Indice

INTRODUCCIÓN

Capítulo 1. LA NATURALEZA DEL CARLISMO
1. El antiguo régimen en Euskadi Peninsular: las clases populares
2. El antiguo régimen en Euskadi Peninsular: las clases dominantes
3. La crisis del antiguo régimen: razones internas
4. La crisis del antiguo régimen: razones externas
5. Transformaciones agrarias y lucha de clases
6. Los carlistas
7. Los liberales
8. El “neocarlismo”
9. El «fuerismo liberal»
10. La peculiaridad del caso navarro
11. La derrota global de tos fueristas
Capítulo 2. ACUMULACIÓN DE CAPITAL Y ESPAÑOLISMO OLIGÁRQUICO
1. La primera fase de la acumulación de capital en Vizcaya
2. El poder político de la burguesía industrial antes de 1839
3. La expansión económica entre 1839y 1868
4. La expansión capitalista vizcaína entre tas guerras carlistas
5. Capitalismo bilbaíno y estado central
6. Restauración y españolismo oligárquico
7. Política caciquil en Vizcaya en la época de aparición del nacionalismo vasco
Capítulo 3. DEL ARANISMO AL NACIONALISMO BURGUÉS
1. La agresión sobre i a sociedad vasca en la época de Arana-Goiri
2. El aranismo, primera fase
3. El desarrollo de la burguesía nacional: la Sociedad Euskalerría
4 El nacionalismo político desde la muerte de Arana hasta 1908
5. Nacionalismo, industrialización y sociedad tradicional en Guipúzcoa
6. Las premisas económicas, sociales y políticas del triunfo nacionalista en 1914-1918
7. El triunfo del nacionalismo burgués, 1914-1922
8. La precariedad del triunfo
Capítulo 4. ORÍGENES DEL PROLETARIADO NACIONALISTA
1. La clase obrera no nacionalista
2. Nacionalismo y socialismo españolista enfrentados
3. Condiciones de base durante el desarrollo de la clase obrera de origen vasco
4. Desarrollo numérico del proletariado de origen vasco
5. La primera significación de ELA —S TV

INTRODUCCIÓN

 

Dentro del nacionalismo vasco siempre ha existido el vicio de la historia, de una historia militante: desde que Sabino de Arana empezó su proselitismo con un librito que se pretendía histórico (Bizkaya por su independencia, 1892), muchos nacionalistas han escrito sobre el pasado del País y con argumentos históricos han venido siempre aderezadas las argumentaciones sobre la legitimidad y el porvenir de la causa vasca. Esta persistencia y estaimportancia de la historia dentro de la política nacionalista parece estar atada a dos motivaciones: una, la necesidad de recuperar nuestra propia identidad, sometidos como hemos estado y estamos a una negación oficial de nuestra propia existencia como nación diferente; otra, la voluntad de legitimar con la tradición y el «sempiterno espíritu de la raza» unas opciones políticas cuyas raíces fundamentales estaban en los intereses de clase actuales de sus promotores. Este segundo aspecto ha llevado a mil falsificaciones y manipulaciones y hadesprestigiado, desde un punto de vista científico, a buena parte de la historia «ad demostrandum» que formaba la mayor parte de los textos en los que, jóvenes y hace años, íbamos a buscar nuestro pasado nacional y las razones de la legitimidad de nuestra lucha.

Habría que pensar que hoy en día la historia debiera de empezar a interesar menos. La evidencia del hecho nacional vasco se está imponiendo, y lo que antes habíamos de probarnos a nosotros mismos frente a una realidad oficial opaca y culpabilizadora, a través de mil combates dialécticos e incluso morales, es hoy, por el contrario, una realidad inmediata para los niños de nuestras ikastolas, para los jóvenes que manifiestan y militan y, en parte, para toda la sociedad. Añadamos que nuestro pueblo ha cambiado mucho con respecto al del siglopasado; la industrialización masiva ha penetrado casi hasta el último recoveco y la crisis de la civilización agraria tradicional es agudísima. Las motivaciones políticas están en relación con las contradicciones de una sociedad fundamentalmente urbana e industrial, que más que una continuidad de la tradicional parece una violenta negación de ésta. De aquí que pueda suponerse que las argumentaciones sobre las bases de las actitudes militantes tengan que estar más en relación con los problemas de la sociedad actual que con las lejanas bases históricas de tal situación.

