CONTENIDO
9 Introducción. Sentido y alcance de Dialéctica de la Ilustración:
Juan José Sánchez
DIALECTICA DE LA ILUSTRACION
49 Prólogo a la reedición alemana (1969)
51 Prólogo (1944 y 1947)
59 Concepto de Ilustración
97 Excursus I: Odiseo, o mito e Ilustración
129 Excursus II: Juliette, o Ilustración y moral
165 La industria cultural. Ilustración como engaño de masas
213 Elementos del antisemitismo. Límites de la Ilustración
251 Apuntes y esbozos
251 Contra los enterados
253 Dos mundos
254 Transformación de la idea en dominio
257 Contribución a una teoría de los espectros
259 Quand méme
260 Psicología animal
261 Para Voltaire
263 Clasificación
264 Alud
265 Aislamiento por comunicación
266 Para una crítica de la filosofía de la historia
269 Monumentos de humanidad
270 De una teoría del delincuente
274 Le prix du progrés
276 Ciego espanto
277 Interés por el cuerpo
282 Sociedad de masas
283 Contradicciones
286 Marcados
288 Filosofía y división del trabajo
290 El pensamiento
291 Hombre y animal
300 Propaganda
302 Sobre la génesis de la estupidez
Introducción
SENTIDO Y ALCANCE DE DIALECTICA DE LA ILUSTRACION
Juan José Sánchez
Dialéctica de la Ilustración (DI) es un libro extraordinario y extraño a la vez. Extraordinario, por la densidad tanto de su contenido como de su expresión literaria; extraño, porque su relevancia e influjo en la historia política y cultural europea de la segunda mitad de este siglo está en proporción inversa al número de sus lectores. Publicado originariamente, bajo el título de Fragmentos filosóficos, en 1944 en una edición fotocopiada de quinientos ejemplares, apareció como libro, ya con el título de Dialéctica de la Ilustración, tres años más tarde, y de esta primera edición aún se hallaban ejemplares a la venta a finales de los años cincuenta. En 1966 apareció, sin mayor resonancia, la traducción italiana. Hasta 1969 no fue reeditado en Alemania y, a pesar de haber sido escrito en Estados Unidos, no hubo traducción inglesa hasta 1972. Fue sólo a partir de estas fechas cuando su contenido caló, al fin, en la conciencia histórica a través del movimiento estudiantil, y desde entonces se ha convertido en uno de los textos más explosivos, y también más explotados, de la filosofía europea contemporánea, aun cuando ni ha sido, seguramente, leído por muchos, ni su texto se presta a ello, ni su contenido es precisamente el más revolucionario.
De hecho, desde finales de los años setenta esta obra ha contribuido, a través de la filosofía radical del postestructuralismo francés, a configurar una corriente de pensamiento crítico de signo conservador que llega hasta nuestros días. Hoy está en el centro del debate que marca este fin de siglo: el debate sobre la modernidad, de la que venimos, y la denominada posmodernidad, a la que nos encaminamos o en la que acaso ya estemos.
Sacar a la luz hoy una traducción castellana de dicha obra sobre la base del texto de la reedición alemana de 1969, pero con una referencia completa, en notas, a las variantes textuales de 1944 y 1947, reviste por eso una considerable actualidad, aun cuando la vertiginosidad con que en nuestros días se suceden los acontecimientos amenaza también a este trabajo con aparecer ya desfasado. Pero justamente esta amenazadora circunstancia refuerza su especial relevancia. Uno de los peligros, en efecto, que acechan en este debate es la rapidez con la que se ventilan cuestiones enormemente complejas y se dejan atrás, sin tristeza, convicciones con un innegable momento de verdad. Esa rapidez, dirían Horkheimer y Adorno, es fruto de un olvido: de no tomar suficientemente en serio la “dialéctica de la Ilustración”.
La “dialéctica de la Ilustración” expresa, de entrada, la conciencia de la densa complejidad de los procesos que dieron lugar a la modernidad y ahora están a punto de superarla sin llevar consigo hacia adelante sus momentos de verdad. Y significa, además, que esos procesos y la situación a la que nos han conducido están marcados por una grave y fundamental ambigüedad: que pueden realizar la Ilustración, pero también liquidarla. Lo cual sucede siempre que se ignora u olvida aquella dialéctica.
