1. PRESENTACIÓN

 

Una de las características del imperialismo en su forma actual, a comienzos del siglo XXI, es el papel creciente que juega la denominada “economía criminal” en el entramado total de recursos burgueses destinados a aumentar su tasa de beneficios. Que el capitalismo es de naturaleza criminal es algo sabido incluso antes de la majestuosa obra de Marx y Engels, pero fue a partir de estos revolucionarios cuando se demostró la unidad dialéctica entre la investigación científico-crítica del modo de producción capitalista y la denuncia ético-moral de su esencia criminal e inhumana. Desde entonces no tiene sentido hacer distinción entre “economía capitalista” y “economía criminal” porque son dos formas de expresar la misma esencia: la explotación de la fuerza de trabajo humana.

Sin embargo, en este escrito se habla de la “economía criminal” como una parte secundaria pese a su importancia dentro del capitalismo en su conjunto. No existe contradicción con lo dicho justo en el párrafo anterior porque en éste nos movemos en el nivel de la síntesis teórica última, cuando debemos expresar el total y radical rechazo al capitalismo por cuanto tiene de criminal en su esencia permanente, rechazo que se sustenta tanto en la praxis científico-crítica como en la praxis ético-moral. Este contenido unitario de ambos componentes es especialmente valioso y necesario en todo lo relacionado con las drogas, con el narcocapitalismo, como veremos.

Cuando hablamos de “economía criminal” como una parte del capitalismo sólo estamos moviéndonos en el nivel del análisis específico de un área cada día más importante, pero que existe desde que surgió este modo de producción. Aclarar las relaciones entre ambos niveles del método de pensamiento -la síntesis y el análisis, y viceversa—  siempre es conveniente, pero más en estas problemáticas en las que por su extrema gravedad  -centenares de miles de vidas destrozadas, fabulosas ganancias extraordinarias de determinadas fracciones de la burguesía, estrechas relaciones entre los aparatos estatales, la banca y las mafias, etc.,— se corre el riesgo de que la justa indignación y la ira justa obnubilen la necesaria frialdad del pensamiento crítico.

Una cosa similar ocurre con el término de “narcocapitalismo”  y “narcoimperialismo” ya que, como veremos en este texto y sin entrar aquí en mayores precisiones, la historia del capitalismo chorrea  “narcóticos” -en el sentido extensivo e incluyente de los efectos alienadores del consumo incontrolado de las drogas— devastadores sobre las masas explotadas y contra ellas. No es por casualidad que en la crítica de Marx exista una constante a lo largo de los años entre la religión como opio del pueblo, en un brillante análisis que ha sido simplificado al extremo, y el fetichismo de la mercancía como ejemplo de la inversión ideológica de la realidad -tomar los efectos como las causas y no a la inversa— adquiriendo la forma de alienación religiosa. O sea, en el capitalismo existe una dinámica inherente a su esencia que hace que, además de las drogas materiales, también existan drogas “espirituales” que se convierten en fuerzas materiales reaccionarias cuando prenden en la conciencia de las masas. Desde esta perspectiva sintética el “narcocapitalismo” es puro y duro capitalismo a secas, en su expresión más cruda.

Sin embargo en este escrito también se usa el concepto de “narcocapitalismo” y al final se defiende que éste se ha transformado en “narcoimperialismo” como parte integrante de la “economía criminal”, como la parte que obtiene los beneficios con las drogas en vez de con el tráfico de órganos humanos, por ejemplo, como veremos más adelante. Aquí, en este nivel, nos movemos en el momento analítico, cuando estudiamos los impresionantes y crecientes beneficios materiales y “espirituales” que producen las drogas a la clase dominante. Ahora bien, una parte del “narcoimperialismo” es ilegal y otra es legal, e incluso alegal por los vacíos y ambigüedades de las leyes burguesas. Por ejemplo, la industria tabaquera es narcoimperialismo legal, aunque con restricciones parciales en aumento, mientras que en cada vez más sitios muchas de las llamadas “drogas blandas” son legales, reguladas o consentidas, pero en otros siguen siendo ilegales. Para comprender estas contradicciones no hay que recurrir a las disputas morales entre burgueses, siempre sujetas a la razón del dinero, sino a, por un lado, las presiones democráticas de organizaciones populares y sociales en favor de una regulación coherente y, por otro lado, a las disputas económicas entre diferentes fracciones de la burguesía.

