0.- INTRODUCCION:

Durante esta década una especie de euforia infantil dominaba el contexto español, llegándose a situaciones esperpénticas como las puyas ácidas entre Zapatero y Berlusconi sobre qué Estado crecía más que el otro. Todo esto se ha hundido. El pasado sábado 16 de octubre, la editorial de un influyente diario estatal hablaba de los “signos de congelación” de la economía española que pasa por una “intensa depresión de la actividad y el consumo”. Italia está mal pero mucho peor está el Estado español.

¿Por qué se ha producido esta debacle? ¿Cómo saldrá de ella la burguesía española? ¿Responde la crisis actual a una simple incapacidad transitoria del bloque de clases dominante para saber aprovechar las inmensas ganancias obtenidas en la “década de oro” o debemos profundizar más en las contradicciones históricas del capitalismo español para descubrir cuál es la gravedad real de los problemas que estallan periódicamente? ¿Estamos en medio de una mera crisis económica o se trata de una “crisis española” en el sentido de que toda su estructura está cuarteada? Si así es ¿Qué costos pagaremos los y las explotadas, las naciones oprimidas dentro del Estado español y las naciones saqueadas por su imperialismo externo? ¿Qué debemos hacer los pueblos oprimidos y las izquierdas internacionalistas? Sobre esta última pregunta aquí no se va a proponer nada porque han de ser las y los afectados quienes la respondan.

No son preguntas meramente intelectuales, sino que responden a la necesidad práctica de conocer teóricamente la dialéctica de las contradicciones que determinan la evolución social, contradicciones de las cuales formamos parte activa en la medida de nuestra capacidad material. Hay dos maneras de responder a las preguntas anteriores. Una de ellas es la formal, la de analizar sólo el presente inmediato de la economía como si esta fuera un ente aislado de la totalidad que la envuelve y de la historia que la ha formado, y siempre desde una opción conservadora o reaccionaria. Dejamos este método formal a los ideólogos burgueses y estatalistas. La otra es la dialéctica, la que se introduce en la lucha interna de las contradicciones, busca sus tendencias evolutivas mediante el estudio crítico de su historia, tiene en cuenta la interacción entre todos los componentes de la realidad, y siempre con el deseo de revolucionarlas azuzando su lucha antagónica hasta lograr el salto cualitativo a lo nuevo.

La interacción entre crisis internas al Estado español y presiones externas que agravan las primeras, ha ido en aumento desde el siglo XVII, cuando la economía capitalista despega y rompe su dependencia hacia los ejes mediterráneo-asiático y africano-caucásico, y gira al eje atlántico-noreuropeo. Seis imperios que dependían del eje mediterráneo-asiático, básicamente, quedaron condenados al hundimiento frente al capitalismo en ascenso: China, India, Rusia, Turquía, España y Portugal, siendo a la larga incapaces de responder por sus contradicciones internas más los ataques colonialistas externos a las exigencias del capitalismo en expansión. Sería muy interesante comparar sus respectivas trayectorias, que van desde las revoluciones hasta las dictaduras militares y fascistas, pasando por las guerras de liberación nacional y las rupturas estatales, siempre con extremas violencias criminales, pero no podemos hacerlo ahora.

 

1.- CRISIS ESTRUCTURALES DEL ESTADO ESPAÑOL:

 

