La insurrección en Euzkadi
1964
Introducción
Cuando la política ha agotado todos sus medios, se impone la guerra justa de liberación. En tal situación se encuentran todos los pueblos sometidos a la ocupación extranjera, violados y pisoteados y que habiendo sido violentamente anexionados (y éste es nuestro caso), se les ha declarado parte integrante del estado opresor.
Este ha «recibido» o «santificado» su derecho de conquista, «legalizado» por la sociedad moderna de los estados existentes. Estos mismos creen que una alteración en el «status quo» es un delito contra el orden «divino» establecido. De aquí que consideran que la liberación de un pueblo es algo «ideal» y que el estado imperialista tiene derecho a emplear los medios legales que sean necesarios, incluida la violencia, la tortura y la muerte.
Esta infame práctica engendró el principio de la «no-intervención», el mismo que permitió fríamente el holocausto de Euzkadi, en medio de sangre y fuego, en su guerra contra España en 1936. Nuestra lucha y tragedia fueron contempladas una vez más, como «asunto interno» de un estado: el estado español.
Se ha llegado a tales aberraciones mentales en el sacrosanto «derecho de conquista», que la llamada «opinión mundial» mira con agrado cuando las justas reclamaciones de un pueblo son pisoteadas por el opresor. Sólo existe un camino abierto y este es el de la «rebelión triunfante».
Tan pronto como la guerra de liberación empieza a tomar cuerpo y los demás estados ven que su triunfo es casi seguro, se notarán las primeras defecciones entre los partidarios del «status quo» internacional.
Los regímenes reaccionarios son siempre, por definición, los que más insisten en la preservación del «orden establecido» en el país en cuestión. De lo contrario se echarían arena a sus propios ojos. Sopesan: «Yo tengo que respetar e incluso proteger el “orden establecido” en los estados que me rodean, para que a su vez éstos respeten el “orden” dentro de mi propia casa».
Esto supuesto, una conclusión bien neta queda de manifiesto: un movimiento de liberación ―cual es E.T.A.― nunca puede ser conservador. Una ideología conservadora es siempre partidaria del mantenimiento del «status quo» o del orden ya implantado, tanto en lo estatal como en lo político, económico, social, cultural y de relación con los demás pueblos. Una lucha de liberación nacional debe implicar, pues, un ideal revolucionario.
La historia política de los pueblos nos impone un hecho bien concreto y real: que el pueblo que logró algo por derecho de conquista, jamás cede su presa, a no ser que ésta le sea arrebatada por la fuerza.
Por otra parte, nos enseña también la Historia que la independencia nacional depende siempre del interés que demuestran los sometidos por su propia liberación. Este interés se demuestra evidentemente por los actos, con la violencia. Solo así llegará el ocupante a convencerse de que la continuidad de la opresión es un sinsentido que cuesta más que lo que aporta.
Hay opresores que se convencen antes que otros. Pero, en cualquier caso, sólo ante la revolución de un pueblo que está dispuesto a emplear todos los medios para alcanzar su liberación, llegará el estado opresor a considerar su posición «de facto».
Del pueblo tiene que partir la acción que demuestra al opresor que su derecho de conquista no es aceptado. La consecución de la independencia de un pueblo es internacionalmente algo «ilegal». De aquí que el pueblo colonizado no tenga otro camino que el de los medios «ilegales» (ilegales, claro está, para el opresor y para esa «opinión mundial» de que hemos hablado). Por eso en la práctica es legal lo que tiene fuerza. No querer reconocer este axioma es vendarse los ojos voluntariamente.
El oprimido deberá forzar para que su Derecho sea reconocido. Habrá que crear y hacer reconocer su propia legalidad por la fuerza de las armas. A la legalidad hispana o gala anteponemos nosotros la vasca. Pero no con declaraciones platónicas (que por otro lado el Sr. Leizaola y compañía se vienen encargando desde hace más de 25 años), sino con plástico y metralleta, precedidos y acompañados por toneladas de propaganda.
No querer reconocer esto y horrorizarse es estúpido e ingenuo. Sí, quizá se dirá de nosotros dentro de cien años que fuimos un pueblo noble, honrado y trabajador, que cantaba y bailaba muy bien sobre los Pirineos.
Pero habremos desaparecido por no haber tenido el indispensable realismo político; por haber sido víctimas conscientes de una incalificable ingenuidad política (ingenuidad que algunos persisten en llamar «nobleza» y «rectitud»); en fin, por no haber tenido la hombría y las agallas de reconquistar nuestro Derecho, nuestra libertad, nuestra «Legalidad» por los únicos medios eficaces disponibles.
Es una argumentación falsa la de los políticos que pretenden hacer ver que las negociaciones pueden traer la independencia nacional. Las negociaciones están bien cuando las armas hablan; están bien para que callen cuanto antes (Ej., el acuerdo de Evián entre argelinos y franceses). Nadie más interesado en cesar la guerra que el pueblo que se libera. Y también en que se llegue a un «status» por el que el opresor reconozca el Derecho de su antigua presa.
Pero hemos de estar convencidos de que el país imperialista no reconocerá este Derecho hasta que vea que no le queda otro remedio. Hasta el último momento buscará la forma de engañar al antiguo oprimido. Son múltiples los ejemplos históricos, siendo el más reciente (primavera 1963) el de los Kurdos con respecto a Bagdad.
En Euzkadi mismo lo hemos visto. El Estatuto que tuvo que «conceder» la República española fue «discutido» y aplazado de forma sospechosamente prolongada por parte de los españoles, que en tanto que españoles, lo mismo da que sean de izquierdas que de derechas mientras esclavicen Euzkadi.
Hasta hace poco se ha venido viendo que los pueblos, cuando eran débiles, se valían de coyunturas internacionales para intentar liberarse del yugo extranjero. No cabía otra solución que la de pactar con el enemigo del opresor (siempre a cambio de algo, siempre hipotecando algo) y mostrar al poder ocupante ventajas que se le ofrecerían (o los males que se evitaría) con la independencia del pueblo sometido.
Pero la estrategia ha sufrido una verdadera revolución. La era atómica ha conducido, paradójicamente, a posiciones en que a los pueblos colonizados se les ofrecen nuevas posibilidades de liberación, incluso, y sobre todo contra enemigos gigantes. Se vuelve a ver en la Historia que David, si sabe dirigir bien su honda, es capaz de derribar a Goliath, el estado opresor. La lucha contemporánea ya nada tiene que ver con la guerra de frentes y de estrategias clásicas. Hoy todo un ejército puede ser prácticamente aniquilado o paralizado o castrado por un minúsculo número de resistentes practicando los principios de la guerra revolucionaria.
Ahora bien, la guerra revolucionaria tiene sus etapas. No se puede iniciar la fase «c» sin haber antes pasado por las precedentes «a» y «b». Es ésta una premisa que todo etarra debe incrustársela bien hondo en el cráneo; y más tarde todo el resto de la población del país. Hacer lo contrario es demencia incontrolada, es una aventura suicida que no puede conducir más que al desastre. Y haría falta otros dos o tres años para reponernos. Nosotros rechazamos toda clase de aventurismos y heroicidades estúpidas.
No se puede, pues, conforme a rigurosa lógica de la guerra revolucionaria, pasar bruscamente (en el caso de E.T.A.) de dar un cursillo de charlas abiertas, a hacer saltar un puente ferroviario con una carga de 400 kilos.
El intento de descarrilamiento perpetrado por E.T.A. en julio de 1961 fue una buena lección para todos nosotros. Quisimos pasar la escalera de diez en diez peldaños y, claro está, nos dimos la morrada. Conclusión: no se puede ir de la fase uno a la diez (por poner un ejemplo) sin pasar previamente por todas y cada una de las etapas intermedias.
Sin embargo, sí estamos de acuerdo en ir quemando todas estas etapas a la mayor velocidad de que seamos capaces. No tenemos tiempo para nada más. Nos hallamos ante una carrera contra el reloj. Hemos de estar en disposición de controlar, dominar (como mínimo punto de partida) todos los rincones de Euzkadi a la mayor brevedad posible. Dominio y control real, efectivo, material (militar incluido). Y luego consolidación de posiciones adquiridas, más avance (cuantitativo y cualitativo) y nueva consolidación; y así sucesivamente.
En esta sucesión ordenada de etapas existen, sin embargo, dos elementos constantes, esenciales y por ello de la máxima importancia. Nos referimos a la propaganda y al dinero. Ambos han de hacer continuo acto de presencia a lo largo de todas y cada una de las etapas.
Que es la guerra revolucionaria. Diferencia con la guerrilla clásica
La G.R. (Guerra Revolucionaria) es un conjunto de acciones de toda naturaleza (políticas, sociales, económicas, psicológicas, armadas, etc.) que tiende al derrocamiento del poder establecido en un país y su reemplazamiento por otro régimen, orden o sistema.
La G.R. es mucho más que una guerra (clásica) y que una revolución (clásica). Es la suma de las dos y de otros elementos, de los que el más importante es el psicológico, espiritual o ideológico. En una ecuación se podría resumir así: Guerra psicológica + Guerrilla (urbana o de monte) + Revolución = Guerra Revolucionaria.
En la G.R. se lucha con el cuerpo, pero sobre todo con el alma. La idea prevalece sobre la materia. En la G.R. hay propaganda, hay lucha armada (guerrilla o comandos de ciudad o de monte) y hay revolución.
La G.R. se desarrolla en fases sucesivas. No todas las fases de la G.R. son cruentas, o de acción violenta. Las acciones cruentas no aparecen más que en las etapas avanzadas.
La G.R. no es la «última fase de la evolución de la estrategia militar», como pretende el autor del interesante libro Vasconia. La G.R. sobrepasa con mucho lo estrictamente militar, es mucho más que una acción militar. Consiguientemente no se trata únicamente de estrategia militar, por muy avanzada que sea ésta.
El mismo autor de Vasconia nos da la razón al decir: «La Guerra Revolucionaria es una espiritualización de la guerra. Pero esta espiritualización que concede a la Guerra Revolucionaria un carácter más feroz en el orden de las ideas, es un avance ya que viene a significar que los fuertes medios materiales pueden ser vencidos por la fuerza que despliegan las ideas».
En efecto, la guerra, lo puramente militar, es cruento por definición. En la G.R. en cambio no todo es cruento. Uno de sus factores esenciales, la propaganda (o guerra psicológica) no es cruenta.
Ahora bien, una de sus partes, el comando o guerrilla es mucho más violenta y despiadada que la guerra clásica. Sin embargo (también en esto presenta ventajas) el número total de víctimas es inmensamente inferior al producido por la guerra clásica, en la que un solo bombardeo aéreo o de artillería (sin hablar de la bomba atómica) produce miles de víctimas civiles e inocentes.
Esta dureza, esta crueldad de que hablamos, es una de las características de la G.R. en general y de la guerrilla o comandos (parte de la G.R.) en particular. Y es lógico, puesto que es evidentemente el tirano, el opresor quien nos la impone. Las reglas del juego no las hemos implantado nosotros. Hace años que militantes de la Resistencia Vasca vienen sufriendo muertes, torturas, cárceles y toda clase de ignominias.
Para el gudari-militante comprometido en cuerpo y alma en el G.R., engañar, obligar y matar no son actos únicamente deplorables sino necesarios. En este sentido es menos escandaloso fusilar traidores que fusilar enemigos.
«En asunto tan peligroso como la guerra ―dice Von Clausewitz, el más célebre teorizador de la guerra clásica― los errores debidos a la bondad del alma son la peor de todas las cosas. Así como el uso de la fuerza física en su totalidad no excluye de ninguna manera la cooperación de la inteligencia, aquél que no retrocede ante ninguna efusión de sangre tendrá ventaja sobre su enemigo si éste no procede de la misma forma».
«No cabe ―concluye Clausewitz― introducir un principio moderador en la filosofía de la guerra sin cometer un enorme absurdo».
En la G.R. de Euzkadi es una necesidad absoluta para nosotros el emplear todas las armas, tretas y procedimientos que utiliza el agresor; además, naturalmente, añadiremos nosotros los de nuestra propia cosecha. No hacerlo por motivos humanos o consideraciones morales es tan estúpido como absurdo. «La violencia ―afirma Engels― es la comadrona de todo parto de vieja sociedad a sociedad nueva».
