Índice
13 Agradecimientos
17 Prefacio
21 Introducción
Primera Parte.
Teorizar y politizar el trabajo doméstico
35 1. Salarios contra el trabajo doméstico (1975)
36 «Un trabajo por amor»
39 La perspectiva revolucionaria
41 La lucha por los servicios sociales
43 La lucha contra el trabajo doméstico
45 2. Por qué la sexualidad es un trabajo (1975)
51 3. Contraatacando desde la cocina
52 Nos ofrecen «desarrollo»
53 Un nuevo campo de batalla
55 El trabajo invisibilizado
59 Nuestra falta de salario como disciplina
60 La glorificación de la familia
63 Diferentes mercados laborales
64 Demandas salariales
66 Que pague el capital
71 4. La reestructuración del trabajo doméstico y reproductivo en EEUU durante los años setenta (1980)
74 La revuelta contra el trabajo doméstico
80 La reorganización de la reproducción social
87 Conclusiones
91 5. Devolvamos el feminismo al lugar que le corresponde (1984)
Segunda Parte.
Globalización y reproducción social
107 6. Reproducción y lucha feminista en la nueva división internacional del trabajo (1999)
107 Introducción
110 La Nueva División Internacional del Trabajo (NDIT)
118 Emigración, reproducción y feminismo internacional
125 Conclusión
127 7. Guerra, globalización y reproducción (2000)
129 África, guerra y ajustes estructurales
134 La ayuda alimentaria como guerra soterrada
137 Mozambique: un caso paradigmático de las guerras contemporáneas
139 Conclusión: de África a Yugoslavia y más allá
143 8. Mujeres, globalización y movimiento internacional de mujeres (2001)
145 Globalización: un ataque a la reproducción
149 Luchas de mujeres y movimiento feminista internacional
153 9. La reproducción de la fuerza de trabajo en la economía global y la inacabada revolución feminista (2008)
154 Introducción
156 Marx y la reproducción de la fuerza de trabajo
160 La revuelta de las mujeres contra el trabajo doméstico y la redefinición feminista de trabajo, lucha de clases y crisis capitalista
166 Nombrar lo intolerable: la acumulación primitiva y la reestructuración de la reproducción
174 El trabajo reproductivo, el trabajo de las mujeres y las relaciones de género en la economía global
181 10. Sobre el trabajo afectivo (2011)
182 El trabajo afectivo y la teoría del trabajo inmaterial de Imperio a Multitud y Commonwealth
190 El origen de los afectos y del trabajo afectivo
192 El trabajo afectivo y la degenerización del trabajo
197 El trabajo afectivo en la literatura feminista
202 Conclusiones
Tercera Parte.
La reproducción de lo común
205 11. Sobre el trabajo de cuidados de los mayores y los límites del marxismo (2009)
205 Introducción
207 La crisis del cuidado de los mayores en la era global
213 El cuidado de los mayores, los sindicatos y la izquierda
219 Mujeres, ancianidad y cuidado de los mayores desde la perspectiva de las economistas feministas
223 12. Mujeres, luchas por la tierra y globalización: una perspectiva internacional (2004)
224 Las mujeres mantienen el mundo con vida
225 Mujeres y tierra: una perspectiva histórica
233 Las luchas por la subsistencia y en contra de la «globalización» en África, Asia y Latinoamérica
241 La importancia de la lucha
243 13. El feminismo y las políticas de lo común en una era de acumulación primitiva (2010)
244 Introducción: ¿Por qué lo común
246 Los comunes globales y los comunes del Banco Mundial
248 ¿Qué comunes?
251 Las mujeres y los comunes
254 La reconstrucción feminista
261 Bibliografía
Prefacio
El factor decisivo en la historia es, a fin de cuentas, la producción y la reproducción de la vida inmediata.
