Contenido

Dedicatoria

   Lista de ilustraciones

    Lista de mapas y figuras

    Prefacio y agradecimientos

  Cronología de los principales acontecimientos

1 Introducción: Stalin en guerra

          El pacto nazi-soviético

          Stalin como caudillo

          El terror de Stalin

          Patriotismo soviético

          La Guerra Fría

 2 Alianza impía: El pacto de Stalin con Hitler

          La partición de Polonia

          El «nuevo Rapallo

          Esferas de influencia

          La Guerra de Invierno

          La caída de Francia y el fin del pacto nazi-soviético

 3 Grandes ilusiones: Stalin y el 22 de junio de 1941

          Apaciguamiento al estilo soviético

          Señales engañosas

          Planes soviéticos para la guerra ofensiva

4 Guerra de aniquilación: Stalin contra Hitler

          La respuesta de Stalin al ataque alemán

          Hacer frente a la catástrofe

          Stalin salva Moscú

          En la ofensiva

5 Victoria en Stalingrado y Kursk: Stalin y sus generales

          El desastre de Járkov

          El camino a Stalingrado

          Churchill en Moscú

          El asedio de Stalingrado

          Las victorias de Stalingrado y Kursk

          Stalin y sus generales

          Las bases económicas de la victoria

6 La política de la guerra: Stalin, Churchill y Roosevelt

          Abolición de la Comintern

          Preparación de la paz

          Conferencia de Moscú de Ministros de Asuntos Exteriores

          La Conferencia de Teherán

          Stalin, Churchill y Roosevelt

7 Triunfo y tragedia: El año de las victorias de Stalin

          Dumbarton Oaks

          Operación Bagration

         El levantamiento de Varsovia

          El acuerdo porcentual Churchill-Stalin

          Stalin y De Gaulle

8 Liberación, conquista, revolución: Los objetivos de Stalin en Alemania y Europa del Este

          La Conferencia de Crimea

          Los objetivos de Stalin en Europa Oriental

9 Las últimas batallas: Stalin, Truman y el final de la Segunda Guerra Mundial

          De Roosevelt a Truman

          La Conferencia de Potsdam

          Stalin y la guerra de Extremo Oriente

10 La paz perdida: Stalin y los orígenes de la Guerra Fría

          Los sustos bélicos de 1946

          La Doctrina Truman y el Plan Marshall

          El Cominform y la Guerra Fría

11 El Generalísimo en casa: el contexto nacional de la política exterior de Stalin en la posguerra¡

          La reconstrucción de posguerra

          Las elecciones de 1946

          La campaña contra Occidente

          Zhdanovshchina

          El retorno de la represión

          El XIX Congreso del Partido

12 Enfrentamientos de la Guerra Fría: Stalin asediado

          La ruptura Stalin-Tito

          La cuestión alemana

          La campaña de paz de Stalin

          La maquinaria bélica de Stalin

          La guerra de Corea

          Los últimos días

13 Conclusión: Stalin en la Corte de la Historia

Selección de Bibliografía

Indice

 

Prefacio y agradecimientos

 

Este estudio sobre Stalin como caudillo y pacificador comenzó como una investigación del papel soviético en la Gran Alianza de la Segunda Guerra Mundial. El objetivo era explorar cómo surgió y se desarrolló la Gran Alianza, el modo en que Stalin, Churchill, Roosevelt y Truman libraron sus batallas diplomáticas y políticas, y por qué la coalición se derrumbó tras la Segunda Guerra Mundial. Ese objetivo sigue siendo uno de los ejes centrales de este libro, pero en 2001-2002 llevé a cabo un estudio sobre la batalla de Stalingrado que me hizo profundizar en las dimensiones militares del liderazgo bélico de Stalin.[1] También me interesé más por la política interior soviética y por la historia social del régimen de Stalin en la década de 1940. El resultado es el presente libro, un estudio detallado y sostenido del liderazgo militar y político de Stalin en la fase final y más importante de su vida y su carrera.