No solamente hemos de estudiar las leyes generales de la guerra en general, sino igualmente las específicas de la G.R. y más particularmente las leyes concretas de la G.R. en Euskal-Herria.
Nosotros somos partidarios de la guerra justa de liberación nacional y social, de la misma manera que estamos en contra de la guerra injusta (de conquista y opresión). Todas las guerras contra-revolucionarias son injustas y todas las guerras revolucionarias son justas.
La paz será revolucionaria o no será paz.
La G.R. viene a ser una secularización de las antiguas guerras de religión. Por otra parte, a través de los siglos se da un proceso que conduce lentamente del gudari-mercenario, al gudari-ciudadano y de éste al gudari-militante de la G.R.
Cualesquiera que puedan ser los objetivos (por nuestra parte liberación nacional y económico-social) de las fuerzas que se afrontan ―en nuestro caso: vascos contra opresores imperialistas españoles y franceses― todo conflicto es político. Pero en el caso de la G.R., político es sinónimo de ideológico e incluso de religioso.
La mística que conducía en la Edad Media al soldado-cruzado a dar su vida por una ideología religiosa, se transforma en nuestros días, se seculariza por decirlo así, en una mística de liberación nacional y social. Pasión y mística políticas e ideológicas, han sustituido a pasión y mística religiosas de la Edad Media.
El gudari-revolucionario, es decir, el gudari-militante lucha, como el antiguo cruzado, por una idea, por una verdad, la nuestra: liberación radical de Euzkadi y de sus pobladores. Para nosotros, al igual que para el cruzado del siglo X la suya, nuestra verdad es la verdad absoluta, es decir, verdad exclusiva que no permite ni la duda ni la oposición y que justifica la eliminación de los enemigos virtuales o reales.
Consecuentemente somos intransigentes en nuestra idea, en nuestra verdad, en nuestra meta esencial. Hay adhesión de espíritus y corazones por parte de cada uno de nosotros, a un conjunto de afirmaciones (liberación nacional, social, democracia, etc., etc.) y de negaciones u oposiciones (España y Francia opresores imperialistas, etc.) dogmáticas. Se dará pues, en nosotros tanto dogmatismo en los principios esenciales, como lo pudo tener el cruzado de otros tiempos o lo tiene hoy el moderno apóstol comunista.
En la G.R. es anacrónico el soldado-tropa, el soldado-masa. En la G.R. cada gudari es un militante individualmente convencido de su ideología, de su mística. Aquí nadie se bate exclusivamente por su capitán, comandante, general o rey. (Aunque por coordinación, disciplina y orden nos sean necesarios también los capitanes, comandantes, etc.). Lo que realmente hace marchar a todos y cada uno, es una meta ideológica, no militar, ni tan siquiera política.
Un combatiente de la Resistencia Vasca practicando los principios de la G.R. no es, pues, un soldado «cualquiera». Aquí no hay «permisos» y su «servicio» en la «mili», en la lucha de liberación nacional, no concluirá más que con la victoria final, la cárcel o la muerte.
En la G.R. lo político y lo militar se subordinan a esa ideología, que en nuestro caso no es otra que la que preconiza la liberación nacional ―independencia absoluta y sin paliativos (unidos o no a Europa) ― y la liberación del hombre vasco, de todos los hombres que pueblan Euzkadi.
Privando siempre lo político (civil) sobre lo militar ―conforme a la máxima latina «cedant arma togae» (lo militar cede, se subordina a lo civil) ― podemos decir que la guerra no es más que una extensión o prolongación de la política por otros medios. Y en la G.R. más que en ninguna otra, lo político ocupa posición dominante con relación a lo militar. Es la política, la idea, lo que determina la naturaleza de la guerra, define su carácter y sus objetivos. Toda guerra (y más la G.R.) desprovista de carácter y objetivos políticos está abocada al fracaso.
La G.R. se define más por sus objetivos que por sus métodos: más por sus perspectivas políticas que por sus formas militares. La acción militar no es, en efecto, más que un medio al servicio de una voluntad política. Es decir, la verdadera batalla en la G.R. es de orden ideológico, político y sociológico, no material y bélico.
La G.R. es, pues, una y totalitaria, en el sentido de que engloba todo: lo político, militar, social, etc.; y a todos (toda la población).
Las técnicas militares, pues, no son más que un medio, no valen más que en función del conocimiento y pensamiento políticos (léase ideológico) que las inspiran y dirigen.
La G.R. se lleva a cabo con armas si no primitivas, al menos muy inferiores a las técnicas modernas: puñal, cuchillo, metralleta, fusil, bombas caseras, etc. Mientras que la bomba atómica refuerza considerablemente la potencia de sabios y técnicos pero restringe a la vez no menos considerablemente el papel del hombre como tal en la conducta de la guerra, la G.R., por el contrario, da la primacía al individuo.
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Al estudiar la G.R. aparece con claridad lo que la diferencia de la simple guerrilla. La guerrilla no es más que una táctica, una de tantas de la G.R., aunque muy importante; en resumen: una parte con respecto del todo.
Hasta el siglo veinte la guerrilla era el «todo», salvo excepciones fenomenales como por ejemplo la de Zumalakarregi. Hoy el todo es la G.R. y la guerrilla es una parte. Antes, al ser exclusivamente guerrilla era 100% militar. Hoy es una parte, revolucionaria y militar, al servicio de una ideología.
Aunque toda concepción táctica debe tener en cuenta los sentimientos de la población que utiliza o a la que se dirige, el elemento psicológico permite marcar el trazo de unión entre la guerrilla y la G.R. En la G.R. el elemento psicológico es eminentemente ideológico.
El hecho de que exista una idea, una ideología, una mística significa que la fe también juega un papel fundamental en la G.R. Sólo la fe consigue unir acción e ideología. Esta distinción entre acción e ideología y este papel de la fe, constituyen dos factores importantes para la comprensión y explicación de la G.R.
La guerrilla (de asfalto o de monte) como parte de la G.R. no es una «pequeña guerra» o una simple táctica, sino la guerra llevada a cabo por un movimiento y una ideología que renuncian a una batalla general (en el sentido clásico de frentes), para combatir por medio de elementos aislados que atacan «en detalle» el conjunto del dispositivo enemigo utilizando medios materiales muy inferiores a las nuevas posibilidades técnicas y dando a su lucha una significación ética (de la que carecía la antigua guerrilla clásica). Al cabo de más de dos mil años de increíble progreso técnico y humano, el puñal, paradójicamente, sigue a la altura de la bomba atómica.
La guerrilla clásica puede definirse como una táctica que opone pequeños grupos extremadamente móviles, a fuerzas masivas, pesadas y lentas, utilizando esta movilidad para desorganizar la infra-estructura enemiga. Estos grupos que entablan el combate están aislados en el momento de la acción y no pueden esperar ayuda directa de nadie. Su salvaguardia consiste en romper el contacto con el enemigo, la retirada y la dispersión.
En tanto que la guerrilla por la guerrilla y nada más que la guerrilla (sentido clásico) era esencialmente instrumento defensivo, la guerrilla inscrita dentro de la G.R. y como una manifestación o táctica de ésta, se transforma en medio fundamentalmente ofensivo. La diferencia es radical.
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La guerrilla clásica se dirigía contra un enemigo y este enemigo era un ejército. En la G.R., por el contrario, el enemigo es antes y primero que todo un régimen político de opresión (en nuestro caso opresión extranjera, nacional y social). La G.R., pues, apunta a un objetivo más amplio, más alto, más absoluto. Para destruir a este enemigo la G.R. se hace con un arma terrible, indestructible: un ideal, una ideología; y se vale no de hombres-masa, anónimos y amorfos, sino de gudaris militantes. En la G.R. cada hombre es una unidad completa de combate ideológico y físico.
Por eso un pequeñísimo número de éstos se basta para poner en jaque compañías y regimientos enteros del enemigo, organizados al estilo clásico. Aquí, más que en ninguna otra parte, se aplica el principio de economía de fuerzas o del máximo rendimiento con el menor esfuerzo o riesgo. Podemos afirmar categóricamente que la G.R. se ejerce en un campo infinitamente más vasto que el de la guerra clásica. Prevalece la idea sobre la bayoneta. Por eso es irreductible; de aquí la invencibilidad de la G.R.
En la G.R. no existen ejércitos regulares (excepto en la fase última y más avanzada, es decir, cuando el último objetivo está a punto de ser alcanzado), ni frentes definidos. Por eso en la G.R. se habla de frentes «invisibles». No existe ninguna línea de frente (al estilo clásico) y sin embargo éste está en todas partes. Ninguna frontera material separa a ambos campos: se trata más bien de una frontera ideológica. Cada escaramuza, cada pequeño ataque o combate, cada acción aislada, no constituyen más que pequeños episodios de una guerra total. Son acciones aisladas pero múltiples: la suma «espiritual» o «ideológica» de todas ellas forma el frente global, invisible de la G.R. La Guerra Revolucionaria es pues, la yuxtaposición de una multitud de pequeñas acciones determinadas.
En la G.R., al adoctrinamiento ideológico y político se le da prioridad absoluta sobre la instrucción militar. En efecto: un nuevo combatiente aprende fácilmente el manejo del fusil y de la granada combatiendo junto a los veteranos, si ya está ideológicamente preparado a hacer la guerra. Lo contrario rara o muy difícilmente se suele dar.
Los jefes de la G.R. en Euzkadi han de tener verdadera vocación. Son líderes natos, conductores de hombres. No se les crea: emergen ellos solo y destacan inmediatamente sobre el resto de sus compañeros. Parece que algo superior le anima: convicciones profundas y sinceras, amor ardiente a la libertad, a su país, al prójimo, es desprendido y personalmente desinteresado.
Son hombres apasionados por las aventuras, de imaginación ardiente, llenos de fuerza, de voluntad y sangre fría. Con sentido innato de responsabilidad, de autoridad y justicia.
Un hombre así es al mismo tiempo temerario y prudente, político y militar, policía y bandido. A la vivacidad de espíritu se une la solidez de juicio. Estudia concienzudamente cada acción y luego una tremenda audacia se encarga de triplicar los efectos.
La elección de tal jefe por el Buruzagi supremo debe ser hecha antes que la de la unidad que va a mandar. Nunca al revés.
Tampoco debe ser nombrado por turno de ancianidad o escalafón, ni en contra de su propia voluntad.
Ventajas de la guerra revolucionaria
El enemigo opresor y colonialista es, en conjunto, fuerte y numeroso, en el sentido material (muchos hombres, armamento bueno y abundante, toda la prensa en su poder, etc., etc.). Pero es muy débil y vulnerable ideológicamente. Es, además, físicamente visible en todas partes.
Nosotros, por el contrario, somos muy pocos y materialmente débiles, pero fuertes ideológicamente. Estamos en todas partes y en ninguna. Somos, sobre todo, invisibles.
El invasor no sabe por dónde atacar; golpea con su poderoso mazo (material) en el vacío.
Nosotros, por el contrario, tenemos miles de blancos para poder elegir el que queramos. Nos podemos permitir el lujo de atacar donde y cuando queramos.
Conforme a esto y aplicando la ley de concentración de fuerzas atacamos un blanco bien concreto, determinado y previamente estudiado. En el momento de atacar, pues, somos más numerosos y fuertes que el enemigo.
Cuando planeamos y decidimos una acción bien concreta y limitada (que ha de ser netamente modesta al principio), hemos de realizar nuestros máximos esfuerzos para no dejarnos tentar por dos tendencias extremas que continuamente nos vendrán al ánimo: el miedo (y como consecuencia subestimar nuestras fuerzas y sobreestimar las del enemigo) y la pasión personal. Esta última puede ser originada por varios motivos: espíritu de revancha por nuestra parte, fracaso momentáneo y humillación, desesperación, impotencia. etc. En cualquiera de los casos, no es ya la razón lo que nos guía, sino la ofuscación ciega e incontrolada. Consecuentemente echamos por la borda las leyes inmutables de la G.R., el cálculo frío y sereno cae por tierra, subestimamos las fuerzas del enemigo y sobreestimamos las propias nuestras. Es la euforia (alegre o colérica) que precede al desastre.
