ÍNDICE
Nota sobre el caso Dreyfus
Prólogo
Monsieur Scheurer Kestner
La cofradía
El juicio
Carta a la juventud
Carta aFrancia
Yo acuso. Carta a Monsieur Félix Faure, presidente de la República
Declaración ante el jurado
Carta a Monsieur Brisson, presidente del Consejo de Ministros
Justicia
El quinto acto
Carta a la esposa de Alfred Dreyfus
Carta al Senado
Carta a Monsieur Loubet, presidente de la República
Nota sobre el caso Dreyfus
En 1894, los servicios de contraespionaje (Service de Renseignements) del Ministerio de la Guerra francés interceptan un documento dirigido al agregado militar alemán en París, Schwartzkoppen, en el que se menciona en nota manuscrita el anuncio del envío de informaciones concretas sobre las características del nuevo material de artillería francés. El riesgo de escándalo es más preocupante que la propia filtración; había, pues, que encontrar a un culpable. Basándose en el escrito, los expertos comparan letras de los oficiales del Estado Mayor y concluyen que el capitán Alfred Dreyfus, de treinta y cinco años, judío y alsaciano, es su autor. El 15 de octubre de ese año Dreyfus es arrestado, juzgado por un consejo de guerra y declarado culpable de alta traición.
Pese a las declaraciones de inocencia del acusado (declaraciones que no se hacen públicas), se condena a Dreyfus a la degradación militar (enero de 1895) y a cumplir cadena perpetua en la isla del Diablo, en la Guayana francesa. Durante el juicio, el general Mercier, ministro de la Guerra, expresa sus convicciones a la prensa y comunica al tribunal que existen pruebas «abrumadoras» de la culpabilidad de Dreyfus, pruebas que no puede mostrar porque pondrían en peligro la seguridad de la nación. Hasta ese momento, nadie duda de la existencia de dichas pruebas. Únicamente la familia de Dreyfus, convencida de su inocencia, habla de error judicial y busca apoyos entre los políticos y la prensa para conseguir la revisión del juicio.
En marzo de 1896, el nuevo responsable del Service de Renseignements, el coronel Picquart, descubre un telegrama dirigido por el agregado militar alemán Schwartzkoppen a un oficial francés de origen húngaro, el comandante Esterhazy; el telegrama no deja dudas de que este último es el informador de Schwartzkoppen en el Estado Mayor francés. La letra de Esterhazy, que se parece a la de Dreyfus, es, sorprendentemente, muy similar a la del famoso escrito. Picquart informa a sus superiores y expresa su convicción de que fue un error atribuir el escrito a Dreyfus. El Estado Mayor destina a Picquart a la frontera del este y, posteriormente, a Túnez. Los tribunales militares, dominados por camarillas de extrema derecha y antisemitas, se niegan a revisar el caso Dreyfus y tratan de sofocar el escándalo, pero no logran evitar que algunos rumores alerten a personalidades de la izquierda.
En 1897 con la ayuda del periodista Bernard Lazare, del senador Scheurer Kestner y del diputado Joseph Reinach, Mathieu Dreyfus, hermano de Alfred, promueve una campaña en Le Figaro para exigir que se investigue a Esterhazy y se revise el juicio de 1894. La extrema derecha reacciona de inmediato. Indignado, Émile Zola, próximo a la izquierda radical y a grupos socialistas, entra en liza. La campaña de Le Figaro rompe la conspiración de silencio.
En diciembre de 1897, Esterhazy, cuya letra es idéntica a la de los facsimiles del escrito que la prensa ha reproducido, es inculpado y comparece ante un tribunal militar; contra todo pronóstico, los jueces lo absuelven en enero de 1898, al tiempo que el presidente del Consejo de Ministros, Méline, rechaza la revision del caso Dreyfus: «El caso Dreyfus no existe». Zola, consciente de los riesgos que corre, plantea la cuestión ante la opinión pública en su célebre carta al presidente de la República, titulada «Yo acuso» y publicada el 13 de enero en L'Aurore. Ese mismo día, la policía detiene al teniente coronel Picquart.
La polémica enardece al país y se desencadenan las hostilidades entre la derecha militarista y la izquierda socialista o radical, entre las corrientes nacionalistas antisemitas y los defensores del Derecho, entre el integrismo católico y los adalides del libre pensamiento. Llueven insultos y críticas sobre Zola. En estas circunstancias, aparece, ya en su sentido moderno, la expresión «los intelectuales», que emplearon los antidreyfusards (Barrés, Drumont, León Daudet, Pierre Loti, Jules Verne...) contra los dreyfusards (Zola, Gide, Proust, Péguy, Mirbeau, Anatole France, Jarry, Claude Monet...).
Del 7 al 23 de febrero de 1898, Zola, amenazado de muerte por los grupos de extrema derecha, comparece ante un tribunal, acusado de difamar a los oficiales y personalidades que había denunciado en su «Yo acuso». Se le declara culpable y se le condena a un año de cárcel, a pagar tres mil francos de multa y se le despoja de la Legión de Honor. Tras recurrir la sentencia, el tribunal de instancia vuelve a condenarle, esta vez, sin embargo, en rebeldía, pues Zola, temiendo por su vida, se ha exiliado en Inglaterra. Semanas después de este segundo juicio, se confirma que el documento que se utilizó para comprometer a Dreyfus en el juicio de 1894 era falso; lo había confeccionado un oficial del Service de Renseignements, el coronel Henry, quien confiesa su culpabilidad el 30 de agosto y el 31 se suicida en la cárcel. El Tribunal Supremo, que había empezado a revisar el expediente Dreyfus en junio, ordenó la revisión del caso.
