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Lo mismo que en los volúmenes anteriores, he dividido la materia por filósofos individuales, en lugar de ir siguiendo sucesivamente y por separado el desarrollo de los distintos problemas filosóficos. Además, he concedido a algunos filósofos una extensión considerable. Y, aunque creo que la división por filósofos es la más conveniente para los lectores a los que principalmente me dirijo, el método tiene indudablemente sus desventajas. Al tener que enfrentarse con numerosos pensadores diferentes, y con descripciones más o menos detalladas de las ideas de éstos, el lector se expone a no captar el cuadro completo, en sus líneas generales. Por otra parte, aun cuando yo creo que la antigua división en racionalismo continental y empirismo británico está justificada (siempre que se añadan ciertas cualificaciones), una adhesión rígida a ese esquema podría dar la impresión de que la filosofía continental y la filosofía británica en los siglos XVII y XVIII se movieron a lo largo de dos rectas paralelas, desarrollándose cada una de ellas con entera independencia de la otra; y ésa sería una impresión errónea. Descartes ejerció una modesta influencia en el pensamiento británico; Berkeley estuvo influido por Malebranche; las ideas políticas de Spinoza deben algo a Hobbes; y la filosofía de Locke, autor del siglo XVII, ejerció una gran influencia en el pensamiento de la Ilustración francesa del siglo XVIII.

Título original: A History of Philosophy Vol. IV: Descartes to Leibniz

 

Frederick Copleston, 1958

Traducción: Juan Carlos García Borrón

Corrección de erratas: watsodeleche, FLeCos, dekisi y Vaktoth.

 

PRÓLOGO

 

Al final del volumen anterior de esta Historia de la Filosofía expresé la esperanza de abarcar en éste todo el período que va de Descartes a Kant, ambos inclusive. Pero mi esperanza de tratar toda esa parte de la filosofía moderna en un solo libro, no se ha cumplido. Me he visto obligado a dedicar tres libros al período en cuestión, y, por razones de conveniencia, he hecho un volumen distinto de cada uno de esos libros. El primero, de Descartes a Leibniz, trata de los grandes sistemas de filosofía racionalista en el continente en el período prekantiano. El volumen siguiente, de Hobbes a Hume, se ocupa del desarrollo de la filosofía británica a partir de Hobbes, e incluye la filosofía escocesa del “sentido común”. Por fin, en el volumen de Wolff a Kant trataré de la Ilustración francesa y de Rousseau, de la Ilustración alemana, de la aparición de la filosofía de la Historia, de Vico a Herder, y, por último, del sistema de Kant. El título, de Wolff a Kant, no es, desde luego, muy acertado, pero puede recomendarlo, en cierta medida, el hecho de que en su época pre-crítica Kant estaba instalado en la tradición wolfiana, mientras que un título como de Voltaire a Kant resultaría excesivamente extraño.

Lo mismo que en los volúmenes anteriores, he dividido la materia por filósofos individuales, en lugar de ir siguiendo sucesivamente y por separado el desarrollo de los distintos problemas filosóficos. Además, he concedido a algunos filósofos una extensión considerable. Y, aunque creo que la división por filósofos es la más conveniente para los lectores a los que principalmente me dirijo, el método tiene indudablemente sus desventajas. Al tener que enfrentarse con numerosos pensadores diferentes, y con descripciones más o menos detalladas de las ideas de éstos, el lector se expone a no captar el cuadro completo, en sus líneas generales. Por otra parte, aun cuando yo creo que la antigua división en racionalismo continental y empirismo británico está justificada (siempre que se añadan ciertas cualificaciones), una adhesión rígida a ese esquema podría dar la impresión de que la filosofía continental y la filosofía británica en los siglos XVII y XVIII se movieron a lo largo de dos rectas paralelas, desarrollándose cada una de ellas con entera independencia de la otra; y ésa sería una impresión« errónea. Descartes ejerció una modesta influencia en el pensamiento británico; Berkeley estuvo influido por Malebranche; las ideas políticas de Spinoza deben algo a Hobbes; y la filosofía de Locke, autor del siglo XVII, ejerció una gran influencia en el pensamiento de la Ilustración francesa del siglo XVIII.

Para remediar en parte los inconvenientes que podían preverse como resultado del método de división adoptado, decidí escribir un capítulo introductorio destinado a presentar al lector un cuadro general de la filosofía de los siglos XVII y XVIII. Cubre, pues, el período discutido a lo largo de tres volúmenes, que, como antes he dicho, empezaron por ser concebidos como uno solo. Naturalmente, he colocado tal introducción al comienzo del primero, y los otros dos volúmenes no llevarán capítulo introductorio.