Ninguna acción podemos emprender si ella es impulsada por sentimientos personales de amistad o de odio. No debemos de emprender nada porque a un amigo nuestro le han asesinado o torturado. Una tal acción estaría de acuerdo con los sentimientos de fidelidad y lealtad personales, pero no tendrán nada que ver con los objetivos oficiales señalados por la Resistencia. Tenemos que descartar todo romanticismo impulsivo y negativo de tipo personal. Tampoco queremos ser héroes de película. Necesitamos hombres vivos y no héroes muertos. El «vencer o morir» es estúpido aplicado en el plan personal. Fue además el opio inventado por los imperialistas de todos los tiempos para su carne de cañón. La fórmula vale en el plano colectivo, es decir, o vence y se libera todo el Pueblo Vasco o muere.
El enemigo es, en conjunto, mil veces más fuerte que nosotros. Pero cada vez que nosotros le atacamos, somos en ese momento y lugar más fuerte que él.
El enemigo, como un coloso aguijoneado por muchas abejas, pierde el control de sí mismo, se enfurece hasta el paroxismo y golpea ciegamente a diestro y siniestro. Hemos conseguido uno de nuestros mayores objetivos: el obligarle a cometer mil torpezas y barbaries. La mayoría de sus víctimas son inocentes. Entonces el pueblo, hasta entonces más o menos pasivo y a la expectativa, se vuelve indignado contra el tirano colonialista y, por reacción, se vuelca por entero hacia nosotros. No podíamos esperar mejor resultado.
El opresor posee superioridad estratégica, de conjunto. Nuestros comandos o guerrilleros poseen la superioridad táctica, de detalle.
Cada combatiente nuestro es, individualmente, un militante activo y consciente, capaz de los mayores sacrificios y heroísmos (no de forma irracional, sino fría, calculada y premeditada). Su acción es positiva y ofensiva.
El opresor y sus esbirros es gente corrompida y sin principios. Unos pocos actúan por odio a Euzkadi y todos, desde luego, por dinero: son miserables asalariados. Su actitud es, individualmente, negativa, defensiva.
En cuanto a sus peones de base, la tropa (policía armada o grises, números de la guardia civil, policía municipal. soldados del ejército, etc., ... ) es pobre gente que ningún ideal ni interés puede tener para dejarse matar como un conejo. El resultado es que su capacidad combativa, individual, es enormemente inferior a la nuestra.
El IRGUM (En Israel) solo eran 20 y en su fase álgida 40, con todo un ejército británico bien armado y disciplinado.
El EOKA (en Chipre) con Grivas al frente, solo necesitó 40 o 50 hombres para poner en jaque a los británicos.
En la península de Malaca, 5.000 guerrilleros revolucionarios tuvieron en frente a nada menos que 300.000 hombres armados.
En Argelia, los imperialistas franceses llegaron a tener 600.000 hombres contra los patriotas argelinos, etc., etc.
¿Dónde está el secreto? Sencillamente que a una fuerza ideológica han intentado enfrentar y aplastar con una fuerza material.
Lo material, por ser algo concreto y físico, se puede destruir y reducir a la nada. Lo ideológico, lo espiritual, es algo resbaladizo, huidizo que ninguna malla, ninguna red por cerrada que sea, puede detener ni mucho menos destruir.
El arma psicológica o guerra psicológica
Al arma más importante que da la victoria al combatiente de la G.R. es la población civil, el hecho de que el pueblo esté del lado nuestro. Una máxima de Confucio dice: «La voz del pueblo es la voz del cielo; obtén el afecto del pueblo y obtendrás el imperio».
La G.R. solo puede nacer de una voluntad política bien afirmada. Es, pues, indispensable preparar a toda la población para la G.R., para luego arrastrarla y hacerla participar en ella activamente. La G.R. es la guerra de las masas populares. No se puede llevarla a cabo más que movilizando las masas populares y apoyándonos sobre ellas.
El militante tiene que empezar, pues, por caldear el ambiente en que va a actuar. Sin un mínimo sostén popular (no decimos toda la población, sería una ilusión) no hay G.R. que valga. Dice uno de los mejores técnicos de la G.R. que ésta es a la población como el pez al agua. Pez sin agua muere. El apoyo de la población (de una parte al menos de ésta ), al principio moral y luego material, debe ser el agua en la que el pez (G.R.) puede desarrollarse, moverse y nadar a su gusto.
Para empezar, este sostén moral debe consistir en no oponerse, en no ser hostil a nosotros. Luego hará falta que simpaticen; primero unos pocos y luego que esto se generalice. A continuación, será necesario que nos admiren (por nuestras acciones, no por nuestra cara bonita). Finalmente, que nos apoyen activamente (una mayoría) y que nos respeten y teman el resto. En toda G.R. hay una llama ideológica (romántica, novelesca o sentimental) que incita a la población a sostener y ayudar al comando, guerrillero o terrorista, a quien considera algo así como el exponente de sus aspiraciones.
Por eso algún autor desdobla la G.R. en dos aspectos. El ideológico y psicológico o acción sobre la población; y el militar: lucha contra las fuerzas armadas del agresor.
¿Cómo hemos de hacer esto? Aquí es donde se revela la importancia extraordinaria de la propaganda. Esta es una pieza esencial y vital de la G.R. No en vano existe una sección dentro de la G.R. llamada guerra psicológica.
Hay propaganda para nosotros, los abertzales, para los tibios, indiferentes, extranjeros que habitan en Euzkadi; para la policía y, en general, las fuerzas de ocupación y represión, toda ella especializada y conforme a una técnica depurada.
Según a quién va dirigida es formativa o informativa, exaltante o cerebral, eufórica o amenazante, optimista o derrotista.
El agente de la resistencia que practica los postulados de la G.R. es el micrófono. La propaganda es el altavoz. Un acto resistente (o terrorista, como lo llamará el ocupante y las agencias de noticias, calificativo al que nos tenemos que ir acostumbrando desde ahora) tiene poca repercusión o ninguna si carece de «amplificador». Un hecho ocurrido en Tudela apenas si se enteran los de Tudela (y quizá no todos), a no ser que tengamos bien montado todo el sistema amplificador, que no es otro que la propaganda.
La propaganda tiene que ser bien hecha: breve y estereotipada, siempre, rápida y masiva. Sirve entre otras cosas, para explicar al pueblo por qué se han realizado éste y aquél golpe; la justicia y nobleza de nuestra causa y de nuestra guerra de liberación total; el estado de guerra existente entre nuestro país y los estados imperialistas francés y español; la posibilidad real de nuestra lucha (con datos concretos y demostrativos, si posible) y de su prosecución hasta la victoria final; confianza absoluta en el triunfo de la libertad e independencia nacional; obligación moral grave de contribuir a la lucha personal y económicamente.
Tenemos que hacerle comprender, así mismo, que la severidad de las medidas tomadas por E.T.A. son absolutamente necesarias para conseguir rápidamente la destrucción total del colonialismo extranjero.
La primera etapa fundamental de la G.R. es precisamente ganarse la voluntad del pueblo. Nosotros estamos ya en esta etapa. Hay que inundar el país con cientos de toneladas de papel; con miles de letreros en carreteras, estaciones, camiones y vagones, etc. y utilizar cualquier tipo de difusión de ideas.
Tenernos que predisponer los espíritus de tal forma que, a medida que vayamos avanzando de actitudes más blandas a otras más duras, el pueblo no se escandalice sino al contrario: lo reciba bien, incluso le parezca natural o ―y esto sería el caso óptimo― lo esté ya aguardando ansiosamente. En este sentido, uno de los mejores instrumentos de la acción de masas es la huelga: hay que ir de la huelga parcial a la total.
El Neo Destur de Túnez, por ejemplo, previó tres etapas fundamentales en su guerra de liberación:
1. Conquista del apoyo o sostén popular, extendida a todas las capas de la población.
2. Apertura del período de acción directa a base de terrorismo en las ciudades y de «fellaghas» (campesinos y montañeses) en el campo y monte, destinado a exaltar las pasiones populares y a minar la moral francesa.
3. Ofensiva general.
En otras palabras: ganarse primero el corazón y la voluntad del pueblo por medio de la idea (propaganda intensa y extensa) para, a continuación, con la idea como motor primero, lanzarlo a la lucha concreta y material. La convicción entraña la acción. No podía haber acción sin previa convicción.
En Indochina ocurrió otro tanto, aunque mejor organizado. Primero se logró el sostén moral popular; a continuación, se le transformó en instrumento de lucha, se abrió el periodo o fase de desórdenes ordenadamente organizado, preparatorio de una guerra total comprometiendo a todos los grupos de la población.
La G.R. pues, aparece aquí dominada por dos factores: a) la conquista de la población y b) la participación masiva de ésta en la lucha (hay muchas formas de participar).
Nuestra G.R. no va dirigida a individuos aislados, sino a toda la masa vasca. Engloba a todo el mundo: obreros y baserritarras, intelectuales y trabajadores manuales, clérigos y laicos, hombres, mujeres, viejos, adolescentes. Moviliza todo su trabajo, todas sus reservas de voluntad, de entusiasmo, de indignación y de cólera, de odio y de entrega total a la causa; estimula su moral, crea su confianza y multiplica su rendimiento. Toca todos los resortes del alma humana.
El pueblo se lanza al combate por lo que ama y también por lo que odia. El odio es uno de los más potentes resortes humanos: hay que saber aprovecharlo, canalizarlo y lanzarlo contra el imperialista secular que profana y expolia nuestra amada tierra y a sus habitantes.
Todos los despotismos se parecen y producen los mismos efectos. Basados sobre la fuerza representan sin embargo un orden frágil. Tarde o temprano caen en la arbitrariedad, humillan al hombre, hieren o matan la libertad. Pero jamás consiguen atenazar el espíritu, encadenar al pensamiento, el cual continúa a trancas y a barrancas su penosa marcha hacia la dignidad.
El descontento del pueblo procede siempre de alguna violación (nacional, social, económica, religiosa, etc.) perpetrada sobre la dignidad de hombre. Ello da paso a un sentimiento de frustración. El germen está echado para iniciar la revuelta.
La propaganda cunde en un fondo de humillación, persecución y vejaciones. Es posible que este sentimiento solo lata en el subconsciente de las gentes, en cuyo caso lo primero que tenemos que hacer es sacarlo a flote y ponerlo al desnudo. Entonces el sentimiento será consciente y, por lo tanto, vivo, crudo y descarnado.
Habrá que emplear la persuasión para convencer a los oprimidos de la justicia ―nacional y social― de su causa, pues la mayoría de las veces ignoran cuál es su estado real.
Nuestra tarea más delicada e ingrata es quizá la de contrarrestar y superar la influencia que el enemigo opresor ―tras tantos y tantos años de ocupación y acción disolvente sobre nuestra personalidad nacional― ejerce en las conciencias mismas de los vascos (incluidos muchos abertzales o sedicentes abertzales), así como contra los desastrosos efectos de una política de defensa pasiva y de compás de espera paralizante y paralizadora, preconizada y alentada por los dirigentes del nacionalismo vasco tradicional.
Se ha drogado tanto al Pueblo Vasco y durante tantos años de propaganda dirigida (prensa, radio, televisión, vino barato, fútbol espectáculo, conmemoraciones y fiestas «nacionales») que ya ni siente la persecución de que es objeto ni la ignominia que con él se practica.
Nuestra tarea es precisamente llevar esta infame realidad al convencimiento de los esclavos y siervos vascos envilecidos y sometidos al látigo franco-español.
Para ello el militante revolucionario vasco ha de hacer aparecer la opresión más real y dura de lo que es, al añadir la conciencia de la opresión y hacer el deshonor más deshonroso, haciéndolo público.
El sentido de revancha social ―que antiguamente era explotado por el Partido Socialista Obrero Español (en Euzkadi) y algo menos por el Partido Comunista igualmente Español, y que en tanto que españoles eran y siguen siendo tan españolistas e imperialistas (en Euzkadi) como cualquier otra facción extranjera―, es una fuerza que hoy cuenta en la Euzkadi sojuzgada nacional y socialmente.
El tema de la justicia de los oprimidos (de cualquier clase) está en la base de todo sentimiento que ha de animar una G.R.