Por su parte, el “narcotráfico” es una parte del “narcocapitalismo” y del “narcoimperialismo” y no a la inversa, ya que este segundo abarca el proceso entero de producción, transporte al por mayor, reparto al por menor, venta al consumidor individual y lavado del dinero para cuantificar los beneficios últimos, mientras que el narcotráfico, como su propio nombre indica y limita, es sólo la parte del transporte. Ello no quita ninguna importancia a las mafias que realizan esta parte del proceso general, al contrario, simplemente confirma la superior importancia de otros poderes ilegales o legales decisivos en el proceso completo, desde la gran banca que lava el dinero, hasta los aparatos de Estado relacionados con las mafias, pasando por industrias químicas sin las cuales no existiría el narcocapitalismo ni el narcotráfico, los colectivos de abogados que “torean” la legalidad burguesa, etc.

Un creciente papel juega aquí la relativamente nueva “economía de la falsificación”, básica para facilitar todos los trámites no sólo del lavado del dinero sucio obtenido con la “economía criminal” sino también, y en muchas cuestiones sobre todo, para el inicio de muchas de las operaciones ilegales o alegales. Documentos bien falsificados, que superen todos los controles de autenticidad, son imprescindibles incluso en el comienzo de muchas operaciones alegales e ilegales. Bien es verdad que la falsificación de documentos es tan vieja como el capitalismo y como el propio dinero, como el propio mercado en suma y que está instaurada dentro mismo de los grupos que se autodefinen como puros e impolutos, libres de toda mácula. La Iglesia cristiana, por ejemplo, se asienta sobre la falsificación, manipulación y tergiversación de unas supuestas palabras atribuidas a un supuesto Jesús que dicen que existió hace dos mil años, que a su vez se asientan sobre un texto retocado, amputado, corregido y reinterpretado infinidad de veces. Pero la falsificación sólo adquiere su total sentido en el capitalismo, en la sociedad basada en la producción generalizada de mercancías.

Vemos entonces que el capitalismo es de naturaleza, obligatoriamente, una “economía criminal” y al mismo tiempo “narcocapitalismo” y actualmente “narcoimperialismo”, todo junto; pero en su funcionamiento concreto, época a época y país a país, tenemos que considerar los diferentes niveles, contextos y circunstancias,  fuerzas e intereses sociales enfrentados en estos procesos. Ahora bien, en el momento de realizar estos análisis concretos de las situaciones concretas, sin los cuales nunca sabremos nada de nada, debemos tener siempre presente la existencia del Estado burgués, que no es una cosa pasiva, inerme, un instrumento exclusivamente técnico y administrativo. El Estado burgués es una fuerza sociopolítica activa sin la cual no hubiera existido nunca el capitalismo tal cual lo padecemos a diario, porque centraliza estratégicamente el conjunto de dinámicas parciales que intervienen en la explotación de la mayoría por la minoría, asegurando su efectividad, vigilando y reprimiendo a las masas, ayudando a su alienación y poniendo orden dentro de las clases dominantes en una interacción con sus distintas fracciones siempre atendiendo a la situación interna e internacional.

Cuando decimos que el Estado ayuda a la alienación de las masas explotadas queremos decir que el capitalismo genera por su propia actividad una alienación básica, una de cuyas manifestaciones más nocivas es la creación de personalidades indefensas, dependientes, frágiles, obedientes, sumisas, crédulas, pasivas... Sobre esta base consustancial al sistema capitalista, intervienen los aparatos del Estado, desde la educación hasta el parlamentarismo, pasando por los partidos y sindicatos reformistas, etc., que ayudan a mantener, adaptar y reforzar esa alienación básica. En los problemas de las drogas esta precisión es crucial porque si algo debe quedar claro desde el principio es que todo lo relacionado con las drogas es eminentemente político, además de económico.  La política de clase, de sexo-género y de nación, impregna y condiciona todo lo relacionado con el consumo de drogas al igual que la explotación de la fuerza de trabajo por la burguesía impregna y condiciona fatalmente la calidad de vida de las masas trabajadoras.