Una introducción descriptiva de ese tipo supone inevitablemente muchas repeticiones. Quiero decir, que las ideas que se discuten en posteriores capítulos con mayor extensión y detalle habrán sido ya más o menos esbozadas en la introducción. Pero considero que las ventajas resultantes de incluir una introducción descriptiva general compensan ampliamente las desventajas que las acompañan.

Al término de cada uno de los volúmenes anteriores he añadido una revisión final. Pero en este caso, la próxima cubrirá el período completo, lo mismo que lo hace la introducción; es decir, que la ofreceré después de la exposición de la filosofía de Kant. En el curso de esa revisión final me propongo discutir, no solamente desde un punto de vista histórico, sino también desde otro más filosófico, la naturaleza, importancia y valor de los diversos modos de filosofar de los siglos XVII y XVIII. Creo que reservar tal discusión para luego de haber hecho la exposición histórica del pensamiento de dicho período es mejor que interrumpir la exposición misma con reflexiones filosóficas generales.

Añadiré, finalmente, algo acerca de las referencias. Referencias a volúmenes, capítulo y sección, son referencias a esta Historia de la Filosofía. En cuanto a las referencias a los escritos de los filósofos estudiados, he procurado presentarlas de forma que sea útil a los estudiantes que deseen buscar los textos correspondientes. Algunos historiadores y expositores tienen la costumbre de hacer citas por volumen y página de la edición crítica reconocida (cuando ésta existe) de los escritos del filósofo en cuestión; pero tengo mis dudas en cuanto a la prudencia de esa costumbre, en un volumen como el presente. En los capítulos sobre Descartes, por ejemplo, he citado por el volumen y página de la edición Adam-Tannery; pero también he hecho referencias al capítulo y sección, o a la parte y sección, de la obra de que se tratara. El número de personas que tienen fácil acceso a la edición Adam-Tannery es muy limitado, así como son pocos los que poseen la reciente y espléndida edición crítica de Berkeley. Son, en cambio, fácilmente obtenibles las ediciones baratas de los escritos más importantes de los principales filósofos; y, en mi opinión, las referencias deben hacerse teniendo en cuenta las conveniencias de los estudiantes que poseen tales ediciones, más bien que las de los pocos que poseen o tienen acceso a las ediciones críticas reconocidas.

 

INTRODUCCIÓN

 

Continuidad y novedad: la primera fase de la filosofía moderna en su relación con el pensamiento medieval y renacentista. — El racionalismo continental: su naturaleza, su relación con el escepticismo y el neoestoicismo; su desarrollo. —El empirismo británico: su naturaleza y su desarrollo. — El siglo XVII. —El siglo XVIII. —Filosofía política.—La aparición de la filosofía de la historia. — Emmanuel Kant.

 

1 Continuidad y novedad: la primera fase de la filosofía moderna en su relación con el pensamiento medieval y renacentista.

Suele decirse que la filosofía moderna comenzó con Descartes (1596-1650), en Francia, o con Francis Bacon (1561-1626) en Inglaterra. Quizá no sea inmediatamente evidente que esté justificada la aplicación del término “moderno” al pensamiento del siglo XVII. Pero está claro que su uso implica que hay una ruptura entre la filosofía medieval y la post-medieval, y que cada una de ellas posee características importantes que la otra no posee. E indudablemente los filósofos del siglo XVII estaban convencidos de que había una tajante distinción entre las viejas tradiciones filosóficas y lo que ellos mismos estaban tratando de hacer. Hombres como Francis Bacon y Descartes estaban completamente persuadidos de que iniciaban algo nuevo.

Si durante mucho tiempo se aceptaron en todo su valor las opiniones de los filósofos renacentistas y post-renacentistas, fue así, en parte por la Convicción de que en la Edad Media no hubo realmente nada que mereciese el nombre de filosofía. La llama de la reflexión filosófica independiente y creadora, que había ardido tan brillantemente en la Grecia antigua, se apagó prácticamente hasta que fue reanimada en el Renacimiento y aumentó su esplendor en el siglo XVII.