Zola, pese a la confirmación de la sentencia condenatoria, regresa de su exilio en junio de 1899; el Gobierno renuncia a tomar medidas contra él. Entre agosto y septiembre de ese año, Dreyfus, trasladado a Francia, se somete a un segundo juicio y de nuevo le condenan los tribunales militares, que no acceden a reconocer el error judicial que se cometió en 1894; el 19 de septiembre, el presidente de la República, Loubet, indulta a Dreyfus. Puesto en libertad, gran parte de la opinión pública considera que debe, además, reconocerse su inocencia. Hasta el 12 de julio de 1906 no obtendrá Dreyfus la rehabilitación en el ejército. Cuatro años antes, la noche del 28 al 29 de septiembre de 1902, de regreso a París tras sus vacaciones en Médan, Emilio Zola muere asfixiado en su casa, debido a las exhalaciones de una chimenea. Desde 1898, Zola había recibido numerosas amenazas de muerte, pero este «caso» nunca llegó a esclarecerse. Dreyfus, por su parte, falleció en 1935 ocupando un alto cargo oficial. Quedaron dudas sobre su inocencia hasta la publicación de los Carnets de Schwartzkoppen en 1930: Dreyfus inocente, Esterhazy culpable.
Yo Acuso. La Verdad en marcha
Prólogo
He juzgado necesario recoger en este volumen los artículos que fui publicando sobre el caso Dreyfus durante un periodo de tres años, de diciembre de 1897 a diciembre de 1900, a medida que se desarrollaban los acontecimientos. Un escritor que ha emitido juicios y ha tomado responsabilidades en un caso de tanta gravedad y tanto alcance tiene el deber de poner a la vista del público el conjunto de su actuación, los documentos auténticos, los únicos que podrán servir para juzgarle. Y si ese escritor no fuese tratado hoy con justicia, podrá entonces esperar en paz, pues el porvenir dispondrá de toda la información que deberá bastar algún día para sacar a la luz la verdad.
No obstante, no me he apresurado a publicar este volumen. Quería, en primer lugar, que el expediente buera completo, que hubiese concluido un periodo concreto del caso; he tenido que esperar, pues, que la ley de amnistía concluyera un periodo que puede considerarse, al menos por el momento, como final. En segundo lugar, me repugnaba enormemente la idea de que se pudiera creer que buscaba publicidad o que me movía el afán de lucro en una cuestión de lucha social de la que el profesional de las letras no quería en absoluto beneficiarse. He rechazado todas las ofertas, no he escrito sobre ello ni novelas ni obras de teatro. Tal vez así logre que por lo menos no me acusen de haber sacado dinero de esta historia tan desgarradora que ha trastornado a toda la humanidad.
Pretendo utilizar más tarde, en dos obras, las notas que tomé. En una, con el título de «Impresiones de audiencias», quisiera contar los juicios a los que se me sometió, decir todas las cosas monstruosas y describir los extraños personajes que desfilaron ante mí, en París y en Versalles. En otra, con el título de «Páginas de exilio», planeo narrar los once meses que pasé en Inglaterra, los trágicos ecos que despertaban en mi cada noticia desastrosa que me llegaba de Francia, todo lo que evoqué hechos y personas cuando me hallaba lejos de mi tierra, en la completa soledad que me envolvía. Pero no son más que deseos, proyectos, y no me extrañaría que las circunstancias y la vida me impidiesen llevarlos a cabo.
Por otra parte, eso no sería una historia del caso Dreyfus, porque tengo el convencimiento de que ahora, en medio de las pasiones desatadas, sin los documentos que todavía faltan, no se puede escribir esa historia. Habrá que dejar pasar el tiempo, habrá que realizar primero un estudio imparcial de los documentos que formarán parte del inmenso expediente. Y yo sólo quiero aportar mi contribución a ese expediente, decir lo que supe, lo que vi y oí en la parte del caso en que tuve ocasión de participar.
Por el momento, me contento con reunir en este volumen los artículos ya publicados. Por supuesto, no he cambiado ni una sola palabra, los he dejado con sus repeticiones, con esa forma áspera y descuidada propia de las páginas escritas las más de las veces aprisa y corriendo, en momentos de pasión. Sin embargo, he considerado necesario acompañarlos de falsos títulos y de pequeños comentarios en los que doy algunas explicaciones imprescindibles para dar cierta coherencia al conjunto, remitiendo los artículos a las circunstancias que me llevaron a escribirlos. De este modo, queda establecido el orden cronológico; cada artículo ocupa su lugar en las grandes convulsiones del caso, y el conjunto, en su lógica interna, cobra coherencia, a pesar de los prolongados silencios en que me sumí.
Repito, pues, que estos artículos no son sino una contribución al expediente sobre el caso Dreyfus, algunos de los documentos de mi acción personal cuya recopilación quiero dedicar a la Historia, a la justicia de mañana.
Emilio Zola
París, 1 de febrero de 1901
Monsieur Scheurer Kestner
Este artículo apareció en Le Figaro el 25 de noviembre de 1897.
En 1894, en el momento en que se inició el caso Dreyfus, yo estaba en Roma, y no regresé a Francia hasta el 15 de diciembre de ese año. Como es natural, apenas leía periódicos franceses. Eso explica mi ignorancia y cierta indiferencia que durante mucho tiempo me inspiró este caso. Hasta noviembre de 1897, al regresar del campo, no comencé a apasionarme, y ello debido a unas circunstancias.................