EL MITO DE LA MAQUINA 2

TABLA DE MATERIAS

CAPITULO 1. Nuevas exploraciones, nuevos mundos
      1. La nueva visión

     2.  El preludio medieval
     3. Conflictos externos y contradicciones internas
     4. La utopía del Nuevo Mundo
     5. El contraste con el naturalismo medieval
 
CAPITULO 2. El regreso del dios Sol
     1. Ciencia y teología solar

     2.  Los sueños del nuevo mundo frente a las realidades del viejo
     3. El sueño de Kepler
 
CAPITULO 3. La imagen mecánica del mundo
     1. El entorno desnaturalizado

     3. El delito de Galileo
     3. Los entresijos del delito
     4.  La máquina da su visto bueno
     5.  Las máquinas, organismos falibles
     6. Absolución para Galileo

CAPITULO 4. Absolutismo y regimentación política
     1. Señores de la naturaleza

     2. El paso al absolutismo
     3. El científico como legislador
     4. Un nuevo examen del modelo maquínico
     5. El fracaso del mecanomorfismo
     6. Entra en escena Leviatán sobre ruedas
     7. La máquina como pedagogo
 
CAPITULO 5. La ciencia como tecnología
     1. La «nueva restauración

     2. La intuición técnica de Bacon
     3. El nuevo mundo atlante
     4. La realización baconiana
     5. Anticipación y realización frente a frente
 
CAPITULO 6. La tradición politécnica
     1. La continuidad medieval

     2. El legado politécnico
     3. Liberación técnica
     4. La subversión de la politécnica
     5. El acervo técnico
     6. La transición subjetiva
     7. El renacimiento sepultado
 
CAPITULO 7. Producción en masa y automatización humana
     1. El pentágono del poder

     2. Movilización mecánica
     3. La supresión de los límites
     4. El triunfo de la automatización
     5. Palos en las ruedas
     6. La paradoja de la automatización
     7. Obligaciones y coacciones
     8. La etapa final; el gran cerebro
      9. Rumbo a Ninguna parte
 
CAPITULO 8. EL PROGRESO COMO «CIENCIA-FICCIÓN»
     1. Las ruedas del progreso

     2. Evolución y regresión
     3. El papel de las utopías
     4. Utopías prefabricadas
     5. El sueño retromonitorio de Beilamy
     6. De Utopía a Cacotopía
     7. Un mundo feliz
 
CAPITULO 9. Poder nuclear
     1 Carta a los profesores de Historia

     2. La vieja megamáquina y la nueva
     3. La nueva coalición
     4. Totalitarismo de transición
     5. La aportación nazi
     6. Implosiones y explosiones
     7. Las megamáquinas, frente a frente
     8. Sacrificios humanos y salvación mecánica
 
CAPITULO 10. La nueva mega máquina
      1. Los secretos del templo

     2. La abdicación de los sumos sacerdotes
     3. El ojo que todo lo ve
     4. El Hombre de Organización
     5. La técnica del control total
     6. Entropía electrónica
 
CAPITULO 11. El yermo megatécnico
     1. Pirámides con aire acondicionado

      2. Huida de la realidad en cohete espacial
      3.  Tribulaciones del espacio
      4. La cultura «posthistórica»
 
CAPITULO 12. Promesas, sobornos, amenazas
     1. Los inicios de la opulencia

     2. Costes y beneficios de la megatécnica
      3. El soborno megatécnico
      4. Cantidad sin calidad
      5. La amenaza del parasitismo
 
CAPITULO 13. Desmoralización e insurgencia
     1. El monolito se resquebraja

     2. Prevenciones que se desvanecen
     3. Las repercusiones revolucionarias
      4. Reacciones nihilistas
      5. Síntomas de regresión
      6. El culto a la antivida
      7. Una subjetividad confusa
      8. El optimismo de la patología
 
CAPITULO 14. El nuevo Órganon
     1. Los vegetales, los mamíferos y el hombre

     2. La cosmovisión orgánica
     3. Del poder a la plenitud
     4. Invitación a la plenitud
     5. Perspectivas culturales emergentes
     6. Si los durmientes despiertan
 
