INDICE 7

Prefacio

Quinta parte: LAS REALCIONES EXTERIORES

25. Principios de política exterior
26. La distensión diplomática
27. El quinto congreso de la Comintern 
28. La Comintern y los partidos (I) 
29. El año de Locarno 
30. Comintern: El quinto IKKI 
31. La Comintern y los partidos (II) 
32. Después de Locarno                          
33. La URSS y la Sociedad de Naciones 
34. La URSS y los Estados Unidos
35. La Comintern: el sexto IKKI 
36. La Comintern y los Sindicatos

 

PREFACIO

 

El volumen actual, que aparece dividido en dos tomos, es el tercero y último de la parte de mi Historia de la Rusia Soviética, titulada Socialismo en un solo país, 1924-1926. Mis intenciones y expectativas se han visto superadas tanto por el tiempo que ha transcurrido desde la publicación de los volúmenes 1 y 2, como por la extensión del volumen actual. Conforme avanzaba el trabajo iba descubriendo constantemente nuevos materiales cuya importancia hacía imposible que se les ignorase; y progresivamente fue aclarándose el hecho de que durante este período se establecían una serie de lineamientos, tanto en las relaciones externas del Gobierno soviético con otros gobiernos como en la integración de la política de la Internacional Comunista con la del Gobierno soviético, que persistirían durante muchos años y que exigían una investigación detallada.

El obstáculo al que aludí en el Prefacio al primer volumen —que me encontraba trabajando en un terreno en el que tenía «pocos precedentes y puntos de referencia que seguir»— no se ha presentado con menor agudeza en la elaboración de este volumen, y por tanto debe servirme también en este caso como excusa ante cualquier deficiencia que pueda existir en el manejo de la abrumadora masa de hechos a que me he tenido que enfrentar. Desde The Soviets in World Affairs, de Louis Fischer, publicado en 1930, no ha aparecido ninguna obra importante y global, y sólo algunas monografías de auténtico valor, sobre las relaciones diplomáticas soviéticas en los años veinte. Los archivos oficiales soviéticos, británicos y franceses continúan siendo inaccesibles.

Pero, en un terreno en el que ya existen tantas fuentes accesibles de información, no hay que pensar que la apertura de estos archivos pueda revelarnos algo realmente nuevo; no resulta ahora una incongruencia el sugerir que aquello que ha colocado en una situación embarazosa al historiador de la política extranjera de la Unión Soviética ha sido la posibilidad de acceder a los archivos, prácticamente completos, del Ministerio alemán de Asuntos Exteriores, así como a los papeles y documentos personales de Stresemann, Brockdorff-Rantzau y varios altos militares más de Alemania. Seguramente tendrá que pasar más de una década antes de que los estudiosos puedan digerir plenamente esta masa de documentos; y, hasta que todo este material pueda colocarse junto a los documentos similares de otros países, resultará inevitable una cierta distorsión de las perspectivas. Por mi parte no puedo decir sino que no he hecho más que abordar ligeramente toda esta rica fuente de información. Pero, tal como se puede ver en las notas, la he utilizado plenamente de cara a la investigación de algunos aspectos de las relaciones soviético-germanas. Por otra parte, los correspondientes archivos japoneses constituyen todavía un terreno virgen para el investigador.

Problemas parecidos se han planteado también en torno a la historia de la Internacional Comunista. En este caso, también, y aunque los archivos oficiales se encuentren cerrados, existe una superabundancia de material que contrasta con la notable escasez de investigaciones serias al respecto en cualquier idioma. The Communist International, de Borkenau, publicado en 1938, era una serie de esbozos sobre episodios particulares, más que un estudio histórico coherentemente organizado; y todo lo que se ha publicado desde entonces ha sido muy inferior. Las dos únicas historias de partidos comunistas aceptables que se han publicado hasta ahora han sido la del partido búlgaro, de Rothschild, y la del partido americano, de Theodore Draper; y éstos nunca fueron partidos muy importantes. En los años veinte —independientemente de lo que pueda haber sido la realidad posteriormente— los dirigentes soviéticos eran plenamente conscientes y observaban con profunda aprensión la aplastante superioridad material de los países capitalistas. Durante estos años, las relaciones con los partidos comunistas extranjeros, con los sindicatos y otros grupos de los países extranjeros en los que podían encontrarse o reclutarse simpatizantes para su causa, jugaron un papel muy importante en la estrategia defensiva de la Unión Soviética. Estos constituyen una parte fundamental de la historia, que resulta imposible de comprender si no se tiene cierto conocimiento de lo que ocurría en los partidos en particular. Este criterio me ha llevado a entrar en detalles que algunos lectores tal vez pueden considerar innecesarios, sobre cuestiones que ahora parecen menos importantes de lo que lo fueron en su momento.

