Prólogo de Anai Artea
La principal razón por la que Anai Artea publica este libro Las actas inéditas de Txiberta es que uno de sus más relevantes fundadores, Telésforo Monzón, fue quien tomó la iniciativa de promover y llevarlas a cabo.
Telésforo Monzón, antiguo miembro del Gobierno Vasco que combatió contra Franco, consideraba que los jóvenes que se refugiaban desde hacia muchos años al norte de la Bidasoa eran hijos e hijas de los gudaris de 1936.
En 1977, desde esa misma lógica organizó las conversaciones de Txiberta, para que los representantes del PNV en el Gobierno en 1936 y los de los partidos y grupos de resistencia armada que actuaban desde 20 años no se presentaran dispersos ante el nuevo poder de Madrid, resultante directo del franquismo.
En 2011, treinta años después de la muerte de Monzón, Anai Artea se encuentra todavía con la continuidad del mismo conflicto. A partir de la supresión para los vascos del estatus de refugiado político en 1979, no puede oficialmente recibir a los refugiados ni servirles como intermediario ante la Administración francesa. Desde entonces, Anai Artea ha tenido que proceder de otra forma. Es ante esta nueva realidad cuando surge la campaña «Un refugiado, una casa» que recogió más de 500 direcciones de acogida para alojar a los refugiados. Una forma de resistencia cuyo precio han tenido que pagar algunos miembros de la asociación, como otra mucha gente.
Después, el papel de Anai Artea se ha encaminado hacia la defensa de los derechos de los presos, ya que el Estado francés, implicado en el conflicto con los mismos métodos que el Estado español, los dispersa en prisiones lejanas a su lugar de origen, contraviniendo de esa manera a sus propias leyes y recomendaciones europeas. Por otra parte, se les niega también la aplicación de remisiones de condena en las mismas condiciones que a los presos comunes.
Ya que el deseo de Anai Artea es el de desaparecer el día en el que se decrete una amnistía general, porque esta sería la señal del final de un conflicto vasco, nos ha parecido útil publicar la información más completa posible de las conversaciones de Txiberta. Poniendo luz en el pasado, se facilita el indispensable diálogo en toda resolución de conflictos, tanto en el País Vasco, como en cualquier otra parte.
Anai Artea 9
Txiberta 1977: La ruptura histórica
¿Por qué este retorno a 1977 cuando se cumple el treinta aniversario de la muerte de Telésforo Monzón, sobrevenida en 1981? Porque es en la primavera de 1977, cuando Monzón consiguió reunir en Txiberta de Anglet a todos los componentes del movimiento abertzale existente después de la muerte de Franco, desde ETA Militar hasta el PNV. Para él, era indispensable que todas las fuerzas constituyeran un bloque que representara las exigencias del pueblo vasco ante el nuevo poder de Madrid, surgido del franquismo. Esta tentativa no resultó, pero puso a cada uno ante sus responsabilidades. Así, el movimiento político vasco emprendió dos caminos distintos, casi diametralmente opuestos.
En primavera de 2011, treinta años después de la muerte de Monzón, habiendo ETA iniciado su autodisolución bajo el control internacional y la izquierda abertzale resurgido más fuerte que nunca en las elecciones municipales, nuevas opciones se imponen ante los problemas de fondo que no fueron resueltos después de Franco. Es importante conocer el porqué, por quién y cómo.
Una contribución a la Historia del post-franquismo
El retorno a Txiberta pretende ser ante todo, una modesta contribución a la historiografía del post-franquismo que se está renovando desde hace unos años, corrigiendo poco a poco, la visión mítica de la fundación de la actual democracia española.
Efectivamente, lo que, en sus comienzos, se llamó «transición democrática» o Transición debe ser revisada porque la fuerte imagen que se le ha atribuido durante mucho tiempo proviene esencialmente de sus propios actores. Evidentemente, para ellos, este proceso ha sido totalmente ejemplar. Pero, desde el punto de vista de los historiadores que estudian el pasado sin complacencia, la Transición, de hecho, fue impuesta por los herederos más preclaros de Franco al conjunto de las víctimas del dictador, y a costa de la renuncia de algunas de sus exigencias fundamentales.