EPÍLOGO: EL AVANCE DE LA VIDA
LÁMINAS
BIBLIOGRAFÍA
ÍNDICE ONOMÁSTICO

EL MITO DE LA MAQUINA. 2

El pentágono del poder

El plan original de El mito de la máquina era de un único volumen; y el presente libro, volumen segundo, es el cuarto de una serie que se inició en 1934 con Técnica y civilización. Aunque la aportación más original de estos libros quizá fuera su tratamiento de la técnica como parte integral de la cultura superior del hombre, mostraron idéntica audacia en refutar que el alejamiento del hombre de la animalidad y su desarrollo progresivo se basaran únicamente en la tendencia a usar y crear herramientas. Es más, en oposición al dogma contemporáneo, estas obras no consideraban que la existencia humana se redujera al mero avance científico y a la invención tecnológica. A mi juicio, el fenómeno fundamental lo constituye la propia vida; y la creatividad es, antes que la «conquista de la naturaleza», el criterio principal para medir el éxito cultural y biológico del hombre.

Si bien las ideas básicas de El mito de la máquina ya estaban presentes, siquiera como esbozo, en Técnica y civilización, los abusos sistemáticos de la técnica me han obligado a abordar las obsesiones y coerciones colectivas que han extraviado nuestras energías y socavado nuestra capacidad de vivir una vida plena y espiritualmente satisfactoria. Si la clave de las últimas décadas ha sido «la mecanización toma el mando», el tema de esta obra puede sintetizarse en las palabras del coronel John Glenn a su regreso de la órbita terrestre: «Que el hombre asuma el mando».

L. M. Amenia, Nueva York

  

 

PRIMER CAPÍTULO. NUEVAS EXPLORACIONES, NUEVOS MUNDOS

  

1. La nueva visión

Se ha llamado Era de las Exploraciones al periodo que se inició a finales del siglo XV; y tal denominación sirve para designar muchos de los acontecimientos que tuvieron lugar a partir de aquel momento. Pero las exploraciones más significativas se produjeron en la mente humana y, lo que es más importante, las múltiples raíces ocultas del Nuevo Mundo cultural que se inauguró entonces se remontaban, incluso en el hemisferio occidental, hasta el Viejo Mundo; unas raíces que se adentraban a través de gruesos estratos de suelo hasta las ruinas de antiguas ciudades e imperios.

Lo realmente novedoso para el hombre occidental era la estimulante sensación de que. por primera vez, todas las regiones del planeta le eran accesibles, lo cual despejó el terreno para las aventuras más audaces, y espoleó el intercambio económico activo y, al menos para las mentes más reflexivas, la autoformación. Cielo y tierra se abrían de par en par a la investigación sistemática como nunca antes había ocurrido. Si el cielo estrellado invitaba a la exploración, otro tanto hacían los oscuros continentes de ultramar; y lo mismo sucedía con ese otro continente oscuro: el pasado cultural y biológico del hombre.

A grandes rasgos, el hombre occidental sucumbió ante dos tipos complementarios de exploración. Si bien nacieron de puntos de partida estrechamente relacionados, ambos siguieron cursos divergentes y apuntaron a metas distintas —-aunque sus caminos se cruzaran a menudo— para unirse al final en un único movimiento, que fue imponiéndose progresivamente el objetivo de sustituir los dones de la naturaleza por creaciones humanas, más limitadas, obtenidas a partir de un único aspecto de la naturaleza: el que pudiera someterse al dominio humano. Una exploración se centró sobre todo en el cielo y en los movimientos regulares de los planetas y la caída de los cuerpos; en la medición del espacio y del tiempo; en los acontecimientos repetitivos y las leyes determinables. La otra surcó audazmente los mares e incluso descendió bajo la superficie del globo en busca de la Tierra Prometida, atraída en parte por la curiosidad y la codicia, y en parte por el deseo de liberarse de viejos límites y ataduras.

Entre los siglos XV y XXX, el Nuevo Mundo que estaban descubriendo exploradores, aventureros, soldados y funcionarios unió sus fuerzas con el nuevo mundo científico y técnico, a cuyo estudio se dedicaban científicos, inventores e ingenieros: todos ellos formaban parte del mismo proceso. Una modalidad de exploración se volcó en los símbolos abstractos, los sistemas racionales, las leyes universales, los acontecimientos reiterables y predecibles y las mediciones matemáticas objetivas. Su aspiración era entender, utilizar y controlar las fuerzas que en última instancia derivan del cosmos y el sistema solar. La otra modalidad se atenía a lo concreto y lo orgánico, lo novedoso, lo tangible: navegar océanos aún sin cartografiar, conquistar nuevas tierras, someter y llenar de asombro a pueblos extraños, descubrir nuevos alimentos y medicinas y, quizá, hasta la fuente de la eterna juventud o, en su defecto, apoderarse de la riqueza de las Indias por medio de un hecho de armas despiadado. En ambas formas de exploración hubo desde el principio un toque de soberbia y de ímpetu demoníaco.

