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Nota biográfica sobre el autor

Plejánov (1856-1918) es uno de los primeros marxistas rusos, destacado propagandista del marxismo, notable figura del movimiento socialdemócrata ruso e internacional. Las concepciones económico-sociales de Plejánov siguieron una compleja evolución. El período más importante de su vida es aquel en que renunció a la ideología populista e hizo suyas las posiciones ideológicas del marxismo. En los trabajos «El socialismo y la lucha política» (1883) y «Nuestras divergencias» (1885), Plejánov sometió a análisis crítico el programa económico de los populistas y puso de manifiesto la inconsistencia de sus afirmaciones en el sentido de que el capitalismo no podía desarrollarse en Rusia. Con gran profusión de datos, demostró que el capitalismo ruso ya existía y se desarrollaba según las leyes que le eran inherentes. Analizó y criticó la tesis relativa a los «fundamentos socialistas» de la comunidad rural rusa y a los «instintos comunistas» del campesino al desenmascarar la utopía reaccionaria y pequeñoburguesa de los populistas sobre la posibilidad de que Rusia llegara al socialismo evitando el capitalismo. Plejánov era un excelente conocedor de la teoría económica marxista, un agudo crítico de la economía política burguesa. No obstante, a pesar de su concepción marxista de los problemas más importantes de la economía política, incurrió en serios errores en algunos problemas, en particular en los relativos al precio de producción, a la diferencia entre la economía mercantil simple y la capitalista, y era partidario de la «ley de bronce» del salario expuesta por Lassalle. Plejánov criticó a los representantes de la economía política burguesa vulgar, luchó contra las corrientes bernsteinianas, el revisionismo en el movimiento obrero mundial de fines del siglo XIX y comienzos del XX. La actividad teórica y práctica de Plejánov dio comienzo al período marxista en el desarrollo del pensamiento económico-social de Rusia, desempeñó un importante papel en la educación política y en la lucha revolucionaria de la clase obrera. Hacia 1903 comienza el período menchevique de Plejánov y su alejamiento del marxismo. Después de reconocer que el capitalismo existía en Rusia, Plejánov no investigó las peculiaridades del capitalismo ruso en su desarrollo, que se producía a la vez que se conservaban supervivencias de las relaciones feudales, no dedicó especial estudio a las relaciones agrarias, permaneció al margen de los problemas del imperialismo. Plejánov no creía en el papel revolucionario del campesinado como aliado del proletariado en el movimiento de liberación, sobrevaloraba el papel de la burguesía liberal. Frente a la Revolución de Octubre, Plejánov mantuvo una posición negativa, mas no quiso actuar contra la clase obrera y se retiró de la actividad política. Lenin criticó las ideas oportunistas de Plejánov, sin que ello fuera óbice para que señalara los grandes méritos de este último como autor de varios trabajos excelentes con los cuales se educaron los marxistas rusos. Bajo el título de El materialismo histórico se reúnen tres trabajos de enorme interés de uno de los clásicos del marxismo. Uno de ellos, «La concepción materialista de la historia de Marx»; de los otros dos, uno versa sobre el carácter histórico de la filosofía materialista del siglo XVIII francés y el último analiza las concepciones revisionistas del bernsteinianismo.

 

Prólogo

Con los tres estudios[1] que someto aquí a la crítica del lector alemán quisiera contribuir a la comprensión ya la explicación de la concepción materialista de la historia de Carlos Marx, una de las más grandes conquistas del pensamiento teórico del siglo XIX.

Tengo plena conciencia de la modestia de mi contribución. Si se quisiera demostrar el valor total y la importancia de esta concepción de la historia, estaríamos obligados a escribir una historia completa del materialismo. Como me es imposible hacerlo, debo limitarme a comparar, con ayuda de monografías especiales, el materialismo francés del siglo XVII con el materialismo moderno.

Entre los representantes del materialismo francés he elegido a Holbach y a Helvecio, a quienes considero, por muchas razones, pensadores muy importantes, que hasta nuestros días no han sido suficientemente apreciados.

Helvecio ha sido con frecuencia refutado y calumniado, pero no se han tomado el trabajo de entenderlo. En la exposición y crítica de sus obras he trabajado, si así puede decirse, en terreno virgen. Sólo algunas vagas y fugitivas frases encontradas en Hegel y en Marx han podido servirme de guía. No depende de mí juzgar si he sabido sacar provecho de lo que estos dos grandes maestros me han legado en el terreno de la filosofía.

