Este libro biográfico pretende rescatar del olvido la figura de Jesús Monzón Repáraz, quien, según afirma su autor en la introducción, es una de las figuras más relevantes y, al mismo tiempo, más desconocidas y menos estudiadas en la historia del movimiento comunista español. La importancia histórica de este comunista navarro estriba en que asumió autónomamente, al margen de las directrices del Buró Político del PCE, la tarea de reconstruir la organización del partido en los primeros años de la posguerra (1941-1945), cuando, tras el pacto entre Hitler y Stalin, la dirección del PCE se había trasladado a Moscú y México abandonando a su suerte a miles de refugiados en los campos de concentración de Francia.

Precursor de la reconciliación nacional y de posiciones semejantes al «compromiso histórico» entre el comunismo y la democracia cristiana, Monzón, según el autor de esta obra biográfica, impulsó la Unión Nacional de todas las fuerzas antifalangistas y protagonizó el único intento serio de derribar a Franco con las armas en la mano, ordenando a miles de guerrilleros invadir España en 1944. Ante la ausencia de la dirección, Monzón se convirtió en el auténtico líder de un renovado y potente PCE que había conseguido revitalizar la lucha contra la dictadura en el interior de nuestro país. Pero encarcelado por Franco y relegado al olvido por la dirección del PCE, fue borrado de la memoria colectiva.

 

 

Prólogo.

 

MANUELVÁZQUEZMONTALBÁN

 

 

Jesús Monzón, el sospechoso de no infundir sospechas

 

 

Cuando escribí Pasionaria y los siete enanitostuve ocasión de reencontrarme con una de las figuras más fascinantes del movimiento comunista español, Jesús Monzón. Aparece en relación con Pasionaria antes del golpe de estado franquista cuando trata de alertar sobre movimientos carlistas que presagian el previsto alzamiento e inmediatamente después de la derrota republicana cuando organiza la resistencia antifascista desde Francia y España.

Este duro trabajo se realiza hasta 1945 con graves problemas de comunicación entre los comunistas del interior y la dirección en el exterior repartida entre Francia, México y Moscú. Lo que provoca recelos y una desconfianza hacia infiltraciones de agentes franquistas que justificará liquidaciones físicas o políticas como las perpetradas contra Trilla, asesinado, o contra Monzón, detenido por la policía franquista cuando volvía a Francia, donde iba a serduramente sancionado por su excesivo autonomismo y por una conducta atípica reforzada por su manía de ir vestido como un dandy, motivo al parecer no menor, porque se ha sospechado de Quiñones debido a que fumaba cigarrillos ingleses en tiempo de racionamiento. Parece hoy milagroso que este clima paranoico de sospechas fundadas e infundadas, origen de todos los oscuros episodios de la vida interna del PCE en la década de los cuarenta, solo haya acuñado cuatro nombres y apellidos constantemente recordados: Quiñones, Trilla, Monzón y Comorera, en una etapa de resistencia armada, de apuesta continuada por la vida o la muerte que en todas las situaciones similares de la Europa ocupada dio lugar a situaciones truculentas de ajustes de cuentas. Pero así como en otras culturas comunistas con los años se rehabilitó a los caídos en desgracia, estuvieran vivos o muertos, lo cierto es que la verdad oficial del PCE mantendrá estas cuatro liquidaciones políticas o físicas como necesarias y nunca serán rehabilitados los condenados, según la liturgia rehabilitadora tan cara a la cultura ética de la militancia según el canon prefijado por el PCUS.

Jesús Mozón merece capítulo aparte. Le vemos aparecer en las Memorias dePasionaria como informante del pregolpismo en Navarra y las Vascongadas, con la suficiente confianza como para que Dolores le facilite una entrevista informativa con el jefe de Gobierno, Casares Quiroga. El navarro es un hombre que impresiona por su seguridad y saber hacer, miembro de una familia acomodada, un bon vivant queha estudiado Derecho y durante la guerra ha ejercido de gobernador civil de Cuenca y Alicante. Manuel Azcárate lo recuerda como un dirigente que sabe escuchar y que considera las diversas hipótesis sin tabúes o estrecheces mentales e introduce el sentido común en sus conclusiones, utilizando muy poco los clisés. En 1939, abandona España en el mismo avión que Pasionaria y así como Quiñones se ha arrogado de factola representación del PCE y no confía demasiado en los contactos con la dirección exterior, Monzón es ungido por ella en Francia y España para llevar adelante la política de Unión Nacional. No es una política fácil de vender a otras fuerzas republicanas porque en el fondo implica aceptar a parte de las fuerzas franquistas si se desenganchan de Franco y optan por una solución parademocrática; ni siquiera es fácil convencer a muchos militantes comunistas que la consideran una traición a la República, como Margarita Nelken, la creadora de la terrible sentencia antifranquista: «Ni olvido ni perdón», exiliada en Buenos Aires, que saldría del partido por esta causa en 1942, el mismo año en que su hijo Santiago Paul moría en los frentes de la URSS luchando contra los alemanes.

