Si la autonomía, como palabra, tiene su origen en la posibilidad de nombrarse, de darse un Jugaren la realidad por una/o misma/o, ésta ha sido la única intención de este escrito : componer un relato coherente sobre la actividad autónoma armada, a través de la selec­ción y concatenación de comunicados, ponencias, informes, cartas, confidencias...

No nos hemos querido paralizar intentando hacer una obra perfec­ta. Esperamos que la aportación de materiales, la desclasificación de sumarios y el trabajo compartido, hagan que este volumen, nacido con fecha de caducidad, quede obsoleto lo más rápidamente posible.

Y que la voluntad iconoclasta, el deseo de romper normas, de estallar moldes, de destruir las imágenes sacralizadas (incluso la de la propia área de la autonomía), sea la constante que nos impulse a éstas y a las otras tareas, todavía necesarias.

 un irredento

Sobre el origen y actuación de los comandos autónomos, podemos afirmar que ya hay un consenso de la historiografía militante y que podría resumirse en éste:

«En 1976 nace la coordinadora KAS, con la participación de ETA (pm) y el apoyo de ETA (m), llegando el citado organismo a una presentación tactual en las elecciones de junio de 1977 (partici­paría EIA- Euskadiko Ezkerra, mientras que otros se mantuvieron expectantes). El análisis y las actitudes políticas frente a aquella situación, provocó una escisión en el partido leninista clásico (LAIA bai), y los que terminaron participando de un movimiento popular difuso y amplio, de raíz asamblearia (LAIA ez). En estas fechas, la organización con la máxima influencia ETA (pm), se desdobla en un partido político, EIA, y una organización armada que seguiría un progresivo proceso de auto-liquidación. Se produce la escisión entre «Bereziak», que se fusionan con ETA m entonces escasamente desarrollada. Esta última, sostenía la necesidad de desarrollar una estrategia militar, embrión del futuro Ejército Popular Vasco.

Un nutrido grupo de militantes de ETA pm y organizaciones de su órbita, disconformes con el proceso, inician el desarrollo de estructuras políticas con posible actividad armada, confluyendo con los sectores negadores del leninismo de LAIA bai y del pactismo del KAS. En esta convergencia participan también movimientos relacionados con importantes áreas autónomas de lucha como el denominado Batzarre y grupos provenientes de zonas de gran tradición obrera, evolucionados del anarquismo clásico. El valle del Urola, el alto Deba, Gasteiz, la comarca de Pasajes-Rentería, las macrozonas industriales de Iruña o del abra bilbaína, se convirtieron y no por casualidad, en los principales focos de consolidación de los «taldes» vinculados a luchas de carácter auto-organizativo, donde la lucha armada fue sometida a profundo debate, configurándose lo que vendría a conocerse como «comandos autónomos».

Pero aquí no nos interesa reconstruir la historia política, en la que las organizaciones, y sus inevitables y futuras escisiones, configuran el árbol genealógico del que se pretende explicar los estallidos socia­les y las iniciativas individuales, sino reconstruir la rabia de la que surgen los grupos autónomos armados, el tempus' social de donde nacen las iniciativas de corte insurreccional que dan pretexto a este libro.

Caos preinsurreccional difuso

Vitoria 76, es la fecha emblemática que vehicula el desarrollo de los grupos autónomos armados. No es casualidad que sea el 3 de marzo, el dato sobre el que giren los primeros hechos públicos de estos grupos: es el 3 de marzo, cuando la policía de Fraga asesina a los obreros gasteiztarras y es el 3 de marzo, cuando se detiene y hiere a un militante autónomo, que más tarde sería policialmente vinculado a un autodenominado comando autónomo 3 de marzo, talde que colocó la bomba contra el departamento de prensa de la Asociación Democrática de Empresarios Guipuzkoanos (Adegui), acción que supone el inicio del recuento periodístico de las ekintzas de estos grupos.

Vitoria 76 es la cumbre de un proceso histórico acumulativo, don­de los protestas asamblearias desbordan la fábrica para adueñarse de todos los aspectos de la vida, extendiendo, desde un proceso de progresiva participación asamblearia ejemplarizante, las reivindica­ciones meramente materiales de corte salarial, hacia un ejercicio real de autogobierno obrero.

Vitoria se convierte así en el principio y el final de todas las luchas planteadas desde los años posteriores al Plan de Estabilización fran­quista, plan queda banderín de entrada al capital trasnacional, a la nueva industrialización de comarcas rurales vascas, y a la incorpora­ción de una nueva fuerza de trabajo, emigrada del interior de Euskal Herria y del Estado español.

