Indice

Prólogo.

Lista de abreviaturas.

1. Octubre de 1917.

2. Los dos mundos

3. El comunismo de guerra.

4. El respiro de la NEP.

5. El nuevo orden soviético.

6. La crisis de las tijeras.

7. Los últimos días de Lenin.

8. El ascenso de Stalin

9. La URSS y el Occidente (1923-1927)

10. La URSS y el Oriente (1923-1927).

11.  Los comienzos de la planificación.

12. La derrota de la oposición.

13. El dilema de la agricultura.

14. Los crecientes esfuerzos en favor de la industrialización

15. El primer plan quinquenal.

16.  La colectivización del campesino.

17. Pautas dictatoriales

18. La URSS y el mundo (1927-1929).

19. La revolución en perspectiva

 

Prólogo

La larga Historia de la Rusia soviética que me ha ocupado durante los pasados treinta años, y que acaba de completarse en cuatro partes, La revolución bolchevique, 1917-1923, El interregno, 1923-1924, El socialismo en un solo país, 1924-1926 y Bases de una economía planificada, 1926-1929, se basa en investigaciones muy detalladas y está pensada para especialistas. Se me ocurrió que podría tener sentido destilar esta investigación en un libro corto de tipo muy diferente, sin refinamientos académicos tales como notas al pie o referencias a las fuentes, pensado para el lector común y para el estudiante que busca una primera introducción al tema. El resultado es esta breve historia. Las diferencias de escala y propósito significan que ésta es una redacción sustancialmente nueva. Apenas si una frase de la obra original reaparece en la nueva sin cambios.

La revolución rusa: de Lenin a Stalin, 1917-1929 cubre el mismo período que la historia larga. Este es un período sobre el cual, a diferencia de los años posteriores, disponemos de un amplio número de fuentes soviéticas de la época. Es también un período que contiene en embrión buena parte del curso ulterior de la historia soviética; se necesita comprender lo que sucedió entonces para comprender lo que sucedería después. Describir los años veinte en términos de una transición de la revolución rusa de Lenin a la revolución rusa de Stalin es, sin duda, una simplificación excesiva. Pero permite personificar un importante proceso histórico, cuya conclusión yace todavía en un futuro imprevisible.

Los muchos amigos y colegas cuyos nombres se citan en los prefacios de los sucesivos volúmenes de la historia larga también merecen agradecimiento aquí como colaboradores indirectos en esta obra. Estoy especialmente en deuda con el profesor R. W. Davies, que colaboró conmigo en el primer volumen de Bases de una economía planificada, por su experta crítica de los capítulos sobre la industrialización y la planificación; y he leído con provecho la concisa Hisioria económica de la Unión Soviética del profesor Alee Nove. Una vez más debo cálido agradecimiento a Tamara Deutscher por su indefectible ayuda en la preparación de este volumen.

7 de noviembre de 1977

E. H. Carr

 

1. Octubre de 1917

 

La revolución rusa de 1917 constituye un punto decisivo en la historia, y bien puede ser considerada por los futuros historiadores como el mayor acontecimiento del siglo xx. Al igual que la revolución francesa, continuará polarizando las opiniones durante mucho tiempo, siendo exaltada por algunos como un hito en la liberación de la humanidad de la opresión pasada, y denunciada por otros como un crimen y un desastre. Representó el primer desafío abierto al sistema capitalista, que había alcanzado su cénit en Europa a finales del siglo xix. El hecho de que tuviera lugar en el momento más crítico de la primera guerra mundial, y en parte como resultado de esta guerra, fue más que una coincidencia. La guerra había infligido un golpe mortal al orden capitalista internacional tal y como éste había existido antes de 1914, y había revelado su inestabilidad intrínseca. Se puede pensar en la revolución a la vez como consecuencia y como causa del declinar del capitalismo.

Aunque la revolución de 1917 tuvo un significado mundial, también estuvo enraizada en condiciones específicamente rusas.

La imponente tachada de la autocracia zarista encubría una economía rural estancada, que había hecho pocos avances sustanciales desde la emancipación de los siervos, y un campesinado hambriento e inquieto. Desde la década de 1860 venían actuando grupos terroristas, con estallidos recurrentes de violencia y represión. En este período tuvo lugar el nacimiento del movimiento narodnik, al que sucedería más tarde el Partido Socialista Revolucionario, y cuyo mensaje se dirigía a los campesinos. A partir de 1890, la industrialización comenzó a irrumpir de forma importante en la primitiva economía rusa; y el desarrollo de una clase industrial y financiera de influencia y riqueza crecientes, fuertemente dependiente del capital extranjero, potenció la infiltración de algunas ideas liberales occidentales, que encontraron su más completa expresión en el Partido Kadete (Demócrata Constitucionalista). Pero este proceso se vio acompañado por el crecimiento de un proletariado de obreros fabriles y por los primeros síntomas de conflictividad proletaria; en la década de 1890 tuvieron lugar las primeras huelgas. Estos cambios se reflejaron en la fundación en 1897 de una partido marxista, el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, el partido de Lenin, Martov y Plejanov. El malestar latente surgió a la superficie con las frustraciones y humillaciones de la guerra ruso-japonesa.

