ÍNDICE
Prólogo
I. NACIONALISMO Y SOCIALISMO
La cuestión polaca en el Congreso Internacional de Londres
En defensa de la nacionalidad
La acrobacia programática de los socialpatriotas
Prólogo a La cuestión polaca y el movimiento socialista
El socialismo y la Iglesia
II. LA CUESTIÓN NACIONAL
La cuestión nacional y la autonomía
III. ¿REVOLUCIÓN O CONTRARREVOLUCIÓN?
Nuestro volante sobre Marruecos
En el asilo
El voto de las mujeres y la lucha de clases
El carácter oficioso de la teoría
El militarismo, la guerra y la clase obrera
Referencias bibliográficas
PRÓLOGO
POR BOLÍVAR ECHEVERRÍA
La nacionalidad del obrero no es francesa ni inglesa ni alemana; es el trabajo, la esclavitud en libertad, la venta voluntaria de sí mismo. Su gobierno no es francés ni inglés ni alemán; es el capital. Su cielo patrio no es el francés ni el inglés ni el alemán: es la atmósfera de la fábrica. El suelo que le pertenece no está en Francia ni en Inglaterra ni en Alemania; está bajo tierra, a unos cuantos palmos de profundidad.
Marx (1845)
Para definir la revolución comunista como proceso histórico concreto, y para actuar políticamente de acuerdo a tal definición, los marxistas no pueden contentarse con el esquema abstracto de su teoría. Según éste, la revolución comunista resulta de la lucha de clases que enfrenta al proletariado explotado con la burguesía capitalista explotadora, en la medida en que, dentro de esta lucha, la posición proletaria asume y potencia la tendencia incontenible de las fuerzas productivas de la sociedad a desarrollarse en sentido comunitario, mientras que la posición burguesa representa y defiende la tendencia cada vez más antihistórica del modo privado capitalista de reproducción social a mantenerse indefinidamente. El proletariado es por tanto la clase social que, en el desarrollo de su propia existencia —que es siempre lucha contra la clase capitalista—, se vuelve necesariamente comunista.
A la cuestión sobre el proceso que constituye a este “sujeto revolucionario”, o acerca de ese tránsito necesario que convierte a la masa de proletarios (“clase en sí”) en el movimiento histórico instaurador de la sociedad comunista (“clase para sí”), el esquema abstracto del marxismo responde con una teoría general sobre la manera específica en que se ejerce la explotación en la sociedad capitalista y sobre la posibilidad —única en la historia— que abre este carácter específico de la “esclavitud moderna” para que la lucha “económica” o reivindicativa de los explotados se transforme en lucha “política” o revolucionaria. En la “esclavitud moderna”, a diferencia de la “esclavitud antigua” —en la que todo el trabajo de los explotados, incluso el que les era efectivamente pagado (por el sustento que recibían), parecía ser trabajo no pagado—, todo el trabajo que los explotados ejecutan con los medios de producción de los capitalistas, incluso el que realizan gratis para éstos (y que genera el “plusvalor” o ganancia), parece ser trabajo pagado. La explotación o “esclavitud” moderna —ésta es su peculiaridad histórica— no puede subsistir sin la “complicidad” o, lo que es lo mismo, sin la libre aceptación de los propios explotados. Y ésta sólo es posible gracias a la sustitución incuestionable de las relaciones reales de explotación por esa apariencia de relaciones equitativas.
Al luchar “económicamente” por la justa remuneración de su trabajo —es decir, al someterse a la definición de éste como un objeto mercantil cuyo valor es igual al de su capacidad para trabajar o al de los bienes necesarios para restaurarla periódicamente; al someterse por tanto a la ley según la cual sólo una parte del fruto de su trabajo (el “valor necesario”) les corresponde por derecho, mientras el resto (el “plusvalor”) es propiedad de los capitalistas—, los proletarios aceptan voluntariamente los términos de su “esclavitud”. Su lucha clasista se reduce de esta forma a la de un conjunto de propietarios-vendedores de mercancía, la mercancía fuerza de trabajo, contra el conjunto de propietarios-compradores de ella, que, dentro del estado de derecho burgués y sirviéndose de él, exigen el precio real de su mercancía (salario igual a la parte ‘'necesaria” del valor producido), defienden la verdadera magnitud del valor de la misma (contra el intento capitalista de “incrementar relativamente” el plusvalor) y la protegen de un mal uso que la desgaste excesivamente (como intentan hacerlo los capitalistas para “incrementar absolutamente” el plusvalor). Pero —y aquí reside la posibilidad de su liberación—, la lucha “económica” consecuente y radical de los proletarios modernos, dentro de 1a “complicidad” con su esclavitud, los lleva una y otra vez, y cada vez con más fuerza, a hacerlos chocar con los límites de validez de las condiciones de su explotación.