Tanto una como otra, la alienación de base capitalista como la ayuda estatal, terminan produciendo seres humanos incapaces de disponer del autocontrol personal suficiente como para mantener un uso no compulsivo, un uso limitado, controlado y autocrítico de las drogas; es decir, personas dueñas de sí mismas, capaces de saber cuáles son sus propios límites, de construirlos en base a una vida consciente y basada en un flujo crítico de conocimientos sobre todo lo relacionado con las drogas. Pero ésta es una parte de la unidad dialéctica del tema que tratamos, porque la otra es la colectividad en la que esa persona se desarrolla. O sea, hablamos de la dialéctica entre lo colectivo y lo individual, uno de los objetivos prioritarios a destruir por parte del capitalismo.

Por regla general, las drogas se imponen muy fácilmente allí donde esta dialéctica es muy débil y se impone del todo allí donde está rota, donde ha desaparecido porque el capitalismo ha impuesto el individualismo aislado y desarticulado, aunque algunas drogas se consuman en grupo, pero eso es sólo el escenario exterior de una tragedia que se sufre en la más espantosa soledad autodestructiva. Y recordemos que el mercado es por esencia la dictadura del fetichismo sobre la individualidad reducida al extremo de comprador autómata en busca de una felicidad ficticia e inexistente. Por eso compra drogas como sustitución irreal de lo que el capitalismo le niega.

Como veremos en la páginas que siguen, la evolución de las problemáticas de las drogas, en plural porque son muchas y crecientes, ha ido unida a la evolución de los Estados y muy frecuentemente tales problemáticas han sido, también, condicionadas por decisiones estatales. Pues bien, la relación entre drogas y Estado se demuestra como estratégicamente política en las situaciones de opresión y ocupación nacional, y no sólo cuando la clase dominante necesita debilitar las luchas sociales en ascenso, romper los movimientos vecinales en barrios combativos sumergiéndolos en drogas ilegales y provocando la delincuencia social, etc. Muchas drogas han sido y son usadas para estos objetivos sociopolíticos y económicos, unidas a otras decisiones tales como reducir los gastos sociales, aumentar la precariedad, abandonar las infraestructuras públicas y vecinales de asistencia, transportes, etc.

Siendo esto obvio, basta tener una mínima experiencia para confirmarlo, sin embargo cuando se comprueba la letal funcionalidad político-económica de las drogas al servicio del Estado es en su uso contra las luchas de liberación nacional y sobre todo antes de que éstas surjan, cuando el Estado invasor recurre a la introducción de drogas inexistentes en los pueblos atacados o fuerzan la masificación del consumo de otras ya existentes pero reguladas por las normas cotidianas del pueblo atacado. Los objetivos son claros: desestructurar, romper, pudrir desde dentro las normas y códigos sociales que regulan la reproducción de la identidad colectiva del pueblo atacado. Esas normas reflejan los largos siglos durante los cuales ese pueblo ha ido acumulando su excedente social colectivo material y simbólico, siempre en pugna con sus propias contradicciones internas y agresiones externas, cuando ha sufrido estas agresiones. Pero no son simples reflejos pasivos sino activos por cuanto expresión de sus contradicciones internas y presiones externas, por ello mismo contienen dinámicas de futuro, respuestas a los problemas presentes y capacidad constructiva frente a las crisis destructivas.

Acabar con esta capacidad de respuesta creativa a las necesidades de los pueblos atacados es uno de los objetivos prioritarios que busca el Estado atacante con la introducción de drogas ante las que no existen defensas sociales porque son desconocidas o con la forzada multiplicación del consumo de drogas ya conocidas pero que, al masificar su ingesta, terminan desbordando los canales culturales de integración social y destruyendo, seguidamente, la reproducción social  de la identidad colectiva del pueblo atacado. En este sentido básico existe una relación interna, genética, entre el inicial narcocapitalismo y el terrorismo occidental y, ya actualmente, entre el narcoimperialismo y el terrorismo capitalista, relación genética que no podemos analizar aquí.