En la perspectiva de la G.R., la lucha, la guerra, debe conducir al triunfo del bien (liberación nacional y social de Euzkadi y del hombre vasco), eliminando las fuerzas políticas y económicas del mal. Esto lo debe comprender bien el pueblo.
Si todos los pobladores de Euzkadi no son abertzales y partidarios de la justicia social es porque no son libres, porque no han tenido la oportunidad de conocer, de adoptar y de amar nuestra idea. No debemos excluir a nadie «a priori». Nuestra idea hará de frontera natural. Nuestros enemigos se autoexcluirán ellos mismos.
Nuestro combate no nos puede conducir más que a la victoria (definitiva) a través de derrotas (momentáneas), pero con exclusión de todo posible compromiso. Toda clase de consideraciones se hacen secundarias con respecto a nuestra victoria. No cuenta más que la meta final.
El hombre tiene necesidad de esperanza. Todo ser tiene una o más esperanzas. Aun el tipo más embrutecido y materializado tiene en el fondo alguna secreta esperanza; quizá sin darse cuenta, inconscientemente.
No solo de pan vive el hombre: es proverbio popular harto cierto. Tiene ilusiones, tiene esperanzas. Este sentimiento es, quizás, el más potente resorte humano. Nosotros tenemos que saber utilizarlo adecuada y eficazmente. El pueblo tiene que ver que sus angustias y aspiraciones nosotros las hacemos nuestras; que a través nuestro sus sueños se harán realidad.
No hay religión ―incluida la cristiana― que no dé respuesta a esta vital necesidad del hombre, prometiendo un premio, una meta. El marxismo hace otro tanto con la diferencia de que el premio ―afirma― será obtenido en este mundo, es material. Cristianismo y comunismo, por no hablar más que de dos importantes fuerzas (budismo, islamismo, etc.), han arrastrado y arrastran masas de millones y millones de seres humanos. Es porque dan respuesta (al menos teórica) a esta insaciable aspiración humana. Anuncian la revancha de los humildes, de los oprimidos de una u otra forma. La revuelta contra la iniquidad y la injusticia es de todos los tiempos.
La aspiración del pueblo a la violencia contra el ocupante ―es decir, de repeler por medio de la fuerza a la fuerza de la agresión ilegítima e ilícita del avasallador imperialista― es tan natural como el odio y la aversión que le tiene a éste. En este mismo sentido, la necesidad de armamento corresponde a la voluntad de servirse de él. El yugo de las armas llama a las armas. Las octavillas (aunque siempre necesarias) no bastan contra los fusiles.
Hay que hacer que el pueblo sepa diferenciar claramente la guerra injusta (guerra de conquista), de la guerra justa (guerra de liberación). Esto supuesto, las dos mayores fuerzas (promesas, metas, tierras prometidas) del mundo, hoy en día capaces de arrastrar colectividades enteras son las que preconizan y luchan por: a) la liberación nacional y b) la liberación económico-social. Es precisamente lo que E.T.A. persigue para Euzkadi y para todos y cada uno de sus pobladores. Esto es lo que nosotros prometemos a Euzkadi.
En todo caso la G.R. tiene que ofrecer un ideal a la población en cuyo medio (agua) va a actuar el militante de E.T.A. (pez). Este será entonces como un cruzado de su causa.
Por otra parte, en cada región (se entiende que de Euzkadi), para cada mentalidad, para cada capa social debemos hallar una fórmula-clave, una idea, un leit-motiv, bien diferentes a veces los unos de los otros, pero capaces sin embargo de constituir móviles suficientes para impulsarles a tomar y aceptar los sacrificios y riesgos necesarios.
El potencial dinámico que representa el sentimiento nacional (o nacionalista) es enorme. En efecto, si bien es posible que este sentimiento apenas sea factor de cristalización política en los países que hace ya tiempo han alcanzado la fase nacional (de independencia nacional), sí lo constituye en cambio para aquéllos que no conciben su emancipación total (nacional y social) más que por la afirmación de su personalidad nacional, es decir, libertad e independencia nacionales, ya que para ellos emancipación social e independencia nacional van a la par, no siendo más que una y misma cosa.
Hemos de intentar hacer ver a nuestro pueblo que en el horizonte se dibuja ya una solución a sus ansias, ilusiones y esperanzas: un reino de abundancia espiritual y material, cuya meta es perfectamente accesible, e incluso que se halla relativamente próxima y al alcance de la mano. Es la promesa de un futuro mejor. Hay que convencerle de que el triunfo de la independencia vasca es algo inevitable por ley natural y que su advenimiento es inexorable.
Es necesario que el pueblo comprenda y sienta la necesidad de luchar. Verá que nuestra lucha es justa y posible.
Estas metas hay que presentarlas ante el pueblo de forma clara, neta, inequívoca. Hay que traducirlas en palabras claves, electrizantes, que arrastren. Nada de cambalaches de la politiquería tradicional. Nada de ambigüedades que nada dicen y confunden, que arropan posibles maniobras y que sobre todo no arrastran al pueblo.
Todos estamos hartos de «habilidad» y «eficacia» políticas, a parte de no ser más que falsa política, falsa habilidad y falsa eficacia. Política hay que hacerla; conforme. Pero vamos a hacer política buena, la verdadera, la que ve bastante más allá de un palmo de la nariz. Nos costará más al comienzo, nos será mucho más duro, nos exigirá una entrega y sacrificio colosales; conforme. Pero será política, arrastraremos a todo el Pueblo Vasco con nosotros.
Prueba de lo que venimos diciendo: los gudaris que murieron en Intxorta, Peña-Lemona, Artxanda, etc. y todos los que ofrecieron su vida pero que no murieron, lo hicieron por la libertad e independencia de Euzkadi, sin paliativos ni limitaciones. No lo hicieron, desde luego, por un Estatuto mejor o peor, conforme al artículo X del párrafo Z de una constitución extranjera y opresora como era la de España. No lo hicieron por una Federación o Confederación Ibérica o incluso Europea más o menos hermosa y lejana, cuyos tecnicismos jurídicos no llega a captar el hombre común de la calle. El pueblo no entiende de combinaciones, no le interesa, no se deja arrastrar por ellas. Sí entiende, en cambio, de Libertad, de Independencia, de Justicia Social y Económica.
Veamos, por ejemplo, en qué términos se expresaron los jefes del F.L.N. en su declaración del 20.8.56, en Soummam: «La doctrina es clara. El objetivo a alcanzar es la independencia nacional. El medio es la revolución por la destrucción colonialista». He aquí una declaración que E.T.A. podría hacer estrictamente suya y rubricarla hoy mismo.
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Para abatir un enemigo hace falta romper su equilibrio introduciendo en su propio campo un factor psicológico que le coloque en posición de inferioridad antes de que un ataque pueda ser lanzado contra él, con probabilidades de éxito definitivo.
El objetivo de esta estrategia tiende a colocar al adversario en una postura de desequilibrio, a la manera de los procedimientos de judo que permiten a un «tirillas» tumbar en el suelo a un atleta, a pesar de la enorme desproporción de fuerzas físicas.
La G.R. dispone de todo un arsenal psicológico: subversión ideológica, explotación de debilidades humanas (piques y envidias en el seno del opresor), oposiciones, divergencias, escándalos de cualquier género, colectivos y sobre todo personales (gobernador civil con una «querida», el general X estafador, etc.), infiltración de nuestras «quintas columnas», misiones especiales de diplomáticos y agentes camuflados, etc., etc.
Todo responde a un fin: paralizar y quebrantar la voluntad de resistencia del invasor y preservarnos nosotros mismos de su propaganda e influencia disolventes.
A título de ejemplo reseñamos lo que recomienda Sun Tse, cronista militar chino, 500 años antes de J.C.:
«Corromped en el enemigo todo lo que éste tenga de mejor, con ofertas, regalos, promesas. Alterad la confianza provocando y fomentando en sus mejores lugartenientes actos vergonzosos y viles; y dadles la máxima publicidad. Mantened relaciones secretas con todo lo que hay de menos recomendable entre el enemigo y multiplicad el número de estos agentes».
«Confundid al gobierno adverso; sembrad la cizaña entre los jefes, excitando envidias y desconfianzas. Provocad la indisciplina; proporcionad motivos de descontento haciendo que víveres y municiones no lleguen o lleguen con retraso a la tropa; que por la música sensual penetre la molicie en sus corazones; enviadles mujeres fáciles que les corrompan. Arreglaos a fin de que los soldados jamás estén donde deben estar».
«Dadles falsas alarmas y falsos consejos. Ganaros los administradores y gobernantes enemigos. He aquí lo que hay que hacer para crear dificultades con habilidad y engaño».
La confusión de los espíritus y la turbación de las conciencias debilitan la resistencia del opresor.
Por otra parte, por muchos medios materiales (clásicos) que disponga éste, se encontrará siempre en estado de inferioridad, debido a que sus estructuras, su organización, su infra-estructura no han sido concebidas para las emboscadas, y la subversión.
En la G.R. las personas físicas deben ser estrechamente controladas. Pero la Resistencia Vasca debe controlar así mismo los corazones y los espíritus. Es el objetivo de las técnicas psicológicas: propaganda murmurada, conferencias, charlas, información dirigida, falsos rumores, octavillas, emisiones piratas, radios nuestras, etc. Es de muy buen resultado dar la «vuelta» a slogans, frases, y terminología utilizados por el adversario.
Siendo indispensable el apoyo de la población (su «conquista» en alma y cuerpo) para que la G.R. pueda prosperar, nuestras mejores armas son el comando y sus actos de resistencia (o «terrorismo»).
Esto apunta directamente al vasco medio que no cumple con sus deberes de ciudadano. En la calle, en su trabajo, en casa, está siempre amenazado si no colabora con la Resistencia o, peor aún, si es traidor. En presencia de este peligro invisible y permanente que le rodea, se apodera de él una angustia deprimente y la sensación de ser una víctima aislada y sin defensa.
Su silencio primero y la complicidad y colaboración activa después, serán cosa hecha ante la falta de protección contra nuestros gudaris-militantes.
El «terrorista» no debe ser considerado como un criminal ordinario (siempre lo será por el tirano franco-español). Se bate, en efecto, en el cuadro, principios y disciplina de una organización; sin interés personal, por una causa que él estima y que es altamente noble, y por un ideal respetable, como lo haría cualquier soldado en uniforme en el frente de batalla defendiendo a su país.
Mata sin odio a las órdenes de sus jefes y responsables, a individuos que muchas veces le son desconocidos, y esto con la misma serenidad que un gudari en Elgeta en 1936.
El terrorista se convierte así en la quintaesencia del combatiente, con muchas mayores virtudes y riesgos que el piloto de caza o el soldado de infantería o de artillería.
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La gente habla demasiado y, directa o indirectamente, pierde a nuestros militantes (así ha sido hasta ahora). La razón es sencilla: no nos tenía ningún respeto. O, si se quiere, tenía más miedo al opresor que a nosotros. Unos cuantos escarmientos adecuados bastan para cortar por lo sano esta fea manía.
Por el contrario, al informador, al espía, al pueblo en general, lo único que necesita para informarnos y ayudarnos de mil formas distintas es garantizarle su seguridad personal frente al opresor. Si somos capaces de enseñarle unas mínimas medidas de precaución y de seguridad (cómo usar el teléfono, buzón, apartado de correos, consigna, escribir por carta, etc.) que le hagan sentirse a él seguro, nos informará adecuada y eficazmente y sin temor al déspota extranjero.
No puede haber terror sin una preparación escénica de tragedia, sin romanticismo de la muerte.
El poder se toma por fascinación. La justicia puede entusiasmar, la libertad puede producir héroes, pero ni la una ni la otra fascinan. Solo la invocación y el hecho eminente de una gran tragedia colectiva es capaz de suscitar una fascinación. La humanidad es así, querámoslo o no (Recuérdese Gernika y en general nuestra epopeya del 36; o el pueblo británico con Churchill al frente, con Coventry reventado y medio Londres en ruinas).
Objetivos esenciales de la G.R. en Euskadi. Su iniciación por medio de los comandos de asfalto
Todo medio debe adaptarse al fin. Lo propio ocurre con la G.R. Esta tiene unos principios y unas metas que se formulan teóricamente, de forma abstracta y que por ello son de validez universal. Ahora bien, la G.R. descendida de lo abstracto a lo concreto adquiere una forma determinada según sean las condiciones geográficas, políticas, humanas, etc., del país en que se aplique.