Es necesario constatar primero que se está muy lejos del derrocamiento de una dictadura asentada desde hace 40 años. La oposición, que sobrevivió en el exterior y en el interior del Estado español, primero tuvo que renunciar a la República, de la cual provenía, en beneficio de una monarquía reinstaurada por Franco para ser su heredera testamentaria. Al igual que tuvo que renunciar a la plurinacionalidad del Estado, aunque estaba en sus planes. Y también debió suscribir la amnistía de los crímenes de la guerra civil, en 1977, aceptando una ley, de la cual el propio Comité de los Derechos Humanos de la ONU pidió en 2008 su derogación, por ser contraria al derecho internacional; y que excluye las medidas de amnistía y de prescripción en los casos de desapariciones forzadas, de torturas y de crímenes contra la humanidad. A fin de cuentas, verdugos y víctimas habían sido recolocados espalda contra espalda, y los herederos del franquismo legitimados, en perjuicio de los que habían luchado contra ellos.
Txiberta en la historiografía vasca
En ese contexto, tuvieron lugar las conversaciones de Txiberta. Monzón las organizó sabiendo que se trataba del un último intento para acercar las dos tendencias divergentes del mundo político vasco: la representada por el histórico PNV, quien, durante la guerra civil, dirigió una Euskadi separada de Madrid e independiente en la práctica, con su ejército, su moneda, su diplomacia; y la que, desde hacía quince años, se enfrentaba al poder franquista mediante las luchas sociales, la propaganda y la lucha armada: una nebulosa cuyos elementos más conocidos eran las dos ramas de ETA, ETA Militar o ETA (m) y ETA Político-militar o ETA (pm).
Para Monzón, esas dos tendencias, el «jelkidismo» (partidarios el PNV) y el «etismo» (partidarios del independentismo representado por ETA y todo el movimiento que la rodea) no eran irreconciliables. A su entender, los que se alzaron contra la violencia del Estado franquista continuaban la lucha de los gudaris del PNV de 1936, de quienes ellos son hij@s. La unión contra los herederos de Franco le parecía indispensable y urgente para dar un paso decisivo hacia una situación en la que estarían asegurados los pilares de la “casa”, un País Vasco que comprendiera a Navarra y que pudiera democrática y pacíficamente evolucionar hacia la independencia, ejerciendo su derecho a la autodeterminación.
Así, a principios de este mes de mayo de 1977, el objetivo inmediato es reunir ya a los miembros dispersados de la familia vasca. Todos respondieron a la llamada, pero cada uno acudió a Txiberta cargado de su pasado y con exigencias inmediatas.
La elección entre la ruptura y la reforma
El PNV, que tuvo una política de espera durante los últimos años del franquismo, se sumó en junio de 1975 a la «Plataforma de Convergencia Democrática», cuyo eje era el PSOE. Esta plataforma estipulaba que, consciente de la existencia de nacionalidades y regiones con personalidad étnica en el seno del Estado español, se les reconocía su derecho a la autodeterminación y a la formación de órganos de autogobierno en las nacionalidades del Estado, a partir del momento en el que tuviera lugar la ruptura democrática. Era un compromiso para una Constitución federal del Estado español. Pero, entre junio de 1975 y el 7 de abril de 1977, donde queda legalizado el Partido Comunista Español, se pasó de esa «ruptura pactada» a la «reforma pactada» entre los grandes partidos de oposición: el PSOE en primer lugar, y los herederos del franquismo, con Adolfo Suárez, antiguo dirigente del «Movimiento» llevando la batuta.
El PSOE, dirigido por el equipo de Felipe González desde el congreso de Suresnes de 1974, se situó al lado de la reforma. De acuerdo con Suárez, organizó en diciembre de 1976 su 27o Congreso en Madrid. Se trataba de un hecho emblemático en un mundo dominado por el conflicto Este-Oeste por la presencia de grandes dirigentes socialistas europeos como Olof Palme, Mitterrand, Soares, Nenni y, sobretodo, Willy Brand. El PSOE cuidó su imagen atlantista y aseguró su financiamiento exterior, sobretodo por el SPD de Willy Brand. Al mismo tiempo, legitimó la política reformista de Suárez.