Naturalmente, el uso de las drogas como armas biológicas de exterminio social y nacional siempre exige la utilización de otras medidas más amplias, profundas y prolongadas en el tiempo como son, por ejemplo, la prohibición o severas restricciones al uso creativo de la lengua y de la cultura de ese pueblo, el ataque represivo sistemático contra quienes reivindican sus derechos colectivos, la ocultación o tergiversación de su historia y en especial de su memoria militar imponiéndole las del Estado ocupante, su desmembración territorial en todas las cuestiones, etc. Las drogas desarrollan su mortal poder destructor en estas circunstancias porque ellas limitan al extremo la capacidad de resistencia del pueblo atacado, o la anulan. En este breve texto veremos muchos casos al respecto, especialmente en que más nos afecta a nosotros, el de Euskal Herria.

  

2. CAPITALISMO MERCANTIL Y ALCOHOL

2.1.

La economía política burguesa está siempre a merced de los caprichos del mercado o como dicen los ideólogos neoliberales, dependiendo de la llamada “preferencia subjetiva” del consumidor. En este sentido el neoliberalismo es la corriente burguesa que mejor justifica fácticamente todo lo relacionado con el narcoimperialismo, con los cocadólares, con las relaciones intrínsecas entre el capital financiero y las “zonas grises”, alegales e ilegales  del capitalismo, de eso que cínicamente denominan “economía criminal”, como si no tuviera nada que ver con la estructural criminalidad capitalista. Pero el neoliberalismo es sólo el actual reverdecimiento de la vieja rama denominada por Marx como “economía vulgar” y que luego se conocería definitivamente como corriente marginalista y neoclásica.  Se trata de la otra rama del tronco común de la economía política burguesa que surge ya de  las primeras tesis presentes en Adam Smith (1723-1790), después en Malthus (1766-1834) y en Mill (1806-1873), pero que empieza a tomar consistencia en 1854 con Gossen y sus tres célebres “leyes” económicas sobre el utilitarismo, el consumo y la matematización, para aparecer ya definitivamente expuestas sobre todo por Jevons, Walras, Menger y Pareto a finales del siglo XIX. 

La importancia para el tema del narcoimperialismo de esta rama de la economía política burguesa radica en que ofrece a la fracción burguesa que se enriquece con las drogas una muy oportuna justificación coherente con el individualismo extremo típico de toda esta clase social enfrentada no sólo a las masas trabajadoras, sino también entre sí misma por la presión ciega y caníbal de la implacable competencia intercapitalista. A la burguesía nunca le ha quitado el sueño el hipotético remordimiento moral por los terribles efectos de las drogas, ya que, como veremos más adelante, todas ellas han sido integradas en el proceso entero de multiplicación del beneficio privado. Sí le quita el sueño hasta la exasperación saber que no se ha enriquecido todo lo posible por no haber mercantilizado el proceso completo de la producción, circulación, venta y contabilización de las ganancias obtenibles por las drogas.

El neoliberalismo y toda la corriente que le sirve de base previa no sólo funciona como una barrera protectora de la moral burguesa frente a las inhumanas consecuencias de las drogas, sino que, muy especialmente, elabora una ética pragmática y fría, el utilitarismo, que justifica todas las atrocidades imaginables si con eso aumentan el beneficio y la propiedad privada capitalista. La diferencia entre ética y moral es aquí muy importante, porque explica que algunos contados y suicidas burgueses tengan dudas morales individuales sobre el narcocapitalismo mientras que la clase capitalista en su conjunto, unitariamente, asuma y practique la ética utilitarista que justifica el egoísmo más depredador e insolidario. 

Pero, en síntesis, toda ética depende y está en función de los intereses a largo plazo de una clase social, en este caso de la burguesía, de manera que primero hay que descubrir sus necesidades materiales y luego descubrir cómo engarzan causa-efecto con la elaboración ética que le sirve de lubricante. El que algunos burgueses, muy pocos, sufran fugaces remordimientos morales sólo explica las diferentes funciones entre ética y moral dentro del capitalismo, nada más. Comprendemos así que frente a los pueblos del mundo, la burguesía aplique el utilitarismo más criminal en todo lo relacionado con las drogas buscando su exclusivo beneficio, utilizando sistemáticamente los instrumentos del Estado colonialista e imperialista desde finales del siglo XV, por no extendernos a las relaciones entre las llamadas “cruzadas” y algunas mercaderías que llegaban por la Ruta de la Seda desde China y el Extremo Oriente. 