Nuestra patria tiene una extensión concreta, una geografía física y humana determinadas, unos hombres, una mentalidad, un desarrollo económico y sociológico distintos a los de cualquier otro grupo humano. Se trata ahora, pues, de aplicar los principios y sistemas de la G.R. a la situación real y concreta de nuestro país.
Habida cuenta de estas características, la G.R. ha de empezar en Euzkadi por los centros urbanos. Se comenzará por aplicar, pues, la guerrilla llamada de «asfalto», por contraposición a la clásica de monte. Se le llama también terrorismo urbano. Solo por extensión y, desde luego en una fase más avanzada, se formarán por evolución natural las primeras guerrillas de monte.
En este punto no hay que dejarse engañar por el curso que siguió la G.R. en países como Indochina, China, Túnez, Cuba, Argelia y otros. En todos los casos citados la G.R. tomó la forma de guerra de guerrillas esencialmente, es decir, en el campo, monte y zonas despobladas. Pero aplicar lo mismo a Euzkadi sería un gran error ya que la inmensa mayoría de la población de nuestra patria es de clase industrial, no agrícola o rural, y por tanto concentrada en grandes complejos urbanos.
Solo el Gran Bilbao, por ejemplo, cuenta con 600.000 almas, siendo el total de Bizkaia unas 800.000. Al decir esto, no hacemos sino plegarnos a las condiciones requeridas por las leyes de la G.R. Ho Chi Minh en lndochina y Burguiba en Túnez, se valieron fundamentalmente del baserritarra porque éste constituía sencillamente el 90% de la población total.
Nosotros nos apoyamos fundamentalmente en la clase obrera vasca porque constituye ella sola el 80% de la población de toda Euzkadi.
El caso moderno más parecido al nuestro fue sin duda Israel, donde el comando urbano privó sobre la guerrilla de monte. Y esto por las mismas razones antedichas.
Se debe evitar la gran tentación de transformar prematuramente los diversos grupos guerrilleros en unidades al estilo del ejército popular, que es por ejemplo lo que ocurrió a Markos en Grecia, ocasionando su derrota.
Vamos ahora a examinar cuáles son los objetivos esenciales de la G.R. en Euzkadi en su forma inicial urbana, por medio de los comandos de asfalto, para luego ir formando progresivamente la guerrilla de monte. En las fases más avanzadas de nuestra guerra de liberación, una y otra modalidad se complementarán.
Existe una legalidad de hecho: la del opresor. A esta legalidad nosotros hemos de oponer la nacional, la nuestra, la cual llegará a ser igualmente, en el momento oportuno, nuestra legalidad de hecho.
La G.R. en su forma urbana apunta a cuatro objetivos principales:
1. Conquistar la población, la cual, tras haber permanecido pasiva y a la expectativa, debe alzarse cada vez más abiertamente contra el opresor y ayudar a los patriotas de la Resistencia Vasca.
2. Destruir la organización, el aparato del opresor colonialista, que dirige y controla a toda la población. Este aparato, que comúnmente se llama Administración (Gobierno Civil. Policía de toda clase, Hacienda, Enseñanza, Ejército, Prensa dirigida, Obispo o Gobernador eclesiástico, Ayuntamientos, Servicios de Funciones Públicas) descansa y funciona sobre jerarquías políticas, sociales, religiosas, etc. Es decir, la tiranía no es algo abstracto, sino que, por el contrario, se materializa o se encarna en multitud de entidades y personas físicas a través de las cuales se concretiza y se realiza la opresión. Un maestro de escuela que enseña a nuestros niños y jóvenes en lengua extranjera prohibiendo y castigando el uso de la nacional, está actualizando la opresión en este campo concreto. Y del mismo modo un policía, un inspector de hacienda, un guardia municipal, un capitán, un periodista, etc., son, aunque en grado distinto, partículas de opresión, instrumentos de opresión, a través de los cuales se derrama ésta y alcanza hasta lo más recóndito y hondo del alma nacional.
Los hombres que ocupan los puestos de mando han sido nombrados sobre todo en función de la confianza que inspiran al imperialista extranjero. Por naturaleza han de ser, pues, nuestros enemigos.
Simultáneamente a destruir todo este aparato o instrumento de opresión que se llama la Administración, la organización revolucionaria ha de establecer las llamadas «jerarquías paralelas» (clandestinamente, claro está), es decir, una administración (la nuestra) llamada a ocupar el sitio de la otra una vez destruida.
Pulverizar la administración enemiga es, a nuestro juicio, el principal objetivo de la G.R.; por eso insistimos tanto en esto. Se trata en otras palabras de crear una barrera, un foso de día en día más profundo e infranqueable, entre el opresor y el oprimido. Hay que hacer mil añicos de su «orden» por medio del cual gobierna y controla a nuestro pueblo. Hay que abatir su «legalidad» transformándolo en un caos controlable. Tenemos que crear un estado de desorden e inseguridad. Uno y otro paralizan la vida del país.
Hay que romper de una vez con el concepto y respeto (casi «tabú») de la «legalidad», del «orden» y de la «autoridad establecida» (aun hondamente incrustados en la mentalidad de nuestro pueblo). Es incompatible con el régimen de ocupación y expoliación que sufre Euzkadi.
Nuestro pueblo respetará y acatará una legalidad, un orden y una autoridad cuando éstos sean legítimos, nacionales y no extranjeros; en una palabra, cuando el pueblo mismo los escoja y nombre.
Y una vez producido este foso insondable entre opresor y oprimido, ocupar nosotros la plaza de aquél.
Le demostraremos al pueblo que la autoridad real somos nosotros, la Resistencia, y no el opresor; y que E.T.A. es una organización seria y bien hecha. El pueblo ya no obedecerá más al invasor sino a nosotros, que, en ese momento, por medio de las «jerarquías paralelas», tenemos ya nuestra legalidad «de facto». El pueblo ya no pagará más impuestos y contribuciones a la administración destrozada y colonialista, sino a nosotros. (Y son más de 10.000 millones de pesetas los que hoy saquea anualmente el infame imperialista hispánico, sin contar lo que nos expolia París).
La suerte de la G.R. ―dice otro autor― se decide ante todo en los frentes de la guerra económica (para nosotros y para el tirano extranjero) y de la guerra psicológica.
Una de las condiciones para el éxito de la G.R. (o que le favorecen extraordinariamente) es la descomposición del estado (o estados) colonialistas e imperialistas que le avasallan. Creemos debidamente la situación pre-revolucionaria; luego un leve empujón basta para derrumbar al coloso paralítico.
3. Hacer fracasar los medios del enemigo, obteniendo, en primer lugar, que sus fuerzas «del orden» no lleguen a detener a los autores de los atentados; y en segundo lugar que se sientan impotentes ante un enemigo escurridizo e incogible.
Cuanto más brutal, repentino y rápido sea el golpe (emboscada, asalto, ataque, etc.), tantas más probabilidades tiene de alcanzar pleno éxito.
Hay que organizar breadas o pintadas y colocación de afiches o bandos murales de E.T.A. en concentraciones urbanas, a pleno día y revólver en mano (el equipo de protección). Nuestro objetivo consiste en producir un impacto psicológico en el pueblo y en las mismas fuerzas de ocupación y represión, pero también ―y no es esto menos importante― aguerrir los etarras recién incorporados. Adquieren confianza en sí mismos y sentido de la audacia.
El etarra practicando la G.R. debe ser ―insistimos― inasequible, incogible y resbaladizo como una anguila en el agua; moverse como lo hace una mariposa en el espacio (desplazamientos bruscos e inopinados a izquierda y derecha, al norte o al sur) y rápido como un tigre hambriento.
En un raid urbano (o de cualquiera otra clase) es muy importante estudiar previamente el terreno y, sobre todo, los medios y modo de retirarse. Para este fin son los grupos llamados de cobertura, hábil y disimuladamente escalonados en los itinerarios fijados de antemano para el repliegue del equipo de ataque o de asalto (y de sus eventuales perseguidores). Así el equipo completo (de ataque y cobertura) se van replegando progresivamente, al estilo de como lo hace un catalejo de larga vista cuando lo cerramos.
La desorganización de su administración, los fracasos de sus fuerzas de represión facilitan además la toma de conciencia de respeto y miedo al tirano. No sintiéndose ya defendido por el «orden», parte del pueblo, y sintiéndose esclavizado por este mismo «orden» la otra parte, las masas se hallan maduras para pasarse mayoritariamente a nuestro bando, el cual comienza ya a ofrecerles cierta protección.
El terrorismo tiende, pues, a hacerse con la voluntad y el espíritu de la población. Alcanza su máximo efecto cuando, desarmada ésta, «re-encuadrada» por la nueva administración legal (la nuestra), acaba por bascular completamente de nuestro lado.
4. Finalmente tomar el poder. Como nota diremos que existe una técnica del golpe de estado. Nos limitaremos a señalar aquí que la insurrección, en este caso concreto, debe ser considerada como un arte.
Para apoderarse de los puntos neurálgicos de una capital, es necesario tener un conjunto activo de revolucionarios aguerridos y experimentados, reducidísimo en número, pero que saben conducir las masas, el pueblo. Grupo frío, violento y resuelto a todo. La masa estorbaría en estos minutos críticos.
En tales circunstancias no interesa ocupar los centros de organización burocrática y política (Gobierno Civil o Prefectura, Falange o locales de Partidos políticos, guarniciones militares, etc.), sino la organización técnica (Central telefónica, de Correos, eléctrica, F.F.C.C., acueductos, gas, agua, etc.).
Para ello no es esencial nuestra victoria militar. Pero de cualquier forma nuestro triunfo ideológico debe ser decisivo y fulminante. Que no venzamos militarmente no significa, por otra parte, que el enemigo nos venza militarmente a nosotros. Es lo que ocurrió en Argelia: Las principales ciudades transformadas en bastiones militares, permanecieron en manos de los franceses (600.000 hombres de tropa), pero en todo el resto del país, o sea pueblos pequeños, aldeas, en la tierra llana, el monte, etc. dominaba el F.L.N. Y de noche en todas partes, incluidas las ciudades bastiones.
Se llega, pues, a un estancamiento en que la situación económica, política, internacional, etc., es completamente insostenible para el opresor y no tiene más remedio que soltar la presa y largarse.
Uno de los requisitos esenciales para que la G.R. pueda «cuajar» reside en que los primeros golpes tengan éxito, que sus autores no sean capturados. Perder nada más empezar es un lujo que no nos podemos permitir. Nuestras primeras acciones ―aunque modestas y limitadas― han de ser cada una de ellas victorias completas.
Si logramos cometer algunos atentados espectaculares, el pueblo quedará como boquiabierto y su reacción general será positiva, tanto más si le hemos ido preparando con nuestra propaganda.
Las causas pueden ser varias: Simpatía ideológica, descontento con respecto al ocupante extranjero, miedo, prestigio del golpe «logrado».
La acción en bola de nieve se desencadena.
Si, por el contrario, fracasamos inicialmente, los efectos de nuestra propaganda se atenúan rápidamente, el descontento ya no sirve de pretexto al pueblo para la complicidad con el resistente, nadie osa meterse con las «autoridades» que castigan terriblemente a los «criminales»; la policía se beneficia del prestigio del golpe «logrado» por ella deteniendo a los autores; la noción de «orden» se encuentra reforzada, etc.
Consecuentemente, la vitalidad e incremento de las acciones de resistencia van en función de sus éxitos iniciales.
Ninguna acción puede ser eficaz sin unidad de dirección y mando. La anarquía no se da «abajo» más que cuando existe «arriba».
Es necesario que el movimiento que emprenda la G.R. en Euzkadi sea fuerte y su política justa. Es decir: toda clase de consideraciones para el amigo y ninguna piedad para el enemigo.
El movimiento capaz de mantener la disciplina en las guerrillas y comandos y en toda la nación, es el que se lleva al pueblo de calle, el que sabe imponer una técnica de acción.
