INDICE

E. P. Thompson: Historia y lucha de clases, por JOSEP FONTANA

La sociedad inglesa del siglo XVIII: ¿lucha de clases sin clases?

La economía «moral» de la multitud en la Inglaterra del siglo XVIII

El entramado hereditario: un comentario

El delito de anonimato

Tiempo, disciplina de trabajo y capitalismo industria

Una entrevista con E. P. Thompson

 

Tradicion, revuelta y consciencia de clase

 

E.P. THOMPSON: HISTORIA Y LUCHA DE CLASES

 

Este volumen de Edward P. Thompson —expresamente preparado para su edición española— no es una mera compilación de ensayos eruditos, sino que tiene una unidad que se manifiesta en un doble sentido, temático y métodológico. Unidad temática porque los tinco estudios reunidos se refieren a la sociedad inglesa del siglo XVIII, en el proceso de tránsito del antiguo régimen al capitalismo, y representan una aportación fundamental al conocimiento de esta época y de este problema.

En el primero de ellos —«La sociedad inglesa del siglo XVIII: ¿lucha de clases sin clases?»— se plantean algunos de los aspectos métodológicos que caracterizan el conjunto del volumen, y la obra entera de Thompson. El autor desarrolla en estas páginas su concepto de clase social, ahondando en las reflexiones que hiciera al frente de The Making of the English Working Class, y nos propone entenderla como «una categoría histórica, es decir, derivada de la observación social a lo largo del tiempo», inseparable de la noción de «lucha de clases», porque es en el proceso de esta lucha cuando se define y concreta.

«La economía "moral" de la multitud en la Inglaterra del siglo XVIII» investiga, precisamente, el carácter de la lucha de clases en la sociedad preindustrial, combatiendo la visión «espasmódica» que trata de explicar los motines populares con un grosero economicismo, como una respuesta directa e inmediata a un malestar coyuntural. Tal vez sea este uno de los trabajos de Thompson que han alcanzado mayor difusión y, a la vez, uno de los que han sido peor comprendidos. Mal comprendidos por quienes han pensado que negar el economicismo significaba poco menos que retirar de la historia los factores económicos —y así se apoyaba en Thompson una interpretación trivialmente conspirativa de los motines populares del siglo XVIII—, pero también por quienes han pretendido convertir en un concepto abstracto y universal la «economía moral», para aplicarlo a otros momentos y otras sociedades, cuando la lección que se desprende de estas páginas reside precisamente en todo lo contrario: en sostener que cada momento y coda situación deben ser analizados en sus propios términos. Pienso que va a ser en este volumen, al integrarse con los restantes trabajos del autor, donde va a ser más fácil entender correctamente el significado de la «economía moral» thompsoniana.

«El entramado hereditario: un comentario» resultara tal vez el más especializado y difícil de los estudios reunidos aquí, pero se ha incluido porque representa una brillante ilustración de los principios expuestos anteriormente, al mostrarnos cómo algo que solemos considerar como poco menos que inmutable en el tiempo —la tierra transmitida por la herencia—, pierde su aparente fijeza cuando dejamos de analizarlo desde el simple piano de la historia institucional, para convertirse en un conjunto de derechos de aprovechamiento que solo cobran plena sentido en el interior del entramado de costumbres y controles de la sociedad agraria.

«El delito de anonimato» es un original intento de examinar la otra cara de las relaciones sociales del antiguo régimen, que suelen pintársenos como de deferencia, y hasta de consenso, apenas turbados por el estallido ocasional de la revuelta. En las cartas anónimas de amenaza, Thompson lee los signos del descontento y del rechazo, de una protesta social que, a falta de medios abiertos de expresión, ignoraríamos por completo. Desde este «nivel oscuro y anónimo» surge una imagen complementaria a la de la aceptación, que ha de servirnos para percibir la auténtica dimensión de esta sociedad.

«Tiempo, disciplina de trabajo y capitalismo industrial», finalmente, nos lleva hasta los umbrales de la sociedad capitalista, para analizar la naturaleza de unas transformaciones que no solo han actuado sobre las condiciones de trabajo, sino «sobre la totalidad de la cultural Thompson nos previene así contra la elemental linealidad de los modelos de desarrollo económico habituales, y concluye advirtiéndonos que «no existe el desarrollo económico, si no es, al mismo tiempo, desarrollo o cambio cultural».

Como apéndice se ha incluido una entrevista en que el autor contesta a las preguntas que le hicieron los redactores de la Radical History Review norteamericana. Este texto, que permitirá una mejor comprensión de sus planteamientos métodológicos, nos lleva al otro aspecto en que definíamos la unidad de este volumen. Porque al margen de su coherencia temática, este conjunto de estudios debe ser visto como una propuesta teórica, como una intervención en el debate que enfrenta formas muy distintas de entender el materialismo histórico.

Tras la liquidación del mecanicismo staliniano —codificado en el canon de los cinco modos de producción, que eran presentados como etapas que todas las sociedades humanas debían recorrer, necesariamente y en un orden prefijado—, las interpretaciones de la historia inspiradas en el marxismo se han dividido en dos grandes corrientes. En una de ellas podemos situar la reflexión de Gramsci, el replanteamiento del problema de la transición del feudalismo al capitalismo a impulsos de Dobb, las propuestas globalizadoras de Vilar, la obra de historiadores como Hill, Hilton, Hobsbawm, Lublinskaya, etc. Es una corriente que abandona los rígidos esquemas formales del pasado y pretende devolver su papel fundamental a aquello que los propios Marx y Engels ponían en primer lugar: la concepción de la historia como resultado de la lucha de clases, como un perpetuo tejer y destejer de equilibrios, alianzas y enfrentamientos colectivos. Está claro que Thompson debe ser situado en esta corriente.

