EL PROGRAMA MILITAR DE LA REVOLUCIÓN PROLETARIA.

 

Entre los socialdemócratas revolucionarios de Holanda, Escandinavia y Suiza, que luchan contra esa mentira socialchovinista de la “defensa de la patria” en la actual guerra imperialista, suenan voces a favor de la sustitución del antiguo punto del programa mínimo socialdemócrata: “milicia” o “armamento del pueblo”, por uno nuevo: “desarme”. Jugend-Internationale[1] ha abierto una discusión sobre este problema, y en su número 3 ha publicado un editorial a favor del desarme. En las últimas tesis de R. Grimm encontramos también, por desgracia, concesiones a la idea del “desarme”. Se ha abierto una discusión en las revistas Neues Leben[2] y Vorbote.

Examinemos la posición de los defensores del desarme.

 

I

 

Como argumento fundamental se aduce que la reivindicación del desarme es la expresión más franca, decidida y consecuente de la lucha contra todo militarismo y contra toda guerra.

Pero precisamente en este argumento fundamental reside la equivocación fundamental de los partidarios del desarme. Los socialistas, si no dejan de serlo, no pueden estar contra toda guerra.

En primer lugar, los socialistas nunca han sido ni podrán ser enemigos de las guerras revolucionarias. La burguesía de las “grandes” potencias imperialistas es hoy reaccionaria de pies a cabeza, y nosotros reconocemos que la guerra que ahora hace esa burguesía es una guerra reaccionaria, esclavista y criminal. Pero, ¿qué podría decirse de una guerra contra esa burguesía, de una guerra, por ejemplo, de los pueblos que esa burguesía oprime y que de ella dependen, o de los pueblos coloniales por su liberación? En el 5° punto de las tesis del grupo La Internacional leemos: “En la época de este imperialismo desenfrenado ya no puede haber guerras nacionales de ninguna clase”, afirmación evidentemente errónea.

La historia del siglo XX, el siglo del “imperialismo desenfrenado”, está llena de guerras coloniales. Pero lo que nosotros, los europeos, opresores imperialistas de la mayoría de los pueblos del mundo, con el repugnante chovinismo europeo que nos es propio, llamamos “guerras coloniales”, son a menudo guerras nacionales o insurrecciones nacionales de esos pueblos oprimidos. Una de las propiedades más esenciales del imperialismo consiste, precisamente, en que acelera el desarrollo del capitalismo en los países más atrasados, ampliando y redoblando así la lucha contra la opresión nacional. Esto es un hecho. Y de él se deduce inevitablemente que, en muchos casos, el imperialismo tiene que engendrar guerras nacionales. Junius que en un folleto suyo defiende las “tesis” arriba mencionadas, dice que en la época imperialista toda guerra nacional contra una de las grandes potencias imperialistas conduce a la intervención de otra gran potencia, también imperialista, que compite con la primera, y que, de este modo, toda guerra nacional se convierte en guerra imperialista. Mas también este argumento es falso. Eso puede suceder, pero no siempre sucede así. Muchas guerras coloniales, entre 1900 y 1914, han seguido otro camino. Y sería sencillamente ridículo decir que, por ejemplo, después de la guerra actual, si termina por un agotamiento extremo de los países beligerantes, “no puede” haber “ninguna” guerra nacional, progresista, revolucionaria, por parte de China, pongamos por caso, en unión de la India, Persia, Siam, etc., contra las grandes potencias.

Negar toda posibilidad de guerras nacionales bajo el imperialismo es teóricamente falso, erróneo a todas luces desde el punto de vista histórico y equivalente en la práctica al chovinismo europeo: ¡nosotros, que pertenecemos a naciones que oprimen a centenares de millones de personas en Europa, en África, en Asia, etc., tenemos que decir a los pueblos oprimidos que su guerra contra “nuestras” naciones es “imposible”!

En segundo lugar, las guerras civiles también son guerras. Quien admita la lucha de clases no puede menos de admitir las guerras civiles, que en toda sociedad clasista representan la continuación, el desarrollo y el recrudecimiento —naturales y en determinadas circunstancias inevitables— de la lucha de clases. Todas las grandes revoluciones lo confirman. Negar las guerras civiles u olvidarlas sería caer en un oportunismo extremo y renunciar a la revolución socialista.