«El mejor medio de conseguirlo ―decían los dirigentes argelinos― es mantener el F.L.N. como guía único de la revolución argelina. Esta condición no debe ser interpretada como un sentimiento de vanidad egoísta o un espíritu de suficiencia tan peligroso como despreciable. Es la expresión de un principio revolucionario».
En efecto, no hay eficacia posible sin unidad de mando.
Jamás hemos de hacer coincidir nuestros límites administrativos con los impuestos por el opresor. Esta ley E.T.A. la ha llevado ya a la práctica con la creación del Errialde 2, así como los ensanchamientos o amputaciones en los 1, 3 y 4.
Esta medida obliga a ponerse de acuerdo a «autoridades» de distintas «provincias». Nosotros englobamos de forma natural a Elorrio con Bergara, o a Eibar con Ondarroa. La diferencia estriba en que, mientras para nosotros todo es uno, Elorrio depende del esbirro de Bilbao y Bergara del de Donosti, lo cual les obliga a coordinar esfuerzos y acciones. Y ya sabemos las diferencias y resquemores que suele haber entre distintas «autoridades» y cuerpos.
Esto se hizo en Indochina y Argelia con muy buenos resultados.
Jerarquías paralelas
Así como los hirurkos de asfalto (o urbanos) y los guerrilleros de montaña son el brazo armado de la liberación nacional, la columna vertebral en que descansa la organización entera, subversiva, han de ser las jerarquías paralelas.
Son de tal importancia que poco importará, una vez puestas en marcha, el que llegare la represión a desarticular los grupos combatientes armados. Existiendo la simiente madura de nuestra propia administración clandestina, los hirurkos se crearán siempre con facilidad.
Para organizar las jerarquías paralelas cuenta el País Vasco con una gran ventaja frente a los países subdesarrollados. Consiste en que el País Vasco no carece de cuadros administrativos, lo cual siempre suponía un enorme handicap en aquéllos. En efecto, al obtener la independencia se hallan luego frecuentemente ante la necesidad de tener que conservar en parte a sus antiguos opresores, contra quienes, en muchos casos, por necesidades de combate, hasta pudieron haber atizado las pasiones. Los antiguos opresores, entonces, siguen «de facto» teniendo el gobierno en el país en que fueron vencidos. En el caso vasco nada de esto sucede. Es más, con la salida de los cuadros administrativos extranjeros Euzkadi ganaría, pudiendo establecer una administración más honrada que la actual. Por otra parte, la gran cantidad de cuadros vascos que el Estado opresor sacó de Euzkadi podría entonces retornar a la patria y encontrar en ella empleo adecuado.
En los países subdesarrollados ha solido empezar la insurrección justamente con la creación de jerarquías paralelas, lo cual era una tarea ardua. En Euzkadi existen tales cuadros. Por esto la guerra insurreccional en Euzkadi tendrá que empezar creando el ambiente de inseguridad, a fin de que ante tal situación la gente que ha de formar las jerarquías paralelas se decida a colaborar abiertamente con la causa nacional vasca.
Una vez que empiecen las primeras acciones, tendrán que formarse estas jerarquías. Ante los ojos de los patriotas que van a formar la columna vertebral de la organización de Liberación Nacional, deberán emerger siempre los fines que se persiguen con la lucha de liberación y el sentido que tiene su colaboración.
Los fines y los medios de las jerarquías paralelas son inequívocos y el vasco que las integre debe saber que a través de ellas obtendrá indefectiblemente la victoria de la causa vasca.
El fin de estas jerarquías paralelas será el de sustituir a las actuales detentadoras de la «autoridad» de ocupación en Euzkadi. El medio para impedir el ejercicio de esta autoridad por sus ilegales detentadores, es decir los estados Francés y Español, consistirá en que la población no les obedezca. La principal actividad de estos cuadros es la de atraer hacia sí la población civil, encuadrándola y politizando la guerra. Es imposible alcanzar la victoria sin una total movilización política del pueblo vasco, amplia y profunda, que conduzca a una política de frente unido. Nuestro objetivo será: servir al pueblo ardientemente y de todo corazón y jamás separarnos de él.
Si la guerra de liberación no llegase a politizarse, la victoria se alejaría de los patriotas levantados en armas. El arma contra la que nada pueden policías y metralletas, es la fe en la justa causa, la fe en la victoria.
La actuación guerrillera y, en especial, la creación de las jerarquías paralelas, empezará en aquella parte de nuestro pueblo donde la población está ya de espíritu unida a la causa de la libertad. Desde aquí se extenderá geográficamente y en intensidad.
Conforme a lo dicho sobre las «jerarquías paralelas», iremos creando en cada pueblo de Euzkadi un ayuntamiento clandestino, con su alcalde y concejales; iremos fortaleciendo nuestra Hacienda, con recaudadores e inspectores de Hacienda clandestinos; tendremos nuestro propio servicio de información y policía; hospitales de sangre y de urgencia donde puedan ser debidamente atendidos nuestros militantes heridos o enfermos; tribunales clandestinos; etc.… La lista se haría interminable.
Todo este tinglado administrativo clandestino, creado por la Resistencia, irá progresivamente ocupando la plaza de la «otra», la opresora, a medida que la vayamos liquidando. Así, el día de la independencia tendremos prácticamente en pie y funcionando todos los servicios. No habrá nada que improvisar precipitadamente.
Esto no significa que no tendremos enormes problemas que resolver, pero no precisamente en este campo.
La trascendencia de las Jerarquías Paralelas es, pues, gigantesca. Será nuestra Jerarquía la que representará nuestro orden, nuestra legalidad. Es a ella a la que todo el pueblo de Euzkadi reconocerá y acatará, y no la «autoridad» del ocupante imperialista.
La guerrilla de monte y zonas despobladas. Principios de estrategia y táctica
En período avanzado de la G.R. en Euzkadi, se pueden distinguir tres etapas que son:
1. Defensa estratégica. (A no confundir con la táctica). ― En esta etapa las fuerzas de guerrilla o comandos sacrifican el espacio y preparan el apoyo popular. La propaganda de toda clase, la información y la agitación forman una primera infraestructura clandestina. Es el tiempo de preparación y «caldeamiento» del ambiente del pueblo.
2. Equilibrio. ― Nuestras fuerzas instalan una red de pequeñas bases secretas, extendiendo sus mallas hasta el último rincón del país. Los hirurkos y grupos de hirurkos crecen y se multiplican. Se intensifica la guerrilla (de asfalto y de monte). Se empieza ya a controlar y dominar «de facto» parte del territorio. El opresor comienza a replegarse y fortificarse en grandes ciudades y puntos fuertes.
3. Ofensiva estratégica. ― Nuestra acción psicológica redobla su esfuerzo. Unidades enteras de combate operan y a pleno día, comenzando a ser algo más «regulares». Grandes zonas del territorio nacional ―quizá la mayor parte― se hallan ya liberadas y en nuestro poder. El opresor, acuartelado, la moral deshecha, completamente a la defensiva, está a punto de desmoronarse. Llegado el momento propicio, el golpe de gracia da término a nuestra guerra de liberación.
∗ ∗ ∗
En toda acción de guerra, los beligerantes se esfuerzan por todos los medios en conquistar la iniciativa, ya que ésta significa libertad de acción. La manifestación concreta de la iniciativa es la capacidad de adaptabilidad y flexibilidad en la utilización de las fuerzas. Aún en la defensa estratégica su tendencia es siempre de ofensiva (táctica u operacional).
∗ ∗ ∗
En la G.R. se debe tender a:
a) Golpear primero los puestos dispersos, aislados y débiles del enemigo. Más tarde, a las fuerzas más fuertes y concentradas.
b) Apoderarse primero de objetivos pequeños. Luego de los grandes.
c) Lo más importante es la destrucción de las fuerzas enemigas. No la guarda y captura de pueblos y ciudades.
Esto último se dará por sí solo cuando liquidemos por completo a aquéllas. Lo segundo debe ser consecuencia de lo primero.
d) No librar ningún combate ni escaramuza, por pequeña que sea, sin perspectivas muy seguras de éxito.
e) Una vez decidido, poner toda el alma en el combate. No temer la fatiga ni el mayor sacrificio, ni la acción ininterrumpida y sin reposo. Tratar de sorprender y destruir al enemigo en flagrante movimiento de maniobra, de reposo o de marcha.
f) Reforzarse apoderándose de las armas del enemigo y de la mayor parte de su personal (si es vasco). La fuente de nuestro abastecimiento es precisamente el opresor y se encuentra en el frente.
La mejor escuela es el combate mismo. Combatir es aprender y la instrucción es el arma más segura. Cada hirurko es una escuela de combate, formando cuadros para nuevos hirurkos (por gemación) y más tarde para unidades más importantes y complejas.
Hay que determinar correctamente la estrategia a seguir; luchar contra el aventurismo en la ofensiva, contra la tendencia a conservar el terreno cueste lo que cueste en período defensivo; contra la tendencia a huir en el período de desplazamiento de bases o de repliegue.
Hay que pronunciarse por el punto estratégico único y no por dos o más. Luchar contra la centralización absoluta de mando, así como contra la tentación de burocracia y excesivo «papeleo», contra el espíritu militar o militarista con tendencia al ejército regular, así como contra el polo opuesto: bandas anárquicas con espíritu superindividualista y con tendencia al botín y al bandidaje.
Hay que aceptar una fuerte disciplina, una disciplina de hierro, libre y democráticamente consentida. Se acabó eso de «amigos de cuadrilla», de tertulia, es decir, espíritu de «cachondeo», de amateurismo. Luchar contra una política falsa o sectaria, colocándose en el justo medio; y contra el autoaislamiento, sabiendo aceptar todos los aliados interesantes y eficaces. Hay que evitar, asimismo, todos los celos y «piques» internos, arrancándolos de cuajo en cuanto aparezcan. Esto es de una gravísima responsabilidad para el responsable o comandante de unidad, célula o hirurko. Nada de los de «abajo» contra los de «arriba» (y viceversa), o de los de Euzkadi Norte y extranjero contra los de Euzkadi Sur (viceversa), y de los más veteranos contra los nuevos. O los de un Errialde contra los de otro, o izquierdas contra derechas, o bizkaitarras contra naparras. Cada cual en su sitio sirve eficazmente a Euzkadi y su revolución.
La G.R., en un país determinado, nace y se desarrolla; va de menos a más, de pequeño a grande, de la ausencia de comandos y guerrillas a la creación de las mismas, de la ausencia de poder a la creación de éste, de la carencia absoluta de bases a la creación de las mismas. Hay que avanzar, mejorar y prosperar en todo momento. Estancarse significa retroceder y perecer. Lo que no evoluciona muere.
Hemos dicho que el espíritu de la G.R. en su conjunto es ofensivo. Pero también se da la retirada y la defensiva tácticas u operacionales, siempre con vistas a un nuevo ataque. O sea, la defensiva con vistas a la ofensiva, la retirada que prepara una nueva progresión, el movimiento de flanco que precede al ataque frontal, etc... La verdadera defensa ha de ser activa.
Uno de los problemas más graves, por decisivo, es el de la preservación de nuestras fuerzas y saber esperar el momento favorable para aplastar al enemigo.
De cualquier forma, sea ofensiva, defensiva, o retirada, el factor más importante es siempre la preparación minuciosa y previa a cada una de estas acciones, la fase de los preparativos.
Es bueno atraer al enemigo lejos de su base de apoyo (cuartel o campamento).
Una fuerza muy superior a la nuestra avanza... nosotros retrocedemos y le dejamos adentrarse profundamente en nuestro terreno; cuanto más profundo y más lejos de su base, mejor. Le hostigamos con elementos aislados, le causamos bajas, le fatigamos y desmoralizamos; jamás encuentra nada contra qué combatir y acaba agotándose física y moralmente.
Llega un momento en que la superioridad absoluta del enemigo no es más que una superioridad relativa. Por el contrario, nuestra debilidad absoluta inicial se transforma en debilidad relativa. Se empieza a establecer un equilibrio de fuerzas. Hasta que llega el momento propicio. En esto del terreno hay que ser como el chicle. Cediéndolo lo conservamos. Saber retroceder un paso para luego avanzar dos. Nuestra táctica la podemos resumir así:
El enemigo avanza: nos batimos en retirada.
El enemigo se atrinchera: le hostigamos.
