TRIFON ETXEBARRIA ‘ETARTE’ 1912-1998. Biografía de un abertzale
Josemari Lorenzo Espinosa + Eduardo Renobales
Trifón Etxebarria ‘Etarte’ 1912-1998. Biografía de un abertzale, es un libro no publicado hasta hoy y escrito por los historiadores Josemari Lorenzo Espinosa y Eduardo Renobales. Este escrito llena parte de la laguna de la Memoria Histórica en lo referente al Jagi-jagi y a la resistencia abertzale clandestina . Un relato biográfico de Trifón Etxebarria ‘Etarte’, que nos dejó a los 86 años de edad y el mismo día que el fascismo español asaltaba militarmente las instalaciones de Egin. Nos adentraremos en una época oscura en la historia de nuestro pueblo a través de la figura de un militante abertzale íntegro en una lectura que nos ayuda a comprender algunas claves del pasado reciente del movimiento abertzale y nos deja enseñanzas de cara al presente y el futuro. BGD!.
INDICE
INTRODUCCIÓN
Con la luz a cuestas/Por no querer reconocer la sombra
CAPÍTULO I
Un joven que no era como los otros
El error de Bergara
Jo ta ke
CAPÍTULO II
Estatuto contra Independencia
La desobediencia política
Afiliados en baja
CAPÍTULO III
¡Muera el capitalismo!
Obrero contra obrero
CAPÍTULO IV
Política nacional vasca
Ni alcalde de Toledo, ni alguacil de Burgos
El último debate
CAPÍTULO V
La traición a mi país
CAPÍTULO VI
Patria Libre
El Frente Nacional
CAPÍTULO VII
Presos de guerra
Las tensiones internas de la resistencia nacionalista
CAPÍTULO VIII
Escrito contra el silencio
CAPÍTULO IX
Después de Franco, las Gestoras
Una amnistía en marcha
La amnistía de 1976; su importancia trascendental
CAPÍTULO X
Del Mendigoizale a Herri Batasuna
CAPÍTULO XI
Los últimos latidos
EPÍLOGO
El día que murió Egin (Sentidos recuerdos de Josemari Lorenzo Espinosa)
BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA
INTRODUCCIÓN
Con la luz a cuestas/Por no querer reconocer la sombra
Algún día no habrá nacionalismo ni partidos nacionalistas que quieran la independencia. Llegará una vez en que no sean necesarias las banderas de la autodeterminación, porque la historia la escribirán pueblos libres junto a otros pueblos igualmente emancipados. Un amanecer tal vez, la llave de la libertad cerrará el cajón de la esclavitud y los nacionalismos serán cosa del pasado. Los hombres y mujeres de esta tierra, podrán dedicarse entonces a construir una sociedad libre en una patria libre, poblada de seres humanos que ya poseen y respiran lo que tanto desearon sus antepasados. Cuando se alcance ese momento, los nacionalistas históricos habrán visto cumplirse su anhelo y pagado su sacrificio. Su lucha y su luz serán entonces gloriosos anhelos en el recuerdo de las gentes y los pueblos, cuando estos vuelvan hacia ellos la memoria gracias a la vida escrita de los hombres libres.
Trifón Etxebarria “Etarte” vivió ochenta y seis años entre nosotros. Siendo casi un niño empezó a comprender la sinrazón de las relaciones humanas, observando la dureza de la vida obrera y las injusticias sociales contra los mineros vizcaínos. A los dieciocho años abrazó la causa patriota y desde entonces dedicó cada minuto de su vida, cada día de cada año, a militar de manera ferviente en aquello en lo que creía. A su lado, junto a él, entre sus amigos y enemigos, deambuló constantemente la sombra de la injusticia, de la duda o de la traición. Etarte nunca reconoció su lobreguez, negó su falsa comodidad y cantos de sirena en los que se enrolaron muchos de su época.
En la experiencia vital de Etarte podemos distinguir varias etapas. La primera es la de sus escritos y militancia de juventud. Marcado por un apreciable radicalismo socialcristiano y aranista, este periodo se sitúa en los artículos y colaboraciones en el semanario Jagi-Jagi, desde 1933 a 1936. Tres años intensos y cruciales para el desarrollo de su primer pensamiento, que guarda una estrecha relación con las enseñanzas sociales de la Iglesia y el periplo progresista que se abrió a finales del XIX, con León XIII y su Rerum novarum. Conceptos y lenguaje del cálido periodo de preguerra, cuando todavía el nacionalismo era racial y la Iglesia no había caído en el descrédito galopante a que la condujo el pontificado de Pío XII y su colaboración con la dictadura y el fascismo.
Desde 1934, después de que Eli Gallastegi dimitiera como afiliado del PNV y en la práctica se alejara de la redacción del Jagi, Etarte fue quien le sustituyó como articulista político y se convirtió, de facto, en el escritor más leído del jagijagismo. En los años finales de Jagi-Jagi, junto a Etarte estuvieron en el semanario Kandido Arregi, Ángel Agirretxe, Manu de la Sota, Polixene Trabudua, Adolfo Larrañaga, Lauaxeta, Itxaso o Pedro Basaldúa, entre otros. Hasta julio de 1936 sería uno de los principales redactores del semanario y cuanto este desapareció al iniciarse la guerra, fue el director y editor, además de su polemista más habitual, del periódico Patria Libre, el informativo que leían en las trincheras los gudaris independentistas.
Etarte pasó la mitad de su vida bajo el régimen franquista, como buena parte de su generación. Es esta una segunda etapa dentro de su actividad y militancia. En ese tiempo, estuvo en la cárcel durante siete años. En una ocasión con una condena a muerte. Después fue constantemente detenido, expedientado, multado, fichado y perseguido por su participación en la resistencia vasca desde el final de la guerra o, simplemente por ser nacionalista, como otros muchos. Durante los años sesenta, en plena persecución franquista, Etarte editó y escribió en la revista Enbor y retomó en la clandestinidad la dirección de los Mendigoizales. Poco a poco, contando con la ayuda de muchos compatriotas y el abandono de otros, fue reconstruyendo las viejas estructuras de comunicación, relación y activismo, en medio de las enormes dificultades impuestas por la dictadura.
Tras la muerte de Franco, se abre una tercera etapa en su vida, y podemos verle colaborando en primera línea de las originarias Gestoras Pro-Amnistía. Al mismo tiempo que agrupaba y coordinaba a los miembros del Jagi que continuaron manteniendo estructuras, reuniones, publicaciones y otras actividades, hasta que con la creación de Herri Batasuna algunos decidieron formar parte, de manera individual, de la coalición abertzale.
A lo largo de su vida y junto a otros muchos, Etarte soportó entre sobresaltos esperanzas los peores momentos de la vida de Euskal Herria, después de haber forjado los ideales de su juventud en un periodo de crisis social y política — los años veinte y treinta — sin comparación en el siglo XX. Finalmente, su memoria y su ejemplo le han sobrevivido porque siempre sostuvo el surco firme de la fidelidad a los principios y por el caminó con la luz a cuestas, negando la oscuridad de la traición y el colaboracionismo, que amenazaban con ocuparlo todo.
El de Etarte fue un nacionalismo sencillo y claro, pero ardiente, bebido en las fuentes de Sabino Arana y en el ejemplo de luchadores como Eli Gallastegi. De ellos recogió las brasas y nos las trajo encendidas hasta hoy. Fue un sentimiento nacional de principios y convicciones sólidas, que arrancan del más elemental de ellos: el deseo de libertad e independencia. Ningún nacionalismo merece tal nombre si no está regido por el afán de emancipación, sin condiciones políticas, sin matices que la enturbien. Este principio, tal como sostenía Etarte, no sólo es irrenunciable, además está fuera de cualquier negociación. La libertad, ya sea personal o colectiva, no se mercadea. No entra en el juego político de la oferta y demanda como una mercancía. La autogestión de los pueblos, y su paralelo político la independencia, pertenecen al pabellón de los derechos, las emociones y sentimientos profundos, cuyo disfrute racional no puede ser hurtado por nadie. Cualquier limitación o adjetivación que de ella se haga, bajo el pretexto de más alta precaución e interés, constituye una manipulación de sus contenidos.
La facultad de poder decidir, individual o de los pueblos, es la mejor adquisición espiritual que la humanidad ha podido alcanzar en su evolución natural. Utópicos y prácticos coinciden en el fondo de esta apreciación. El reino de la libertad es el objetivo y la meta universal del hombre como tal. Y, dentro de ella, la promesa de las naciones, los colectivos y las personas. Se organicen éstas como quieran, en estados, tribus, familias o individuos. La libertad política de los pueblos, que así la reclaman, no tiene escalas autonómicas, ni puertos extranjeros de desembarque, ni anticuerpos estatutarios “regalados” por el invasor. Ni menos aún, coaliciones con el ocupante. Porque la liberación que reclaman los independentistas procede de la percepción del ser humano sobre sus necesidades como individuo y como pueblo, pero también sobre su dignidad. Y esta conciencia es, de suyo, un derecho inalienable.
Muy distinta es aquella “libertad” global que precisa la burguesía y que busca conformar un mercado apátrida, puesto que para ella es simplemente la culminación formal de un poder económico. La libertad de los pueblos se basa en el derecho político a disponer de sí mismos y a defenderse de los invasores, aunque coincida en conceptos teóricos utilizados por la burguesía revolucionaria, no acusa su determinación económica. En este caso, la superestructura ha volado fuera del nido mecanicista y los individuos aspiran a su independencia, no para poder cambiar, comprar o vender mercaderías nacionales sino para estar de acuerdo consigo mismos y poder disfrutar con el desarrollo de su identidad y cultura. Desde estas opciones, si alguien cree que la soberanía, y sus derechos políticos, son un objetivo al que se puede llegar por caminos torcidos no debería olvidar algo concluyente: El final nacionalista tiene un principio — la independencia individual y colectiva — que condiciona todo el camino. La norma y la forma independentista deben presidir no sólo el horizonte sino cada paso inmediato. Porque quien empieza por perder las maneras, termina por olvidar el fondo.
Trifón Etxebarria, no fue otra cosa que uno de tantos patriotas vascos que ha tenido esto en cuenta durante el transcurrir de su vida. De diversas maneras, con adaptaciones obligadas al terreno, con cambio de lenguaje y entonación, pero siempre por el mismo surco a lo largo de los años. Para él, para ellos, “ser” en Euskal Herria ha sido ser nacionalista y querer ser independiente, independentista. Lo demás, lo “otro”, era mejor o peor, más fácil y más cómodo o más inteligente, más posible y menos utópico... Según los casos. Pero no era la misma libertad.
Etarte, testigo del siglo XX, ha visto reproducirse una y otra vez en el seno del nacionalismo la claudicación de los prácticos, de los inquietos por la suerte del Estado y su estabilidad, de los del orden establecido. Ha conocido actitudes autoritarias, en nombre del posibilismo y en contra de la libertad, ha padecido los diktak del partido, el estalinismo de derechas, la sumisión al poder y el darwinismo político entre sus propios compatriotas. Ha sufrido, desde su conciencia cristiana, el espectáculo de la injusticia, la explotación ejercida por unos vascos contra otros. Ante ello, su reacción ha sido siempre la misma: un ejemplo de fidelidad a los ideales y principios.
Incansable trabajador de todos los días, su militancia no decayó en los peores momentos, en los momentos de dudas, ante los designios confusos y desviados. Sin necesidad de tener un cargo oficial, un salario político, una prebenda de nadie, supo siempre qué hacer. Por eso, tal vez, su forma de militar coincidió en los momentos más difíciles con la cárcel y el dolor del pueblo. Y siempre con los bancos de la oposición. Porque en ella estaban las causas de la justicia social y económica, la independencia o la libertad, que abrazó como suyas cuando se hizo nacionalista, en el instante que tomó conciencia del problema vasco, en sus vertientes política y social, desde los años de la dictadura de Primo de Rivera; sólo era un adolescente de dieciocho años.
Hombre sin egoísmos particulares, partidario de la organización y el trabajo solidario, también supo dimitir cuanto estaba convencido de que el PNV, que habían reconstruido los de Aberri en 1921, se había desviado de los principios nacionalistas. Etarte, con otros mendigoizales, presentó su baja en el Partido Nacionalista Vasco en 1934, después de la salida y las denuncias de Eli Gallastegi, cuando el pacto Agirre-Prieto por el Estatuto atenazaba cualquier perspectiva de independencia y amenazaba con separar a los hermanos dejando fuera a Nabarra. Luego, la guerra y la derrota trastocaron la evolución normal de las relaciones políticas vascas y después el duro exilio, la cárcel o la persecución intentaron ahogar el vacilante pulso nacionalista.
En aquel nacionalismo del destierro, desunido y disperso, oficialmente amarrado a los restos del naufragio republicano español, no todos supieron tomar el rumbo adecuado y muy pocos siguieron aferrados a los principios auténticamente nacionalistas. Trifón fue uno de ellos, con todas sus consecuencias. Con sus compañeros de lucha, de cárcel o de calle se negó a profesar las sombras de la traición, la comodidad o la pereza. Con la luz a cuestas recorrió una vida llena de dignidad. Y lo hizo con los hombros erguidos y la frente alta, porque la luz y la verdad no pesan, sino que se llevan con confianza al relevo que las personas como él aseguran en los pueblos como el nuestro.
Eso supo, eso pudo...
Así nos lo hizo saber y así le recordará la historia.
CAPÍTULO I
Un joven que no era como los otros
De progenitores naturales de Abadiño, Trifón Etxebarria Ibarra nació en Pobeña (Somorrostro) en 1911, donde residía su familia por razones profesionales. Su padre, contratista de obras, trabajaba en esos años para La Orconera, empresa minera de capital inglés y una de las más importantes de la zona. Por este motivo, los Etxebarria- Ibarra, matrimonio y cuatro hermanos, vivió durante veinte años en la cuenca minera vizcaína, no sólo en Pobeña sino también en Ortuella y Gallarta.
Orconera Iron Ore Co., fundada en 1873, era una de las empresas con capital británico y alemán, que protagonizó el desarrollo minero en Bizkaia. Realizó a finales del siglo XIX importantes inversiones en su cuenca de explotación y obtuvo beneficios considerables de la exportación de mineral. Sus dividendos y repartos de beneficios a los accionistas, representaban del orden del 40-45% del capital. El valor de sus instalaciones, terrenos y material era también muy considerable. Esta empresa fue, sin duda, una de las de mayor rentabilidad entre las del sector y, a medida que se consolidaba la posición financiera de la burguesía autóctona, empezó a contar entre sus principales accionistas con inversores vizcaínos, entre los que destacaban Ybarra o Chávarri.
Desde el punto de vista social, la remuneración salarial de los obreros y las condiciones laborales o de hábitat, no tenían ninguna relación con las importantes plusvalías obtenidas. El jornal medio por obrero- día, con jornadas de trabajo de 10-12 horas, apenas alcanzaba las tres pesetas, en tanto que obligados a vivir en barracones y consumir en cantinas a pie de mina, los mineros adquirieron muy pronto conciencia de la explotación despiadada que padecían. Cuando la edad o la enfermedad les impedía seguir trabajando, ninguna forma de previsión o solidaridad amparaba la peor de las indigencias. Bizkaia vivía su particular capitalismo salvaje y sin duda, el área de los montes de Triano en particular, y la zona minera vizcaína, en general, eran terreno abonado para que pudiera germinar la protesta obrera. Aquí, y teniendo como epicentro los pueblos de La Arboleda, Gallarta, Ortuella o Barakaldo etc. surgirá en la década de los noventa del siglo XIX el primer brote de huelgas y reivindicaciones sociales de nuestra historia contemporánea.
En aquel núcleo de agitación social que se daba en las minas, que vivió las jornadas épicas del movimiento obrero, tuvo sus primeros amigos y abrazó el mundo real por primera vez, un adolescente en el que se encarnaron los ideales reivindicativos de aquellas comarcas. Tierras de sudor y drama social. De injusticia y rebeldía. Por la memoria de las gentes que rodearon al joven Etarte, en sus incipientes veinte años, crecía la leyenda de los mineros y de sus luchas. De la huelga de 1890, por las ocho horas, contra los barracones y por el derecho sindical. Aquel fue el primer ensayo del inicial movimiento obrero vasco. Un esfuerzo reivindicativo con manifestaciones, solidaridad, cárcel y represión en forma de capataces armados de látigo, soldados, guardias y disparos. Un lugar de origen, una memoria histórica predestinada en la formación de un resistente social vasco, a cuyo encuentro y compromiso Trifón jamás faltará.
De sus mayores aprende la lengua vasca y el amor a su tierra, pero no la conciencia nacionalista que deberá construir de forma autodidacta y en contacto con la realidad que le rodeaba. Su nacimiento en la zona minera de Bizkaia y el temprano trato con sus problemas y personas, junto a las amistades de niñez y juventud o las primeras lecturas nacionalistas por donde respiraba un pueblo sometido, harían del futuro independentista un joven crítico y rebelde, insumiso ante las situaciones sociales de injusticia. De sus padres, Trifón recibe también la educación religiosa católica que siempre conservará, pero a la que añadió una actitud crítica y avanzada, en el campo de las cuestiones sociales y obreras y especialmente en el de los derechos políticos del pueblo vasco. Fue un católico que no se quedó atrás, en las cavernas preconciliares, sino que supo adaptarse, aggiornarse, como un sector del clero y los creyentes vascos lo hicieron a la evolución ideológica de su pueblo.
Durante la dictadura de Primo de Rivera de 1923 a 1929, sin haber tomado todavía conciencia de los problemas nacionales, el joven Trifón en plena adolescencia entrará en contacto con elementos de una cierta actitud rebelde enfrentada a la injusticia del sistema y del régimen dictatorial. Pronto contemplará con repugnancia espontánea la situación de opresión económica y social que padecía su pueblo. Un día de 1923, con once años, escucha el relato de una injusticia laboral que le conmociona profundamente. Un minero conocido suyo, había sido despedido sin justificación. Otro día de 1930, a los dieciocho años, alguien le descubre las claves políticas del nacionalismo vasco. Trifón nunca olvidará estos años ni a las personas que le abrieron las puertas de su conciencia y le permitieron recorrer el camino hacia su integridad social y nacional.
El pueblo vasco padece durante aquellos años, igual que la mayor parte de Europa, la situación límite de un capitalismo salvaje. Los obreros soportan las peores condiciones de vida y trabajo que nunca han conocido estas tierras. Las organizaciones obreras vizcaínas, que por entonces empiezan a plantear un pulso organizado al sistema, trasladan a sus reivindicaciones los mismos objetivos que sus homónimos españoles o europeos. Una marea revolucionaria se extiende por campos, minas y fábricas vascas desde que en 1917 se sabe que en Rusia ha triunfado una revolución proletaria y los soviets de obreros y campesinos han tomado el poder.
Pero los nacionalistas siguen sin ver reconocidos sus derechos en medio de la conmoción que supone el inicio de una nueva era. Los años veinte y treinta del siglo pasado entran a borbotones en la historia de las clases populares, que esperan su oportunidad y su redención. El siglo veinte se incendia y los banderines de enganche se abren a las militancias comunistas, anarquistas, fascistas. La revolución, desde la derecha o la izquierda, reclama sus derechos. El mundo se prepara para enfrentarse “en la lucha final”, mientras un pequeño pueblo al pie del Pirineo, sin más amigos que su fervor y su destino, trata de hacer oír su grito de libertad, la mayor parte de las veces sin grandes resultados.
Por esas fechas, tras haber estudiado en Santander (Colegio de Limpias), Etxebarria milita en la Federación de Estudiantes Vascos — Euzko Ikasle Batza y está matriculado en la Escuela de Comercio de Bilbao, donde obtendrá el título de Profesor Mercantil. Sus cualidades personales y su preocupación reivindicativa empiezan a destacar entre los compañeros, que le conocen como representante de la Federación en la Escuela. Es también el período de preparación intelectual para una posterior vocación de escritor y articulista político. Numerosas lecturas, entre las que destacan los clásicos del nacionalismo vasco, del socialismo, los libros de economía y los principales textos de la doctrina social de la Iglesia, harán de él un joven diferente entre los de su época y entorno.
Pero sobre todo, como recordará muchos años después, el contacto con la realidad, los veinte años que vivió en Enkarterri, entre los problemas y los anhelos de los trabajadores y viendo cómo, desde un lado y otro, se negaba a su pueblo, señalaron el firme carácter político de Etarte. Nunca dijo o escribió nada en lo que no creyera. Jamás traicionó a una esquina de su ideario. Siempre fue coherente con su elección primera. Aquel joven, que no era como los otros, muy pronto dio muestras de una rara facilidad para comprender el camino de las ideas rectas, exponer su pensamiento y convencer a los demás con su ejemplo consecuente.
El error de Bergara
El régimen de Primo de Rivera, la primera dictadura autoritaria del siglo XX en España, se sostuvo entre septiembre de 1923 y enero de 1930, cuando no pudo resistir más el fracaso de sus imposiciones renovadoras, el aislamiento político, económico y hasta intelectual con que las fuerzas opositoras prepararon su caída. La retirada del dictador representó el retorno de las actividades políticas. Pero el nacionalismo vasco no supo aprovechar la coyuntura y el vacío de poder en el Estado, para situarse en una posición favorable a sus expectativas. A los nacionalistas vascos las crisis españolas les vienen grandes. No las entienden como oportunidades históricas sino como problemas propios, en los que frecuentemente se inmiscuyen para ayudar a los españoles a resolverlos. En 1898, cuando se derrumbó el imperio de ultramar y crujían las colonias interiores, la burguesía vasca reaccionó como en ella es habitual en favor de la unidad peninsular. Los aranistas eran todavía demasiado minoritarios y apenas atravesaban los primeros años de un esforzado y duro proselitismo. El PNV no estaba preparado para la ocasión, como tampoco lo estaban los catalanes o los gallegos. Pero sí los industriales y mercaderes de la Ría de Bilbao, que sabían por experiencia donde estar más cómodos.
En los años treinta, cuando la sociedad se divide y se desangra, los militares amagan y golpean o los políticos sólo tienen un programa de palos de ciego, el nacionalismo vasco ya es mayor de edad y de intereses. Pero muchos dirigentes ya no están seguros de lo que les conviene. Han enterrado cincuenta veces a Sabino Arana y saben que durante la dictadura sus beneficios han permanecido a salvo, mientras hacían vasquismo cultural. Temen que una declaración de independencia equivalga a “echarse al monte” y aborrecen incumplir los compromisos establecidos con los “buenos” republicanos españoles. Postergan a los independentistas por un patético Estatuto en precario, tanto como los españoles les marginan a ellos. Y el partido somete a sus militantes a la peor desgracia de la historia: la guerra española, donde echarán petróleo al fuego y mezclarán fatalmente los intereses vascos y los españoles, en defensa de la República de “todos”.
Cuando cayó Primo de Rivera, las dos ramas del nacionalismo (la Comunión de Sota y Kizkitza y el PNV de Eli Gallastegi, Jemein o Egileor) iniciaron un acercamiento estratégico, preparándose para una posible ocasión política. Aquella estrategia, como ha sucedido en otras ocasiones, despertó un notable interés y una apreciable ilusión entre la militancia y simpatizantes nacionalistas. Jóvenes de los dos sectores se mostraron entusiastas de la unión. De acuerdo con el testimonio de uno de ellos, José María Garate Azkarraga.
“Trabajábamos arduamente por lograr la reunificación. Aquel objetivo nos llevó todo el verano de 1930. Domingo tras domingo, visitamos todos los pueblos concienciando hacia la unidad. Éramos un grupo de jóvenes, unos de Aberri y otros de Comunión, pero con un mismo fin. Con Ceferino de Jemein, José María Errazti, Zubizarreta, José Antonio Agirre y mi hermano Blas, recorrimos infinidad de localidades. De aquellos días, tal vez, se puedan sacar lecciones para el futuro. Fueron los jóvenes quienes impusieron la unión”.
Sin embargo, los dos sectores en los que estaban divididos desde 1921 se limitaron a unirse, sin curar en absoluto las heridas ni reponerse del debate que los había separado provocando además la aparición de Acción Nacionalista Vasca (EAE-ANV). Los beneficiarios de aquella operación, con la que Gallastegi exiliado en México se mostró en desacuerdo, creyeron o hicieron creer que era suficiente con brindar juntos y recuperar los ánimos autonómicos, que nos habían enseñado los catalanes. Otros más perspicaces, o simplemente más patriotas, caso de Gallastegi o los futuros ekintzales,[1] temían lo peor con aquella fusión que a medio plazo sirvió para neutralizar el radicalismo del PNV aranista, recuperado en 1921, y ahogar las posibilidades de desarrollar un nacionalismo vivo y abrasador, como el que todavía surgía del recuerdo fundacional.
El acuerdo fue refrendado en una asamblea conjunta el 16 de noviembre de 1930 en Bergara y sentó las bases programáticas, para la actuación del PNV, de manera formalmente aranista. Se adoptó el lema fundacional JEL, que se expresó literalmente proclamando a la religión católica como única verdadera y acatando la doctrina y la jurisdicción de la Iglesia Católica. Se definió a Euzkadi como confesional, apostólica y romana, en todas las manifestaciones de su vida interna y en relación con las demás naciones.
En segundo lugar se calificaba a Euzkadi como nación y patria de los vascos, con derechos naturales e históricos, así como con voluntad de ser dueña absoluta de sus propios destinos. El nacionalismo vasco se proponía dar realidad a estos derechos, con el fin de “conservar y robustecer la raza vasca, base esencial de la nacionalidad” y “restablecer los buenos usos y costumbres tradicionales, combatiendo los exóticos que desvirtúan dañosamente” el carácter vasco. En un punto final el nacionalismo de Bergara se proponía la “reconstitución sustancial de los ex-Estados históricos vascos, Araba, Bizkaia, Gipuzkoa, Nabarra, Laburdi y Zuberoa, y su Confederación en Euzkadi, sin mengua de la particular autonomía de cada uno de ellos”.
También se aceptaba el contenido sustancial del programa primitivo del nacionalismo y la obligación de las autoridades del nuevo partido, “a conservar fielmente esta doctrina ideológica oficial del nacionalismo y trasmitirla íntegra a las que les sucedan”. En otra parte del acuerdo, y en prevención de una apertura política en España, se estipulaba que la norma de actuación podría “propugnar soluciones concretas congruentes con la aspiración final del nacionalismo, bien como resultado de nuevas formas constitucionales de los Estados dominantes, bien como reivindicaciones forales o de carácter histórico del pueblo vasco”.
Todo esto provocó la negativa de Acción Nacionalista Vasca, que pretendía un marco más progresista y liberal, a aceptar semejante decisión por lo que ensayaría un camino propio al margen del jelismo y la canalización de un Frente Nacional que proponía Gallastegi por su parte, quedó relegada.
El acuerdo de Bergara, cuyo contenido no fue hecho público, recogía también el reconocimiento y la rehabilitación política de Luis Arana, así como una referencia a que la unión entre Comunión Nacionalista y el Partido Nacionalista tenía como consecuencia la reanudación del Partido Nacionalista Vasco fundado por Sabino Arana. El texto programático del compromiso alcanzado en la villa gipuzkoarra no se modificó oficialmente en los años treinta, pero la práctica política del partido según sostenían los mendigoizales vulneró los elementos fundamentales del mismo.
De modo que si el PNV fue formalmente aranista durante la República, su praxis autonómica, la presencia de sus diputados en las cortes españolas, los acuerdos y la colaboración política con el Estado más allá de lo que era “congruente con la aspiración final del nacionalismo vasco”, le convirtieron de facto en revisionista. Sin embargo, no estamos ante una caso de interpretación maximalista de los principios. Ni siquiera ante una divergencia táctica. Lo que denunciaban los mendigoizales, y provocó su forcejeo con el partido, fueron los recortes de expresión, la persecución interna, el control que de los puestos dirigentes o de las decisiones unidireccionales que hicieron los jelkides procedentes del sotismo. De la negativa del Jagi a propagar “los beneficios” del Estatuto, se pasó a reabrir el debate doctrinal de los años veinte, después a los expedientes, las descalificaciones personales y a la persecución política. Todo ello creó un clima irrespirable, que obligó a Gudari, Etarte y otros muchos a dejar la afiliación, antes de que fueran expulsados del PNV como sucediera en 1921.
Por su parte, el grupo comunionista -en el que ya José Antonio Agirre ocupaba un cargo dirigente y la alcaldía de Getxo — encontró en la reunificación de Bergara de 1930 la tabla de salvación política para sus intereses económicos y su moderación reivindicativa. También representó una oportunidad para colocar al staff dirigente del ala posibilista: altos empleados de Sota, universitarios elegantes y de prestigio, en los puestos políticos destacados del nacionalismo. De esta unión por tanto, surgirá un nacionalismo autonómico, mediatizado otra vez por la burguesía y arropado por una militancia ingenua y entregada. Y se consolidará el regionalismo, de inspiración catalana, financiado igual que el periódico Euzkadi por el multimillonario Sota.
El comunionismo que ideara Kizkitza en 1916, tergiversando el episodio españolista de Arana y basándose en el modelo del banquero Cambó, conducido por Sota desde la cubierta de su yate, culminaba así curiosamente la labor que la dictadura había dejado a medio hacer. Mientras, una generación de nacionalistas crecía sin saber que en aquella unión tan celebrada y festejada como reencuentro de hermanos, se habían impuesto otra vez los objetivos del nacionalismo fenicio, que los llevaba a nuevos compromisos con España, a un Estatuto lleno de ilusiones falsas y a la peor guerra que podían imaginar.