A mi pesar he tenido que abandonar la idea de componer una bibliografía para esta parte de mi historia. Hubiera sido una tarea muy poco provechosa el hacer una simple lista de las numerosas fuentes de información que se citan en las notas (en las que he dado referencias completas); recopilar algo parecido a una bibliografía completa sobre estos años hubiese estado más allá de mis posibilidades sin contar con un equipo de ayudantes. Hoy el estudiante se encuentra mucho mejor situado, tanto para la labor de identificación del material existente como para (desde la llegada del microfilm) poder acceder a éste, que cuando yo empecé este trabajo hace quince años. Por su parte, la bibliografía de la Internacional Comunista presenta problemas específicos. Prácticamente todos sus documentos importantes fueron publicados en ruso o alemán, y muchos de ellos también en inglés y francés, aunque las versiones francesa e inglesa generalmente eran resúmenes y resultaban menos de fiar, y como regla general sólo las he utilizado cuando no disponía del texto ruso o alemán. La elección entre las versiones rusa o alemana ha sido principalmente una cuestión de conveniencias. Para los congresos he usado las actas alemanas, ya que la mayor parte de los procedimientos se llevaban a cabo en alemán; para las sesiones de IKKI he usado las versiones rusas, ya que no podía acceder a las versiones alemanas. Del periódico Kommunisticheskii Internatsional he utilizado la versión rusa, que resultaba mucho más completa que la de otros idiomas; mientras que de Internationale Presse-Korrespondenz he utilizado la versión alemana por las mismas razones. En algunas ocasiones he verificado las diferentes versiones del mismo documento, y he recogido en una nota las diferencias sustanciales que existían entre ellas. Pero parece bastante difícil que haya alguien dispuesto a emprender la enorme tarea de cotejar sistemáticamente todos estos diversos textos.

Creo que debo insistir sobre un punto técnico ya planteado en el Prefacio al volumen anterior. Las referencias en las notas a «vol. 1» o «vol. 2» se refieren a Socialismo en un solo país, 1924-1926; las dos partes anteriores de la historia vienen citadas por sus títulos correspondientes, La revolución bolchevique, 1917-1923, y El interregno, 1923-1924. Cuando comencé la Historia decidí que cada parte o sección sería tratada como una obra independiente dividida en volúmenes, y que no habría una numeración de volúmenes de la Historia en su conjunto. Sin embargo, a partir del uso «no-oficial» de tal numeración han surgido ciertos equívocos, ya que los volúmenes 1 y 2 de Socialismo en un solo país, 1924-1926 a veces son citados como volúmenes 5 y 6 de la Historia. Probablemente la decisión original no fue muy acertada. Pero ahora ya resulta muy difícil cambiar la numeración de los volúmenes, y confío en que al volumen actual se le mencione como el vol. 3, partes I y II, de Socialismo en un solo país, 1924-1926, y no como volumen 7 ó 7 y 8 de la Historia.

Sólo me queda el expresar mi más caluroso agradecimiento y estima a todos aquellos que me han prestado su generosa e imprescindible colaboración a lo largo de todos estos años en que me he ocupado de esta tarea. La lista es tan larga que me resulta imposible incluirlos a todos ellos aquí, y les ruego que me excusen por la omisión en este Prefacio de muchos nombres que en justicia deberían estar presentes; una omisión que viene forzada por la falta de espacio material, y no por la falta del sentido de mi deuda para con ellos. Por otra parte, hay una serie de instituciones y de personas cuya ayuda ha sido tan especialmente importante que no puedo dejar de mencionarlas.

El Centro de Estudio Superior de Ciencias de la Conducta en Stanford, del que fui miembro durante el curso 1959-1960, me concedió las más generosas facilidades de todo tipo y fue el marco más adecuado para mi trabajo; me siento profundamente agradecido al Centro y a su director, Ralph Tyler, por aquel año totalmente fructífero. Desde mi punto de vista, especialmente afortunados y satisfactorios fueron mis contactos con la Institución Hoover, cuya biblioteca es todavía la más rica en Occidente en lo que respecta a la historia de la Unión Soviética de los años veinte, y particularmente de sus relaciones exteriores; y debo expresar mi más sincero agradecimiento al director, doctor Glenn Campbell; al diputadodirector, doctor Witold Sworakowsky; a la señora Arline Paul, y a otros miembros del equipo de la biblioteca, por todo lo que hicieron para ayudarme a buscar el material necesario para mi trabajo. Por razones de asistencia y cortesía similares también me encuentro en deuda con el Centro de Investigaciones Rusas de Harvard y con su secretaria, señora Helen Parsons, así como con el equipo de la Biblioteca Houghton, donde estuve trabajando con los archivos de Trotski en el verano de 1960. La Sociedad Filosófica Americana me concedió una generosa beca durante dos cursos sucesivos para llevar a cabo la investigación que sirvió para preparar este volumen; también disfruté una beca del Fondo Siglo Veinte, con la que pude adquirir muchos de los microfilms que necesitaba para mi trabajo. A ambas instituciones me encuentro profundamente agradecido por su colaboración. En este país, una vez más, he vuelto a utilizar constantemente las bibliotecas del Museo Británico, de la London School of Economics y del Royal Institute of International Affairs, así como la colección de microfilms de la Biblioteca de la Universidad de Cambridge; tengo una deuda especial de gratitud con el equipo de la biblioteca de mi propia facultad, que ha estado colaborando incansablemente en la tarea de conseguirme libros de otras bibliotecas.

