antifascistas. Tenían pensionado a un magistrado que vivía en la habitación enfrente de la mía, con su hija de unos 30 años. El tendría unos 60. Yo hacía mi vida y procuraba estar todo el día fuera de casa. Un día la patrona me llamó la atención sobre unas manchas de pintura o lustre que tenía en los pantalones. La explicación era que como tenía que hacer las citas a las horas de salida del trabajo de las fábricas y oficinas, para no andar por la calle me solía tragar todas las sesiones continuas de los cines. De tanto estar sentado se me había manchado el pantalón. Me acuerdo del cine Carretas y del de la Montera. Cuando terminaba una cita me volvía al cine a esperar a la siguiente. Dinero teníamos suficiente para los gastos. Esto estaba bien organizado. Recuerdo que cuando me detuvieron me encontraron siete mil pesetas que tenía que entregar a los de la Juventud.
De todas maneras, yo, aunque había ido en primer lugar a Madrid, tenía como objetivo instalarme en Bilbao y en este sentido di algunos pasos.
Jz. de Aberasturi: ¿Cuando vino al interior qué directivas traía en concreto?
Zapirain: Mi tarea era reorganizar el Partido. Ver cómo estaban las cosas en Madrid. Explorar el contacto con Bilbao, para buscar casa, transporte, etc. y mientras trabajar en Madrid. Vinculado con la dirección del Partido me puse en contacto con Santiago Álvarez que llegó detrás mío. «Román» se marchó al poco tiempo y entonces mantuve los contactos con Zoroa al que luego fusilarían, llegándole el indulto —según corrió el rumor entonces— después de muerto. Tenía otros contactos con la dirección de Madrid, por ejemplo con Clemente Ruiz. Con Monzón quedé una vez pero no llegué a verle porque tenía que irse a Francia. Una de las reuniones con Zoroa fue para preparar la campaña del «14 de abril», aniversario de la República, en la que hubo reparto de octavillas en el parque del Retiro, pintadas, pegatas, etc.
Jz. de Aberasturi: ¿El aparato militar estaría separado del resto del Partido?
Zapirain: Sí, absolutamente. Los guerrilleros tenían su propio aparato de propaganda y estaban separados de la organización del Partido. Por otro lado había un contacto entre un responsable del aparato de propaganda del Partido y la organización del Partido pero nadie lo sabía. Yo no tenía la menor idea de dónde estaba la imprenta.
Los meses que pasé en Madrid hasta mi caída el 25 de agosto los dediqué a contactar con la dirección y a examinar en conjunto los diferentes problemas, partiendo de las directivas que traíamos. Estábamos a la expectativa de ver cómo terminaba la guerra, estudiando la posibilidad de hacer alguna cosa sonada a nivel militar. Discutíamos también si el triunfo de los aliados significaba la caída de Franco, etc. También me tenía que hacer cargo de los nuevos cuadros que empezaban ya a venir de Francia. Nos gastamos mucho a pesar de las directivas del Partido que decían que había que reservar los cuadros de la dirección. Así continué hasta mi detención que ocurrió ese día del verano de 1945. Estaba citado con Seoane en el kiosko de la Moncloa. Nos sentamos a tomar una cerveza. Tenía establecida otra cita, media hora más tarde, con Santiago Álvarez. Recuerdo que estando allí pasó cerca de nosotros, rozando la cuneta, un guardia. No le presté atención aunque luego, cuando me detuvieron, me acordé de esto. Seoane se despidió y me quedé solo esperando a Santiago Álvarez. Eran las 9 de la noche del 25 de agosto de 1945. Por fin vino Santiago Álvarez y decidimos bajar hacia el parque del Oeste. Íbamos andando y no habíamos recorrido ni doscientos metros cuando oímos que nos gritan: ¡Arriba las manos! Nos quedamos quietos. Yo tenía un periódico que se me cayó al suelo. Miramos a un lado y vemos a uno vestido con un mono azul y a otro con traje pero sin corbata que con una gran destreza y sin que nos diésemos casi cuenta nos coloca las esposas automáticas. Había otros dos, uno de ellos con pinta de albañil, todo sucio. Luego nos dijeron que se habían emboscado por si íbamos protegidos por los guerrilleros. Vemos también que había un coche que desaparece. Al lado un taxi. Nos montan en él y nos llevan a la Dirección General de Seguridad. El taxista estaba asombrado. Uno de los policías, llamado Morales, había sido boxeador y era falangista. Durante la guerra había estado en el II Cuerpo de Ejército Republicano, camuflado, como espía franquista y era conocido con el mote de «el Cadáver». En el momento de la detención yo llevaba encima un paquete de cigarrillos «Tritón» y en uno de los cigarrillos, en clave, unas cuantas cosas que tenía que entregar al día siguiente a los de la Juventud. Saqué el tabaco y pedí permiso para fumar. «¡Trae eso aquí!» me dijo un policía, quitándome el paquete. En la Dirección General nos pusieron juntos, esposados, y enseguida me preguntaron el nombre. Yo les dije que me llamaba Antonio Vázquez. «¡Coño, qué cojonudo!» ¡Mira qué cara tenéis vosotros! ¡Pero si Antonio Vázquez está ahí, en la oficina! Es un comisario de la Criminal. ¡Qué cara más dura!» me contestaron. «Dejaros de tonterías, decidnos la verdad porque ya sabemos quiénes sois y a qué habéis venido ¡No andemos con hostias!» Tenían un lenguaje grosero muy poco apropiado de gente que se consideraba católica. Abrieron mi paquete de tabaco y descubrieron el papel con las notas en clave. «¡A ver qué es esto!» Les contesté que me lo habían dado y que no sabía lo que era ya que ni siquiera lo había visto. Morales me dio un puñetazo que me rompió las gafas y me tiró al suelo. De una patada me hizo ponerme en pie. Me preguntó también sobre el dinero. Le dije que era para pagar a la patrona. Más tarde fueron a donde ella y sé que se portó muy bien. No se sorprendió mucho y encima tuvo el valor de venir, con su hija, a la Dirección General de Seguridad, donde me vio toda la espalda ensangrentada, y luego a la cárcel. Se portaron verdaderamente bien.
Nosotros enseguida les dijimos que estábamos dispuestos a declarar a qué habíamos venido, quiénes éramos y a asumir toda la responsabilidad pero que no nos pidiesen más. Eso era trabajo suyo. Pero no se conformaron.
Santiago Álvarez y yo estábamos separados en dos celdas que daban pared con pared. En vez de estar en los calabozos, en «la Siberia», nos habían metido en dos celdas que hay en la Dirección General de Seguridad, frente a las Oficinas, dando al patio, mirando a la fachada que da a la Puerta del Sol pero por detrás. Las Oficinas abiertas al público para los trámites administrativos no estaban muy lejos de manera que se podían oír los gritos que dábamos cuando nos pegaban. Nosotros no podíamos hablar con nadie pero sentíamos a la gente. El caso es que enseguida —parece ser que era una costumbre que tenían— me sacaron, suelto, a la calle para dar algunas vueltas por algunas zonas determinadas de Madrid. Trataban de probar suerte para ver si por casualidad algún camarada o enlace me abordaba. Ellos iban por detrás a un par de metros. Como esta prueba fue un fracaso empezaron pronto con las palizas. Me daban con las porras y me clavaban las esposas en las muñecas hasta que los dientes me penetraban en la carne.
Jz. de Aberasturi: ¿No le hicieron otro tipo de torturas?
Zapirain: No, debido a dos circunstancias. El «potro», la «bañera» y la «picana» y todo eso, lo tenían en la parte de abajo. A causa de una avería no tenían electricidad. Algún policía dijo que había que bajamos porque allí estábamos dando el espectáculo y lo podía oír la gente de fuera. Pero gracias a esta avería de la electricidad nos libramos de todo aquello. Ellos tenían asesores de la Gestapo alemana y de la OVRA italiana. Incluso años más tarde, en la década de los 50-60, camaradas nuestros que volvieron de la Unión Soviética fueron interrogados en la Dirección General de Seguridad por policías que hablaban español con acento, con toda seguridad agentes de la CIA. La principal pregunta que me hacían desde el principio y que yo me negaba a responder, era sobre mi nombre auténtico. Pero ocurrió que entre el ir y venir de policías que pasaban continuamente por allí y que no tenían que ver con nuestro caso —me acuerdo por ejemplo del luego famoso Conesa— apareció uno que en tiempos de la República había estado en Bilbao y en concreto como Delegado gubernamental en el Congreso de la Federación Vasco-Navarra que se celebró en Recalde. «¡Hombre Zapirain!» dijo al verme. Así se descubrió mi nombre.
De todas maneras tampoco era un asunto fundamental ya que, desde el primer momento el Partido informó de que habíamos sido detenidos, Álvarez y yo. Incluso, a los dos días de la detención, se lanzaron octavillas por Madrid.
La segunda circunstancia a la que me refiero es que, ya al cuarto día, vinieron a la DGS nada menos que el embajador de Cuba y el de Argentina.
Pero incluso un día antes habían puesto en conocimiento de Gobernación la intención de hacer la visita. Todo esto se debía a la campaña que se organizó en el extranjero para salvar nuestras vidas. Fue una campaña única que hay que verla en el contexto concreto de la época, es decir, al final de la II Guerra Mundial. Intervinieron los cuatro grandes, intervino el Papa... ¡Todo el mundo! Yo estaba además, vinculado a una argentina y Santiago Álvarez a una cubana de origen español. Se aprovechó al máximo el contexto internacional con el triunfo de los aliados sobre el fascismo. Mi mujer aparecía en todos los periódicos con nuestra hija de un año. Por cierto que entonces fue cuando mi suegro le dijo a su hija: «¡Ahora sí que admiro a tu marido! Que me perdone antes de morir por haber pensado en un momento mal de él. Ahora veo que es un comunista de verdad». Fue una campaña tremenda. Sin embargo, de lo que menos testimonios tengo yo es del País Vasco. ¡Aquí no se movió ni dios, a excepción de los comunistas! Fue una coyuntura histórica excepcional. Luego se hicieron otras campañas que no dieron resultado, como la de Grimau, en la que yo estuve dando mítines en Copenhague y otros países, pero no se le pudo salvar. Nuestra campaña tuvo dos fases. Una cuando nuestra detención en agosto del 45 y la otra cuando nuestro proceso, hacia septiembre-octubre del mismo año.
En el proceso se nos hizo una amalgama con otra gente con la que no teníamos nada que ver. El ponente nos juntó a varios detenidos por diferentes motivos para montar un gran proceso. En Madrid había habido también por aquellas fechas una gran caída de los grupos que se llamaban de Unión Nacional. Detuvieron a un masón republicano, dos o tres comunistas, algún medio socialista, el doctor Izquierdo, etc. El coronel Eymar nos metió a todos en el mismo saco, diciendo que nosotros habíamos venido del extranjero para montar todo aquello y, así, le salió un juicio redondo.
Jz. de Aberasturi: ¿El grupo de Unión Nacional era un comité local sólo de Madrid?
Zapirain: Era sólo de Madrid pero con pretensiones de ir extendiéndose. Fue el primero que se creó. Los camaradas nuestros que estaban en la Unión Nacional no dieron sus nombres.
Jz. de Aberasturi: Nos ha contado usted cómo fue su caída pero puede decimos algo de cuáles fueron las causas.
Zapirain: Una vez en la cárcel, Santiago Álvarez llegado de América, Antonio Núñez que había venido de Francia y yo, estuvimos dándole vueltas a este asunto. Yo recordaba cómo antes de la detención había estado con Antonio Seoane que era mi colaborador. Por más vueltas que le dábamos nunca llegábamos a una conclusión clara. Había sido muy repentina y espectacular y se notaba que había sido muy bien preparada de antemano. Luego, más tarde, analizando el Partido las causas de nuestra caída —cosa que siempre se hacía— se señaló ya en concreto —creo que fue además en un artículo escrito por Fernando Claudín— a la persona que nos había delatado. Era un gallego, apellidado Pérez que había vivido mucho tiempo en Francia y era del «Deuxiéme Bureau». Esto explicaba nuestra detención. Si no, no quedaban más que dos posibilidades: que Seoane, que se había marchado, antes nos hubiese traicionado —cosa prácticamente imposible— o que le hubiesen seguido a Santiago que les condujo hasta mí. Pero, como ya he dicho, todo esto quedó descartado.
Jz. de Aberasturi: ¿Cuando usted llegó a Madrid en 1945 llegó a conocer el caso de Heriberto Quiñones, reorganizador del Partido en los años 40, acusado posteriormente de traición?
Zapirain: Cuando llegué a Madrid me informé algo del caso pero siempre de segunda mano. Actualmente conozco el caso porque luego se trató de diferentes reuniones del Partido. Sé que en una etapa dada estuvo al frente del Partido en Madrid. Fue un hombre que tuvo una serie de debilidades, de incomprensiones, de manifestaciones que, además, luego, no le sirvieron para nada y que tuvieron, un carácter un tanto de desprestigio y, si se quiere, un poco, hasta rayano en la traición. Pero ya digo que no le sirvió porque luego le ejecutaron. Tuvieron que llevarle al pelotón de ejecución arrastrándole o en camilla ya que le habían torturado atrozmente. Parece que estaba lleno de remordimientos. La ejecución de Quiñones debió ser verdaderamente trágica. Con él en aquel tiempo cayó también un tal Carreras, vasco, de Fuenterrabía, que le sucedió en el puesto y que se portó muy bien. Tenían formas artesanales de trabajo. He oído decir que iban con una maleta llena de documentos de un lado para otro ya que no tenían donde dejarla. De todas maneras son cosas que conozco de referencias y lamento no poder aportar nada en este sentido.