En pocas palabras, mis conclusiones son tres. En primer lugar, que Stalin fue un líder de guerra muy eficaz y de gran éxito. Cometió muchos errores y aplicó políticas brutales que causaron la muerte de millones de personas, pero sin su liderazgo la guerra contra la Alemania nazi probablemente se habría perdido. Churchill, Hitler, Mussolini, Roosevelt... todos ellos eran caudillos reemplazables, pero no Stalin. En el contexto de la horrible guerra en el Frente Oriental, Stalin fue indispensable para la victoria soviética sobre la Alemania nazi. En segundo lugar, que Stalin trabajó duro para que la Gran Alianza fuera un éxito y quería que continuara después de la guerra. Aunque sus políticas y acciones contribuyeron sin duda al estallido de la guerra fría, sus intenciones eran otras, y se esforzó a finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta por reavivar la distensión con Occidente. En tercer lugar, que el régimen interno de Stalin en la posguerra era muy diferente del sistema soviético de los años anteriores a la guerra. Era menos represivo, más nacionalista y no dependía tanto de la voluntad y el capricho de Stalin para su funcionamiento cotidiano. Era un sistema en transición hacia el orden social y político relativamente más relajado de la época posterior a Stalin. El proceso de «desestalinización» comenzó en vida de Stalin, aunque el culto a su personalidad reinó en la Unión Soviética hasta el día de su muerte.

Este retrato de Stalin como el más grande de los líderes de guerra, como un hombre que prefirió la paz a la guerra fría y como un político que presidió un proceso de reforma interna de posguerra no será del gusto de todos. Para algunos, la única imagen aceptable es la del malvado dictador que sólo trajo desgracias al mundo. Esta es la imagen especular del culto a Stalin: el dictador como demonio, no como deidad. Es una imagen de Stalin que rinde un perverso homenaje a sus habilidades como líder político. Ciertamente, Stalin era un político hábil, un ideólogo inteligente y un magnífico administrador. También era una figura discretamente carismática que dominaba personalmente a todos los que entraban en estrecho contacto con él. Pero Stalin no era un superhombre. Calculaba mal, percibía mal y se dejaba engañar por su propio dogma. No siempre tenía claro lo que quería o cómo quería que se desarrollaran los acontecimientos. Era tan caprichoso como calculador y a menudo tomaba decisiones que iban en contra de sus propios intereses. La otra cosa que hace este libro es reducir a Stalin a tamaño humano. No se trata de negar los tiempos tumultuosos en los que vivió ni de subestimar la naturaleza trascendental o terrible de muchas de sus acciones. Pero sí sugiero que Stalin era más ordinario, y por tanto su impacto era tanto más extraordinario, de lo que imaginan sus devotos o sus detractores. Esta normalización de Stalin conlleva el peligro de hacer que sus numerosos crímenes parezcan comunes. No es ésa mi intención, y he tratado de proporcionar tantos detalles como me ha sido posible sobre las actividades asesinas de Stalin y su régimen. Pero este libro no es un catálogo de los crímenes de Stalin. Su objetivo es una mayor comprensión de Stalin.

Como ha argumentado mi colega Mark Harrison, podemos emprender esa tarea sin temor al riesgo moral y, habiendo logrado una mayor comprensión, podemos condenar aún más a Stalin si así lo deseamos.[2] Para mí, sin embargo, la lección del gobierno de Stalin no es un simple cuento moral sobre un dictador paranoico, vengativo y sanguinario. Es la historia de una política y una ideología poderosas que perseguían fines tanto utópicos como totalitarios. Stalin era un idealista dispuesto a utilizar la violencia que fuera necesaria para imponer su voluntad y alcanzar sus objetivos. En la titánica lucha contra Hitler, sus métodos fueron desagradables pero eficaces, y quizá inevitables si se quería asegurar la victoria. Del mismo modo, las ambiciones de Stalin eran limitadas; era un realista y un pragmático, además de un ideólogo, un líder dispuesto a transigir, adaptarse y cambiar, siempre que ello no supusiera una amenaza para el sistema soviético o para su propio poder.

Como dijo Robert H. McNeal, uno de los biógrafos más importantes de Stalin: no tiene sentido «intentar rehabilitar a Stalin. La impresión establecida de que masacró, torturó, encarceló y oprimió a gran escala no es errónea. Por otra parte, es imposible comprender a este político inmensamente dotado atribuyéndole únicamente todos los crímenes y sufrimientos de su época, o concebirlo simplemente como un monstruo y un caso mental'[3] El objetivo de este libro no es rehabilitar a Stalin, sino volver a imaginarlo. En estas páginas encontrarán muchos Stalins: déspota y diplomático, soldado y estadista, burócrata racional y político paranoico. Todos ellos conforman una imagen compleja y contradictoria de un dictador de gran talento que creó y controló un sistema lo suficientemente fuerte como para sobrevivir a la prueba definitiva de la guerra total. El fracaso a largo plazo del sistema estalinista no debe hacernos olvidar sus virtudes, sobre todo su papel vital en la victoria contra Hitler. En lugar de pregonar la victoria de Occidente en la guerra fría, deberíamos recordar el papel de la Unión Soviética en la preservación de la larga paz de posguerra.

