ÍNDICE
7 / Nota editoria
9 / Nota de la Editorial Lautaro (1946)
11 / Intro: Contribución a la historia de la Liga... (Engels, 1885)
35 / Prefacio (Engels, 1885)
43 / Proceso por incitación a la rebelión (1849)
REVELACIONES SOBRE EL PROCESO DE LOS COMUNISTAS DE COLONIA (1853)
73 / I. Preliminares
79 / II. El archivo Dietz
83 / III. La conspiración Cherval
97 / IV. El protocolo original
121 / V. La carta que acompaña al catequismo rojo
125 / VI. La fracción Willich-Schapper
131 / VII. El veredicto
137 / VIII. Agregado a la edición de Leipzig de 1875
151 / IX. 1. Mensaje del Comité Central a la Liga (marzo de 1850)
163 / IX. 2. Mensaje del Comité Central a la Liga (junio de 1850)
169 / Apéndice: El reciente proceso de Colonia (Engels, 1852)
NOTA EDITORIAL
Las REVELACIONES SOBRE EL PROCESO DE LOS COMUNISTAS DE COLONIA, escritas por Marx a finales de 1852 y publicadas en 1853, constituyen una de las obras importantes de Marx menos conocidas por los lectores hispanohablantes. Quizá el mundo editorial ha considerado, hasta ahora, que carecía de interés para el presente la vieja historia de los criminales tejemanejes de la policía política prusiana; quizá que, por lo mismo, esta obra no permite conocer mejor el pensamiento de Marx, y que su contenido está exclusivamente dedicado a cuestiones históricas menores. Se equivocan. Primero, porque el alegato de defensa de Marx ante los tribunales prusianos (que con tan buen criterio incluyó Engels en la edición de 1885 de las REVELACIONES) es todo un tratado de materialismo histórico maduro. En él, Marx explica con detalle la idea expresada en LA IDEOLOGÍA ALEMANA, a saber: «que la fuerza propulsora de la historia, incluso de la religión, de la filosofía, y toda otra teoría, no es la crítica, sino la revolución». Segundo, porque el texto de las REVELACIONES (así como la introducción escrita por Engels) permite comprender, muy precisamente, qué lugar histórico ocupó la Liga de los Comunistas y cómo se representaban los fundadores del marxismo, por entonces, las tareas políticas del movimiento obrero. Las circulares del Comité Central de la Liga que incluye nuestra edición (como ya hicieron las anteriores) revelan con claridad meridiana la concepción del mundo proletaria-revolucionaria con que Marx y Engels enfocaban el problema de la independencia política de la clase obrera.
Respecto a los criterios de nuestra edición, nos basamos en la única versión castellana que nos es conocida, publicada en Buenos Aires por la Editorial Lautaro (1946). Esta edición se tradujo desde la versión italiana de A. Labriola (1900), por lo que hemos consultado el texto alemán de 1885 allí donde la traducción no resultaba convincente. Hemos corregido todos los errores detectados y ajustado algunas traducciones, señalando en nota al pie las pocas que nos han parecido relevantes por alterar, en algo, el sentido del texto. Por lo demás, tomamos de las OBRAS ESCOGIDAS de Marx y Engels (Editorial Progreso) tanto la introducción de Engels (CONTRIBUCIÓN A LA HISTORIA DE LA LIGA DE LOS COMUNISTAS) como la primera de las dos circulares del Comité Central de la Liga –la de marzo –, y el apéndice final (EL RECIENTE PROCESO DE COLONIA), también de Engels. Mantenemos en cada parte, a pie de página, casi todas las notas de la editorial correspondiente, marcando con una leyenda sólo aquellas que, intercaladas y siguiendo la misma numeración, pertenecen a Marx, a Engels o a nuestra propia editorial. Finalmente, traducimos entre corchetes las expresiones de Marx en otros idiomas.
NOTA DE LA EDITORIAL LAUTARO (1946)
El prefacio que F. Engels escribió en julio de 1885 para las Revelaciones sobre el proceso de los comunistas de Colonia ubica perfectamente la cuestión y exime de cualquier otra advertencia.