En tercer lugar, el socialismo triunfante en un país no excluye en modo alguno, de golpe, todas las guerras en general. Al contrario, las presupone. El desarrollo del capitalismo sigue un curso extraordinariamente desigual en los diversos países. De otro modo no puede ser bajo el régimen de la producción mercantil. De aquí la conclusión irrefutable de que el socialismo no puede triunfar simultáneamente en todos los países. Empezará triunfando en uno o en varios países, y los demás seguirán siendo, durante algún tiempo, países burgueses o preburgueses. Esto habrá de provocar no sólo rozamientos, sino incluso la tendencia directa de la burguesía de los demás países a aplastar al proletariado triunfante del Estado socialista. En tales casos, la guerra sería, de nuestra parte, una guerra legítima y justa. Sería una guerra por el socialismo, por liberar de la burguesía a los otros pueblos. Engels tenía completa razón cuando, en su carta a Kautsky del 12 de septiembre de 1882, reconocía inequívocamente la posibilidad de “guerras de defensivas” del socialismo ya triunfante. Se refería precisamente a la defensa del proletariado triunfante contra la burguesía de los demás países.

Sólo cuando hayamos derribado, cuando hayamos vencido y expropiado definitivamente a la burguesía en todo el mundo, y no sólo en un país, serán imposibles las guerras. Y desde un punto de vista científico, sería completamente erróneo y antirrevolucionario pasar por alto o velar lo que tiene precisamente más importancia: el aplastamiento de la resistencia de la burguesía, que es lo más difícil, lo que más lucha exige durante el paso al socialismo. Los popes “sociales” y los oportunistas están siempre dispuestos a soñar con un futuro socialismo pacífico, pero se distinguen de los socialdemócratas revolucionarios precisamente en que no quieren pensar siquiera en la encarnizada lucha de clases y en las guerras de clases para alcanzar ese bello porvenir.

No debemos consentir que se nos engañe con palabras. Por ejemplo: a muchos les es odiosa la idea de la “defensa de la patria”, porque los oportunistas y los kautskianos manifiestos encubren y velan con ella las mentiras de la burguesía en la actual guerra de rapiña. Esto es un hecho. Pero de él no se deduce que debamos perder la costumbre de meditar en el sentido de las consignas políticas. Aceptar la “defensa de la patria” en la guerra actual equivaldría a considerarla “justa”, adecuada a los intereses del proletariado, y nada más, absolutamente nada más, porque la invasión no está descartada en ninguna guerra. Sería sencillamente una necedad negar la “defensa de la patria” por parte de los pueblos oprimidos en su guerra contra las grandes potencias imperialistas o por parte del proletariado victorioso en su guerra contra cualquier Gallifet[3] de un Estado burgués.

En teoría sería totalmente erróneo olvidar que toda guerra no es más que la continuación de la política con otros medios. La actual guerra imperialista es la continuación de la política imperialista de dos grupos de grandes potencias, y esa política es originada y nutrida por el conjunto de las relaciones de la época imperialista. Pero esta misma época ha de originar y nutrir también, inevitablemente, la política de lucha contra la opresión nacional y de lucha del proletariado contra la burguesía, y por ello mismo, la posibilidad y la inevitabilidad, en primer lugar, de las insurrecciones y de las guerras nacionales revolucionarias; en segundo lugar, de las guerras y de las insurrecciones del proletariado contra la burguesía; en tercer lugar, de la fusión de los dos tipos de guerras revolucionarias, etc.

 

II

 

A lo dicho hay que añadir la siguiente consideración de carácter general.

Una clase oprimida que no aspirase a aprender el manejo de las armas, a tener armas, esa clase oprimida sólo merecería que se la tratara como a los esclavos. Nosotros, si no queremos convertirnos en pacifistas burgueses o en oportunistas, no podemos olvidar que vivimos en una sociedad de clases, de la que no hay ni puede haber otra salida que la lucha de clases. En toda sociedad de clases —ya se funde en la esclavitud, en la servidumbre, o, como ahora, en el trabajo asalariado—, la clase opresora está armada. No sólo el ejército regular moderno, sino también la milicia actual —incluso en las repúblicas burguesas más democráticas, como, por ejemplo, en Suiza— representan el armamento de la burguesía contra el proletariado. Esta es una verdad tan elemental, que apenas si hay necesidad de detenerse especialmente en ella. Bastará recordar el empleo de tropas contra los huelguistas en todos los países capitalistas.