Jo ta ke
Pero una vez más, el pulso nacional se recuperará de la mano de los jóvenes. Una de las novedades que trajo la caída de Primo de Rivera fue la reapertura de los locales y la reanudación libre de las actividades de Juventud Vasca, hasta entonces clandestinas, que servirán para reunir a los nacionalistas más entusiastas. Además, con la llegada de la República, se intensifican los esfuerzos para ampliar y coordinar el activismo juvenil. En mayo de 1931 se reconstituye en Elorrio la agrupación de jóvenes montañeros con el nombre de Bizkaiko Mendigoxale Batza y en julio del mismo año se celebra una gran concentración de militantes ante la tumba de Arana, en la que se renueva el juramento de fidelidad a su doctrina. Trifón Etxebarria se afilia a este organismo con dieciocho años, a tiempo de conocer a algunos de los líderes históricos del independentismo. Entre ellos el más relevante era Eli Gallastegi Gudari, presidente de Juventud en el período predictatorial. El regreso de Gudari en 1931, y su incorporación a la política, fue uno de los hechos destacados y decisivos en el nacionalismo de aquellos años. Sus contactos con la rama juvenil y el mantenimiento de la línea Aberri, fueron claves para el surgimiento de Jagi-Jagi y las actitudes independentistas de la Federación de Mendigoizales.
Gracias a esta circunstancia, Etarte y otros como él conocerán de cerca al líder aberkide, oirán de sus labios el relato de la historia viva y entrarán en la recuperación del debate social y nacional interrumpido por el golpe de Primo de Rivera. Asistiendo a las charlas y reuniones en los batzokis reabiertos o participando en otras actividades lúdicas y culturales, como la reconstrucción del Mendigoizale, Trifón tiene la oportunidad de intervenir y ayudar en la recuperación esencial del pensamiento Aberri. Desde ese momento, el joven Etxebarria quedará unido a la trayectoria política del independentismo resurgido en ese momento a partir de las brasas de Aberri, del que llegaría a convertirse en uno de sus principales protagonistas.
A comienzo de los años treinta, Trifón vive ya en Durango junto a su Abadiño de origen. A la sombra del Mugarra y el Alluitz va a desarrollar sus iniciativas militantes y desde aquí enviará sus primeras colaboraciones y artículos políticos a periódicos como Euzkadi y luego de forma definitiva a Jagi-Jagi. Al mismo tiempo, se dedica a extender lo que ya es un pensamiento plenamente nacionalista, cuyos ingredientes principales ha ido acumulando a su paso por Juventud Vasca. Ingresa en los grupos montañeros y es el impulsor del Mendigoizale Jo ta ke[2] de Abadiño. Lleva a cabo una serie de actividades, con charlas de formación en los batzokis, trabajo entre los gaztetxus y finalmente la más conocida e importante de esta época: sus colaboraciones en el semanario Jagi- Jagi, el periódico de los mendigoizales, bajo la dirección de Agirretxe o de Kandido Arregi y en compañía de Gudari, Txanka, Lauaxeta, Larrañaga y tantos otros.
A esta actividad en la prensa nacionalista hay que sumar las intervenciones en numerosos mítines organizados por Euzko Mendigoizale Batza, especialmente entre 1934 y 1936. Las participaciones de Etxebarria en estas concentraciones nacionalistas, estuvieron señaladas siempre por la misma preocupación racial, social y patriótica que impregnaba sus artículos y contribuciones escritas. Durante aquellos tumultuosos años, Etarte era uno de los escritores y oradores vascos que, con un criterio más progresista, interpretaba la doctrina social católica enfrentándola a la práctica empresarial.
Junto a esto, Trifón destacaba por la formación y devoción sabiniana que profesaba aquellos años la militancia juvenil y por su conocimiento de la vida y obra del fundador del nacionalismo vasco. Del pensamiento de Arana, Etarte recogió los aspectos más radicales, incluida la defensa de un nacionalismo intransigente y racial, que difícilmente el paso del tiempo y las circunstancias llegaron a matizar. Alguno de los mítines en que intervino, fueron precisamente en memoria del fundador. Como por ejemplo el de Bermeo de 24 de noviembre de 1935, en un homenaje aniversario en la fecha de su muerte. Allí participó junto a Polixene de Trabudua, la líder de las emakumes y a Mikel Alberdi responsable de los mendigoizales de Gipuzkoa, que habría de caer un año después en las primeras acciones de guerra. Además de éste de Bermeo, son dignos de mención sus participaciones en Barakaldo, Donostia,
Elorrio, Amorebieta, Sodupe etc., que convirtieron al joven mendigoizale en uno de los militantes destacados del independentismo de la época.
Por la línea de pensamiento que Etarte expresa en sus escritos y discursos de estos años, se le puede considerar además un calificado representante dentro del jagi-jagismo, de la punta de lanza de un social- cristianismo crítico siempre con la actitud patronal. Fue implacable con las posiciones de algunos empresarios católicos y nacionalistas, en su opinión incompatibles con las creencias cristianas y con el verdadero patriotismo. Las reflexiones de Etarte se basan en la aceptación del Capital como un bien de producción asumible, pero en el rechazo radical al capitalismo o mal uso que del Capital hace la burguesía. Estas posiciones, y el tenor literal de sus escritos, recuerdan y recuperan lo esencial de la polémica de 1923 en los diarios Aberri y Euzkadi acerca del capitalismo y la lucha de clases dentro del nacionalismo. En este aspecto, Etarte se identifica, interpreta y amplía las posiciones expuestas por Gallastegi y otros miembros de Aberri cuando rechazaban lo mismo a los capitalistas que explotan a los obreros, amparados en la teoría de la hermandad cristiana, que a quienes se autojustifican con una engañosa fraternidad racial o nacional.
CAPÍTULO II
Estatuto contra Independencia
El aspecto que mejor caracteriza al pensamiento político de Etarte y a sus escritos de esta época es el de una evolución coherente a partir de un primer misticismo nacionalista, centrado en la figura de Arana y en los aspectos de veneración con que era estimada por los jóvenes abertzales de su época, hasta la maduración social y el perfil estratégico independentista que Jagi aportó a la política vasca. Bajo este punto de vista, Trifón fue sin duda uno de los mejores intérpretes y protagonistas del patriotismo que surgió en torno a Eli Gallastegi en los años veinte y que maduró en el debate reabierto en los años treinta con la antinomia Estatuto — Independencia desde las páginas del semanario mendigoizale.
Será en Jagi-Jagi, fundado en 1932 y en el que convergieron algunos de los antiguos aberkides, donde Etarte alumbrará más extensamente sus ideales personales. El grupo jagi-jagista, identificado con la Federación de Mendigoizales titular de la cabecera del semanario, seguía fiel a la interpretación nacionalista de Arana, disentía de las actitudes colaboracionistas de Agirre que recobraban el colaboracionismo de Comunión y Sota, y se oponía a cualquier participación o alianza con el poder español, fuera éste monárquico o republicano.
Los mendigoizales creían que cualquier modo de respeto al ocupante, siquiera formal, como aceptar ser miembro de su parlamento o instituciones, era una manera indirecta de reconocer una legitimidad que había sido impuesta a los vascos por la fuerza y mediante actos de agresión y por tanto, se parecía demasiado a una traición. Todo ello resultaba inconcebible desde la óptica del nacionalismo coherente y radical que profesaban Etarte y sus compañeros y que seguía siendo ampliamente popular entre los vascos, en especial los jóvenes.
Sin embargo, de la mano del que luego sería primer lehendakari, el nacionalismo entrará durante los años treinta en el callejón sin retorno del autonomismo. Esta estrategia supuso, además de retroceder al periodo de división de los años veinte, un desgaste político definitivo para el partido que, refundado en 1921 por los aberkides expulsados habían pretendido reconducir a los vascos hacia el independentismo radical. La estrategia de Agirre y los suyos, tenía como consecuencia no sólo una política de alianzas y rebajas ante el poder estatal, sino la creación de fricciones y nuevos conflictos con espoleta retardada, como por ejemplo la aceptación de la segregación navarra. El Estatuto Vascongado, tal habría de llamarlo desde el principio Manuel Irujo, caminaba por veredas de comodidad y trampa, tendidas por Madrid y aceptadas por el PNV, desde que fuera reivindicado por Agirre en 1931.
El grupo jagi-jagista, integrado por militantes del propio PNV, no aceptaba el reconocimiento que los burukides hacían de la legalidad española republicana, bajo la que se cobijaba también la participación del nacionalismo vasco en las tareas parlamentarias madrileñas. Ante esto, los articulistas del Jagi defendían la doctrina aranista que negaba la posibilidad de que los asuntos vascos tuvieran solución en los viajes y negociaciones de la Corte: A partir que enviamos el primer representante en 1916 -recordaba Etarte- no hemos nada, salvo perder el tiempo.
Desde entonces, pasando por la interminable enfermedad españolista de Agirre o la entrega autonómica de Arzalluz y Garaikoetxea, hasta el colaboracionismo impenitente del diputado español Anasagasti, se ha seguido perdiendo el tiempo, aunque asegurando las arcas del partido. Esta constatación de la poca solvencia que tenía la estrategia autonómica, justificaba el rechazo del Jagi hacia la participación parlamentaria española, que con tanto interés defendían y defienden las autoridades jelkides. Respecto al Estatuto, la desconfianza mendigoizale no era menor.
Como habría de recordar Etarte muchos años después: Siempre habíamos creído que el Estatuto era una trampa, una trampa muy parecida a aquella en la que Irlanda había caído después de la Primera Guerra Mundial.
La desobediencia política
Consumada la fusión entre PNV y CNV, y teniendo en cuenta el contexto del acuerdo, Gallastegi colaboró a pesar de todo en el primer momento con el partido resultante, de lo que es buena prueba su inclusión en el BBB y su presencia en el primer Aberri Eguna entre las autoridades del partido. Pero poco a poco, a medida que se constataba el incumplimiento del acuerdo de Bergara, comenzaría a enfriarse esta actitud y a tomar distancias respecto al grupo de Agirre especialmente. Por último, se mostraría en abierto desacuerdo con la campaña pro- Estatuto y no aceptó presentarse a las elecciones españolas, proponiendo a cambio la candidatura de Idiakez, un preso nacionalista. Las posiciones políticas y el ejemplo personal de Gallastegi, fueron decisivas para Trifón Etxebarria. En sus propias palabras fue el hombre providencial que enderezó en ese momento el rumbo del nacionalismo, cuando estaba a punto de encallar definitivamente.
Muy al contrario de buscar una actitud que propiciara un mínimo entendimiento, o la menos que suavizara los roces que cada vez se hacían más evidente, a finales de 1932 la dirección del BBB pretendió incorporar a la campaña en favor del Estatuto al recién fundado Jagi-Jagi, a lo que se negaron los componentes de la redacción del periódico. Los jagi-jagi consideraban que la filosofía autonómica apartaba al nacionalismo de su verdadero objetivo: la obtención de la independencia vasca. Los editores del semanario mendigoizale estimaban además, que si el grupo dirigente del partido estaba en su derecho de interpretar el nacionalismo como un mero autonomismo, también a Jagi-Jagi debía de reconocérsele la libertad de expresar el pensamiento contrario. Es decir, la defensa del independentismo frente al colaboracionismo que para ellos representaba el camino estatutario.
El proceso autonómico, como ha señalado Antonio Elorza, introdujo rectificaciones en la plataforma ideológica del nacionalismo radical. Además del rechazo frontal mendigoizale, el mismo Luis Arana advirtió que el estatutismo, aunque no contravenía el nacionalismo, “tampoco se ajustaba en su integridad al ideario nacionalista”. De acuerdo con esto sostiene Elorza, la renuncia era ante todo formal. Ya no se pedía el paso previo de la anulación de la Ley de 1839 (sólo derogada, como sabemos, en la Constitución de 1978), sino que se utilizaba y aceptaba la futura nueva legislación estatutaria. Y esta renuncia pactada, dejaba al nacionalismo en condiciones de inferioridad respecto al Estado, por el reconocimiento explícito que se hacía de la legalidad española como fuente de derecho. Una legalidad en la que obviamente los vascos siempre iban a estar en inferioridad, tanto numérica como de capacidad de negociarla.
Como es sabido, las hipótesis que los dirigentes del PNV manejaban ante sus afiliados se resumen en la teoría del primer escalón o de la independencia por etapas, en la cual la autonomía es compatible con el objetivo final. Antiguos miembros de Aberri como Jemein o Egileor, éste último candidato del partido a las elecciones españolas, o Manuel Irujo sostuvieron, junto a Aguirre, lo fundamental de la tesis etapista. Al mismo tiempo, el discurso político e incluso el adoctrinamiento nacionalista de la juventud se mantenía lo más posible dentro de la ortodoxia aranista. Esto significaba que el PNV tenía un objetivo autonómico a medio plazo, mientras a la militancia se la alimentaba en la tensión independentista. Sin embargo esta tensión no encontraba salida ni podía tomar parte en las decisiones de la cúpula, donde la maniobra autonómica se iba imponiendo. Las posiciones de la militancia, y en particular la de numerosos mendigoizales, no se tenía en cuenta en la elaboración de la política diaria ni en la determinación de la estrategia global, con lo cual la fisura abierta entre ambas orillas se agrandaba irreversiblemente.
De este modo, y ante el temor de que el objetivo estatutario se convirtiera en la opción final, se recuperaron los elementos aberri de la refundación, encarnados en la Federación de Mendigoizales y en su órgano Jagi-Jagi, teniendo de nuevo a Gallastegi como líder político. Las diferencias de criterio se fueron ahondando a medida que tomaba cuerpo la campaña pro-Estatuto y que sus debates, negociaciones y luego el referéndum, ocupaban la casi totalidad de la vida política vasca. La frialdad, indiferencia o abierta desavenencia con que la mayor parte de las veces el semanario mendigoizale trataba la intentona autonómica, terminaron por enfrentar a Jagi con la dirección peneuvista.
En octubre de 1932 el Bizkai Buru Batzar había ordenado a los responsables de Jagi que colaboraran en la campaña. Al negarse los redactores del semanario a esta requisitoria, el BBB alegando desacato trasladaron el asunto al Bizkai Zuzentza Epaikaritzea. La resolución de este organismo dio la razón a Jagi, confirmando que el semanario era propiedad de la Federación de Mendigoizales y que el PNV no tenía jurisdicción disciplinar sobre él, por lo que si el BBB deseaba continuar la demanda debía dirigirse a los tribunales municipales de Abando contra los afiliados que creía culpables de la infracción. El Bizkai Buru Batzar, del que ya habían dimitido Luis Arana y Eli Gallastegi, trató de impedir entonces la publicación de este medio prohibiendo su impresión en los talleres propiedad del partido. Al mismo tiempo, advirtió seriamente a los principales jagi-jagistas e impidió sus intentos de expresarse en el Euzkadi, el portavoz del partido. Ante esta situación, los redactores del semanario buscaron otra imprenta a salvo de las autoridades del PNV, en la que siguieron propagando el periódico.
A consecuencia de este fracaso jurisdiccional, el BBB, sin deponer sus criterios autoritarios, dirigió sus represalias contra los principales colaboradores de Jagi-Jagi, pero ya en su condición de militantes del partido. Declarados oficiosamente en rebeldía, los jagi-jagistas vieron cómo se les marginaba y hostigaba, reproduciéndose el proceso de persecución contra Aberri. En esta ocasión, antiguos aberkides como Egileor o Jemein, que empezaban a consolidar sus relaciones con el autonomismo oficial mientras se alejaban de sus antiguos camaradas, no hicieron ningún gesto de intermediación en favor de un apaciguamiento. La ruptura de hostilidades entre ambos sectores tuvo un calado popular entre la militancia mendigoizale y se reflejaba en canciones como las que entonaban los montañeros:
¡No queremos Estatuto ni tampoco autonomía, queremos la independencia de nuestra patria oprimida!
Afiliados en baja
Estos hechos y el agobiante acoso interno fueron la tónica de aquella situación de indefensión. El continuo desprestigio, las calumnias y los ataques vertidos en todos los frentes, incluido el parlamento español por diputados nacionalistas, en los periódicos Euzkadi y Bizkaitarra, junto a la negación de publicación de respuestas o las acusaciones reiteradas, obligaron a Eli Gallastegi a darse de baja como afiliado en enero de 1934. Detrás de él salieron Etarte y un buen número de militantes.
En particular, Trifón Etxebarria expresará su decepción al verse obligado a abandonar el partido que siempre consideró reunía los ideales por los que luchaba, confirmando cómo se prohibía la venta de nuestra publicación a sus militantes, y finalmente, se expulsaba de su seno a algunos destacados jagi-jagistas. Este conflicto, y las posiciones intransigentes del Bizkai, provocarían el desconcierto y alejamiento de muchos afiliados o simpatizantes, que en las elecciones de febrero de 1936 se abstuvieron o cambiaron su voto. El PNV, en pleno ascenso estatutario, sería castigado en las urnas como lo había sido Comunión Nacionalista en las elecciones de 1919 y 1922, viéndose ampliamente sobrepasado por el Frente Popular, en el que también participó Acción Nacionalista Vasca.
Los mendigoizales por su parte, siguieron editando el periódico y defendiendo las líneas del independentismo ortodoxo, frente al autonomismo oficial que, arropado sin embargo por las fuerzas del Frente Popular, se mantuvo en el proceso iniciado en 1931. Los jagi-jagistas, una vez que ANV y el PC de Euzkadi aceptaran el modelo autonómico, se quedaron solos en la defensa de la independencia vasca. Para ellos, era una contradicción seguir militando en un partido nacionalista que como el PNV, actuaba constantemente en contra de los principios sustanciales del nacionalismo inspirados en Arana y que habían sido la referencia de la refundación de 1921 por los expulsados de Aberri.
Desde entonces, las dificultades para seguir defendiendo los ideales sociales y nacionales que abrazaba Etarte fueron en aumento. A pesar de todo, la ideología jagi-jagista con sus ingredientes radicales, estaba más extendida y consolidada de lo que sus adversarios hubieran deseado. En medio de la convulsión económica y social de aquellos años, el jagi-jagismo no sólo era la referencia independentista única que les quedaba a los vascos sino que, al mismo tiempo, representaba una opción social y libertaria radical. No sólo se apostaba por la libertad nacional, también se rechazaba todo tipo de dictadura ni de corbata, ni de alpargata.
En la Europa barrida por el fascismo y con los partidos comunistas en pleno auge, Jagi-Jagi propugnaba una solución progresista en lo económico y social, basada en el principio solidario de propiedad compartida o copropiedad obrera. Muchos mendigoizales eran también militantes de STV-ELA aportando a este sindicato sus opciones autogestionarias y el mismo Etarte, en sus artículos, se situaba claramente en lo que entendía como la tradición colectivista de nuestro pueblo, cuyos genes primarios se encontraban en textos de Sabino Arana. Así que, también desde este punto de vista, los independentistas mendixales se reclamaban seguidores de la fundación con mayor legitimidad que el nacionalismo capitalista que había invadido otra vez al PNV.
A pesar de las importantes diferencias sobre la interpretación doctrinal, o sobre el modelo de producción más adecuado para Euskal Herria, los jagi-jagi no deseaban forzar ninguna otra escisión dentro del nacionalismo. Después de haber protagonizado la refundación de 1921 y haber conocido de cerca la opción aeneuvista de 1930, nadie estaba dispuesto — y menos que nadie Eli Gallastegi — a seguir debilitando al nacionalismo. Las constantes refriegas electorales que vivía el país y el envalentonamiento del ocupante, aconsejaban salvaguardar y articular las diversas tendencias con un mínimo de coherencia y objetivos comunes. Esa era la preocupación principal de Gudari, de Etarte y de los otros miembros de Jagi-Jagi.
De ahí que la creación de un Frente Nacional Vasco, el primero propuesto en la historia del nacionalismo, fuese la estrategia principal defendida constantemente desde las páginas del semanario mendigoizale, principalmente por Gallastegi y Etarte, pero en general por todos los colaboradores. En este frente, la Federación de Mendigoizales esperaba participar con su propia organización junto al sindicato STV-ELA y los partidos nacionalistas PNV y ANV. A la propuesta respondió favorablemente Acción Nacionalista Vasca, pero el PNV la rechazó con ofensas y deslegitimaciones añadidas, que sólo buscaban exculpar una actitud incomprensible. El PNV arremetió contra la persona de Gallastegi y su planteamiento de canalización unitarista vasco, poco antes de que las elecciones de febrero de 1936 se encargaran de castigar a un nacionalismo dividido y confundido.
CAPÍTULO III
¡Muera el capitalismo!
Trifón Etxebarria empezó su labor periodística con un suelto en el Euzkadi, fechado el 25 de noviembre de 1933, en el que hacía una semblanza de la figura de Arana cuando se cumplían los treinta años de su muerte. Sin embargo, esta colaboración no tuvo continuidades ese momento; pero debido a la evolución del nacionalismo, Etarte abrazó la causa de los mendigoizales y se integró en el equipo de redacción del Jagi-Jagi, entregándose completamente a la defensa de sus ideales meses después. En el permanecería hasta el final; es decir, la fecha de su cierre el mismo día de estallar la guerra del 36.
Su primer artículo en el semanario independentista aparece en diciembre de 1933 y el último está firmado el 18 de julio de 1936. Son dos años y medio durante los cuales todas las semanas en las que salió el periódico, pueden encontrarse sus crónicas. No menos de 37 colaboraciones han quedado registradas en Jagi-Jagi, la mayor parte de las cuales corresponden a temas sociales y obreros. En ellos, Trifón Etxebarria consolida su peculiar estilo y se afirma en un perfil marcadamente anticapitalista, inspirada en una avanzada línea social que tiene como referencias básicas los valores de un cristianismo progresista y la tradición legendaria de la socioeconomía vasca. Son los artículos de juventud, escritos con veintidós años. Ellos darán al periódico de la Federación Mendigoizale un carácter peculiar de radicalismo obrero de inspiración cristiana y servirán para continuar la labor de denuncia y crítica del capitalismo que ya iniciara Gudari en 1923.
El origen de la preocupación obrera de Etarte nos ha sido relatado por él mismo en una de sus colaboraciones para Jagi-Jagi en el año 1933. Describe en ella la conmoción que sufrió cuando diez años antes, es decir cuando contaba apenas once, escuchó de labios de un minero el relato de su despido. Etarte, que le describe como un obrero minero entrado en años, que solía hablar con la cuadrilla de muchachos que frecuentaba la zona; conoció aquella historia de un despido injusto que dejaba sin recursos y condenaba a la indigencia a un viejo trabajador después de cuarenta años de explotación. Todas las fibras emocionales de aquel todavía niño de once años estallaron entonces en indignación contra el patrón causante del atropello, un empresario católico muy conocido y con el que Trifón solía coincidir en la iglesia. Aquel día Etarte odió por primera vez y aquella repulsa social la extendió en su conciencia a todos los buenos cristianos que comienzan bien el día con la santa misa para luego dirigirse a sus empresas a poner en práctica su “evangelio” particular de explotación.
Probablemente desde aquel día de 1923, la vida de Trifón Etxebarria encontró una vocación precoz, que años después se expresaría en las páginas del semanario medigoizale. Los artículos firmados entre 1933 y 1936 tienen una abrumadora preocupación por las cuestiones sociales, por la denuncia de la explotación oligárquica, con una especial caracterización del capitalismo católico y nacionalista y por la suerte de los obreros. Estas colaboraciones ocupaban una página entera en el Jagi-Jagi. Etarte, que casi monopoliza estas cuestiones entre los redactores, disponía de una sección fija en el semanario encabezada por títulos como La familia obrera o La cuestión social. Sin duda, además de la propia determinación del joven patriota, esta circunstancia prueba la preocupación y el interés con que la prensa del movimiento abertzale contemplaba las cuestiones sociales, el comportamiento empresarial de la burguesía nacionalista y la indignación que provocaba en muchos vascos aquel capitalismo injusto.
Etarte, al igual que Gudari, establece en sus artículos una clara línea de demarcación entre su pensamiento y las opciones e ideales comunistas o anarquistas, a los que no duda en criticar. Pero, también como Gallastegi en ocasiones, a veces eleva su comprensión hasta aceptar los mismos valores de justicia, de libertad y de igualdad que aquellos jóvenes contemporáneos llevaban al terreno de la lucha directa contra el sistema. Se niega a conceder al socialismo el monopolio y el protagonismo en la reivindicación social. Y reclama también para los católicos los gritos de libertad, igualdad y fraternidad que otros intentan hacer exclusivos. Etarte, coincidiendo con los marxistas, aspira a una sociedad sin clases, en la que hayan desaparecido las diferencias sociales. Y, siguiendo la línea abierta por Gudari en 1923 con su Fiesta de sangre, denuncia también los tópicos del nacionalismo de derechas, desenmascarando la falsedad de los argumentos sobre la fraternidad de la razas o de las creencias religiosas, con los que la burguesía del partido encubre la explotación social.
Sin desprenderse en absoluto de sus convicciones nacionalistas, o precisamente por ellas, entiende la rabia y la impotencia de los marginados. Sus amigos los obreros, como les llamaba, son los destinatarios preferentes de su mensaje independentista. Aunque Etarte no se dirige a los grupos humanos en cuanto clases, sino al hombre como poseedor de conciencia y derechos. Ya en su primer artículo en Jagi-Jagi, expondrá un adelanto de su programa metodológico: ¡Vayamos al hombre! y enseñémosle la Verdad Vasca.
Desde ese primer paso de 1933, conceptos como Patria, Amor, Respeto al hombre y sobre todo, indignación y protesta contra el sistema capitalista de explotación, estarán siempre presentes en los artículos de Etarte, fuertemente impregnados de la influencia de la doctrina social de la Iglesia y de las principales denuncias papales contra las injusticias del capitalismo.
Pero las criticas de Etxebarria no van dirigidas específicamente al capitalismo español, más señaladamente apuntan a los sectores católicos nacionalistas y vasquistas que, con su actuación explotadora, perjudican la imagen del patriotismo y malogran la reivindicación nacional: Crees, se pregunta, que ser patriota es laborar solamente por la libertad de Euzkadi, te crees patriota porque te esfuerzas (?) en ver libre y rigiéndose como antaño nuestra patria? ¡Menguado concepto! ¿De qué nos servirá el vernos libres, de qué regirnos por nosotros mismos si dentro de nuestra libertad nacional hemos de seguir siendo explotados y esclavizados por nuestros propios hermanos?
Etarte no acepta que haya quienes aumenten su capital a costa de las desgracias de sus hermanos de Patria. Su lectura nacionalista, como una vez más la de Eli Gallastegi, incluye una concepción progresista e igualitaria del patriotismo y la indignación sube de tono cuando se trata de denunciar la coartada de la fraternidad racial o nacional para encubrir la obtención de grandes beneficios: Es preferible mil veces continuar siendo esclavo de un pueblo extraño, a vernos esclavizados por quienes nos llaman hermanos.
El joven mendigoizale contempla un panorama de crisis moral obrera, originada por la miseria material, que a través de una natalidad neomalthusiana provoca que en Euzkadi haya más ataúdes que cunas. Teme por el futuro demográfico vasco, de un pequeño país que no puede permitirse el lujo de despoblarse. Y la búsqueda de culpables, acompañada de una confesión de fe, se dirige hacia los patronos ricos que incumplen las recomendaciones y preceptos de la Iglesia en material social. Como católico, Etarte exige a los empresarios de esta confesión que lleven a la práctica los procedimientos y soluciones que tan sabiamente ha dictado la Iglesia. Y como patriota, afirma no querer aumentos en las filas nacionalistas de quienes, viendo en el PNV un partido de orden, se enrolan en su seno para ver libres sus mezquinos intereses.
Y recordándonos el camino político abierto por Eli Gallastegi en Aberri, casi parafraseándole, continuará: Queremos sí, que nuestra Euzkadi sea libre; pero si queremos que Euzkadi sea libre es para que dentro de ella vivan hombres libres.
En sus colaboraciones, Etxebarria va perfilando y concretando el rechazo al modelo económico dominante en Euskal Herria, que define como paradigma capitalista vasco-español, a quien culpa, como ya lo hiciera Arana, de las desgracias de la patria. En varios artículos, Etarte planteará su propia concepción sobre lo que es la cuestión social que ubica en la injusticia que representan las desigualdades económicas. Una situación material que provoca, en opinión de Etxebarria, la protesta y la rebelión: “es lo que llamamos problema, cuestión social”. Para Etarte la toma de conciencia sobre unas condiciones injustas deviene en problema social, porque provoca una reacción, un conflicto público. El terreno vizcaíno, donde creció y conoció el resultado de la miseria y la injusticia, la explotación de las minas y los “inmundos barracones”, la opresión que escandalizó a tantos durante tanto tiempo, son la mejor muestra de la injusticia del sistema.
Y en el otro lado de la balanza: ¡Cuántos capitalistas enriquecidos a costa de la miseria, de la sangre y aún muchas veces de la propia vida del obrero!
Empresarios cuya conciencia y alma, afirma Etarte, se han vendido a las fluctuaciones de la Bolsa y cuyo corazón se halla blindado por el oro, crearon las condiciones de injusticia que luego fueron aprovechadas por “los apóstoles del socialismo” para captar la simpatía de los obreros recortando la posibilidad de que la doctrina dictada por Sabino germinara en nuevos campos ideológicos del entorno euskaldun.
Desde las páginas del semanario de la Federación Mendigoizale, Etarte afirmará la vocación social de los jóvenes patriotas, evocando una mítica sociedad vasca precapitalista, igualitaria en leyes y derechos, en la que muchos nacionalistas creían y que había sido arrasada por la conmoción de una industrialización salvaje.
Hoy que Jagi-Jagi se levanta para hacer oír la verdad, pero cruda; hoy que viene a hacer justicia, pese a quien pese, y duela a quien duela, no se puede pasar de largo ante este problema, que hace meditar al más despreocupado e indiferente. Es obligación nuestra señalar a quienes con su egoísmo hicieron que un día a esta Euzkadi que antes no conocía esclavos porque todos eran libres, haya llegado este mal, esa enfermedad haciendo que los vascos, un día iguales, hoy se dividan en explotadores y explotados.