Cuando llegamos nosotros la situación del Partido estaba ya salvada. Al frente del Partido estaban entonces en Madrid Jesús Monzón, Clemente Ruiz y Zoroa. Yo tuve algunas reuniones con éste, Ruiz y Gómez Gayoso. No había problemas internos en el Partido. Había una dirección a caballo entre Madrid y el extranjero, dirección cooptada que no podía ser legitimada ni consolidada en reuniones amplias, ni Congresos, etc. ya que era una situación de ilegalidad muy estricta.
Jz. de Aberasturi: ¿Quiñones fue expulsado del Partido?
Zapirain: Fue expulsado del Partido y declarado traidor. Su expulsión sobrevino después de su caída, a raíz de las declaraciones que hizo. Cantó todo, pero bien cantado. Su caída arrastró a más de uno. Había hecho unas declaraciones contra la dirección exterior del Partido como proclamando que la dirección del Partido estaba en el interior del país. Así, aparte de sus debilidades, de su entrega de camaradas y de su «desinflamiento» total, parece ser que también hubo manifestaciones de discrepancias con la política del Partido y acerca de la autoridad de los dirigentes que estaban en el extranjero. Para salvar el prestigio del Partido y para dejar bien claro sobre todo ante los militantes que lo que él había hecho era una cosa ajena al Partido fue expulsado. De manera que ni la muerte le lavaba de su propia irresponsabilidad y traición.
Jz. de Aberasturi: ¿Cuántos días estuvieron detenidos en la Dirección General de Seguridad?
Zapirain: Unos veintitantos días.
Jz. de Aberasturi: ¿Estando allí dentro les llegó las noticias de la campaña que se estaba desarrollando a su favor?
Zapirain: Lo supimos por la visita de los embajadores. A estos les dijimos que éramos comunistas, políticos, y que la policía quería arrancamos todo lo que sabíamos pero que nosotros como revolucionarios que éramos y en honor de nuestra conciencia no podíamos decir nada. «De ahí viene esto», les dije enseñándoles la espalda ensangrentada. Nos dijeron que estuviésemos tranquilos, que la opinión mundial estaba con nosotros y que habían recibido promesas de Gobernación de que se nos iba a dejar en paz. Todo esto, como es lógico, produjo un impacto en la Dirección General de Seguridad y, a partir de entonces, se acabaron los palos. Esto nos tranquilizó ya que también teníamos miedo que nos sacasen fuera para darnos el «paseo», cosa que temí cuando salí aquella noche a la calle para dar algunas vueltas por Madrid con los policías por detrás. De la DGS nos llevaron a la cárcel de Alcalá. El Partido, en aquellas circunstancias, prefirió apostar por dos que por todos. En la cárcel, los diez que nos condenaron en aquel proceso, estábamos aislados en el pabellón de los condenados a muerte. Cuando íbamos al patio los del pabellón de condenados a muerte, nos encontrábamos con los otros camaradas que estaban en la misma situación y que tenían conocimiento de la campaña desarrollada a nuestro favor. Recuerdo en concreto a Núñez que había venido de Francia después de nosotros y que nos decía que en la campaña se hablaba sólo de nosotros cuando eran muchos más en la misma situación, etc. Yo le dije que reflexionase. No se trataba de que el Partido desconfiase de ellos o que considerase que no habían actuado bien ante la policía o los Tribunales. Aunque, abriendo un paréntesis, quiero decir que uno de ellos estuvo bastante flojo ya que en un careo que le hicieron conmigo estuvo cagado. En fin, en estas cosas no se puede presumir de nada. El que no ha pasado por ello no sabe lo que es. Hay momentos en que uno no sabe ni quién es. Hay otros muchos factores: inexperiencia, el darlo todo por perdido, etc... es muy complejo. Hay que verlo desde el punto de vista humano, de la convicción de cada uno, de la posibilidad de dominar el miedo, saber administrar las palabras, no hablar demasiado, etc. El resto, en cambio, se había portado bien.
Además ellos no aparecían claramente como comunistas. Uno había dicho que era de la UGT, el otro medio socialista, etc. En nuestro caso aparecíamos claramente como comunistas y había posibilidades de que se nos salvase del fusilamiento. Al fin se convencieron. Llegó el juicio. Al principio había cinco penas de muerte, luego quedaron reducidas a tres y, al final, sólo a dos. Todo esto en la propia petición fiscal. Recuerdo que poco antes de que se dictase la sentencia, un periódico americano —no sé si era el Washington Post— publicó la noticia de que Santiago Álvarez y yo habíamos sido ejecutados. Los vespertinos de Buenos Aires publicaron a grandes titulares y en primera página: «Zapirain y Álvarez fusilados». Luego vino el desmentido. El Embajador de España en EE.UU., con el fin de comprobar cuál podía ser la reacción popular, había afirmado ante una delegación que reclamaba nuestra liberación que «a lo mejor a estas horas ya han sido fusilados». Esta frase fue difundida por todas las Agencias de información y en los periódicos así la publicaron sin verificar su veracidad. Aquel mismo día, mi compañera que acudió a la Embajada española acompañada por una delegación de mujeres argentinas, recibió, de parte del Embajador, palabras tranquilizadoras. Este le dijo: «Puede asegurarle que su marido aún no ha sido fusilado» y le aseguró que haría todo lo que estuviese a su alcance. Simultáneamente, mi compañera obtuvo del Ministerio de Relaciones Exteriores, la copia de la petición de clemencia que había hecho el Gobierno argentino. Aquello se desmintió enseguida. Seguramente era un bulo lanzado por el Gobierno para pulsar los efectos de nuestra ejecución en el extranjero. Hubo más revisiones por parte del fiscal de manera que al final había una petición máxima para mí de 20 años de prisión mayor, 18 años para Santiago Álvarez, luego las penas iban bajando para los de la Unión Nacional, 12 años y 8 para el que menos. En el juicio, cuando se nos preguntó si teníamos algo que alegar, yo que estaba a la cabeza del expediente les dije: «Nosotros tenemos que decir ante este Tribunal que asumimos totalmente la responsabilidad de nuestra venida a España. Los que hemos venido del extranjero, en este caso Santiago Álvarez y yo aquí procesados, hemos venido para sumar al concurso de las Naciones Unidas, al concurso de los aliados, la recuperación de España para la democracia. Asumimos toda la responsabilidad de la Unión Nacional y todo lo que en este sentido se está desarrollando en España. No hemos podido hacer más en el poco tiempo que llevamos y esto es la realidad de todo este asunto». Como vi que no me hacían callar continué: «Porque nosotros queremos que en España acabe esta dictadura de terror, etc., etc...» Enseguida me hicieron callar y sentarme. Así le pisé, como se dice en los mítines, el discurso a Santiago Alvarez, que lo hubiese dicho con una voz más tonante, más metálica y no con esta voz de chantre de iglesia que tengo yo. El intentó seguir con lo que yo había empezado pero no pudo. Los demás igual. Al volver a la cárcel ya estaba la gente asomada a las ventanas de las celdas, con aire crispado, increpándonos: «¡Con que esas tenemos, sólo 20 y 18 años... sois unos tal, sois unos cual ... !» Nuestro proceso fue una auténtica revolución sobre todo si se tiene en cuenta que por aquella misma época se fusilaba a la gente por haber repartido unas octavillas o por cualquier cosa. ¡Éramos unos verdaderos privilegiados! Cuando llegamos a Alcalá nos pusimos enseguida a trabajar en el Comité de la cárcel que era de carácter unitario ya que estaban los comunistas, anarquistas, socialistas, etc. Empezamos por negamos a hacer el saludo falangista y rompimos con algunos otros ritos falangistas que nos obligaban a hacer. Así logramos una cierta audiencia y autoridad en la cárcel donde empezaron a organizarse una serie de follones que llegaron a tener trascendencia internacional hasta el punto que un día llegaron a Alcalá dos periodistas norteamericanos —uno de ellos de la UPI— a entrevistarse con nosotros. Era el año 1946. El Ministerio de Gobernación les dio permiso y mandó instrucciones al director de la cartel. Un día fuimos llevados ante ellos. Uno de los periodistas había estado de nuestro lado durante la guerra. Dijeron que venían a enterarse de nuestra situación. Yo se la expliqué empezando por nuestra detención, juicio, etc. Les dije que allí estaba la realidad de la España franquista. Que había presos que llevaban dos años esperando a que, cada madrugada, se los llevasen ante el pelotón de ejecución. El director de la cárcel y su ayudante que presenciaban la entrevista estaban verdes y el primero dijo: «Sí, pero gracias a eso han logrado salvar la vida». Una respuesta totalmente franquista. «Fíjense ustedes lo que dice el director. Gracias a que ha habido esa demora en ejecutar la sentencia han salvado la vida. Todo esto plantea una cuestión: si han estado dudando si les ejecutaban o no es que no tenían la convicción de que la pena de muerte era justa. ¿Se puede torturar así a la gente, perdiendo la vida lánguidamente, viendo diariamente salir a sus compañeros, creyendo que van a ser ellos en cualquier momento, pensando, será mañana, será pasado...? Ustedes no tienen que ocuparse de nosotros que, al fin y al cabo, somos un caso privilegiado ya que contamos con la solidaridad internacional y estamos, afortunadamente, recibiendo continuamente paquetes. Entren ustedes al interior y vean el tratamiento que hay a los presos en general. Tengan en cuenta que ésta es una prisión de presos políticos... Pasen, pasen, por favor...», les dije. «No, ya está prevista la visita», contestó el director. Nosotros, por nuestra parte, en cuanto nos enteramos de lo de la entrevista avisamos al Comité de la cárcel para que estuviesen atentos, ya que nosotros jugábamos una parte del papel pero no toda, ni siquiera la más importante. El director cabreado, los periodistas tomando notas y nosotros diciendo que había que acabar con la España-franquista como se había acabado con Hitler y Mussolini. Después de esto, nosotros nos retiramos pero ya desde nuestro pabellón oíamos el griterío y las protestas que se organizaron ante los periodistas que visitaban el interior. En resumen: fue una gran jornada y nosotros nos quedamos realmente contentos. Aquello organizó tal follón que decidieron liquidar aquel penal como prisión política ya que era un verdadero hervidero de antifranquistas. A Santiago Álvarez y a mí, como consecuencia de aquello, nos castigaron y nos aislaron, mandándonos, a mí a la cárcel de Palencia y a Santiago Álvarez a la de Logroño. En Logroño estaba entonces trabajando mi hermana en la Tabacalera. Para entonces ya le habían rehabilitado pero no le permitieron quedarse en San Sebastián y además, no le permitieron subir de categoría, que le correspondía por la edad, viendo cómo le pasaban todas las que habían entrado después de ella. De todas maneras, Logroño era peor que Palencia ya que esta última era un punto de paso importante, un cruce, y por esto estaba menos aislado. Pero el caso es que, cuando llegué allí, llevaba un dossier malísimo: aislado, 20 años, una cárcel de 3ª categoría que no me correspondía jurídicamente ya que no tenía prisión mayor y debería haber ido al Dueso, Burgos... Reclamé. No me hicieron caso. El director —que era monárquico— me dijo: «Mire usted, yo aquí tengo una leonera. Es una habitación que se utiliza de carbonera, sin ventana al exterior. No me gustaría tener que meterle a usted ahí». Yo ya venía catalogado por la Dirección de Madrid, como responsable, junto con Santiago Álvarez, del follón de Alcalá. Le contesté que yo no tenía la culpa de la situación ni de las circunstancias en que se había desarrollado la campaña internacional, que el tiempo diría, etc. Me aislaron en una celda pero pronto llegué a enterarme que allí mismo estaba Jesús Gago, comunista, uno de los supervivientes del proceso de Larrañaga. Era muy jovencito cuando le cogieron. Además, como tenía una familia muy extensa y de cierto renombre en Dueñas, provincia de Palencia, parece ser que —no sé si a través de algún cacique de la zona— logró que interviniese a su favor Girón y también el Obispo de Palencia. Parece ser que esto le salvó de la ejecución. Cuando se enteró que yo estaba allí vino a verme: «Estate tranquilo porque el director, aunque es monárquico, está de vuelta. Hay aquí algunos falangistas pero el director de servicios, aunque no es político ni nada, es amigo nuestro, nos tiene admiración y simpatía. A mí me aprecia y estoy aquí como escribiente de servicios. Soy el amo aquí. Llevo prácticamente todo lo de intendencia. Hay algunos oficiales jodidos pero ya te avisaré. Tú tranquilo. Ahora te voy a traer un poco de comida...»
