Índice
Introducción
Primera parte: La cuestión nacional en la historia
Segunda parte: Marx, Engels y la cuestión nacional
Tercera parte: Lenin y la cuestión nacional
Cuarta parte: la cuestión nacional después de octubre
Introducción
La cuestión de las nacionalidades —la opresión de las naciones y las minorías nacionales— es una de las características del imperialismo desde su nacimiento hasta la actualidad y siempre ha ocupado un lugar central en la teoría marxista. En particular, los escritos de Lenin se ocupan con gran detalle de este problema tan importante, y todavía nos siguen proporcionando una base sólida para abordar este tema tan explosivo y complicado. Si los Bolcheviques no hubieran tratado el tema correctamente nunca habrían conseguido tomar el poder en 1917. Sólo situándose a la cabeza de las capas oprimidas de la sociedad consiguieron unir al proletariado bajo la bandera del socialismo y reunir las fuerzas necesarias para derrocar el dominio de los opresores. De no haber apreciado correctamente los problemas y aspiraciones de las nacionalidades oprimidas del imperio zarista, la lucha revolucionaria del proletariado no habría triunfado.
Las dos barreras para el progreso humano son por un lado la propiedad privada de los medios de producción y por el otro el estado nacional. Pero mientras que la primera parte de esta ecuación está suficientemente clara, a la segunda no se le ha prestado la debida atención. Hoy en la época de decadencia imperialista, cuando las contradicciones latentes de un sistema socioeconómico moribundo han alcanzado unos límites insoportables, la cuestión nacional surge una vez más en todas partes, con consecuencias aún más trágicas y sangrientas. Lejos de solucionarse, ha regresado a sus orígenes, a una fase antigua del desarrollo humano y ha adquirido una forma particularmente virulenta y venenosa que amenaza con arrastrar a todas las naciones al barbarismo. Resolver este problema es una condición previa y necesaria para el triunfo del socialismo a escala mundial.
Ningún país —ni los estados más grandes y poderosos— pueden resistir el aplastante dominio del mercado mundial. El fenómeno que la burguesía describe como globalización, previsto por Marx y Engels hace 150 años, ahora se revela casi en condiciones de laboratorio. Desde la Segunda Guerra Mundial, en particular durante los últimos veinte años, se ha intensificado de manera colosal la división internacional del trabajo y se ha producido un enorme desarrollo del comercio mundial, alcanzando un grado que ni Marx ni Engels pudieron imaginar. La interpenetración de la economía mundial ha alcanzado un nivel nunca visto antes en la historia humana. En sí mismo éste es un acontecimiento progresista que refleja la existencia ya de las condiciones materiales para el socialismo mundial.
El control de la economía mundial está en manos de las doscientas empresas internacionales más grandes. La concentración de capital ha alcanzado proporciones asombrosas. Cada día las transacciones internacionales mueven en el mundo 1,3 billones de dólares, el setenta por ciento de éstas se realizan entre las multinacionales. Se gastan vastas sumas dinero para concentrar un poder inimaginable en cada vez menos empresas. Se comportan como caníbales feroces e insaciables, devorándose unos a otros a la caza de un beneficio cada vez mayor. En esta orgía canibalística la clase obrera siempre pierde. Nada más producirse una fusión, la dirección anuncia nuevos despidos y cierres, una presión implacable sobre los trabajadores para incrementar los márgenes de beneficio, los dividendos y los salarios de los ejecutivos.
En este contexto el libro de Lenin, El imperialismo: fase superior del capitalismo, tiene cada vez más vigencia y actualidad. Lenin explicaba que el imperialismo es el capitalismo de la época de los grandes monopolios y los trusts. Pero el grado de monopolización de los días de Lenin parece un juego de niños comparado con la situación actual. En 1999 el número de absorciones internacionales fue de 5.100. El valor de las transacciones alcanzó el record de 798.000 millones de dólares. Con estas asombrosas sumas se podrían resolver los problemas más acuciantes del planeta, la pobreza, el analfabetismo y la enfermedad. Pero eso presupone la existencia de un sistema racional de producción en el que las necesidades de la mayoría tengan preferencia sobre los beneficios de una minoría. El poder colosal de las gigantescas multinacionales, cada vez más fusionadas con el estado capitalista, crean un fenómeno que el sociólogo americano Wright-Mills califica de "complejo industrial - militar", y que ejerce un dominio sobre el mundo jamás visto en la historia.