En este ajuste de cuentas con los capitalistas del partido, Etarte desenmascara la hipocresía social de los reducidos jornales, que no pueden en modo alguno encubrir la extracción de una suculenta plusvalía. Denuncia el desigual reparto de beneficios y reclama igualdad de trato entre trabajo y capital. En el panorama de las crisis de los años treinta, cuando en muchas casas obreras se pasaba hambre, Etarte expone los datos contables de las grandes empresas con ganancias multimillonarias, comparándolos con los exiguos sueldos de sus trabajadores.
Su alegato termina diciendo:
“Es muy fácil llamarse católico y estar afiliado a un partido, que como el Nacionalista, se fundamenta y sostiene por el sacrificio; lo difícil, lo importante, es ser buen católico y buen patriota, y esto no lo son quienes se reparten dividendos de un 23% y se retribuye al Consejo de Administración con más de 800.000 pts., para nada se tiene en consideración al obrero, sino es para explotarle sometiéndole a jornales de hambre. “
Los salarios a que se refiere Etarte, como más adelante escribirá, eran de 7,5 y 8 pesetas diarias. El articulista expresa su intención de estudiar los balances y resultados de otras empresas, para poder explicar a los lectores porqué en ellas se mantenían aquellos salarios ínfimos cuando al mismo tiempo se declaraban beneficios millonarios. Y, sobre todo, cómo se podía conciliar con una militancia en el partido nacionalista y una fe y práctica cristianas.
En el Jagi de 7 de julio de 1934, Etarte llamará “farsantes y fariseos” a quienes, desde las filas del catolicismo conservador, se escandalizaban por la ley de cultivos aprobada en el parlamento catalán, a la que acusaban de anarquizante. Etarte conmina a los detractores de la ley a leer las encíclicas papales y los textos de San Ambrosio, para comprobar las condenas oficiales a los abusos de la propiedad. Recoge literalmente textos del santo milanés en los que se denuncia la apropiación privada de la tierra, aunque sabe que poco pueden afectar a quienes sólo saben seguir los impulsos de su bolsillo. Los terratenientes son, dice el autor abertzale, una plaga que azota a la sociedad y aunque presuman de católicos son únicamente enemigos de la Iglesia.
La Ley catalana sobre cultivos hace ladrar como perros rabiosos a estos católicos reaccionarios y Etarte advierte sobre un futuro inmediato en el que el vasco se ha de dictar sus leyes y entonces todo vuestro poder ha de venir abajo, ya que es doble nuestra finalidad: librar a nuestra Patria de la esclavitud y al vasco de la opresión de vuestro inhumano capitalismo.
Etarte sigue profundizando en su análisis sobre el capitalismo criticando ejemplos concretos y aportando nuevos datos contables sobre sociedades y consejos de administración. Presididos por personas patriotas y católicas, se reparten sustanciosos beneficios que remuneran al capital con dividendos de hasta seis veces el valor de la inversión. Y como contrapartida, mantienen salarios que no alcanzan apenas el nivel de subsistencia. Los grandes empresarios, muchos de ellos nacionalistas con altos cargos políticos, se codean con el gobernador civil representante del pueblo que nos esclaviza o cenan con el comandante de las fuerzas de asalto que han molido a palos a mil nacionalistas, para mostrar las garras de su poder a sus jóvenes obreros que con “40 o 50 duros al mes de sueldo” no tienen lo suficiente para “sostener una familia”. Todo ello representa, además, un grave deterioro de la imagen del nacionalismo ante los propios obreros.
En plena crisis económica, el año 1933, cuando escribe Etxebarria, con un desempleo galopante y salarios congelados o rebajados, los accionistas de las grandes empresas se beneficiaban de más del 70% de los resultados, gracias a que pagaban a sus empleados “cantidades irrisorias”. Mientras, los asalariados y trabajadores jóvenes no pueden casarse porque la subida incluida en el salario familiar es indignante: un mísero 2 % de aumento. Entretanto, las empresas, cuyos datos económicos aporta el articulista, presumen en esos años críticos de estar obteniendo beneficios medios del 15 % del capital invertido. Las ridículas cantidades que de estos resultados se dedican a labor social son calificadas, en las memorias empresariales, como “inspiradas en la orientación cristiana y social de la previsión”.
Etarte se indigna y pregunta si es lícito esta autoproclamación de cristianismo o si ¿es justo que haya nacionalistas, asociados y hasta miembros del Consejo de Administración, que continúan mudos ante el poco espíritu cristiano y vasco de sus compañeros accionistas? Obviamente no hay ninguna fraternidad vasca en los salarios insuficientes o en la serie de injusticias de la vida económica. La conclusión que hace, desde su conciencia social cristiana, es que se trata de un capitalismo odioso: Se nos ha achacado como de enemigos del capital, gran error; no odiamos al capital, no; lo que odiamos es el capitalismo, es decir, el abuso o mal uso del capital; y este odio al capitalismo, lo tenemos refrendado con las encíclicas de los papas.
Y añade: Odiamos al capitalismo porque, al igual que el Imperialismo, esclaviza a los pueblos.
Para Etarte los peores enemigos de las aspiraciones vascas son precisamente el imperialismo y el capitalismo, como dos caras de la misma situación, o como culminación histórica de una opresión política, que ha concluido con la pérdida de la libertad vasca. Por eso, su alegato se dirige al obrero sea quien sea y profese las ideas que profese, esclavizado por el ansia de riqueza patronal, culminando por un grito con toda la fuerza de tus pulmones: ¡Muera el capitalismo!
Los comentarios de Etarte pronto llamaron la atención. Sus críticas sociales se popularizaban entre los mendigoizales, muchos de ellos afiliados a STV, sembrando la alarma en los sectores empresariales. Las referencias a grandes patronos y a sus fechorías empresariales, los datos de negocios dirigidos por “personalidades nacionalistas” etc., le convirtieron en el dedo acusador que tanto incomodaba a los comunionistas, emboscados en el rito y el mito nacional que, siguiendo el camino del multimillonario Sota, utilizaban para cubrir sus intereses. En el Jagi de 27 de enero de 1934 escribirá: ¡Capital si, capitalismo no! Son las fechas de su dimisión en el partido nacionalista.
Como se puede comprobar por sus artículos de este periodo, Etarte muestra una extrema preocupación sobre la contradicción entre catolicismo y socialismo. Se trata de un debate abierto que no cesará después del interludio bélico de los años treinta-cuarenta, sino que se agudizará en la posguerra. La solución aportada por él, sin necesidad de abandonar las creencias religiosas, la fe o la preocupación por la espiritualidad e individualidad del ser humano, consiste en aplicar una interpretación social humanista de la doctrina de la Iglesia Católica. Un modo de organización socioeconómica aplicado a las relaciones de producción y a la gran propiedad, que adoptaría la forma de cooperativismo obrero. En este programa se incluye la posibilidad de un socialismo en el terreno económico y en el reparto de la riqueza. Para justificar esta opción, sin abandonar el campo religioso, Etarte se apoya en citas y fuentes tradicionales de autores cristianos, desde las encíclicas papales hasta San Ambrosio, pasando por autores dominicos que sugieren esta misma alternativa.
La interpretación que Etarte hace de la cuestión social corresponde al pensamiento de un creyente radical que fundamenta su fe en la labor social de la Iglesia, que cree en el Cristo del Sermón de la Montaña o en el de la expulsión de los mercaderes del templo y que ha leído el mensaje evangélico, como otros muchos antes y después, en su vertiente liberadora. Etarte tratará de compaginar sus creencias con la lucha por la redención social de su tiempo, sin aplazamientos cómodos hasta el juicio final, ni avales perezosos a la justicia divina como hacen los católicos conservadores. Es una visión progresista que limita con la doctrina cristiana, a la que Etarte se vuelve continuamente por medio de la cita de textos doctrinales, sacándoles el máximo jugo para volcarlo encima de los oligarcas católicos que explotan a sus “hermanos de fe y de raza”.
Apoyado en textos y argumentos papales, en especial de León XIII el Papa más influyente en material social, Etarte considera incompatible la práctica religiosa del católico con el sistema capitalista y reconoce las razones que asisten a los obreros para creer que la Iglesia ha sido históricamente el cobijo de los ricos y el PNV un partido burgués. En este punto, la tarea del buen patriota consiste en desenmascarar a estos “¡farsantes y fariseos!” como él lo hace, con admoniciones bíblicas, escarneciendo a los malos católicos y a los falsos patriotas. Para ello, aporta y comenta, discute y amplia textos y frases de San Agustín, Santo Tomás, San Jerónimo etc. en los que se fustiga la ambición del poderoso y se reclama la igualdad de los hombres o se denuncia la propiedad abusiva.
La lucha de clases, que durante el periodo republicano conoce un especial recrudecimiento, y la utilización que la burguesía hace de la religión, la patria, la moral o el orden, proporcionan los datos que conducen a la ascendente radicalización de los artículos de Etarte en Jagi-Jagi. En sus colaboraciones, el escritor mendigoizale introduce además apuntes y cifras referidos a la contabilidad y balances de algunas empresas cuya formación como profesor mercantil se deja ver en estos asuntos; expone los beneficios, repartos de dividendo y los privilegios del capitalismo con un lenguaje sencillo y directo, denunciando a quienes ven por los ojos de la balanza comercial y rezan en los evangelios de las cuentas corrientes.
La comparación, en aquel periodo de crisis social y de aumento del paro obrero, es demoledora. Justamente porque el autor, que utiliza constantemente citas, referencias y una ideología social cristiana, difícilmente puede ser acusado de comunista o anarquista. El resultado es estridente ya que el método de denuncia que utiliza Etarte es incisivo y poco conocido en los medios de opinión nacionalistas. La publicación de datos de estas empresas y las referencias a sus dueños, “buenos” católicos y no menos “buenos” afiliados, escandalizará a las autoridades del partido, que observan con inquietud como “se extiende el descontento entre los jóvenes independentistas.
Expresiones antioligárquicas, vertidas en los artículos semanales de Jagi-Jagi, con las firmas de Etarte, Gudari, Txanka y otros mendigoizales, estremecen al nacionalismo de orden, que se horroriza ante la excesiva proletarización del nacionalismo. Quienes han enterrado para siempre a Sabino Arana, o al Cristo de los pobres, de la Magdalena y de las condenas a los ricos, empiezan a temer seriamente por una inopinada revolución vasca, que a duras penas pueden contener con su sindicalismo de colaboración.
Como ya hiciera en su época Sabino Arana, Etarte se pregunta por la causa del abrazo al socialismo español de tantos obreros vascos y el abandono de su inicial cristianismo. Su diagnóstico culpa al comportamiento de patronos que en público hacen profesión de fe católica, pero que en realidad son anticristianos. Y, en relación con esta situación, Etarte teme del mismo modo que muchos obreros nacionalistas terminen abandonando este campo, “desengañados de la falsía del patrono nacionalista”.
La simbiosis cristianismo-nacionalismo está muy presente en la etapa juvenil de Etarte y se refleja abrumadoramente en todas sus colaboraciones en Jagi-Jagi. Es con diferencia el escritor mendigoizale que más se identifica con este aspecto de la fundación nacionalista, aunque tiene ocasión de profundizar en esta línea mucho más que lo hizo el propio Arana, habida cuenta la especialización que reflejan casi todos sus artículos de los años treinta y del franquismo. Del mismo modo que Arana sugirió y facilitó la idea para la creación de un sindicalismo nacionalista, Etarte pide a los patronos un esfuerzo solidario y responsable. Aunque sus llamadas a la parte empresarial llevan siempre por delante el reconocimiento de los derechos que les asisten a los trabajadores y de las razones que tienen para desconfiar de muchos propietarios capitalistas nacionalistas.
Obrero contra obrero
No menos firme era la actitud de Etarte ante los ataques contra obreros nacionalistas por parte de algunos matones del socialismo español; como prueba, su reacción tras la muerte de José Luis de Garaizabal. En julio de 1934 tuvo lugar este grave suceso, enmarcado en las frecuente agresiones impunes, que por entonces sufrían los mendigoizales, que acudían a reuniones, mítines o manifestaciones. El joven muerto, militante del Bizkaiko Mendigoxale-Batza, es recordado por Etarte en un largo artículo del semanario de la Federación.
Se habían conocido en el colegio cántabro donde ambos estudiaban. Rodeados de un ambiente español en el que se odiaba a los nacionalistas vascos, cuenta Etarte como germinó una amistad y una confraternidad patriótica. El obrero muerto era un joven idealista, hijo de una familia nacionalista”, con el que Trifón volvió a coincidir en el servicio militar:
Cubríamos nuestros cuerpos con un mismo ropaje, el odioso uniforme del no menos odioso ejército español, que no está hecho para la juventud vasca porque ella odia toda disciplina absurda y dictatorial. Él, como nosotros, ansiaba la libertad de la Patria; pero como nosotros también, no la consideraba suficiente porque creía que para que la felicidad de los vascos fuese total, éstos habrán de ser doblemente libres; como pueblo y como hijos del pueblo.
Aquel hombre, dice Etarte, ha sido vilmente asesinado. Por unos hombres que se vanaglorian de poseer un lema que es: Libertad, Igualdad y Fraternidad, que gritan abajo el imperialismo y el capitalismo, que se llaman internacionalistas, que tienen en sus labios pendiente la palabra compañero, que dicen que odian al fascismo, que luchan por la libertad de los pueblos.
Un desconsolado Etarte se duele de esta tragedia sin sentido: ¡Obrero, has matado a otro obrero que, como tú luchaba con fe por el triunfo de la Justicia; y dime ¿has adelantado quizá por eso en el camino de tus reivindicaciones? Y si le has matado, afirma, ha sido porque así lo ha ordenado la Casa del Pueblo, que es casa de odio, venganza y sangre.
Ni los mendigoizales, ni por supuesto Etarte, inventaban nada de esta hostilidad antinacionalista de los militantes socialistas. Se puede leer en el libro de Jesús Egiguren sobre el PSOE en el País Vasco, frases tan concluyentes como:
“El antinacionalismo fue uno de los rasgos básicos de la ideología y de la política del primer socialismo vizcaíno. Si los socialistas mantuvieron una actitud tan sectaria hacia los republicanos, con quienes tenían tantas coincidencias, mucho más conflictivas habrían de ser sus relaciones con el nacionalismo vasco tal y como entonces se definió: integrismo religioso, racismo y orientación derechista”.
Este antagonismo, que Egiguren considera “una de las constantes del socialismo vizcaíno y por extensión de todo el socialismo vasco”, al parecer se extendía a la disputa laboral, tomaba la forma de agresiones mortales a obreros de Solidaridad y, sobre todo, ignoraba la aparición de una conciencia social de izquierda, dentro del nacionalismo Aberri, que venía protagonizando Gudari desde 1923 al menos.
De acuerdo con lo que sostiene Antonio Elorza, “la confrontación entre socialistas y nacionalistas de Jagi-Jagi alcanzará en 1932-33 extremos de gran dureza. En La Lucha de Clases, el semanario socialista vizcaíno, se emplea frente al nacionalismo un discurso vejatorio, basado en la negación absoluta del hecho nacional vasco. En cambio, el Partido Comunista de Euzkadi, surgido de la escisión de la Internacional socialista en 1921, tuvo en la práctica mejores relaciones con el nacionalismo vasco en general y con el Mendigoizale en particular, de quien incluso eran vecinos de sede en Bilbao. El mismo Elorza afirma que las relaciones entre comunistas y abertzales se vieron favorecidas por su común oposición al sindicalismo socialista.
Además del episodio aislado de la impresión del diario comunista Las Noticias en los talleres propiedad del nacionalista Euzkadi, algo que en cambio se negó al Jagi-Jagi, los primeros contactos conocidos entre comunistas e independentistas fueron en 1923. Junto a las muestras de comprensión hacia la lucha social de los comunistas, incluida en el debate entre Aberri y Euzkadi de ese año, se registra la presencia de Jesús Larrañaga, dirigente comunista guipuzcoano y antiguo aberri, en un congreso de Juventud Vasca. En esta asamblea se acordó, según Elorza, “la lucha armada contra el imperialismo español, en conexión con los comunistas vizcaínos”, partidarios del derecho a la independencia de los vascos. En el mismo evento se acordó con STV-ELA “una lucha dura y tenaz contra todos los patronos, aliándose con los comunistas en sus luchas”.
En los años treinta, la proclamación de la República fue la señal para el recrudecimiento de los enfrentamientos y las refriegas sociales entre sindicalistas y militantes de distinto signo. En especial en la margen izquierda de la ría bilbaína, los “elementos gubernamentales” se aprovechaban de la impunidad policial que disfrutaban tratando de sembrar el terror entre los nacionalistas. Contando con la pasividad de los gobernadores civiles, socialistas y republicanos armados agredían a militantes vascos. Fueron numerosos los abertzales de las zonas obreras víctimas de estas agresiones, verdaderas emboscadas nocturnas realizadas a tiros o cuchilladas, cuando volvían a casa. Sin embargo, no hubo ninguna detención ni encausamiento por estos hechos, que se cobraron una docena de muertos.
Después de una larga época de hostigamiento, la muerte de Garaizabal marcó un punto de inflexión. El periódico de los mendigoizales publicó entonces un llamamiento del Bizkaiko Mendigoxale Batza urgiendo a sus militantes a “vender caras sus vidas”. La nota del BMB entre otras cosas, decía: “Ante la repetición constante de tales asesinatos en hermanos nuestros, recomendamos a todos los integrantes de esta Organización, repliquen a las agresiones de nuestros enemigos con las mismas armas que ellos empleen. Las vidas de nuestra juventud son precisas para la Independencia Vasca y no para que las sieguen traidoramente los mercenarios del fascismo rojo”.
Junto a esta nota, el periódico incluía consignas como:
“Mendigoxale: vende cara tu vida. Guerra a muerte a las dictaduras. Guerra a muerte a los fascismos. Guerra a muerte a los matones mercenarios. Guerra a muerte a los que arman las manos asesinas. Guerra a muerte a los opresores”.
Y también:
“Ante el asesinato de un hermano, hinca tu rodilla ante su inanimado cuerpo, musita un juramento y obra en consecuencia”.
Estas llamadas a la autodefensa y a la resistencia armada ante las agresiones españolas, respondían al clima de enfrentamiento que durante la primera mitad de la década de los años treinta existió en la vida política y sindical vasca. Pero sobre todo, son prueba de la indignación y rabia con que la juventud nacionalista contemplaba la situación de abuso y agresividad, que amparaban los gobernadores españoles. Etarte, que vivía estas circunstancias desde su condición de militante nacionalista, sufría cuando sus compañeros eran agredidos, heridos o muertos en una lucha desigual. Y no podía por menos que desesperarse por aquellos hechos, que se alentaban desde el poder político y la patronal, entre hermanos de clase, pero enemigos nacionales.
Sólo unas semanas después de la muerte de Garaizabal, una nueva emboscada se cobraba la vida de otro mendigoizale y ocasionaba heridas de suma gravedad a otros dos. Etarte exponía, entonces, en una columna de Jagi-Jagi titulada Odio de pueblos su desconsolada indignación: Hemos vivido durante veinte años en las Encartaciones y podemos hablar con conocimiento de causa. Esos que hoy van segando vidas de patriotas jóvenes, han venido a nuestra Patria, huyendo de la suya que les negaba el alimento, porque eran pobres.
La dureza con que Etarte recuerda estos episodios y a estos emigrantes, por los que sin embargo sentía tanta compasión social, brota de la cólera con que los jóvenes abertzales veían impotentes aquellas agresiones: Nuestra Patria está infectada por esa gente, que un día vino a quitar el pan al hijo de la raza y hoy quiere quitarle la vida. Y, una vez más, como en la ideología nacionalista desde Arana hasta hoy, el dedo señalaba a los verdaderos responsables del trágico desaguisado social que vive Euskal Herria desde la industrialización: Patronos y factorías vizcaínas, cuánta responsabilidad pesa sobre vosotros que trajisteis a esos hombres porque se ofrecían a trabajar por jornales míseros.
Los años republicanos dejaron al descubierto en las fábricas y calles vascas la crudeza del enfrentamiento social, pero también la persecución y el intento de aniquilación del movimiento de los jóvenes nacionalistas. Etarte proclama la gravedad del asunto con duras advertencias: Más servicio podemos prestar a la Patria matando a los enemigos, que dejándonos matar por ellos. Es un dilema: o morir o matar; y, ante esto no hay ninguna duda, matar; matar, pues así nos libraremos de esas fieras, limpiando el suelo de nuestra Euzkadi y vengando a quienes fueron asesinados cobardemente.
Para terminar con una llamada que no precisa ulterior comentario: No seamos -no podemos ser ya- los primeros en matar pero hemos de ser los últimos en morir. Y para demostrar que hasta en eso nos distinguimos del odioso español, matemos cuando hayamos de matar y por delante, pues la traición y la cobardía es patrimonio de la raza que nos oprime.
En otra ocasión, tras una nueva muerte violenta, la del guipuzcoano Joseba Aranburu, Etarte escribía: No me parece natural que vayamos con grandes coronas, costeemos hermosos funerales, abramos suscripciones -todo está muy bien- y nos dispongamos a esperar que otro patriota siga el mismo camino y de nuevo a las honras fúnebres. Demostración de ello es la lista de nacionalistas caídos por ese odio de razas. No podemos admitir esto. No nos dejemos matar.
La determinación mostrada por los militantes abertzales que empezaron a organizar su autodefensa armada y la campaña del Jagi- Jagi, además de una entrevista personal de Kandido Arregi y Ángel Agirretxe con responsables del oficialismo republicano, tuvieron un efecto contundente. Algunos miembros del Mendigoizale, empezaron a llevar armas y ya no respondían con denuncias, sino con disparos. Poco a poco, ante esta respuesta armada, las agresiones retrocedieron y prácticamente desaparecieron las emboscadas nocturnas.
La situación mejoró en pocas semanas, de tal modo que en el otoño de 1934 el clima entre ambos sectores había cambiado lo suficiente como para intentar una coordinación frente a la huelga revolucionaria de octubre. Representantes socialistas y comunistas participaron en casa de Ángel Agirretxe director de Jagi-Jagi, en distintas reuniones a las que también asistieron STV, la Federación de Mendigoizales, ANV y, por el PNV, Heliodoro de la Torre.
No obstante, la coordinación se malogró debido a que el PNV se negó a firmar la convocatoria de huelga general. Poco después, José Antonio Agirre escribirá, en referencia a esta defección del partido: “Yo concibo a mi pueblo luchando hasta las últimas consecuencias por su libertad. Pero por banderas extrañas, no”. Se trata del mismo hombre que poco después sí iba a concebir a “su pueblo” luchando en la defensa armada de la República española.
A pesar de estos episodios de acercamiento coyuntural, las relaciones entre obreros nacionalistas y sindicalistas españoles fueron siempre tensas y difíciles. Con relativa frecuencia surgían roces, enfrentamientos o asuntos graves como el de la contratación de trabajadores de la marina mercante. En la primavera de 1936, se produjo un episodio espinoso, con gran repercusión en los ambientes sindicales del puerto de Bilbao. Los sindicatos CNT y UGT trataron que los marinos contratados fuesen escogidos de sus bolsas de empleo. De este manera confiaban en aumentar la filiación sindical de este sector.
El semanario mendigoizale, mediante la pluma de Etarte, alzó la voz en contra estos intentos. En palabras del articulista, tanto la CNT, como la UGT, son eminentemente españolistas y en sus postulados económicos sociales llevan inoculada su alma española.
De ahí que, según Etarte, jamás practicaran el internacionalismo de que presumen. Si el sindicalismo vasco, y en concreto STV-ELA consintiera, peligraría el sindicalismo solidario. Para el escritor jagijagista, STV es la organización sindical que representa el espíritu social vasco. Sus postulados eminentemente cristianos han de ser igualmente conformes a nuestro brío racial. La nación de Etarte, debe de constituirse en la reunión fraternal. La patria es de todos, dice, y los empresarios nunca deberían haberse colocado enfrente de sus trabajadores. El sindicalismo vasco nació como “consecuencia de esa hermandad nacional” y ahora afronta la amenaza extranjerista en forma de rivalidad sindical.
El hecho que motivará la intervención escrita y la divulgación de este asunto, fue la expulsión de tres marinos vascos, por orden del alcalde de la ciudad de Vigo sometido a presiones socialistas, del buque Anboto Mendi. Etarte considera este hecho un escándalo, ya que el navío pertenece al armador Sota, miembro del partido y del sindicato y subraya que si abandonamos hoy a los marinos acorralados por los enemigos de la Patria, merecemos ser execrados mañana por nuestros propios hijos.
En nombre de Jagi-Jagi, Etarte asume, por tanto, la defensa de estos marinos, pero al mismo tiempo se dirige a los empresarios nacionalistas a los que urge la formación de una Patronal nacionalista y el fomento de la contratación de trabajadores nativos.
Durante el verano del 36, menudearon los casos denunciados en Jagi-Jagi de trabajadores autóctonos despedidos y luego sustituidos por afiliados a UGT. Otro supuesto fue el del Vivero de Zornotza, gestionado por la Diputación (durante todo el mandato republicano en manos de una Comisión Gestora elegida a dedo), de donde salieron cuatro obreros vascos para que fueran contratados cinco ugetistas. El resto de trabajadores del Vivero se declaró en huelga como protesta y se registraron diversas acciones en la zona, en solidaridad con los despedidos, que se saldaron con intervención policial y detenciones.
CAPÍTULO IV
Política nacional vasca
Paralelamente a sus artículos sobre asuntos sociales, el escritor de Abadiño alternará sus colaboraciones en Jagi-Jagi con apuntes de política nacional. Uno de los primeros es el publicado el 18 de agosto de 1934. Referente a su contenido, Etarte empieza constatando la división en la sociedad vasca. Eso que muchos años después se intentará camuflar con el complaciente adjetivo de “pluralidad” o “pluralismo”social vasco, es calificado por Etarte sin contemplaciones como dos clases de hombres, dos razas, dos mentalidades, dos corazones. Unos confiesan a Euzkadi como única patria de los vascos. Otros niegan a los vascos los derechos de soberanía, independencia y libertad. Y ambos conviven en el mismo territorio, pero la condición política es muy distinta.
Unos, dice, son los invasores que nos odian con odio de imperialistas y a quienes, ¿porqué no decirlo?, les odiamos los buenos hijos de Euzkadi, con odio de esclavos.
Pero en esta tragedia, habitual en los pueblos ocupados, lo más triste es sostiene Etarte ver que hay vascos que siguen lamiendo los pies a quien manchó su frente con la ignominiosa esclavitud que hoy padece.
De modo que la libertad vasca tiene dos clases de enemigos. Unos son los capitalistas vascos descastados, los que no tienen patria o se venden a la más propicia y niegan a su propia madre con tal de ver satisfecha sus ansias de riqueza. Otros son los hijos de España. Etarte considera, sin embargo, que no son todos los españoles, porque hay algunos que se hallan a nuestro lado, comprendiendo nuestro derecho. Y que, cuando decimos español, nos referimos al pueblo español como unidad nacional.
También describe el panorama de ocupación militar, consecuencia de las guerras carlistas y la conmoción que supuso entre los vascos la abolición foral, tras de lo cual una serie de agresiones legalizadas, junto a las prohibiciones políticas, sirvieron para ahogar por la fuerza, única razón que en Euzkadi ha tenido España, la protesta del vasco. Una vez “normalizada” la situación, fueron continuos los ataques que desde Madrid -encarnación de España- se dirigen para arrancarnos el último vestigio de libertad, pues eso representa el Concierto para nosotros: algo de un mucho ya que pasó.
Además de las referencias tradicionales sobre la ocupación española, los escritos de Etarte examinan sobre todo asuntos de la conflictividad interna en el nacionalismo. Desde la puesta en marcha de Jagi-Jagi es palpable la existencia de dos sensibilidades dentro de un mismo partido. Sin duda, ambas responden a los defectos del proceso de reunificación culminado en 1930, entre PNV y CNV, que los mendigoizales siempre vieron como un fraude para los verdaderos ideales nacionalistas.
En la última época de la publicación jagi-jagista, durante los siete primeros meses de 1936, los artículos de Etarte, aunque no olvidan los asuntos sociales y económicos, tratarán también otros temas de la actualidad vasca. Aumentan las intervenciones del escritor de Pobeña, sobre todo al cesar la colaboración de Eli Gallastegi, precisamente en esas mismas fechas. Etarte es uno de los que se ocupa de mantener encendida la llama del Frente Nacional propuesto por el líder independentista, extendiendo de ese modo la polémica que se había establecido en torno a la necesidad de aceptar el JEL aranista en su sentido religioso.
El Jagi-Jagi sirvió como vehículo para popularizar la campaña en favor de la convergencia vasca y la estrategia frentista, que pudiera abordar la situación política y las diferentes convocatorias electorales desde un punto de vista nacional, aparcando provisionalmente las diferencias políticas o partidistas. Los grupos nacionalistas, PNV, ANV y el sindicato STV fueron los requeridos para este bloque nacional, sin que las demandas de Eli Gallastegi surtieran efecto, salvo en ANV o en Solidaridad ya en 1937. Por contra, sirvieron para confirmar la existencia de un doble punto de vista en el seno del partido jeltzale: por una lado, las jerarquías y puestos dirigentes, ocupados en su mayoría por elementos comunionistas, que dirigidos por Aguirre llevarían a la práctica una política de acercamiento a las condiciones españolas. Y por otro, los jóvenes mendigoizales que mantuvieron el espíritu aberkide reivindicativo, recuperado en 1921 con la nueva fundación del PNV, luego malogrado tras la reunificación de 1930.
Etxebarria consolida los argumentos gallastegianos desde la perspectiva católica y abertzale, con lecturas de Sabino Arana o mediante citas “frentistas” procedentes del cardenal belga Mercier, que propició la unión nacional de los belgas sin distinción de credos con ocasión de la invasión alemana durante la Primera Guerra Mundial. En dos colaboraciones consecutivas, fechadas en enero de 1936, Etarte expone la orientación de los jóvenes patriotas ante las elecciones generales españolas.