La cárcel de Palencia era un desastre. Prácticamente no había wáteres —unos agujeros que se llenaban de mierda— ni servicios elementales. Todo lo tenían que improvisar los presos. Había unos 8 ó 10 presos políticos, todos comunistas claro está, excepto uno de la zona minera. Había varios de Palencia, de una redada de la organización del Partido allí. También estaba un navarro, Eugenio Rojo que actuaba como practicante y que hoy vive en San Sebastián ya jubilado de la fábrica de Suchard. Me encontré así con un punto de apoyo. No estaba solo. Recibía además los paquetes que me mandaba mi mujer de la Argentina, así como giros de dinero: el peso argentino estaba entonces a 4,5 pts. Mi mujer trabajaba y, además, sus padres nos ayudaban hasta decir basta. Mi hija estaba con su abuela. Aparte de esto, el Partido español y el argentino echaban una manita de manera que, en este aspecto, yo nunca tuve ningún problema. Al contrario, esto me servía para ayudar a los compañeros. Pero, para mí, el problema principal, al principio, era romper el aislamiento. Utilicé para ello mi estado de salud: los atisbos que había tenido de desgaste nervioso, insuficiencia respiratoria, en fin aquellos desfallecimientos. Pedí ir al médico y así me encontré con Teófilo Abad, una bellísima persona, ya muerto. Era católico y aceptaba el Régimen pero no tenía nada de fascista ni de totalitario. Era un liberal por excelencia. Este hombre tenía un amigo —llamado Bozal— que era director de un Centro Antituberculoso y cardíaco en Palencia. Este Bozal había sido médico de la Sanidad de la República y había trabajado con Planelles, director de Sanidad, pero como era una eminencia y había actuado como funcionario sin destacarse en nada de política le habían dejado en paz. Bozal dijo que para hacerme una revisión tenían que sacarme de la cárcel. El director logró el permiso y así, un día, con una fuerte escolta de la Guardia Civil —quizás esperaban una acción de la guerrilla— me llevaron al Hospital. Allí me pasé toda una tarde: sangre, orina, radiografías, electrocardiogramas, etc. Me diagnosticó insuficiencia cardíaca, un proceso de arritmia. No podía hacer esfuerzos físicos y necesitaba cierta tranquilidad y una medicación a base de digitalina y cardiozol, medicamentos que luego nunca me han vuelto a dar. Así logré que me trasladaran a la enfermería, donde había dos pabellones con unas catorce camas y dos celdas que llamaban «el palomar». Una era para que los que estaban tuberculosos pasasen la «capilla», durante dos o tres meses, antes de que les pusiesen el «pijama» de madera. La otra era una celda transformada, llena de crucifijos y sagrados corazones —parecía una sacristía aquello— que la mantenían así porque en ella había estado como condenado a muerte el famoso Hedilla. Tenía una cama y un armarito. Allí me metieron. Me quisieron dar el rancho especial de enfermería pero yo, para que no creyesen que era un enchufado y por principio, me negué, pensando que así se lo darían a otro más necesitado que yo. En esta situación mi aislamiento se iba rompiendo un poco. Yo salía al patio de la Enfermería donde había más posibilidades de comunicación ya que daba también a Intendencia, al Depósito, al taller de carpintería, a la carbonera con la que me había amenazado y se veía también el «rastrillo». Así empecé a verme con todo el mundo. Como era una cárcel tan deficitaria en todo, a veces se producían verdaderas aglomeraciones con la gente que iba de paso hacia Galicia o hacia Asturias y Santander. De hecho, muchas veces, cada 15 días, venía una expedición de prostitutas que iban en tránsito hacia las Oblatas de Santander. También venía gente de Valladolid que iban hacia el Nordeste o hacia el Noroeste. De manera que una cárcel que estaba pensada para unos 100 presos, y que normalmente tenía 300, llegaba en estos momentos a albergar hasta 500. Aquello también ayudó a ir rompiendo mi aislamiento. Además yo ya tenía en mi mente los elementos de lo que más tarde sería una directiva del Partido: la reconciliación nacional. Yo veía allí que la guerra no la había ganado el pueblo español, lo que ellos llamaban la parte nacional. La guerra la habían ganado Franco y un grupo de falangistas. El pobre estaba tan acojonado como los que habían perdido la guerra. Los vencedores no eran mas que una camarilla de franquistas. Yo, poco a poco, me fui ganando a los funcionarios. Así llegó un día que se encontraron sin el practicante y sin el escribiente que llevaba la Farmacia. El médico me ofreció a ver si me quería ocupar de la Farmacia.
Jz. de Aberasturi: ¿Tenía usted en aquella época contactos con el exterior?
Zapirain: Sí, pero no me atrevería a decir toda la verdad sobre este asunto para no comprometer todavía a algunos. Pero estos contactos los logré a veces a través de los presos que estaban en el «rastrillo» y también por medio de algún funcionario. No puedo decir más porque vive alguno todavía y la historia aún no ha terminado. Nunca se sabe si al interesado le puede molestar lo que yo pueda decir. Aunque la gente del Partido de Palencia había caído toda, a través de sus familiares establecimos algunos contactos. Los presos que pasaban por allí en tránsito para otras cárceles también nos servían de enlaces. Recuerdo que en cierta ocasión, más tarde, cuando yo actuaba ya de practicante, improvisé a un pequeño grupo de presos una conferencia sobre el «Plan Marshall». Eran un grupo de guerrilleros y de apoyo al monte que
venían de la parte de Asturias hacia Burgos, entre ellos estaba Celestino Uriarte, de Mondragón. Como actuaba de practicante, iba entre ellos con el tubo de aspirinas, el termómetro y la cantimplora llena de café, explicándoles el asunto del «Plan Marshall», contando para ello con la complicidad del funcionario de turno. Teníamos un periódico de las prisiones «Redención», donde entre líneas, a veces uno podía enterare de algo. En ocasiones, a través de Jesús Cago, conseguía los periódicos. Esta apertura que me facilitó mi tarea de practicante y de «farmacéutico» me posibilitó abrirme más en mi comunicación. En Palencia llegué a estar 10 años, sin ningún traslado. Las conversaciones con presos, gente de paso, el médico, los mismos funcionarios, etc. me ayudaron a tener una visión retrospectiva de lo que había sucedido en España. Así logré conocer, en cierta ocasión, el caso de Jesús Larrañaga y Manuel Asarta. Ya he dicho que se encontraba allí, en condición de destino, Jesús Gago. Con él tuve grandes y prolongadas conversaciones de una intimidad estrechísima, en la propia enfermería. Así conocí cómo fue la caída, el proceso, y el fusilamiento de Jesús Larrañaga, Asarta, Diéguez y compañía.
Ellos llegaron de América a Portugal. No podría precisar ahora si lo hicieron juntos o en barcos diferentes. Algunos, como el camarada Rozas, de Asturias, vinieron de polizones en la bodega del barco. Se venía a través de Portugal porque Francia estaba todavía ocupada por los alemanes. Era en plena guerra mundial. Estaban, pues, en Portugal, en casa de un camarada portugués cuando les vino a detener —el 19 de mayo de 1941— la policía portuguesa. Les llevaron a Comisaría y allí se encontraron con la policía española. Ellos no negaron nada. Venían dispuestos a todo. Dijeron que venían a organizar la lucha revolucionaria en España y a restablecer la democracia. Fueron los pioneros que vinieron de América a incorporarse a la lucha. De allí les condujeron inmediatamente a Madrid después de hacer noche en alguna cárcel de la parte de Badajoz. Jesús Gago me contaba cómo, cuando estaban en las celdas de los condenados a muerte, se veía el diferente talante y modo de ser de los camaradas. Jesús Larrañaga, ya de una manera abierta, decía todo lo que se podía decir en el orden político, sobre la orientación, actitud y propósitos del PC, negándose, claro está, rotundamente, a decir nada que pudiese facilitar el quehacer de la policía. Allí estaba también Isidoro Diéguez, un madrileño parco en palabras, introvertido, simpático pero de una gran cautela y prudencia. Su propia parquedad le podía hacer aparecer como más aislado, menos comunicativo, serio, el sentido del humor lo podía tener de otra manera a como lo podía tener un Jesús Larrañaga. Y así cada uno con su talante, con su estilo propio. Todos se portaron muy bien. No hubo ningún elemento conflictivo en este aspecto. Todos eran conscientes de que aquello les costaba el pellejo. Pasaron rápidamente a la prisión de Porlier. Allí, con la sentencia de pena de muerte confirmada en el caso de seis de ellos, fueron fusilados —el 21 de enero de 1942— Jesús Larrañaga, Manuel Asarta, Isidoro Diéguez, Jaime Girabau, Eladio Rodríguez y Francisco Barreiro. A Jesús Gago, que también estaba condenado a muerte, le conmutaron la pena por la de cadena perpetua. Luego, por la aplicación de las «tablas» se le iría reduciendo, aparte de que, igual que a mí, por no tener antecedentes se le aplicaron dos indultos. Me contó cómo, en la cárcel de Porlier, el director, que si no me equivoco se llamaba Amancio Tomé, había inventado una canción que se la hacía cantar a todos los presos. Tenía también la costumbre de ir diciendo delante de todos los presos: «Aquí, en esta cárcel, no hay nadie más chulo que yo». Como es de comprender, todo el mundo se callaba. Un día, en una de esas expediciones de presos que llegaban continuamente, apareció uno que creo era del Norte, posiblemente asturiano, grandote, de una naturaleza física que parecía iba a estallar. En una revista de presos, después de cantar el himno compuesto por el director, éste les lanzó: «Como siempre digo, aquí no hay nadie más chulo que yo». De repente sale el otro de la fila y le suelta: «Don Amancio ¡y yo!» El director le miró de arriba a abajo, pensó un poco y le contestó: «¡Pues es verdad hombre! ¡Ya lo saben ustedes! ¡Aquí no hay más chulos que éste y yo!» Volviendo a lo de Larrañaga, me contó Gago cómo el capellán de Porlier, que era un hombre a imagen y semejanza del Régimen y de Tomé, cuando estaban ya en capilla para fusilarlos, unos días antes, aislados en celdas contiguas, les dejó a cada uno de ellos un catecismo. Esto era un día antes, la víspera, ya que les fusilaron al amanecer. Fue de celda en celda con el catecismo. Luego volvió a desfilar por las celdas cuando pensó que habían tenido tiempo suficiente para meditar. Yo no sé si Gago me contó la reacción de todos ellos pero el caso es que yo sólo me acuerdo de la de tres. El cura, acompañado del director abre la primera celda que es la de Manuel Asarta y le dice: «Bueno Manuel ¿qué tal? ¿Le ha servido el catecismo? ¿Le ha permitido reflexionar, considerar sus últimos momentos...?.» «Mire usted —le contestó Asarta— solamente he pensado una cosa y es que no me he querido entretener en la lectura del catecismo porque no quiero suscitar de nuevo los problemas planteados en el Concilio de Trento». Asarta era un hombre muy introvertido, muy parco en palabras y además muy precisas, sentenciosas, quizás lleno de una profundidad que chocaba con su misma angelicalidad o candidez, ingenuidad, o por decirlo mejor, con su bondad... porque era bueno hasta decir basta y generoso como él solo. De allí siguieron y entraron en la celda de Isidoro Diéguez. Coherente en su modo de ser, firme como una roca, entero como yo le conocí siendo del Comité de Madrid, pero amable, sabiendo escuchar siempre todo lo que se le decía o señalaba, pero circunspecto en palabras. Le dio una contestación rotunda: «Mire usted señor capellán. Yo no he estado nunca ni estaré en ningún momento, y menos cuando me quedan pocos minutos de vida, dispuesto a perder el tiempo. Tengo otros pensamientos muy por encima de todas esas tonterías». Lapidario. «¡Qué horror, qué barbaridad, etc., etc.!» fueron los comentarios del capellán. Pasaron así adonde Jesús Larrañaga. Este, con aquella cara que tenía de Cristo nazareno, tan divina, siempre de buen humor, le dijo: «Mire. Ya sabe usted que yo he estudiado en un seminario. Yo me he preparado para jesuita y todo esto me lo sé de sobra. Entonces solamente se me ocurre decirle una cosa. Yo le voy a pedir a usted un favor y es que, si usted tiene valor y quiere aprender algo más en su vida, venga mañana al amanecer a ver cómo mueren los comunistas!» El otro se quedó cortado. «Pues sí, iré, iré...» En realidad estaba obligado a asistir a la ejecución. Esto es lo que me contó Jesús Gago que lo tenía en su mente como una vivencia propia. Después, según he podido reconstituir por diversas fuentes, sabemos que murieron valientemente, dando gritos revolucionarios. Yo llevo con verdadero orgullo y satisfacción su cinturón, que se me va rompiendo y desgastando con los años, pero aquí está, con su sabor vasco, con la hebilla en damasquinado de Eibar. Este cinturón se lo dio Larrañaga poco antes de morir a Jesús Gago que me lo dio luego a mí. Gago era el benjamín del proceso y Larrañaga celebró francamente que le hubiesen indultado ya que era demasiado joven y no tuvo ningún puesto de dirección ni grandes responsabilidades políticas. Venía también de América y había caído con él en Portugal. Respecto a Larrañaga recuerdo también algo que me sucedió a mí. Cuando, en nuestro proceso, me llevaron a declarar ante el juez Eymar, me encontré allí con el fiscal militar, un tal Cuervo, que me dijo: «¡Hombre usted es Zapirain! Usted también es vasco... qué cosa... ya sabe usted, yo soy Cuervo el que juzgué y condené a Jesús Larrañaga. ¡Qué lástima de muerte! ¡Qué hombre tan grande en su visión estrecha y en su fanatismo revolucionario!