Aquí vemos una gran contradicción. Los apologistas burgueses del capitalismo y los de la pequeña burguesía en particular, afirman que la globalización ha conseguido que el estado nacional carezca ya de importancia. Esto no es nuevo. Es el mismo argumento de Kautsky durante la Primera Guerra Mundial (la llamada teoría del "ultra imperialismo"), y defendía que el desarrollo del capitalismo monopolista y del imperialismo poco a poco eliminaría las contradicciones del capitalismo. Ya no habría mas guerras porque el propio desarrollo del capitalismo convertirían al estado nacional en algo superfluo. La misma teoría que hoy defienden teóricos revisionistas como Eric Hobsbawn en Gran Bretaña. Este antiguo estalinista que ahora está en el ala de derechas del laborismo dice que el estado nacional fue un período transitorio de la historia humana y que ya está superado. Los economistas burgueses siempre han defendido este argumento. Intentan eliminar la contradicción inherente al sistema capitalista sencillamente negando su existencia. Y es precisamente ahora, en el momento en que el mercado mundial se ha convertido en la fuerza dominante del planeta, cuando los antagonismos nacionales en todas partes están adquiriendo un carácter más violento y la cuestión nacional lejos de desaparecer, adopta un carácter particularmente venenoso e intenso.
Con el desarrollo del imperialismo y del capitalismo monopolista, el sistema capitalista ha conseguido superar los estrechos límites de la propiedad privada y el estado nacional que hoy juegan prácticamente el mismo papel que jugaron los pequeños principados y estados locales en el período previo al surgimiento del capitalismo. Durante la Primera Guerra Mundial Lenin escribía: "El imperialismo es la fase superior del desarrollo del capitalismo. En los países adelantados, el capital sobrepasó los marcos de los Estados nacionales y colocó al monopolio en el lugar de la competencia, creando todas las premisas objetivas para la realización del socialismo". (Lenin. La revolución socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminación. Pekín. Ediciones en Lenguas Extranjeras. 1974. Pág. 1). Quien no comprenda esta verdad elemental no sólo será incapaz de comprender la cuestión nacional, tampoco comprenderá el resto de las características más importantes de la época actual.
La historia de los últimos cien años se ha caracterizado por la rebelión de las fuerzas productivas contra los estrechos confines del estado nacional. Después llega la economía mundial —y con ella las crisis y las guerras mundiales—. Vemos entonces que el cuadro pintado por el Profesor Hobsbawn, un mundo en el que se han eliminado las contradicciones nacionales, es pura imaginación. La realidad es exactamente la contraria. Con la crisis general del capitalismo la cuestión nacional no sólo afecta a los países ex – coloniales, también empieza ya a perturbar a los países capitalistas desarrollados, incluso en lugares donde ya parecía estar solucionado. Bélgica ―uno de los países más desarrollados de Europa― , sufre el conflicto entre Balones y Flamencos, éste ha adquirido un carácter tan violento que en determinadas circunstancias puede llevar a la ruptura del país. En Chipre los antagonismos nacionales entre griegos y turcos amplían el conflicto alcanzando incluso a Grecia y Turquía. Hace poco la cuestión nacional en los Balcanes ha llevado a Europa al borde de la guerra.
En EEUU está el problema del racismo contra los negros y también los hispanos. En Alemania, Francia y otros países presenciamos la discriminación y los ataques racistas contra los inmigrantes. En la antigua Unión soviética la cuestión nacional ha originado un caos sangriento de guerras en un país tras otro. En Gran Bretaña, país donde el capitalismo lleva más tiempo de existencia, el problema nacional sigue sin resolver, no sólo en Irlanda del Norte, sino también en Gales y Escocia. En el Estado español tenemos la cuestión de Euskadi, Cataluña y Galicia. Pero el caso más extraordinario es que más de cien años después de la unificación de Italia, la Liga del Norte defiende la consigna reaccionaria de dividir Italia y para ello se basan en la autodeterminación del Norte ("Padania"). La conclusión es inexorable. Ignorar el problema nacional es peligroso. Para transformar la sociedad es imperativo mantener una postura escrupulosa, clara y correcta sobre este tema. Con este objetivo nos dirigimos a los jóvenes y trabajadores, a la base de los Partidos Comunistas y Socialistas que deseen comprender las ideas del marxismo para luchar para cambiar la sociedad. A ellos va dedicada esta obra.