Pero cuando por fin empezó a prestarse mayor atención a la filosofía medieval, se vio que aquella opinión era exagerada. Y algunos escritores pusieron de relieve la continuidad entre el pensamiento medieval y el post-medieval. Es suficientemente obvio que pueden encontrarse fenómenos de continuidad en las esferas política y social. Está claro que los modelos de sociedad y organización política del siglo XVII no llegaron al ser desprovistos de todo antecedente histórico. Podemos observar, por ejemplo, la formación gradual de los diversos Estados nacionales, la emergencia de las grandes monarquías y el desarrollo de la clase media. Ni siquiera en el campo de la ciencia es la discontinuidad tan grande como en otro tiempo se supuso. Investigaciones recientes han puesto de manifiesto la existencia de un cierto, aunque limitado, interés por la ciencia empírica dentro del período medieval. Y en el volumen anterior de esta Historia llamamos la atención sobre las implicaciones de la teoría del ímpetus propuesta por algunos físicos, estudiosos del movimiento, en el siglo XIV. De un modo similar, es posible observar una cierta continuidad en la esfera filosófica. Podemos ver cómo la filosofía consigue gradualmente en la Edad Media su reconocimiento como una rama de estudio diferenciada. Y podemos ver aparecer líneas de pensamiento que anticipan posteriores desarrollos filosóficos. Por ejemplo, el movimiento filosófico característico del siglo XIV, generalmente conocido por el nombre de movimiento nominalista,[1] preludió, en varios aspectos importantes, el empirismo posterior. Igualmente, la filosofía especulativa de Nicolás de Cusa[[2], con su anticipación de algunas tesis de Leibniz, forma un vínculo entre el pensamiento medieval, el renacentista y el de la Edad Moderna pre-kantiana. Del mismo modo, los historiadores han puesto de manifiesto que pensadores como Francis Bacon, Descartes y Locke, estuvieron sometidos a la influencia del pasado en un grado mayor que el reconocido por ellos mismos.

Ese énfasis puesto en la continuidad era indudablemente necesario como corrección de la aceptación excesivamente fácil de las pretensiones de novedad exhibidas por los filósofos del Renacimiento y del siglo XVII. Expresa un reconocimiento del hecho de que hubo una filosofía medieval, y de la posición de ésta como una parte integrante de la filosofía europea en general. Al mismo tiempo, si la discontinuidad pudo ser destacada con exceso, también puede serlo la continuidad. Si comparamos los patrones de la vida política y social en los siglos XIII y XVII, saltan en seguida a la vista obvias diferencias en la estructura de la sociedad. Del mismo modo, aunque es posible seguir en el período medieval la huella de los factores históricos que contribuyeron al hecho de la Reforma, no por ello dejó ésta de ser en cierto sentido una explosión, que hizo pedazos la unidad religiosa de la cristiandad medieval. Y aun cuando las semillas de la ciencia posterior pueden ser descubiertas en el suelo intelectual de la Europa de la Edad Media, los resultados de las nuevas investigaciones históricas no han sido tales que hagan necesario alterar substancialmente la importancia concedida a la ciencia renacentista. Del mismo modo, cuando ya se ha dicho todo cuanto puede decirse legítimamente como ilustración de la continuidad entre la filosofía medieval y la post-medieval, sigue siendo verdad que entre una y otra hubo considerables diferencias.

Por más que Descartes estuviese indudablemente influido por modos de pensamiento escolásticos, él mismo advirtió que el empleo de términos tomados de la filosofía escolástica no significaba necesariamente que dichos términos se utilizasen en el mismo sentido en el que los habían utilizado los escolásticos. Y aunque Locke estuviese influido en su teoría del derecho natural por Hooker,[3] el cual, a su vez, había sido influido por el pensamiento medieval, la idea lockeana de ley natural no es precisamente la de santo Tomás de Aquino.

Podemos, desde luego, convertirnos en esclavos de palabras o etiquetas. Es decir, al dividir la historia en períodos, podemos tender a perder de vista la continuidad y las transiciones graduales, especialmente cuando atendemos a acontecimientos históricos muy alejados en el tiempo. Pero eso no quiere decir que sea completamente incorrecto hablar de períodos históricos, ni que no hayan tenido lugar cambios de gran importancia.

Y si la situación general de la cultura en el mundo post-renacentista fue distinta, en importantes aspectos, de la del mundo medieval, lo lógico es que los cambios tuviesen su reflejo en el pensamiento filosófico. Al mismo tiempo, igual que los cambios en las esferas social y política, aun cuando parezcan haber sido más o menos abruptos, presupusieron una situación ya existente a partir de la cual se desarrollaron, así también las nuevas actitudes, objetivos y modos de pensamiento en el campo de 3ª filosofía presupusieron una situación existente, con la que estuvieron vinculados en un grado u otro. En otras palabras, no estamos ante la simple alternativa de tener que optar por una de dos cosas en rotundo contraste, la aserción de la discontinuidad o la aserción de la continuidad. Ambos elementos han de ser tenidos en cuenta. Hay cambio y novedad; pero el cambio no es creación a partir de la nada.

La situación parece ser, pues, la siguiente. El antiguo énfasis en la discontinuidad se debió, en gran parte, a que no se reconociera en la Edad Media ninguna filosofía digna de tal nombre. El posterior reconocimiento de la existencia e importancia de la filosofía medieval motivó, en cambio, que se subrayase la continuidad. Pero ahora vemos que lo que se necesita es que se ilustren al mismo tiempo los elementos de continuidad y las características peculiares de los diferentes períodos. Y lo que puede decirse a propósito de nuestra consideración de los diferentes períodos puede igualmente decirse, desde luego, a propósito de los diferentes pensadores. Los historiadores son asediados por la tentación de describir el pensamiento de un período simplemente como una etapa preparatoria para el pensamiento del período siguiente, y el sistema de un pensador simplemente como un peldaño hacia el sistema de otro pensador. Tal tentación es, ciertamente, inevitable; porque el historiador contempla una sucesión temporal de acontecimientos, y no una realidad eterna e inmutable.