¡Pero qué buena persona!» Trató de defenderse. Yo le conté luego, esto a Gago y me dijo que, efectivamente, en el momento de la alegación trató de alargar su defensa. Esto demuestra no sólo que se portó bien en su proceso sino que hasta el fin fue lo que era, un gran orador, un verdadero agitador, un auténtico luchador de gran valor.
Jz. de Aberasturi: Volvamos a la cárcel de Palencia. Allí estuvo usted diez años...
Zapirain: Sí, diez años sin quitar una sola hora. Poco a poco, y debido a mi trabajo como practicante adquirí, como ya he dicho, cierta libertad de movimientos. Esto hizo que, a la Dirección General de Prisiones, llegasen denuncias contra mí diciendo que gozaba de demasiada libertad. Durante mi larga estancia allí tuve vivencias que luego se plasmarían en la política de reconciliación nacional. A veces se producían contradicciones que pasaban a primer plano y que nos hacían marchar juntos a la Administración de la cárcel, desde el director al último funcionario y al preso, en este caso Sebastián Zapirain. A veces venía algún inspector de prisiones a comprobar las denuncias que algún «preso» había hecho contra mí, acusándome de hacer la vida de enfermería, con un aislamiento relativo... Esto era mentira ya que yo comía con todos los presos. A veces nos hacíamos una cazuela pero en mi celda. Cuando llegaba alguna advertencia o chivatazo de este tipo el director me llamaba y me decía: «¿Ha tenido usted algún problema? Tenga cuidado que van a por usted. ¡Por favor no me busque un lío! Si hay algún problema dígamelo pero juégueme claro...» En concreto, respecto a esto, puedo referir lo que me ocurrió en cierta ocasión. Trajeron a un preso para darle una inyección y, cuando yo estaba ingenuamente poniéndosela, el que me ayudaba —que estaba en la cárcel por delincuente pero como le tratábamos bien era muy amigo nuestro, nos admiraba y era fundamentalmente de izquierdas— se dio cuenta de que en la pierna tenía un tatuaje con el yugo y las flechas de la Falange. Era un falangista que se hacía pasar por preso y actuaba como chivato. Otras veces el mismo director avisaba: «¡Cuidado que aquí hay uno que ha entrado nuevo como infiltrado!» Cuando llegaba un inspector, repito, desde el director hasta el capellán que era un falangista, incluidos a los funcionarios, y la Junta de Disciplina, todos afirmaban que no era verdad lo que se decía de mí. Me consideraban muy voluntarioso, muy buena persona, hasta el punto que dejaba mi celda a otros presos para que rezasen el rosario todos los días. Esto era cierto ya que, a través del capellán, me habían pedido permiso para utilizar mi celda para estos menesteres. Yo, mientras no me tocasen mis cosas, me daba lo mismo. Se trataba de dos presos, uno de ellos era un campesino de Tierra de Campos que había matado a su padre porque su amante se iba a quedar con la fortuna familiar y el otro era uno del Servicio Nacional del Trigo que había robado tanto que no tuvieron más remedio que meterlo en la cárcel. En cuanto al capellán se le veía también que poco a poco iba cambiando de postura. No sé si las veía venir pero el caso es que este hombre —Valentín se llamaba— que en otros tiempos venía con las botas llenas de sangre diciendo: «¡Ya hemos dado el paseo a unos cuantos!», llegó a hacerme algún favor y hasta actuar de enlace, además de testimoniar a mi favor cuando ocurrían estas denuncias.
Cuando ocurrían estas cosas solían apretar más las clavijas, me retiraban de la enfermería, tomaban algunas medidas, pero la situación volvía de nuevo a su cauce. En cierta ocasión pusieron a otro de practicante pero como se dedicaba a hacer sus cosas con el alcohol, la morfina, etc. tuvieron que quitarle y recurrir de nuevo a mí. Yo, como ya he dicho, estuve bien desde el punto de vista material ya que mi mujer me mandaba dinero y paquetes. El Secours Populaire de Francia también nos mandaba paquetes aunque a veces nos los daban abiertos, con menos cosas o, incluso con algún ladrillo o cualquier otra cosa que metían dentro con afán provocador.
En la prisión yo tenía mi mente puesta en el País Vasco y cuando salió de allí Eugenio Rojo le di algunas recomendaciones y citas. Así pasé el tiempo hasta que llegó mi salida. Como ya he dicho mi pena era de 20 años, con la pérdida del derecho a la redención de penas por el trabajo que era de dos días por uno. Me habían quitado también el derecho a la libertad provisional a la que se podía acceder una vez cumplida la cuarta parte de la condena. Es decir que, de veinte años, si hubiese podido aplicar estos conceptos, se me hubiese rebajado la pena a diez años. Lo único que tenía a mi favor es que carecía de antecedentes penales y que por esta razón me pude beneficiar de dos indultos que dio Franco con motivo de aquellos famosos Congresos eucarísticos. Cumplí exactamente 10 años. Santiago Álvarez que tenía 18 años de condena sólo cumplió 8 ya que además de esto tenía algo de redención de penas porque había —estado dando clases en la escuela de la cárcel. Así, cuando se cumplieron los 10 años de mi detención, el 25 de agosto de 1955, salí de la cárcel de Palencia conducido por un policía de Palencia llamado «el Chino» y por el famoso «Carlitos». Cuando me encontré con este último me dijo: «Por fin vamos a coincidir en un deseo. Te damos un pasaporte, un pasaporte de Franco, pero sólo de ida, para que salgas del país que es lo que queremos nosotros. ¡Pero qué suerte has tenido!» Luego, mirando un poco hacia el patio de la cárcel me dijo: «Y pensar que unos días más tarde o unos días antes ¡qué sé yo! se hubiera decidido el asunto de otra manera y hoy tendrías unas malvas encima así, así de grandes...» «¿Lo siente verdad?» le contesté. «Pues a España veníamos con esa idea, de manera que todo esto se lo tengo que agradecer a la solidaridad internacional y ésta es la satisfacción que me llevo para seguir luchando donde esté. A usted también le llegará un momento en que tendrá malvas así. Unos días más tarde o unos días antes. ¡Antes de 80 años todos estaremos calvos!». «¡Bueno, bueno, no soy yo quien decide! Además, tuviste suerte de que no me tocase a mí tu expediente...» terminó. Respecto a esto tengo que decir que yo había pedido que me dejasen en libertad en España pero la Dirección General de Seguridad había dado la orden de que me marchase al extranjero —había varios países dispuestos a acogerme como exiliado— o que me quedase en la cárcel hasta que les diese la gana a ellos tenerme allí.
Mi compañera, acompañada de la hija que ya tenía 11 años, vino a España con el respaldo y el asesoramiento del PCE y del Partido Comunista de la Argentina. Traía muchas cartas y recomendaciones de destacadas personalidades argentinas, dirigidas a ministros y otras autoridades de España. Pero como era el mes de agosto todo el Gobierno estaba en San Sebastián. Pudo dejar en cada Ministerio la carta correspondiente y las muchas peticiones para que Zapirain fuese bien tratado y liberado, pero sólo pudo entrevistarse personalmente con un Ministro franquista a quien expuso su inquietud ya que la policía que le había seguido en su viaje desde Madrid a Palencia se negaba a dejarle acompañarme desde la cárcel a Madrid, lo que tenía intención de hacer para mi mayor seguridad. El Ministro se dio cuenta de que mi compañera traía la preocupación de que se me pudiera aplicar la «ley de fugas» y le dijo que comprendía perfectamente su inquietud ya que lo que ella veladamente daba a entender había sucedido en España, pero que en el caso de Zapirain era poco probable que pasara nada ya que en el momento de su detención y entonces mismo había una preocupación muy grande por mí en todos los países. Hay que tener presente que en tomo al viaje de mi compañera se había reavivado la campaña y se habían movilizado los sectores republicanos de los países de América y la emigración en Francia, donde estaba la dirección del PCE. Así fui conducido hasta Madrid por estos dos policías, parándonos a comer en el Parador de Cuelgamuros. Al pasar por Burgos «Carlitos» me dijo: «Mira lo que hemos hecho en estos años, hospitales, casas...» «Esto quiere decir que van aumentando las necesidades de asistencia médica, porque el decir que ustedes han hecho centros sanitarios se puede ver bajo dos aspectos. Que aumentan las enfermedades y hay una gran necesidad de camas porque esto estaba muy pobre puede ser una versión del asunto. Otra es que usted me quiera presentar esto como una gran obra de Franco. Me quedo con la primera explicación ya que yo sé lo que pasaba en la cárcel...» Así, lanzándonos invectivas hicimos el viaje. Llegamos al aeropuerto donde estaba esperándome mi mujer y también, no sé por qué, un montón de fotógrafos. El tal «Carlitos» procuraba por todos los medios que no me sacasen ninguna fotografía. Estaba allí también mi hija a la que había dejado en Buenos Aires con 10 meses y 20 días y que ahora tenía ya ll años. Esto para un padre era muy duro y más teniendo en cuenta lo que pasó. Mi hija, a los ocho años, cuando más fuerte y hermosa estaba, enfermó de poliomielitis. Estuvo durante dos largos años sometida a un riguroso tratamiento. Gracias a la efectividad de los profesionales, a la dedicación de su madre y a la disciplina de la enferma, y con la ayuda solidaria de argentinos y españoles, mi hija se recuperó y hoy hace una vida normal. Es ingeniero, está casada con un soviético y vive en Moscú.
Mi mujer tuvo que soportar la cárcel de su marido, la enfermedad de la hija, la muerte de su padre —que se portó de miedo— y todo lo que le cayó encima. El caso es que tuve que aprender a ser padre.
Monté por fin en el avión y llegamos a Lisboa donde hicimos una escala para desde allí salir para las Azores y luego a México. En el aeropuerto de Lisboa oí que me llamaban por los altavoces. Fui a la dirección y me encontré con un representante diplomático de México y con un policía español. Este me retiró el pasaporte español y el mexicano me dio un salvoconducto provisional para entrar en su país. Paramos en la Habana. Era el 26 de agosto y hacía un calor espantoso. Llevaba un traje que me había hecho con una tela de fibra que me había comprado en la cárcel. En la Habana tuve que estar retenido hasta que viniese el avión de México y hacía tanto calor que tenía este traje totalmente empapado en sudor y de tal manera se me encogió que casi se me queda el pantalón corto y la chaqueta como un chaleco!
Por fin, después de pasar una tormenta muy fuerte llegamos a México. Nada más salir del avión me encontré con Santiago Álvarez que era entonces el responsable el Partido para el área del Caribe. También vinieron otros camaradas y algún dirigente cubano como Lázaro Peña, el «negro», que ya murió. Muchos comunistas cubanos vivían entonces exiliados en México. Me hicieron un recibimiento grandioso y muy emocionante. Poco después, tras estas primeras impresiones, fui invitado al Centro Vasco, donde había representantes del movimiento nacionalista vasco y del Gobierno Vasco. Se pensó entonces que fuese a Argentina donde había vivido antes y donde estaba mi familia. Pero tenía problemas legales ya que la documentación que yo tenía no era propiamente un pasaporte sino un permiso de residencia. Pero yo, en Argentina, antes de marcharme para España, había conquistado mi legalidad y merece la pena contarse cómo. Cuando estaba todavía ilegal me casé de una manera semiclandestina, pero con mi verdadero nombre, con mi mujer. Cuando era presidente del Gobierno argentino Ortiz, de origen vasco, dictó medidas favorables a la inmigración vasca. Para ser admitido había que ir con el aval del Gobierno Vasco. Yo me presenté ante el que entonces era el representante vasco en Argentina, que si no me equivoco era Aldasoro, para pedirle ayuda con el fin de legalizar mi situación. Le dije: «Aquí vengo en mi condición de vasco. Vengo a ver qué se puede hacer. Tenemos un paisano de Presidente. Yo soy vasco hasta las cachas». «Sí —me contestó— pero usted es comunista». Y así, por ser comunista, se negó a tramitar el permiso. Luego, con la ayuda de los comunistas argentinos y echando mano de los abogados, conseguí presentarme en la Jefatura de Policía, alegando las normas dictadas por Ortiz. Yo me arriesgaba ya que de allí podía ir a la cárcel o, mucho peor, ser extraditado a España.
Pero como llevaba tiempo y además estaba casado con una argentina, me dejaron quedarme en forma semilegal. Pero luego, para volver de México, me pusieron dificultades porque no tenía la documentación adecuada. El Partido decidió que yo marchara al Uruguay y que mi compañera y mi hija se quedaran en Buenos Aires para seguir haciendo gestiones con el fin de que pudiera volver a Argentina. Mi compañera, y también mi cuñado, hicieron gestiones ante el Ministerio de Relaciones Exteriores y la Dirección de Emigración, pero todo fue inútil. Primero el Gobierno de Perón y luego la Junta Liberadora que reemplazó a Perón, me negaron el derecho a regresar a Argentina.