Hemos recurrido a este ejemplo para mostrar la profundidad de las debilidades estructurales que explican buena parte de los problemas que minan al Estado español desde entonces y que estallan con diversas intensidades al calor de las crisis internas y externas, y muy en especial cuando se fusionan ambas. Debemos detenernos un segundo en descubrir qué es lo que permanece intocable durante estos siglos, o sea, qué es lo esencial; qué es lo accesorio, lo no esencial, y qué es lo nuevo, lo que aparece ahora, en nuestro presente. Solamente así podremos disponer de una perspectiva fiable por la que guiarnos. Si nos ceñimos a la crisis de finales del siglo XIX, ahora estamos en la cuarta crisis de esta índole habida en poco más de un siglo: la primera fue precisamente la crisis global de pérdida definitiva del imperio de ultramar, de Cuba y Filipinas, ante la expansión del imperialismo norteamericano. Entonces chocaron frontalmente el capitalismo en su fase imperialista en ascenso, representado por los EEUU, y un imperio colonialista como el español en caída libre por haber fracasado en su enganche a la industrialización imperialista. La reafirmación del nacionalismo español para salvar su Estado peninsular fue una de las salidas desesperadas, con el consiguiente aumento de las opresiones nacionales.

La segunda crisis estalló en los años ’30 al unirse, por un lado, la incapacidad interna del capitalismo español para aprovechar en su solidez interna los grandes beneficios económicos obtenidos por su neutralidad en la guerra mundial de 1914-18, y por otro lado, los efectos de la crisis mundial iniciada en 1929. Los beneficios de la neutralidad apenas fueron invertidos en otra cosa que no fueran grandes mansiones, lujos y despilfarro, de manera que no se avanzó en una solidez productiva industrial interna que uniese a las burguesías vasca, catalana y castellano-andaluza, bajo la administración de un Estado modernizado, laico y no dependiente de la Iglesia y del Ejército. Sobre esta oportunidad perdida golpeó una década más tarde el demoledor impacto de la crisis de 1929. La fusión de ambas crisis explica la fuerza de los nacionalismos de los pueblos oprimidos, la radicalidad obrera, la debilidad del régimen, la caída de la Monarquía en 1931, la debilidad de la II República , la dureza de la respuesta derechista y por fin el golpe militar de 1936-39, en el que el nacionalismo español jugaba un papel clave.

La tercera crisis surge de la confluencia entre el agotamiento socioeconómico y político del franquismo, con la crisis socioeconómica del capitalismo, ambas desde finales de los ’60. A diferencia de las dos crisis anteriores, ahora existe una realidad mundial que influye poderosamente, y no es otra que la existencia de la URSS. El imperialismo quiere controlar la crisis del Estado español y, de acuerdo con el franquismo, impone a las “fuerzas democráticas” y a las “izquierdas” una serie de concesiones a la unidad española que son aceptadas también por las burguesías autonomistas y regionalistas. Ahora, el Estado ha aprendido algo de las causas de la crisis de 1898, cuando poco antes de esta fecha disponía de la oportunidad de llegar a unos acuerdos de mayor descentralización y de algunas concesiones a ambas islas, frenando el crecimiento del independentismo y cortando así las maniobras de los EEUU. La fracción más nacionalista y autoritaria de la burguesía española aborto aquellas propuestas y perdió ambas guerras. El contexto mundial y estatal español de 1931-36 facilitó la fuerza del nacionalismo franquista más reaccionario. No era esta la situación mundial y española a comienzos de los ’70, lo que llevó a desarrollar la trampa del “Estado de las autonomías”, en la que, de nuevo, perdieron las naciones oprimidas.

La cuarta y última crisis, la actual, tiene como imagen pública la significativa coordinación de esfuerzos entre las naciones oprimidas y el internacionalismo estatal, que ha servido para poner los puntos sobre las íes en los problemas básicos a los que nos enfrentamos: opresión nacional, de clase, de sexo-género, política y democrática en general. Al igual que las crisis precedentes, ésta también ha necesitado de unos años para formarse, apareciendo con formas nuevas pero sacando a la luz las mismas contradicciones irresueltas que las anteriores. Pero destacan cuatro características simultáneas que debemos reseñar: una, que los independentismos socialistas tienen una experiencia que antes no tenían y, sobre todo, son la única fuerza organizada que presenta un modelo de construcción nacional progresista ya que las burguesías autonomistas ni quieren ni pueden hacerlo; otra, que tras el desplome de las izquierdas estatales, ha empezado a crecer otra izquierda internacionalista; además, que también resurge un movimiento intelectual crítico con el nacionalismo español, y por último, que prácticamente se ha hundido la gran baza integradora de una parte del nacionalismo español, la de la mezcla entre el europeísmo cosmopolita, el patriotismo constitucional y la tolerancia democrática, mezcla que pretendía demostrar que el nacionalismo español, o una parte de él, permitiría expresarse al independentismo siempre que éste actuara pacíficamente y dentro de la ley española.

