FRENTE ÚNICO PROLETARIO

 

 Negar la importancia del movimiento obrero que, hoy en día, controla en Euskadi el Partido Nacionalista, sería además de puerilidad, torpeza imperdonable en los partidos que aspiran a la urgente constitución del frente único proletario. De aquí que nuestras razones deban tender a convencer a Solidaridad de Obreros Vascos, organización de resistencia que, si por sus principios y por el Partido político que la orienta es inconciliable con nuestra táctica de lucha, por su base, auténticos trabajadores vascos, y por su potencialidad numérica, es objeto adecuado para nuestra labor de proselitismo.

Por su fundación, engendro del Partido Nacionalista, de clásico corte clérigo burgués, nacía Solidaridad allí donde un instinto natural de defensa impulsaba a un grupo de obreros a la constitución de un Sindicato de lucha. Contagiada en ese instinto, por las propagandas extremistas y el progreso cultural, la masa obrera que el Partido controlaba, fue preciso aislarla  de la táctica de lucha entre clases antagónicas, preconizada por el marxismo, y conducir sus aspiraciones por cauces de conciliación y colaboración. Fue ésta la razón de ser del movimiento sindical que representa Solidaridad. Su éxito innegable, lo explica la adhesión incondicionada de esa masa al programa que el Partido Nacionalista inscribió en su banderín político: libertad de auto-determinación, independencia de Euzkadi, todo lo que atraía el sentimiento racial de un pueblo apegado a su tradición legendaria, pisoteada tantas veces por el torpe centralismo que caracterizó el anacrónico régimen derrocado.

Provocada ahora, por tanta injusticia, la rebelión en los espíritus proletarios, no bastaba ese banderín para distraer a la masas de los problemas fundamentales que le afectaban: sus reivindicaciones económicas, su mejoramiento social. Fue preciso dar cabida en el programa del Partido a sete fin, propiamente sindical, de emancipación que, en el transcurso del tiempo, moldeando la experiencia societaria la experiencia clasista, iba a provocar en en seno del Partido un germen de descomposición.

Dos bandos contendientes surgían enlazados por su filiación política, por sus creencias religiosas, quizás; pero, enemigos irreconciliables en sus relaciones de trabajo: burguesía y proletariado. Hubiera sido necio suponer que la burguesía vasca —tan ávida de plusvalía que no duda en lanzar sus tentáculos capitalistas por encima de las fronteras de su “querida” Euskadi— desangrando parias por todo el territorios español cediera sumisa a las exigencias proletarias. Si durante el ominoso bienio trocó gustosa la reacción su emblema tricolor por la cruz gamada, fue solamente porque creyó ver en el baluarte clerical del Partido Nacionalista medio de hacer de Euskadi un reducto contra aquella política “socializante”. Pronto comprendión el proletariado vasco que sus endechas a las libertades vasca no implicaron nunca abolición del parasitismo. Pronto experimentó la inanidad de las Encíclicas papales en el terreno de la realidad. Pronto, los que de buena fe creyeron, vieron en la fraternidad del templo una máscara para la explotación. El problema social, con toda su virulencia, aguijoneaba la conciencia de los hombres de Solidaridad.

Por otra parte, la revolución democrática, la proclamación de la República burguesa, iba a acusar una contradicción que colocaría muchas veces en postura incómoda y hasta inestable a la minoría nacionalista en el Parlamento. El clericalismo y la independencia euskérica, principios básicos del Partido, se declaraban, al parecer, antagónicos en el campo de la política. Gobiernos de izquierda a los que el poder exótico de Roma negaba el “placet” y acusaba de persecución despiadada, porque amenazaban su influencia temporal y su monopolio pedagógico de las conciencias infantiles, se mostraban en sus programas propicios a una autonomía moderada que halagaba a la masa euzkadiana como primer paso hacia su ideal. Gobiernos de derecha, contubernios vergonzosos entre el jesuitismo, astuto y la relajación moral, que recibían el aliento clerical para su reforma constitucional y la bendición papal como premio a sus cohechos y nepotismo, eran los que despreciaban plebiscitos estatutarios y cerraban sus oídos a las quejas legítimas de los pueblos. El Partido Nacionalista, ecléctico y vacilante, pugnaba entre las dos tendencias. Mas su farsa política empezaba a ser comprendida por el auténtico nacionalismo, herido en lo más vivo, de los hombres de Solidaridad.

El conflicto era inevitable entre las libertades e intereses obreros, representados por Solidaridad, y la oligarquía clerical, aliada del capitalismo, representada por el Partido. El cisma, oficialmente desconocido, es ya una realidad al desbordar Solidaridad sus cauces estatutarios. Su aislamiento del marxismo, motivo de su fundación, un mito. Impelida a la violencia en sus procedimientos de lucha, busca y encuentra entusiasta el apoyo moral y material de nuestras organizaciones clasistas. No podía ser menos de suceder así. Toparon los trabajadores vascos con el atractivo de una doctrina que, juntamente con la emancipación económica, ofrecía colmar plenamente sus aspiraciones políticas. No con el verbo grandilocuente de sus diputados, no con demagogias programáticas. Con el ejemplo viviente de la U. R. S. S., conglomerado de nacionalidades voluntariamente mancomunadas para una obra de cultura y progreso. El banderín de la independencia euskalduna, erróneamente abandonado y arrebatado para sus fines por la burguesía, volvía en hora buena a manos del proletariado.

Solidaridad lucha ya con nosotros. Secundó el movimiento huelguístico de Octubre y hasta en algunos puntos empuño las armas para defender a sus hermanos de clase. No lo olvida la burguesía que, como siempre, errando el tiro, culpó al Partido Nacionalista de sedicioso y revolucionario. No lo olvidan los trabajadores vascos que vieron con repugnancia cómo el Partido los vendía para salvarse del anatema eclesiástico. Pero no lo olvidan tampoco las organizaciones marxistas que la llaman cordialmente hacia el Frente Proletario Vasco. La huelga de la madera, heroicamente resistente, fortaleció en su día nuestra unión, Sólo le falta lo que nos falta a muchos de nosotros,  que una severa autocrítica lance por la borda toda clase de prejuicios sectaristas y tutelas degradantes. Luego, en marcha hace el marxismo. Hacia el marxismo que es la liberación económica y política de las naciones, que es en la teoría y en la práctica, la creación de hombres libres en pueblos libres redimidos de la explotación y de la barbarie del capitalismo y de imperialismo.

Ramón de AMILIBIA MACHINBARRENA

 

 

 

euskadi roja

ORGANO en EUSKADI del PARTIDO COMUNISTA (S.E. de I.C.)   PORTAVOZ de los SINDICATOS REVOLUCIONARIOS

Año III, San Sebastián, 28 diciembre 1935  Segunda época nº 5

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