Además, en un sentido obvio, el pensamiento medieval preparó, en efecto, el camino al pensamiento post-medieval; y hay muchas razones para ver la filosofía de Berkeley como un peldaño entre las filosofías de Locke y de Hume. Pero, si se sucumbe enteramente a esa tentación, se pierden de vista muchas cosas. La filosofía de Berkeley es mucho más que una simple etapa en el desarrollo del empirismo, de Locke a Hume; y el pensamiento medieval posee sus propias características.

Entre las diferencias fáciles de discernir entre la filosofía medieval y la post-medieval hay una muy llamativa en la forma de expresión literaria. Por de pronto, mientras que los medievales escribían en latín, en el período post-medieval nos encontramos con un uso creciente de los idiomas vernáculos. No sería, en verdad, exacto decir que en el período moderno prekantino no se hizo uso alguno del latín. Tanto Francis Bacon como Descartes escribieron en latín además de en sus lenguas vernáculas, y lo mismo hizo Hobbes. Y Spinoza compuso sus obras en latín. Pero Locke escribió en inglés, y en el siglo XVIII encontramos generalizado el empleo de las lenguas vernáculas. Hume escribió en inglés, Voltaire y Rousseau en francés, y Manuel Kant en alemán. Por otra parte, mientras que los medievales fueron extraordinariamente aficionados a escribir comentarios a ciertas obras clásicas, los filósofos post-medievales, tanto si escribían en latín como si lo hacían en lengua vernácula, prefirieron el tratado original, en el que se abandonó la forma del comentario. No trato de dar a entender que los medievales no escribiesen sino comentarios, porque eso sería completamente inexacto. No obstante, los comentarios a las Sentencias de Pedro Lombardo y a las obras de Aristóteles y otros autores fueron rasgos característicos de la composición filosófica medieval, mientras que cuando pensamos en los escritos de los filósofos, del siglo XVII pensamos en tratados de libre composición, no en comentarios.

El uso creciente de la lengua vernácula en los escritos filosóficos acompañó, por supuesto, al uso creciente de la misma en los restantes campos literarios. Y podemos asociar esa característica con cambios y desarrollos generales, en los órdenes cultural, político y social. Pero también podemos verla como un síntoma de la salida de la filosofía de sus antiguos límites escolares. Los filósofos medievales fueron en su mayor parte profesores universitarios, dedicados a la enseñanza. Escribían comentarios a los textos clásicos de uso en las universidades, y escribían en el lenguaje del mundo erudito, académico. Por el contrario, los filósofos modernos del período pre-kantiano estuvieron, en la mayoría de los casos, desconectados con la labor de la enseñanza académica. Descartes no fue nunca profesor universitario. Tampoco lo fue Spinoza, aunque éste recibió una invitación para enseñar en Heidelberg. Y Leibniz fue un hombre de acción, muy atareado, que rehusó el profesorado porque estaba orientado a una muy distinta clase de vida. En Inglaterra, Locke desempeñó puestos de mediana importancia en el servicio del Estado; Berkeley fue obispo; y aunque Hume trató de conseguir una cátedra universitaria no tuvo éxito en el empeño.

En cuanto a los filósofos franceses del siglo XVIII, como Voltaire, Diderot y Rousseau, fueron hombres de letras con intereses filosóficos. La filosofía en los siglos XVII y XVIII fue asunto de interés común entre las clases educadas y cultas; y es perfectamente natural que el empleo de la lengua vernácula reemplazase al uso del latín en escritos destinados a un público amplio. Como observa Hegel, hasta que llegamos a Kant no encontramos una filosofía tan técnica y abstrusa que no pueda ya considerarse que pertenezca a la educación general de los hombres cultos. Y por aquel tiempo el uso del latín había ya muerto prácticamente.

En otras palabras, la filosofía original y creadora del primer período de la Edad Moderna se desarrolló fuera de las universidades. Fue creación de unas mentes frescas y originales, no de tradicionalistas. Y ésa es, sin duda, una razón para que los escritos filosóficos tomasen, la forma de tratados independientes, no de comentarios. Porque los escritores se interesaban por el desarrollo de sus propias ideas, en libertad respecto de los grandes nombres del pasado y de las opiniones de los pensadores medievales o griegos.

 

[1] Vol. III , caps. III-IX

[2] Ibid., cap. 15

[3] Ver vol. III, págs. 305-307

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