 

2.- LAS RESPUESTAS: EXPLOTACIÓN Y ESTATALISMO:

 

Ante las cuatro crisis, el Estado español ha respondido siempre con una solución esencial y básica, y con otras diferentes adecuadas a las peculiaridades de cada una de ellas. La respuesta básica es el endurecimiento de la explotación asalariada y la opresión nacional impuesto directa y brutalmente, con la fuerza militar y económica, o indirecta y sutilmente, con concesiones iniciales que son luego restringidas de forma paulatina o con rapidez según las circunstancias. Recordemos la verborrea demagógica de finales de 1979 sobre las excelencias del “Estado de las Autonomías”, supuesta solución eterna al “problema regional español”, y cómo la LOAPA española cercenó todo lo que quiso aquella demagogia sólo dos años y medio más tarde, en 1982. Luego se han multiplicado los ejemplos al respecto. Las amputaciones legales o funcionales de los derechos conquistados se han acelerado en los últimos tiempos respondiendo a las necesidades internas y externas del Estado español que ya presionan unitariamente contra la burguesía española.

Y este retroceso de los derechos sociales y nacionales ha ido unido a un aumento del poder económico y político centralizado en Madrid como capital del Estado según un estudio de la Fundación BBVA conocido en junio de 2009 y que se suma a otros anteriores en el mismo sentido, que demuestra que en el último siglo pero sobre todo desde el Plan de Estabilización de 1959 y desde la “democracia” de 1978, Madrid ha sido la Comunidad Autónoma que más inversiones públicas está recibiendo en el último siglo, en infraestructuras de todas clases, desde transportes hasta educación y sanidad. La potenciación por el Estado de Madrid no es casual ni caprichosa ya que es sostenida al margen de qué partido esté en el gobierno estatal, sino que responde a un proyecto de largo alcance que busca como mínimo, cuatro objetivos interrelacionados; uno, mejorar aquella expresión del dictador Franco de que dejaba “todo atado y bien atado”; dos, garantizar que sea el poder estatal centralizado en Madrid el que dirija el grueso de la relaciones económicas con el capitalismo mundial, en vez de que éstas sean realizadas también por las burguesías “periféricas”; tres, debilitar en extremo al movimiento obrero madrileño que fue muy combativo entre 1972-84, comprándolo y sobornándolo con obras faraónicas y, cuatro y decisivo desde una perspectiva de largo plazo, cortar así la toma de conciencia castellanista e internacionalista al aumentar el nacionalismo español como efecto de los cuidados estatales a Madrid.

Esta investigación, que insistimos confirma los resultados de otras similares, muestra cómo frente a las crisis analizadas el bloque de clases dominante ha respondido potenciando la centralidad nacional-estatal española. Las burguesías “periféricas” se han ido adaptando en este siglo, y sus fracciones dominantes han impulsado la centralidad estatal española, su mercado-nación, como lugar privilegiado para sus negocios y a la vez, como recurso represivo último para machacar a sus clases explotadas. En la medida en que cada una de las crisis sucesivas mostraba la creciente gravedad de las contradicciones internas y de los problemas externos, en esta medida, el bloque de clases dominante aumentaba su esfuerzo por fortalecer el Estado en general y su punto geográfico y simbólico de poder: Madrid. No es casual, en este sentido, que fueran dos fechas fundamentales, las de 1959 y 1978, las que marcasen  

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