La expectación entre los nacionalistas sobre la postura que Jagi- Jagi iba a adoptar en estas elecciones justifica esta intervención de Etarte. La propuesta de los mendigoizales para los comicios consistirá en defender el Frente Nacional Vasco como respuesta a la ofensiva política e institucional española. Etarte cree que es el momento oportuno para el frentismo nacionalista, que Gudari venían pidiendo desde comienzo de la década. Sostiene además, que las elecciones españolas son para hacer política o gobernar en España, puesto que política vasca solamente haremos cuando rijamos los destinos de Euzkadi y nunca antes. Por lo tanto, no tiene sentido nacionalista acudir a estar elecciones como organización política, sino como frente nacional.
Etarte apoya sus tesis en Sabino Arana, recordando la doctrina sobre la ley española y la necesaria unidad de los vascos con el fin de acabar con la intervención de octubre de 1839 que el precursor de Abando proclamó. Así, el articulista concluye desde la lectura de Arana, el derecho y la necesidad de unirnos para derrocar lo que es causa de nuestra esclavitud. Es frente el problema de la libertad ante el que Euzkadi exige la formación de ese frente nacional vasco. Etarte deslinda la labor política, el programa partidista que se desarrollará cuando Euzkadi sea libre, de la labor patriótica y del consenso nacional que debe de inspirar el Frente nacional. Y cree que, después de haber leído a Arana, no habrá organización nacionalista, ni patriota que no sienta la necesidad de la formación de ese frente nacional.
Los artículos finalizan con una llamada a los patriotas para que luchen por la formación de ese Frente, que sin embargo la actitud del PNV hará inviable. En contra de la opinión y los deseos del articulista de Jagi, una vez más las jerarquías del partido no recogieron la oferta y prefirieron continuar su camino de entendimiento y colaboración estatal, mientras abrían cada vez más el foso que les separaba de la militancia mendigoizale.
El 15 de febrero de 1936, en vísperas de las elecciones generales estatales que darían el triunfo al Frente Popular, Etarte se enfrenta dialécticamente a las teorías expuestas por Acción Vasca, órgano de ANV que sigue el pensamiento de Kizkitza sobre la interpretación del nacionalismo vasco, para justificar su propia intervención electoral en el Frente Popular español. Los mendigoizales han visto cómo su oferta de Frente no les interesa a las organizaciones que se dicen patriotas y en la primera página de ese número hacen público su negativa a apoyar a unos candidatos que no han contestado a su oferta, pero que con su proceder implícitamente han rechazado el Frente y no garantizan un comportamiento nacionalista coherente. Se ha consolidado por lo tanto, en el plano de las alianzas políticas e ideológicas, la separación doctrinal latente desde 1917 y que se intentó cerrar en falso en 1930 consumando por lo tanto también la vulneración de los acuerdos de Bergara. Los mendigoizales consideraran que los dirigentes peneuvistas han roto las promesas consensuadas y el texto rubricado que facilitaron aquella unión.
En medio de este clima y en un momento histórico electoral en todo el Estado, Etarte toma el testigo de Gallastegi enfrentándose al revisionismo de Kizkitza, recogido en parte por el articulista de Acción Vasca. Según éste, la independencia no es factor de la nacionalidad, porque lo más conveniente es asegurar el libre ejercicio de todas aquellas prerrogativas que sirvan para mantener vivas las raíces vitales de nuestra identidad. Es conveniente por tanto aprovechar las posibilidades que ofrece el régimen republicano y potenciar el idioma, la cultura, la universidad, dirigir el orden público, ocupar los puestos y jerarquías etc. Estamos de nuevo ante la claudicación que Kizkitza venía proponiendo desde que en 1917 reabrió el asunto de la supuesta involución españolista de Arana y el debate sobre los fines y objetivos del nacionalismo.
Etarte contesta a Acción Vasca definiendo la independencia como medio para la existencia de la nacionalidad, no como factor de la misma. Pero como un instrumento necesario e imprescindible, para la vida de esa nacionalidad. Esta era y sigue siendo la diferencia entre quienes se comportan como construccionistas nacionales, cómodos en la prisión autonómica, y quienes reivindican la independencia como imprescindible para una construcción nacional verdadera. Para Etarte, como para los independentistas de todos los tiempos, no puede haber verdadera vida nacional sin libertad completa. El principio de nacionalidad, sostiene el joven mendigoizale, es el derecho a la vida propia. El fin último de todo nacionalismo es conseguir el derecho a la vida nacional. Pero dice Etarte, esa vida nacional es imposible dependiendo de otros pueblos. Buscamos la independencia como escenario necesario e imprescindible, para que su vida sea una realidad. Cuando se pierde de vista esta perspectiva, el nacionalismo se desvirtúa entretenido en otros caminos y rodeos.
Esa era precisamente la situación del PNV tras las decisivas elecciones de febrero de 1936, que cambiaron la correlación de fuerzas en el Estado, en las que perdió un 20% de votos en Bizkaia, un 19% en Gipuzkoa y un 32% en Araba, registrando en Nabarra una escasa subida de 609 votos. Los articulistas de Jagi aprovecharon los malos resultados peneuvistas para arreciar en sus criticas a la pérdida de objetivos y orientación del partido. Etarte exigía el 7 de marzo de 1936 responsabilidad patriótica en un panorama desolador.
El nacionalismo vasco, que nació para libertar a Euzkadi de la esclavitud extranjera, está hoy destinado a alcanzar del poder español unos metros de carril y algunas locomotoras. Ese partido que surgió para romper toda relación política con el extraño, se limita en la actualidad a fomentar esas mismas relaciones y toda su potencialidad está representada en el número de actas que puedan alcanzarse, para ir allá, al corazón mismo del invasor, con la intención de ayudarle a salir de apuros y peligros.
Advierte también que en el momento presente ya no se discute el derecho del intruso a dictar leyes a nuestro pueblo, sino que por el contrario, se va a él mismo con leyes y proposiciones pidiendo sean refrendadas, aprobadas y legalizadas por ese poder injusto. Ahora el nacionalismo está relegado a término de partido político español.
Frente a esta actitud, el articulista reafirma el principio independentista:
Nuestro único problema es el de la libertad. Ni derechas ni izquierdas, ni concepciones sociales, ni aún religiosas mismas, ni la cuestión de régimen es la que a nosotros nos afecta. El único y exclusivo problema que Euzkadi tiene ante el mundo es el de su libertad nacional. Los demás, cada pueblo debe solucionarlos por sí mismo, sin ingerencias extrañas. Por eso nunca discutiremos, desde el punto de vista nacionalista, la bondad o maldad de la ley, acaso la autoridad que tal ley nos dicta. Negamos a todo otro pueblo el derecho a dictar normas que regulen nuestra vida ¡Cuánto más no hemos de negarnos a que representantes de aquí vayan al extranjero a pedir esas mismas normas!
Etarte despliega en este artículo las claves de ese nacionalismo esencialista que tanto teme y denigra el nacional-regionalismo, empeñado en formar parte indisoluble del Estado español, participar en sus problemas, contribuir a su legislación y tomar intervención en sus parlamentos y aún en sus gobiernos, con la disculpa y bajo la coartada de lo más conveniente para el pueblo. Advierte también, en referencia a la pérdida de votos y afiliados, que son muchos los que ante al absurdo colaboracionismo españolista, que hoy las diversas organizaciones nacionalistas sostienen, van abandonando sus filas.
Se refiere al caso de quienes, como él, Eli Gallastegi o poco después, el mismísimo Luis Arana, dejarán un partido que ya no tiene nada que ver con el nacionalismo. En abril de 1936 escribirá también sobre el uso abusivo e indistinto de nacionalismo y partido nacionalista que pretende vincular el uno al otro, para más tarde aparecer como único representante del nacionalismo vasco quien no es otra cosa que usurero y mal hipotecario. Porque, entre el contenido que encierra el término nacionalismo vasco y la actuación del PNV, media tal abismo que esa actuación es negación absoluta de todo principio que aquel encierra.
Ni alcalde de Toledo, ni alguacil de Burgos
Un mes después de estas palabras de Etarte, está fechada la primera de una serie de protestas, ante las autoridades del partido, efectuadas por Luis Arana hermano de Sabino, cofundador del nacionalismo y probablemente la primera persona que concibió en el plano teórico la idea nacional vasca luego transmitida a su hermano. Se trata de varias cartas enviadas a los diputados del PNV en el parlamento español, al presidente del Euzkadi Buru Batzar o a Juan Ajuriagerra entre otros, que reflejan el grado de indignación y el desacuerdo que mantenía con la actuación política del PNV. Disconformidad que, por entonces, estaba bastante extendido en una buena parte del Mendigoizale.
Entre los documentos conocidos de Luis Arana, existen ocho datados entre abril de 1936 y abril de 1937 y relacionados con estas circunstancias. Todos ellos contienen duras críticas contra la práctica política del partido y su abandono de la línea fundacional. El más relevante de ellos, uno del 5 de octubre de 1936 dirigido a la Junta Municipal de Abando, contenía la petición de baja como afiliado en el partido del remitente. En ella, el hermano del fundador del nacionalismo, decía: “La doctrina difundida por mi hermano Sabino ha sido traicionada por el BBB, por la trasgresión del más elemental y fundamental principio básico de nuestra doctrina en JEL, consintiendo que nuestro desgraciado Partido Nacionalista Vasco colabore con un ministro que representa al Partido en el gobierno de Madrid, gobierno del Estado español”.
La circunstancia que motivó la reacción de Arana fue la aceptación de un ministerio sin cartera en el gobierno español, a favor de Manuel Irujo como contrapartida por la concesión del primer Estatuto de autonomía vascongado. Luis Arana ya había protestado meses antes por la participación de los diputados nacionalistas en la elección del presidente de la República, considerando que este asunto era extraño a la doctrina nacionalista y el partido no estaba legitimado para intervenir en él, de la misma forma que no intervenía en la elección del “alcalde de Toledo ni alguacil de Burgos”.
Respecto a la causa de su abandono del partido, reiterará en otro documento: “Baja motivada por el traidor consentimiento de las actuales autoridades superiores del Partido a los deseos de Prieto y Largo Caballero en pacto con Aguirre e Irujo, afiliados al partido y simples diputados a cortes españolas. Pacto por el que se hace colaborar al PNV con el gobierno español a cambio de un mísero estatuto español engendro del ridículo “Gobierno Vasco” de una Euzkadi rota”.
El cofundador dimisionario distingue entre la “misión ordinaria” de los diputados nacionalistas en el parlamento español, impidiendo el mal que se pudiera hacer al nacionalismo o “conseguir el mayor bien, moral y material en los asuntos de Euzkadi bajo la opresión extranjera” o perpetrar una “intromisión pacífica en los asuntos de la familia española”. Esta intrusión le recuerda a Luis Arana la estrategia carlista, ya condenada por su hermano en “El partido carlista y los Fueros Vasco Navarros”. Otras protestas de Luis Arana se refieren a la presencia de batallones vascos en la defensa de Asturias, o a la intervención de tropas asturianas en labores de policía y evacuación de algunos municipios vizcaínos.
En general, la posición de Luis Arana coincide con la mantenida por la Federación de Mendigoizales. Desde su punto de vista, la actuación del nacionalismo en la guerra le ha convertido en reo del gobierno de Madrid. En su opinión, el PNV no debía de haber pactado colaboración alguna sino limitarse a la defensa de Euzkadi, aunque coincidiera objetivamente con la guerra de España contra el fascismo. En otra ocasión no obstante, reconoce y agradece al Bizkai Buru Batzar porque en verdad si no han pasado en Bizkaia mayores males en personas y edificios religiosos ha sido gracias al Partido Nacionalista Vasco, aunque también expresa la necesidad de que el partido asuma por entero las competencias de la defensa del orden religioso, al ser la única agrupación de carácter nacional político que combate a la actual rebelión fascista militar y que confiesa su fe religiosa católica.
Mucho tiempo después, Etarte recordaba así el episodio de la dimisión del hermano de Sabino Arana:
Don Luis Arana, que siempre se había sentido muy próximo al Jagi, en la última etapa giró definitivamente hacia nosotros. Era hombre recio, fuerte, de ideas fijas y valiente; le apodaban el Jabalí por su bravura en la defensa de los ideales nacionalistas. Como buen patriota, Don Luis era inflexible y si se marcaba una línea, iba tras de ella hasta el final; no es por tanto de extrañar que al ser nombrado Manuel Irujo ministro del Gobierno de Largo Caballero, al igual que todos nosotros, Don Luis se sintiera agraviado y en consecuencia, se diera de baja del Partido que en compañía de su hermano Sabino había fundado.
En efecto la entrada de un nacionalista vasco en un gobierno español no puede ser calificada sino de escándalo político de primera magnitud. El PNV actual, hasta ahora, no ha cometido el mismo error, aunque en algunos momentos de la transición y del posterior gobierno socialista, concretamente en 1993, estuvo muy cerca de repetir esta ingerencia. Lo cierto es que Luis Arana, verdadero guardián de la ortodoxia nacionalista, no dejó de avergonzar al comunionismo encubierto en las actitudes del partido de Aguirre. Pero aquel episodio, que en otras circunstancias hubiera sido totalmente inconveniente, fue tapado por el abrumador ruido de la guerra y la ley de silencio impuesta por el partido.
Sin duda Luis Arana no quería mantener su nombre unido a un partido colaboracionista, aunque tampoco deseaba que su ejemplo sirviese de desbandada, ya que rogaba a los demás que permanecieran afiliados “para poder encarrilarlo cuanto antes sea posible, en bien de nuestra Patria, entendida y redimida en la doctrina que difundió Sabino”. En su opinión bastaba una víctima como protesta, pero por desgracia el número de víctimas sería mucho mayor, como consecuencia de una opción inoportuna, equivocada y arriesgada, que ya no sabía distinguir los intereses vascos de los españoles.
En otro de los documentos que se conocen, Luis Arana relata una consulta que, el 18 de julio de 1936, le hizo Juan de Ajuriagerra, sobre la intervención nacionalista en defensa de la República. En palabras del mismo Arana, el presidente del Bizkaia Buru Batzar le dijo:
El asunto está gravísimo, porque las sublevaciones militares se repiten y el Gobierno está apuradísimo; el Gobernador pregunta si puede contar con el Partido Nacionalista Vasco; pues él, en caso afirmativo, nos daría las fábricas de armas de Gernika y Markina. ¿Qué le parece a vd. que debemos hacer?.
A esta cuestión Arana contestó que el PNV debía de mantener el orden a todo trance y que de la misma forma aceptar el ofrecimiento de armas y fábricas que se hacía. También recordó la necesidad, expresada en otras ocasiones, de que el PNV tuviera su propia organización militar. El orden a que se refiere es “la conservación de nuestra casa en estos tiempos de opresión... ¿Y cuál es nuestra casa sino Euzkadi?”. Sobra decir que el nacionalismo no recibió las fábricas de armas, ni el control unilateral sobre armamento alguno. En cambio, sí participó en la defensa de un orden: el orden republicano español, con el que se uniría los próximos cuarenta años.
El último debate
Tras la campaña estatutaria y el enfeudamiento del PNV de Agirre con la política nacional española, Etarte como muchos de sus compatriotas, se niega a reconocer la sombra del colaboracionismo que carcome ya el cuerpo del partido. Frente a ella insiste en la claridad de las ideas fundacionales y recogiendo el testigo del PNV-Aberri, que Eli Gallastegi llevó a las filas jagijagistas, se convertirá en su mejor sucesor. Trifón Etxebarria es ya, con apenas 24 años, un político conocido y respetado. Intachable ejemplo de militante nacionalista y católico, progresista y defensor de los derechos obreros, fustigador del capitalismo desde mediados del período republicano, pero sobre todo, insobornable independentista. Con sus artículos, su militancia y sus frecuentes intervenciones políticas, se ha convertido, a mediados de 1935, en un líder independentista joven y popular, habitual en los mítines mendigoizales y en uno de los críticos más agudos del regionalismo colaboracionista del partido.
La desautorización global del joven mendigoizale a las autoridades jelkides es rotunda y se corresponde, evidentemente, con el delicado momento por el que están pasando las relaciones en el seno de la militancia del PNV, después del acoso a Jagi-Jagi y al Euzko Mendigoizale Batza por parte del Bizkai Buru Batzar. Pero sobre todo, las críticas responden a la preocupación con que el movimiento mendigoizale veía cómo se malograba la refundación peneuvista de 1921, después de la vulneración doctrinal del pacto de 1930. Y la causa principal de esta evolución era que ciertos elementos empresariales procedentes de los negocios de Sota, estaban copando los cargos directivos bajo la dirección de Agirre. Y en la misma medida, se estrechaba el horizonte de la política nacional vasca.
Jagi-Jagi publicará sus últimos números en el verano del 36, dejando de aparecer en el momento mismo del golpe militar de julio. Dentro del marco de sus últimas colaboraciones, Etarte entabla un agrio debate público con el periódico Bizkaitarra, órgano de la Juventud Vasca de la época y, a diferencia de años anteriores, fiel seguidor de la línea oficial del partido. En esta polémica, Etarte se enfrentará a algunas acusaciones personales de los airados articulistas del rotativo oficialista, que por recuperar el nombre de un periódico fundado por Sabino Arana los jagijagistas llamaba “pseudo Bizkaitarra”.
En el transcurso de la discusión, Etarte negará al PNV regionalista autoridad moral no ya para controlar, es que ni para inspirar las actividades que al orden social se refieren. Las acciones nacionalistas deben de estar encaminadas en bien del nacionalismo no del partido, sostiene Etarte, y el PNV está desacreditado para poder controlar o arbitrar otras formas de ejercer militancia patriota. En opinión del escritor mendigoizale, el partido no ha sido capaz de llevar al terreno práctico sus repetidas promesas electorales en materia social. Ni siquiera en las empresas que controla, como el diario Euzkadi, la Tipográfica General o Euzko Pizkundia se ha registrado avance alguno. Acusa también Etarte a los propagandistas del partido, por la pretensión de llegar a controlar el sindicalismo vasco, una organización de clase obrerista que recela del propio PNV. Etarte cree que, siguiendo las recomendaciones de Arana y del sentido común, el sindicato debe de estar separado del partido, más aún siendo o pretendiendo ser el PNV una organización interclasista.
El último día de Jagi-Jagi, el 18 de julio de 1936, sorprende a Etarte enzarzado en su disputa dialéctica con el diario Bizkaitarra, al que se refiere como ese testaferro mayor, ese escudero, encubridor de vergüenzas y miserias que últimamente le ha salido a ese desdichado Partido. El lenguaje empleado por Trifón Etxebarria, en este postrero artículo de su etapa juvenil, no deja lugar a dudas sobre la acritud alcanzada. En su habitual línea independentista, criticaba la actuación de los representantes vascos en el parlamento español, sus relaciones normalizadas con los gobiernos del Estado o su constante apoyo e injerencia para resolver los asuntos españoles. Los peneuvistas que dirigían el partido, eran vistos por Etarte como aquellos que prestan su trabajo o su inteligencia para ayudar a quien nos oprime. Estas críticas se leían en el semanario mendigoizale por muchos jóvenes nacionalistas y el efecto que causaban no podía por menos que incomodar al partido de Agirre y Ajuriagerra.
Mientras Jagi-Jagi, dice Etarte, no quiere las leyes españolas porque son como cadenas y mordazas para los vascos, los diputados del partido colaboran en su elaboración. El articulista reconoce que los mendigoizales se ven obligados a acatar el imperio de la ley española por ejemplo, al hacer el servicio militar (el odioso tributo de sangre que los vascos rechazaban) o entregar en el gobierno civil los ejemplares del semanario. Pero lo hacían forzados y sometidos a la amenaza legal impuesta, mientras que representantes del peneuvismo y escritores del Bizkaitarra despachaban con el gobernador civil, recadeaban entre el BBB y el representante de España o lucían en sus currículos antiguos cargos de oficial del ejército invasor.
Etarte exime de responsabilidad al nacionalista que actúa obligado por imperativo de una ley coercitiva y bajo amenaza de castigo. Pero no disculpa a quien utiliza los “derechos” que contiene la ley del ocupante y va más allá de las obligaciones impuestas entrando en contradicción con su conciencia nacionalista. Por último, Etarte emplaza a los de Bizkaitarra con estas palabras:
¿Quieren ser tan ingenuos o tan necios que ignoran la diferencia entre un acto realizado bajo el imperio de la fuerza y el consumado con libertad plena y aún con espontaneidad, como en el caso concreto de la actuación de sus diputados, a los que nadie obliga a hacer lo que hacen, tal como votar la candidatura de Azaña?
Aquel año el debate no dio para más. Fue interrumpido bruscamente, como ya lo fuera en 1923 el protagonizado por Gallastegi y Kizkitza, por el levantamiento militar fascista que desembocó en guerra. Jagi-Jagi no volvería a publicarse, cerrándose con este número 110 una época de la vida política vasca, y con ella de la de Trifón Etxebarria llena de vigor de juventud, ideales abrasadores y toma de conciencia independentista que sólo muchos años después volvería a reabrirse en pleno franquismo.
CAPÍTULO V
La traición a mi país
Etarte dedicó su juventud a la publicación y divulgación de sus ideas políticas y sociales, bien en Jagi-Jagi, bien en los mítines, reuniones y actividades patrióticas en las que participó como militante nacionalista. Cuando estalló la guerra en 1936, contaba veinticinco años y preparaba oposiciones para un puesto de Interventor de Fondos Públicos. Ninguno de los militantes del Mendigoizale Batza desempeñaba cargos liberados. No había “profesionales” políticos, ni sindicales, ni encargados de sede entre los jóvenes abertzales. Todos tenían algún empleo, estudiaban o realizaban distintos trabajos, dedicando su tiempo libre y su entusiasmo a la militancia política.
En ésta, además de la redacción y reparto del semanario Jagi-Jagi, entraban reuniones, relaciones con otros sectores y viajes a otros herrialdes para tomar contacto o coordinarse con los mendigoizales locales. En el momento de estallar la guerra, el Euzkadi Mendigoizale como la mayoría de los grupos y asociaciones políticas, se enfrentó a un cambio radical impuesto por el conflicto. Uno de los asuntos que más preocupaban a los directivos de la Federación, y que se planteó desde los primeros momentos, fue qué actitud tomar. Por un lado, la decisión del PNV de integrarse en la defensa de la República española, y unir esta actitud con la conservación del territorio vasco; por otro, la proximidad de las hostilidades, con el frente a unos kilómetros de Bilbao, pesaban gravemente en el ánimo de los jóvenes montañeros. Además, la comunicación con los grupos nabarros del mendigoizale quedó interrumpida y sólo se mantuvo la comunicación con los guipuzcoanos de Mikel Alberdi, lo que dificultaba la toma de decisiones.
No era ciertamente, el temor a entrar en batalla lo que provocaba esta incertidumbre. Habían leído y oído numerosas proclamas y consignas alertándoles para un próximo enfrentamiento por la libertad vasca. Eran, por tanto, plenamente conscientes de la posibilidad de que su generación estuviera llamada a “mezclar la sangre en el sacrificio”, como rezaba el acuerdo de la Triple Alianza (vascos, catalanes y gallegos) desde 1923. Una mayoría de estos jóvenes además, había venido preparándose en ejercicios montañeros paramilitares, para una posible insurrección independentista. Sin embargo, su instrucción física y anímica había sido hecha pensando en una posible guerra de emancipación contra España, incluso contra la España republicana.
Pocos hubieran imaginado que su entrada en combate iba a ser precisamente a su lado y por defender la legalidad de Azaña, Prieto y compañía, a quienes consideraban enemigos mortales y que venían negando obstinadamente cualquier argumento independentista. Enfrentados a los “elementos gubernamentales” (militantes del PSOE, UGT y otros republicanos españoles), con recientes y dramáticos episodios en la memoria, los mendigoizales se encontraron atrapados en el callejón sin salida de una nueva guerra española, arrastrados por compromisos de partido asumidos por PNV principalmente, pero también ANV. Condicionados por acuerdos cuyo alcance desconocían y por la presión que ejercía el partido mayoritario, a unir su suerte con la de aquellos a quien señalaban como sus ocupantes.
Como ha escrito José Antonio Etxebarrieta, la “posición de los dirigentes del PNV ante la guerra fue rápida y aún más las de los diputados, pues era la continuación lógica de su postura ante la II República española”. Mientras que, sostiene este mismo autor, refiriéndose al compromiso político del Mendigoizale “cuando estalla la guerra, el abstencionismo se ve preso de su falta de táctica inmediata. A todos y cada uno de sus miembros se les plantea el problema personal... si está mal complicarnos en la tercera guerra carlista ¿no está aún peor dejar a nuestros hermanos..?”. De modo que a los independentistas sólo les quedaban dos disyuntivas según Etxebarrieta, lo malo o lo peor.
En cambio, quienes creyeron que había otra alternativa fueron los líderes ya apartados de la vida política, como Luis Arana, Ángel Zabala, Kondaño o Eli Gallastegi, quienes fueron consultados expresamente por varios miembros del Mendigoizale Batza sobre la postura a adoptar. Eli Gallastegi se refirió a la situación como el momento apropiado de poner pies en la pared, para evitar de nuevo caer en la absorbente trampa españolista que periódicamente se cierne sobre la política vasca. También aseguraba que, “fuese cual fuese el resultado de la guerra el PNV y ANV habían hundido definitivamente al nacionalismo”. Kondaño por su parte, calificó de “durísima la conducta del PNV y ANV, al mezclarse y mezclar a todo el pueblo euzkotar en una guerra de marcado carácter españolista”. Mientras que el hermano de Sabino Arana, sin duda con Zabala uno de los más autorizados intérpretes del nacionalismo fundacional, siendo enemigo de la colaboración del PNV se mostraba discrepante en la forma, aunque no en el fondo.
En todo caso, la negativa del PNV, impedido por sus compromisos con los líderes republicanos y por los sectores más conservadores del partido, para entrar un posible Frente Vasco y apostar por una declaración de independencia, junto a la evidencia de que sus quintas iban a ser llamadas a filas, hizo que la Federación optase por incorporarse a la defensa vasca. Finalmente los mendigoizales aportarían dos batallones: el Zergaitik ez? y el Lenago il. En tanto que otros muchos medigoizales integraban también los batallones de pertenencia nominal al PNV. De facto, fueron las Federaciones del Mendigoizale de los distintos herrialdes quienes formaron el cuerpo central del Euzko Gudarostea.
A pesar de esta participación, los jóvenes nacionalistas no llegaban a calibrar en toda su dimensión el verdadero significado de aquella decisión. Desde la visión independentista del Mendigoizale, rechazando las relaciones, componendas y negociaciones con el Estado y sus partidos, la guerra parecía una nueva carlistada de la que los vascos debían procurar librarse. La Federación transmitió entonces esta preocupación a los órganos dirigentes del PNV, proponiendo la constitución de un organismo militar que se ocupase de la defensa del país, desde una perspectiva independentista. Por otro lado, fue el mendigoizale Lezo Urreztieta quien hizo posible la llegada al puerto de Bilbao de las primeras armas necesarias para hacer frente a los fascistas.
Estando estas armas bajo custodia de voluntarios mendigoizales Etarte, de acuerdo con sus compañeros de Federación, propuso al lehendakari su incautación unilateral y la utilización de la fuerza para proclamar la independencia:
Fuí a ver a Agirre para sugerirle que los medigoizales se apoderasen de la primera partida de armas antes de que pudieran descargarla. De este modo quedarían asegurada la superioridad de los nacionalistas y la causa de la independencia vasca. Agirre se mostró horrorizado: Eso sería traicionar al Frente Popular, dijo. Yo, que tenía sólo veinticinco año repliqué: La única traición que conozco es la traición a mi país.
No es difícil imaginar el efecto político que hubiera tenido esta iniciativa, cualquiera que hubiese sido el resultado de la guerra. Su valor movilizador en aquellos días y su importancia como precedente histórico para el futuro, parece incuestionable.
Estas actitudes mendigoizales habían sido la consecuencia de distintas reuniones y asambleas de militantes. La Federación, como ya hemos referido, realizó una encuesta tratando de confrontar sus posiciones con algunos notables del nacionalismo independentista, cuyo criterio coincidía con el que mantenían los montañeros vascos. Además, a los antes citados, hay que añadir la respuesta de Kandido Saseta, Comandante en Jefe del Euzko Gudarostea, quien advirtió que él había sido requerido por dirigentes del partido “para una cosa independentista, no autonomista”. No cabe duda de que la posterior evolución del conflicto y su gravedad intrínseca desbordó y ocultó todas estas consideraciones, pero lo cierto es que aunque no sean datos muy conocidos, la Federación de Montañeros hubo de incorporarse a la estrategia del partido arrastrada por los acontecimientos y en medio de importantes dudas entre sus miembros.
En la guerra, el PNV y el presidente del gobierno vasco se vieron al frente de una coalición de izquierdas españolas, derechas vasca, sindicalistas de todos los signos posibles y mendigoizales independentistas y anticapitalistas. Fuerzas heterogéneas, antes adversarios, que frente al enemigo común se encontraron en el barro de la misma trinchera. Fuerzas antivascas y gudaris nacionalistas, católicos acérrimos junto a convictos descreídos, independentistas desorientados al lado de anarquistas confusos, formaron el batiburrillo que se dio en llamar Euzko Gudarostea. Un apresurado reclutamiento de antifascistas de cualquier color, dirigido por un gobierno de “peritos industriales”, que sirvió de sparring a los tercios afro-navarros de Mola y a los junkers o stukas y heinkels de Hitler.