Asimismo, la Introducción redactada por él en octubre de 1885 en que relata la historia de la Liga de los Comunistas permite comprender cuáles son los orígenes de ese proceso de Colonia en el que se pretendía juzgar, como dijo Marx, no a un grupo de conspiradores, sino a la historia.
Sólo queremos agregar unas líneas sobre el célebre manifiesto del Comité Central de la Liga, de marzo de 1850, redactado por Marx y que figura como apéndice de la edición.
En esa circular Marx expone su tesis sobre la revolución ininterrumpida, idea que fue tomada en su forma pura por Lenin quien hizo de ella «una de las piedras angulares de su teoría de la revolución».[1]
En su artículo titulado La actitud de la socialdemocracia ante el movimiento campesino, Lenin exponía:
De la revolución democrática comenzaremos a pasar inmediatamente, en la medida de nuestras fuerzas, de las fuerzas del proletariado consciente y organizado, a la revolución socialista. Nosotros somos partidarios de la revolución ininterrumpida. No nos quedaremos a mitad de camino.[2]
Fue Lenin precisamente quien «restauró en toda su plenitud» las verdaderas tesis de Marx.
Pero en su obra de restauración de estas tesis no se limitó, ni podrá limitarse, pura y simplemente, a repetirlas, sino que las desarrolló y las elaboró en una teoría armónica de la revolución socialista, añadiendo, como aspecto obligado de ésta, un nuevo factor: el de la alianza del proletariado y de los elementos semiproletarios de la ciudad y del campo, como condición para el triunfo de la revolución proletaria.[3]
INTRODUCCIÓN
CONTRIBUCION A LA HISTORIA DE LA LIGA DE LOS COMUNISTAS
Con la condena de los comunistas de Colonia, en 1852, cae el telón sobre el primer período del movimiento obrero alemán independiente. Hoy, este período se halla casi olvidado. Y sin embargo, duró desde 1836 hasta 1852 y se desarrolló, dada la gran difusión de los obreros alemanes en el extranjero, en casi todos los países civilizados. Más aún. El movimiento obrero internacional de hoy es, en el fondo, la continuación directa del movimiento obrero alemán de entonces, que fue, en general, el primer movimiento obrero internacional y del que salieron muchos de los hombres que habían de ocupar puestos dirigentes en la Asociación Internacional de los Trabajadores. Y los principios teóricos que la Liga de los Comunistas inscribió en sus banderas con el Manifiesto Comunista, en 1847, son hoy el vínculo internacional más fuerte que une todo el movimiento proletario de Europa y América.
Hasta hoy, no existe más que una fuente importante para escribir una historia coherente de dicho movimiento. Es el denominado libro negro: Las conspiraciones comunistas del siglo XIX, por Wermuth y Stieber, Berlín, 2 partes, 1853 y 1854. Esta elucubración, urdida de mentiras por dos de los más miserables granujas policíacos de nuestro siglo y plagada de falsificaciones conscientes, sirve todavía hoy de fuente a todos los escritos no comunistas sobre aquella época.
Lo que yo puedo ofrecer aquí no es más que un bosquejo, y aun éste circunscrito a la parte que afecta a la Liga misma; sólo lo estrictamente necesario para comprender las Revelaciones. Espero, sin embargo, que algún día tendré ocasión de utilizar los abundantes materiales reunidos por Marx y por mí para la historia de aquella gloriosa etapa juvenil del movimiento obrero internacional.