En el debate que nos ocupa es mucho lo que está en juego. Está en juego nuestra identidad y cultura europeas —la idea de Europa — y el concepto mismo de razón o racionalidad, que está en su centro y al que en gran medida van ligados los valores que, en expresión de Kant, son del “mayor interés” para la humanidad: la libertad, la justicia, la solidaridad. Justamente los valores que estaban en juego para Horkheimer y Adorno y el interés que les movió a escribir la DI: “Salvar la Ilustración”. Pues no hay otro modo, según ellos, de salvar la Ilustración, y con ella aquellos valores, que tomando conciencia de su “dialéctica”, es decir, ilustrando a la Ilustración sobre sí misma. Por el contrario, si la Ilustración ignora u olvida su propia dialéctica, “si no asume en sí misma la reflexión sobre (su) momento destructivo, firma su propia condena”, advierten en el Prólogo de 1944 y 1947 a la DI.
Pero con esta inicial lectura he comenzado ya a tomar posición en el conflicto de las interpretaciones de la DI, que corre paralelo al debate sobre la modernidad. Si esta lectura que acabo de hacer fuera evidente y si la DI no implicara más que la renovada autocrítica de la Ilustración, con toda seguridad no se habría producido el debate en cuestión y, desde luego, no habría conducido a las posiciones extremas que pugnan en el mismo. El hecho de que las corrientes que hoy atraviesan el panorama intelectual, de una contrailustración neoconservadora, por una parte, y de una superación posmoderna —no dialéctica— de la modernidad, por otra, puedan remitirse, como lo hacen, a la crítica de la Ilustración llevada a cabo en la DI, prueba que la interpretación aquí sostenida exige ser convincentemente fundada. Mostrar, sobre todo, que esa crítica, por muy radical que sea —que lo es—, en modo alguno y bajo ningún concepto implica ni debe conducir a una negación de la Ilustración, si no, todo lo contrario, a una más plena e integral realización de la misma. Comencemos, para ello, exponiendo sintéticamente la tesis central de la DI.
I. LA TESIS
En el inicio de la DI hay, como en el origen de la Teoría Crítica (TC), una experiencia histórica dolorosa, dramática para Horkheimer y Adorno: la humanidad —escriben en 1944— no sólo no ha avanzado hacia el reino de la libertad, hacia la plenitud de la Ilustración, sino que más bien retrocede y “se hunde en un nuevo género de barbarie” (infra, p. 51). Horkheimer y Adorno se proponen comprender las razones de este drama, de esta sombría “regresión” (p. 53), que significaba para ellos el “fin de la Ilustración” (p. 52), más aún, “la autodestrucción de la Ilustración” (p. 53). Impelidos, sin duda, por la trágica experiencia de la barbarie, calan hondo en su análisis y llegan al convencimiento de la existencia de una paradoja en la Ilustración misma, paradoja que formulan en la conocida doble tesis: “El mito es ya Ilustración; la Ilustración recae en mitología” (p. 56), y como tal se convierte en la tesis central de la DI. Horkheimer y Adorno la desarrollan, en efecto, en el primer ensayo o capítulo del libro, al que ellos mismos consideran la “base teórica” de los siguientes (Ibid). No en vano llevó, en la edición original de 1944, el título que después pasó a ser el título del libro. Pero, ¿qué significa realmente esta tesis?