Como en Montevideo tampoco estaba bien, el Partido decidió mandarme a Europa. Así desde allí, vía Amsterdam, me fui a Checoslovaquia. Esto era ya en el año 1956. Al llegar a Amsterdam tuve un pequeño incidente ya que la policía holandesa se dio cuenta que yo no tenía pasaporte ya que llevaba aquel documento que el Gobierno Mexicano me había dado para poder residir en México y que no servía para estos desplazamientos internacionales. Les dije que era un refugiado político que andaba de un lado para otro y que en realidad estaba en tránsito ya que me dirigía a Praga donde me había sido concedido el asilo político. Si había algún problema tenían que entenderse con la KLM que era la compañía aérea holandesa que me había facilitado el pasaje para Praga. Tras una breve reunión entre la KLM y la policía holandesa me llevaron a un Hotel donde estuve retenido de 10 a 14 horas que era el tiempo que tardaba el enlace hasta Praga. Al llegar a Checoslovaquia me estaban esperando Lister y el general Cordón. Me instalé en el Hotel Alcrom e inmediatamente me llevaron a una reunión del Buró Político que se estaba celebrando allí, en Praga. Cuando todavía estaba en la cárcel, yo había sido elegido —con el nombre de «Roque Sergio»— miembro del Comité Central. Después de saludar a Dolores y pasados los primeros momentos de emoción, tras esta reunión, se me señaló que iba a haber un pleno del Comité Central en la República Democrática Alemana, al que debía acudir. Estuve hablando con Carrillo, que se ocupaba de todo lo de organización, sobre la problemática vasca. A la reunión del Comité Central fue también Manuel Cristóbal Errandonea quien me indicó que según se decía iba a pasar yo a ocuparme del PC de Euskadi ya que él estaba cansado y pensaba dimitir. Esto era en verano de 1956.
Jz. de Aberasturi: En la «Historia del Partido Comunista de España», publicación oficial del Partido, se dice respecto a este Pleno: «En agosto de 1956, el C.C. del PCE celebró una reunión plenaria de singular importancia, en la que dedicó mucha atención al problema del sectarismo y de la vulneración de los métodos leninistas de dirección y funcionamiento del Partido. Sobre este punto presentó un informe el camarada Santiago Carrillo. No era casual que este problema tuviese que ser colocado, una vez más, sobre el tapete.
Si el sectarismo había sido un obstáculo que el Partido hubo de compartir de manera casi permanente a lo largo de su historia, en momentos en que necesitaba movilizar y unir la más amplia gama de fuerzas políticas y sociales para lograr la desaparición de la dictadura su eliminación era una imperiosa necesidad».
Zapirain: Sí, exactamente fue así. Allí aproveché mucho mis conversaciones con Cristóbal Errandonea para informarme acerca del País Vasco y del Partido Comunista de Euskadi. Me habló de los camaradas que colaboraban con él en París es decir, mi hermano Luis, Bautista, Paco Cuenca y un tal Gabilondo que era guipuzcoano. Conocí, a través de él, el caso del pobre Paco Zalakain que en algún momento concreto y como derivación del clima stalinista que se vivía en aquella época había sido objeto de diversas acusaciones. El hacía una interpretación amplia del «Movimiento por la Paz» que entonces estaba en auge y chocó con el sectarismo de Antón. Escribió una carta a Duclos que la transmitió a Dolores explicando su caso, de tal manera que su situación se clarificó y se reincorporó al Partido de pleno derecho.
Jz. de Aberasturi: Respecto a esto se ha dicho en algunas ocasiones que Ramón Ormazábal también tuvo problemas con la dirección, llegando a abandonar el Partido, y que incluso intentó crear un PC de Euskadi independiente del de España... ([19]).
Zapirain: Esto último es completamente falso y no responde a ningún hecho real. Sí hubo algún problema que sin embargo no llegué nunca a conocer en profundidad. Ormazábal estuvo trabajando con Carrillo en unos momentos muy difíciles para Santiago y para la organización del Partido. Era una situación en la que llegaban militantes del Partido de España huyendo a Francia. Algunos de ellos se habían pasado a la Policía y actuaban como confidentes. La situación del Partido en Francia era realmente difícil. En este momento Ramón Ormazábal se sintió en malas condiciones y dijo que no podía continuar en este trabajo. Santiago Carrillo se encontraba entonces muy solo. Ramón, por razones que luego no aclaré con él, porque no me gusta a mí hurgar en las heridas, tomó esta actitud. Luego, cuando yo hice la reconciliación entre él y Carrillo, vi que no eran más que cuestiones un poco de estados de depresión... El mismo Carrillo me confesó que los momentos eran de los más difíciles y que nunca se había encontrado en una situación tan desesperada como la que tuvo entonces ya que Ramón Ormazábal le suponía una gran ayuda. Este se ocupaba, junto con Carrillo, de la organización del Partido, haciendo frente a las caídas, luchando contra las infiltraciones, etc. y todo esto en condiciones de clandestinidad en Francia ya que desde 1950 estábamos en la ilegalidad.
Ramón trabajó en el Partido Comunista de Euskadi asumiendo la Secretaría de Propaganda y la dirección de «Euzkadi Roja» en la Delegación del Partido en Francia. Luego, más tarde, sería el responsable del PC de Euskadi y como tal sería detenido en Bilbao.
Después de este Pleno yo me incorporé al PC de Euskadi en París y Zalakain me buscó una casita en la rue Cométe cerca de los Invalides. Trabajé con Bautista, con Cristóbal y con mi hermano. Cristóbal Errandonea vivía clandestinamente en casa de una dentista francesa que era del PCF. Yo me hice cargo de la Secretaría General del PC de Euskadi, Zalakain llevaba lo de Propaganda. Yo también estaba adscrito al Buró Político del PC de España y llevaba las relaciones con él. Luego me harían miembro suplente de este Buró Político. Lo primero que nos planteamos cuando empecé a trabajar en París fue recuperar a Ormazábal. Hicimos una reunión en la casa donde vivía Cristóbal Errandonea. Se dieron un abrazo, se analizaron crítica y autocríticamente todos los problemas, sin ningún resabio ni recelo y así, Ramón Ormazábal se incorporó también a la dirección del PC de Euskadi. Este núcleo del Partido, del cual yo era el responsable y al que representaba en las reuniones que teníamos, también en París, los del Buró Político del PC de España, permitió reorganizar el Partido e ir ensanchando nuestros contactos en el interior. Para ello bajábamos muy a menudo a Bayona. Allí estaban, además de Pepe Bueno, de Pasajes, recientemente fallecido, Félix Cuenca, igualmente desaparecido, y otros camaradas que llevaban las relaciones con el interior. Desde allí se orientaba también la marcha hacia el interior de algunos camaradas como lo haría, más tarde, el propio Pepe Bueno.
Así, en este trabajo como Secretario de la dirección nacional de Euskadi estuve hasta el año 1959.
Después de un mitin público en la plaza de la ciudad de Chunking con uno de los dirigentes del Comité del Partido de la ciudad.
Un buen día del mes de enero de 1959, cuando después de comer juntos mi hermano y yo, íbamos hacia la casa de Cristóbal Errandonea, vi que, al salir de la rue Cométe, donde yo vivía, andaban por allí algunos individuos sospechosos. Entonces le dije a mi hermano Luis: «Fíjate, con disimulo, a la izquierda...» Pero el caso es que también había otro por el lado contrario. Decidimos entonces no ir a la casa de Cristóbal Errandonea y metemos en una estación de Metro. Al llegar a la boca del Metro se nos ocurrió —ingenuamente— intentar salir por la otra salida, pero, claro, allí estaban esperándonos otros dos policías. Yo tenía documentación falsa —un pasaporte mexicano— y mi hermano también tenía falso su «recepisé». Dudaron un momento pero luego nos llevaron, en Metro y sin esposamos, a la Sureté. Al llegar allí. mi hermano oyó que ya estábamos identificados. Sabían todo pero nosotros negamos. Cuando a mi hermano, le preguntaron dónde vivía contestó: «No sé», con lo que se ganó una bofetada, pero por lo demás no nos torturaron. Luego nos enteramos que la que había dado el chivatazo a la policía había sido la portera de manera que, luego, cuando me soltaron y volví a casa no se atrevía a mirarme a la cara. A los policías les echaron la bronca por habernos detenido ya que les habían dado la orden de seguimos para ver si podían descubrir más cosas. La policía francesa sorprendió a mi compañera sola en casa. Enseguida le dijo que yo estaba detenido. Al poco rato volvió la hija de la escuela y antes de que entrara en la casa, mi mujer le dijo en francés, para que los policías entendieran: «¡Vete a avisar al médico que no podemos ir a la consulta porque está la policía en casa!» Mi hija comprendió y se fue a avisar al Partido de España. Al volver, respondiendo a una señal que le hizo la madre —a quien la policía no le dejaba separarse de donde ellos estaban— con mucho disimulo tiró por una ventana que daba a un patio interior los papeles más importantes y comprometedores. Cuando los policías terminaron de revolver toda la casa, diciendo que estaban buscando armas, le pidieron a mi compañera que les acompañara para algunas aclaraciones, asegurándole que a ella no le detenían porque tenía la documentación argentina en regla. Mi compañera sólo les pidió que no le hicieran ir también a la hija a Comisaría ya que tenía que hacer los deberes de la escuela. La policía accedió y mi hija aprovechó la ocasión para avisar también a una camarada francesa. De esta manera ambos partidos estaban al corriente y se evitaron más detenciones ya que la casa continuó varios días vigilada. Lo que no pudo evitar mi compañera es que la policía cogiese unos apuntes o referencias que yo tenía sobre temas generales no referidos sólo a Euskadi. Eran unas notas referidas a la vendimia y a la emigración en Francia. De estas notas la policía dedujo, falsamente, que yo vivía en Praga y que viajaba de vez en cuando a París. Por otro lado, mi hija avisó también a la patrona de mi hermano Luis —una comunista francesa muy buena— de manera que ella misma sacó de su habitación todo lo que podía haber de peligroso. El Partido francés reaccionó y la policía francesa, que tampoco tenía tanto interés en el caso, nos montó un juicio por uso de documentación falsa, viajes y actividades clandestinas, ya que el PC estaba declarado ilegal en Francia, desde los tiempos de Pleven. El PC francés nos puso un abogado muy bueno —un judío francés de nombre Lederman— que nos defendió. Contamos con el testimonio de Malraux. Se nos condenó a una pena muy pequeña que prácticamente ya habíamos cumplido pero no nos dejaron libres sino que salimos con la orden de expulsión. Así, mi hermano y yo marchamos para Checoslovaquia. Allí la situación cambió. Yo seguí haciendo viajes a Francia clandestinamente pero ya no era lo mismo. Para sustituirme a mí al frente del PC de Euskadi pusieron al bilbaíno Luis Fernández al que llamaban «el General» porque había estado en la Resistencia francesa. Este también cayó y además le cogieron algunos papeles. Entonces se decidió que ocupase el puesto Ramón Ormazábal. Nosotros estábamos fuera, como ya he dicho, al igual que Celestino Uriarte que también había tenido que marcharse. Desde París, más tarde, reclamaron nuestra presencia allí para trabajar cara a Euskadi, pero el Partido consideró que no era conveniente.
Con Ormazábal se trabajó cada vez más de cara al interior, reorganizando el Partido de Euskadi. Nosotros, desde Praga, mandamos a un tal Larrea a Navarra. Creo que también Zalakain anduvo por el interior. Así, en un momento dado, y dentro de este planteamiento, Ormazábal presentó su decisión de pasar al interior de Euskadi para trabajar en la reorganización del Partido. Siendo pues Secretario General pasó a Bilbao y allí con la ayuda de un minero asturiano, un tal «Mario» que ahora vive jubilado en su tierra, con la de Leoncio Peña de Bilbao y Néstor Raf que suele estar en la sede del Partido en Donosti, con Morín, etc. hacia los años 60 empezaron a trabajar en esta tarea. Yo mientras tanto, me instalé en Checoslovaquia donde permanecí durante 20 años. Allí coincidí otra vez con Santiago Álvarez que era el representante del Partido en la «Revista Internacional» y con el que empecé a trabajar como ayudante. Allí, en Checoslovaquia, estaban el General Modesto, el General Cordón, Antonio Mije, Moix, Vicente Uribe, el doctor Bonifaci, etc. En Praga estaba la sede y el centro de dirección del Partido para todos los países socialistas, excepto la URSS, donde estaba Dolores y que era autónomo debido a la importancia que tenía y al gran número de españoles que allí había. Sin embargo, de nosotros dependía también China, de manera que cuando yo ocupé el puesto de responsable de este centro tuve que hacerme cargo de nuestros representantes en Radio Pekín, en la Agencia de noticias Sinjuá y otras cosas. Teníamos allí un colectivo de unas 30 personas. El caso es que, en la primera reunión que tuvimos en Praga, yo dimití de mi puesto en el Buró Político y también como responsable de la dirección de Euskadi ya que no tenía sentido que al cambiar de ámbito y de trabajo siguiese desempeñando aquellos cargos. Dimití por una cuestión de pundonor ya que no había nada contra mí. Nuestra caída había sido claramente por un chivatazo y además, no tuvo mayores consecuencias. No cayó el Buró Político, ni la dirección del PC de España y siguió todo el mundo trabajando sin siquiera cambiar de casa.