Frederick Engels
Esta tarea […] la de transformar los hogares en comunidades de resistencia ha sido globalmente compartida por las mujeres negras, especialmente las mujeres negras que vivían en comunidades supremacistas blancas.
bell hooks
Este libro recoge más de treinta años de reflexiones e investigaciones sobre la naturaleza del trabajo doméstico, la reproducción social y las luchas de las mujeres en este terreno —para escapar de él, mejorar sus condiciones o reconstruirlo de manera que suponga una alternativa a las relaciones capitalistas. Se trata de un libro que entremezcla política, historia y teoría feminista. Pero también es un reflejo de la trayectoria de mi activismo político dentro del movimiento feminista y del movimiento antiglobalización, y del cambio gradual que he vivido respecto al trabajo doméstico, pasando del «rechazo» a la «valorización» del mismo, y que hoy en día reconozco como parte de la experiencia colectiva.
No hay duda alguna de que entre las mujeres de mi generación, el rechazo al trabajo doméstico como destino natural de las mujeres fue un fenómeno ampliamente extendido durante el periodo que siguió a la Segunda Guerra Mundial. Esto era especialmente significativo en Italia, país en el que nací y me crié y que en los años cincuenta todavía estaba empapado por una cultura patriarcal, consolidada durante el fascismo pero que ya estaba experimentando una «crisis de género», causada parcialmente por la guerra y también por los requerimientos de los procesos de reindustrialización que siguieron a la guerra.
La lección de independencia que nuestras madres recibieron durante la guerra y que nos trasmitieron hacía inviable para muchas mujeres, e intolerable para muchas otras, la perspectiva de una vida dedicada al trabajo doméstico, la familia y la reproducción. Cuando escribí en mi artículo «Salarios contra el trabajo doméstico» (1974) que convertirse en ama de casa suponía «un destino peor que la muerte», reflejaba mi actitud y punto de vista hacia este trabajo. Y, de hecho, hice todo lo que pude para escapar de él.
Bajo una mirada retrospectiva, es irónico que me pasara los siguientes cuarenta años de mi vida lidiando con el problema del trabajo reproductivo, al menos teórica y políticamente, si no en la práctica. En el proceso de demostrar por qué como mujeres debíamos rebelarnos contra este trabajo, por lo menos tal y como se ha visto configurado bajo el capitalismo, he llegado a comprender su importancia, no solo para la clase capitalista, sino para el desarrollo de nuestra lucha y nuestra reproducción.
Fue gracias a mi implicación en el movimiento de las mujeres como fui consciente de la importancia que la reproducción del ser humano supone como cimiento de todo sistema político y económico y de que lo que mantiene el mundo en movimiento es la inmensa cantidad de trabajo no remunerado que las mujeres realizan en los hogares. Esta certeza teórica se desarrolló sobre el sustrato práctico y emocional provisto por mi propia experiencia familiar, que me expuso a un mundo de actividades que durante largo tiempo di por sentadas y que, tanto de niña como de adolescente, observé a menudo con gran fascinación. Incluso hoy en día, algunos de mis más preciados recuerdos de la infancia me trasladan hasta la imagen de mi madre haciendo pan, pasta, salsa de tomate, pasteles, licores… y después tejiendo, cosiendo, remendando, bordando y cuidando de sus plantas. Algunas veces la ayudaba en tareas puntuales, casi siempre de forma reacia. De niña, tan solo veía su trabajo; más tarde, como feminista, aprendí a ver la lucha que llevaba a cabo, y me di cuenta de todo el amor que iba incluido en ese trabajo y de lo duro que había resultado para mi madre el hecho de que se diera por supuesto, sin poder nunca disponer de algo de dinero para ella y tener que depender de mi padre por cada céntimo que gastaba.
