1.- CINCO CARACTERÍSTICAS

 

Para comprender la actual crisis del capitalismo debemos recurrir al método dialéctico. Volver a Hegel es lo que hizo Marx cuando necesitó penetrar en los secretos más profundos de la explotación asalariada, y nada de la crítica marxista de la economía política se entiende si no es utilizando la dialéctica. Teniendo esto en cuenta debemos considerar cuatro cuestiones: una, el modo de producción capitalista funciona en base a leyes tendenciales movidas por el choque de contradicciones irreconciliables, de modo que la naturaleza, la esencia, del capitalismo está siempre agitándose, bullendo y en tensión interna causada por el choque imparable entre, por un lado, su ciega necesidad de acumulación ampliada en manos de la minoría propietaria de las fuerzas productivas, y por otro lado, el carácter social de la producción realizada por la mayoría trabajadora que carece de todo excepto de su fuerza de trabajo.

A esta contradicción hay que unir otra, la que existe entre los propios burgueses, la competencia interna por enriquecerse unos a costa de los otros, lo que por un lado impulsa la tecnificación de cada empresa pero, por otro lado y a escala total, determina el irracionalismo del conjunto del sistema capitalista. Esta contradicción interna refleja la lucha cainita entre burgueses enfrentados a muerte por quitarse los negocios los unos a los otros, o sea al canibalismo burgués que se expresa en la competencia. Todo esto hace que la evolución del capitalismo sea siempre inestable y desequilibrada, logrando fugaces momentos de estabilidad y equilibrio muy transitorio que desaparecen en poco tiempo.

Dos, ésta y otras contradicciones inherentes al capitalismo son esenciales, forman su identidad básica y obligatoria, su contenido genético-estructural obligado en este modo de producción, mientras que las formas concretas, superficiales y externas, con las que aparecen tales constantes internas, es decir su continente histórico-genético, adquieren expresiones muy diferentes en su apariencia, expresiones que dependen de las historias particulares de cada sociedad, de cada pueblo, de cada formación económico-social.

Podemos decir a modo de símil que las corrientes subterráneas que recorren las profundidades del capitalismo nunca se detienen, siempre están moviéndose, aunque en la superficie oceánica reine una calma transitoria, una quietud mortecina que, sin embargo, tarde o temprano termina agitándose y luego, si confluyen determinadas dinámicas, concluye en un ciclón o huracán devastador. Podemos recurrir también al símil de la deriva de los continentes y de los flujos inmensos del magma en el interior de la Tierra, bajo su corteza externa que parece ser eternamente inmóvil, pero que se mueve en todo momento aunque de forma imperceptible, y que estalla abruptamente en corrimientos de tierra, géiseres, volcanes, terremotos y otros cataclismos.

Tres, volviendo al capitalismo, las crisis no son meramente posibles, sino que son necesarias e inevitables. Como veremos al contestar a la segunda pregunta, esta tesis marxista confirmada por toda la experiencia histórica, es decisiva para entender la absoluta oposición entre la práctica reformista y la revolucionaria. Las crisis son necesarias porque responden a las leyes tendenciales, a las contradicciones internas, a la esencia del capitalismo, aunque existen varias formas básicas de crisis parciales, muchas interrelaciones entre esas crisis parciales y, sobre todo, diferentes temporalidades, fases u ondas de gestación, estallido y duración de las crisis, en especial de las estructurales, las que afectan a la totalidad del sistema y a sus capacidades de recuperación.

La posibilidad objetiva de la crisis está dada en las propias dificultades del sistema económico en su forma más simple y básica para transformar el producto del trabajo social en beneficio privado, y conforme la economía se complejiza y avanza el peso decisivo de la esfera de la producción de medios de producción, es decir, la producción industrial, según avanza esta dinámica la posibilidad se transforma en probabilidad y ésta, finalmente, en necesidad, en ineluctabilidad.

Cuatro, la razón que explica el ascenso imparable del Estado y de sus burocracias en el desarrollo del capitalismo, como se ha vuelto a demostrar ahora mismo, en la actual crisis mundial, es precisamente la creciente necesidad que atosiga a la burguesía para contrarrestar los obstáculos, frenos y limitaciones siempre en aumento que ralentizan la obtención de beneficios y que impulsan el surgimiento de las crisis, su tendencia a confluir en una crisis única, total y sistémica, como los riachuelos confluyen en el río hasta hacer que este desborde todas las presas y canalizaciones, arrasándolo todo a su paso. La función básica del Estado y de la política burguesa, que es la economía concentrada, no es otra que la de impedir el estallido de la revolución, o en caso extremo ahogarla en un baño de sangre.