Atacados por una “Cruzada” que habían bendecido los obispos del Estado y el Vaticano, con la desafortunada ingerencia del secretario Pacelli, futuro Pío XII, y desasistidos por la vergonzosa “No intervención” de las democracias, poco podían hacer aquellos aprendices de héroes que dejaron en la guerra vidas e ideales y en las páginas de nuestra historia la épica de un sacrificio memorable. Los mendigoizales entraban en combate tras hacer la señal de la cruz, mientras en el lado contrario los requetés hacían lo mismo después de comulgar. En estas condiciones, y al margen de un elemental instinto de supervivencia o la sublimación del ideal nacional, aquellas trincheras repletas de montañeros católicos, ateos bailarines y comunistas dogmáticos, no sabían muy bien porqué luchaban. Estaba en juego la legalidad republicana o el Estado aconfesional, pero también el Estatuto de los católicos, el orden capitalista, las promesas revolucionarias o el sueño de la libertad vasca. Sin contar con el cálculo de los mejor informados, convencidos de que en el mejor de los casos y después de tanto sacrificó, apenas se lograría mejorar algo el Concierto, rebajando el cupo a pagar al Estado.
La resolución de esta confusión práctico-ideológica no era precisamente una de las capacidades del lehendakari Agirre, un político timorato que se horrorizaba ante las propuestas radicales, siempre atento a sus compromisos con Madrid y a guardar las formas y buenas relaciones con la diplomacia del ocupante. Podemos imaginar las dificultades de aquel dirigente si tenemos en cuenta su confesionalidad católica, su currículo como figura relevante de la democracia cristiana y su conservadurismo social, obligado a coaligarse con obreros ateos o descreídos ateneistas, acuciado por sus juventudes y abrumado al tener enfrente al carlismo, con quien tanto había amigado, o a la derecha española bendecida por el Papa más anticomunista de la historia. Sin embargo, nada de esto fue suficiente para impedir el retorcimiento doctrinal, que llevó a toda una generación de nacionalistas a incumplir clamorosamente sus principios ideológicos.
Por el lado de Acción Nacionalista Vasca, su adscripción al Frente Popular y sus posiciones sociales le ponían junto la República. Durante la guerra, ANV fue un aliado fiel, lo mismo de los republicanos españoles que del PNV, en cuyos gobiernos de coalición participó siempre con una cartera. En general, la línea escogida estuvo en consonancia con el objetivo prioritario antifascista de ganar la guerra a la sublevación y aplazar para después las luchas nacionales o sociales. Por otro lado, ANV había estado también junto al PNV en la campaña autonómica,[3] aceptando el proceso estatutario, si bien en su programa de 1936 — en el que se corrigen varios puntos del Manifiesto de San Andrés de 1930 — quedó bien clara su vocación independentista. Asimismo era la única fuerza política vasca que, en los años treinta, se había mostrado dispuesta a formar parte del Frente Nacional Vasco, propuesto por Gudari en 1934. Sin embargo, durante la guerra y después en los años de exilio nunca planteó problemas ni escrúpulos independentistas, al autonomismo a tumba abierta del presidente Aguirre y de su gobierno.
En el conjunto de fuerzas abertzales, el Mendigoizale constituyó la única radicalmente autodeterminista. Su prioridad, incluso desde las trincheras, donde estaban obligados por la estrategia global del Gobierno Vasco, fue la independencia sin condiciones y su estrategia política la formación de un Frente Nacional con PNV, ANV y STV. Es obvio que las características políticas del Mendigoizale, conducen a plantear su participación en el conflicto como una contradicción, tan dramática y preocupante como la que tuvieron que arrastrar Agirre y sus compañeros. Los independentistas se unieron, de manera formalmente voluntaria, a un Ejército y un gobierno basados en un Estatuto concedido por el gobierno y parlamento español, dirigido por una coalición vasco- española y sin que nadie le prometiera nada sobre el resultado final de la guerra.
¿Pero era posible la abstención? El Mendigoizale se encontraba ante un dilema de difícil solución. De un lado, dejarse arrastrar a una lucha y morir por la supervivencia de un Estado al que consideraban su invasor. De otro, ver a sus hermanos desangrarse a las puertas de casa, mientras carecían de la fuerza política suficientemente para imponer otra alternativa. O, sus propuestas eran desestimadas por las fuerzas mayoritarias. Estas circunstancias se reflejan en la opinión de José Antonio Etxebarrieta, que antes hemos recogido.
Las críticas a la participación global de los nacionalistas vascos en la guerra de España, las volvería a formular Eli Gallastegi años después. El pueblo vasco escribió, “tenía una venda en los ojos” que le impedía juzgar por sí mismo ante la propaganda intervencionista del PNV. Los nacionalistas seguían “actuando a remolque de nuestros dominadores” y la guerra terminó atrapando a todos, independentistas radicales incluidos. Al margen de algunos sucesos, como el del batallón de Jagi presente en la jura del gobierno vasco en Gernika, que con gritos de “Agirre traidor” o “Abajo el Estatuto” indicaron su contrariedad o la visita oficial de Trifón al lehendakari reclamando una acción unilateral, las posiciones abstencionistas se perdieron ocultadas por el envolvente humo del conflicto.
José Antonio Etxebarrieta culpará al abstencionismo mendigoizale por no tener un plan de conjunto. “El abstencionismo, dice, comunicaba directamente con la insurrección, pero se detuvo indeciso en su umbral dando golpes de pecho ante los escándalos intervencionistas” ¿Cómo y cuánto influyó en esto la retirada prematura de Gudari de la vida política, formalizada un par de años antes? ¿Qué podía hacer ante el conflicto la joven generación jagi-jagista representada por los Etarte, Arregi, Alberdi etc. que apenas estaba tomando el relevo? Es difícil resolver estas cuestiones. Etxebarrieta sostiene que “en contraste con la rica estrategia nacionalista que siempre ha poseído,” el abstencionismo “más romántico y menos politiquero que el intervencionismo”, adolecía de falta o de errores de táctica.
De este modo, las posiciones mendigoizales se encontraban cada vez más marginadas y diluidas en la brutal realidad del conflicto. La presencia de la guerra y la necesidad de defenderse ante el fascismo, se impone sobre cualquier otra consideración. Al final, en la desconsolada retirada de Santoña, la proclamación testimonial y rabiosa de una República Vasca independiente quedará como signo de una frustración, que se agarra con desesperación a un futuro incierto. La guerra había terminado, pero el Estatuto no. José Antonio Etxebarrieta subraya en una línea perfectamente coincidente con Gallastegi: “La defensa de Bilbao, la sangre derramada, el heroísmo del pueblo, aunque sea triste decirlo, son accidentes que nada demuestran, porque todo estaba ya expresado desde 1932: que la masa popular seguiría a sus dirigentes a donde éstos le condujeran. Para el nacionalismo, la participación vasca en la guerra internacional española se inscribe en el pasivo. Que fuera inevitable en julio de 1936 la opción tomada, no obsta para que haya sido nefasta”.
Y en 1978, Etarte por su lado recordaba así los momentos de la guerra:
Al estallar la sublevación no le concedimos excesiva importancia; la consideramos como la tercera carlistada, como una guerra ajena a nosotros y que por tanto no nos atañía y en la que nuestro papel debía centrarse en conservar el orden y en defender los intereses del país frente a los posibles atropellos ocasionados por el conflicto. En consecuencia, y así se lo hicimos saber entre otros al PNV, propugnábamos una organización militar unificada, formada sobre la base de los grupos nacionalistas, lo que finalmente no se llevó a cabo porque el Partido, en Bizkaia, llevó inmediatamente la iniciativa en este terreno, arrastrando tras de sí a multitud de elementos nuestros, más propensos a ser llevados por el sentimiento que a guiarse de la razón.
Los primeros mendigoizales entraron en combate en la defensa de Gipuzkoa. El líder de estos, Mikel Alberdi, caído en los primeros enfrentamientos, murió en acción de guerra en Bidania, el día 16 de agosto de 1936, pocas horas después de asistir a una reunión del primer Comité de Guerra organizado en suelo vasco. Trifón Etxebarria le recordaría siempre: Hombre de categoría excepcional a la par que alma de nuestra organización en Gipuzkoa. La desaparición de Alberdi, al parecer un líder con apreciables cualidades organizativas y militares, frustró también una mejor coordinación del Mendigoizale junto a la posibilidad de formación de un mayor número de batallones procedentes de la Federación.
Posteriormente, y hasta la reconducción de la guerra por el gobierno vasco en octubre de 1936, el Euzko Mendigoizale Batza seguirá en este organismo en el que también estaban PNV, Euzko Nekazari, STV y Acción Nacionalista Vasca. Para los mendigoizales, este Comité de guerra, formado casi espontáneamente en los primeros momentos del golpe militar, era un embrión del Frente Nacional que tanto habían defendido. Los firmantes habituales de las actas de reunión del Comité eran Aramburu por STV-ELA, Lazkano por Euzko Nekazari, Garmendia en nombre de PNV, Mitxelena de EAE-ANV y Mikel Alberdi por Euzkadi Mendigoizale Batza.
No obstante, la inflexión autonómica de la vida nacionalista vasca pactada con el gobierno republicano de Largo Caballero por la dirección del PNV, dejó una vez más de lado esta posibilidad frentista. En Octubre de 1936 las Cortes españolas conceden a los vascos un Estatuto de Autonomía, culminándose de este modo todo el proceso abierto en 1931, liderado por los antiguos comunionistas del PNV junto a algunos líderes ex-aberri, como Manu Egileor y con Manuel Irujo de ministro sin cartera en el gobierno de Valencia. Los mendigoizales llamaron a este documento el “Estatuto de Elgeta” por la coincidencia entre la “generosidad” española y la lucha que se producía en aquellas fechas en torno a este pueblo, clave en la defensa vasca. Los miembros del Mendigoizale recibieron el Estatuto, aseguraba Etarte, como lo que era “una maniobra del Gobierno de Madrid, que cedió un simulacro de autonomía para asegurarse nuestro apoyo en la guerra”.
Cuando el 7 de octubre en Gernika, tras haber recibido del gobernador español de Bizkaia la delegación del poder estatutario y haberse postrado el día anterior ante la Virgen de Begoña, el lehendakari Agirre terminó su juramento en la ceremonia con un “Gora Euzkadi”, un grupo de jagi-jagistas apostillaron con “¡Azkatuta!” y cantaron luego algunas canciones independentistas. Fue, ciertamente, una de las escasas manifestaciones de discrepancia ante aquel rito -luego mitificado- de frustración y engaño, fabricado a medias entre Madrid y Bilbao, entre el PSOE de Prieto y Largo Caballero y el PNV de Agirre- Ajuriagerra e Irujo.
Años más tarde, José Antonio Etxebarrieta, escribirá refiriéndose a este y otros rituales frases tan rotundas como “Los vascos somos muy difíciles de convencer, pero muy fáciles de engañar” o “La urgencia inmediata de la lucha, ideológica y armada contra la rebelión, prima sobre toda otra consideración. Por ello, la controversia nacionalista se ve relegada al cuarto de los trastos engorrosos al que de cuando en cuando se acude en busca de un ornamento lúcido o de jarabes folclóricos que enviar a primera línea”.
CAPÍTULO VI
Patria Libre
Los mendigoizales estaban curados de carlismo. Conocían y asumían la doctrina aranista, el rechazo al fuerismo y el descubrimiento nacional que superaba sus anteriores confesiones políticas. Pero, para lo que no estaban preparados era para contrarrestar con éxito el autonomismo, doctrina fenicia y sucedáneo del foralismo concertado que les llevará a esta “tercera carlistada”. Cuando tuvieron que elegir entre la deserción o la guerra, los miembros del Jagi-Jagi seguían discutiendo con sus adversarios de viaje sobre la pureza doctrinal, como antes lo habían hecho Gudari, Kondaño o Luis Arana entre otros.
Una vez tomada la decisión de sumarse al ejército vasco, Trifón Etxebarria apenas estuvo unos días acuartelado. Sin haber entrado en combate, fue requerido para una tarea que se estimaba imprescindible: la publicación de un periódico, cuyos destinatarios principales iban a ser sus propios compañeros de armas. Jagi-Jagi había dejado de editarse el 18 de julio y, desde entonces, el Mendigoizale carecía de un órgano de expresión que se identificase con el independentismo y las ideas compartidas por la mayoría de sus miembros. La falta de una voz propia que, en medio de la guerra, siguiera manteniendo la luz encendida por Gudari y los suyos contra el desviacionismo del partido, aconsejó entonces la puesta en marcha de Patria Libre, cuyo primer número saldrá de las planchas el 30 de diciembre de 1936.
Etarte fue responsable, editor y editorialista de Patria Libre. En el periódico colaboraron asimismo numerosos escritores, cuya verdadera personalidad resulta hoy difícil de conocer debido a la utilización generalizada de seudónimos. No obstante si se reconocen, entre otras, las firmas de Polixene de Trabudua, Itxaso o el poeta Larrañaga, todos los cuales también eran habituales en Jagi-Jagi. Patria Libre se publicó hasta el 25 de abril de 1937. En ese tiempo, lograría sacar quince números que hubieron de sortear las dificultades del periodo de guerra y forcejear, a veces incluso con la censura de la Consejería de Interior del Gobierno de Euzkadi, que en distintas oportunidades prohibió algunos artículos del periódico mendigoizale. Además de estos obstáculos, los editores de Patria Libre se quejaban en alguna ocasión de los impedimentos que los responsables políticos o militares vascos ponían al reparto de su periódico entre los combatientes. Al parecer los ejemplares de Patria Libre no llegaban a los lugares donde estaban desplegados los batallones mendigoizales, con la fluidez que lo hacían otros medios de prensa afines al gobierno.
En cuanto al contenido de esta publicación, dirigida por Trifón Etxebarria desde el primer momento, Patria Libre retomará el independentismo jagi-jagista como lema principal. Los editoriales, salidos de la pluma de Etarte, proclaman el objetivo de alzar nuestra voz de pueblo sojuzgado que ansía vivir libre. Teniendo en cuenta las especiales circunstancias bélicas, enfrentados en el campo de batalla dos concepciones sociales y políticas antagónicas, el papel de Patria Libre consistió en afirmar y radicalizar en lo posible las anteriores posiciones mendigoizales. Como era habitual en las colaboraciones anteriores de Etarte, abundan las críticas al capitalismo y a sus brazos armados, el fascismo y el imperialismo, a quienes considera responsables de la falta de libertad de la patria vasca.
La frecuencia del periódico es semanal y una de sus características más llamativas es que, a pesar de publicarse en los meses de conflicto, Patria Libre no fue un periódico de guerra. Fue, eso sí, un periódico de combate. Pero de combate ideológico, como ya lo fuera su predecesor Jagi-Jagi. No hay noticias, ni rastro alguno de acontecimientos militares, ni arengas políticas que no tuvieran precedente en el semanario anterior de los mendigoizales. Los asuntos más tratados fueron las cuestiones sociales y el frente nacional. Aparecen también secciones fijas con noticias sobre la organización mendigoizale, emakumes, afiliaciones, celebraciones, reuniones, avisos etc.
De las páginas, entre cuatro y ocho, que componían Patria Libre según las posibilidades del momento, editado en el formato llamado tabloide, una de ellas era totalmente en euskara, lo que representaba una novedad importante respecto a Jagi-Jagi o a cualquier otro periódico vasco de la época de similares características. Esta hoja llevaba por título Aberri Azkatuba y se redactaba con variada temática vasca, bien política o cultural y lingüística.
Además, prácticamente todas las semanas se incluía una plana dedicada, también por entero, a tratar problemas sociales, laborales o económicos. En varios ejemplares se publica una descripción detallada del “Ideario social del EMB”. En ella se hace una defensa de la libertad sindical frente a las intromisiones del gobierno vasco o de los patronos privados. Se propone también un modelo de relaciones laborales basado en la copropiedad, a la que se llegaría en varias etapas.
En todo momento, la publicación mantiene el ideario independentista. Su preocupación esencial es mantener la conciencia nacionalista entre los combatientes vascos, aclarar las posiciones y los caminos rectos. En artículos-editoriales titulados “Ruta euzkadiana”, el editor de Patria Libre insiste sobre la necesidad de tomar conciencia nacional del acoso españolista al pueblo vasco. Se hace una llamada a la responsabilidad individual para que “cada vasco patriota discurra por su cuenta”. Y una vez más aparece el individuo libre, el hombre del nacionalismo de Gallastegi, con su conciencia libre y reflexiva dando cuerpo a la patria que preconiza el periódico mendigoizale.
En uno de sus artículos sobre el capitalismo, Etarte expone un resumen del ideario social que mantuvo siempre la Federación Mendigoizale y que reflejaron Jagi-Jagi y Patria Libre:
Vamos directamente a la abolición del capitalismo, pero librándonos al mismo tiempo de caer en manos de otro expoliador, aunque éste lleve por nombre Estado vasco. No admitimos ninguna explotación y, en consecuencia, tampoco admitimos la que el proletariado, desde su poder de dictador, podría ejercer. Nuestro sentido humanista y nuestro espíritu democrático tienden al individualismo. Y como remedio eficaz para la desaparición del amo individuo y amo Estado, la fórmula más humana y vasca de propietario-productor, depositando todos los medios en el agente humano de la producción: El trabajo, el hombre.
El Frente Nacional
El apartado estratégico referente al Frente Nacional es otro de los ejemplos de continuidad respecto al periodo Jagi-Jagi. En las secciones y artículos dedicados a él, Etarte insiste en las principales motivaciones para la unión de los nacionalistas. En abril de 1937, en sendos editoriales titulados Frente Nacional Pro independencia afirma: La necesidad de la unión entre los vascos para ganar la independencia patria, no cesará hasta el momento mismo en que Euzkadi sea totalmente libre.
Sigue diciendo el editorialista que, desde el principio de la publicación de Patria Libre, se emprendió una campaña para la creación de este frente. Docenas de artículos han mantenido enhiesta la bandera de la unión y se felicita porque al fin, un sector tan representativo del nacionalismo como STV y ANV han tomado contacto con la propuesta.
Así era, en efecto, puesto que el 22 de enero de 1937, en un escrito firmado por Manu Robles-Arangiz, la Nacional de STV-ELA se dirigía al presidente del EMB exponiendo “la conveniencia de formación de un Frente Nacional Vasco, integrado por PNV, ANV y EMB” y solicitando fecha para una reunión. Al día siguiente, el Mendigoizale había contestado que la Federación “consecuente con la idea mantenida desde hace más de cuatro años”, admitía la iniciativa de STV-ELA y señalaba fecha, lugar y hora para un primer contacto. Teniendo en cuenta la auténtica obsesión estratégica que mantenían los mendigoizales sobre la necesidad de una articulación nacionalista, es de suponer las expectativas positivas que despertaría la propuesta de los solidarios vascos. No obstante, un mes después, la iniciativa se había desvanecido según comunicaba la propia Nacional de STV, de nuevo con la firma de Robles-Arangiz, debido a que una de las partes requerida,[4] había manifestado la inconveniencia del momento actual para entablar gestiones respecto al Frente Nacional.
La negativa actitud de “una de las partes”, aunque desinfló este atisbo de acuerdo nacional y supuso una contrariedad para los independentistas, no impidió que el semanario Patria Libre siguiera en sus últimos números de 1937 insistiendo en la necesidad del Frente Nacional. Parecía lógico y necesario, precisamente dada la gravedad de la situación bélica, que la unión de las trincheras se reflejara en una canalización política nacionalista. Sin embargo, una vez más, los compromisos institucionales y la palabra dada a los ocupantes, que iban a amarrar al PNV en los siguientes cuarenta años, tendrían prioridad sobre las reclamaciones abertzales.
Decía el editorial mendigoizale:
Las vidas de esos miles de jóvenes patriotas, que derraman su sangre con la esperanza de que ella sea beneficiosa para la justicia nacional, claman desde el fondo de la tierra que los recogió amorosa, por la unión de todos los patriotas. El profundo drama que hoy vivimos, consecuencia de nuestra situación política se suma al grito profundo que del más allá exhalan nuestros hermanos que piden que el ideal que profesaron sea pronto realidad, han de ser razones bastante fuertes, para que todos los que nos confesamos patriotas nos unamos para alcanzar lo que nos es común. La Confederación Nacional de Mendigoizales espera con fe que cada patriota y cada organización nacionalista llegue a convencerse de la necesidad de una alianza íntima y fraterna.
En otra columna del mismo día Etarte, con el seudónimo Bilbotarra, abomina de la guerra y pide reiteradamente el entendimiento entre los vascos. Asegura que “el anhelo de la juventud, del pueblo vasco, se condensa hoy en la formación del Frente Nacional” y pide la unión para luchar con bravura, ardor y coraje para que lo que hasta hoy ha sido una esperanza, sea dentro del plazo más breve una magnífica realidad. Además de los artículos con razonamientos, apelaciones repetidas patrióticas, recuerdo de la sangre o el sacrificio de los gudaris, son frecuentes en Patria Libre las consignas y subrayados llamando a este Frente Nacional, preocupación constante de la estrategia política del Mendigoizale, que nunca será atendida por el partido nacionalista mayoritario.
En abril de 1937 Patria Libre dejará de editarse. Son días de evacuación y retirada. La suerte, la mala suerte, del nacionalismo está echada y apostada a una causa que, en ningún caso, hubiera supuesto la redención nacional, que esperaban obtener los gudaris con su entrega. La mayoría de los mendigoizales serán apresados en Santoña. Uno de ellos Trifón Etxebarria.
CAPÍTULO VII
Presos de guerra
El final de la guerra en el sur de Euskal Herria empujó a Etarte y a numerosos nacionalistas a las costas santanderinas. Santoña fue el callejón sin salida de un ejército de voluntarios al que la historia negó mejor suerte. A la par que la cárcel, llegaron los juicios, las condenas, la amenaza del paredón o del “paseo”, la larga incertidumbre... Etarte pasó por la prisión de Larrinaga y por el penal de Burgos. Fue condenado a muerte, bajo la acusación de ser “jefe de batallón” y poderle aplicar, de este modo, la inculpación de rebelión militar. En realidad, apenas había empuñado un arma, ni disparado un sólo tiro, pero según los jueces sus actividades políticas eran suficientemente “peligrosas”, para justificar la desmesurada imputación. Finalmente fue indultado y en 1943, tras más de seis años de reclusión, pudo salir en libertad condicional gracias a una suavización del régimen carcelario, con la que Franco buscaba mejorar su imagen ante los aliados dado el carácter que iba tomando la contienda en Europa.
La derrota de los alemanes en África, la caída de Mussolini, el coqueteo con los aliados o el retorno español a la “neutralidad” con la vuelta de la División Azul, todo en el mismo año, tuvieron algunos efectos colaterales. Etarte agradeció siempre su salida de presidio a la batalla del Alamein, con la que los británicos empezaron a dar un giro militar importante a la segunda guerra mundial, poniendo en franquicia la derrota nazi. Poco después de salir de la cárcel, Trifón se casará y, en asociación con algunos amigos, consigue abrir en Bilbao una Academia de preparación para oficinas y peritaje mercantil, en la que imparte clases de contabilidad e inglés.
Entretanto, la dureza de la posguerra y la represión de los vencedores siguen marcando la existencia cotidiana del pueblo, pero no podrán impedir los reiterados intentos de proseguir las actividades de la desobediencia vasca. Solo unos años antes de la libertad condicional de Etarte, había sido desmantelada la que se considera primera red de la resistencia nacionalista de posguerra. Y apenas unas semanas antes había sido fusilado Luis Álava Sautu, su organizador. Porque, a pesar de todo, 1943 fue también año de fusilamientos y venganzas. Año de terror, como otros muchos del franquismo, para apaciguar a los vascos y sus reivindicaciones, que los regímenes españoles de cualquier signo han tratado siempre de ocultar al mundo. El castigo brutal sobre la red Álava, planeado con la pretensión de amedrentar a quienes simpatizaban con la causa nacionalista, supuso además de la muerte del responsable, largas condenas para sus miembros. Entre ellos cuatro mujeres: Bittori, Delia, Itziar y Tere.[5] Una de ellas Tere Verdes salvó numerosas vidas, gracias a la oportuna falsificación de un simple sello de caucho.
Esta primera organización de resistencia vasca funcionaba desde 1937 y prácticamente había nacido en las playas de Santoña, en el acto final de la guerra. Su tarea consistía en recoger información y transmitirla al exterior. Tuvo también un importante papel en servicios de ayuda a presos y familiares, en numerosas gestiones judiciales o facilitando la huida por la muga a los perseguidos por el régimen. Los jueces les acusaron de 71 pasos clandestinos de frontera llevando personas y un total de 1.242 documentos entre revistas, folletos, libros y periódicos prohibidos, cartas de presos, sentencias e información militar. Pero al contrario de lo que pretendía el franquismo, y como diría el teniente que dirigió el fusilamiento de Luis Álava, la muerte de aquellos era “edificante”. La represión que destruía a muchos, sembraba más que lo que arrancaba y, con frecuencia, se volvía contra los ejecutores.
Trifón Etxebarria, que vivió en la cárcel estos años negros de ejecuciones, sentencias, destierros y desolación política, fue uno entre muchos que no se dejaron derrotar por el miedo y los jueces. Y aún menos, creyeron en la seudo-paz del régimen, sino que prosiguieron latiendo en la noche del fascismo garantizando la continuidad de la verdad. La Federación de Mendigoizales, junto con otros grupos nacionalistas y obreros, reanudó sus actividades en cuanto pudo y en una precaria clandestinidad. Bajo las peores condiciones políticas que haya conocido nunca el vasco nacionalista, se reanudaron las reuniones, la creación de cajas de resistencia, las gestiones en favor de los presos, la recogida y reparto de información, los contactos con el exilio y otras actividades de resistencia en medio de una ininterrumpida y feroz represión.
Para el franquismo, la aniquilación de la oposición vasca en el interior, constituía una garantía de supervivencia propia, siempre pendiente de lograr una aparente paz social y obtener así el visto bueno de las potencias occidentales. Conseguir la marginación o desaparición total del nacionalismo vasco o presentar a los trabajadores como beneficiarios del modelo social del Nuevo Estado, eran dos de sus objetivos fundamentales. Para ello era necesario mantener una constante presión sobre las personas conocidas y anteriormente condenadas por actividades políticas, sindicales o intelectuales. Etarte fue uno de tantos vascos fichados, controlados y encarcelados en los años cincuenta. A finales de ese decenio, acusado de actividades ilícitas contra el régimen, será de nuevo confinado durante dos años en la cárcel bilbaína de Larrinaga.
A lo largo de 1955 se suceden diversos encuentros clandestinos entre EMB, PNV, ANV y SOV con la finalidad formal de coordinar la acción antifranquista y no dejar debilitar la resistencia abertzale. Los resultados obtenidos son prácticamente nulos, por más que cualquier actividad es seguida por la policía política de la dictadura de cerca y sus activistas controlados estrechamente, que se sumaba a la pretensión del PNV de llevar el control de toda la actividad.
En la redada en que fue detenido Etarte, se encuentran por primera vez jóvenes de Ekin o de Euzko Gaztedi, con la red jagi-jagista que se había reconstruido en los años cincuenta. En realidad, como sostiene Iñaki Egaña, durante 1959 se confundiría el activismo de ETA, fundada a finales del 58, y el de Euzko Gaztedi. También entraban en el mismo “saco” los antiguos o nuevos propagandistas del mendigoizale. El PNV contribuía de alguna forma a esta confusión, puesto que, en su propaganda oficial toda la actividad, dice Egaña, era estimada simplemente como acciones de nacionalistas vascos.
En torno a Trifón Etxebarria se habían empezado a agrupar nuevos militantes que se iniciaban en la resistencia con acciones como colocación de ikurriñas, sabotajes a monumentos falangistas, pintadas pro- abertzales o reparto clandestino de información y octavillas. También la recogida de dinero, para ayudar a familias de presos, constituía otra de las tareas del grupo. Después de una campaña movida y del incremento del activismo juvenil, según escribe Iñaki Egaña: “En el otoño de 1959 comenzaba la escalada represiva de la policía contra EGI, que desmanteló prácticamente la organización. Con los jóvenes de EGI, cayeron algunos miembros del Jagi-Jagi, entre ellos el histórico Trifón Etxebarria”.
Al mismo tiempo que Etarte, fueron detenidos y torturados la mayoría de los componentes de la estructura clandestina que mediante citas semanales, en paseos por bares del Casco Viejo o en las reuniones en la Librería Bilbaína de la Plaza Nueva, habían empezado a tomar forma.
Algunos consiguieron escapar, pero entre otros cayeron Seijo y Basabe de Zorroza, Rufo Bilbao de Leioa, Juanjo Santamarina de Gallarta, Andoni Urrutia de Sondika, Dani López de Zornotza y Julio Zumaran de Retuerto o Iñaki Allika y Uzkiano de Bilbao.[6] A finales de los cincuenta se estaba produciendo el relevo generacional por encima de las dificultades de engarce entre los resistentes que conocieron la guerra y unas nuevos adeptos surgidos durante el impuesto silencio franquista.
La cárcel de Larrinaga y las comisarías de las capitales vascas se abrirán otra vez para engullir a nuevos detenidos. Entre ellos, Julen Madariaga, Manu Agirre o los hermanos Robles-Arangiz, junto a un futuro abogado dirigente de ETA, José Antonio Etxebarrieta. Este último coincidirá allí con el grupo de Etarte y por primera vez entraba en contacto con militantes del Jagi-Jagi.
Estas detenciones formaban parte de la primera gran redada contra las bisoñas generaciones nacionalistas, que se iniciará durante el otoño de 1959 y se prolongará a lo largo de todo el 60. Una nueva oleada de resistentes entraba en la historia nacionalista, al mismo tiempo que moría en París el lehendakari José Antonio Agirre. Muchos patriotas vascos ayunaron aquel día, en una de las pocas señales de duelo que no podía impedir el franquismo. Los presos de la cárcel de Larrinaga, al conocer la noticia, según asegura Egaña “rezaron un rosario y rechazaron la comida”.