A partir de mi experiencia en casa —y a través de la relación con mis padres— también descubrí lo que hoy en día denomino «doble carácter» del trabajo reproductivo, como trabajo que nos reproduce y nos «valoriza» no solo de cara a integrarnos en el mercado laboral sino también contra él. Ciertamente no puedo comparar mis experiencias y recuerdos infantiles con los que relata bell hooks, que describe su «hogar» como un «lugar de resistencia»[1]. Pero, sin embargo, siempre estuvo presente la necesidad, y algunas veces fue ratificada abiertamente, de no medir nuestras vidas mediante las demandas y valores del sistema capitalista como principio que debía guiar la reproducción de nuestras vidas. Incluso hoy en día, los esfuerzos que mi madre hizo para desarrollar en nosotras cierto sentimiento de autoestima me proporcionan la fuerza para encarar situaciones difíciles. Lo que muchas veces me ha salvado cuando no he sido capaz de protegerme a mí misma ha sido mi compromiso de proteger su trabajo y a mí como la niña receptora del mismo. El trabajo reproductivo no es, sin duda alguna, el único trabajo por el que se pone en cuestión lo que le otorgamos al capital y «lo que nos damos a nosotras mismas»[2]. Pero desde luego es el trabajo en el que las contradicciones inherentes al «trabajo alienado» se manifiestan de manera más explosiva, razón por la que es el punto cero para la práctica revolucionaria, incluso aunque no sea el único punto cero[3]. Puesto que no hay nada tan asfixiante para la vida como ver transformadas en trabajo las actividades y las relaciones que satisfacen nuestros deseos. De igual modo, es a través de las actividades cotidianas por las que producimos nuestra existencia que podemos desarrollar nuestra capacidad de cooperar, y no solo resistir a la deshumanización sino aprender a reconstruir el mundo como un espacio de crianza, creatividad y cuidado.
Silvia Federici
Brooklyn, Nueva York, junio de 2011
Introducción
En otras épocas he dudado de la idoneidad de publicar un libro de ensayos que girase exclusivamente sobre el tema de la «reproducción», ya que me parecía una abstracción artificial de los múltiples temas y luchas a las que me he dedicado durante años. En cualquier caso, existe una lógica en la selección de los artículos de esta recopilación: la cuestión de la reproducción, entendida como el complejo de actividades y relaciones gracias a las cuales nuestra vida y nuestra capacidad laboral se reconstruyen a diario, y que ha sido el hilo conductor que entrelaza todos mis escritos y mi activismo político.
La confrontación con el «trabajo reproductivo» —reducido, en un principio, al trabajo doméstico— fue el factor definitorio para muchas mujeres de mi generación, nacidas en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial. Después de dos guerras, que en el espacio de tres décadas habían eliminado a setenta millones de personas, los atractivos de la domesticidad y la promesa de sacrificar nuestras vidas para producir más trabajadores y soldados para el Estado no tenían lugar en nuestro imaginario. De hecho, más que la confianza en una misma que la guerra otorgó a muchas mujeres —y que en EEUU simbolizó la imagen de Rosie la remachadora —, fue la memoria de la carnicería en la que habíamos nacido, especialmente en Europa, lo que dio forma a nuestra relación con la reproducción durante el periodo de postguerra. Este es un capítulo que todavía falta por escribir en la historia del movimiento feminista internacional.[4] Aun así, cuando recuerdo las visitas que, en Italia, siendo escolares, hacíamos a las exposiciones en los campos de concentración, y las historias que se contaban en las sobremesas acerca de la cantidad de veces que, a duras penas, nos habíamos salvado de ser asesinados por los bombardeos, escapando en mitad de la noche en busca de refugio bajo un cielo que refulgía con las estelas de las bombas, no puedo dejar de preguntarme cuánto peso habrán tenido estas experiencias en mi decisión, y en la de muchas otras mujeres, de no tener hijos ni convertirnos en amas de casa.
Esta perspectiva antibelicista puede que sea la razón por la que nuestra actitud, al contrario que otras críticas feministas previas al hogar, la familia y el trabajo doméstico, no podía buscar reformas. Echando un vistazo retrospectivo a la literatura feminista de principios de los años setenta, me sorprende la ausencia de las problemáticas que preocupaban a las feministas de los años veinte, cuando la reordenación del hogar en términos domésticos, la tecnología aplicada al hogar y la reorganización de los espacios eran temas centrales en la teoría y las prácticas feministas[5]. Por primera vez, el feminismo mostraba una ausencia de identificación con el trabajo reproductivo, no solo cuando se producía para otros sino incluso en relación a nuestras familias y parientes; posiblemente, esto pueda ser atribuido al desgaste que la guerra supuso para las mujeres como tales, especialmente porque esta amenaza nunca desapareció, sino que aumentó con el desarrollo de las armas nucleares.
