Del Anarquismo al Comunismo

 (continuación núm. 4 bis)

 

LA DICTADURA

 

La cuestión de la libertad de la Prensa, como la cuestión de la policía de la burocracia política y de la conscripción civil y militar, forman realmente parte de la cuestión de la dictadura del proletariado. La dictadura del proletariado no es la libertad, ni es un instrumento de libertad,: es la tiranía, es el Estado.

No podemos ir adelante en la discusión sobre el Estado, sin aclarar este punto. Cualquier fuerza organizada, armada, con dirección central, es un Estado. La dictadura del proletariado es una fuerza organizada, armada, centralmente dirigida.

La dictadura se mantiene por medio de “Cuerpos especiales de hombres armados”. Cualquier Cuerpo especial de hombres armados, aunque o nos guste reconocerlo, es una policía o Cuerpo militar. (Decimos Cuerpos especiales de hombres armados, como distintivo de la militarización universal sin distinción de personas).

Por consiguiente, la dictadura del proletariado es un Estado, gobernando ala población entera gracias a la policía y al ejército.

El comunismo es imposible donde exista un Estado. Un Estado no tiene más que un modo de funcionar: por la restricción de la libertad.

Decir que el Estado es fuerte equivale a decir que la libertad es escasa. El anarquista adora a la libertad; por lo tanto, está indomablemente opuesto al Estado.

Creo haber expuesto con esto la causa del desacuerdo entre los anarquistas libertarios y los bolcheviques comunistas.

La contestación es que en una sociedad cualquiera donde existan dos clases, la una dominará a la otra con una dictadura de hierro. Cuando la clase burguesa era la más fuertemente económicamente, podía dominar por su fuerza económica, dejando que el poder del Estado revista cierta forma benévola. Ahora, después de la guerra, nos encontramos con que la clase trabajadora es la más fuerte en el terreno económico, y la clase burguesa tiene que valerse otra vez de la fuerza brutal del Estado para poder seguir dominando. La Prensa obrera era habitualmente combatida por el Poder económico de la burguesía, y sólo en ciertas ocasiones se echaba mano de la fuerza policíaca para suprimir los periódicos obreros. Hoy el Estado burgués somete los periódicos obreros a una rígida censura policiaca, o los suprime sencillamente a la fuerza. Esto es la dictadura. Emplea la fuerza en proporción a la resistencia que encuentra. Denegar a una de las dictaduras el derecho a suprimir, equivale a dejar que triunfe la otra. Cualquier dictadura suprime todo lo que no lo apoya. Tenemos un ejemplo con la dictadura de Azaña-Prieto; en la Martínez Barrios-Lerroux; en la de Lerroux-Gil Robles. (N. de la R.) la cual extermina todos los periódicos obreros que no puede rebajar al degradante papel de ayudante de la “democracia” parlamentaria burguesa.

La dictadura proletaria hace exactamente lo mismo: suprime toda la fuerza que no la ayude en su dictadura.

Me parecía ver que, aunque se suprimiera en Rusia la propiedad privada, quedaría una dictadura, o sea una clase dominadora; una clase burocrática, una “clase de comisarios”. Cuando oía a los bolcheviques en Moscú decir que el Estado desaparecerá al terminar la revolución, yo sacudía irónicamente la cabeza y pensaba “si, ¡de buena gana veo yo a esos burócratas con mano de hierro abandonar el Poder!”.

Entonces yo no sabía lo que era el Estado. Yo me había educado durante años en la escuela de Bakunin, maldiciendo al Estado, pero sin analizarlo; odiándolo, pero sin comprender lo que era, lo que es. Hoy he aprendido lo que es gracias a Federico Engels. Y al aprender lo que es el Estado he aprendido también esta verdad asombrante que por su misma naturaleza u causa, EL ESTADO NO PUEDE EXISTIR (Y NO EXISTIÓ JAMÁS) sino mientras haya dos clases distanciadas por su diferencia en bienes.

Y yo tenía entonces la opinión que el Estado es un resultado de la ambición de los hombres para gobernar, y que una forma u otra de dominación del hombre por el hombre, usando la fuerza como medio de ejercitarla, había existido siempre, tanto tiempo como la raza. yo me daba cuenta de que la propiedad privada no podría existir sin el Estado, pero creía que el Estado podía existir sin la propiedad privada. Había leído en algunos escritos burgueses y también en Kropotkin  (véase “El Estado, su papel histórico”, que “reyes bárbaros” y “gobernantes salvajes” habían existido donde no había propiedad privada, y no sabía que no existió nunca un rey ni un gobernante político donde no había una clase privilegiada a proteger y una clase desposeída a reprimir.

En perfecta ortodoxia, y creía que el Estado era un resultado del egoísmo inherente a los hombres, un resultado de la voluntad de caminar. (Es un error extendido entre los anarquistas el creer que la existencia del Estado (sea éste burgués o proletario —en el período de transición— es causa de a lucha de clases; cuando, en realidad, el poder estatal o dictatorial es simplemente efecto del antagonismo de clases, antagonismo determinado por la detentación privada de la propiedad cuya abolición problema el marxismo. N. de la R.)

Y eso de que el Estado era un resultado del egoísmo inherente a los hombres, un resultado de la voluntad de dominar, se parece mucho a la teoría del “pecado original”, ¿verdad? Es una doctrina que huele mucho a sacerdote.

Vamos a buscar un concepto del origen del Estado que sea distinto del concepto ortodoxo y de la ideología burguesa. No hay más que uno: el de Marx, de Engels y de Lenin.

Mientras existan dos clases, una dominará a la otra a la fuerza bruta, necesaria para asegurar su dominación. La dictadura burguesa aspira a dominar para siempre; la dictadura proletaria durará solamente mientras subsista una distinción de clase. Cuando no exista ya una clase desposeída, el Estado proletario desaparecerá y no quedará posibilidad física de un Estado. La dictadura del proletariado durará mientras quede un burgués con un fusil o un esperanza.

Robert MINOR

(Continuará)

 

 

euskadi roja

ORGANO en EUSKADI del PARTIDO COMUNISTA (S.E. de I.C.)   PORTAVOZ de los SINDICATOS REVOLUCIONARIOS

Año II, San Sebastián, 24 Febrero 1934  nº 49

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