Primera parte: La cuestión nacional en la historia
"Si prescindimos de la lucha de los Países Bajos por su independencia y del destino de la Inglaterra insular, la época de la formación de las naciones burguesas en Europa Occidental comienza con la gran Revolución Francesa y en lo esencial concluye casi un siglo después, al constituirse el Imperio Alemán". (Trotsky. Historia de la Revolución Rusa. Madrid. Zyx. Pág. 315. Vol. 1)
Aunque la mayoría de las personas creen que el estado nacional es algo natural, y por lo tanto enraizado en un pasado lejano o en la sangre y en el alma de hombres y mujeres, en realidad es una creación relativamente moderna, en concreto de los últimos doscientos años. Las únicas excepciones serían Holanda, aquí la revolución burguesa del siglo XVI adoptó la forma de una guerra de liberación nacional contra España, e Inglaterra debido a su posición única como un reino insular donde el desarrollo capitalista aconteció antes que en el resto de Europa (desde finales del siglo XIV en adelante). Antes no existían naciones, sólo tribus, ciudades–estado e imperios. Desde un punto de vista científico es incorrecto calificar a estos últimos como "naciones", algo que se hace con frecuencia. Un autor nacionalista galés incluso hablaba de la "nación galesa" ―¡antes de la invasión romana de Gran Bretaña!― . Los galeses en aquella época era una aglomeración de tribus, no diferentes a otras tribus que habitaban en lo que ahora se conoce como Inglaterra. Es un rasgo pernicioso de los escritores nacionalistas que intentan dar la impresión de que "la nación" (en especial "su nación") siempre ha existido. En realidad el estado nacional es una entidad que evoluciona históricamente. No siempre existió, ni siempre existirá.
El estado nacional es un producto del capitalismo. Lo creó la burguesía porque necesitaba un mercado nacional. Necesitaba romper las restricciones locales, la existencia de pequeñas áreas locales con sus impuestos, peajes, sistemas de monedas, pesos y medidas separados. El siguiente extracto de Robert Heilbroner ilustra gráficamente este hecho, en él describe un día en la vida de un comerciante alemán en 1550:
"Adreas Ryff, un comerciante barbudo y con abrigo de pieles, regresaba a su casa en Badén; escribía a su esposa y le decía que había visitado treinta mercados y estaba preocupado. Incluso le preocupaban aún más las molestias de la época; cuando viaja se tiene que detener cada diez millas aproximadamente, para pagar los peajes habituales; entre Basle y Colonia ha tenido que pagar treinta y un impuestos.
Y aquí no acaba todo. Cada comunidad que él visitaba tenía su propia moneda, sus propias leyes y reglas, su propia ley y orden. Sólo en el área circundante a Badén existían 112 medidas de longitud diferentes, 92 medidas de superficie de cereales y 123 de líquidos, 63 de licores, y 80 de peso". (R. Heilbroner. The Worldly Philosophers. Pág. 22).
La eliminación de estos particularismos locales fue un paso de gigante en esa época. La unificación de las fuerzas productivas en un estado nacional fue una tarea histórica progresista de la burguesía. La base de esta revolución ya estaba presente a finales de la Edad Media, en el período de declive del feudalismo y ascenso de la burguesía, las ciudades poco a poco conseguían hacer valer sus derechos. Los reyes medievales necesitaban dinero para sus guerras y para ello se veían obligados a apoyarse en la naciente clase de comerciantes y banqueros, como los Fuggers o los Médicis. Pero todavía no había llegado la hora de la economía de mercado. Sólo existía la forma embrionaria del capitalismo caracterizada por la producción a pequeña escala y mercados locales. Todavía no se podía hablar propiamente del mercado o estado nacional. A grandes rasgos ya estaban presentes los elementos que harían posible el surgimiento de algunos estados europeos modernos, aunque todavía estaban en una etapa embrionaria. Francia toma forma poco a poco, fruto de la Guerra de los Cien Años contra Inglaterra, pero estas luchas todavía tenían un carácter más feudal y dinástico que nacional. Los soldados que luchaban en esta guerra tenían más lealtad hacia su señor local que al rey de Francia, y a pesar de la existencia de un territorio e idioma común, se consideraban Bretones, Borgoñeses o Gascones en lugar de Franceses.
Poco a poco en un período que duró varios siglos surge la auténtica conciencia nacional. Este proceso transcurre paralelo al ascenso del capitalismo, la economía monetaria y el surgimiento gradual del mercado nacional, representado en el comercio de lana en Inglaterra a finales de la Edad Media. La decadencia del feudalismo y el ascenso de las monarquías absolutistas que, en su propio interés estimulaban a la burguesía, aceleraron este proceso. Como señala Robert Heilbroner:
"Primero fue el surgimiento progresivo de las unidades políticas nacionales en Europa. Debido a las guerras campesinas y de conquista Real, el primitivo feudalismo aislado daría lugar a las monarquías centralizadas. Y con las monarquías llegó el surgimiento del espíritu nacional; a su vez esto conllevaba la protección Real de las industrias favorecidas, como ocurrió con los grandes centros tapiceros franceses, y el desarrollo de armadas y ejércitos con todas sus industrias satélites necesarias. La infinidad de leyes y regulaciones que atormentaban a Andreas Ryff y a los comerciantes viajeros del siglo XVI se transformaron en las leyes nacionales, medidas comunes y más o menos patrones monetarios". (Ibíd.. Pág. 34).
La cuestión nacional desde un punto de vista histórico, está relacionada con el ...................[................]