1.- ¿QUÉ ES EL PODER OPRESOR?

 

Estamos acostumbrados a hablar del poder de la burguesía sobre las clases trabajadoras, del poder de los Estados que oprimen y explotan a los pueblos como es el caso de los Països Cataláns, del poder de los hombres sobre y contra las mujeres, del poder de la civilización eurocéntrica, blanca y cristiana, sobre otras culturas y civilizaciones que definimos como “de color”, “subdesarrolladas”, “atrasadas”, etc. Intuimos que estos y otros poderes extraen algún beneficio de la opresión a la que someten a las personas y colectividades que explotan y dominan, sean las que fueren. Algún beneficio económico, político, cultural, sexual, etc., suficientemente grande que les compense los gastos en instrumentos de represión que deben realizar para mantener ese poder tan beneficioso. Por ejemplo, algún beneficio debe obtener la burguesía española y su Estado con la opresión nacional de los Països Cataláns como para mantener en funcionamiento toda la maquinaria que lo asegure y, además, para después de todo esos gastos y después de realizadas todas las cuentas, éstas aporten una cantidad neta y “limpia” de ganancias económicas. Las y los catalanes ya habéis demostrado fehacientemente, con números irrebatibles, cuántos millones de euros se embolsan gratis, netos y “limpios” la Hacienda española y su burguesía con la explotación nacional que sufrís.

Otro tanto, en síntesis, sucede con el resto de los poderes opresores, aunque exploten y dominen a otros colectivos y personas. Más aún, debemos saber que los beneficios obtenidos, siendo y buscando serlo sobre todo económicos en su forma directa, crematística, también son y pueden serlo en su forma indirecta, es decir, que si bien al principio se presentan como, por ejemplo, materias primas brutas, petróleo en crudo, etc., luego, al transformarlas, usarlas o venderlas producen beneficios económicos directos, materializados en dinero contante y sonante o en cualquiera de sus maneras actuales de circular por los mercados, desde oro y diamantes que terminan guardado en las cajas fuerte hasta dinero-electrónico guardado en las computadoras de los bancos. Siendo ésta la principal finalidad de la explotación, también sucede que los beneficios que genera se plasman de manera más indirecta, mediante el arte, la cultura y los museos saqueados a los pueblos vencidos, por ejemplo, o mediante la directa y física explotación sexual de sus mujeres y de algunos de sus jóvenes, que rápidamente se transforma en la explotación sexo-económica de la prostitución, una de las formas más inhumanas de esclavizar al ser humano; o mediante el reforzamiento psicopolítico de masas del nacionalismo imperialista del Estado ocupante, en este caso del nacionalismo español que aliena a las clases trabajadoras de ese Estado.

Por tanto, el poder opresor es el concepto que expresa teóricamente el conjunto de medios materiales e ideológicos que un grupo opresor emplea para obtener un beneficio mediante la explotación y dominación de la gente trabajadora, de las mujeres, de las clases y naciones explotadas y oprimidas. Como veis, hablamos siempre de “poder opresor” en vez de “poder” a secas porque el “poder” en abstracto no existe, como no existe la “democracia” en abstracto ni la “política” abstracta. La sociología hace esfuerzos ingentes por demostrar la existencia del “poder”, de la “democracia”, de la “política”, como algo inmaculado, como instrumentos neutrales que pueden ser aplicados mediante la “ley”, la “justicia” y el “parlamento”, y totalmente ajenos a la realidad objetiva de la opresión, explotación y dominación de la mayoría por la minoría. Pero todo poder es opresor o liberador, del mismo modo que toda democracia es o bien capitalista o socialista, burguesa o proletaria, machista o feminista, española o catalana, imperialista o internacionalista; al igual que la política es reaccionaria o revolucionaria, conservadora o progresista, española o catalana.

Cualquier “teoría”, debate o discusión abstracta sobre el “poder”, la “política”, la “democracia”, etc., sin contenido social interno que refleje la lucha de contrarios que siempre se libra en toda sociedad basada en la propiedad privada de las fuerzas productivas, es un debate y discusión tramposa, es una “teoría” falsa, hueca y sin contenido científico-crítico alguno destinada a legitimar los intereses de la minoría, necesitada de falsear u ocultar la realidad. La sociología, por término medio y además de rechazar la unidad y lucha de contrarios entre los poderes antagónicos, también y sobre todo desconecta su “teoría” sobre el “poder” abstracto de la realidad de la explotación económica y de la dominación cultural e ideológica. Semejante amputación de la realidad socioeconómica, política y cultural que funciona como un todo pese a las diferencias de ritmo de sus partes constitutivas internas, esta separación e incomunicación de sus componentes, aislándolos unos de otros y negando su permanente interacción e influencia mutua, tal error es una necesidad de la “teoría” sociológica para ocultar o negar el papel central y decisivo a la larga, en el tiempo prolongado de la historia, de la explotación económica.