También comprendemos que en sus feroces luchas intercapitalistas exigidas por la ley de concentración y centralización de capitales, las burguesías no dudan en utilizar las leyes que ella misma en cuanto clase ha dictado sobre las drogas empleándolas contra otras burguesías competidoras que obtienen sobreganancias que les dan ventajas extras en la irracional carrera por el beneficio máximo; así como tampoco dudan en saltárselas a la torera cuando pueden obtener esa ventaja en contra de sus competidoras. Veremos en las páginas que siguen cómo se desenvuelve semejante cinismo y doblez moral, siempre al amparo de la ética utilitarista.

No debe sorprendernos esta doble moralidad práctica dentro de una misma ética. La historia de la economía mercantil es inseparable de la historia de la corrupción, de la trampa y del engaño, de la mentira, de los grupos que incumplen las leyes existentes en su momento, etc. Hablamos de economía mercantil incluso en sus niveles más embrionarios e iniciales, en los que ya existían en los primeros mercados mesopotámicos de los que tenemos una relativamente amplia información gracias a las tablillas de barro cocido en las que con letra cuneiforme se detallan las precisas medidas de control administrativo para combatir el fraude, el engaño, el incumplimiento del contrato, los precios abusivos, etc. Los intentos de control han ido en aumento en la medida en que aumentaba la economía mercantil, y descendían cuando ésta retrocedía.

En la Edad Media muchas ordenanzas municipales estaban destinadas a impedir abusos del comerciante, por ejemplo, en el mercado de Bilbo se prohibía vender pescado tras la caída del sol para evitar que con la falta de luz natural se timase al comprador vendiéndole pescado en mal estado. Uno de los productos más vigilados eran los alcohólicos por la facilidad de edulcoración añadiéndoles agua, hierbas, azúcares, frutas, etc., exactamente lo mismo que sucede ahora con otras drogas a las que se le añaden determinados productos químicos.

Con la irrupción del capitalismo se agudizan estas prácticas y, lo que es muy importante para el tema que tratamos, surge una forma organizativa que lleva en su interior el germen de las posteriores agrupaciones empresariales que controlan con mil tentáculos y grupos todo lo relacionado con la mercantilización de productos tenidos por ilegales o que se consumen en el limbo de la alegalidad, es decir, todavía no son ilegales ni legales. Las compañías mercantiles semiprivadas y semipúblicas que empezaron a surgir en las ciudades del norte de Italia en el siglo XIV y XV, y que crecerían desde entonces expandiéndose por los principales Estados europeos, adelantan uno de los componentes esenciales —no todos— de lo que ahora son las grandes corporaciones y transnacionales que de un modo u otro, directa o indirectamente, están relacionadas con todas las formas de comercio alegal e ilegal, y el narcotráfico es sólo una parte de esos flujos interactivos.

Más aún, por la propia lógica mercantil, que exige la trampa para engañar al comprador, rápidamente se generalizó el rumoreo interesado de falsas noticias e informaciones sobre cuestiones económicas, hasta tal punto que una de las primeras disposiciones de la burguesía neerlandesa al conquistar su independencia nacional en el siglo XVII fue perseguir la mentira, la maledicencia, la difamación, etc., porque oscurecían la necesaria transparencia del comercio rentable, verdaderas tácticas de manipulación y provocación de errores que hoy son inseparables de la vida bursátil. Obviamente, se trataba de luchas entre fracciones diferentes de la burguesía. En una fase histórica capitalista en la que al final, en el momento de la contabilidad para saber si se había ganado o perdido dinero, en ese momento venía a ser lo mismo la piratería, el corso, el tráfico de esclavos y el comercio armado, apareciendo “zonas libres”  -las famosas islas de los piratas en la literatura de aventuras— que cumplían las mismas funciones que los actuales paraísos fiscales.

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