Holbach como lógico era menos audaz, como pensador menos revolucionario que Helvecio. Ya en su tiempo, fue considerado menos “chocante” que el autor de De l'esprit. Asustaba menos que este último: era juzgado más favorablemente y se le rendía con frecuencia justicia. Pese a esto, también él fue comprendido a medias.

Una filosofía materialista debe, como todo sistema filosófico moderno, proponer una interpretación en dos terrenos: por una parte, el terreno de la naturaleza; por el otro, el del desenvolvimiento histórico de la humanidad. Los filósofos materialistas del siglo XVIII, por lo menos los que se vinculan a Locke, poseían por igual una filosofía de la historia y una filosofía de la naturaleza. Para convencerse basta leer sus obras con mayor atención. La tarea indiscutible de los historiadores de la filosofía consistía, por lo tanto, en exponer y en criticar las ideas históricas de los materialistas franceses, así como expusieron y criticaron su concepción de la naturaleza. Esta tarea no se cumplió jamás. Cuando un historiador de la filosofía habla, por ejemplo, de Holbach, no toma en cuenta, por lo general nada más que a su Systême de la Nature y lo que toma en cuenta de esta obra en sus consideraciones se refiere únicamente a la filosofía de la naturaleza y de la moral. No se presta aquí ninguna atención a las concepciones históricas de Holbach, ampliamente dispersas en el Système de la Nature y en otras obras. No es pues sorprendente que el gran público no tenga conocimiento de Holbach, y que se haga de él una idea incompleta y falsa. Si consideramos por otra parte que la ética de los materialistas franceses fue siempre interpretada a contrapelo, debemos admitir que hay mucho que aprender en la historia del materialismo francés del siglo XVIII.

Tampoco debemos olvidar que el extraño procedimiento descrito más arriba no se encuentra sólo en las historias generales de filosofía, sino también en las historias consagradas especialmente al materialismo, aunque, en verdad sean poco numerosas hasta el presente; por ejemplo, en el trabajo, considerado clásico, del alemán F. A. Lange, como también en el libro del francés Jules Soury.[2]

En lo que se refiere a Marx, basta recordar que ni los historiadores de la filosofía en general, ni los del materialismo en particular, se dignan mencionar siquiera su concepción materialista de la historia.

Cuando un palo está curvado en un sentido es necesario, para enderezarlo, curvarlo en sentido contrario. En las “Contribuciones” que siguen me he visto obligado a hacer lo mismo. Debía, sobre todo, tomar en cuenta las ideas de los filósofos mencionados.

Desde el punto de vista de la escuela a la que considero un honor pertenecer, la idea no es otra cosa que la materia trasladada y traducida en el cerebro humano. Aquél que quiera considerar, a partir de este punto de vista, la historia de las ideas, debe esforzarse por explicar cómo y en qué medida las ideas de tal época han sido producidas por las condiciones sociales, es decir, en última instancia, por los contactos económicos. Explicar esto es una tarea enorme y magnífica, cuya realización renovará completamente la historia de las ideologías. En los estudios que siguen no he eludido esta tarea. Pero no me ha sido posible prestarle la atención que merece, y esto por un motivo bien simple: antes de discutir el porqué del desarrollo de las ideas, debe conocerse de antemano el cómo de ese desarrollo. Aplicado al tema de estas contribuciones esto significa que no puede explicarse por qué la filosofía materialista se ha desarrollado tal como la encontramos en Holbach y en Helvecio en el siglo XVIII y en Marx en el siglo XIX, hasta que se haya demostrado qué era en realidad esta filosofía, con frecuencia mal comprendida o completamente desfigurada. Antes de construir hay que despejar el terreno.

Todavía una palabra. Tal vez se piense que yo no he tratado suficientemente a fondo la teoría del conocimiento de los filósofos en cuestión. Responderé que no he omitido nada para transmitir con toda precisión sus puntos de vista sobre el tema. Pero como no figuro entre los adeptos de la teoría escolástica del conocimiento, tan de moda en nuestros días, no ha sido mi intención ocuparme detalladamente de una cuestión secundaria.

PLEJÁNOV

Ginebra, lo de enero de 1896.