Los excesos de los capitalistas en la extracción y en la apropiación del plusvalor que les producen gratis los obreros sólo los pueden combatir éstos mediante una lucha que implica atentar contra todo el modo como se produce y se consume la riqueza en la sociedad capitalista; contra la forma misma de una vida social basada en la producción y el consumo del plusvalor. Velar como propietarios privados por el justo precio, el buen mantenimiento y el uso mesurado de su mercancía, la fuerza de trabajo, es algo que los proletarios no pueden llevar a cabo efectivamente sin llegar de una manera u otra a cuestionar la diferencia aparentemente inesencial que los separa del otro tipo de propietarios privados, el de los capitalistas: la de que éstos detentan el control de los medios de producción sociales, mientras que ellos no. Y este cuestionamiento es precisamente el que convierte a la lucha “económica” reformista o respetuosa de los términos políticos que posibilitan el mantenimiento de la “esclavitud” moderna, en lucha revolucionaria, que mina y tiende a destruir esos términos políticos como condición para la instauración del modo de reproducción social comunista.
Pero los marxistas no pueden contentarse con este esquema general. Su acción política concreta los enfrenta cotidianamente a un conjunto de cuestiones que tienen que ver efectivamente con el tránsito del comportamiento “económica” y reivindicativo al “político” y revolucionario de la clase obrera, pero cuyo planteamiento como problema requiere una aproximación de mayor concreción y complejidad. Tal vez la figura más completa en que aparece ese conjunto de cuestiones relativas a la conformación revolucionaria de la acción proletaria es la que se resume bajo el concepto de la “cuestión nacional".
En lo abstracto, como modo de reproducción de la sociedad en general, el capitalismo adjudica a los miembros de ésta una identidad de clase que se define con diferentes grados de pureza en referencia a las dos situaciones sociales básicas, polarmente contrapuestas en su complementariedad: la de los obreros y la de los capitalistas. Pero en lo concreto, como modo de reproducción social que incluye, con distintos grados de intensidad, al conjunto histórica y geográficamente diferenciado de la sociedad mundial, el capitalismo adjudica a los individuos sociales un segundo nivel de identidad social: el que los determina al margen de la definición clasista, como miembros de alguna de las unidades particulares, los Estados nacionales en que el capitalismo debe diferenciar su funcionamiento.
En la realidad social concreta organizada por el capitalismo, múltiples conglomerados que reúnen indistintamente a capitalistas y proletarios se oponen entre sí como totalidades económicas nacionales de intereses diferentes y concurrentes. Así, dentro de cada uno de ellos, proletarios y capitalistas no sólo se distinguen y enfrenten entre sí; también se confunden y se entienden unos con otros. La “complicidad” que mantienen los proletarios con su “esclavitud" al aceptar como posible y válido el intercambio que ellos, en tanto que propietarios privados, hacen de su mercancía fuerza de trabajo con la mercancía medios de subsistencia de los propietarios privados capitalistas, se halla así consolidada por una “solidaridad” supraclasista: la que mantienen con los intereses comunes del conjunto nacional-estatal de propietarios privados en el que están incluidos. Su lucha “económica” contra la clase capitalista adquiere una densidad concreta que la vuelve mucho más compleja; a] plantear la estrategia que la guía se debe incluir como mediación necesaria la consideración que los intereses clasistas pueden convergir o divergir relativamente de estos intereses nacionalistas, pero éstos existen siempre, de todas maneras, como marco delimitante de su propia viabilidad.