Escribí en mi libro sobre Pasionaria que Jesús Monzón era el personaje barojiano idóneo para poner en marcha un invento conspiratorio que se atribuye muy principalmente a Dolores.

Monzón —lo retrata Gregorio Morán en Miseria y Grandeza del Partido Comunista de España— era un tipo humano peculiar, un navarro vitalista que no se ajustaba precisamente a lo que la tradición estalinista denominaba el «temple bolchevique», caracterizado por el puritanismo, la disciplina, la discreción, la abnegación y la confianza ciega en los dirigentes. Monzón apreciaba la comida como un gourmet, tenía encanto hacia las mujeres del que da testimonio su propia vida (se le conocen oficialmente cuatro), le gustaba jugar al bacarrá, a la ruleta en el casino de Biarritz, vestía a la antigua y cautivaba con su individualismo, su palabra fácil. Además tenía una pluma brillante, de la que sus amigos, que entonces eran muchos, decían que se parecía a la de Henri Barbusse, cénit de la literatura en el mundo comunista español.

Y en el universal, Barbusse, Romain Rolland y André Gide eran el triángulo de oro de la literatura criptocomunista más ejemplar, hasta que Gide criticara duramente la experiencia soviética en su Viaje a la URSS.

Con el tiempo, Monzón sería acusado de tener una cultura «cosmopolita» y de ser un «señorito», a pesar de que a base de habilidad y un valor de película consiguió organizar al PCE en la Francia colaboracionista de Petain y sobrevivir dos años (1943-1945) en el interior de la España franquista como representante del PCE y su política de Unión Nacional, con una actividad conspiratoria que le lleva a negociar incluso con Juan March, el banquero financiero de la cruzada de Franco. En sus contactos con March, Monzón utiliza su segundo apellido Repáraz y es tanta la confianza que despierta en el banquero que este le ofrece un cheque en blanco para que empiece a organizar la conspiración contra Franco, cheque Monzón no acepta por cuestiones de seguridad. Una de sus manos derechas, Trilla, miembro de la dirección del PCE cuando Bullejos era secretario general, expulsado durante la crisis de 1932, readmitido durante la guerra civil, será asesinado por un comando comunista bajo sospecha de agente infiltrado del fascismo. Pero con los años, Trilla y Monzón formarán parte del mismo lote expiatorio de agentes titistas al servicio de la deformación pequeño burguesa del nacional comunismo, cuando no lisa y llanamente calificados de «perros titistas» en unión del precursor de disidencias, Jesús Hernández y del secretario general del PSUC, Comorera.

Manuel Azcárate en Derrotas y Esperanzas, memorias publicadas en 1994, califica de «impresionante» la obra realizada por Monzón en la Francia de Petain durante los primeros años de la postguerra española, ya que casi de la nada o del muy poco había conseguido crear una organización de miles de personas. Desde Marsella, su centro de acción política, Monzón y Carmen de Pedro, una de sus compañeras sentimentales, utilizan un nuevo medio de comunicación y de vinculación orgánica, la revista Reconquista de España, que desde el título ya traducía su voluntad de unificar esfuerzos para conseguir la caída del franquismo y el retorno de la democracia a España. Luego sería acusado por la dirección de usurpar con su periódico las funciones orgánicas competencia de Mundo Obrero. Pero en los primeros años cuarenta, la publicación de Monzón ayudó a dar un nivel organizativo y combativo al PCE en el exilio de Francia, mientras el Partido Comunista Francés tardó en reaccionar ante la ocupación, aunque sus bases siempre desplegaron una gran solidaridad hacia los comunistas españoles.