Por eso, la tarea del militante metido a historiador parece cada vez menos necesaria. Una tradición dentro del nacionalismo y una urgencia por recuperar nuestros orígenes explican, sin duda, que aun hoy en día haya un gran interés por la historia entre nosotros; sin embargo, es posible que en cuanto las grandes líneas de nuestro pasadohayan quedado claras, su profundización y sobre todo la descripción precisa de sus detalles vuelva al redil de loshistoriadores profesionales. Claras las bases, el análisis de la sociedad actual y, sobre todo, la propuesta imaginativa y realista de unas opciones revolucionarias pasarán a ser unas tareas mucho más directamente ligadas a las luchas cotidianas, y atraerán lo principal de la teorización. Por mi parte, quisiera con este trabajoterminar con mi exposición de los orígenes del nacionalismo; terminar, evidentemente, no significa ni decir la última palabra científica ni dejar ya mis hipótesis como logros definitivos. Mucho queda todavía por clarificar y precisar, y se puede tener la seguridad de que este trabajo será rápidamente superado. Otro es su propósito: la situación empuja hacia los trabajos sobre la actualidad y el futuro a los que he hecho referencia y, al mismo tiempo, he sentido una especie de malestar interno constante ante lo incompleto de las tesis sobre el carlismo y el primer nacionalismo que aparecen en «El nacionalismo vasco. 1876-1936». La acogida hecha por amplios sectores de la izquierda abertzale a aquel trabajo, me ha llevado a suponer que un esfuerzo para precisaraquellos puntos podría ser útil para aclarar esa cuestión de los orígenes del movimiento nacionalista; este intento está hecho desde las mismas premisas filosóficas y políticas del primer trabajo y, por ello, obedece a los mismos objetivos militantes. Así, desde la óptica de la izquierda revolucionaria vasca, sería deseable que nuestra propia visión sobre los orígenes del patriotismo euskaldun llegara a ser lo suficientemente clara como para que ya determinados fantasmas no nos angustiaran; eso sería sentar ya unas bases lo suficientemente claras como para poder mirar tranquilamente el presente y hacia el futuro.

No olvidemos que determinados tópicos nos han perseguido siempre. Una cierta tendencia a identificarnos con los carlistas populares decimonónicos ha estado siempre acompañada del espectro del carácter reaccionario atribuido globalmente al carlismo; los propios orígenes del nacionalismo han sido regularmente explicados por autores diversos como un movimiento basado en los intereses del gran capital[1], etcétera. Evidentemente, aclarar estos puntos no puede llevarnos al extremo opuesto, a ver sólo movimientos populares, justos y progresistas en todos esos hitos identificativos de nuestra propia historia: la mentalidad extremamente reaccionaria de Sabino de Arana y la mediatización del nacionalismo popular por la burguesía local entre 1904 y 1923 son asimismo elementos reales. Pero si este trabajo consigue aclarar cuál fue la participación de las diversas clases sociales en esos aspectos políticos de nuestra historia y, con ello, nos permite una comprensión del papel de las clases populares, de sus motivos y de sus alienaciones, habría conseguido su objetivo y su autor podría permitirse el no volver a insistir sobre el mismo tema.

El carlismo es el primer objeto de análisis. Si el lector va a encontrar un examen de los liberales del País, los carlistas constituyen el tema principal. Además, dentro de los carlistas son sobre todo las clases populares y los campesinos en especial quienes centran el trabajo. La cuestión de saber por qué hubo un apoyo tan mayoritario y tan sentido de las masas rurales a la causa del Pretendiente constituye el centro de la primera parte de este libro.

Sin negar la existencia de factores religiosos e institucionales en la génesis de la actitud de las masas vascas, se trata de analizar la situación a nivel de la vida cotidiana y de indagar las relaciones entre la actitud carlista y la crisis económica y social del Antiguo Régimen en Euskadi peninsular. Esta relación parece evidente. Como señala Martín de Ugalde:

«Las guerras carlistas del siglo XIX dieron a sus contemporáneos la impresión de que se estaba produciendo la liquidación de todo lo que constituía la base cívico-política del pueblo vasco. De aquí la angustia con que se vivió y la dureza con que se mató».[2]

En las páginas siguientes trataremos de detallar la amplitud de la crisis interna del sistema vasco y la incidencia sobre esta crisis de la legislación liberal y centralista que se le impone al País en el siglo pasado. Conforme a la hipótesis que se va a desarrollar, la introducción de la mentalidad burguesa sobre la propiedad y la explotación de la tierra va a ser un elemento básico dentro de la liquidación del sistema agrario tradicional, y va a ser sentida así por los campesinos. Más específicamente, las leyes desamortizadoras eran los instrumentos jurídicos más precisos de esta nueva redistribución y reconcepción de la propiedad; así, el liberalismo y el centralismo aparecían claramente ligados a la ofensiva contra la estructura tradicional de la vida vasca y no ha de extrañarnos que la defensa de sus propias condiciones tradicionales de existencia llevara a los campesinos a reclamarse ideológicamente de la religión, los fueros y el carlismo. Esta relación ha sido ya señalada por varios autores[3],sobre todo recientemente; en este trabajo trataremos de detallarla con suficiente precisión.