El armamento de la burguesía contra el proletariado es uno de los hechos más considerables, fundamentales e importantes de la actual sociedad capitalista. ¡Y ante semejante hecho se propone a los socialdemócratas revolucionarios que planteen la “exigencia” del “desarme”! Esto equivale a renunciar por completo al punto de vista de la lucha de clases, a renegar de toda idea de revolución. Nuestra consigna debe ser: armar al proletariado para vencer, expropiar y desarmar a la burguesía. Esta es la única táctica posible para la clase revolucionaria, táctica que se desprende de todo el desarrollo objetivo del militarismo capitalista y que es prescrita por este desarrollo. Sólo después de haber desarmado a la burguesía podrá el proletariado, sin traicionar su misión histórica universal, convertir en chatarra toda clase de armas en general, y así lo hará indudablemente el proletariado, pero sólo entonces; de ningún modo antes.

Si la guerra actual sólo despierta en los reaccionarios socialistas cristianos y en los lloricones pequeños burgueses susto y horror, repugnancia hacia todo empleo de las armas, hacia la sangre, la muerte, etc., nosotros, en cambio, debemos decir: la sociedad capitalista ha sido y es siempre un horror sin fin. Y si hora la guerra actual, la más reaccionaria de todas las guerras, prepara a esa sociedad un fin con horror no tenemos ningún motivo para entregarnos a la desesperación. Y en una época en que, a la vista de todo el mundo, se está preparando por la misma burguesía la única guerra legítima y revolucionaria, a saber: la guerra civil contra la burguesía imperialista, la “exigencia” del desarme, o mejor dicho, la ilusión del desarme es única y exclusivamente, por su significado objetivo, una prueba de desesperación.

Al que diga que esto es una teoría al margen de la vida, le recordaremos dos hechos de alcance histórico universal: el papel de los trusts y del trabajo de las mujeres en las fábricas, por un lado, y la Comuna de 1871 y la insurrección de diciembre de 1905 en Rusia, por otro.

La burguesía desarrolla los trusts, obliga a los niños y a las mujeres a ir a las fábricas, donde los tortura, los pervierte y los condena a la extrema miseria. Nosotros no “exigimos” semejante desarrollo, no lo “apoyamos”, luchamos contra él. Pero ¿cómo luchamos? Sabemos que los trusts y el trabajo de las mujeres en las fábricas son progresivos. No queremos volver atrás, a los oficios artesanos, al capitalismo premonopolista, al trabajo doméstico de la mujer. ¡Adelante, a través de los trusts, etc., y más allá, hacia el socialismo!

Este razonamiento, con las correspondientes modificaciones, es también aplicable a la actual militarización del pueblo. Hoy, la burguesía imperialista militariza no sólo a todo el pueblo, sino también a la juventud. Mañana tal vez empiece a militarizar a las mujeres. Nosotros debemos decir ante esto: ¡tanto mejor! ¡Adelante, rápidamente! Cuanto más rápidamente tanto más cerca se estará de la insurrección armada contra el capitalismo. ¿Cómo pueden los socialdemócratas ..........................

 

 

[1] 55 "Jugend-Internationale" ("La Internacional de la Juventud"): órgano de la Unión Internacional de Organizaciones Socialistas de la Juventud, adherida a la izquierda de Zimmerwald; apareció de septiembre de 1915 a mayo de 1918 en Zúrich, dirigido por G. Münzenberg

[2] "Neues Leben" ("Vida Nueva"): revista mensual, órgano del Partido Socialdemócrata Suizo; se organización publicó en Berna desde enero de 1915 hasta diciembre de 1917. La revista sostenía los puntos de vista de los zimmerwaldianos de derecha; a partir de 1917 adoptó una posición socialchovinista.

[3] G. A.; A. Galliffet, véase V. I. Lenin, ob cit., "Biografías", tomo complementario 3. (Ed.)

 

 

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