En Praga había una delegación del CC del PCE constituida por Santiago Álvarez (responsable), el General Modesto, el General Cordón, el Doctor Bonifaci y Moix, a la cual me incorporé yo como adjunto de Santiago Álvarez.
Al cabo de algunos años, al quedar vacante el puesto de representante del PCE en la «Revista Internacional», fui designado para el mismo en su Consejo de Redacción, trabajo que realicé simultáneamente con la responsabilidad de la delegación del CC. hasta mi venida a España en el año 1979.
Jz. de Aberasturi: ¿Vivió usted de cerca la crisis desencadenada dentro del Partido con motivo de la invasión soviética de Checoslovaquia?
Zapirain: Cuando nosotros estudiamos la postura a adoptar frente a esta invasión, en la que tomamos partido por Dubceck frente a Novotny, hubo una reacción inmediata de Agustín Gómez —que era de Rentería— y de Eduardo García. Recuerdo que en la polémica, este último dijo en cierta ocasión: «¡En fin, de Zapirain qué puedes esperar! Zapirain es un hombre que se toma un poco ingenuamente las cosas y, a pesar de haber sido educado en la Unión Soviética, siempre sigue a Carrillo, etc., etc.» El caso es que ambos se separaron del Partido. Lister, por su parte, tenía una posición muy afín a la de ellos en este problema. Cuando la invasión discutía con nosotros y no estaba del todo de acuerdo en condenar la intervención. Vivía en Praga en aquellos momentos, cerca del lugar donde estaban acantonados los soldados soviéticos. Estaba un poco al pairo.
Después de esta primera escisión de Gómez y García siguieron las disputas y las polémicas. Lister se destapó en el momento en que hubo que sustituir a Dolores por Santiago Carrillo. En ese momento aparecieron a la luz la ambiciones de Enrique Lister. Este, que había hecho todo lo posible por humillar y dejarle fuera del papel llamado a jugar a su compañero y jefe durante la guerra Juan Modesto, planteó poco menos que ser una especie —él sabía que no podía ser Secretario General— de elemento autónomo, una especie de «super», entre Dolores Ibárruri como Presidente y el Secretario General. Una especie de ministro plenipotenciario... Esperó una ocasión propicia para tomar una determinación. En el caso de Eduardo García y Agustín Gómez actuó un poco como su abogado, diciendo que había que darles tiempo para que se lo pensasen y que no se trataba de que saliesen del Partido. Pero, en cambio, en la escisión suscitada en el otro extremo, por Claudín y Semprún, en una actitud renovadora, se puso desde el principio y totalmente, del lado de Dolores y Carrillo. Unos eran pro-soviéticos y los otros de un anti-sovietismo a ultranza. En un Pleno que tuvimos, creo que en Arras, surge ya Lister enfrentado a la política del Partido, inclinándose ya claramente por la línea pro-soviética. Se llevó con él a dos dirigentes del Partido en Moscú, Jesús Sáez y Balaguer, también a Celestino Uriarte, de Mondragón, que estaba en la República Democrática Alemana, y a algunos otros. Lister crea su propio Partido, el PCOE, mientras que García y Gómez fundan el suyo, el PCE (VIII y IX Congresos). Luego esto se ramificará más con las escisiones del PSUC y la salida de P. Ardiaca.
Enrique Lister, a pesar de ser pro-soviético, no ha logrado nunca entenderse con los otros grupos afines. La Unión Soviética no le ayuda. Hay que conocerle cómo es. Tiene rencillas personales con altos dirigentes de la Unión Soviética. Ha hecho hace poco unas declaraciones diciendo que el Partido de Ignacio Gallego es el estercolero del eurocomunismo. Yo le puse el nombre de «Faraón» y con él se ha quedado. Se lo puse en una reunión del Partido por su altanería. Recuerdo que un día, en un Pleno del C.C., le salió un paisano suyo, un tal Pillado, de los Astilleros Astano, que le dijo: «¡Calla ya tú, que estás molestando mucho...!» Era verdaderamente ambicioso.
Jz. de Aberasturi: ¿Desempeñó en Praga algún otro tipo de funciones?
Zapirain: Como responsable de la organización del Partido en los países socialistas me ocupaba del punto de vista material, de la situación, de los camaradas, de la adaptación e incorporación de los refugiados comunistas en los países socialistas, etc. Había problemas de vivienda, problemas de la educación de los hijos, enfermedades, seguridad social, etc. Otra actividad era de cara a España y a la lucha antifranquista.
En un momento dado, tras la muerte de Franco, se plantea la vuelta a España. Yo tenía un problema y es que la tramitación de mi expediente era distinto ya que no había salido huyendo de España sino que había sido expulsado después de cumplir mi condena. Tuve que hacer otra tramitación en la Embajada. Por fin solucioné el problema y vine aquí donde hablé con los camaradas. Entonces estaba al frente del Partido en Guipúzcoa Paco Idiáquez. Estuve también con Ormazábal para ver cuál era nuestra situación para poder volver aquí, desde el punto de vista económico, etc. Se quedó en que, como mi hermano Luis tenía mejores condiciones económicas para desenvolverse en Madrid dada la situación de su mujer, se quedase allí y que yo viniese a Euskadi ya que no había medios para todos. Mi hermano Luis estaba allí, en Madrid, llevando la Federación de Jubilados de CCOO. Yo vine a San Sebastián donde he seguido trabajando hasta ahora. Antes de venir participé en el II Congreso del PC de Euskadi que se celebró en Francia, cerca de la frontera. Como anécdota contaré que, como soy de dormir muy fuerte, tuve que hacerlo en la cocina ya que había gente que se despertaba por mi culpa. A este Congreso vine desde Praga con Javier Villanueva, de Portugalete.
Ahora soy miembro de honor del CC del PC de Euskadi y trabajo lo que puedo debido a mi enfermedad. Lo mismo me ocurre con el PC de España donde estoy en una Comisión de Honor donde también está Alberti, el padre Llanos, Domingo Malagón y otros viejos revolucionarios como Roger el de Zaragoza, Barbados el de Andalucía, Narciso Julián de Catalunya, junto con el doctor Bonifaci, Ciutat, Wenceslao Roces que sigue en México, etc. Esta es mi historia hasta ahora.
Jz. de Aberasturi: Aunque quizás podríamos terminar aquí la narración de sus recuerdos personales quisiera antes de dar por finalizada esta entrevista que hablásemos un poco de alguna de las personas que usted conoció durante su vida y que hoy son figuras históricas dentro de la historia del movimiento obrero de Euskadi. Así pues, además de lo ya referido ¿podría decirnos algo más del bilbaíno Jesús Hernández?
Zapirain: A Jesús Hernández le conocí en relación a su actuación en Bilbao y, luego, dentro de la actividad del Partido a partir de la instauración de la República. De la época de la República tengo de él un recuerdo muy concreto. Estaba yo un día durmiendo en mi casa cuando de repente sonaron a la puerta. Eran las 3 ó 4 de la mañana. Mi madre, aunque ya tenía costumbre de estas cosas, me vino a ver un poco asustada. A pesar de que no eran momentos particularmente agitados en aquella época, yo estaba dispuesto a cualquier cosa. Al abrir la puerta mi madre se encuentra con un hombre que venía completamente congestionado y tenso que le preguntó por mí tratando de tranquilizarla diciendo que era un camarada. Yo me levanté de la cama, me vestí y fui adonde él, preparé un café y tranquilicé a mi madre. Era Jesús Hernández que venía huyendo de Bilbao. Me dijo: «Mira Zapi, tenemos que arreglar un asunto muy serio. Tengo que irme a Madrid inmediatamente porque a estas horas ya me estarán buscando. Tengo que marcharme de la zona vasca y desaparecer una temporada». Había tenido un choque con los socialistas, en Bilbao, dentro de aquel contexto de luchas fratricidas de la época. En el tiroteo, en el que los comunistas trataban de desarmar a un grupo de acción socialista, cayó muerto un gran camarada nuestro, llamado «Txompio» que, ajeno a este hecho —aún cuando él también era un hombre de acción— se encontraba casualmente en el popular y concurrido bar donde ocurrieron los hechos.
Yo pensé́ en cómo organizar el viaje a Madrid. Por tren no podía ser ya que estaba muy vigilado por la pareja de la Guardia Civil y la Policía secreta. Había que hacerlo por carretera. Así, pensando, me acordé de un compañero de escuela —un tal Rubio— que era taxista autónomo y tenía siempre la parada en el Boulevard. Fui adonde él hacia las siete de la mañana y le dije que quería hacer un viaje rápido a Madrid, de ida y vuelta, para llevar a un amigo mío, y que volvería luego con él. El tal Rubio ya sabía de mis andanzas y me tenía definido como yo le tenía a él: un hombre que no se metía en nada y sólo pensaba en vivir de su trabajo. Al final, por esa cosa de admiración que nos tenían los que no eran capaces de actuar en las luchas sociales y políticas, pero siempre con una cierta simpatía, accedió a llevamos. Así, vino con su coche hasta el Paseo de Salamanca, cerca de donde yo vivía, montó Hernández e hicimos el viaje, con suerte ya que no topamos con la Guardia Civil. Después de dejar a Jesús Hernández nos volvimos tal y como habíamos quedado.
Dando un salto en la historia diré que luego tuve contactos con él en algunos actos y movilizaciones. A partir de este momento pasó a formar parte de la dirección de Madrid. Cuando más traté con él fue en 1936 cuando yo fui incorporado a la dirección de «Mundo Obrero» donde él era el director. Traté mucho con él e incluso viví en su casa cuando vivía con su mujer, María.
Después fue designado Comisario del Ejército del Centro y yo fui nombrado Comisario ayudante suyo Allí traté también mucho con él. Antes había sido Ministro de Instrucción Pública de la República. Terminó la guerra en Valencia y logró salir de España en una de las expediciones de aviones que ya he relatado, desde el campo de Totana. Ya no volví a verle posteriormente.
Jesús Hernández fue a parar a México y se puede decir que tuvo muchas dificultades con la IC y también con el PCE. Luego, cuando se salió del Partido, vimos que Jesús Hernández se había pasado con armas y bagajes, tanto en el plano moral como en el político, a una situación verdaderamente distinta y diametralmente opuesta a lo que le había caracterizado como militante comunista. Siguió viviendo en México, combatiendo continuamente el stalinismo, con algunas críticas que incluso podríamos suscribir pero que estaban hechas con una óptica, con una perversidad y con un ventajismo que no hizo más que dar armas al franquismo en su cruzada anticomunista y antisoviética, utilizando elementos completamente falseados con falta de juicio y análisis, creando una infamia y una insidia contra los dirigentes del PCE y contra la IC.
Jz. de Aberasturi: Se comprometió políticamente con algún grupo en el exilio?
Zapirain: No. Sí intrigó un tanto entre los comunistas. Se dedicó a acudir a las tertulias de café con elementos republicanos y socialistas pero sin ninguna militancia.
Jz. de Aberasturi: ¿De qué tipo eran las críticas que hacía al PCE y a la IC?
Zapirain: A él le pasó, pero en mayor grado, lo que a Bullejos, aunque éste se pasó luego al PSOE, después de hacer una crítica de la actuación de la IC. Hernández no. El se pasó de lleno al otro lado. En la URSS no existía para él más que la NKWD y todos los errores que pueden ser examinados de una manera analítica y dialéctica los englobó en una crítica radical y total a la Unión Soviética, a la IC y a nuestro Partido, sin explicar mayormente los matices y peculiaridades del proceso. Para él todo era un estado policíaco sin querer constatar los avances en el plano económico y social que él mismo los había podido ver, cuando había estado allí. Su actuación fue deplorable.
Jz. de Aberasturi: Pasemos ahora a otro bilbaíno, Vicente Uribe...
Zapirain: Eran varios hermanos. Mi primer contacto con él, en el País Vasco, fue cuando yo me incorporé a mi puesto de dirigente de la Federación Vasco-Navarra. El, que fue promovido al CC en el IV Congreso del Partido paso ya directamente a Madrid. Luego fue en diferentes reuniones donde he tratado con él.
Jz. de Aberasturi. ¿Uribe provenía también del socialismo?