Aunque el trabajo doméstico siempre ha sido un tema crucial en las políticas feministas, este poseía un significado especial para la organización a la que me uní en 1972: la campaña internacional Salario para el Trabajo Doméstico (WfH en sus siglas en inglés), con la que colaboré activamente durante los siguientes cinco años. La campaña que llevó a cabo el movimiento Salario para el Trabajo Doméstico fue bastante diferente y peculiar, ya que aglutinó corrientes políticas de diferentes partes del planeta y de diversos sectores del mundo proletario, cada uno de ellos enraizado en su particular historia de luchas y en busca de un terreno común proporcionado y transformado desde nuestro feminismo. Mientras que para la mayor parte de las feministas sus puntos de referencia eran las políticas liberales, anarquistas o socialistas, las mujeres que impulsaron la WfH venían de una historia de militancia en organizaciones que se identificaban como marxistas, marcadas por su participación en los movimientos anticolonialistas, el Movimiento por los Derechos Civiles, el movimiento estudiantil y el movimiento operaista. Este último se había desarrollado en Italia a principios de la década de los sesenta como resultado del resurgimiento de las luchas obreras en las fábricas, y condujo a una crítica radical del «comunismo» y a una relectura de la obra de Marx que ha influido en una generación entera de activistas y que todavía no ha agotado su capacidad de análisis como demuestra el interés internacional que suscita el movimiento autónomo italiano[6].
Fue a través, pero también en contra, de las categorías articuladas por esos movimientos que nuestro análisis de la «cuestión de las mujeres» se convirtió en un análisis del trabajo reproductivo como factor crucial en la definición de la explotación de las mujeres en el capitalismo, el tema común de la mayor parte de los artículos recogidos en este volumen. Como expresan perfectamente los trabajos de Samir Amin, Andre Gunder Frank y de Frantz Fanon, el movimiento anticolonialista nos enseñó a ampliar el análisis marxista sobre el trabajo no asalariado más allá de los confines de las fábricas y, así, contemplar el hogar y el trabajo doméstico como los cimientos del sistema fabril más que como su «otro». Partiendo de este análisis también aprendimos a buscar a los protagonistas de la lucha de clases no solo entre los trabajadores masculinos de la clase proletaria industrializada sino, en mayor medida, entre los colonizados, los esclavizados, en el mundo de los trabajadores no asalariados marginados en los anales de la tradición comunista a quienes entonces podíamos añadir la figura del ama de casa proletaria, reconceptualizada como el sujeto de la (re)producción de la fuerza de trabajo.
El contexto social y político en el que se ha desarrollado el movimiento feminista ha facilitado esta identificación. Desde al menos el siglo XIX, cuando el auge del movimiento feminista siguió los pasos del desarrollo del Movimiento de Liberación Negra, esto ha supuesto una constante en la historia norteamericana. El movimiento feminista de la segunda mitad del siglo XX no fue una excepción; desde hace mucho tiempo considero que el primer ejemplo de feminismo en los años sesenta en EEUU lo dieron las welfare mothers[7] quienes, lideradas por mujeres afroamericanas inspiradas a su vez en el Movimiento por los Derechos civiles, se movilizaron para exigir un sueldo al Estado por el trabajo que suponía criar a sus hijos, creando el sustrato del que brotarían organizaciones como el movimiento Salario para el Trabajo Doméstico.
Del movimiento operaista que enfatizaba la centralidad de las luchas por la autonomía de los trabajadores dentro de la relación capital-trabajo, aprehendimos la importancia política del salario como instrumento organizativo de la sociedad y, a la vez, de su utilidad como palanca para minar las jerarquías dentro de la sociedad de clases. En Italia, esta lección política cristalizó en las luchas obreras del «Otoño Caliente» (1969), cuando los trabajadores exigieron aumentos salariales inversamente proporcionales a la productividad e igualdad salarial para todos. Esto mostraba una gran determinación en la búsqueda no de ganancias sectoriales sino del fin de las divisiones basadas en salarios diferenciales[8]. Desde mi punto de vista, esta concepción del salario — que rechazaba la separación económica y política leninista de las luchas— se convirtió en una herramienta extraordinariamente útil para sacar a la luz las raíces materiales de la división laboral sexual e internacional y desenterrar, en mis posteriores trabajos, «el secreto de la acumulación primitiva».