No era casualidad que en el momento del relevo, un hombre como Etarte estuviera en primera línea. Ni tampoco que una buena parte de esa simbólica sustitución se realizara entre las paredes de la Bastilla del Botxo, por donde habían pasado la mayoría de los nacionalistas coherentes desde Sabino Arana. Trifón Etxebarria simboliza mejor que nadie esa entrega de la antorcha a los nuevos abertzales de izquierda, que pronto cuajarán en una realidad incontenible. Para Trifón, esta repetida experiencia carcelaria estuvo también provista de todas las señales de los nuevos tiempos. En medio de la zozobra represiva, a sus 48 años, el contacto con las generaciones que se suman a la lucha, le marcará profundamente. Y en lugar de apartarle, el nuevo castigo servirá para avivar las brasas rebeldes y solidarias, nunca extinguidas en su ánimo. Los dos años pasados en la cárcel de Larrinaga determinarán, desde entonces, la mayor parte de su activismo político.
Nada más salir de prisión, Etarte seguirá militando con renovadas ideas en la resistencia nacionalista, contribuyendo a la formación y sostenimiento de los principales grupos y asociaciones de ayuda a los presos que desde entonces se organizaron en Euskal Herria. Una de las primeras será la denominada Ayuda Patriótica Vasca — Euzko Abertzale Laguntza, creada en los años sesenta y en la que Etarte será uno de los principales animadores. En los años sesenta, sobre todo en su tramo final, las cárceles españolas vuelven a rebosar de presos vascos como consecuencia de las redadas contra ETA. Cifras de represión desconocidas desde el final de la guerra, que se incrementarán paulatinamente a medida que la contestación popular al franquismo se consolida en Euskal Herria.
El gobierno de la dictadura se revuelve en su pozo y promulga nuevas leyes de persecución y exterminio político. La estrategia acción- represión-acción lanzada por ETA en estos años, sirve para difundir la causa de la resistencia vasca. Las movilizaciones populares provocadas por la muerte de Txabi Etxebarrieta en 1968, a tiros de la Guardia civil, son el mejor exponente del éxito de esta espiral. Una represión ciega, pero calculada, se ejerce contra los nacionalistas sin ninguna discriminación. Igual que hoy, numerosos vascos independientemente de sus preferencias políticas o de su situación social, se sienten amenazados por la persecución policial y judicial. Y el respaldo contra el ambiente represivo se extiende y se amplía a quienes están dispuestos a participar en organismos de ayuda a presos y familiares. En este clima surge Euzko Abertzale Laguntza-APV en la primavera de 1967, con el fin de coordinar y encuadrar la solidaridad nacionalista con los perseguidos.
Tal como explicaba el folleto que los miembros de APV repartían entre sus simpatizantes, este organismo no era una organización partidista. Ni tenía denominador ideológico, sino nacional y abiertamente patriótico. Estaba compuesto de un heterogéneo grupo de militantes que, tomando conciencia de los graves problemas que planteaba la lucha por la libertad de Euzkadi, trataban de coordinar la colaboración de todos. El propósito de APV era contribuir a minimizar las dificultades materiales de las detenciones y encarcelamientos. Y con este fin consiguió organizar una estructura estable, fundamentalmente antirrepresiva. Su especialización fue mantener una caja de resistencia, con la que pagar abogados, gastos de juicios y ayudas a detenidos lejos de Euskal Herria y favorecer los viajes y visitas de familiares, compra de comida o ropa y diversos gastos indispensables.
En la dirección de Ayuda Patriótica Vasca se identificaban una docena de ciudadanos, pertenecientes a organizaciones y grupos diversos como ANV, PNV, ETA, Jagi-Jagi, de ELA y otros, implicados a título personal... Una rara unidad si tenemos en cuenta la triste crónica de desavenencias anteriores, pero justificada por los fines solidarios, humanitarios o nacionalistas que movían a los contribuyentes. La participación de los miembros de este organismo fue siempre con carácter individual, sin que la militancia personal afectara a la actividad propia de APV.
EMB se vuelca en la potenciación de Ayuda en base a dos percepciones o, siendo más concretos, a una percepción y un deseo.
La primera era la sensación de que el mendigoxalismo histórico se estaba diluyendo en la lucha socio-política que se desarrollaba en el Interior contra la dictadura. Añadido a esto, EMB veía con ilusión la posibilidad de reunir en torno a Ayuda a un gran número de vascos que pudieran sentar unas bases firmes para un futuro coordinado, aunque sin perder de vista la reiterada realidad de que la verdadera eficacia de la actuación de EMB depende tanto o más de la voluntad de otras agrupaciones patrióticas que del deseo nuestro.
No es posible conocer el alcance territorial ni la importancia real de la estructura que consiguió organizar APV. Debido al carácter estrictamente clandestino de la misma, sus componentes sólo conocían a unas pocas personas implicadas. Pero creemos que se puede asegurar que fueron numerosos los ciudadanos colaboradores en toda Euskal Herria y en el exilio,[7] los que contribuyeron con su aportación, reparto de propaganda,[8] recogida de dinero o entregas periódicas de pequeñas cantidades. También es preciso subrayar que APV no trataba de suplir ninguna de las funciones que correspondía a los organismos políticos o sindicales, sino complementar su acción en sectores que aquellos no alcanzaban, a causa de la clandestinidad en que obligadamente se movían.
Eusko Abertzale Laguntza tuvo un comienzo prometedor, si tenemos en cuenta la amalgama de fuerzas políticas que la integraban. De algún modo y, aunque fuese sólo para el ámbito antirrepresivo, se parecía al viejo sueño mendigoizale de la coordinación de las fuerzas abertzales. Sin embargo, muy pronto las posibilidades de una actividad conjunta se vería truncada por la ingerencia de los partidos políticos. Concretamente fue el PNV quien, al conocer la existencia de este organismo que no controlaba y en el que participaba algún miembro del partido, prohibió a sus militantes participar o colaborar con Ayuda. De este modo, Eduardo Izaola que había sido uno de los fundadores, fue obligado a dejar las reuniones en Euzko Abertzale Laguntza. Cuando este comunicó la decisión de abandonar a sus compañeros de APV, tomada por culpa de las presiones recibidas, Trifón Etxebarria se entrevistó con Juan Ajuriagerra para protestar y tratar de convencer al presidente del EBB. Pero la entrevista, áspera e infructuosa una vez más, sólo sirvió para que Etarte saliera de ella con indignación en su corazón y lágrimas en los ojos.[9]
El PNV no se priva de atacar a Ayuda con extrema dureza con frases significativas del tipo: Son cabeza de ratón, provocadores de cismas, disidentes, recaudadores desconocidos con fines oscuros... Y afirmaciones categóricas que no sólo quieren sembrar dudas sobre la reciente organización, sino que ponen la mayor desconfianza sobre sus actuaciones tachándoles de recaudadores desconocidos con fines oscuros, cuando Ayuda mantiene una contabilidad totalmente abierta y controlada.
Tamaño ataque inesperado y carente de provocación, obliga a la asociación a responder al partido que, mediante el panfleto Ixilik ha descargado una andanada:
¿Puede haber mayor contradicción? –se preguntan-. La acusación gratuita siempre es grave, pero si además provoca escándalo entre los patriotas, es aún más grave, seria y trascendente la responsabilidad contraída por los descalificadotes; máxime cuando está en juego la causa del pueblo, la causa del Pueblo Vasco.
Los argumentos empleados en esta ocasión por el PNV no fueron diferentes de los habituales utilizados desde los años del primer gobierno vasco. El partido, que seguía siendo el más influyente entre los nacionalistas y mantenía el control y la dirección política del exilio, se había venido negando a cualquier colaboración al margen del ejecutivo vasco o de sus propias estructuras. El PNV ofrecía, a quienes quisieran participar en la lucha antirrepresiva, los cauces oficiales de recaudación y ayuda, puesto que “disponía de sus propios medios para recabar fondos y distribuirlos”. Como cualquier partido, con vocación dirigente, evitaba a toda costa que otros pudieran protagonizar el más mínimo resquicio de las actividades nacionalistas de oposición. Esta actitud, sin duda, malogró la posibilidad de crear una mayor y más eficaz organización unitaria de asistencia. La alternativa que les quedaba a Etarte y su grupo era integrarse en el PNV o seguir solos.
A pesar de este rechazo del nacionalismo oficial, Ayuda consiguió mantener durante diez años sus estructuras y acciones clandestinas. Moviéndose en silencio, con los riesgos que implicaba la situación de los años sesenta y setenta, con un franquismo volcado a muerte en la persecución de miembros de ETA, el organismo estuvo siempre al lado de los problemas de los presos y de sus familias.
Una de sus intervenciones más destacadas fue, sin duda, durante el juicio de Burgos contra 16 militantes de la Organización. La participación de APV fue decisiva entonces para recaudar fondos con los que abonar los gastos de viaje y minutas de abogados. Un total de más de un millón de pesetas se emplearon en este caso, a lo que habría que sumar otras cantidades en propaganda, información etc. Si tenemos en cuenta que José A. Etxebarrieta, que lideró la estrategia judicial y al equipo de abogados defensores, conocía a Etarte desde su estancia en la cárcel en 1960, y ambos frecuentaban la Librería Bilbaína de la Plaza Nueva, tapadera habitual de reuniones nacionalistas, se explica la intervención de Ayuda Patriótica en el famoso juicio de 1970.[10]
Los fondos recogidos procedían de pequeños donativos anónimos y populares, de colectas entre amigos, fábricas y otros lugares de trabajo o de entregas individuales de alguna cuantía.[11] De ese modo, se pudo sostener durante los años de su existencia, los responsables de esta organización entre los cuales estuvo Trifón Etxebarria, sumado a la ímproba labor como encargado de la contabilidad y la caja. Además de atender a los gastos corrientes, Ayuda pudo repartir socorros importantes. En fechas señaladas, como Aberri Eguna, Navidades o el mes de agosto, se hacían entregas a los presos o sus allegados de un total de 400 y 500 mil pesetas. Al mismo tiempo, la organización supo sortear las dificultades del período, con una voluntad y capacidad de trabajo y organización notables. Así como con la aplicación estricta de un criterio de ayuda antirrepresiva general, que no favoreció a ningún grupo ideológico en particular. Los fines de Ayuda alcanzaban a cualquier preso político, y no sólo a ETA. Pero además de las asistencias y subsidios, los gastos de juicios, etc., APV también contribuyó a financiar la fuga de presos de ETA de la cárcel de Basauri el once de diciembre de 1969, en la que diez encarcelados consiguieron escapar del penal vizcaíno.
Por otro lado, las relaciones con otros organismos vascos antirrepresivos fueron siempre buenas y dentro de la línea de solidaridad que la actuación policial o judicial imponía. Así por ejemplo, destaca la excelente comunicación con Anai-Artea, desde su creación en 1969. Según testimonio del propio Trifón Etxebarria, Anai Artea surgió por iniciativa de Euzko Abertzale Languntza, tratando de crear un organismo similar en Iparralde.[12] Etarte conservaba una copia del acta de constitución de Anai , en la que aparecen los nombres de Monzón, Allika, Larzabal, Txillardegi, Etxabe, Legarralde, Zumalde, A. Arregi e I. Herrandorena. Iñaki Allika, que también era miembro de APV, estuvo al frente de la oficina de Anai Artea desde su fundación. Los contactos con este organismo y con otras personas e instituciones del norte de Euskal Herria, fueron relativamente frecuentes desde los años sesenta. Para ello Etarte aprovechaba la circunstancia de tener una hija estudiando al otro lado de la muga y conseguir permisos de viaje.[13]
En los primeros años de la Transición, al ponerse en marcha las asociaciones que demandan la amnistía con un carácter más abierto y conocido, empezaron a menudear los casos de doble militancia, como fue el del propio Etarte. Esta fue una de las razones por las que Euzko Abertzale Laguntza optó por disolverse, pasando sus miembros a formar parte de agrupaciones de nueva creación como las Gestoras Pro- Amnistía. Una vez más el eslabón que uniría ambas iniciativas no es otro que el propio Etarte y sus principales colaboradores que protagonizaron también la coordinación entre Ayuda y los nuevos instrumentos de resistencia y lucha que iban apareciendo en consonancia con las necesidades y carencias de cada instante.
La militancia mendixale sobrevive a duras penas, literal e ideológicamente, fruto de la endémica carencia material y personal de medios. Yo creo que ya es hora que se haga un relevo en este maratón de resistencia donde no hay más que momias dentro de toda esta gente que parecían patriotas consecuentes. Carta de Abasolo a Etarte (2.2.1970) Y la respuesta de éste, más animosa y virtual que otra cosa: Ya sabes que se ha hecho, y se hace, más partidismo que patriotismo, y así nos va. El patriotismo es acción, es reivindicación, y no existe reivindicación sin lucha e implicación. Todos vivimos en el desánimo y el temor, pero debemos continuar (15.2.1970)
En diciembre de 1977, y con el título de APV diez años de apoyo clandestino, la revista Punto y Hora de Euskalherria publicó una entrevista realizada a Etarte, que es el único relato escrito que tenemos sobre este organismo. En ella señala Trifón que aunque en ningún caso nos hemos negado a ayudar a todo tipo de presos o exiliados, nuestra finalidad fundamental ha sido la de asistir a los del campo abertzale, al ser este el más castigado por el franquismo en los últimos años. Etarte, que actuó como verdadera alma mater de la organización, calculaba que en los años de funcionamiento de APV, entre 1967 y 1977, se habría entregado a los represaliados y sus familiares unos veinticinco millones de pesetas.
Las tensiones internas de la resistencia nacionalista
A pesar de la precaria situación en que sobrevive el conjunto formado por la resistencia vasca, las relaciones entre el hegemónico PNV y el resto de las formaciones patrióticas sufren de un evidente roce dada la tendencia monopolizadora que secularmente mantiene el jelkidismo frente al otro nacionalismo.
La labor del Partido pretende difuminar o restar importancia a todo aquello surge o se desarrolla lejos de su manto protector e influencia. Su propia concepción como algo más que una corporación política, le empuja a ello.
...Pero nadie debe desconocer que el PNV no es el único movimiento patriótico que existe, habiendo otros que trabajan igualmente en la dura clandestinidad sin hacer bandera de egoísmos particulares y que indudablemente, son dignos de ser considerados también como parte de la resistencia.[14]
Es recurrente la demanda de información y las peticiones de Agote son una mínima muestra. En realidad, a América no llega sino una pequeña parte de noticias y se conoce sólo de forma superficial lo que en realidad sucede en el Interior.
El nacionalismo oficialista arrastra tras de sí, como algo trabajado por su parcialidad en exclusiva, un prestigio adquirido por su labor directora y conciliadora en el pasado. Además, mantiene el control de los medios de comunicación, servicios de información, relaciones internacionales, directivas de los centros vascos donde se reúne la diáspora, el mismo gobierno en el exilio... actuando como referente final de toda la resistencia. Casi nunca se siente en la obligación de compartir lo que tiene o las decisiones que toma, con el resto del nacionalismo. Y en ello se incluye información, medios materiales o humanos, estructuras, contactos con grupos o personalidades de otros países... Mas bien al contrario. Y su actuación se impone a cualquier crítica y hace que la inercia de la gente se deje llevar por lo que dicta el que más sobresale. A ello se suma la precariedad habitual de medios y personal liberado del nacionalismo minoritario, que le impide dejarse ver en su importancia provocando que su trabajo quede enterrado en la sombra que proyecta el jelkidismo.
Da la impresión que toda la labor parte del Partido, y que las decisiones tomadas por éste son las adecuadas para todos. Cuando los minoritarios montan algo que funciona, el PNV primero lo desprecia y desprestigia. Luego lo copia y aplica como propio para acabar por hacerse con la plusvalía que genera. Y los ejemplos se alargan en el tiempo a la par que las fricciones entre nacionalistas: el movimiento mendigoxale, las emakumes, apostar por un estatuto como paso intermedio, apartar a la Iglesia de la política, atraer con lazos de compromiso a partidos progresistas españoles, abandonar el tema del antimaketismo, la sangre y el apellidismo, AEK como elemento de euskaldunización que funciona, coletillas como derecho a decidir, territorialidad...
Por ello no puede causar extrañeza que el jagismo acabe por despreciar al gobierno en el exilio comandado por el PNV. En 1970 da a conocer un documento que expresa con claridad su posición:
Hoy, la juventud patriota ignora la subsistencia del mal llamado gobierno vasco en el sentido que sea algo vivo y, mucho menos, que dirija la lucha de resistencia actualmente.
Este gobierno, que pudo ser explicable y necesario en la coyuntura de la guerra, por más que existieran otras alternativas, se muestra actualmente incapaz de asumir la revolución que desarrollan los trabajadores y insurrectos vascos. Por sus orígenes, su comportamiento y sus componentes, se halla totalmente desfasado, mostrándose incapaz de asumir los problemas reales presentes de Euskal Herria.
Tanto Ayuda como EMB, hacia 1970 entran en una fase de desactivación a causa de que los movimientos populares han retomado en clave coetánea la antorcha de las reivindicaciones y fines de la resistencia de posguerra, dejando que las organizaciones derrotadas en 1937 queden un tanto sobrepasadas por la realidad que se vive en la calle. Agote se queja en esas fechas de que no se recibe información directa y se tiene que valer de los medios oficialistas para desarrollar su labor, con el peligro de distorsión que ello entraña. Parece llegado el instante en que todo va a cambiar y que los históricos quedarán como referente, pero poco más.
CAPÍTULO VIII
Escrito contra el silencio
Durante los años de resistencia y militancia antirrepresiva, Etarte no abandonará su vocación como escritor preocupado por los problemas sociales y nacionales de su pueblo. El mejor cauce para dar expresión a esta actividad fue la revista Enbor, creada y sostenida por José María Errazti hasta su muerte. Errazti era un antiguo aberkide de Laudio, socio copropietario de la empresa metalúrgica Talleres JEZ (Jemein, Errazti, Zenitagoya), en la que trabajó como administrativo el propio Etarte. Durante los años treinta fue habitual en la tertulia vespertina del Café Puerto Rico de Bilbao, donde Eli Gallastegi y otros miembros de la Federación de Mendigoizales, como Manu Sota, Lauaxeta, Agirretxe, Arregi, Apodaka y otros habituales más, acostumbraban a reunirse a la hora del café.
Enbor fue durante aquellos años el exponente de una constante preocupación por divulgar la cultura y la historia vascas o reclamar el reconocimiento de sus derechos. Para ello se utilizaba el vericueto inopinado de las encíclicas de Juan XXIII y Pablo VI. Unos de los pocos documentos “progresistas” que durante el franquismo, circulaban libremente y podían ser utilizados legalmente. Para este cometido Etarte estaba especialmente dotado, gracias a su formación cristiana y su cultura religiosa. Pero en general Enbor, como otras publicaciones de oposición, intentaban defenderse de la censura y la persecución del régimen mediante un determinado criptolenguaje o utilizando los pequeños resquicios aparecidos a comienzo de los sesenta en el oscuro túnel del régimen. Desde este punto de vista, se puede encajar en un movimiento social y cultural vasco antifranquista más amplio, que por entonces daba sus primeros pasos.
Hasta su cierre gubernativo en 1966, la revista Enbor se convertirá en uno de los portavoces de oposición característicos de este momento y en documento imprescindible para completar la obra escrita de Etarte. Además de los editoriales de la revista, redactados por él habitualmente con el seudónimo Errizale, podemos encontrar también en Enbor colaboraciones de Manu Egileor Ikasle, Altuna etc., así como artículos de Orixe, Arriandiaga o Lertxundi sobre cuestiones culturales y lingüísticas. Con todos ellos, se conseguirá poner en la calle una excelente publicación de apreciable nivel cultural e interesante recorrido político, que sobresalía en el tópico desierto intelectual de la época.
Etarte retomaría en Enbor su anterior especialidad jagijagista: el análisis social y humano del pueblo vasco y la crítica al capitalismo desde la perspectiva socialcristiana. Para ello, aprovechará el impacto y las posibilidades que el aggiornamiento católico de Juan XXIII representó en las estructuras y el pensamiento católico de los años sesenta. Los grupos cristianos más avanzados de la época utilizarán también las posibilidades de discusión y crítica que el pontificado de este Papa y de su sucesor Juan Pablo II, ofrecieron a la sociedad católica y, en particular, a la que padecía los rigores políticos y sociales del franquismo.
Nuestro autor renovará entonces, sus críticas al modelo de explotación capitalista y subrayará las frases papales sobre los derechos a la libertad de los pueblos, con claras alusiones a los problemas vascos. Sus comentarios sobre la Mater magistra o la Pacem in Terris, los documentos papales más influyentes de estos años, son una excelente muestra de un modo de escribir entre líneas para burlar las durísimas condiciones de la censura. Trifón Etxebarria contribuyó así a la denuncia política y social del franquismo en unos momentos fundamentales, siempre con gran riesgo si tenemos en cuenta su currículo resistente y el conocimiento exacto que de sus actividades tenían la policía y los juzgados del régimen.
Enbor se publicó entre los años 1960 y 1966, con un total de 12 números. Su contenido general es preferentemente cultural, con especial atención a los problemas de la lengua, el conocimiento o la historia vascas. Pero sometida a las restricciones de la legalidad, a la censura previa y a la vigilancia de los responsables del régimen, recibió varios apercibimientos de cierre, multas y reprobaciones por parte de la Delegación provincial de aquel Ministerio de Información y Turismo “aperturista” bajo la tutela de Manuel Fraga. En ocasiones el celo represivo llegó a eliminar párrafos enteros, que no eran de Etarte sino reproducciones literales de las encíclicas. Finalmente, en 1966 después de la aparición de su número 12, Enbor fue suspendida por una orden gubernativa. Todo esto sucedía cuando el ministro Fraga presumía con su nueva Ley de prensa de haber acabado con la censura.
Como es fácil de entender, el estilo que Etarte empleaba en Enbor no concuerda exactamente con la libertad y el radicalismo expresivo que empleaba en Jagi-Jagi o Patria Libre. Salvo por las constantes, elogiosas y abrumadoras referencias a los textos papales, verdadero blindaje político, sería costoso reconocer al mismo autor de los años treinta. Como era habitual entre los grupos católicos opositores al sistema, Etarte empleaba las palabras del Papa o sus posiciones conocidas para reivindicar, entre líneas, mayores cotas de libertad, democracia y avances hacia la socialización económica. Pero también eran abundantes los datos y referencias a las leyes vascas, a la historia o a sus códigos antiguos. La revista valía así para divulgar datos y noticias sobre las instituciones históricas, el derecho foral consuetudinario o las formas de organización social del pueblo vasco, anteriores a la revolución burguesa y a la ingerencia antiforal española.
Se trataba de comentarios inteligentes e intencionados, que servían para recordar el pasado a muchos nacionalistas obligados a negar su confesión y para que las nuevas generaciones conocieran los que los libros de texto y la propaganda oficial ocultaba. En varias ocasiones y con el título Aspectos Económicos y Sociales del País Vasco, Etarte comentaba y elogiaba la soberanía foral de los vascos hasta 1839, con la pérdida de su poder legislativo y fiscal. Para terminar recordando la situación de precariedad después de 1937, al ser suprimido incluso el Concierto Económico con los herrialdes de Bizkaia y Gipuzkoa por “haber correspondido con la traición” alzándose en armas contra la “generosidad española”.
Con todo ello, Etarte quiere despertar en los vascos un recuerdo de su pasado, deseando generar en ellos unas inquietudes serias y serenas de conocer la verdad oculta sobre su pueblo. Intenciones explícitas que no pasaban desapercibidas ni dejaban de inquietar a los ávidos censores del ministro Fraga.
Los escritos de Etarte en Enbor, delimitan una segunda etapa de su actividad periodística. De carácter muy diferente a la anterior, a causa del talante represivo de la dictadura y de las limitaciones que imponía a la libertad de expresión, el estilo es lógicamente hijo de esta época y de sus circunstancias. Era otra manera de decir las mismas cosas, más cuidada y cuidadosa, más precavida y vigilante, pero igualmente coherente y fiel a los ideales. Siguiendo siempre la estela de los textos vaticanos, como la Pacem in Terris, o utilizando como cobertura la autoridad papal, Etarte funda la auténtica paz en valores sociales como la verdad, la justicia, la caridad, la participación política o la libertad. No se aparta un milímetro del texto vaticano, pero la sola enunciación de las palabras romanas no podía por menos que resultar subversiva en un régimen cuya peculiaridad era carecer de ellas. Los derechos de libertad, propiedad y asociación, explícitos en las encíclicas de aquellos años, eran analizados a la luz del pasado vasco y aludidos en referencia al presente.
En su paráfrasis papal, Etarte escribe cosas como: Los hombres de todos los países o son ciudadanos de un Estado autónomo e independiente o están para serlo. A nadie gusta sentirse súbdito de poderes políticos provenientes de fuera de la propia comunidad.
Y también: Ha llegado a imponerse la persuasión de que todos los hombres son iguales entre sí. Por eso las discriminaciones raciales, al menos en el terreno doctrinal, no encuentran ya justificación alguna y aquel que tiene algún derecho debe asimismo, como expresión de su dignidad, manifestar la obligación de reclamarlo y a los demás corresponde la obligación de reconocerlo y respetarlo.
Para quienes accedían a la revista Enbor, generalmente antiguos militantes o simpatizantes nacionalistas, no resultaba difícil interpretar entre las líneas de aquel silencio el discurso de la reivindicación nacional, dicho con la precaución del momento pero con la misma coherencia y honestidad de siempre.
CAPÍTULO IX
Después de Franco, las Gestoras
La transición política tras la muerte de Franco, se contemplaba en algunos sectores del nacionalismo como una oportunidad para enmendar antiguos errores, unificar la acción política y quizá conseguir cotas de soberanía impensables en parte del periodo anterior. Uno de los elementos capitales de este horizonte, consecuente con el cambio de algunas circunstancias políticas, era la reivindicación por la Amnistía para los presos vascos.
En diciembre de 1975 se producen los primeros contactos y conversaciones encaminadas a este fin. Entre un grupo de personas, en el que se encuentra Trifón Etxebarria, se baraja la idea de formar grupos de base popular que impulsen un movimiento en favor de la amnistía política y sociolaboral. Al mismo tiempo los distintos, y ya para entonces distantes grupos políticos, asumirán como propia esta reivindicación, que iba a ser una de las protagonistas de la vida política y social de Euskal Herria en los siguientes años.
Como consecuencia de ello se producirá la formación de una asociación, las Gestoras Pro-Amnistía que hasta hoy, amenazadas otra vez por los jueces españoles, han sido el órgano antirrepresivo vasco por antonomasia. Este organismo, ha escrito Iñaki Egaña, llegaría a tener una legitimación social muy por encima de aquellos trémulos, indecisos y no pocas veces contradictorios partidos resucitados en la transición. El papel de Etarte en las primeras Gestoras, como confirman algunos de sus compañeros, fue de notable importancia. Teniendo en cuenta su historial político, su experiencia en Ayuda Patriótica Vasca y su militancia resistente, pronto se convertirá en uno de los personajes claves y más operativos de esta organización.
Las primeras Gestoras Pro-Amnistía tomaron en principio la forma jurídica de Asociación civil, para poder actuar legalmente. De este modo, los entes reconocidos por los respectivos gobiernos civiles fueron las Asociaciones provinciales, mientras que las Gestoras no fueron legalizadas. Surgieron casi de forma simultánea en las provincias vascas y actuaron de manera autónoma coordinándose sólo en ocasiones. El postfranquismo, en la práctica se vio obligado a tolerar su existencia por la buena acogida y el apoyo social que recibieron. En especial desde la gigantesca manifestación de Octubre de 1977 en Bilbao, una de las primeras autorizadas de la Transición, en la que se pudo comprobar el amplio eco de la exigencia de amnistía política y laboral y la audiencia popular de la convocatoria, dando imagen al ansia popular de libertad y reconocimiento de derechos durante las últimas cuatro décadas pisoteados.
Sin embargo, la falta de cobertura legal estable creaba numerosos problemas e incidentes policiales, administrativos o judiciales a las Gestoras y a sus más destacados miembros. Menudearon las denuncias, multas, detenciones y las acciones de “incontrolados” contra personas y locales de este organismo. A pesar de lo cual, y gracias a una gran capacidad activista y un amplio apoyo popular, puede decirse que estas Gestoras fueron las protagonistas principales de la amnistía arrancada al gobierno Suárez en 1977. Con ella se produjo la primera salida general de presos políticos vascos y españoles en cuarenta años de las cárceles del franquismo. Algunos, como los condenados en el Juicio de Burgos de 1970, inicialmente serían desterrados (“extrañados”) para finalmente imponer con su vuelta a Euskal Herria una amnistía de hecho.
Las primeras Asociaciones y Gestoras movilizaron un colectivo de personas en el que se mezclaban caras conocidas de la sociedad y cultura vascas, con profesionales, amas de casa, obreros etc. Se trataba de dar una imagen popular a esta asociación y forzar su legalización, o al menos una mayor tolerancia del poder español, mediante el recurso a nombres y personajes conocidos y representativos de todas las capas sociales.
Las Gestoras se presentaron públicamente en los herrialdes vascos en 1976 mediante una rueda de prensa en la que se dieron a conocer los nombres de sus responsables. En la de Bizkaia, dentro de la cual actuaba Trifón Etxebarria, estaban abogados como Bidarte, Barandiaran o Abrisketa, trabajadores como Elisa Calzada, Begoña Alkorta, Unzalu o Egiluz, médicos como Aia, Abando o Iriarte, periodistas como Xabier Galdeano, empleados o futbolistas como Iribar, Irureta y Orue etc. Ese mismo año, coincidiendo con las Navidades, se lanzó la primera campaña de las muchas que desarrollarán a lo largo de su historia, bajo el lema de Presoak etxera Gabonetarako.
