Repetir a Lenin al pie de la letra es la mejor manera de traicionarlo [...] Lenin nunca se repitió a sí mismo [...] es un hombre que se hace autocríticas en la medida en que la realidad critica su teoría[[1]].

 

1. Presentación

 

De la mano de Boltxe Liburuak tenemos a nuestra disposición una edición vasca de este odiado y desconocido libro que lleva el título de ¿Qué hacer?, obra sin embargo admirada por quienes lo han estudiado con rigor suficiente, ubicándolo en su contexto sociohistórico e integrándolo en el proceso revolucionario mundial. Para cuando lo redactó con 32 años de edad, Lenin tenía una base teórica superior a la media de las personas que luchaban contra el zarismo aunque por imponderables históricos y políticos desconocía obras marxistas muy importantes, algunas de las cuales no llegaría a leer nunca. Una de las cosas que llaman la atención del ¿Qué hacer? y en general de toda la obra del «joven» Lenin es precisamente su capacidad para compensar esas limitaciones objetivas e insuperables en aquella época con el desarrollo de un método esencialmente marxista a pesar de las inevitables lagunas de su pensamiento.

Lenin militaba en grupos ilegales con muchas dificultades para crear una visión teórica que hiciera de hilo de Ariadna a pesar de que la intelectualidad académica reformista publicaba textos abstrusos e inofensivos, tolerados en buena medida por la censura zarista. Fue en este caldo de cultivo, en medio de la represión y la clandestinidad, siempre entre debates y discusiones, en donde tras casi una década de estudios socioeconómicos y políticos, redactó el ¿Qué hacer?: aquí radica uno de los secretos de su fuerza y a la vez del odio que suscita. Las obras marxistas que delimitan las fronteras insalvables con la burguesía, han sido escritas en estas condiciones, o en peores. Mientras que la clase dominante dispone de rebaños de intelectuales asalariados «progresistas» e incluso «críticos» que fabrican las mercancías ideológicas de usar y tirar, las clases y naciones explotadas han de elaborar sus teorías y estrategias en las peores condiciones imaginables.

Algo parecido sucedía medio siglo después en un contexto muy diferente. Leamos lo que dice un documento de 1968 en el que se narra el origen de ETA:

En 1952 un grupo de estudiantes de Guipuzcoa y Bizkaia se reúnen en Bilbao. Absolutamente solos sin ningún apoyo, sin ninguna ayuda, se plantean el problema vasco. [...] Y desde esta primera charla se exigen unos métodos de seguridad (incógnito, puntualidad, trabajo metódico, etcétera) que hoy nos parece el ABC de la organización clandestina, pero que entonces eran radicalmente nuevos en los ambientes abertzales y no solamente en los juveniles.

Desde los primeros tiempos se comenzó a redactar un órgano interno EKIN (padre del KEMEN actual) para uso exclusivo de los militantes que se confeccionaba también a máquina. Por eso al principio se nos conoció «como los de EKIN» y después simplemente como EKIN. Durante los primeros cuatro años, nuestra actividad fue totalmente cerrada, de pura formación, sin ninguna propaganda y menos aún, sin ninguna acción. Nuestra actividad se centraba en crear grupos y más grupos (abiertos y cerrados) con una doble misión: 1) formación intelectual de los miembros de la organización; 2) comienzo de la creación de las bases de un movimiento vasco verdaderamente clandestino[[2]].

Aquí aparecen parte de los rudimentos de la teoría marxista de la organización. No tenemos suficientes datos, pero nos extrañaría mucho que aquellos estudiantes tuvieran acceso a una copiosa y plural bibliografía marxista que les permitiera disponer de un conocimiento más profundo de la problemática organizativa. Posiblemente sin saberlo, o en base a una muy pequeña base teórica, los miembros del grupo EKIN acertaron con componentes de la teoría marxista del partido. Tal vez alguno de ellos o varios leyeran el ¿Qué hacer? pero el problema radicaba, como ahora, en que este texto de Lenin solo es plenamente comprensible si se estudia bajo el prisma dialéctico de lo particular y de lo general, es decir, en su contexto histórico particular y a la vez en su contenido nuclear que permite y obliga a trascender lo particular, lo específico de la situación rusa de entre 1893-1902, incluso 1905 como fecha del salto cualitativo que no podemos detallar aquí, y a comprender el innegable aporte general del libro.