Zapirain: Es posible que en la época de la escisión, en Vizcaya, estuviese en la Juventud. Sé que pertenecía al Sindicato Metalúrgico de Vizcaya que lo dirigía Leandro Carro. Era joven entonces y se encuentra entre los pioneros en la formación de los primeros grupos comunistas de Vizcaya. Por el hecho de ser vasco y estar vinculado a las tareas de la dirección del Partido tuve buenas relaciones con él. Era un hombre muy rígido, un hombre al que todos nosotros, no sé por qué razón, de manera implícita, le aceptábamos como ideólogo del Partido. Había estado en la Escuela Leninista de Moscú con anterioridad a nosotros. Era muy estudioso, autodidacta, muy apreciado y con una gran capacidad política, de manera que en la guerra se le nombró Ministro de Agricultura. Después de la guerra tuve contactos muy distanciados con él, con motivo de reuniones del Partido. Hacia el final de su vida tuve más relación con él. Cuando vivía en París, clandestino, como parte de la dirección del Partido, empezó a tener algunos desfallecimientos, algunas pérdidas de coherencia, de manera que empezó a sufrir de la cabeza de lo cual moriría más adelante. Por ello no podía continuar en Francia y se decidió que fuese a Praga, donde yo me encontré de nuevo con él, tras mi detención y expulsión de Francia. El, como yo, seguía siendo miembro del Buró Político. Pero cuando la cosa fue teniendo cierta continuidad y teniendo en cuenta que estábamos en la retaguardia, estaba claro que no podíamos seguir ocupando tareas de tal responsabilidad. De manera que, en la misma reunión en que yo presenté mi dimisión como ya he dicho antes, y Dolores la suya para que Carrillo ocupase la Secretaría General, Uribe tuvo que hacer lo mismo. Se le convenció para ello y yo fui uno de los que más trabajó en este sentido. Le dije que había que dejar paso a otros. Pero además ocurría que nosotros ya empezábamos a observar que incluso en el problema agrario él tenía algunos puntos de vista un poco particulares, radicales, que no correspondían exactamente a los planteamientos que el Secretariado del Partido planteaba para aquella etapa. Pasó, junto conmigo, a formar parte de la Delegación del PCE en los países socialistas. El me apreciaba mucho. Los últimos momentos con él fueron los de un hombre que realmente conservaba bastante de los elementos característicos de la rigidez que hemos convenido en llamar stalinista. La característica de Uribe era la de un hombre concienzudo, tremendamente combativo, dentro del espíritu de la IC. De manera que, al morir, estaba en unas dudas y en un forcejeo consigo mismo para ir viendo lo nuevo que se iba produciendo en la vida del movimiento comunista internacional y en la propia vida del PCE. De todos modos, murió dentro de la línea del Partido. Tuvo una embolia. Yo estaba entonces en Bucarest y no pude llegar al entierro. Fue incinerado en Praga.
Jz. de Aberasturi: De Ramón Ormazábal ya hemos hablado algo pero quizás habría algo más que decir...
Zapirain: Aparte de este asunto de su cansancio y depresión del que ya hemos hablado, en un momento en el que no había implicaciones políticas, sucedió otra cosa, estando él, con otros, en la cárcel de Burgos.
La cárcel de Burgos era una verdadera Academia de estudio. Estaban allí también Pere Ardiaca, Blanco, Marcos Ana, Méndez y tantos otros. Ardiaca, Núñez y Ormazábal buscaron profundizar algunos aspectos de la política del Partido. Este había tenido siempre una política abierta para los católicos y ahí está, por no citar más que uno de los ejemplos, el caso de Comín. Sin embargo, a pesar de estar abiertos a los católicos también hemos tenido cierta precaución con la jerarquía eclesiástica y cierta cautela hacia las orientaciones vaticanistas. En la línea de la reconciliación nacional y de la apertura de nuestro Partido hacia los cristianos, teníamos clara la cuestión. El caso es que estos tres dirigieron una carta al Partido que, hay que decirlo, no produjo ningún escalofrío ni se consideró como una desviación o una plataforma. Los tres, aunque la voz cantante la llevaba Ormazábal, planteaban de que si no estábamos descuidando, en lo que se refiere a la Iglesia, ciertas posibilidades que podría haber de llegar a una especie de acuerdo con la jerarquía, en la línea de la reconciliación nacional y de agrupar el máximo de fuerzas contra la dictadura franquista. En el Pleno del Comité Central en el que yo mismo intervine, después de señalar que en Ormazábal siempre había habido mucha imaginación y que esto era lo positivo, tenía grandes valores aunque era muy impetuoso, indiqué que, quizás en esta ocasión, se hubiese dejado llevar por cierta ilusión desencadenada por algún contacto concreto que podía haber tenido. Allí podía estar más cerca de la Iglesia y no era extraño que hubiese tenido posibilidades de contactar con la jerarquía eclesiástica. A mí me ocurrió que, cuando estaba en la cárcel, el Obispo de Palencia quiso venir a visitarme. Quizás un poco bajo este espejismo había caído en aquello. Yo dije que, por poco que se les hiciese una reflexión, cambiarían. Luego hablé con Ardiaca y con Núñez y ellos mismos reconocieron que había sido todo un poco precipitado. No fue más que eso.
En otra ocasión, en un Pleno del CC, yo contesté a una afirmación suya en la que dijo que la literatura vasca se hacía en castellano y que los mejores escritores vascos, Unamuno, Pío Baroja, escribían en castellano. Intervine diciendo que aunque estos autores escribían en castellano, tenían un indudable sabor vasco, una impronta del ser vasco, como en Baroja.
Jz. de Aberasturi: ¿Qué pretendía demostrar Ormazábal con estas afirmaciones?
Zapirain: El venía a decir que no había aquí gente que constituyesen un grupo de escritores vascos. Que no había una literatura vasca propiamente dicha. Todo esto iba dentro de un contexto muy concreto ya que se trataba del fomento de la alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultura. Venía a decir que, dentro de este enfoque, teníamos que recurrir más a los escritores en castellano que a los euskaldunes porque éstos, prácticamente, no existían. No tiene más importancia este tema. Por otro lado, Ormazábal siempre estuvo interesado por la cuestión nacional y la cuestión vasca y estudió mucho el tema hasta el punto que en algún momento, alguno de estos obreristas de la Ría, le tildó de que podía tener una propensión nacionalista. Eran las típicas afirmaciones sectarias.
Jz. de Aberasturi: ¿Cristóbal Errandonea?
Zapirain: Creo que era taxista o chófer, no me acuerdo muy bien. Era de Irún y conocía muy bien toda la zona fronteriza lo que nos sirvió luego para sacar a los camaradas que venían huyendo hacia Francia, pasándoles por Vera y Endarlaza. A él, como a Ormazábal, los conocimos a resultas de aquella conjuración de grupos radicales y republicanos que hubo en San Sebastián, que decidieron asaltar el Gobierno Civil. Pertenecían a una asociación que se conocía con el nombre de IRIA que era Izquierda Radical Antimperialista. En esta conspiración republicana estaban también Ortega, Álvarez, el dibujante de Tolosa, Campoamor, Manolo Andrés, etc. Era después del fracaso del levantamiento de Jaca y en el contexto de la conspiración contra la Dictadura. Los conocimos en la cárcel donde empezamos a ver una cierta aproximación hacia nosotros por su parte. Ellos, en la cárcel de Ondarreta donde estábamos, formaban otra «comuna» diferente a la nuestra, que era más fuerte desde el punto de vista económico. Nosotros, con nuestra actividad propagandística, hicimos labor proselitista entre ellos, de manera que les ganamos. Pasaron al Partido como cuadros y así Ormazábal fue incorporado a la dirección del «Euzkadi Roja, y Cristóbal pasó a ser miembro del Comité de Guipúzcoa y luego, cuando se creó el Partido Comunista de Euzkadi, fue promovido al Comité Central. No le volví a ver hasta que salí de la cárcel y me instalé en París. Previamente había estado con él en Praga, cuando íbamos a ir a un Pleno del CC que se celebró en Berlín según ya he referido. En París me tocó trabajar con él, formando parte de la dirección nacional del PC de Euskadi. Yo estaba como responsable de esta dirección y como elemento vinculante de enlace con la dirección del PCE, de la que yo formaba parte también. El, que había dejado este puesto, seguía en la dirección vasca, junto con Ormazábal, con mi hermano Luis, Bautista, Paco Zalakain y algún otro. Vinculados como enlaces y colaboradores estaban Paco Cuenca, Antonio Larrañaga, Pepe Bueno y algunos más.
Con mi caída le perdí de vista. Sé que murió. Tenía un defecto muy propio de los vascos y es que era muy comilón —aunque menos que yo— y sobre todo bebía mucho y, además, licores. No conocía prácticamente lo que era la embriaguez pero estaba, como se suele decir, con el «morro caliente» a menudo. Siempre tenía encima de la mesa su botellita de coñac y echaba un trago a menudo. Parece ser que esto hizo acelerar su muerte ya que murió bastante joven. Era un gran camarada que nunca tuvo problemas con el Partido. Fue un hombre fiel.
Jz. de Aberasturi: ¿Por qué renunció al puesto de responsable nacional del PC de Euskadi?
Zapirain: Se encontraba cansado, se autoexigía mucho. Además por este desgaste de su forma de vida... Tampoco se encontraba conforme en cómo marchaba el Partido, veía dificultades y, probablemente, en un momento se encontró cansado y honradamente pensó que no se encontraba a la altura de su máxima responsabilidad dirigente.
Jz. de Aberasturi: Leandro Carro es una de las figuras históricas del Partido, fundador del PCE y del PC de Euskadi...
Zapirain: A Leandro Carro le conocí en el año 32 cuando formó parte conmigo de la dirección de la Federación Vasco-Navarra del Partido en la que él era el Secretario Sindical. Yo iba a menudo a su casa. Solíamos tomar el café en una taberna que había por allí vinculada al nombre de Perezagua. Recuerdo, como dato curioso, que las tazas de café que utilizábamos tenían grabadas la hoz y el martillo. Durante esta etapa tuve con él un contacto estrechísimo. Siempre me llevé bien con él. Para mí, el rasgo que más le caracterizaba era que tenía siempre una intuición clasista extraordinaria. Era el obrero auténtico dentro de toda la tradición obrera vizcaína. Después que dejé la dirección de la Federación Vasco-Navarra no le volví a ver ya que me incorporé a otras tareas. Dando un salto en la historia, me vuelvo a encontrar con él cuando yo ya he sido expulsado de Francia y él se encuentra viviendo en Alemania, en la RDA. Le encontré en Dresde. Tuvo dificultades al llegar a la RDA ya que le tuvieron detenido algún tiempo debido a una confusión o a un exceso de celo hasta que comprobaron quien era en realidad. Se incorporo al trabajo, siempre en su oficio de moldeador. Era un obrero de arriba a abajo. Cuando me ocupaba de nuestra emigración en los países socialistas, estuve con él en SU casa, en Dresde. Su mujer no andaba bien de salud, no tenía siempre toda su lucidez, estaba muy nerviosa quizás porque sus hijos andaban dispersos por varios países, etc. Estaba de acuerdo con la reorganización del PC de Euskadi. Tenía un gran aprecio a Ramón Ormazábal aunque tenía cierta inquietud por el peso que suponía para él llevar la responsabilidad del PC de Euskadi. También tenía una gran confianza y aprecio a Cristóbal Errandonea quien le parecía todavía más sólido desde el punto de vista de clase. Carro tenía la óptica de clase muy acusada. Tuvo ciertas dificultades en la RDA ya que no veía claro algunas cosas. Además, en la organización del Partido en la RDA. donde había gente de muchos sitios, no era bien comprendido aunque le tenían un gran respeto y aprecio. Durante una época ocupó puestos de responsabilidad pero luego dejó su plaza a otros y quedó como simple militante. Dejó de ser miembro del CC del PCE aunque continuó perteneciendo a la dirección de Euskadi.
Estaba muy enfermo. Vivía cerca de la casa de un camarada amigo suyo llamado Zamud que era un ferroviario de Irún. Allí comía y hacía prácticamente vida familiar. Allí comí también yo varias veces con ellos. En uno de los viajes que hice le encontré muy enfermo y al volver a Praga me comunicaron que había muerto. Volví a Dresde y pude verle en el Depósito adonde acudieron también sus familiares. Fue enterrado en vez de ser incinerado ya que en la RDA coexisten las dos costumbres no como en Checoslovaquia donde la incineración es la norma. En la ceremonia que se organizó yo hice el elogio fúnebre. Carro murió muy fiel al Partido. Era muy modesto. Conservaba las mejores tradiciones revolucionarias del movimiento obrero y era un auténtico militante de clase y revolucionario.
Jz. de Aberasturi: Más que político Carro fue un sindicalista...
Zapirain: A Leandro Carro le ocurría como a todos los dirigentes que hemos tenido que provenían del campo socialista. Llegaron a formarse políticamente gracias a su propio esfuerzo ya que la herencia que les dejó el PSOE en cuanto a preocupación y formación teórica era pobrísima. Leandro Carro trabajó toda su vida ligado al movimiento sindical, fue un activista en este sentido y toda su cultura y experiencia estaba centrada en el movimiento obrero. Estuvo muy compenetrado con el movimiento obrero internacional y con la Internacional Sindical Roja. En el orden teórico iba asimilando paso a paso, como los demás, con esfuerzo, al igual que ocurrió con otros como Vicente Uribe o Dolores Ibárruri... pero lo que le llevaba siempre a tener un gran sentido de la realidad y una gran ecuanimidad era su sentido de clase. El problema nacional lo fue asimilando al igual que los obreros comunistas de la Ría, a fuerza de ir vinculándolo al problema social. A él, hablar del problema nacional en abstracto no le decía nada, si no era a su vez la liberación de los jauntxos vascos que explotaban y dominaban toda la industria y la minería de la zona. En un ambiente de una gran agudización de la lucha de clases y estando inmerso diariamente en los combates sindicales no podía asimilar con la misma rapidez que otros todo lo que se relaciona con la cuestión nacional y la complejidad cultural y política de nuestro país. Aquí sí que cabe subrayar una vez más que los comunistas de Guipúzcoa teníamos un entroncamiento con las clases medias y otros sectores de la población que nos diferenciaba de la fuerte lucha de clases que se podía observar entonces en Vizcaya.