Desde los primeros meses de 1977, como ha recogido Egaña, las “Gestoras participaron activamente en las campañas por la Amnistía, organizando hasta tres intensas semanas, cuya respuesta policial produjo una decena de muertos”. Al acercarse las elecciones de junio, este organismo “cuya legitimidad social estaba por encima de la mayoría de los grupos políticos, fue el primer colectivo que de manera directa solicitó la abstención para los comicios por no haberse logrado la amnistía total”.
Etarte fue nombrado tesorero y administrador de la Asociación de Bizkaia y dada su condición de jubilado actuaría como miembro liberado de la Comisión-Gestora, encargándose fundamentalmente de la contabilidad y las tareas de delegación administrativa, aunque muchas veces fue también su representante y portavoz. La labor de Etarte en las Gestoras no obstante, no se redujo a las labores protocolarias o de gestión. Además de eso, fue un destacado participante del modo de trabajo de las GGAA, su cara pública en muchas situaciones, contribuyendo con su presencia, experiencia e ideas a las reuniones organizativas y propagandísticas, que esta agrupación popular llevó a cabo en distintos pueblos y ciudades en las que actuó.
Una amnistía en marcha
En aquella primera fase, el papel desempeñado por Etarte y sus compañeros ha quedado reflejado en algunos hechos todavía frescos entre muchos patriotas, que participaron o contribuyeron a su realización. Además de la animación constante de las campañas o de las distintas recaudaciones para pagar fianzas y ayudar a los familiares de presos, fue también notorio su participación en la organización de la Askatasunaren Ibilaldia del verano de 1977, así como también en los viajes a la isla bretona de Yeu para visitar a los refugiados vascos allí deportados. Estos hechos, fueron los más conocidos e importantes de este periodo en los que las Gestoras participaron como grupo organizador e impulsor de los primeros pasos abertzales en el postfranquismo.
La Marcha por la Libertad se realizó en el verano de 1977, basada en una idea de Eli Gallastegi en los años treinta para llevar a cabo un desplazamiento nacionalista hasta Ginebra, sede entonces de la Sociedad de Naciones. Gudari concibió aquella marcha ante el caso Idiakez: un atropello judicial contra un euskeldun que no comprendía el castellano y no pudo defenderse en su lengua.
La idea de poner en movimiento al pueblo vasco por los caminos de Europa, mostrando mediante actos, teatro, música, bertsolaris, kirolariak etc., los aspectos de una cultura oprimida, sin embargo no fue estimada por las autoridades del PNV, ocupadas entonces en más “inteligentes” y menos testimoniales tareas de adecuación ante lo que se avecinaba.
Otros precedentes que tuvieron en cuenta los organizadores del verano del 77, fueron la movilización en Cataluña por la libertad del año anterior o las experiencias de Gandhi y los métodos similares utilizados en el movimiento pro-derechos civiles de los negros en los EEUU. La estructura de la convocatoria se componía de cuatro columnas convergentes. Una por cada herrialde del sur, que finalmente confluyeron en las campas de Arazuri, a las puertas de Iruñea.
Las reivindicaciones de la marcha eran entonces puntos básicos de cualquier grupo nacionalista: la amnistía total, la identidad nacional, el Estatuto de Autonomía y la disolución de los cuerpos represivos.
Sin embargo, no contó con el apoyo, sino con la oposición activa, de los dos partidos políticos que ya empezaban a repartirse el negocio de la transición en Euskal Herria: el PNV y el PSOE. El éxito y la oportunidad de aquella gran concurrencia multitudinaria permanece todavía en el recuerdo de quienes tomaron parte en ella. Fue una de las manifestaciones populares con más participación y más aliento que ha conocido la historia vasca, representando además, a lo largo de su recorrido durante casi dos meses de aquel verano, el reconocimiento y la popularización de las exigencias nacionalistas más sentidas en la época. En el acto final del evento aparecieron, junto a Telesforo Monzón, algunos presos del Juicio de Burgos que personalizaban entonces la petición pública de Amnistía.
La Marcha alcanzó una llamada notable y consiguió una agrupación sin precedentes de fuerzas políticas. Aunque las figuras visibles del acontecimiento fueron Monzón y los presos del Juicio de Burgos, contó también con la participaron de Oteiza y Basterretxea, que diseñaron tarjetas y logotipos, con el apoyo de ESEI, HASI, PSOE (histórico), LAIA, PCE, EKA, PTE, OCE Bandera Roja, EMK, Euskal Komunistak, ORT, ANV, OIC-EKE, EMB, EIA, LRC etc. Esto significaba que la mayoría de los grupos que participaron en los procesos políticos de la Transición desde la oposición, contribuyeron de una ú otra forma a la divulgación de las reivindicaciones de los marchistas y al importante despliegue social que representaba.
La nota discordante, entre los nacionalistas, la puso el PNV que consideró La Marcha como “innecesaria e inoportuna”. Negó explícitamente su apoyo al considerar que se trataba de usurpar el papel que, en los aspectos de la Amnistía, estaban ya jugando los parlamentarios vascos, elegidos en junio de 1977. El partido entendía que este tipo de convocatorias deberían proceder de “entidades responsables y conocidas”, intentando deslegitimizar de paso el trabajo de las Comisiones Pro-Amnistía y la popularidad social que alcanzaban las Gestoras.
Los viajes organizados a Yeu tuvieron como objetivo visitar a los confinados vascos en aquella isla bretona, facilitando la llegada de amigos y familiares. Desde el otoño del 76 varios grupos de militantes fueron obligados por el gobierno francés, en el marco de sus acuerdos represivos con la España pre-democrática, a residir lejos de Iparralde. Esta era una práctica habitual de la “hospitalaria” Francia desde los años sesenta, pero en esta ocasión el gran número de afectados, casi una treintena, y la coincidencia con el proceso de transición española, daba al caso un innegable aspecto de deportación política pactada entre los dos estados invasores del territorio eúscaro.
Para una gran parte de la opinión pública vasca, el Estado francés se quitaba definitivamente la careta de falsa democracia y respondía a las reivindicaciones con la misma regla que la dictadura del sur. Entre los trasladados a la isla se encontraban Argala, Peixoto, Aia Zulaika, Eloy Uriarte o Pérez Revilla, como los más conocidos.
Pronto comenzaron las muestras y actos de solidaridad y protesta, plasmados en encierros y huelgas de hambre en Iparralde. Pero fueron los viajes de familiares y amigos al lugar de confinamiento los que más contribuyeron a denunciar y dar a conocer este asunto entre la opinión pública internacional. Además de servir de apoyo y llevar el cariño de los visitantes, los frecuentes desplazamientos convertían el castigo en fiesta y aquel trozo de tierra bretona casi en un oasis del nacionalismo vasco. Una de las visitas más celebrada fue la de Telesforo Monzón, en febrero de 1977, que registró el encuentro público entre él y Argala.
Junto a estas iniciativas, merecen una mención especial otros hechos, sin duda históricos, cuya celebración tuvo a la asociación que demandaba la amnistía como una de las principales organizadoras.
El primero de ellos fue el espectacular encierro protagonizado en la Iglesia de San Antón de Bilbao por los candidatos vascos al Congreso y Senado, en las primeras elecciones constituyentes de 1977. El día 14 de mayo de aquel año, en la citada iglesia bilbaína, más de 85 representantes políticos, acompañados de otras personas, se recluyeron en su interior y firmaron un manifiesto exigiendo la Amnistía total e inmediata, tanto política como laboral, así como las garantías para el libre retorno de los exiliados, “como condición indispensable para la normalización de la convivencia en Euskadi”.
En este documento, alumbrado en el marco de las convocatorias de la Semana Pro-Amnistía promovidas igualmente por las GGAA, los firmantes condenaban la actitud del gobierno Suárez-Fraga por las muertes y represión de aquellos días o por la actuación “violenta de las fuerzas de orden público” y exigían el esclarecimiento de los hechos con las responsabilidades consiguientes. Los encerrados insistían en que todo tipo de coerción “es incompatible con las libertades democráticas” y terminaban manifestando su “solidaridad con el pueblo de Euzkadi en su lucha por la Amnistía y la Libertad”.
Podemos reseñar que, en aquella ocasión sin precedentes ni consecuentes, estuvieron “encerrados” en San Antón algunos curiosos personajes de la fauna política, que sin duda sólo jugaban al corro de la patata electoral. Entre ellos, denominados “candidatos de las fuerzas democráticas vascas al Congreso y Senado”, estamparon su firma en una larga lista redactada por el propio Etarte históricos comunistas como Ramón Ormazabal, David Morin, Juan Infante, José Unanue, José Rodríguez o Roberto Lerchundi; nacionalistas de toda la vida como Juan Ajuriagerra -de pluma fácil y que pronto firmará también los vergonzantes Pactos de la Moncloa-, Josu Bergara, futuro azote administrativo de familiares de presos o Kepa Sodupe, en trance de ser diputado español. No faltaban grandes hombres de Estado en gestación, como José Luis Corcuera y maquiavelos de partido como José María Benegas, Ricardo García Damborenea o Valentín Solagaistua, coyunturalmente al lado de quienes se tomaban la política con coherencia personal y probada honestidad, como Periko Solabarria, Ion Idígoras o Santi Brouard.
La convocatoria de manifestaciones, protestas o huelgas del mes de mayo de 1977 fueron una auténtica prueba de madurez para la organización. Gracias a la movilización, en duras condiciones, de miles de militantes anónimos en los herrialdes vascos, se consiguió popularizar la causa de la amnistía política y laboral. Durante los días 9 a 15 de mayo de 1977, el pueblo sufrió constantes ataques y hostigamiento de las fuerzas represivas, que se saldaron con la cifra de cinco muertos y numerosos heridos. Además, el 16 de mayo Euskal Herria conocía una de las mayores huelgas políticas de su historia. A convocatoria de las Gestoras, varios cientos de miles de trabajadores reclamaron la amnistía del gobierno de la reforma. Sólo en Bizkaia se pudieron contabilizar más de 300.000 huelguistas, pero su número fue también importante en Araba, Nabarra o Gipuzkoa.
Otro acontecimiento anterior, notable sin duda, en el que participaron las Comisiones Gestoras de forma decisiva fue la convocatoria y organización de la primera gran manifestación del postfranquismo. Fue el día 8 de julio de 1976 cuando, por primera vez desde la guerra, y aún antes durante los años treinta, una multitud de más de cien mil personas se congregaba reclamando la amnistía política y social. Es decir, la puesta en libertad de presos y la readmisión laboral de los numerosos represaliados por causas políticas y sindicales, al amparo de las injustas leyes franquistas. Por primera vez desde 1937, sin intervención policial para variar, los vascos pudieron expresar sus reivindicaciones con la satisfacción de gritar libremente lo que todavía era un primer horizonte de expectativas políticas y nacionales. La consigna de Amnistía ta askatasuna![15] coreada por miles de gargantas impresionaba al rebotar en las paredes de la actual calle Autonomía (entonces todavía Gregorio Balparda), gritando aquella esperanza a todas las esquinas del régimen. Mediante aquella novedad, tantas veces luego repetida, el pueblo unido paseó las demandas nacionales y sociales por delante del portal y ventana donde vivía Etarte, desde donde luego durante años vio pasar a muchas de los mismas personas y a otras nuevas, ni siquiera nacidas en 1977, con los mismos gritos e idénticas preguntas, eslóganes y demandas.
La presión popular, como luego otras más reñidas, sumada a la oportunidad de los cambios políticos, consiguió en octubre de 1977 la promulgación de la Ley de Amnistía parcial, que el pueblo festejó como un merecido triunfo. Tras esta Ley, el 9 de diciembre de 1977, Fran Aldanondo “Ondarru” considerado oficialmente el “último preso político vasco” salía de la cárcel de Martutene.
Ese mismo día, la inicial Comisión Gestora pro-amnistía de Gipuzkoa, compuesta por Balerdi, Gesalaga, Chillida, Elizondo y Bandrés se daba prisa por disolverse. Para muchos, ya entonces, se trataba de una disolución prematura. Eran quienes consideraban que Euskal Herria seguía encarcelada en el Estado español y que, aunque ese día se había hecho un buen trabajo, era necesario continuarlo pues la causas que generaron el conflicto se mantenían intactas.
En efecto, como luego han sostenido muchos, la Amnistía a pesar de su indudable interés político y social y de pasar a la historia actual vasca como un auténtico logro popular, no fue más que una breve tregua en todo el proceso de liberación vasco. Al no ser modificadas las condiciones políticas y sociales que durante el franquismo y antes, habían provocado la existencia de presos, no era difícil preveer que los encarcelamientos iban a reanudarse muy pronto. Y en algunos casos, teniendo como víctimas a las mismas personas.
Así fue en efecto. Ya en las semanas siguientes al excarcelamiento de Aldanondo, que fue uno de los que volvería a tomar las armas en defensa de sus ideales nacionales y sociales cayendo poco después en un enfrentamiento con la Guardia Civil, se reanudará el capítulo de arrestos, detenciones, multas, juicios y entradas en prisión de otros militantes vascos. El trabajo de las Gestoras a partir de entonces, y mientras los responsables de la vida política oficial vasca y española hacían creer a la opinión pública que con la Amnistía estaban colmadas todas las expectativas y reclamaciones, fue paradójicamente mayor y más perseguido. La insolvencia política de un Estado que no era capaz de pasar del remiendo de 1977 y sus brochazos posteriores, como la Constitución o el Estatuto, hizo crecer y multiplicarse los casos de resistencia. Sólo entre 1977 y 1982, los años centrales de la reforma, el Estado democrático consiguió “coleccionar” casi 400 presos políticos vascos. Cuando escribimos estas líneas han sobrepasado ya los 750, la mayoría de ellos víctimas de una política de dispersión y venganza, continuamente denunciada, en una espiral infernal que parece no tener fin.
Al mismo tiempo que el nuevo Estado apuntalaba sus estructuras legales con el referéndum constitucional de 1978, rechazado por los vascos, y daba paso al relevo socialdemócrata de 1982, el frente de los presos políticos empezó a convertirse en uno de los colectivos de mayor importancia en el conjunto de la resistencia vasca. Los esfuerzos de los sucesivos gobiernos, tanto madrileños como vitorianos, fueron tan cuantiosos como inútiles, incompetentes o meramente propagandísticos para dar una salida a este asunto. Durísimas actuaciones policiales, sentencias implacables, cárceles de exterminio, dispersión y castigo añadido a los familiares jalonaban el penoso andamio de la vida vasca, sin solución de continuidad, hasta los años presentes. No sólo se hacía necesario el mantenimiento de las GGAA y de su estructura antirrepresiva, sino que además se fundó un nuevo organismo, Senideak, que vino a sumarse a finales de los ochenta a la continuidad de este esfuerzo.
La amnistía de 1976; su importancia trascendental
Tras la muerte de Franco, la petición de amnistía se convierte en verdadero caballo de batalla político entre los diversos sectores, tanto los partícipes de entenderse con los herederos del régimen que acaba, y que firmarán los acuerdos conocidos como Transición, como los partidarios de romper todo acuerdo que posibilite la impunidad de cuarenta años de consunción de derechos.
En Euskal Herria, la amnistía se estipula como condición sine quanon para participar en acuerdos y comicios que aporten un marco más democrático de convivencia. El elevado número de presos políticos impedía a muchas organizaciones entrar en un juego partidario y posibilista que sólo fortalecía la inestable posición del gobierno surgido de las cenizas del espíritu del 18 de Julio. Por ello la amnistía revolotea a modo de premisa sin la cual no corresponde dar paso alguno hacia el futuro. Naturalmente, las divergentes sensibilidades y ambiciones en este campo generan no pocos y recurrentes desmarques y fracasos. Hay queda rota la oportunidad de una acción común que se discute en Txiberta y sus trascendentales consecuencias de cara a las elecciones de junio.
El Manifiesto de la Asamblea de familiares de presos políticos de Bizkaia[16] revela muy correctamente la discusión y dudas que recorren las calles del país; recorrido envuelto en violencia y sangre provocadas por las fuerzas del orden tardofranquistas y las diferentes organizaciones de extrema derecha.
Afirma el Manifiesto que la promulgación y restrictiva aplicación de la mal llamada amnistía, no vaciará las cárceles porque no aborda las raíces del enfrentamiento.[17] Mencionan el contexto real en el que se desenvuelve el conflicto, con un régimen de auténtica tortura y exterminio, juicios políticos sin la más mínima garantía procesal con sentencias y condenas terribles e interminables, la mayoría basadas en una única prueba: las declaraciones autoinculpatorias arrancadas en las sesiones de interrogatorios en los cuartelillos y comisarías policiales. No se pretende buscar un punto final que facilite un arreglo o acuerdo de mínimos. Por el contrario, denuncian, se quiere acallar y desmovilizar las protestas y mejorar la imagen de cara a Europa. Y otra prueba de ello es el olvido del decreto de amnistía de las condenas de tipo socio-laboral que en la última década acompañaban a las protestas de tipo político y que, no en pocas ocasiones, afectaban a los mismos grupos sociales.
Dicen que quieren acabar con las huellas de la guerra, pero cada preso, cada torturado, cada represaliado o desterrado es una prueba fehaciente de que la guerra aún no ha acabado.[18] El golpe del 36 implantó una situación de opresión y falta de libertad y carencia de derechos. Pero seguirá habiendo huellas de la guerra mientras exista un solo preso político vasco, mientras un solo exiliado no pueda retornar libremente a su patria, mientras no se reconozcan y restituyan al Pueblo Vasco, y al resto de pueblos de la península, los derechos que les pertenecen por propia naturaleza.
Toda amnistía reconoce de forma implícita o explícita, la carencia anterior de déficits democráticos graves y, por tanto, que los delitos políticos calificados antes como tales no tienen razón de ser. Pero, nos encontramos con la paradoja de que todos los amnistiados van a volver a la calle en un marco jurídico similar al que propició su internamiento, con un no reconocimiento del conflicto colectivo existente entre Euskal Herria y el estado español.
Por lo tanto, pueden regresar a la cárcel en cualquier momento, pues la defensa de los derechos nacionales vascos les arrastrará inexorablemente a ella.
El Pueblo ha clamado insistente y mayoritariamente por la amnistía. Por ello, cualquier medida de indulgencia va más allá de la voluntad de un gobierno o un rey impuesto por el dictador muerto. Una amnistía total es condición imprescindible para poder hablar de democracia. Y aceptar el diálogo político, única medida para superar la situación de enfrentamiento violento que nos envuelve. Activar otro camino será un mero paño caliente que no servirá para nada más que alargar la enemistad.
La biografía política de Etarte estuvo íntimamente unida a todo este proceso de defensa de los presos, desde los años de Ayuda Patriótica, hasta la obtención de la primera amnistía de 1977. Durante ese largo periodo sufrió el acoso de las delegaciones españolas en Bizkaia. En una ocasión, el 19 de octubre de 1978, el gobernador civil pretendió imponerle una multa de 500.000 pesetas, luego sobreseída, bajo la acusación de organizar y participar en una manifestación convocada por las Gestoras y que había sido expresamente prohibida. Él fue quien, con la inestimable ayuda de gentes anónimas como Román Landera y otros, llevó el peso diario del trabajo en la Asociación Pro-Amnistía, en la que muchos “profesionales” figuraron, quizá más por mejorar su imagen pública que por compromiso real.
Además de su actividad diaria como liberado voluntario por la Amnistía, Etarte seguía escribiendo, para divulgar los objetivos y argumentos de este movimiento y de su ideario político personal. Hemos recogido varios artículos de la época, principalmente en la revista Punto y Hora,[19] en los que desde octubre de 1976 trata los problemas de la amnistía. Etxebarria dudaba sobre la posibilidad de obtener una “verdadera amnistía” ya que ello sería una contradicción del sistema, porque no había cambiado. Compara la actitud de los gobiernos de la Transición en esta materia, con los indultos de Franco, después de los cuales, dice, muchos fuimos hechos prisioneros o detenidos, juzgados y condenados a muerte. Demasiados fueron ejecutados, otros fuimos indultados. Nadie fue amnistiado. En este sistema no cabe amnistía para el enemigo.
Etarte cree que el corazón del régimen sólo se ablanda bajo la presión de las armas. Recuerda su propio indulto, cuando para que al final de la guerra fuéramos obteniendo la excarcelación fue preciso que el fascismo internacional comenzara a ser derrotado en la batalla del Alamein. Considera que es la presión y la lucha popular la que puede obtener la salida de todos los presos. Y, cuando se acercan las primeras elecciones de la transición, pide la abstención del pueblo como una medida más de exigencia política.
Después de los comicios del 15-J, Etarte volverá a insistir sobre los fines de la Asociación Pro-Amnistía, reafirmando su condición de abertzale pero no partidista. En esta intervención hace un resumen de su dedicación exclusivamente a la labor de ayuda moral y material a presos y familiares. Recuerda la docena de años de existencia de Euzko Abertzale Laguntza y su esperanza de conseguir un mayor acercamiento patriótico unidos en el dolor y la persecución. Pero añade, chocamos con una lamentable oposición, que si no llegó a anular si evitó que una fraternidad abertzale, posible entonces, se esté transformado ahora en algo mucho peor y más triste que una diversidad de concepciones sociopolíticas dentro del contexto vasco, que puede llegar a convertirse en lo que hace tiempo hemos llegado a temer.
Etarte se refiere también al éxito popular de las campañas por la amnistía. Como prueba reseña la multitud de casas de las cuatro regiones vascas peninsulares en las que se colocaron ikurriñas, con la palabra amnistía. Las encerronas, sentadas, charlas, carteles, folletos etc. exteriorizando el sentimiento del Pueblo: Presoak Kalera!
CAPÍTULO X
Del Mendigoizale a Herri Batasuna
En los años de la transición, aproximadamente entre 1976 y 1978, Etarte asistió también a un intento de recuperación de Jagi-Jagi como grupo político. En ese tiempo, donde recobraban posiciones los antiguos opositores al régimen hasta entonces aletargados, en el que se convocaban las primeras elecciones generales y municipales o se perfilaba la partición de la herencia postfranquista, viejos y nuevos militantes jagi-jagistas tantearon la posibilidad de resucitar el ideario mendigoizale.
Entre sus actividades ha quedado registrado el reparto de octavillas y boletines informativos, tratando cuestiones de aquellos años o resumiendo los principales aspectos del pensamiento Aberri. Se conocen media docena de hojas y un pequeño cuadernillo, editados entre junio de 1977 y enero de 1978, en las cuales, con la firma EMB-Jagi, se exponen los criterios tradicionales del independentismo mendigoizale como propuestas plenamente actualizadas.
En junio de 1977, ante las elecciones al parlamento español, se “llama al pueblo vasco a afrontarlas únicamente bajo una perspectiva patriótica”. El Euzko Mendigoizale Batza en esta misma hoja, declara la independencia vasca como “Mínimo y primer requisito para la búsqueda de una sociedad justa” y especialmente que “un demócrata vasco no puede aceptar como democracia lo que para Euzkadi es un imperialismo español y francés”. Por tanto, “el partido abertzale que acude al Congreso español, reconoce implícitamente la soberanía de éste sobre Euzkadi”. Por otra parte, dice la octavilla recogiendo el eco argumental de aquel Etarte de los años treinta, “el acudir a las cortes españolas, no sólo es estéril, sino que perjudica gravemente la imprescindible concienciación patriótica”.
Participando en las elecciones españolas, según el ideario mendigoizale, se identifica a Euzkadi con España y es la peor manera de acercarnos a la independencia. A quienes confían o se engañan con sus posibilidades parlamentarias españolas, advierte: Ni lógica abrumadora, ni discursos brillantes, convencerán de nuestro derecho al Congreso español. Verdaderamente es utópico pensar que una veintena de vascos (entre 350), puedan conseguir por “amistad” lo que al pueblo le está costando muchos muertos el lograrlo. Jugará el Gobierno español con los diputados vascos, para amansar al Pueblo, como ha jugado con los negociadores para la amnistía. Buscará la división, como lo ha hecho para romper el Frente Abertzale. Enfrentará a los colaboracionistas vascos con la resistencia vasca, y todos saldremos perdiendo.
De acuerdo con esto, EMB llamaba a la abstención para el 15 de junio de 1977, proclamando su intención de apoyar sólo a los candidatos que se comprometieran a no acudir a las Cortes españolas o únicamente a una Asamblea Vasca. A cambio pedía la unión de representantes abertzales para afrontar las elecciones a municipios y diputaciones.
Sobre este mismo asunto, EMB- Jagi-Jagi volverá en una hoja fechada en febrero de 1979, recordando sus posiciones y lamentando la imposibilidad de formación de un Frente abertzale. En la octavilla califica de triste espectáculo la presencia de diputados nacionalistas en el congreso español “haciendo dejación de los más básicos principios nacionalistas” y subrayando la “aceptación parlamentaria de la sistemática segregación de Nabarra”.
Poco antes, el 28 de octubre de 1978, se había escenificado en la calles de Bilbao la separación fáctica de las fuerzas nacionalistas. La manifestación de las palomas peneuvista, protegida por las fuerzas del orden españolas, paralela al intento de concentración de la izquierda abertzale en el Casco Viejo, brutalmente reprimida por la policía con un enorme saldo de heridos y detenidos, representará el punto de separación y enfrentamiento efectivos entre las dos fuerzas políticas nacionales más significativas.
Los mendigoizales saben que sus posiciones abstencionistas serán calificadas de “testimoniales”, pero insisten en el valor de su testimonio y en la necesidad de mantener la dirección correcta: “no hay otro fruto a conseguir del parlamentarismo español que el de su rechazo explícito”, subrayando que “no puede haber colaboración con España mientras Euzkadi, una nación, no hable como Nación libre o sea, independiente”.
Además de otras hojas sueltas en las que se resumen aspectos históricos y fechas referenciales de la pérdida de la soberanía o del sentido del Aberri Eguna, el 26 enero de 1978 aniversario del nacimiento de Sabino Arana, el Euzko Mendigoizale Batza Jagi-Jagi publicará un pequeño manifiesto político en el que se recogen las principales características que distinguieron a su línea doctrinal. Encabezado por el lema Emon argia erriak bere bidea aurkituko dau,[20] la proclama hace una definición de Euzkadi como nación, expresión de derechos históricos y voluntad política, refrendada por la muerte y sufrimiento de sus mejores hijos: “Euzkadi debe ser independiente. Este derecho a su independencia ni prescribe ni es hipotecable. Ninguna generación puede decidir que ya no necesita ser soberana. Mientras vivan unos que lo deseen, tienen no sólo el derecho, sino el DEBER de despertar al Pueblo a este legítimo anhelo de ser Nación”
En cuanto a la Autonomía, la declaración jagijagista afirma: “Autonomía no es la libertad. Autonomía es libertad parcial y condicionada. La condición es que no perjudique los intereses de los opresores, que no han escatimado esfuerzos para hacer desaparecer a Euzkadi como Nación. La Autonomía es un arma del opresor para seguir dominando. Es otro abrazo de Bergara actualizado al día de hoy.
La Autonomía, dice el Mendigoizale, ofrece libertades para no dar la libertad verdadera. Pero lo lamentable , como en los años treinta, es que compartan este deseo dirigentes que se autotitulan vascos. Entonces, la autonomía no será un paso hacia la independencia, si no un entretenimiento. La autonomía es un mejor trato aparente para el esclavo. El peor mal de la esclavitud es perder el deseo de ser libres.
Respecto al derecho a decidir, los jagi-jagi muestran la misma rotundidad. No es honesto, dicen, “hablar de autodeterminación para resolver cómo se mantiene el poder político de Euzkadi: Euzkadi, como toda Nación, tiene derecho a la independencia”. El verdadero camino es el reconocimiento incondicional de acceder sin condicionantes previos a la soberanía, porque querer sustituirlo por un referéndum de autodeterminación, “es intentar aprovecharse de la labor imperialista de siglo y medio, de los que los últimos cuarenta años, que han sido una ofensiva sin tregua para la destrucción de Euzkadi”.
Este rechazo a la autodeterminación, como derecho sustituto de la independencia, hacía referencia, por tanto, a todo el proceso desnacionalizador registrado en Euskal Herria desde el siglo XIX, que habría conseguido desarraigar a muchos vascos de su sentido nacional y transplantar a los territorios ocupados a ciudadanos españoles, a quienes paradójicamente se les reconocería su prerrogativa a autodefinirse como vascos o no.
El punto de vista Jagi-Jagi es suficientemente conocido: la independencia nacional vasca es una derecho histórico y político que no puede jugarse en un referéndum. De la misma manera que los españoles no deciden si quieren ser franceses, romanos o árabes, los vascos y su definición nacional es ya de por si una determinación histórico-política inalienable. El mismo “problema” se plantea tradicionalmente en el caso nabarro. Una traba artificial creado por la aceptación peneuvista del estatuto del 36 y posteriormente de la autonomía actual separada. Los nabarros no pueden decidir sobre si son vascos o no, porque son los primeros vascos. Pero si se quiere dotar a la autodeterminación de un carácter positivo, tal como se entiende en la filosofía jagi-jagi, sólo podría tener una función meramente administrativa, nunca invalidar el derecho político de las naciones a su independencia. “Ni aún saliendo derrotada una opción a Estado independiente”, dice el manifiesto mendigoizale, “eliminaría el derecho a seguir luchando por una Euzkadi libre”.
