Carmen Eixach había entrado en el Partido en 1942, a raíz de la muerte de su marido en la cárcel de Ondarreta. Ella y su prima Marichu Guridi cosían las banderas y llevaban los materiales, porque tenían mucha serenidad. Carmen me gustaba, pero no le había dicho nada. La colocaron en la celda contigua a la mía, con una ventana que daba al retrete. Era asqueroso. En aquel retrete habían torturado a Carmen del Vado, metiéndole la cabeza dentro. Y no había dicho nada. Por la noche oía la respiración de Carmen. Y no es que hubiese una declaración formal, pero a través de la pared comencé a hablarle de mis sentimientos. Y una noche, el policía maño, animal, me dice: “¿Tú te has acostado con Carmen? – Ni me he acostado con ella, ni se me ha pasado por la imaginación, ni seguro que por la de ella tampoco. – ¡Pues estás muy equivocado! Ella te quiere a ti, pero vas a ir al penal de Burgos y...”. Dijo una grosería. Pero en aquella comisaría nos hicimos novios.
Después de un mes, como no sacaron a relucir nada, consideraron que Blas y yo éramos unos elementos secundarios y nos llevaron a la prisión de Larrínaga. El proceso lo llevaba el Juzgado nº1 y nuestro abogado, Belandia, no veía forma de sacar menos de veinte años de cárcel. Pero en la celda de los políticos nos hicimos amigos de un dirigente del PNV, Larredonda, un industrial. Y nos puso en contacto con su abogado, Zubizarreta, que nos dijo: “Tenéis suerte. El juez es de nuestro partido y dice poder lograr la libertad provisional antes de que esto pase al Tribunal de Guerra y no haya solución”. Le dimos una cantidad para agilizar los trámites y en la víspera de las Navidades del 47 llegaron el secretario del juzgado, Fernández, y Zubizarreta con nuestra libertad provisional.
Cuando salí de la cárcel, me escondí en casa de Carmen. El Partido decidió que el camarada Peña me sustituyese, lo que para mí fue un error. Su concepto de la clandestinidad era el de las películas de espías y comenzó a comprarse ropa cara y a fumar rubio. En febrero del 48 llegó un guía para llevarme a Francia. Fui con él hasta Barcelona y luego estuvimos seis días andando por la montaña, entre la nieve. Ya no podía más y le dije que siguiese él, que yo allí me quedaba. Lo que me dijo lo recordaré siempre: “Mira, mi misión es llevarte a Francia. O llegamos los dos o nos quedamos aquí los dos”. No sé de donde saqué las fuerzas, pero seguí andando hasta Perpiñán. Ya en París les di el informe a Julián Grimau y Pepe Barcenas.
Meses después me encontré con Carrillo y casi no le reconocí porque llevaba tal bigotón que parecía que tenía una alpargata pegada en la cara. Aclaramos algunas cosas que habían pasado en Euskadi. Semanas después apareció Clemente Ruiz. Toda la organización en Euskadi había caído. O Peña o Gual habían hablado, porque todo había caído de arriba a abajo. No había quedado casi nada y Clemente me pidió que volviese para intentar recomponerlo. Yo no me negué, pero Carmen, que también había escapado, me aseguró que si volvía, había terminado con ella. Así que le dije que no y me quedé en Francia.