1. El mito es ya Ilustración
o En el principio era el dominio
En una de las conferencias que Horkheimer dio en la Columbia University el mismo año de la aparición de los Fragmentos y que más tarde se convertirían en el cuerpo de su Eclipse of Reason (1947) —traducida al alemán y conocida desde entonces como Crítica de la razón instrumental (1967)— hallamos la clave para la comprensión de esta primera tesis: “La enfermedad de la razón —escribe Horkheimer— radica en su propio origen, en el afán del hombre de dominar la naturaleza”. Es decir, la Ilustración nace bajo el signo del dominio. Su objetivo fue, desde un principio, “liberar a los hombres del miedo y constituirlos en señores” (p. 59). Y su programa: “el desencantamiento del mundo” (Ibid.) para someterlo bajo su dominio. La Ilustración disuelve los mitos e introniza el saber de la ciencia, que no aspira ya a “la felicidad del conocimiento” (p. 60), a la verdad, sino a la explotación y al dominio sobre la naturaleza desencantada. En el proceso de Ilustración el conocimiento se torna en poder y la naturaleza queda reducida a “pura materia o sustrato de dominio” (p. 65). La Ilustración opera según el principio de identidad: no soporta lo diferente y desconocido. Y ello marca el curso de la desmitologización, de la Ilustración, que termina reduciendo todo a Ja “pura inmanencia” (p. 70). La Ilustración se relaciona con las cosas “como el dictador con los hombres” (p. 64): las conoce en la medida en que puede manipularlas, someterlas. En este proceso, la “mimesis” (p. 66) es desplazada por el dominio, que ahora se convierte en “principio de todas las relaciones” (p. 64).
Pero esta “enfermedad de la razón”, esta querencia de la Ilustración al dominio, que ha determinado el curso de la entera “civilización europea” (p. 68), está presente ya —según la tesis— en el mito mismo. En el mito hay ya un momento de Ilustración, mejor, el mito es ya el primer estadio de la Ilustración: “Los mitos que caen víctimas de la Ilustración eran ya producto de ésta” (p. 63). En ellos late ya la aspiración al dominio. Los mitos, en efecto, querían “narrar, nombrar, contar el origen” y, por tanto, “explicar” (p. 63), es decir, en definitiva, controlar y dominar, tal y como se hace explícito con el paso del mito a las mitologías, de la narración a la doctrina, de la contemplación a la racionalización. Se impone la lógica discursiva, el cálculo. La “sustitución en el sacrificio” (p. 65) es ya un paso en ese sentido. Al final, “el mito se disuelve en Ilustración y la naturaleza en mera objetividad” (p. 64).
El proceso de Ilustración es, pues, un proceso de “desencantamiento del mundo” que se revela como un proceso de progresiva racionalización, abstracción y reducción de la entera realidad al sujeto bajo el signo del dominio, del poder. En cuanto tal, este proceso, que quiso ser un proceso liberador, estuvo viciado desde el principio y se ha desarrollado históricamente como un proceso de alienación, de cosificación.
2. La Ilustración recae en mitología
o La venganza de la naturaleza
Esta segunda tesis parece, de entrada, contradecir la anterior, pero en realidad no es sino la otra cara de la misma. La Ilustración se inició bajo el signo del dominio y de la reductio ad hominem (cf. p. 62) y ha aplicado con tal furia y consecuencia estos principios que el proceso de la entera civilización europea, dominado por ella, ha terminado por eliminar no sólo el mito, sino todo “sentido” que trascienda los hechos brutos: “En el camino de la ciencia moderna —escriben Horkheimer y Adorno— los hombres renuncian al sentido” (p. 61). Con lo cual, la Ilustración misma ha caído víctima de su propia lógica reductora y ha retornado a la mitología, a la necesidad y la coacción de la que pretendía liberar a los hombres. Horkheimer y Adorno lo expresan con gran fuerza en uno de los pasajes más logrados de la DI”. “La propia mitología ha puesto en marcha el proceso sin fin de la Ilustración, en el cual toda determinada concepción teórica cae con inevitable necesidad bajo la crítica demoledora de ser sólo una creencia, hasta que también los conceptos de espíritu, de verdad, e incluso el de Ilustración, quedan reducidos a magia animista... Como los mitos ponen ya por obra la Ilustración, así queda ésta atrapada en cada uno de sus pasos más hondamente en la mitología” (p. 67). La recaída de la Ilustración en mitología es la recaída del espíritu, que emergió con ella, bajo el dominio ciego de la naturaleza. Ésta se venga así de la explotación a que ha sido sometida por el hombre en el exterior y de la represión que ha sufrido en el interior del mismo sujeto, configurado según el principio de la autoconservación y el dominio. En definitiva, la naturaleza se rebela y se venga por haber sido olvidada por el espíritu en el proceso de Ilustración, que, por lo mismo, ha sido al mismo tiempo un proceso de alienación, de cosificación. En el inicio de este proceso —dicen Horkheimer y Adorno en uno de los aforismos en la última parte de la DI— hubo “una pérdida del recuerdo” (p. 275) que lo hizo posible. En el fondo, concluyen, “toda reificación es un olvido” (Ibid.)