Este nuevo componente obrero nutrirá la demanda de las nuevas zonas industrializadas relacionadas con las empresas auxiliares del tradiconal sector secundario vasco, «una figura que nace políticamen­te de manera totalmente espontánea, en el exterior de los canales organizativos tradicionales, del partido y del sindicato. Una figura que se mueve sola, espontáneamente, fuera de toda tradición política pre­cedente: que se vuelve a fundir en las cosas, en la materialidad de las cosas y de las luchas, abarcando realmente todo el quehacer político».

Rota la tradición del viejo movimiento obrero, mediante la derrota del 37 y agotadas sus organizaciones tradicionales en sus obsesi­vas reconstrucciones bajo el franquismo más represivo, este nuevo contigente proletario comienza solo su lucha contra el trabajo (por unas condiciones laborales que le reporten cada vez más salario a cambio de cada vez menos trabajo) y reinventa las formas de relación asamblearias como medio natural de empujarla.

En el inicio de la década de los sesenta comienza de esta manera el proceso acumulativo de la nueva oposición obrera que, arrancando de huelgas vinculadas a zonas de tradición industrial, como el abra bilbaína, pero pobladas ya por esa incorporación migratoria, se ex­tienden hacia las zonas de nueva industrialización, arrancando así una conflictividad social difusa que se irá adueñando de la realidad cotidiana, y propagándose en un deseo de cambio de todos los órde­nes de la vida.

Vitoria 76 es, además, el inicio del contrataque de las vanguar­dias políticas; es, emblemáticamente, el comienzo de la labor de zapa de los nuevos grupúsculos leninistas y de la labor de reconduc­ción hacia la futura normalidad democrática de las organizaciones clásicas resurgidas a la par de la muerte física del dictador. Partidos y sindicatos que hasta la fecha se conformaban, a la fuerza, con ser mera comparsa de las iniciativas asamblearias, pero que contrata-can tras estos estallidos sociales que hacen caer el primer gobier­no de la monarquía. La cuestión es clara: se trata de una carrera por los primeros puestos en la negociación política que liquide el fran­quismo.

Y Vitoria 76 es también símbolo de la victoria y de la derrota del movimiento asambleario. Su victoria, por el proceso ejemplarizante que por medio de mecanismos solidarios rompe con el aislamiento fabril para recuperar todos los espacios de lo social, pero también su derrota, porque la pura represión acaba disolviendo esta fundamen­tal experiencia de poder obrero.

Es entonces cuando ante esta doble ofensiva, policial y grupuscu­lar, sectores asamblearios del nuevo movimiento obrero, se plan­tean la necesidad de constituir núcleos armados que impidan, en un futuro, la mera derrota militar y que, mientras tanto, contribuyan a crear situaciones tendentes al mantenimiento de ese caos preinsu­rreccional difuso.

Núcleos de insurrección armada

Los «comités obreros», una de las coordinaciones más reflexivas sobre este proceso se declaraban hijos e hijas del mayo del 68 francés, del otoño caliente del 69 italiano y del resurgir de la protesta alrededor del proceso de Burgos del 70. En este triple espejo contemplamos la multidimensionalidad del conflicto: un conflicto que se considera global (como el mayo francés) que desborda los márgenes de lo salarial para abarcar el ámbito de los deseos humanos, rompiendo con lo político como lucha parlamentaria para denunciar el plusvalor ideológico que impregna la totalidad de la existencia; que se concibe como un proceso constituyente (y aquí el otoño italiano) donde la nueva clase obrera toma la calle, se encuentra, habla y actúa, apartando las orejeras de las vanguardias partidarias y sindicales, construyendo así una acumulación progresi­va que le constituye en contrapoder, y que lucha por romper los moldes de un régimen político (proceso de Burgos) mediante la afirmación del carácter nacional de la lucha y practicando la violencia revolucionaria y la solidaridad antirrepresiva.

En aquel entonces circulaban propuestas de intervención autóno­ma armada como laque reproducimos a continuación:

«29. Los grupos efímeros, formados en el momento de una acción precisa y de la explotación de sus efectos, se cuidarán del respeto de la autonomía individual, del rechazo de todo militantismo, y de la exclusión de todo sacrificio. La única disciplina será la adoptada después de la discusión y regulada sobre las necesida­des de la empresa a cometer y de la protección contra todo riesgo de represión.