Mientras que las crisis del capital son necesarias e inevitables, la revolución social es necesaria pero no es inevitable, puede ser abortada o exterminada, y el Estado es el encargado de lograr que la necesidad de la revolución no se realice, fracase antes incluso de que las masas explotadas tomen conciencia de su necesidad. La diferencia radica, como veremos en la segunda respuesta, en que la crisis estalla por razones objetivas, por contradicciones internas insalvables, mientras que la revolución exige imperiosamente la acción de la conciencia política, teórica y éticamente formada y que ha prendido en el seno de la humanidad trabajadora, llegando a ser por ello una fuerza material. El Estado burgués tiene el objetivo prioritario de impedir que surja, crezca y actué la conciencia revolucionaria como fuerza material.

Y cinco, la razón última de la crisis en su expresión más aguda es la acción histórica de la ley tendencial de caída de la tasa media de ganancia. Esta ley sostiene que la tasa media de ganancia tiende a descender a largo plazo porque cada vez hay que invertir más capital por cada unidad de ganancia obtenida, es decir, si hace veinte años, por ejemplo, para obtener una tasa de ganancia de 10 euros había que invertir otros 10 euros en máquinas, materias primas y salarios, ahora, veinte años después, para obtener esos mismos 10 euros hay que invertir 15 ó 20 euros en máquinas y salarios, es decir, que la rentabilidad media decrece ya que para cada euro de ganancia hay que gastar cada vez más capital en todo el proceso. Dicho en otras palabras, con el tiempo cada euro de ganancia cuesta más caro, es más costoso de obtener y por ello mismo se reduce la tasa media de beneficio.

El concepto de rentabilidad lo usan los burgueses pero ahora nos puede servir, sobre todo si ponemos el símil de la rentabilidad agrícola: para que un campo produzca 10 toneladas de trigo hace dos décadas había que gastar 10 euros en abonos, máquinas, salarios, etc., pero ahora para obtener esa misma cantidad de trigo, 10 toneladas, hay que gastar 15 ó 20 euros por que la tierra se ha empobrecido, los tractores son más caros, etc., por lo tanto, el precio de la tonelada sube con los años y si los precios de mercado se mantienen igual, las ganancias descienden. Volviendo a la producción industrial sucede lo mismo pero a otra escala más decisiva porque para producir una unidad de ganancia cada vez se ha de adelantar más cantidad de capital en forma de máquinas, instalaciones, salarios, etc., lo que hace descender la tasa media de beneficios.

 

2.- TEORIA MARXISTA DE LA CRISIS

 

La ley tendencial de la caída de la tasa o cuota media de ganancia puede ser y de hecho es contrarrestada por la deliberada intervención burguesa que, con la ayuda de su Estado, logra detener sus efectos y hasta revertirlos, logrando incluso períodos de subida de la tasa de ganancia. Las medidas que contrarrestan la tendencia descendente nos remiten al papel de la lucha de clases, a la lucha de emancipación de los pueblos oprimidos y a la intervención de los poderes estatales, sean los imperialistas o de las naciones que se resisten al imperialismo. Pero a la larga, y como ha demostrado la historia una y otra vez, pierden efectividad las medidas impuestas por la burguesía para contrarrestar esta ley tendencial de caída, que empieza de nuevo a minar los pilares del capitalismo en lo decisivo para su supervivencia: la acumulación ampliada de capital.

Conforme se acelera el descenso de los beneficios en ramas productivas y económicas enteras, los capitales que además luchan entre ellos por robarse los unos a los otros, también huyen de las ramas improductivas y se vuelcan en las ramas que todavía rinden más beneficios, hasta que saltando de quiebra en quiebra se lanzan masivamente a la especulación financiera, a la ingeniería bursátil de alto riesgo, a la corrupción generalizada y a la economía sumergida, alegal e ilegal. Se forman las burbujas financieras, inmobiliarias, especulativas, y el capitalismo real, el productivo, se ahoga en un mar de deudas impagables. Las masas de capital ficticio, de economía de papel, de dinero electrónico, de bonos basura y de negocios envenenados llegan a ser astronómicas en comparación a la economía real, a las reservas fungibles almacenadas en los bancos centrales y privados. Al final se desploma el montaje tramposo y aparece la realidad trágica de la crisis sistémica.