Entre otras atribuciones, Monzón se toma la de confiar en Trilla, el coequipierde la dirección de Bullejos desmembrada en 1932, que ya durante la guerra civil había sido readmitido en el PCE y prestado excelentes servicios. Azcárate describe las actuaciones de Trilla junto a Monzón como esenciales para la política del partido, así en Francia como cuando los dos se trasladen a España y tratan de que fragüe, sin demasiado éxito estable, la Unión Nacional. Según el testimonio de Azcárate, en ningún momento Monzón puso en cuestión la dirección del PCE instalada en Moscú, al contrario, le confesó su acuerdo con el nombramiento de Dolores cuando muere Díaz. Pero tan convencido estaba de la justeza de este nombramiento como de que la única posibilidad de acción en tiempos de dispersión, exilios y clandestinidades era gozar de autonomía. La actuación de los comunistas españoles en la Francia de Petain, en la ocupada por los nazis o en la España de Franco llegaba a esos niveles de sacrificio de lo personal y disponibilidad romántica que solo es posible encontrar en tiempos de grandes musculaturas idealistas. Monzón no se limitó a utilizar esa impresionante energía creadora del idealismo ajeno, sino que se jugó personalmente la piel en una y mil acciones, para finalmente pasar a España en los peores tiempos de persecución. Mientras Monzón está en España, se produce el retorno de Carrillo a Europa después de un aventurado viaje por Estados Unidos, México, Cuba, Argentina, Portugal, Argelia y desde París tratará de unificar la dirección del partido que en su opinión, según le atribuyen casi todos los observadores que están a su lado y dan constancia de ello, pasa por meter en cintura al «incontrolable» Monzón. Los escasos resultados conseguidos por la Unión Nacional en España y el fracaso operativo de la invasión militar del Valle de Arán, se convierten en factores negativos contra el dirigente atípico y la orden de ejecución de Trilla ha pasado a la Historia como producto de un final lógico a un proceso lógico en tiempos donde era lógico desconfiar y estaba permitido que la lógica pudiera equivocarse en cuestiones de vida o muerte. Carrillo en sus Memoriasdiluye la responsabilidad de esa orden de ejecución en una especie de Fuenteovejuna del partido, a tenor de los datos de que se disponían sobre la actuación sospechosa de Trilla y nada clara sobre Monzón. Respecto a este, el libro que prologo es muy crítico con el futuro secretario general del PCE, aunque se juzga a un Carrillo que en los años cuarenta podía participar del mismo clima paranoico que caracteriza a los dirigentes comunistas que tienen más recelos ante los compañeros de dirección que ante los enemigos fascistas o postfascistas.

En cuanto a Monzón, recibe una y otra vez órdenes de que vuelva a Francia para rendir cuentas ante la dirección y al ser encarcelado en Barcelona en 1946, inicialmente el Partido lo asume como un caído más y un mártir de la causa, pero pronto prosperó la consigna de que se había dejado detener por la policía franquista, bien fuera porque estaba de acuerdo con ella, bien porque prefería caer en sus manos que en las del partido. Según cuentan testigos presenciales, Monzón pasó por la policía y por la cárcel como «un señor», tal como lo calificaban policías y funcionarios de prisiones que así querían distinguirlo de los que siempre llamaron «comunistas de alpargata». Mientras, sus colaboradores en Francia, Carmen de Pedro y Manuel Azcárate pagarían con el ostracismo político el haber colaborado con él. El retrato de Monzón aportado por Gregorio Morán en la obra citada y por Daniel Arasa en Años 40: El maquis y el PCE, se había enriquecido con la decisiva clarificación de Manuel Azcárate en sus memorias, donde se refiere que fue investigado por la dirección del partido en Francia tratando de arrancarle una condena de Monzón. Desde esa penúltima mirada al pasado, el casi octogenario Azcárate opina que la liquidación de Monzón respondió a un modelo «bastante frecuente en el movimiento comunista: empezar con acusaciones de errores políticos y pasar luego a imputaciones de traición». Y aun admitiendo los errores fundamentales del comunista navarro, la artificiosidad de la Junta Suprema de Unión Nacional y la orden de invadir el Valle de Arán, sigue opinando en 1994 «que una personalidad como Monzón hubiese podido representar un fermento renovador en los momentos en que ello era sumamente necesario. Pero lo impidió no solo la estrechez de miras de un grupo de dirigentes de pequeña talla, sino los hábitos de mando jerárquico consustanciales a los partidos comunistas». Hay que retener la frase: Hábitos de mando jerárquico consustanciales a los partidos comunistas.