34. La ausencia de decisiones tomadas jerárquicamente limita los riesgos de manipulación policiaca o de maquinación burocrática. Todo grupo efímero de intervención tiene, no obstante, interés en:

  • constituirse entre gentes que se conozcan bien.
  • tener en cuenta las capacidades y debilidades de cada uno.
  • prever el fracaso del plan a causa de una traición o fallo, y preparar las diferentes respuestas posibles con vistas a evitar toda represión general, preparando una segunda oleada de acciones que corrijan las primeras, sacando las conclusiones de los fracasos, y transformando prácticamente todo fracaso, en fracaso de los partidarios del estatismo.

35. De una forma general, una acción subversiva, lanzada por un grupo de guerrilla contra el sistema dominante, debería respon­der, al menos, a cuatro preocupaciones:

  • experimentar la creatividad y la autonomía individuales al mismo tiempo que afirma las relaciones de acuerdos y desacuerdos entre los participantes.
  • Estudiar las probables modalidades de represión y la forma de responder rápidamente para el provecho de la mayoría.
  • llevar la lucha a todos los aspectos de la vida cotidiana, que es el lugar real donde se reflejan los progresos y las carencias de la larga revolución.
  • considerar el placer real y la calidad de vida para todos los obreros de la fábrica, para todo un barrio y para todo el proletariado.

38. Un acto de sabotaje o de cambio de utilización, sea individual o colectivo, no se improvisa, sino que se prepara como una operación de acoso. Hay que calcular el momento oportuno, la relación de fuerzas comprometidas por ambas partes, la dispo­sición de los lugares, las retiradas y los posibles errores y toda la gama de correcciones, las posibilidades de repliegue, y los riesgos. Se trata de unir la acción de una estrategia global cuyo centro sea siempre la construcción de la autogestión generali­zada.

37. La base de la autogestión generalizada no es el individuo, sino el individuo revolucionario, que únicamente obedece a un compro­miso momentáneo sobre un objetivo particular y a su propio placer impulsado hasta la coherencia global; además sin insta­larse en ningún fetichismo organizacional.

La acción armada autónoma, como hemos visto, se planteaba a años-luz de la lógica militante clásica de cualquiera de las dos ETAs; de hecho la actividad armada durante los dos primeros años de actividad, se aleja de los conceptos como el de protagonismo o centralidad, para concebirse como un refuerzo de las actividades del movimiento popular y asambleario. En este periodo se rehuye la reivindicación de las acciones y en este se van incorporando personas que habiendo vehiculado su rabia en alguna de las ramas de ETA, van siendo conscientes de los derroteros militaristas o liquidacionistas, y del alejamiento progresivo entre la lucha social y las reconducciones políticas de las vanguardias armadas.

Para muestra, un botón:

« Ante la creciente ola de confusionismo, en torno a nuestro funcionamiento como «comandos autónomos» queremos mani­festar que desde el inicio de nuestras actividades hemos expre­sado nuestra independencia orgánica de las diferentes organiza­ciones armadas en Euskadi (ETA militar y los «liquis», conocidos como pe-emes).

Concretamente, y modo diferenciativo, asumimos la lucha arma­da como medio imprescindible en el desarrollo de la lucha de clases, no elaborada de un modo protagonista o de élite, sino intentando extenderla y que sea asumida tanto en práctica, como en teoría por el pueblo trabajador vasco, de acuerdo al grado de posibilidades y de concienciación que tenga. Es decir, intentamos crear núcleos de insurrección armada popular hacia la superación del mero apoyo a la lucha armada como consigna.

Como independentistas, anticapitalistas y autogestionarios, creemos que si la revolución es obra de todos o de nadie, esta debe ir asentándose de acuerdo a la experiencia que los trabaja­dores obtengan de sus luchas, tanto pasadas, como presentes. Experiencias cuyo único medio de materialización consciente es a través de la democracia y de la acción directa, que ya de por sí excluye cualquier delegación en partidos, sindicatos u órganos superiores, en tanto que estos niegan las posibilidades de que los problemas sean asumidos directamente por los trabajadores, sin división entre los dirigentes-dirigidos, especialistas-masas, sin división de lo político con lo social, lo económico, globalizando el carácter anticapitalista de todas las ludias».

Todo el poder a las asambleas

 

En el patio de mi fábrica

dijo un obrero al amo

«saldrán los trabajadores

con el puño levantado»

ni jueces ni policías

ni partidos ni sindicatos

llegarán a perpetuar

las cadenas del trabajo

pero ¡dime, compañero!

¿cuál será nuestro instrumento?

en el diálogo directo

hallaremos argumentos

con piquetes de defensa

con asambleas de insurgentes

con delegados revocables

¡abajo los dirigentes!

 

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