Esta crisis de base explica las condiciones de presión económica y descomposición social en que se produce el movimiento carlista. Sin embargo, éste no es una simple revuelta de los campesinos pobres y de los arrendatarios; hay a nivel local un bloque carlista que incluye a artesanos y a la nobleza local, por no citar a comerciantes y rentistas después de 1868. El problema de la forma precisa tomada por la insurrección carlista y, en especial, de la dirección del movimiento por los propios sectores trad icio na listas de las clases dominantes, es una cuestión básica. En su análisis se encuentra la clave del carácter popular y de justicia que tiene la baseartesana y campesina, coexistiendo con el carácter reaccionario y contrarrevolucionario de la dirección política; asimismo, la pertenencia de los dirigentes a las clases dominantes explica la posibilidad del compromiso y del pacto con los liberales, cuyos dirigentes eran miembros de fracciones diferentes de esos mismos acaparadores de la extracción hecha sobre los campesinos y las capas populares. Pero la facilidad con la que la base se pliega a las traiciones de sus dirigentes sería incomprensible sin una determinada actitud social y cultural de aceptación del natural papel dirigente de los «jauntxos» locales.

Normalmente, el campesinado es una clase fragmentada, especialmente en los países, como el nuestro, dé propiedad y habitación divididas y separadas. Hasta la aparición de la sociedad industrial, sus movimientos armados toman la forma de revueltas, levantamientos, sediciones, matxinadas..., pero nunca la de revoluciones; no hay un proyecto de transformación de la sociedad que comporte la toma del poder por los campesinos, sino que su objetivo se limita a recuperar parcelas de poder local acaparadas por nobles, villas o estado, así como a disminuir la importancia de la extracción en dinero y cosechas a que instituciones y clases dominantes les someten. A partir de la Revolución francesa de 1789 vemos a los campesinos contribuir a la obra revolucionaria; a la burguesa en esta fecha, a la que pudo ser socialista en la Rusia de 1917. Más recientemente, su papel aparece decisivo en las revoluciones de China, Argelia, Cuba, Vietnam, Camboya y otras[4].

En el caso de las guerras carlistas, nos encontramos ante unas insurrecciones propias de la época preindustrial, aunque ya la mentalidad burguesa esté presente en la ideología liberal y en la redistribución de la propiedad de la tierra. No hay por parte de las masas campesinas vascas ni un proyecto revolucionario propio ni tampoco una actitud de revuelta mesiánica totalizadora y radical[5]. Se trata más bien de una resistencia contra la introducción del capitalismo agrario, contra la ofensiva de la mentalidad burguesa cara a la sociedad tradicional; es, probablemente, un fenómeno parecido al de la resistencia vendeana contra la Revolución francesa, cuando campesinos y nobles locales continúan una lucha que ya venía desde mediados del siglo XVIII contra los burgueses que querían imponer su visión del mundo, su poder y su racionalidad económica. Estos burgueses compradores de bienes nacionales pueden, así, asimilarse a nuestros liberales que adquieren tierras desamortizadas.

Y en estas luchas de resistencia, la participación de la nobleza local al lado de los campesinos no es un fenómeno particular al País Vasco. Lo encontramos ya en la Guerra de los campesinos alemana, en la revuelta de los «Nu-pieds» de Normandía en 1639, en la ya citada resistencia vendeana; más aún, en está y en la revuelta normanda,aspiraciones más o menos autonómicas son ya formuladas. Parece una regla general que cuando los campesinos se encuentran confrontados al mundo exterior, a la agresión de una sociedad englobante cuya penetración va a producir una crisis vivida del sistema tradicional, tienden a poner la dirección de la comprensión de este fenómeno y de la resistencia cara a él, en manos de los notables tradicionales locales. Así lo formula E. Le Roy Ladurie:

«Los rústicos, cuando se encuentran confrontados con el mundo exterior, tienden a sacar sus líderes de entre esos mediadores naturales que, con respecto a las fuerzas extrañas de la sociedad englobante, son los pequeños notables, los curas y además, cuando no están en conflicto directo con los campesinos, los señores locales»[6]

Estas observaciones nos introducen el concepto básico de la mediación. Podemos aceptar que en la sociedad tradicional los centros fundamentales de decisión y de extracción de los productos agrarios escapan al control de la sociedad campesina: el Estado, la Iglesia, la ciudad, el señor, se colocan a una cierta distancia de la comunidad de los campesinos directamente productores. Dicho de otro modo, la sociedad campesina aparece rodeada de unasociedad englobante que, en última instancia, determina los límites y las condiciones de la autonomía campesina. Conforme avanza el .............[..............]

  

Ver el libro completo en