La primera revolución rusa de 1905 tuvo un carácter mixto. Fue una revuelta de los liberales y constitucionalistas burgueses contra una autocracia arbitraria y anticuada. Fue una revuelta obrera, desatada por la atrocidad del «domingo sangriento», y que condujo a la elección del primer soviet de diputados obreros de Petersburgo. Fue una extensa revuelta campesina, espontánea y carente de coordinación, a menudo extremadamente cargada de resentimiento y violencia. Estos tres cabos nunca llegaron a entrelazarse, y la revolución fue fácilmente dominada con el coste de algunas concesiones constitucionales, en buena medida irreales. Los mismos factores inspiraron la revolución de febrero de 1917, pero esta vez reforzados y dominados por el cansancio de la guerra y por el descontento general respecto a la forma en que ésta era dirigida. La abdicación del zar era lo único que podía detener la marea de revueltas. La autocracia fue reemplazada por la proclamación de un Gobierno Provisional basado en la autoridad de la Duma. Pero el carácter híbrido de la revolución se hizo una vez más evidente. Al lado del Gobierno Provisional se reconstituyó el soviet de Petrogrado —la capital había cambiado de nombre en 1914— según el modelo de 1905.

La revolución de febrero de 1917 trajo de vuelta a Petrogrado, desde Siberia y desde el exilio en el exterior, a una multitud de revolucionarios anteriormente proscritos. La mayoría de éstos pertenecían a una de las dos ramas —bolchevique y menchevique— del Partido Obrero Socialdemócrata, o al Partido Socialista Revolucionario (SR), y encontraron una plataforma ya dispuesta en el soviet de Petrogrado. El soviet era en cierto sentido un rival del Gobierno Provisional establecido por los partidos constitucionales en la antigua Duma; la expresión «doble poder» fue acuñada para describir esta ambigua situación. Pero la actitud del soviet era mucho menos tajante. El esquema histórico de Marx postulaba dos revoluciones distintas y sucesivas, la burguesa y la socialista. Los miembros del soviet, con pocas excepciones, se contentaban con reconocer en los acontecimientos de febrero la revolución burguesa rusa que establecería un régimen democrático-burgués según el modelo occidental, y posponían la revolución socialista a una fecha futura aún indeterminada. La cooperación con el Gobierno Provisional era la conclusión de este punto de vista, que compartían los dos primeros dirigentes bolcheviques que regresaron a Petrogrado: Kamenev y Stalin.

La dramática llegada de Lenin a Petrogrado a comienzos de abril hizo añicos este precario compromiso. Lenin, en un primer momento casi en solitario incluso entre los bolcheviques, atacó la suposición de que el cataclismo que estaba teniendo lugar en Rusia fuera una revolución burguesa y nada más. El desarrollo de la situación después de la revolución de febrero confirmaría el punto de vista de Lenin de que aquélla no podía mantenerse dentro de límites burgueses.

Lo que siguió al colapso de la autocracia no fue tanto una bifurcación de la autoridad (el «doble poder») como una total dispersión de ésta. El sentimiento común a obreros y campesinos, a la vasta mayoría de la población, era de inmenso alivio ante el alejamiento de un íncubo monstruoso, sentimiento que venía acompañado de un profundo deseo de conducir sus propios asuntos a su manera, y de la convicción de que esto era posible, de un modo u otro, y fundamental. Se trataba de un movimiento de masas inspirado por una ola de inmenso entusiasmo y por visiones utópicas de la emancipación de la humanidad de las cadenas de un poder remoto y despótico, y que no estaba interesado en los principios occidentales de democracia parlamentaria y gobierno constitucional proclamados por el Gobierno Provisional. Se rechazaba tácitamente la noción de autoridad centralizada. Por toda Rusia se extendieron los soviets locales de obreros y campesinos. Algunas ciudades y distritos se autoproclamaron repúblicas soviéticas. Los comités obreros de fábrica se atribuyeron el ejercicio exclusivo de la autoridad en su campo. Los campesinos se apoderaron de la tierra y la repartieron entre ellos. Y todo lo demás se eclipsaba ante la demanda de paz, de poner fin a los horrores de una guerra sangrienta y sin sentido. En las unidades militares, grandes y pequeñas, desde las, brigadas hasta las compañías, se eligieron comités de soldados, que a menudo pedían la elección de los oficiales y desafiaban su autoridad. En el frente, los ejércitos abandonaron las duras imposiciones de la disciplina militar y lentamente, comenzaron a desintegrarse. Este movimiento general de revuelta contra la autoridad íes parecía a la mayor parte de los bolcheviques un preludio del cumplimiento de sus sueños sobre un nuevo orden social; no tenían ningún deseo de detenerlo ni los medios para ello.

Por tanto, cuando Lenin redefinió el carácter de la revolución en sus famosas «tesis de abril», su diagnóstico mostraba a la vez agudeza y visión de futuro. Describía lo que había sucedido como una revolución en transición desde su priméis etapa, que había dado el poder a la burguesía, a una segunda etapa, que daría el poder a los obreros y a...................................

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