Algo parecido debemos hacer, por ejemplo, con la teoría de J. Martí sobre el Partido Revolucionario Cubano escrita en 1892 en la que aun manteniéndose dentro de una concepción democrático-radical se acerca a algunas tesis marxistas[[3]]. Todavía más próximo está el sistema organizativo llevado a la práctica por, entre otros, Babeuf, Buonarrotti y Blanqui, representantes del comunismo utópico que defendían la necesidad de la dictadura del proletariado y de una organización clandestina que llevase a cabo la insurrección revolucionaria pero sin contar apenas con el pueblo explotado[[4]].

Incluso podemos retroceder hasta las sectas secretas que organizaban las insurrecciones populares en el norte de Italia, como la de los Ciompi en la Florencia de 1378, contra las que solo la tortura más salvaje podía destrozar el secreto de la insurrección, aplastándola[[5]]. Queremos decir que la experiencia de lucha clandestina y política más o menos organizada recorre la historia de la lucha contra la explotación desde los antiguos tiempos, como narra Tucídides sobre las tácticas represivas espartanas para acabar con la resistencia clandestina de los pueblos esclavizados[[6]]. Como veremos, en el ¿Qué hacer? Lenin reconoce abiertamente la capacidad del pueblo para aprender formas de lucha política clandestina más o menos efectivas ante la represión, antes de que apareciera el marxismo. En un libro de próxima aparición se expondrá con más detalle esta problemática con efectos directos sobre la capacidad no solo de lucha práctica, como es obvio, sino también sobre la capacidad de crear teoría revolucionaria que argumente el porqué de los objetivos históricos por los que se lucha.

Dicho lo anterior, volvamos a los estudiantes vascos que en lo más duro de la represión franquista crearon EKIN. Podemos resumir en cinco puntos los rudimentos de la teoría de la organización que aparecen en el párrafo citado: el origen de clase de los primeros militantes, es decir, el debate sobre el «origen exterior de la conciencia revolucionaria»; la importancia de la clandestinidad; la importancia de un órgano central de lucha teórico-política; la importancia de la formación teórica y política; y la importancia del trabajo estratégicamente planificado. En el texto de próxima aparición veremos cómo EKIN acertó de pleno en lo básico de la teoría marxista aunque lo hiciera en sus embriones y parcialmente, y también cómo la evolución posterior de las formas tácticas organizativas desarrolló y adaptó estos puntos a la realidad vasca cambiante. Sin duda este fue uno de los grandes logros del decisivo proceso histórico que ya se está definiendo como «largo V Biltzar». Logro porque la base que recorre los cinco puntos no es otra que la teoría de la organización como instrumento decisivo para la existencia de la conciencia política teóricamente asentada.

Poco después en otro documento en el que se expone brevemente el por qué, el para qué y el cómo de la revolución vasca, y tras explicarse tres normas básicas de la práctica militante en aquella época —formación, disciplina y clandestinidad— se argumentan cinco razones que demuestran la necesidad de la conciencia política, de la «politización» del militante: una, porque la no politización hace la «cabeza inmóvil y dura como las rocas»; dos, porque la no politización crea «militantes— veletas» que se dejan llevar por cualquier idea; tres, porque la no politización incapacita al militante para pasar buena información a la dirección; cuatro, porque la no politización frena la iniciativa ya que impide la formación, y «la formación nos da objetividad en grandes dosis»; y cinco, porque «el militante no politizado es mucho más peligroso que el politizado en las caídas y en los interrogatorios». En síntesis, concluye el texto: «La respiración es al hombre como la politización es al militante» [[7]].Es difícil encontrar una síntesis tan exacta de partes fundamentales del ¿Qué hacer? y del pensamiento de Lenin en su generalidad.

 

[1] J. L. Acanda González: «Mesa redonda: Lenin», Paradigmas y Utopías, Lenin, México, no 7, mayo/julio 2003, pp. 160-207.

[2] «Introducción», Documentos Y, Hordago, Donostia, 1981, tomo 7, p. 270.

[3] R. Valdés Galarraga: Diccionario del pensamiento martiano, Ciencias Sociales, La Habana 2012, pp. 494-497.

[4] J. Bruhat: «El socialismo francés de 1815 a 1848», Historia General del Socialismo, Destino, Barcelona 1976, tomo I, pp. 390-398.

[5] V. Rutenburg: Movimientos populares en Italia (siglos XIV-XV), Akal, Madrid 1983, p. 138.

[6] Tucídides: Historia de la guerra del Peloponeso, Akal, Madrid 1989, p. 310.

[7] «Boletín Interno»,Documentos Y, op. cit., tomo 7, pp. 326-329.


 

 

  Ver el documento completo en