***
De la Liga de los Proscritos, asociación secreta democrático-republicana, fundada en 1834 por emigrados alemanes en París, se separaron en 1836 los elementos más radicales, proletarios casi todos ellos, y fundaron una nueva asociación secreta, la Liga de los Justos. La Liga madre, en la que sólo continuaron los elementos más retardatarios, por el estilo de Jakobus Venedey, quedó pronto aletargada, y cuando, en 1840, la policía descubrió en Alemania el rastro de algunas secciones, ya no era más que una sombra. En cambio, la nueva Liga se desarrolló con relativa rapidez. Al principio, era un brote alemán del comunismo obrero francés, que se iba plasmando por aquella misma época en París y estaba vinculado a las tradiciones del babuvismo [corriente del comunismo utópico igualitario fundada por Babeuf y sus adeptos]. La comunidad de bienes se postulaba como corolario obligado de la «igualdad». Los fines eran los de las sociedades secretas de París en aquella época. Era una sociedad mitad de propaganda y mitad de conspiración, y aunque no se excluía, ni mucho menos, si la ocasión se presentaba, la preparación de intentonas en Alemania, siempre se consideraba París como centro de la acción revolucionaria. Pero, como París era el campo de batalla decisivo, por aquel entonces la Liga no era, de hecho, más que una rama alemana de las sociedades secretas francesas, y principalmente de la Société des Saisons [Sociedad de las Estaciones], dirigida por Blanqui y Barbés, con la que estaba en íntima relación. Los franceses se echaron a la calle el 12 de mayo de 1839; las secciones de la Liga hicieron causa común con ellos y se vieron así arrastrados a la derrota común.[4]
De los alemanes fueron detenidos, entre otros, Karl Schapper y Heinrich Bauer; el Gobierno de Luis Felipe se contentó con expulsarlos, tras larga prisión. Ambos se trasladaron a Londres. Schapper, natural de Weilburgo (Nassau), había militado en 1832, siendo estudiante de ciencias forestales en Giessen, en la conspiración organizada por Georg Büchner; el 3 de abril de 1833, tomó parte en el asalto contra la guardia del condestable en Fráncfort[5], huyó luego al extranjero y participó, en febrero de 1834, en la expedición de Mazzini contra Saboya.[6] De gigantesca corpulencia, expedito y enérgico, dispuesto siempre a jugarse el bienestar y la vida, era el verdadero tipo del revolucionario profesional, tal como lo conocemos a través del papel que desempeñó en la década del treinta. Aunque un poco torpe de pensamiento, no era, ni mucho menos, hombre cerrado a la comprensión profunda de los problemas teóricos, como lo demuestra su misma evolución de «demagogo»[7] a comunista, y, después que aceptaba una cosa, se aferraba a ella con tanta más fuerza. Precisamente por eso, su pasión revolucionaria chocaba a veces con su inteligencia; pero después advertía su error y sabía reconocerlo abiertamente. Era todo un hombre, y lo hecho por él para la fundación del movimiento obrero alemán nunca será olvidado.
Heinrich Bauer, natural de Franconia, de oficio zapatero, era un muchacho vivo, despierto e ingenioso, cuyo cuerpo menudo albergaba tanta habilidad como decisión.
Una vez en Londres, donde Schapper, que en París había sido cajista de imprenta, procuraba ganarse la vida dando clases de idiomas, ambos se dedicaron a reanudar los cabos rotos de la Liga, haciendo de Londres el centro de esta organización. Aquí, si ya no antes, en París, se les unió Joseph Moll, relojero de Colonia, de talla media, pero de fuerza hercúlea —¡cuántas veces él y Schapper apuntalaron eficazmente, con sus espaldas, la puerta de una sala contra centenares de asaltantes!—, hombre que igualando, por lo menos, a sus dos camaradas en energía y decisión, los superaba en inteligencia. No sólo era, como demostraron los éxitos de sus numerosas misiones, un diplomático innato; su espíritu era también más abierto a la penetración teórica. Los conocí a los tres en Londres, en 1843; eran los primeros revolucionarios proletarios que veía; y, a pesar de lo mucho que por aquel entonces discrepaban en cuanto al detalle nuestras opiniones — pues a su limitado comunismo igualitario oponía yo todavía, en aquella época, una buena dosis de soberbia filosófica, no menos limitada —, jamás olvidaré la formidable impresión que aquellos tres hombres de verdad me causaron, cuando yo empezaba precisamente a hacerme hombre.[8]
En Londres, como en Suiza —aunque aquí en menor medida —, les favorecía la libertad de reunión y asociación. El 7 de febrero de 1840 ya había sido fundada la Asociación Educativa de Obreros Alemanes, que todavía existe.[9]
Esta Asociación servía a la Liga como zona de reclutamiento de nuevos miembros, y puesto que los comunistas eran, como siempre, los más activos y más inteligentes de la Asociación, fácilmente se comprende que la dirección ........... [............]
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