El enemigo se agota: le atacamos.
El enemigo se bate en retirada: le perseguimos y liquidamos.
El plan de la primera acción (emboscada, ataque o combate) debe ser el prólogo orgánico de un plan de acción conjunto. En otras palabras: para cuando se realice la primera acción deben estar ya preparados y fijados los planes de por lo menos la segunda y tercera. Hay que preverlo todo. El método según el cual un dirigente no prevé, calcula y prepara más que la acción inmediata, es tan catastrófico en política como en la guerra. A esto se le llama aventurismo. Por lo tanto, a la fase de repliegue hay que prever de antemano la de la contra ofensiva; en el curso de ésta prever la ofensiva; durante esta última la del repliegue.
Es posible que el enemigo nos obligue en un momento determinado a la pasividad. En tal caso es cuestión de vida o muerte recuperar rápidamente la iniciativa. Lo demás estamos perdidos.
Para ello lo más importante es guardar y concentrar (nunca dispersar a lo loco) el máximo de nuestras fuerzas, actuar y obtener capacidad de maniobra. Suele ser bastante fácil y frecuente perder la iniciativa en la fase defensiva. Por eso, incluso la defensa, ha de ser siempre activa, no pasiva ni derrotista. La defensa pasiva es la muerte de la Resistencia armada.
Debemos transformar la superioridad estratégica del adversario en superioridad nuestra sobre él en el plano operacional y táctico. Hacer que el opresor (más fuerte que nosotros en el plano estratégico) sea más débil que nosotros en el terreno táctico, de detalle. Si la situación estratégica nos impone uno contra diez, nuestra acción táctica debe inspirarse de la regla de diez contra uno. Es decir, ser más fuertes que el enemigo en el lugar y en el momento que le golpeamos.
Tal debe ser nuestro principio táctico.
El principio clásico de atacar «sobre todos los frentes» se revela perfectamente falso en el sistema de la G.R. iría contra nuestro principio de concentración de fuerzas, sobre todo en nuestra fase inicial en que somos sumamente débiles.
Conforme al principio de la superioridad numérica y, por ende, de la victoria del más numeroso sobre el de menor número, podemos resumir todo lo dicho de la siguiente manera:
En el plano estratégico (de conjunto). ― Con efectivos inferiores vencemos a efectivos superiores. (Ejemplo: toda la Resistencia Vasca contra el opresor).
En el plano táctico (de detalle). ― Con efectivos superiores vencemos efectivos inferiores (Ejemplo: un hirurko liquida a un solo esbirro de la Brigada Político-Social).
Otra norma: «Si podemos ganar, nos batimos; de lo contrario nos vamos». Pero si una acción ofensiva ha sido decidida, debe ser ejecutada con el máximo de ardor y espíritu de decisión. Justo equilibrio entre prudencia y temeridad.
La preparación de una acción toma siempre más tiempo que la ejecución de la misma. Mucha reflexión y minuciosidad en lo primero. Coraje, rapidez y mucha audacia en lo segundo.
Todas nuestras acciones estratégicas y tácticas se fundan en nuestro deseo de pelear. Pero no es aconsejable batirse en una escaramuza o acción concreta:
a) Si el ocupante imperialista dispone de fuerzas superiores.
b) Si el ocupante imperialista es débil, pero se halla demasiado cerca de otras unidades enemigas que pueden acudir prontamente en su auxilio.
c) Si no se encuentra aislado u ocupa fuertes posiciones.
d) Si en pleno zafarrancho vemos que no podemos vencer.
En este último caso hay que romper el contacto, «desligar» y retirarse inmediatamente. Una retirada a tiempo vale una victoria y desde luego una no-derrota. Saber retirarse es una de las características del comando o guerrilla. Por eso antes de desencadenar una operación, hay que estudiar bien el terreno y sobre todo la forma y los medios de retirada. El comandante del hirurko (o grupo de hirurkos) debe proceder en persona al reconocimiento de los itinerarios de retirada y repliegue.
La guerrilla de monte o campo abierto (por distinguirla de la urbana o de asfalto) se caracteriza por su extrema movilidad. Por eso se le llama guerra de movimiento, con continuas fluctuaciones, de distensión y contracción (como la ameba) de extraordinaria flexibilidad. Cuanto más móvil es una unidad, tanto más iniciativa y posibilidades de acción tiene. En la G.R. siempre hay primacía del movimiento sobre el fuego.
La unidad guerrillera o de comando sigue la ley del mercurio. Cuando la garra del opresor se cierra para aplastarla, se divide y desparrama en numerosas partículas, deslizándose por todos los rincones y hendiduras, para luego volverse a formar en otro punto.
La guerra prolongada sobre el plano «estratégico» y la impetuosidad y rapidez en las operaciones «tácticas» son dos aspectos de una sola y misma cosa. Hay que luchar contra una prisa inútil y mucho más si no hay la preparación mínima y se va a lo loco.
Es necesario que nuestras fuerzas no tengan miedo de las presiones del enemigo, guarden todo su coraje ante las enormes dificultades y sacrificios que han de sufrir y finalmente que no se desesperen de los fracasos (siempre tácticos, momentáneos) y den prueba de paciencia y firmeza indispensables.
Nuestros golpes han de tender a liquidar completamente el enemigo (no darles un susto y ponerlos en fuga). Lo demás nuestra lucha no tendría sentido. Más vale exterminar un regimiento que poner diez en fuga. Por otra parte, liquidándolo nos apropiamos de todo el botín de guerra, puesto que ―repetimos― nuestra principal fuente de material bélico es el enemigo; está en el frente de combate. Además, el efecto psicológico desmoralizador es tremendo en nuestro opresor.
Toda operación, por otra parte, deberá guardar relación con las (posibles) pérdidas y ganancias.
La acumulación de un gran número de pequeñas victorias (de detalle) nos dará una gran victoria (de conjunto, la definitiva).
Tenemos que apreciar correctamente la situación (la nuestra y la del enemigo). La iniciativa nace únicamente de un estudio profundo y reflexionado y de una apreciación correcta de la situación o realidad objetiva. En este sentido, no hemos de tomar nuestros deseos por realidades: iríamos derechos a la catástrofe.
Hay veces que hay que dispersar las fuerzas. En tal caso hay que saber cómo y cuándo. Y aun así dar a cada destacamento una misión clara indicando su radio de operaciones, su duración, punto de reencuentro o cita, medios de enlace, etc…
Cuando decidamos una acción ofensiva (tras concienzudo estudio y reflexión), hemos de hacerlo por propia iniciativa, no porque nos encontremos en la obligación de atacar. Si por casualidad faltase el comandante de una unidad (por ausencia, muerte, etc.…) es inadmisible quedarse con los brazos cruzados, errando pasivamente y a la aventura y sin atacar al opresor. Insistimos en que cada militante de guerrilla o de comando es individualmente una unidad completa de combate, a diferencia del clásico soldado-masa.
Conforme al principio de apoyarnos totalmente en el pueblo y fundirnos con él, hemos de aplicar, en cuanto se refiere a la contribución económica, la norma de «quien tiene dinero da dinero». Sin embargo, los baserritarras y familias humildes de concentraciones urbanas, pueden y deben colaborar cada uno a la medida de sus posibilidades: dar alojamiento y comida, avituallamiento diverso, etc... En esto tenemos que tener gran cuidado y suma delicadeza.
Una férrea disciplina (no vacilando en fusilar si es necesario) debe reinar en nuestras unidades, atajando de raíz toda conspiración arbitraria, abuso, violación de mujeres, etc... Si tenemos dinero pagaremos al contado. De lo contrario, unos bonos servirán de garantía al proveedor, al cual pagaremos en cuanto nos sea posible. Nuestro comportamiento ha de ser sobrio y ejemplar ante la población. Hemos de conocer sus gustos, intereses, inquietudes, sus méritos y flaquezas. Ser tolerantes y sin prejuicios, pero duros e inflexibles llegado el caso. Y siempre justos.
En cuanto a los bienes de los opresores y traidores, hay que confiscarlos automáticamente, «ex oficio». Nuestros tribunales clandestinos dictaminarán en cada caso.
Hay que luchar contra el espíritu conservador que puede apoderarse de una unidad guerrillera, después de hacerse fuerte en una determinada porción de territorio.
La disposición de nuestras fuerzas debe ser calculada de tal suerte que «fijemos» o inmovilicemos las fuerzas enemigas en varias direcciones con la cantidad más pequeña posible de las nuestras, para luego lanzar las nuestras principales en una sola dirección. Así, por partes, logramos derrotar al enemigo muchas veces más fuerte que nosotros...
El reposo y la instrucción de nuestros hombres es necesario. Es el momento de la re-organización, renovación de material, avituallamiento general, cubrir las bajas con nuevos voluntarios-militantes.
Hay que evitar presunciones, faroladas y fanfarronadas que tienden automáticamente a subestimar las fuerzas enemigas, creando un clima falso en las nuestras.
Cada una de las emboscadas ha de ser minuciosamente preparada. La información juega un papel esencial. Y sólo será posible si el pueblo ha sido preparado y está con nosotros.
El cursillo para nuestros combatientes podrá dividirse así:
1) Nociones de guerrilla (de asfalto y de monte).
2) Seguridad de nuestra unidad de combate estacionada o en marcha.
3) Acción contra el material enemigo.
4) Acción contra locales ocupados por el enemigo.
5) Ataque a destacamentos y convoyes enemigos.
6) Combate defensivo (táctico o de repliegue) de nuestra unidad.
7) Combate ofensivo contra una resistencia eficaz del enemigo.
8) Nociones de topografía, radio y grafía.
Las 120 horas de instrucción militar (aparte de la ideológica) que daba el Viet Min a cada uno de sus hombres, se dividían así:
70 horas: Técnica personal (ejercicios físicos, ataque, defensa, tiro, etc.).
50 horas: Maniobras de grupo (10 hombres).
Dentro de las 70 horas, 20 eran dedicadas al manejo de explosivos y 25 al camuflaje.
De las 50 horas de grupo, 25 se reservaban a las maniobras de una sección (30 hombres), que era la unidad elemental de combate en ataques a posiciones fortificadas.
El F.L.N., a su vez, dividía las misiones fundamentalmente en tres categorías de hombres: el 50% de los militantes voluntarios los destinaban al combate puro y simple; 25% para el manejo de radio y transmisiones y el restante 25% en agentes políticos, de información y espionaje. Todos, sin embargo, recibían una instrucción común de base (política, ideológica, moral de G.R., rudimentos de contra-espionaje, etc.).
Cuando nos sea posible (sitio y dinero), concentraremos nuestros voluntarios en un campo especial (secreto y de difícil acceso) para entrenamientos breves, duros, ideológicos y físicos.
Los mejores colaboradores en potencia del guerrillero vasco de monte y despoblado son el médico y el cura de cada localidad, porque están en contacto cotidiano con el pueblo. También valdría el maestro a condición de que sea vasco.
La experiencia ha demostrado que, en una zona propicia al establecimiento de guerrilla, no hay sitio para «dos» autoridades. Pertenecerá al primero que la ocupe o, simplemente, al que la desaloje y la ocupe.
Por lo menos un gudari de cada unidad o guerrilla debe ser del lugar que ésta opere: o tener grandes lazos de amistad o parentesco; conocer y ser conocido por las gentes del lugar; conocer todos los senderos, vaguadas, fuentes y manantiales, caseríos, etc...
∗ ∗ ∗
Algunas ideas para la guerrilla.― Las acciones de guerrilla (la cual, insistimos, no es más que una parte, una táctica, de la G.R.) suelen tener por misión los siguientes objetivos:
1) Hostigar la retaguardia del enemigo (interrupción de su avituallamiento, destrucción de sus centros y vías de comunicación, de sus depósitos y almacenes de material diverso, etc.).
2) Incitar al enemigo para que practiquen una política de ocupación más dura, en orden a aumentar la hostilidad de la población contra él (y por reacción, mayor simpatía y adhesión hacia nosotros).
3) Luchar tras ―o entre― las líneas enemigas, incrustarse en su aparato administrativo y militar.
4) Obtener información.
5) Inmovilizar fuerzas enemigas por operaciones de distracción (o diversión).