Un libro como este no habría sido posible sin la enorme acumulación de conocimientos que ha supuesto la apertura de los archivos soviéticos en los últimos 15 años, directamente en términos de acceso a los archivos o a través de la publicación de miles de nuevos documentos de los archivos. Lytton Strachey se quejaba de que «la historia de la Era Victoriana nunca se escribirá: sabemos demasiado sobre ella.[4] Ante la montaña de nuevas pruebas sobre Stalin y su época, ahora sé cómo se sentía. La solución de Strachey a su dilema fue componer una serie de retratos desacreditadores de eminentes victorianos. Yo he adoptado una estrategia similar, salvo que quiero desmitificar a Stalin en lugar de desacreditarlo. Esta no es una biografía convencional, pero presenta un retrato íntimo de Stalin como líder político. También he intentado que Stalin hable con su propia voz para que los lectores puedan formarse sus propias impresiones y juicios sobre él. Aun así, la tarea de investigación fue enorme. Pero, afortunadamente, conté con la ayuda de la galaxia de distinguidos eruditos que han abordado muchos aspectos de Stalin y su época. Incluyo entre ellos a personas como McNeal, que escribió en la época anterior a la publicación de los archivos y se basó principalmente en fuentes públicas como los discursos de Stalin, artículos periodísticos y el registro desnudo de los acontecimientos. Una cosa que me ha enseñado mi investigación en los archivos rusos es la importancia de utilizar tanto las fuentes públicas como las confidenciales soviéticas. La mayor parte de lo que Stalin pensaba y hacía se puede leer en los periódicos soviéticos. El reto al que se enfrentan los historiadores es integrar y combinar esas fuentes tradicionales con las nuevas de los archivos rusos. Esto significa, también, resucitar el vasto corpus de erudición de los días en que la Unión Soviética aún existía y el acceso a los archivos estaba bloqueado. Los trabajos de McNeal, Isaac Deutscher, John Erickson, William McCagg, Paulo Spriano, Alexander Werth y otros constituyen un recurso inestimable que no podemos permitirnos ignorar. Los antiguos eruditos son venerables, pero no obsoletos. Mi propia investigación en los archivos rusos se centró en mi campo de especialización, la política exterior y las relaciones internacionales. Mis investigaciones en Moscú contaron con el apoyo y la ayuda del Instituto de Historia General de la Academia Rusa de las Ciencias, dirigido por el profesor Alexander Chubar'yan, y en particular de mis queridos amigos de la sección de Guerra y Geopolítica, encabezados por el profesor Oleg Rzheshevskii y el doctor Mikhail Myagkov. Debo un agradecimiento muy especial al Dr. Sergey Listikov, que me ha ayudado de innumerables maneras durante los últimos 10 años.

Entre los muchos amigos y colegas que trabajan en el mismo campo con los que he intercambiado ideas y materiales se encuentran: Lev Bezymenskii, Michael Carley, Aleksei Filitov, Martin Folly, David Glantz, Kathleen Harriman, David Holloway, Caroline Kennedy-Pipe, Jochen Laufer, Mel Leffler, Eduard Mark, Evan Mawdsley, Vladimir Nevezhin, Alexander Orlov, Vladimir Pechatnov, Silvio Pons, Alexander Pozdeev, Vladimir Poznyakov, Robert Service, Teddy Uldricks, Geoffrey Warner y el difunto Derek Watson. A todos ellos les estoy inmensamente agradecido. Albert Resis leyó prácticamente todo el manuscrito e intentó salvarme de tantos errores como pudo. Espero no haber traicionado su magnífica labor en mi favor. También me beneficiaron mucho los comentarios de los revisores de Yale University Press. Muchas gracias a mi amiga y profesora, Svetlana Frolova, por revisar mis transliteraciones y aconsejarme en algunas traducciones. ................................

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