La explotación económica vertebra a los demás componentes de la totalidad social, y define a dicha totalidad en sí misma, aunque a corto plazo, en períodos temporales de pocos años, no pueda apreciarse con facilidad su peso determinante porque la dominación cultural e ideológica y la opresión sociopolítica parece que actúan libres de toda ingerencia económica. De hecho, la dominación cultural, que busca alienar e idiotizar a las personas, sumiéndolas en la pasividad y en el egoísmo individualista, y la opresión política que busca impedirles toda acción política liberadora y crítica, ambas, como decimos, actúan externamente como si no dependieran de los intereses socioeconómicos de la minoría explotadora. De hecho, la máquina propagandística burguesa y su “ciencia social”, la sociología, hacen esfuerzos desesperados por ocultar su dependencia interna hacia lo económico. Las dos tienen mayor o menor autonomía relativa sobre todo en los períodos de expansión económica en los que no aparecen claramente las contradicciones internas del capitalismo, sus crisis profundas. Pero esa relativa autonomía desaparece cuando aparecen las crisis, cuando la burguesía endurece la explotación, reduce salarios, incrementa el paro, empeora las condiciones de vida y de trabajo, etc. Es en estos momentos cuando la opresión y la dominación aparecen como lo que son: las muletas imprescindibles de la explotación socioeconómica.

 

2.- ¿QUÉ ES EL PODER ADULTO?

 

Los conceptos aquí expuestos tan básicamente son necesarios para entender mejor qué es el poder adulto tanto en su especificidad como en su vital imbricación en la totalidad social basada, en último instancia, en la explotación socioeconómica. Lo específico del poder adulto, y lo que explica su aparente inexistencia, es que las personas lo sufren cuando no tienen conciencia de sí, autoconciencia y capacidad crítica, o cuando la tienen muy poco desarrollada, incipiente, porque están en la adolescencia, fase intensa, corta y rápida en la que se agolpan masas ingentes de nuevas experiencias e informaciones exteriores con cambios psicofísicos internos todo ello en medio de tensiones generacionales. En estas condiciones resulta muy difícil cuando no imposible tomar conciencia de sí ya que, además, la juventud debe seguir abriéndose a nuevas realidades e integrarlas en la medida de lo posible en una vida que se vive mecánicamente como un torbellino que arrastra a la juventud hacia los destinos predeterminados en sus grandes líneas por la sociedad burguesa.

El poder adulto es el poder concreto que garantiza al sistema establecido la producción en serie de dócil fuerza de trabajo explotable en su momento. El poder adulto integra a la familia y a las instituciones educativas y de control social encargadas de producir esa fuerza de trabajo mediante una tarea que empieza antes incluso del nacimiento oficial de la persona. El poder adulto, como todo poder, es un proceso en desarrollo supervisado por los aparatos de Estado y por los sistemas paraestatales y extraestatales. Por ejemplo, el debate permanente entre por un lado, l PP, la Iglesia, y las burguesías autonomistas y regionalistas, y por otro lado, el PSOE y grupos socioculturales reformistas, refleja las diferencias internas en la burguesía en lo tocante a la creación de “ciudadanos de bien”, de “buenos españoles”, de “trabajadores cualificados”, de “prevención de la delincuencia”, de “prevención sanitaria”, etc. En estos debates que se endurecen en determinados períodos y nunca acaban, intervienen los aparatos de Estado, organizaciones “laicas” fieles a la Iglesia, ONGs, “asociaciones de padres” y un largo etcétera.

Los programas educativos y universitarios, las inversiones en sanidad, educación sexual y prevención de la “delincuencia juvenil”, la planificación familiar y la política hacia el aborto y el divorcio, la política a favor o en contra del trabajo doméstico y del trabajo asalariado de las mujeres, todo esto y mucho más, atañe a la permanente inquietud de la clase dominante, de la burguesía, por asegurar en la medida de lo posible la reproducción de, por un lado, una generación de buenos y efectivos dirigentes burgueses y, por otro lado, una clase trabajadora sumisa y apta para las nuevas necesidades de la producción capitalista. Nada permanece al margen de esta inquietud burguesa por el futuro, ni siquiera la cuestión de las pensiones, de las jubilaciones y de los modelos de familia que deben absorber y desactivar las tensiones que inevitablemente surgirán con el tiempo. Existe una lógica interna entre la educación infantil, el modelo familiar y la política de pensiones que no podemos desarrollar ahora, pero que tiene en el poder adulto uno de sus eslabones autoritarios más sólidos.

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