Por su parte, el PCE, convertido eurocomunista, fue reconocido deprisa y corriendo por Suárez para que pudiera participar en las elecciones programadas para junio de 1977, en el seno de esta curiosa democracia con limites definidos por los herederos de Franco antes de acceder al sufragio libre de los ciudadanos. Contra sus propios principios, pagó el derecho de entrada en la reforma: renuncia a la república, aceptación del Estado unitario, aceptación de la monarquía heredera de Franco con todos sus símbolos, condena a la violencia... Para el PNV, ya legalizado en el momento de las conversaciones de Txiberta, como para todos los demás, participar en las elecciones equivalía a avalar de hecho la «reforma pactada».
Respecto a los componentes del mundo político abertzale fuera del PNV, los de izquierda, practicaban la ruptura desde hacía 20 años. Centenares de atentados con puntos de mira, mortales o no, huelgas, manifestaciones como consecuencia de una represión salvaje, miles de detenciones, estados de excepción, condenas de muerte, ejecuciones... Las más comprometidas de esas formaciones se reagrupaban en la Koordinadora Abertzale Sozialista (KAS) y no pensaban, al igual que ETA (m) y ETA (pm), en ninguna «reforma pactada» con los herederos del Caudillo. Primero, por la simple razón de que esta «reforma» era incompatible con algunos puntos fundamentales de la alternativa KAS, como eran la amnistía total, la plena libertad de constituirse en partido sin tener que someter sus estatutos a cualquier autoridad, el reconocimiento de la soberanía del País Vasco y el derecho a la autodeterminación. Después, porque, de momento, cabía constatar que, a pesar de todas las reformas operadas por Suárez, la violencia del Estado franquista continuaba, los partidos no se podían constituir libremente y eran justamente los presos de ETA, clasificados como terroristas, los que no fueron amnistiados.
La ruptura
Antes incluso de que comenzaran las conversaciones de Txiberta, era evidente que Madrid había conseguido lo esencial de sus objetivos. Con el PSOE y el PC sumados a la «reforma pactada», así como las principales fuerzas políticas catalanas, la partida estaba prácticamente ganada a escala de estado. Para Suárez, el plus fue entonces dividir las fuerzas del País Vasco, punto neurálgico del Estado.
Era cierto que solo el boicot a las elecciones por el conjunto del bando abertzale podía tener un impacto significativo a los ojos de Madrid, pero era igualmente cierto que del vacío que así se creara, sacarían provecho sus adversarios políticos.
Para el PNV, que no se planteaba más que una lucha puramente electoralista, esta ausencia en las elecciones constituía más que un sacrificio, un acto político que no podía verdaderamente ni considerar. Su actitud en Txiberta no dejó ninguna duda al respecto: su elección era clara, neta y definitiva: iría a las elecciones. Ante este mismo hecho, la unanimidad para el boicot era imposible y esta imposibilidad dividía al resto del campo abertzale, es decir, a los elementos que constituirían más tarde Herri Batasuna, las dos ramas de ETA y los delegados de los alcaldes. Efectivamente, los representantes de esos grupos no estaban acreditados para el boicot excepto si hubiera unanimidad. Pero, a partir de ese momento, fue evidente que la ruptura se había consumado entre el PNV por una parte, y EHAS y ETA (m) por otra, quienes durante todas las conversaciones de Txiberta, subordinaron la presencia en las elecciones a la amnistía para todos y a la obtención de la total libertad para constituir partidos políticos.
En resumidas cuentas, al final de las conversaciones de Txiberta, hubo que constatar que el PNV había ya optado por la «reforma pactada», mientras EHAS y ETA (m), así como los de la fracción de ETA (pm) llamados «Bereziak» que estaban presentes, decidieron continuar la «ruptura» y una parte de los grupos de izquierda estaba indecisa.
Monzón tuvo que reconocer que había fracasado. No pudo evitar esta ruptura histórica.