Frente a ella encontramos la del «estructuralismo marxista», cuyo representante más conocido es Althusser, que tiende a interpretar la historia como una sucesión de modos de producción, definidos en términos de razonamiento abstracto. En su forma más extrema, la que representan los soci6logos británicos Hindess y Hirst, el marxismo se convierte en una metateoría formal, que no sólo está por encima de los métodos de la historia, con su continuo enfrentarse a la realidad, sino que debe rechazar todo contacto con ella, puesto que la historia está condenada fatalmente al empirismo, ya que su objeto «no puede ser concebido como un objeto constituido teóricamente, como un objeto no limitado por lo que es dado». El estructuralismo marxista ha tenido una amplia difusión entre nosotros. Ofreciendo f6rmulas asequibles y de inmediata aplicación, ha venido a responder a las demandas de quienes, insatisfechos con el magro bagaje teórico que les proporcionaba la enseñanza académica, buscaban otras herramientas de análisis y las han encontrado en unas propuestas que les han abierto un campo más vasto. El problema reside en que este método, con el que se aprende a andar en seguida, no permite ir demasiado lejos, sino que se agota muy pronto en un juego verbal esterilizador. Thompson, que ha combatido el estructuralismo althusseriano en Miseria de la teoría (libro que va a ser publicado próximamente por esta misma editorial), nos muestra que es «a la vez consecuencia del stalinismo y su continuación».

Esta polémica no debe ser entendida, sin embargo, como un debate académico entre escuelas de pensamiento historiográfico distintas. Como supo ver Raynal en su tiempo, «la política en la historia es lo que distingue al historiador del mero narrador». Y eso es especialmente valido para el historiador marxista, en la medida en que el marxismo es una teoría para una práctica, y no para la mera práctica de mejorar la enseñanza universitaria o escribir mejores libros, sino para la de una acción en la sociedad. Tras las posturas métodológicas de Thompson hay una manera de concebir lo que debe ser el socialismo y, consecuentemente, la estrategia para acceder a él. El tema es demasiado complejo, y comprometido, como para sintetizarlo en unas pocas líneas. Si se me admite una imagen, que no es más que una primera aproximación, yo diría que la concepción de la historia que pretende devolver su papel fundamental al análisis de la lucha de clases —lo que es algo muy distinto a invocarla como una jaculatoria en que se expresa la adscripción a una fe— reacciona contra una visión del socialismo como estadio superior de la industrialización, caracterizado esencialmente por el empleo más eficaz de los recursos, para volver a su concepción en que el acento se pone en las relaciones entre los hombres, en la supresión de todas las formas por las que unos hombres explotan a otros, en la edificación de una sociedad sin clases. Reléase ahora la frase de Thompson que antes citaba —«no existe el desarrollo económico, si no es al mismo tiempo desarrollo o cambio cultural»— y se entenderá que hay en ella algo más que una mera propuesta para reinterpretar el pasado.

Pienso que este libro va a prestar un considerable servicio a cuantos se interesan por la renovación de la historia, no solo porque pone a su alcance unos textos que, de otra forma, resultan difícilmente accesibles, sino porque les permitirá entenderlos como piezas de un conjunto, de un pensamiento global y coherente. Este es un libro importante por los problemas que analiza y por lo que significa como aportación a un debate teórico de considerable trascendencia. Pero es también un libro bien escrito, que revela una notable sensibilidad, un espléndido conocimiento del marco cultural y un agudo sentido del matiz y del detalle. Para quienes se han acostumbrado a identificar la historia marxista con una elemental aplicación de fórmulas de un recetario catequístico, las páginas de Thompson van a resultar una revelación: la de una historiografía que puede superar a la académica en cualquier terreno; que va más lejos, cala más hondo y es capaz de ofrecernos una imagen más rica del hombre: del hombre entero, desde su lucha por la subsistencia hasta las manifestaciones más elevadas de su cultura.

Josep Fontana

Barcelona, marzo de 1979.

 

 

 

LA SOCIEDAD INGLESA DEL SIGLO XVIII: ¿LUCHA DE CLASES SIN CLASES? *

* «Eighteenth-Century English Society: Class Struggle without Class?», Social History, III, nº 2 (mayo 1978).

 

Lo que sigue a continuación podría ser descrito más como un intento de argumentación que como un artículo. Las dos primeras secciones forman parte de un trabajo argumentative sobre el paternalismo y están muy estrechamente relacionadas con mi artículo «Patrcian Society, Plebeian Culture», publicado en el Journal of Social History (verano 1974). Las restantes secciones (que tienen su propia génesis) avanzan en la exploración de las cuestiones de clase y cultura plebeya.[1] Ciertas partes del desarrollo se fundamentan en investigaciones detalladas, publicadas y sin publicar. Pero no estoy seguro de que todas ellas juntas constituyan una «prueba» de la argumentación. Pues la argumentación sobre un proceso histórico de este tipo (que Popper sin duda describiría como «holístico») puede ser refutada; pero no pretende poseer el tipo de conocimiento positive que generalmente afirman tener las técnicas de investigación positivistas. Lo que se afirma es algo distinto: que en una sociedad cualquiera dada no podemos entender las partes a menos que entendamos su función y su papel en su relación mutua. y en su relación con el total. La «verdad» o la fortuna de tal descripción holística solo puede descubrirse mediante la prueba de la práctica histórica. De modo que la argumentación que se presenta a continuación es una especie de preámbulo, un pensar en voz alta................

 
 

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