Otro de los elementos destacables de la ideología jagijagista expresados también en 1978, era el rechazo del racismo. Para los mendigoizales la defensa de una nación no es racismo, pero si lo es el imperialismo que sufren los vascos. El inmigrante en Euzkadi, sólo “tiene el deber de acatar el derecho a la soberanía de Euzkadi, tal como respeta la independencia de Suiza o Bélgica”. En caso contrario se convierte en invasor o colono. Pero, el cumplimiento de este compromiso y este reconocimiento, a su vez le concede el privilegio a ser considerado ciudadano vasco. En cambio, obrar contra ese derecho a respetar las apetencias de la población autóctona, les hace cómplices de una imposición imperialista.[21]El texto mendigoizale hace también una reseña del ideario económico y social del Jagi-Jagi. Los independentistas aspiran a una sociedad de hombres libres, que conviva en igual de derechos con los demás pueblos. Creen en una democracia sin clases y recuerdan el colectivismo primitivo del pueblo vasco, en el que convivía la propiedad privada del caserío con tierras comunes y socializadas. Hacen un canto a la propiedad comunal y a la propiedad pública de las riquezas existentes en el subsuelo, hasta que “con la pérdida de la Independencia, llegaron el imperialismo y el capitalismo. La democracia del imperialismo significa que 30 millones de españoles y 40 de franceses decidan el futuro de 2 millones de vascos”.
El manifiesto expresa la necesidad de la independencia nacional vasca para obtener la emancipación social, aunque defenderla no es buscar el aislamiento. El Jagi-Jagi quiere una Europa de Naciones Unidas, no la actual Europa de los Estados que impiden las expresiones nacionales de los pueblos minoritarios. Porque el tamaño no es el problema. La cuestión es que “formando parte de los pueblos español y francés, seguiremos a merced de lo que les conviene a estos”.
Así, sin la soberanía política, no se propagará una vida social como la que desarrollan los pueblos libres. La prueba es que la llamada libertad democrática francesa no ha garantizado, sino todo lo contrario, el desarrollo de Iparralde. Ante esta situación, el EMB aspira a transmitir el mensaje histórico de Gudari, alumbrar el camino y animar a quienes deben recorrerlo: “El patio de la cárcel no es la meta del mendixale. Nuestro Pueblo es merecedor de ver desde lo alto de la montaña”.
Sin embargo, el panorama político confuso y abundante de finales de los setenta, empezó a clarificarse con la creación de Herri Batasuna en 1978. La Federación de Mendigoizales, que había sido invitada a varias reuniones con un grupo en el que estaba entre otros, Manu Agirre, al objeto de convertirse en una opción política, vio en la nueva organización un colectivo que se identificaban con la mayoría de sus propuestas. Por este motivo, tras varias asambleas de los responsables jagi-jagistas, optaron por dejar en libertad a sus miembros, muchos de los cuales entraron a formar parte de la recién conformada coalición. Otros en cambio, como el propio Etarte, decidieron seguir con su militancia abertzale personal, pero sin formar parte de ningún proyecto político concreto.
CAPÍTULO XI
Los últimos latidos [22]
Cuando escribíamos estas líneas, Etarte acusaba ya en su corazón el paso de una historia cargada de esperanzas y persecuciones. Una vida intensa y firme, con la serenidad y el rigor de sentirse conforme consigo mismo, pero a disgusto con la realidad de las cosas. Jubilado en 1976, después de haber desempeñado varios trabajos de administrativo —el último de ellos en Talleres JEZ de Llodio— Etxebarria seguirá colaborando en la prensa abertzale en los años de la transición. Su última actividad patriótica fue la correspondiente a las Asociaciones Pro-Amnistía, que ya hemos relatado. Después tendría intervenciones periodísticas esporádicas en Egin, Deia, Garaia y, más habitualmente, en Punto y Hora de Euskalherria.
Los asuntos tratados por Etarte en estas últimas colaboraciones son también de diverso orden. No hay una unidad temática, como en su etapa mendigoizale, pero en todos subyace la preocupación patriótica que dirigió toda su vida y en todos se mantiene la misma línea independentista y social, que ya defendiera en sus escritos de Jagi-Jagi o Patria Libre. Encontramos su firma, sobre todo, en el apartado de Cartas al Director, con opiniones sobre cuestiones de tipo histórico, Nabarra, el Pacto de Baiona, o la discusión sobre Castro-Urdiales. También acerca de la preocupación obsesiva de aquellos días y de siempre: la Amnistía y la unidad de los nacionalistas vascos, con el tantas veces fracasado Frente Nacional al fondo. Trifón entrará también en debates palpitantes como la participación electoral o el enfrentamiento entre autonomistas e independentistas. Son también reseñables sus artículos “in memoria”, donde glosa la personalidad de figuras del nacionalismo como Arana o Monzón, recientemente fallecido.
Dejó de aparecer en actividades públicas a finales de los años ochenta. Se refugió voluntariamente en su casa de Bilbao, desde donde mantuvo contactos con sus antiguos compañeros medigoizales, cada vez más espaciados. En los 90, a pesar de su estado de salud, conservaba todavía una espléndida memoria y ayudó en la redacción del libro sobre Eli Gallastegi Gudari, a quien siempre consideró junto a Sabino Arana, su guía indiscutible y su maestro en el nacionalismo. Como confesó, en el acto de presentación de este libro en febrero de 1992, Gudari fue quien le enseñó el nacionalismo que sabe, la figura que enderezó la nave desviada del Comunionismo y en el cual se reconocen como discípulos políticos la generación de independentistas de los años treinta.
Todavía a finales de siglo, Etarte se asomaba a la ventana de su casa de Bilbao cuando alguna manifestación pasaba por la calle Autonomía. Encogido sobre el dolor y la enfermedad de su ya débil corazón, sus ojos certeros contemplaban entonces los pocos caminos de luz que le quedaban a la tarde. Su ánimo se dolía a menudo del nuevo desviacionismo autonómico del PNV, reedición de los episodios que ya había vivido en los años treinta, así como de la separación nacionalista que provocaba esta actitud. Sufría la repetición de aquello en lo que nació y vivió. Atrás había quedado la sombra rechazada y un gesto de preocupación aparecía en su rostro, cuando leía los periódicos y las noticias divididas de cada día.
Etarte ya se ha ido, pero ahora su recuerdo late entre nosotros desde esa altura a la que pertenecen los hombres y mujeres ejemplares de la historia vasca, que han entregado todo por la redención de una patria que les obsesiona. Etarte, independentista apasionado, católico convencido, prisionero de los verdugos de su pueblo, luchador de la libertad de todos, camarada de luz y de derechos, guarda en nuestro recuerdo la imagen limpia de “los acorralados sin culpa que triunfarán en todas partes”. Ellos han abierto el camino de los días y nunca nos han engañado.
EPÍLOGO
El día que murió Egin
(Sentidos recuerdos de Josemari Lorenzo Espinosa)
Un día de mediados de julio de 1998, Lander Gallastegi dejó un aviso en mi contestador telefónico diciéndome que Etarte había muerto. Llevaba tiempo sin saber nada de él, aunque por su amigo Koldo Apodaka nos enteramos que le habían colocado un marcapasos y se encontraba algo aliviado de la grave dolencia cardiaca que le acosó en sus últimos años. La noticia por tanto, no dejó de sorprendernos y conmovernos. Tanto más cuánto hubiéramos deseado ver publicado un libro con su biografía, antes de que nos dejara. La última vez que le ví fue unos meses antes, cuando estaba asomado a la ventana de su casa, al paso de una manifestación de Herri Batasuna.
Las relaciones con Trifón, a quien tuve el honor y la ocasión de conocer en varias entrevistas durante los años 1992 y 1993, se distanciaron algo después de que Egin publicara un artículo mío, con motivo de su cumpleaños, en el que hacía un resumen de su ideología y sus posiciones críticas con el PNV. En algún sitio no gustó el artículo y uno de sus hijos me llamó a casa, no para felicitarme precisamente. Después de esto, Lander y Apodaka trataron de restablecer nuestras conversaciones, pero encontraron a un Trifón triste y desilusionado con la situación política, en especial por las malas relaciones entre los nacionalistas (PNV-HB) y afectado físicamente por sus problemas de corazón. Poco antes habíamos intentado organizar un homenaje en Pobeña. Nos reunimos un par de veces con gente de Herri Batasuna. Alguien se encargó de contactar con la Herriko de Pobeña y todo parecía dispuesto, pero su familia estaba preocupada por la complicada salud de Etarte. Hablamos con su cardiólogo y nos confirmó los temores familiares. Cualquier alteración emocional podía resultar fatal. Desistimos.
Cuando supe de su fallecimiento llamé a Egin durante toda la mañana, pensando en escribir algo. Pero nadie cogía el teléfono. Para entonces, los talleres y la redacción del periódico estaban cerradas y ocupados por la policía. Después de varios intentos, me puse en contacto con la sede de HB en Donostia, donde me confirmaron el cierre del periódico y me convocaron para una asamblea urgente para esa misma tarde. En efecto, la Mesa Nacional de HB se reunió entonces con el único orden posible del día: la situación creada por el cierre de Egin. Obviamente, el problema era lo bastante grave y contundente como para que, una vez más, los acontecimientos represivos taparan otras circunstancias.
La muerte de Trifón quedó de esta forma en un lamentable segundo plano. Horas después, unos pocos amigos asistían en Bilbao a su funeral. No hubo nadie que tuviera tiempo de organizar la despedida que, sin duda, merecía. Los viejos jagi-jagi y los que militaron con el en Euzko Abertzale Languntza o las Comisiones Pro-Amnistía presentes en aquella situación comentaban entristecidos que en su féretro nadie se acordó de colocar siquiera una ikurriña.
Trifón murió en julio de 1998, el mismo día que un juez español cerraba Egin. La coincidencia no puede pasarse por alto. En el mismo momento que agonizaba quien, a través de mítines, revistas o periódicos, con palabras de ira serena y reivindicación había unido el hoy y el ayer, un siniestro oficio de tinieblas se clavaba en la prensa independentista vasca. Los ocupantes seguían imponiendo la ley del imperio y el funeral de un resistente se cargaba de sombras y amenazas.
Unos años después parece que nada haya cambiado. Seguimos atravesando el mar de la dificultad, conmovidos y ayudados por las vidas de quienes lucharon y sufrieron, amenazados por el poder y sus gobiernos, alentados por el pasado y pensando en el mejor futuro que ellos soñaron.
¿Qué nos ha dejado Etarte? ¿Qué queda de su vida y de su ejemplo que pueda ayudarnos en esta penosa tarea? Etarte fue un hombre cargado de ilusiones, tiempo y circunstancias. Su recorrido por la historia vasca se corresponde al menos con tres generaciones de nacionalistas, con las que convivió y se identificó. Lo primero que puede sorprender en este tiempo de hedonismo descreído, es su firmeza cristiana sobre todo en los escritos de juventud. Un corazón social y un pensamiento que no dudaba de la bondad y la integridad de las enseñanzas papales, nos llama la atención por esa sublime ingenuidad, que ahora nos falta. Su interpretación del cristianismo, como doctrina justa y apropiada para resolver los problemas, no está de moda. Sus críticas sociales a la moral, al neomalthusianismo de las épocas de crisis, al baile o las costumbres licenciosas, de perfil aranista, no van a ser hoy celebradas por nadie. Hay que entenderlas en el contexto del regeneracionismo social y nacional que el primer nacionalismo propuso para el pueblo vasco y que se consolidó con la obra de Gallastegi y el movimiento Jagi-Jagi. Regeneracionismo de época, como hoy tenemos el nuestro. Resabios sociales, nacionales y religiosos, que actualmente hemos sustituido por otros que nos parecen más oportunos que aquellos, porque los consideramos más modernos y avanzados.
Etarte conoció la misma ira nacional que sacudió a Sabino Arana, al contemplar la degradación y el “extranjerismo” en que había caído su pueblo. Una irritación que procede con indignación defensiva, pero no con odio hacia el ser humano. Se rebeló con palabras de fuego contra quienes atropellaban los derechos de los suyos. Y escribió, en lenguaje racial, en favor de la supervivencia de una estirpe oprimida, a quien se niega el derecho a la vida nacional, a la lengua, la cultura, al trabajo justo y la libertad política.
Vio luego, cómo el partido y el movimiento que se había fundado para impedir la desaparición de la raza y el pueblo vascos, degeneraban hasta colaborar con los gestores de esa desaparición.
Su grito nacional fue infinito, como fue el de Arana, el de Gallastegi o el de tantos otros. Y su primer nacionalismo fue racial, como el de los nacionalistas consecuentes de su época, pero nunca racista. Etarte proclamaba las razones de un colectivo oprimido y en peligro cierto de desaparición. En la actualidad, y desde sectores acostumbrados a defender otros derechos étnicos discretamente alejados y de todas las minorías, no debería sorprendernos esta apelación a la raza bien entendida, sino todo lo contrario. Leído hoy, la utilización del argumento racial en Europa no puede evitar el recuerdo dramático de las fechorías nazis, fascistas o franquistas. La palabra raza, sea o no sea científicamente correcta, es ahora insoportable en el discurso político por las aberraciones cometidas en su nombre por Hitler, Franco, Mussolini, el Ku-Klux-Klan, el Apartheid y tantos otros. Estos han convertido en recuerdo de odio y persecución lo que una vez fue debate normalizado y defensivo, desprovisto de cualquier amenaza.
No nos avergonzamos, sin embargo, de exigir respeto y ayuda a las minorías tribales en peligro, acosadas en América, África, Australia o cualquier otro lugar, por la globalización etnocultural anglosajona, despótica y ambiciosa. Y lo hacemos en nombre de elementos e identidades raciales, que con falso pudor llamamos étnicas. Lo mismo deberíamos hacer con los vascos, pues ese era y probablemente sigue siendo, el caso de esta raza-pueblo. Un pueblo, una etnia, una raza tal vez muy mestizada que se ha querido liquidar sumariamente, pero que late todavía y tiene voluntad de hacerse oír en los estertores de la historia de los estados, gracias a voces como las de Trifón Etxebarria.
La defensa de la raza que hacía Etarte es la misma que hizo Arana. Es la salvaguardia agónica de un pueblo oprimido en sus derechos políticos, negado en su lengua, en su cultura, en sus costumbres y en sus leyes propias. Un pueblo impedido en su forma de hablar y escribir. Negado políticamente, cuando el lenguaje está mediatizado por la “falsa cortesía” y una ladina corrección política. La palabra escrita de Etarte, la del mendigoizale del Jagi-Jagi, todavía hoy suena como un incendio porque es una excelente muestra de la dialéctica político-social de los años treinta. Y es que, cuando desde las filas del nacional-regionalismo vasco menudean las críticas y los rechazos al “esencialismo”, enemigo del colaboracionismo, es gratificante encontrar la honestidad nacionalista que escritores como Arana, Etarte, Gallastegi o cualquiera de los colaboradores de Jagi-Jagi pusieron entonces en sus artículos y en sus letras.
No hay ninguna prueba de racismo, ni la menor insinuación de imperialismo, en el comportamiento y la estrategia nacional de Etarte o Jagi-Jagi, como tampoco lo hubo en Arana. Las peticiones angustiosas y desesperadas, hechas por este nacionalismo en nombre de la raza, no estaban encaminadas a sojuzgar a nadie, a invadir a otros pueblos o imponerles ninguna ley. Aparecían dirigidas a exigir las mínimas formas nacionales de emancipación y autogobierno que gozan quienes impiden las nuestras. Si ellos querían esa libertad para lograr la salvación moral de los vascos o para establecer un orden de conformidad con las enseñanzas sociales de la Iglesia, es otra cuestión que se debe resolver al día siguiente de la independencia.
Por eso Etarte y sus mendigoizales no tuvieron ninguna dificultad para entenderse con las generaciones jóvenes y abrazar la misma causa antifascista y patriótica de los nuevos gudaris que, desde los años sesenta reinventaron el nacionalismo en clave reivindicativa y tomaron el testigo y las brasas independentistas en sus manos, añadiéndoles de palabra y obra sus propios ingredientes. Etarte estuvo allí, les ayudó, les orientó, colaboró en el esfuerzo conjunto y en su compañía soportó el final de una dictadura que parecía interminable. A su lado llegó al esperanzado momento de 1975 y con ellos vivió la decepción de la Constitución y el Estatuto.
También habrá quien se sorprenda y escandalice con las llamadas del joven Etarte a defender la vida propia con la muerte del enemigo. Serán los fariseos eternos que reclaman el derecho a acabar con los demás por medios “legales”. A perseguir y acuchillar nacionalistas, bajo la protección del poder armado y la impunidad de leyes y jurisdicciones.
Son los que no comprenden que no se respete la pluralidad del ocupante, su derecho a la invasión, a la negación de los demás o a la expoliación de hombres y pueblos. Pero ante este fariseismo político y social, nunca faltarán gritos y voces, como las de Etarte, que pongan en guardia el corazón dormido del pueblo contra las falacias del imperio y sus amigos “interiores”.
Hay otro Etarte, después de la muerte de Franco y el periodo de transición. Es el que se niega a tomar partido concreto y prefiere militar en organismos abertzales no partidistas, pero sí partidarios. Partidarios de la patria y de la libertad, de la amnistía y de la reconciliación nacionalista. En sus artículos del año 1977, se duele profundamente por esa sempiterna imposibilidad de unión. Lejos de superarse el clima de incomprensión y separación que él mismo vivió y protagonizó desde las filas mendigoizales, ve con preocupación extrema cómo se agiganta el abismo. ¡Pobre Euzkadi!, exclama después de las elecciones de junio de 1977. Se trata ya de un Etarte desengañado, observador de una decepcionante realidad. El sueño de la canalización vasca, que vivieron con Gallastegi todos los Jagi-Jagi, se malogrará de nuevo ante los ojos de un viejo militante de corazón cansado. Etarte asistió incrédulo desde finales de los setenta, a la repetición del drama de desunión e incomprensión nacional. Él, que tanto había defendido la estrategia frentista, tuvo que ver pasar bajo su ventana las filas separadas y desorientadas del nuevo nacionalismo con sus viejas polémicas.
Un poeta de la situación, ex nacionalista famoso por sus apostasías y que asistió al funeral de Etarte, escribió una vez intentando comprender su propia incomprensión, un epitafio envenenado para la memoria de esta generación:
¿Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes, y por qué hemos matado tan estúpidamente? Nuestros padres mintieron: eso es todo.
Digamos que se trata de una licencia melancólica, de alguien agradecido que paga su suerte desconfesando la de los demás. Siempre ha habido conversos, condenados a abominar eternamente de su pasado, por hacer guiños al poder de turno. Pero, ¿cómo renegar de la vida de los otros, acuñada en años de entrega, si ni siquiera la merecemos? ¿Cómo reducir la historia de tanto dolor y tanta esperanza a una mentira de nuestros padres? Y sobre todo, ¿por qué pedir disculpas en el nombre, de quien ha luchado siempre contra la peor forma de mentir, que es la traición a los principios? Los que se equivocan no engañan. Eso sólo lo hacen los traidores. Y Etarte no mintió nunca, porque acudió cada mañana de su vida a la cita con una sola disciplina: la de sus principios.
Etarte murió el día que mataron a Egin. En aquella misma jornada, sin descanso y por la noche, como en las emboscadas que los gubernamentales tendían a los jóvenes abertzales de vuelta de la militancia o la diversión, un juez del Imperio ordenaba a sus policías cerrar la imprenta de las ideas nacionalistas.
Ahora sabemos que no lo consiguió. Etarte también lo supo toda su vida. Esto sucedía cuando muchos se acomodaban y agachaban ante la realidad consumada por soldados, tanques y policías. En tanto, nos dejaba alguien que nunca mintió, porque no había reconocido nunca la sombra del engaño ni del poder. Trifón Etxebarria se ha ido mientras buscaba entre las luces del drama de su pueblo. Siempre se podrá decir que no vio realizados sus más queridos sueños: la independencia vasca, la justicia social o la unión de los patriotas. Pero estamos seguros que nunca reconoció la sombra de la frustración y la desesperanza, porque una suerte de confianza en las ideas principales le acompañaba constantemente. Por eso hoy le recuerdan sus compañeros de lucha y le evocamos quienes sólo le conocimos al final, con el entusiasmo juvenil de los ardientes años, envuelto para siempre en la espléndida bandera vasca que fue su vida.
Bibliografía utilizada
Periódicos y revistas
Jagi-Jagi, Patria Libre, Enbor, Punto y Hora, Garaia, Folletos del EMB, Archivo Histórico del Movimiento Euzko Mendigoxale Batza.
Testimonios orales
Trifón Etxebarria, Koldo Apodaka, Lander Gallastegi, Juanma Idoiaga, Román Landera, J.M. Urbistondo, Pedromari Larrauri, Julio Zumaran, Ángel Mentxaka, Kandido Arregi.
[1] Militantes de Acción Nacionalista Vasca, ANV.
[2] Agrupación de montañeros.
[3] Aunque sufriendo discrepancias internas muy importantes.
[4] El PNV.
[5] Eran Itziar Mugika, Tere Verdes, Bittori Etxebarria, Delia Lauroba (esposa del capitán Joxe Azurmendi, del batallón Eusko Indarra de ANV y que es fusilado mientras su mujer se encarga de pasar la información entre la cárcel de Larrinaga y el exterior. Todo un ejemplo de entrega carente de interés el de ambos)
[6] El listado completo de los que cayeron fue: Trifón, Etxebarria, Ignacio Allika, Gabriel Moral, Guillermo Elgezabal, Rafel Zelaia, Jacinto Alberdi, Ignacio Aldekoa, Juan José Zabala, Jabier Arginzoniz, Francisco José Anta, José Antonio Urrutia, Francisco José Zaldua, Francisco Jabier Aldekoa, Joaquin B. Seijo, Francisco Jabier Escurra, Julio Castro, Luis A. Ormaetxea, Santiago Herrero, José Manuel Asteinza, Julio Zumaran, Daniel López, Rufino Bilbao y Marcelino Uzkiano.
(Sentencia Condenatoria, Audiencia Provincial de Vizcaya, Sección Segunda, 16.11.1960)
[7] En Caracas trabajan por EMB y fortaleciendo Ayuda Carmelo Larrinaga, J. Goiri, Zubillaga, J. Urrestieta, Tomás Uriarte, Timoteo Agirre, Francisco J. Arenaza, Fernando Olañeta, M. Villanueva, el pelotari Uria, Larrondo y, especialmente, Jon Abasolo. Balenziaga asume la responsabilidad de coordinar y hacer operativa APV en México. En Argentina, concretamente, Lomas de Zamora, Juanjo Argote desarrolla una ímproba, y no pocas veces solitaria, labor de concienciación de la causa vasca a todos los niveles y que incluso llega a abandonar la militancia mendigoixale para dedicarse en cuerpo y alma a Ayuda, evitando con ello suspicacias que le señalaban injusta y acusatoriamente desde las direcciones de algunas Casas Vascas y elementos conspicuos de la diáspora.
[8] Propaganda político-social mucha de ella dirigida a los más jóvenes, llegando a sacar una hoja mensual profusamente distribuida, pero a cuenta de la cual caen en poder de la Brigada político-social Zumalabe y Rigal (1957), Zumalabe de nuevo y Etarte (1959), entre otros diversos militantes. Por todo ello, hacia fines de 1960 EMB se halla prácticamente desarticulada y en cuadro, justo en el instante en que ETA inicia su actividad captando a buena parte de la juventud resistente.
Entre 1958-60, la persecución policial contra EMB y los independentistas en general, es fortísima. Reflejo de ellos es una carta que escribe Etarte a J. Mentxaka, exiliado en Chile:
La actual persecución es algo tan enorme que no tiene parangón con ninguna anterior. La de 1958 fue tremenda , pero cada vez se superan. Caer en manos de la policía es algo que te puede cortar la vida. El temor hace callar y no moverse, única manera que tienen de imponerse a la respuesta que les da nuestra juventud, que es magnífica.
[9] En ningún caso participa ni el PNV como organización, ni el Gobierno en el exilio, por más que en Ayuda no se inquiere la militancia de cada solidario, sino que se actúa de forma personal, sin más compromisos. Ello resulta tan inexplicable para Etarte que escribe a Agote (9.11.1969):
Por eso es tremendo el contemplar a veces la falta de fraternidad vasca ante algunos casos y uno no puede por menos dudar del patriotismo de aquellos incapaces de vencer su sectarismo estrecho y partidista. Es tremendo, pero es así. Por el contrario satisface ver como otros se implican (como las emakumes de Bizkaia, incluidas las del PNV), como sufren ante el dolor de la gente y se lamentan ante la pasividad de algunos que parecen estar lejos del sufrimiento de la patria, llenándoseles únicamente la boca de soflamas del nacionalismo oficial.
Por su parte, Agote tachaba de oficialistas o élite oficialista a aquellos que controlaban los centros vascos en Argentina y que se preocupaban casi exclusivamente en salvaguardar los intereses del PNV, demarcándose de cualquier actividad ajena al Partido: Los burukides asocian PNV, Gobierno vasco, Euzko Deya... como si todo fuera uno. Por ejemplo, Andoni Astigarraga, presidente de la Federación de Entidades Vasco-argentinas, mezcla todos estos conceptos interesadamente para justificar su falta de apoyo a Ayuda, porque somos ajenos al nacionalismo oficial, le responde desanimado.
[10] El Proceso de Burgos quiso ser la puntilla del Régimen franquista contra la debilitada organización armada. Dieciséis de sus más importantes dirigentes se sientan en el banquillo y escuchan seis sentencias de muerte y más de 500 años de cárcel. Para remover las conciencias y dar a conocer las posturas de ETA, se secuestra la cónsul de Alemania en Donostia, Eugène Behil (1.12.1970). Durante 25 días el Proceso, el secuestro y ETA aparecen en todos los periódicos e informativos del mundo. Behil se halla encerrado en un baserri de Montori (Zuberoa) y se cuenta la anécdota de que el secuestrado logró escapar de donde le retenían y pidió socorro en el único bar del pueblo. Los vecinos le devolvieron a los secuestradores.
Anai Artea y Ayuda ejercieron labor de intermediación para alcanzar un acuerdo entre el gobierno alemán y ETA. Los que llevaron el peso de la negociación por la parte vasca fueron Etarte y Telesforo Monzón
[11] En lo referente al Interior. Pero, buena parte de los fondos se recaudan en América de donde llegan continuos giros y envíos de dinero que son recibidos en primera instancia por Etarte y Eli Gallastegi principalmente de cuyas manos se reencaminan hacia los destinatarios últimos: todos los represaliados patriotas sin importar su ideología o militancia.
[12] Pero allí básicamente volcada en proteger a los refugiados que iban traspasando la muga huyendo de las redadas policiales.
[13] Etarte viaja regularmente a Iparralde (Hendaia y Donibane Lohitzune) para escribir al exilio sudamericano soslayando la vigilancia franquista. Usa habitualmente el seudónimo de José María Unzueta.
[14] Carta de Juanjo Agote a Dámaso Laburu, secretario de la FEVA (Federación de Entidades Vasco- argentinas) 8.12.1969
[15] ¡Amnistía y Libertad!
[16] Bilbao, 15.9.1976
[17] Una visión de éste particular se puede observar en la homilía leída por los sacerdotes nabarros
(4.2.1973): La violencia que practican algunos vascos no es sino la reacción natural de los oprimidos frente a los opresores, la protesta que levanta el Pueblo ante su sometimiento por un estado de desafuero anterior y que desemboca en una respuesta paralela y defensiva de los sojuzgados, de los torturados, de los ultrajados, en defensa de sus libertades más elementales. Sin el terror oficial, sin el terror legalizado, nunca hubiese existido lo que tan tendenciosamente se ha denominado terrorismo
[18] Este es el momento en el que ha de inscribirse la famosa frase de Telesforo Monzón: La guerra aún no ha acabado, pero puede que sea el momento adecuado para acordar su final.
[19] Punto y Hora de Euskal Herria, una de las mejores publicaciones de la época de la Transición . Edita primero en Iruñea y luego en Donostia (1976-1990) sufrió numerosos atentados (5.10.1977, febrero 1981, Junio 1983) perpetrados por la extrema derecha (Triple A, Joven Batallón Navarro), innumerables amenazas, incautaciones, multas, secuestros parciales y la detención de uno de sus directores, Javier Sánchez Erauskin, acusado de injurias a la corona, por lo que fue condenado a dieciocho meses de cárcel (1983)
Además de boicots institucionales e intimidaciones fascistas contra la publicación y sus trabajadores, los colaboradores eventuales también sufrieron amenazas insistentes: José Bergamín, Jimeno Jurío, Pepe Rei... con la intención de que cesaran en sus aportaciones a la revista.
[20] Dad la luz al Pueblo para que encuentre el camino.
[21] Para conocer la preocupación sobre la emigración que volvía a asolar Euskal Herria tras la guerra civil, es muy significativa la opinión que el delegado mendixale en Argentina traslada desde el exilio: (...)Tras hablar del mestizaje de los que llegan a Argentina y que el propio libertador San Martín era hijo de españoles y se adhirió a la causa de la libertad, hay algunos aspectos sobre los que deberíamos detenernos a reflexionar.
En España, la inmigración masiva de postguerra, realizada con plena conciencia de invasión, adquiere proporciones que son dignas de nuestra mayor preocupación. Siempre hemos odiado al maketo ya que lo considerábamos un enemigo en casa propia. Y muchas veces, cargados de razón, dadas sus actitudes. Pero, llegados a éste punto, nos debería hacer pensar la postura del mencionado SanMartín. Si fuéramos capaces de adsorber toda esta inmigración con un sentido social y humano, la podríamos convencer y aprovechar como fuerza propia y tendríamos mañana un ejército de nuevos soldados regalados por la propia potencia que nos oprime. Creo importante integrar al maketo ya que, ante la impotencia de poder evitar su incursión en nuestra Patria, nuestra raza está condenada a sufrir un cruce o mestizaje, lo queramos o no; pero estos mestizos no tienen por qué ser enemigos. Pueden llegar a amar a Euskadi tanto como nosotros. Y tenemos un ejemplo muy claro y cercano, sólo hay que ver cómo se sientes argentinos muchos de los vascos que llegan aquí y, en especial, la forma en que se integran sus hijos.
Carta de Agote a Etarte (3.11.1969)
[22] En realidad Trifón sufre ya en 1973 varios amagos de infarto y diversos problemas coronarios que sólo se irán agravando con los años.