 

La concepción materialista de Marx

Los materialistas del siglo XVIII creían haber terminado con el idealismo. La antigua metafísica estaba muerta y enterrada; la “razón” no quería oír hablar ya más de ella. Sin embargo, las cosas tomaron muy pronto otro sesgo. Ya en la época de los “filósofos” la restauración de la filosofía especulativa comienza en Alemania y, durante los cuarenta primeros años del siglo XIX no se quiere saber ya nada más del materialismo, al cual se considera muerto y enterrado. La doctrina materialista aparece ante todo el mundo filosófico y literario con el aspecto con que se le había presentado a Goethe: “gris”, ”cimérica”, “cadavérica”. Ante ella se temblaba como “a la vista de un fantasma”[3]. Por su parte, la filosofía especulativa creía haber triunfado de una vez por todas sobre sus rivales.

Es menester admitir que tenía sobre ellos una gran ventaja. Esta filosofía estudiaba las cosas en su desarrollo en su génesis y en su destrucción. Pero si se las considera en esta perspectiva, se renuncia justamente al modo de ver que caracterizaba a los filósofos de las “luces”, quienes vaciaban a los fenómenos de todo movimiento vivo y los transformaban en objetos petrificados, cuya naturaleza y relaciones no es posible comprender. Hegel, el titán del idealismo en siglo XIX, no se cansa de combatir este modo de ver; para él, no era este “un pensamiento libre y objetivo, puesto que no permite al objeto determinarse libremente a partir de sí mismo, sino que, por el contrario lo da por acabado”.[4] La filosofía idealista restaurada celebra el método diametralmente opuesto, el método dialéctico, y lo aplica con decidido éxito. Como nos hemos referido con cierta frecuencia a este método, y como aún habremos de ocuparnos de él, no es inútil caracterizarlo con los propios términos de Hegel, el maestro de la dialéctica idealista:

La dialéctica, dice, pasa generalmente por ser un arte exterior, que produce arbitrariamente confusión en las nociones definidas y, en estas últimas, una simple apariencia de contradicciones, de manera que no estas determinaciones sino su apariencia es una nada y, por el contrario, lo que corresponde al entendimiento es lo verdadero. A menudo la dialéctica no es, de tal modo, otra cosa que un sistema subjetivo de báscula, en la cual el razonamiento va y viene, en el cual falta el fondo y en el cual esta insuficiencia se disfraza por medio de la impresión de sutileza que produce este razonamiento. En su determinación particular, la dialéctica es, por el contrario, la naturaleza propia y verdadera de las determinaciones del entendimiento, de las cosas y de lo acabado en general. La reflexión consiste, por lo pronto, en superar la determinación concreta aislada y en una relación de ésta, que se encuentra así condicionada, aunque siempre mantenida en su valor aislado. La dialéctica es, por el contrario, una superación inmanente, en la cual la exclusividad y la limitación de las determinaciones del entendimiento se presentan tales como son, es decir, como su propia negación.

Todo la acabado se caracteriza por ponerse a sí mismo de lado (sich aufheben). El factor dialéctico constituye pues el arma motriz del progreso científico, y es el principio gracias al cual penetran únicamente en el contenido de la ciencia una relación y una necesidad inmanentes. [5]

Todo lo que nos rodea puede ser utilizado como ejemplo de dialéctica:

Un planeta se encuentra actualmente en un lugar dado, pero por su misma esencia es igual a sí mismo en otro lugar; trae a la existencia este Ser-Otro que es el suyo por el hecho de moverse. En lo que se refiere a la existencia de la dialéctica en el mundo del espíritu, y más precisamente en el dominio de la justicia y de la moral, basta recordar aquí como, según la experiencia común, un estado y un acto falseados a un grado máximo se transforman habitualmente en sus contrarios, —dialéctica que se ve frecuentemente reconocida en los proverbios—. Así, se dice summum jus, summa injuria, con lo cual se quiere decir que el derecho abstracto, llevado a su límite, se transforma en injusticia.

 

[1]  Este “Prólogo”, que corresponde a la trilogía de trabajos de Plejánov sobre Holbach, Helvecio y Marx, constituye una breve pero sustanciosa explicación de la relación comparativa existente entre el materialismo francés del siglo XVIII y el materialismo moderno. Nos ha parecido que constituía una buena introducción al objeto de este libro, y que realmente corresponde a él. (N. del Ed.)  

[2] F. A. Lange, Geschichte des Materialismus (Historia del Materialismo), segunda edición, Iserlohn, 1873

[3] Ver el libro XI de Poesía y verdad de Goethe, donde se describe la impresión que le hizo el Sistema de la naturaleza de Holbach.

[4] Enciclopedia, editada por L. v. Henning, parágrafo 31.

[5] Ibidem, parágrafo 81.


 

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