También debo mencionar a algunas otras personas cuya colaboración fue particularmente generosa. Mi desconocimiento de las lenguas asiáticas representó un serio obstáculo. El profesor Yoshitaka Oka, de la Universidad de Tokio, se prestó amablemente a aconsejarme sobre fuentes de información japonesas publicadas para las relaciones diplomáticas soviético-japonesas, y me suministró traducciones de los textos más importantes. El doctor Chün-tu Hsüeh, antiguo miembro del departamento de ciencia política de la Universidad de Stanford y actualmente lector de Historia en la Universidad de Hong Kong, estuvo investigando para mí sobre aspectos controvertibles o dudosos de las fuentes chinas de información. El profesor Owen Lattimore ha contribuido una vez más a mi trabajo con su conocimiento único de los asuntos de Mongolia. El profesor W. Appleman Williams, de la Universidad de Wisconsin, me ha suministrado una valiosa información sobre las relaciones soviético-americanas, enviándome copias de algunos documentos importantes que se conservan en los archivos Gumberg de la biblioteca de la Universidad. Los profesores F. L. Carsten, de la Escuela de Estudios Eslávicos y de Europa del Este; R. P. Morgan, de la Universidad de Sussex, y John Ericksson, de la Universidad de Manchester, han contribuido a la ardua tarea de investigación en los archivos alemanes, llamando mi atención sobre aspectos particulares que en otro caso yo habría pasado por alto. El estudio del señor Stuart Schram sobre las relaciones franco-soviéticas ha supuesto para mí un elemento de orientación muy valioso, y él mismo me ha suministrado su consejo e información. El profesor Ivan Avakumovik, de la Universidad de Manítoba, ha conseguido que yo evitase el estancamiento en que puede llegar a encontrarse un estudiante desorientado de los asuntos de Yugoslavia, y también ha puesto a mi disposición generosamente los resultados de sus investigaciones sobre las estadísticas de los miembros de los partidos comunistas en los años veinte. Espero que éstas puedan ser incorporadas con todo detalle en un volumen posterior.

Con mucha diferencia, la mayor deuda que he contraído en la redacción de este volumen ha sido con la señora Olga Hess Gankin. Su largo período de trabajo en la Institución Hoover le ha supuesto una familiaridad única en su género con las fuentes de información sobre las relaciones exteriores de la Unión Soviética en la década que sigue a la revolución, y en particular con los primeros años de la Internacional Comunista. No sólo puso su conocimiento a mi disposición con entera libertad, sino que se ocupó en mi nombre de investigar meticulosamente aspectos oscuros o dificultosos, haciéndome beneficiario de sus opiniones sobre muchos elementos controvertibles. Sin su estrecha colaboración no se hubiera podido escribir más de un capítulo de este volumen, al menos en la forma en que ha quedado finalmente; por ello quiero dejar constancia aquí del enorme calibre de la deuda que he contraído con ella y de mi más profundo agradecimiento. Hay otro nombre que tampoco puede ser omitido: la señorita Jean Fyfe, investigadora asociada del Centro de Estudios sobre Rusia y Europa del Este de la Universidad de Birmingham, pasó a máquina la mayor parte de mi manuscrito y se ganó mi agradecimiento por encargarse de la lectura de las pruebas y evitarme la tarea particularmente ardua de elaborar el índice.

Como ya se ha anunciado, la próxima parte de la Historia cubrirá el período 1926-1929, llevando el título de Las bases de una economía planificada. Ya se encuentra bastante avanzado el primer volumen de esta parte. Afortunadamente he conseguido asegurarme la colaboración del señor R. W. Davies, director del Centro de Estudios sobre Rusia y Europa del Este de la Universidad de Birmingham, que compartirá conmigo la responsabilidad en la elaboración de este volumen. Con esta ayuda confío que el trabajo resulte terminado en un intervalo de tiempo más corto que el que ha distanciado al volumen actual de sus predecesores.

 

E. H. CARR

5 de octubre de 1963.

 

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