Marx explicó la ley tendencial de la caída de la tasa media de ganancia en el tercer libro de El Capital, y en los dos libros anteriores fue sentando las bases teóricas explicativas necesarias para comprender plenamente la vigencia histórica de dicha ley tendencial, como ha quedado demostrado por la historia. Esta metodología dialéctica que exige tener en cuenta la totalidad del problema, no ha sido respetada por muchos investigadores que se han limitado a repetir frases o párrafos sueltos, aislados de la totalidad de la investigación. Incluso hay quienes se limitan a obras muy anteriores a El Capital, por ejemplo al Manifiesto Comunista. Olvidando el método dialéctico y cayendo en la parcialidad de las citas aisladas y estáticas, se pueden encontrar en Marx varias “teorías” de la crisis: la de la desproporción entre los sectores primero y segundo, la de la sobreproducción, y la del subconsumo, básicamente.

Todas ellas son ciertas siempre y cuando se apliquen estrictamente en sus muy concretos límites, pero son inservibles cuando se las extrapola, se las estira más allá de su realidad puntual, y cuando se pretende explicar la crisis sistémica en su totalidad, que es mucho más que la simple suma de sus crisis particulares, con esas teorías parcialmente válidas en aislado. Para estudiar la crisis del capital es su plena destructividad global hay que llegar al libro tercero de El Capital, es decir, a la tendencia a la caída de la tasa de beneficios y desde aquí comprender cómo funcionan cada una de las teorías parciales, de las crisis particulares o subcrisis, pero siempre como partes insertas en una teoría más amplia.

Lo que ahora mismo sucede es que, como veremos más adelante, el capitalismo impuso desde los ’80 del siglo pasado una política salvaje de liberalización financiera inseparable de la política neoliberal, destinada a extraer enormes sobreganancias mediante la especulación financiera más suicida. Y lo hizo creyendo que así podría salir por fin de la prolongada crisis de acumulación que el sistema del capital arrastra con altibajos desde finales de los ’60, y agudizada desde 1973. Todavía más, la razón de esta crisis de acumulación sostenida con altibajos no es otra que la lenta acción de la tendencia a la caída de la tasa de ganancia.

Desde los ’80 ha habido repuntes puntuales en determinados Estados que han hecho creer a algunos que la crisis estaba definitivamente superada y que el capitalismo iniciaba de nuevo una larga y sostenida onda larga de expansión con superiores tasas de ganancia. Pero no ha sucedido así, como lo demuestran todos los estudios serios y rigurosos. Desde verano de 2007 y más crudamente desde el de 2008, el sistema del capital se está precipitando en el fango de una realidad de estancamiento o de crecimiento tan débil que no puede dar el salto a la recuperación sostenida en el tiempo, y esto porque asistimos a la subsunción de las crisis parciales en una crisis total “nueva”, según la categoría dialéctica de la totalidad en movimiento.

Dicho de otro modo, sobre el fondo histórico de una real y perdurable crisis de acumulación de capital en los sectores industrial y comercial debido a la impresionante sobreproducción excedentaria que muy difícilmente encuentra salida en los mercados mundiales, o no los encuentra para cada vez más capitales sobrantes, y su consiguiente efecto negativo sobre la demostrada declinación del PIB mundial, desde entonces hasta ahora, sobre este fondo histórico innegable de caída tendencial de la tasa de beneficios, han ido estallando sucesivas crisis parciales y específicas, que han terminado por confluir, fusionarse, sintetizarse como totalidad sistémica en una crisis “nueva” que, empero, se sustenta en la prolongada crisis de sobreacumulación excedentaria en el sector industrial, el decisivo porque es el que produce bienes de producción, crea valor y por el tanto el grueso del plusvalor y de la plusvalía.

Las “teorías” parciales dan cuenta de los problemas y de las crisis igualmente parciales, pero no dan una explicación completa de la crisis en su esencia profunda, como período prolongado de desvalorización extremadamente violenta, brutal, de las enormes masas de capitales sobrantes, improductivos, que pesan como plomo en el interior del capitalismo agudizando al máximo todas sus contradicciones irreconciliables.

Sin embargo y a pesar de sus limitaciones cuando se las extrapola, estas “teorías” parciales explican mejor la actual crisis que las tonterías dichas por los intelectuales burgueses en su afán por exculpar al capital del desastre. Cronológicamente expuesto, han surgido hasta ahora tres grandes excusas burguesas sobre la crisis. La primera ha sostenido que la causa ha sido el egoísmo y la avaricia de los “jugadores en bolsa”, que se han lanzado sin freno a la especulación abusiva sin reparar en los efectos posteriores.

La segunda ha sostenido que el “egoísmo innato” e “instintivo” había sido controlado mal que bien hasta mediados de los ’80 por los sistemas de regulación ...

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