Ésta es, en síntesis, la tesis de la DI, su “base teórica”, su contenido. Los cuatro ensayos que siguen no añaden ningún contenido nuevo; sólo tienen la función de “verificar” la tesis básica en la realidad histórica. Los dos primeros, de forma directa y expresa. En ellos se pone de manifiesto la “dialéctica de la Ilustración” en dos momentos históricos claves de la civilización europea: la Ilustración griega (representada por la Odisea de Homero) y la Ilustración moderna (reflejada en la obra de Sade). Los dos capítulos siguientes recogen material de dos proyectos de investigación del Instituto de Investigación Social sobre dos fenómenos de la realidad político-social de aquel momento, en los que la “dialéctica de la Ilustración” se manifestaba en toda su crudeza: la cultura de masas (en la sociedad avanzada de Estados Unidos) y el antisemitismo (a uno y otro lado del océano). Por último, en el libro se recogen una serie de aforismos que contienen ráfagas de pensamiento sobre puntos o destellos de la dialéctica de la Ilustración y son, a la vez, esbozos de lo que podría ser aquel “concepto positivo” de Ilustración (p. 56) que Horkheimer y Adorno pretendían justamente preparar con su DI y que expresamente anuncian como una “antropología dialéctica” (p. 57). Los aforismos cierran, pues, el libro enlazando con el prólogo donde se explicitaba ese objetivo que en ellos sólo quedaba esbozado. Más allá de estas relaciones entre los ensayos que la componen, la DI no contiene otra unidad. Conscientemente quisieron sus autores, por eso, que apareciera bajo el título de Fragmentos filosóficos.
II. LA DIALECTICA DE LA ILUSTRACION, ¿UN TEXTO PELIGROSO?
La historia de este texto fragmentario, como la de todo gran texto, forma parte de su propio contenido. Es una historia “afectada” por la dialéctica de la Ilustración. Horkheimer y Adorno entregaron su texto al público con extrema precaución. La primera edición fotocopiada no estuvo motivada, ciertamente, por razones económicas. Los quinientos ejemplares de la misma fueron cuidadosamente distribuidos. Desde luego, sus autores no pretendieron la gloria con este texto; más bien todo lo contrario: hicieron, sobre todo Horkheimer, cuanto estuvo en su mano para limitar su difusión e incidencia.
En 1955 estaba ya preparada la traducción italiana, a la que dieron su consentimiento; pero, como se dijo, no apareció hasta 1966. Las razones de esta dilación no fueron tampoco de tipo económico, sino de contenido. Estaban en juego una serie de correcciones que, como expondremos más adelante, los autores, en especial Horkheimer, consideraban necesario introducir en el texto original. Parece ser que éste era un texto peligroso, expuesto a malinterpretaciones que pervertirían gravemente su sentido. De otro modo resulta difícil explicar las fuertes reservas con que sus autores, una vez más sobre todo Horkheimer, accedieron a entregarlo al gran público. Hasta principios de los años sesenta quedaban, como se dijo, ejemplares de la edición de 1947. Sólo a partir de esa fecha comenzó a pensarse en una reedición. En un informe preparado para ésta por F. Pollock, uno de los más estrechos colaboradores de Horkheimer, se expresa, sin duda, el sentir de los autores cuando se dice: “En conjunto llego a la triste conclusión de que el contenido de la Dialéctica no es apropiado para una difusión masiva”.
Estas reservas crecieron aún más cuando, avanzada la década de los sesenta, algunos textos de Horkheimer, anteriores a la Dialéctica, se convirtieron clandestinamente en fuente de inspiración del movimiento estudiantil radicalizado, frente al cual él, por esa misma razón, se mostró en todo momento crítico y distante ...... [.........]