Llega ahora esta aportación de Manuel Martorell enriquecida por una contribución iconográfica que nos enseña a Jesús Monzón a través de ese largo círculo cerrado de Pamplona a Pamplona. Aparece también su entorno familiar, su capacidad de resistencia moral a pesar de la terrible soledad que le acompañó en los años que pasó en libertad una vez cumplida su condena en las cárceles franquistas. Y sobre todo tiene interés esa reinserción postcarcelaria en la sociedad civil porque era el fragmento de vida y acción más desconocido. Aquellos atletas morales que hicieron posible la vanguardia republicana y la vanguardia de la resistencia son hasta ahora lo mejor que ha engendrado el pueblo español en el siglo XXy Jesús Monzón merece un lugar de excepción en tan espléndido frontis.

 

Vázquez Montalbán

 

Introducción

 

Jesús Monzón Repáraz es una de las figuras más relevantes y, al mismo tiempo, más desconocidas y menos estudiadas en la historia del movimiento comunista español. La importancia histórica de este comunista navarro estriba en que asumió, autónomamente, al margen de las directrices del Buró Político del PCE, la tarea de reconstruir la organización del partido en los primeros años de la posguerra (1941-1945) cuando, tras el pacto entre Hitler y Stalin, la dirección del PCE se había trasladado a Moscú y México en plena II Guerra Mundial abandonando a su suerte a miles de refugiados en los campos de concentración de Francia.

Monzón no solamente dirigió la salida de los refugiados del país cuando estaba siendo ocupado por las tropas alemanas, sino que organizó a los que se tuvieron que quedar en la Francia de Vichy y se adelantó a los propios comunistas franceses en la lucha contra la ocupación nazi formando las Agrupaciones de Guerrilleros Españoles, que jugaron un papel fundamental en la liberación del Mediodía francés durante el verano de 1944. Precursor de la reconciliación de todos los españoles y de posiciones semejantes al «compromiso histórico» entre el comunismo y la democracia cristiana, impulsó la Unión Nacional de todas las fuerzas antifalangistas, desde el carlismo hasta los anarquistas, y protagonizó el único intento serio de derribar a Franco con las armas en la mano, ordenando a miles de guerrilleros invadir España en 1944.

Ante la ausencia de la dirección, Monzón se convirtió en el auténtico líder de un renovado y potente PCE que había conseguido revitalizar la lucha contra la dictadura en el interior del país. En la práctica, actuaba como su secretario general, así lo entendía la Policía franquista, y habría ocupado este cargo si no llega a ser víctima de un proceso estalinista dirigido personalmente por Santiago Carrillo, quien le acusa de traicionar al PCE y de trabajar para los servicios imperialistas y franquistas. En realidad, Santiago Carrillo pudo ponerse al frente del PCE porque se había quitado de en medio a Monzón y sus colaboradores, algunos de los cuales fueron condenados a muerte por la dirección. El propio Monzón estuvo convencido de que, si no llega a ser detenido casualmente por la Policía, habría sido asesinado por orden de Carrillo. El proceso contra el «monzonismo» dentro del PCE coincidió con el consejo de guerra en el que el fiscal pidió pena de muerte para Monzón. Abandonado por su partido, tuvieron que ser sus amigos, su familia y antiguos enemigos políticos de ideología carlista quienes le salvaran de terminar ante un pelotón de fusilamiento. Pero la sucesión de aventuras en que se convirtió la vida de Monzón es también una historia en la que la amistad triunfa sobre la intolerancia política, en la que unas personas, pese a estar en bandos opuestos, supieron conservar el aprecio que un día les unió, y, por el contrario, también es la historia de amores convertidos en odio a muerte a causa del partido.

Encarcelado por Franco, relegado al olvido por la dirección del PCE, Monzón, pese a su valiosa contribución a la historia de la España contemporánea, fue borrado de la memoria colectiva hasta el punto de que, durante la transición, ni siquiera era conocido por los propios militantes comunistas de su tierra, Navarra. Verdadero impulsor del partido en esta tierra antes de la Guerra Civil, Monzón denunció con tiempo suficiente, sin que se le hiciera caso, los preparativos del Requeté para sublevarse contra la República. ¿Para un dirigente político que ha realizado tal contribución política puede haber algo más abominable que la condena al ostracismo? No, porque si la muerte es  .....................

 

 

 

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