A primera vista, la necesidad de defender el Estado nacional común de todos los propietarios privados sería siempre un obstáculo en la lucha de los propietarios privados proletarios contra la explotación de que son objeto por parte de los capitalistas. Pero la desigualdad y la lucha competitiva entre las distintas unidades particulares, “nacionales”, de capitalismo —que definen el modo como la sociedad mundial es constituida por la reproducción de su riqueza como capital— da lugar a una constelación sumamente variada de situaciones capitalistas nacionales. Junto a naciones capitalistas dotadas de Estados más o menos independientes existen naciones capitalistas que subordinan a otras en la construcción de un Estado “plurinacional” y que compiten con otras similares en términos imperialistas; existen incluso naciones capitalistas francamente sometidas, dentro o fuera de los Estados imperialistas, que se hallan impedidas de consolidarse efectivamente como Estados autónomos. Y, en este abigarrado conjunto de realidades nacionales capitalistas, la lucha revolucionaria de las distintas secciones del proletariado “internacional” contra sus respectivos capitalistas nacionales se plantea también de maneras muy variadas. Aparece entonces, para los revolucionarios marxistas, lo que podría llamarse el núcleo político de la “cuestión nacional”. Al defender el Estado nacional, ¿pueden los proletarios rebasar a sus aliados capitalistas y aprovechar el retraso de éstos para convertir la movilización nacionalista en realizaciones comunistas? ¿Es posible que una colaboración de clase del proletariado con los capitalistas en el marco de una lucha común por la autodeterminación de su unidad nacional —sea como expansión de un Estado ya constituido, como defensa de un Estado dependiente o como construcción autónoma de un nuevo Estado— favorezca la transformación de su lucha “económica” (tendencialmente revolucionaria) contra los mismos capitalistas en una lucha “política” (realmente revolucionaria)? Si lo es, ¿cuáles son las condiciones para ello?
Nos encontramos ahora ante el hecho ineludible de la guerra. Nos amenazan los horrores de invasiones enemigas [...] De lo que se trata es de defenderse de este peligro, de poner a salvo la cultura y la independencia de nuestro propio país. Y aquí hacemos efectivo aquello en lo que siempre hemos insistido. En la hora del peligro, no dejamos de cumplir con nuestra patria [...]
La patria en peligro, la defensa nacional, la guerra popular por la existencia, la cultura y la libertad; ésta fue la consigna lanzada por la representación parlamentaria de la socialdemocracia [...]
Ahora, millones de proletarios de todos los idiomas caen en el campo de la vergüenza, del fratricidio, de la automasacre, con el canto de los esclavos en los labios.
Rosa Luxemburgo (1915)
El planteamiento de la “cuestión nacional”, como fenómeno social, histórico y político específico, por parte del pensamiento marxista tiene un punto de partida determinado; se encuentra en la obra de Rosa Luxemburgo. Desde 1893, fecha que marca el inicio de su vida de militante comunista, Rosa Luxemburgo debió ubicar dentro de lo que constituía el centro de su preocupación política —la preparación de la clase obrera y sus organizaciones para el momento, que entonces parecía inminente en Europa, de la transformación revolucionaria— el tratamiento de los problemas que resultan de la presencia de un plano de concreción nacional en el desarrollo real del movimiento comunista. Fue impulsada a ello primero (sobre todo hasta 1902) por la necesidad de combatir los efectos divisionistas y retardadores de una estrategia socialista para la democratización del conjunto del Imperio Ruso que, según ella demostraba, resultaban del “socialpatriotismo” dominante en el movimiento socialista polaco. Después (sobre todo a partir de 1905), por la necesidad de combatir el peligro de debilitamiento y desintegración que, según ella preveía, amenazaba tanto el fortalecimiento de los distintos nacionalismos como al movimiento socialista europeo en general. La manera original que tuvo Rosa Luxemburgo, a lo largo de las muchas y encendidas polémicas que desató, de llevar a cabo esta ubicación de la “cuestión nacional” dentro de la “cuestión revolucionaria” es lo que hace de ella no sólo pionera y fundadora sino también coautora principal de la teoría marxista sobre la “cuestión nacional”; teoría que, si bien se encuentra todavía lejos de tener una estructura precisa y un contenido satisfactorio, ha mostrado ya ocasionalmente por lo menos un perfil inconfundible en su enfrentamiento a las categorías espontáneas de autoapología que genera el capitalismo para explicar la dimensión nacional de la existencia social.
Una selección representativa de los escritos que componen esta vertiente esencial de la obra de Rosa Luxemburgo ha sido reunida en las dos primeras partes del presente volumen. En ellas, sobre todo en la segunda, que contiene la famosa aunque casi desconocida serie de artículos sobre La cuestión nacional y la autonomía, el lector podrá conocer los términos reales de esa “unilateralidad internacionalista” que, en calidad de componente del mito negativo llamado “luxemburguismo” —creado para apuntalar el dogma del marxismo “leninista”—, le ha sido adjudicado como adjetivo descalificador al planteamiento luxemburguiano de la cuestión nacional y ha obstaculizado el acceso teórico de muchos marxistas revolucionarios a temas de primera importancia política abiertos por él.
La “unilateralidad internacionalista” de Rosa Luxemburgo consistiría en la “incapacidad” de su pensamiento —demasiado esquemático e .............. [.............]