6) Dar pruebas tangibles del castigo (o represalia) reservado a toda persona que colabora con el enemigo o que estuviera tentada de hacerlo.
7) Desarrollar y extender una propaganda masiva pro-liberación nacional y social en toda la población, etc., etc...
Los elementos tácticos se funden así estrechamente con los elementos puramente psicológicos y políticos.
∗ ∗ ∗
La acción.
Se inicia la marcha hacia nuestro objetivo al crepúsculo. Se llega cerca del mismo en pequeños grupos y por caminos diferentes.
La mejor hora de ataque suele ser a media noche (24h. ó 1h.), cuando el enemigo duerme. La obscuridad es nuestra mayor amiga.
Después del ataque tenemos toda la noche para alejarnos rápidamente de la zona en que ha tenido lugar la acción.
A veces, se simula atacar un puesto secundario. Este pide ayuda al principal. Cuando esta ayuda es despachada, se ataca: a) bien el puesto principal indefenso; o bien: b) se tiende una emboscada a los refuerzos enemigos. En el primer caso se llama juego de «diversión» o «distracción».
Se puede atacar con grandes irrintzis que paralicen de miedo al enemigo. O bien en silencio absoluto, como gatos. Según convenga.
Atacar, recoger el botín de guerra, dispersarse y desaparecer para reunirse en el punto de cita previamente establecido.
Se ha de marchar silenciosamente, sin hablar, sin fumar y sin luces.
Se pueden montar celadas y emboscadas vistiéndose con el uniforme enemigo y, acercándose a éste, abrir fuego a quemarropa. No olvidar que el opresor puede hacer lo mismo para sorprendernos.
Para controlar un puerto de montaña aislado basta liquidar (si son enemigos) o expoliar a los pasajeros de los dos o tres primeros coches, para que ningún otro se aventure. Se interrumpe la circulación. En este punto somos los amos, por lo menos de noche.
Hay que acampar en lugares inaccesibles y de fácil defensa. Cerca de lugares en donde hay agua.
Durante la noche (en caso de dormir) el combatiente ha de hacerlo vestido y con el arma atada al brazo. Poner buen sistema de centinelas.
En marcha, siempre irán exploradores (patrullas de observación y cobertura) en vanguardia, retaguardia y cubriendo los flancos. No debe haber sorpresa para nosotros.
«Conoce perfectamente a tu enemigo y a tí mismo; los puntos flacos de uno y otro y serás invencible», proclama con mucha razón una máxima oriental.
Grupo de 7 hombres mandado por un jefe (total 8). El grupo se desdobla en dos semigrupos. Uno ataca el objetivo a las órdenes del lugarteniente. El otro, mandado por el jefe, le protege y cubre la retirada que es en general más importante y difícil que el ataque en sí mismo. Si el lugarteniente o segundo responsable posee ya suficiente experiencia y criterio, no hay objeción en que se inviertan los cometidos (o mejor aún que los alternen).
Hace falta crear en las regiones del enemigo y de sus amigos una situación intolerable, hostigarles sin reposo de tal suerte que sean inútiles todas sus empresas.
Los «informadores» no deben llamar la atención. La población les alimenta y les informa sobre el enemigo y sus movimientos e incluso de sus intenciones.
La misión de los guerrilleros es la de destruir y matar todo lo que es vital para el opresor. Cazadores, baserritarras, guardas forestales, leñadores, deportistas, militantes aguerridos, especialistas (radio, intérpretes, etc.) son la gente ideal para formar unidades de guerrilla abierta.
Campo de camuflaje, vestimenta de invierno y de montaña, skis, utensilios de cocina, material detector de minas, toda clase de herramientas, material telefónico, emisoras y receptores de radio, pistolas y fusiles automáticos, muchas granadas, lanzallamas, explosivos, etc. nos son de una enorme importancia.
Nuestro mayor proveedor de material es el mismo enemigo. Nuestro arsenal está en el frente. El enemigo nos hace de transportista.
Del sabotaje se pasa a la guerrilla.
Hay que tender a toda costa a la standarización del material. Por ej.: que un calibre valga simultáneamente para pistola, metralleta y fusil. Esto es importantísimo.
Indispensable: entrenamiento en largas y duras marchas.
La mayoría de las fuerzas enemigas son para proteger.
Sólo un mínimo porcentaje sirve para atacar. En Argelia, por ejemplo, de 600.000 hombres del opresor francés, solo 60.000 (el 10% del total) atacaban, se adentraban en territorio dominado por el F.L.N. e intentaban perseguir y destruir sus guerrillas. El resto servía de protección y guarnición. Es decir, su papel era pasivo, esencialmente defensivo. Esto es importantísimo.
Es preferible cantar (en caso de ser torturado) nombres de viejos abertzales fuera ya de circulación. Todo lo más se llevarán un susto, pues podrán probar fácilmente su inocencia. Si, por el contrario, se da al opresor nombres de militantes activos, les costará a éstos la cabeza.
La delación de un compañero de Resistencia sin apenas coacción ni tortura, será castigada con la pena de muerte, con efecto ejecutivo inmediato.
La Insurrección de Euzkadi está en marcha.
Ez dakit orrialde hau nongoa den.
Euzkadi 1964 |
Hechos |
Interpretación |
|
Factores favorables |
Factores desfavorables |
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I El medio |
|||
Aspectos: |
|||
a) Geográfico. |
Territ. pequeño. Buenas communica. |
Movilidad |
No hay bases de apoyo. |
b) Económico. Social. |
Altamente industrializado |
Super. numérica de obreros y empleados |
Aburguesamiento. Muchos viven demasiado bien. |
c) Intern. |
Apoyo Occ. a estad. Esp. Fr. |
Otros movim. Nacion. europeos o extraeuropeos. |
Ninguna ayuda exterior a esperar. |
II |
|||
a) Infraestructura. |
Mayoría obre. ind. y agrícola. |
Cuadros E.T.A. |
Somos muy poco numerosos. Dificul. de la clandestinidad. |
b) Medios militares |
Ninguno |
Industria de armas en el país. |
Superior. aplastante esp. y franc. en efectivos y materiales. |
III |
|||
Volunt. de lucha de amig. y enemi. Causa de la lucha. |
Liberación nacional y social. |
Da sentido a la lucha de la mayor parte del Pueblo Vasco. |
Vuelve hostiles a capitalistas y reaccionarios, que son minoría. |
Embestida de toro, defensa de jabalí, huida de lobo: tres cualidades del jefe guerrillero o de un comando. Prudencia y minuciosidad en la preparación de las acciones y audacia en su ejecución.
Las guerrillas vascas que operaban en Nabarra contra Napoleón y más tarde en todo el País Vasco en las guerras carlistas, tienen muchas enseñanzas para nosotros: cada hombre de Espoz y Mina y de Santacruz hacía juramento de matar por lo menos 40 enemigos al mes.
Bibliografía
o Vasconia F. Sarrailh de lhartza
o La Guerra de Guerrillas Che Guevara
o La Guerre Moderne Coronel Roger Trinquier
o Histoire du F.L.N. Jacques C. Duchenin
o Les F.T.P. Charles Tillon
o Combat M. Granet et H. Michel
o Les Pavés de l’Enfer Dominique Ponchardier
o La Guerre Révolutionnaire Mao-Tse-Toung
o La Guerre Révolutionnaire Claude Delmas
o Technique du coup d’Etat C. Malaparte
o La Propagande Politique J.M. Domenech
o La Guerre Psychologique Maurice Mégret
o Les Guerres insurrectionnelles et révolutionnaires Coronel G. Bonnet
o Histoire d'une armée secrète General B. Komorowski
o The Story of resistance in Western Europe Ronal Seth
o Histoire de l’Indochine
o L'Algérie hors la loi C. et F. Jeanson
o Diversos artículos.
Apéndices
I. Estructura completa de la ciudad de Argel, en lo que concierne solamente a la especialidad bombas.
II. Esquema de la estructuración militar del A.L.N. en ciudad
Jefe de grupos armados de distrito.
Adjunto al jefe de grupo.
Buzones.
3 jefes de grupos armados.
3 adjuntos al jefe de grupo.
9 células de 3 hombres.
Esquema de un distrito argelino para el A.L.N. (Ejército de Liberación Nacional). La ciudad de Argel estaba, por ejemplo, dividida en tres zonas (Este, Centro y Oeste). Cada zona se dividía en sectores que a su vez se dividían en distritos o barrios. El esquema presentado corresponde al distrito o barrio.
En cambio, el punto de vista político (no militar) el mismo distrito estaba organizado así (e independientemente de la estructura militar):
½ célula |
1 célula |
½ grupo |
1 grupo |
Sub-distrito |
Distrito |
½ célula |
1 célula + 1 jefe de célula |
2 célula + 1 jefe de ½ grupo |
1 grupo + 1 jefe de grupo |
2 grupos + 1 jefe de sub-distrito |
2 sub-distrito + 1 jefe de distrito |
3 hombres |
7 hombres |
15 hombres |
31 hombres |
63 hombres |
127 hombres |
III. Ejemplo de la organización territorial en zona urbana y alrededores y político administrativas del F.L.N. (Lo exclusivamente militar estaba aparte)
Jefe político administrativo (Ciudad)
A
– Terrorismo de Durango.
– Recogida de fondos en Durango.
– Propaganda en Durango.
– Servicio de información encargado particularmente de señalar movimientos de Guardia Civil, tropas, etc.
B
Alrededores de Durango. Jefe político-militar.
– Control firme de la población.
– Repartir el aprovisionamiento que le viene de Durango.
– Alberga y nutre a nuestros guerrilleros, bien sea los de pasada o a los permanentes.
– Informa.
C
Zona montañosa o de refugio.
Jefe político-militar
– Provee a la seguridad y aprovisionamiento.
– Guarda depósitos y escondrijos en su ausencia.
Jefe político administrativo (Ciudad) – Recogida de fondos en Durango. – Propaganda en Durango. – Servicio de información encargado particularmente de señalar movimientos de Guardia Civil, tropas, etc. |
|
Alrededores de Durango. Jefe político-militar. – Control firme de la población. – Repartir el aprovisionamiento que le viene de Durango. – Alberga y nutre a nuestros guerrilleros, bien sea los de pasada o a los permanentes. – Informa. |
|
Zona montañosa o de refugio. Jefe político-militar. – Provee a la seguridad y aprovisionamiento. – Guarda depósitos y escondrijos en su ausencia. |
Hay relación y comunicación directas entre A y B por un lado y B y C por otro. No la había (directa) entre A y C. Se establecía a través de B.
El cuadro siguiente nos muestra algunas de las características de los comandos de la G.R. y de los de un ejército clásico. Ello nos permite una fácil comparación.
e
Comandos de la G.R. |
Ejército clásico |
1) Efectivos reducidísimos, poco y mal armados (al menos al comienzo de las hostilidades). Abastecimiento en víveres y municiones muy difícil. 2) No pueden desplazarse generalmente más que a pie (muy arriesgado por carretera controlada). 3) Pocos medios de transmisión (por lo menos al principio). Dificultad, por consiguiente, de coordinar acciones de conjunto. |
1) Efectivos numerosos y bien armados. Abastecimiento fácil en víveres y municiones. 2) Puede desplazarse rápidamente sobre terreno favorable o equipado (aviación, coches, barcos, etc.) 3) Posee una red de transmisiones bien organizada que le permite grandes facilidades de mando unificado. |
PERO |
PERO |
1) El comando escoge su terreno, está adaptado a él. Puede desplazarse relativamente de forma rápida y desaparecer. 2) El comando tiene el apoyo de la población (espontáneamente o por terrorismo) con la que está estrechamente ligado. Esto asegura su abastecimiento diario y le ayuda a esconderse y hacerle desaparecer. 3) La población les informa gracias a los agentes que infiltra en el aparato represivo. Se entera incluso de las intenciones del enemigo. |
1) Tiene grandes dificultades para moverse en zona controlada por nosotros (especialmente de noche) y su conocimiento del terreno es deficiente. 2) Aun cuando la población no le sea hostil, no le presta ningún sostén. El ejército clásico es fácilmente localizable (por sus uniformes, movimientos de vehículos). 3) Le es prácticamente imposible conocer e informarse sobre los movimientos e intenciones de los comandos. |