Igual de importante en el desarrollo de nuestra perspectiva fue el concepto operaista de «fábrica social». Dicho concepto traducía la teoría de Mario Tronti, expresada en su obra Operai e Capitale (1966)[9], según la cual llegados a cierto punto del desarrollo capitalista las relaciones capitalistas pasan a ser tan hegemónicas que todas y cada una de las relaciones sociales están supeditadas al capital y, así, la distinción entre sociedad y fábrica colapsa, por lo que la sociedad se convierte en fábrica y las relaciones sociales pasan directamente a ser relaciones de producción. Tronti señalaba así el incremento de la reorganización del «territorio» como espacio social estructurado en función de las necesidades fabriles de producción y de la acumulación capitalista. Pero desde nuestra perspectiva, a primera vista resultó obvio que el circuito de la producción capitalista, y de la «fábrica social» que esta producía, empezaba y se asentaba primordialmente en la cocina, el dormitorio, el hogar —en tanto que estos son los centros de producción de la fuerza de trabajo— y que a partir de allí se trasladaba a la fábrica pasando antes por la escuela, la oficina o el laboratorio. En resumen, no acogimos pasivamente las lecciones de los movimientos que he señalado anteriormente sino que los pusimos patas arriba, exponiendo sus límites, utilizando sus piedras angulares teóricas para construir un nuevo tipo de subjetividad política y de estrategia.
La definición de esta perspectiva política y su defensa contra .............[................]
[1] bell hooks, «Homeplace: A Site of Resistance», Yearning: Race, Gender and Cultural Politics, Boston, South End Press, 1990.
[2] Ibidem.
[3] Donna Haraway, Simians, Cyborgs and Women: The Reinvention of Nature, Londres, Routledge, 1990, pp. 181-182 [ed. cast.: Ciencia, cyborgs y mujeres: la reinvención de la naturaleza, Madrid, Cátedra, 1995]. En la página 310 escribe: «Las feministas han proclamado recientemente que las mujeres viven el día a día, que sustentan la vida cotidiana más que los hombres y que, por lo tanto y potencialmente, están en una posición epistemológica privilegiada. Existe un aspecto convincente en esta posición que hace visible la actividad no valorada en las mujeres y que se caracteriza por ser la base de la vida. Pero, ¿la base de la vida?».
[4] Un primer paso supone el texto de Leopoldina Fortunati, «La famiglia: verso la ricostruzione», que analiza las principales transformaciones que la guerra provocó en la organización de las familias europeas e italianas, empezando por el desarrollo de una mayor autonomía de las mujeres y del rechazo de la disciplina familiar y de la dependencia de los hombres. En su descripción de la Segunda Guerra Mundial, mostrada como un ataque masivo contra la clase trabajadora además de como una inmensa destrucción de la mano de obra, Fortunati escribe «que desgarró la estructura reproductiva de la clase trabajadora socavando de un modo irreparable cualquier beneficio que las mujeres pudiesen encontrar en seguir sacrificándose en interés de sus familias. De esta manera, el modelo de familia previo a la guerra quedó enterrado bajo los escombros». Leopoldina Fortunati y Mariarosa Dalla Costa, Bruto Ciao, Roma, Edizioni delle Done, 1976, p. 82.
[5] Para más información sobre este tema véase Dolores Hayden, The Great Domestic Revolution, Cambridge (MA), MIT Press, 1985.
[6] Para más información sobre el operaismo y su relación con el movimiento autónomo italiano, véase la introducción de Harry Cleaver a la obra Reading Capital Politically, Edimburgo, AK Press, 2000.
[7] Welfare mothers es el nombre con el que se identificaba a aquellas mujeres que recibían ayudas sociales. [N. de la T.]
[8] Véase Karl Marx, «Wages of labour» en Economic and Philosophic Manuscripts of 1844, Moscú, Progress Publishers, 1974 [ed. cast.: «Salario» en Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, Buenos Aires, Ediciones Colihue, 2004].
[9] Mario Tronti, Operai e Capitale, Torino, G. Einaudi, 1966 [ed. cast.: Obreros y capital, Madrid, Akal. Cuestiones de Antagonismo, 2001].