Jz. de Aberasturi: Dadas estas circunstancias quizás quepa preguntarse por qué fue elegido como representante comunista en el Gobierno Vasco en el exilio en lugar de otros comunistas vascos.
Zapirain: Hay que tener en cuenta la autoridad que podía tener Leandro Carro en aquellos momentos. Era una persona ya mayor, fundador del movimiento comunista vasco y de una autoridad y de una honradez acrisolada hecha a prueba de fuego. Si tenemos en cuenta la experiencia de Astigarrabía y las veleidades de tipo nacionalista que introdujo, yo pienso que ése fue el criterio que llevó a R. Ormazábal, a mi hermano Luis y al propio Cristóbal Errandonea a pensar en él antes que en otro. Después de todo, lo que a él le pudiese faltar lo tenía de sobra en cuanto a autoridad ante las demás fuerzas políticas que integraban el Gobierno de Euzkadi en el exilio. Además era Diputado por el Frente Popular de Vizcaya. Tenía una serie de rasgos y valores que le hacían adecuado para el puesto.
Jz. de Aberasturi: Para terminar quisiera nos aclarase qué tipo de dificultades eran las que Carro tuvo durante su estancia en la RDA según ha referido usted un poco más arriba.
Zapirain: La dificultad de Carro, como la dificultad mía de hoy, es que se presenta en la vida, y sobre todo cuanto más edad se tiene, una contradicción muy seria entre el querer hacer y el no poder hacer. El se encontraba allí con una serie de problemas que no eran ni del PCE ni del PC de Euskadi, sino más bien, digámoslo entre comillas, problemas de tipo doméstico, es decir personales, del trabajo, vivienda, asistencia, pensiones, etc. El, en este sentido, con su estricta conciencia de clase que le caracterizaba, le parecían que eran exigencias más bien de tipo pequeño-burgués. Se sentía un poco incómodo porque no veía el agradecimiento hacia los comunistas alemanes que nos daban el derecho de asilo, la coexistencia partidista ya que teníamos allí una especie de Casa del Partido, trabajo, etc. Eran conflictos de tipo diario, que si la pensión, que si a mí no me han dado esto, etc., etc. En el orden político él pudo estar en algún momento en desacuerdo con alguna manifestación de aquel grupo de Alemania o con el de Hungría respecto a valoraciones en tomo al culto a la personalidad o a los diversos avatares del movimiento comunista internacional...
Jz. de Aberasturi: ¿Pero aceptó la desestalinización y la lucha contra el culto a la personalidad?
Zapirain: El aceptaba la política del Partido. En todo momento estuvo y murió fiel e identificado con la política del Partido. El, como Uribe, murieron dentro de la mayor lealtad y fidelidad al Partido, lo que no ocurrió con Jesús Hernández que malogró toda su anterior actividad, por muy meritoria que hubiese sido, con su postura final.
[1] En numerosos países los estudios de historia oral han cobrado una gran importancia. Ha habido ya cinco Congresos Internacionales dedicados a esta especialidad historiográfica. En Colchester, Essex (Gran Bretaña), en 1979; en Amsterdam (1980), en Aix-en-Provence (1982) y el último, en Barcelona, en marzo de 1985. En Gran Bretaña existe una Oral History Society que edita bajo los auspicios del Departamento de Sociología de la Universidad de Essex una revista bianual Oral history, aunque los trabajos más interesantes utilizando este método se han desarrollado en tomo al History Workshop o «taller de historia» surgido en 1966 en el Ruskin College bajo la influencia de Raphael Samuel.
En el Estado español han sido —una vez más— los catalanes los que han estado y están a la vanguardia de estos trabajos. Desde 1968 se ha trabajado en la Universidad de Barcelona con materiales orales y en la actualidad funciona en el Departamento de Historia Contemporánea de la Facultad de Geografía e Historia un equipo dirigido por la doctora Mercé Vilanova centrado en esta metodología. Fruto de estos trabajos es un Atlas electoral de Catalunya (1931-1936). Participación, orientación y abstencionismo, de Mercé Vilanova donde la autora estudia los diferentes tipos de abstencionismo durante este período. Junto con su compañera Cristina Borderias ha publicado recientemente unas Memorias de esperanza y derrota: mineros y pescadores bajo la Segunda República (1931-1939) dentro de un estudio colectivo titulado Our common History: The social transformation of Europe editado en Londres por el historiador Paul Thompson. Este equipo ha publicado gran número de artículos y comunicaciones en revistas especializadas contribuyendo positivamente al estudio de la historia de Catalunya con sus trabajos sobre la retaguardia barcelonesa durante la guerra dando una nueva visión de los sucesos de mayo de 1937 que enfrentaron a la Generalitat con la CNT-FAI A nivel del País Vasco también se han desarrollado trabajos interesantes aunque, desgraciadamente, como ocurre muy a menudo, son el resultado de esfuerzos individuales, no enmarcados en ninguna institución cultural y de un interés desigual, realizados muchas veces, no movidos por un interés histórico sino por motivaciones de otro tipo por lo que no es de extrañar que el resultado se acerque con más frecuencia a la hagiografía que al testimonio biográfico.
Citemos rápidamente algunos trabajos que pueden enmarcarse dentro de lo que conocemos por historia oral: Luis Barandiarán Irizar: José Miguel de Barandiarán, patriarca de la cultura vasca, Soc. Guip. de Pub. Caja Ahorros Municipal, San Sebastián, 1976; Carlos Blasco Olaechea: Conversaciones. Jesús Ma Leizaola, Idatz-Ekintza, Bilbao, 1982; Beltran: Basque Sheepman of the American West, by Beltran Paris as told to William Douglass. University of Nevada Press. Reno, Nevada, 1979; Carlos Blasco Olaechea: Diálogos de guerra, San Sebastián, 1983; Eugenio Ibarzabal: Manuel de Irujo, Erein, San Sebastián, 1977; Eugenio Ibarzabal: Cincuenta años de nacionalismo vasco (1928-1978). Ediciones V ascas, San Sebastián, 1978; Eugenio Ibarzabal: Koldo Mitxelena, Erein, San Sebastián, 1979; J. C. y L. Ma Jiménez de Aberasturi: La guerra en Euskadi, Plaza y Janés, Barcelona, 1978; J. C. Jiménez de Aberasturi: Documentos. Luis Ibarra «Itarko», Muga, No 32, mayo, 1984; Luis M. Jiménez de Aberasturi: Casilda. Miliciana. Historia de un sentimiento. Txertoa, San Sebastián, 1985. Por último hay que citar también el ciclo de mesas redondas organizado por Eusko Ikaskuntza, Sociedad de Estudios Vascos, del 21 al 23 de mayo de 1984, bajo el título de Protagonistas de la historia vasca (1923-50).
[2] La historia oral es el resultado «del encuentro entre un nuevo útil —el magnetófono que está ya siendo reemplazado por el magnetoscopio, una nueva coyuntura —el hundimiento irremediable de conjuntos enteros de culturas milenarias— y la valorización actual de las masas silenciosas en el pensamiento político y en la historia». Vid. Archives orales: une autre histoire?, Annales, 35é année, No 1, Janvier-Février, 1980. La expansión del uso del magnetófono hace que el entrevistado no se encuentre generalmente forzado durante la entrevista, cosa que no ocurre todavía con el magnetoscopio cuya utilización puede influir negativamente en el testimonio. Un resumen de las condiciones en que deben hacerse las entrevistas para que los resultados sean positivos, pueden verse en: D. Aron-Schnapper y D. Hanet, D’Hérodote, au magnétophone: sources orales et archives orales, Annales, 35é année, Janvier-Février, 1980. También en la misma revista son útiles las recomendaciones de M. Gillet, Patrimoine industriel et patrimoine ethnologique: l’aire culturelle septentrionale (nord de la France-Belgique).
[3] Apreciación en la que coinciden todos los especialistas. Así, D. Aron-Schnapper y D. Hanet, op. cit., piensan que «El documento oral no es un fin en sí; no es la historia, es un documento para los «historiadores» contemporáneos o para los del futuro y a causa de ello debe ser sometido a las mismas condiciones de utilización científica que las otras fuentes». Igualmente, Ronald Fraser ha insistido en que «... la historia oral no sustituye a la historiografía tradicional, sino que la complementa y llena sus intersticios». Vid. Ronald Fraser, Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. Historia oral de la guerra civil española. Crítica. Grijalbo, Barcelona, 1979, Vol. I, pág. 26.
[4] De ahí que F. Raphaël haya subrayado que «El relato del hecho pasado no es lo vivido de este hecho: el pasado es inmediata e inevitablemente reconstruido por el que lo cuenta, sea cual sea el medio social al que pertenezca. Los olvidos son tan significativos como los recuerdos ya que testimonian un trabajo de selección de la memoria que aleja, más o menos inconscientemente «lo que estorba a la imagen que nos hacemos de nosotros mismos o de nuestro grupo social». De ahí que «La historia oral debe tener en cuenta necesariamente el trabajo incesante de la memoria que opera una selección en el pasado en función de las exigencias del presente y que, al mismo tiempo, inscribe en los paisajes y en los cuerpos mitos y actitudes que remiten a los valores normativos del grupo». Vid. F. Raphaël, Le travail de la mémoire et les limites de l’histoire orale, Annales, 35é année, Nº 1, Janvier-Février, 1980.
[5] D. Araon-Schnapper y D. Hanet, op. cit. págs. 190 y 192.
[6] Pierre Vilar se planteaba esta cuestión cuando escribía: «El aspecto subjetivo, el «ambiente», es también una condición de la realización de la Historia. ¿Dejaremos el monopolio a los novelistas? Esto sería, por parte del historiador una manera de renunciar». Vid. Pierre Vilar, La guerra de 1936 en la historia contemporánea de España, Historia Internacional, No 13 (abril, 1976). Citado por Ronald Fraser en Recuérdalo... op. cit. vol. 1, pág. 25.
[7] Vid. Jerry White, Más allá de la autobiografía en Raphael Samuel ed.: Historia popular y teoría socialista. Crítica, Grijalbo, Barcelona, 1984, pág. 132.
Apreciaciones similares sobre las limitaciones y posibilidades de las autobiografías orales se encuentran en otros autores. Así Schnapper y Hanet, ya citados, consideran que «incluso en los medios populares, el discurso autobiográfico que podría más bien ser calificado como testimonio, es inmediatamente organizado y reconstruido: la oposición entre los escrito y lo oral coincide con la de lo espontáneo y lo construido. Pero en cualquier caso, tanto en el trabajo de los archivos orales como en el del «historiador» que recoge testimonios orales, se trata de superar este discurso inicial, para llegar a lo inédito de la información y acercarse a lo vivido por los actores históricos». Vid. Annales, op. cit.
[8] Vid. D. Aron-Schnapper y D. Hanet, Annales, op. cit. pág. 184.
[9] Esta pregunta se hace Ronald Fraser al comienzo de su obra, ya citada, sobre la guerra civil, basada en testimonios orales: «Sin duda el lector se formulará otra pregunta que viene al caso: ¿cómo sabemos que los entrevistados dicen la verdad? La pregunta está justificada y es posible contestarla sin impugnar la buena fe de los participantes: no siempre podemos saberlo. A veces la memoria gasta jugarretas y, además, ha transcurrido mucho tiempo. Resulta imposible comprobar cada información, cada experiencia, a menos que existiera evidencia documental. En los casos que despertaron más dudas y cuando tenía alguna fuente documental para apoyarla, volvía a entrevistar al testigo. Si el asunto seguía siendo dudoso después de ello, por lo general lo excluía. Sin embargo, a veces, una afirmación palpablemente falsa constituye parte del ambiente». Vol. I, pág. 29.
[10] Su obra, Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, está hecha en base a más de 300 entrevistas de protagonistas de la guerra civil en uno y otro bando, Fraser señala que sólo ha utilizado un 10 % del material recogido.
[11] Ronald Fraser, La historia oral, una nova font documental. L’Avenç, No 68, Barcelona, Febrer, 1984.
[12] Ibidem.
[13] Ibidem.
[14] Ibidem.
[15] José Bullejos: La Comintern en España. Recuerdos de mi vida. México, 1972, págs. 98-99.
[16] José Bullejos, op. cit. págs. 84-85
[17] José Bullejos, op. cit. pág. 132.
[18] Cecilio Arregui: ¡Por rojo! Memorias. Bilbao, 1983
[19] En un libro recientemente aparecido en Francia, escrito por el ex-agente del Servicio de Información Militar norteamericano, David Wingeate Pike, Jours de glorie,jours de honte. Le Parti Communiste d’Espagne en France depuis son arrivée en 1939 jusqu’á son départ en 1950, SEDES, Paris, 1984, página 206, este autor escribe sobre Ormazábal, refiriéndose a su expulsión del Partido: «Sin embargo. Onnazábal se encuentra ahora, como Astigarrabía, revocado y expulsado. SU respuesta, como la de Comorera, fue la de ponerse a la cabeza de un nuevo Partido independiente. Esta disidencia tenía sus raíces en Toulouse, donde Luis Bermejo era quizás el primer titista y ejercía una fuerte influencia, no sólo entre los vascos sino también entre los comunistas españoles y posiblemente también en otros sectores».