Impulsados por esta visión del Nuevo Mundo, los navios penetraban valerosamente las barreras geográficas que durante tanto tiempo habían dividido a los pueblos de la tierra: a través de esas aberturas, aquel primer reguero de exploradores se convertiría en pocos siglos en una marea de inmigrantes que se desplazarían a las Américas, a Australia y Nueva Zelanda o a África para apoderarse de grandes parcelas de tierra e instalarse en ellas a su manera; y lo harían en las mismas tierras en las que hasta ese momento solo habían vivido comunidades indígenas relativamente aisladas.

Desde el comienzo del siglo XVI, los líderes de las sociedades europeas creyeron fervientemente que estaba en ciernes un gran cambio cíclico de la vida del hombre. Poliziano, el imaginativo humanista florentino, proclamó que el descubrimiento del Nuevo Mundo por Colón iba a suponer un cambio a mejor en la existencia humana, mientras que solo un siglo más tarde el monje calabrés Campanella, azuzado por las ideas de Bacon y Galileo, dedicó una bienvenida igual de entusiasta al nuevo mundo de la astronomía, la física y la técnica, abrazando en su imaginación las invenciones mecánicas y electrónicas, todavía sin nombre, que a su juicio iban a transformar la sociedad. Tras esbozar los rasgos principales de su república ideal. La ciudad del sol, Campanella observó que según los astrólogos contemporáneos, la edad venidera tendría más historia en cien años «que la que había tenido todo el mundo en los cuatro mil años anteriores».

Si la interpretamos con generosidad, esta profecía resultó ser llamativamente acertada: las invenciones surgidas de la imaginación más salvaje se quedarían cortas ante los logros efectivos de unos pocos siglos. Desde un principio, esta fe subjetiva en un Nuevo Mundo capaz de trascender todos los logros humanos del pasado se adueñó hasta de los cerebros más sobrios: para el hombre occidental tuvo el mismo efecto que subir las persianas y abrir las ventanas de una casa clausurada durante muchos inviernos y abandonada a la ruina. Quienes respiraron el aire fresco de la primavera ya no se contentarían con seguir viviendo entre telarañas y vigas mohosas, por mucho que las reliquias de las viejas habitaciones siguieran siendo de pleno uso y belleza. Aunque en un primer momento dudaron en demoler todo el edificio, empezaron a deshacerse de los muebles viejos, renovando las habitaciones vacías y construyendo nuevas alas. Y los más audaces se mostraron dispuestos a dejar la vieja mansión para iniciar otra vida —por lo menos espiritualmente— en tierra virgen o incluso en la luna.

En una carta a su amigo Michel de Montaigne, Étienne de la Boétie decía: «Cuando en el umbral de nuestro siglo surgió de las olas un nuevo mundo, fue porque los dioses lo destinaban para ser un refugio en el que los hombres cultivaran su propio campo bajo un cielo mejor, mientras la terrible espada y una ignominiosa calamidad condenan a Europa a la destrucción». Una actitud similar, un parejo deseo de efectuar un nuevo comienzo, unió a científicos con inventores y a deslumbrados escritores de utopías con colonos adustos. La visión del Nuevo Mundo parecía engrandecer y desplegar todas las potencialidades humanas, si bien aquellos exploradores y pioneros, al dar la espalda al Viejo Mundo, en realidad no dejaron atrás la «terrible espada» y la «ignominiosa calamidad», ya que la viruela, el sarampión y la tuberculosis diezmaron a los nativos que no exterminaron con sus propias armas.

Cuando hubo concluido el periodo más intenso de descubrimiento y colonización y la tierra prometida seguía estando más allá del horizonte, gran parte de la fe y el fervor originales había pasado de la explotación del «Nuevo Mundo» indígena a la de la máquina. Pero de hecho estas dos visiones tan diferentes del Nuevo Mundo —la que aspiraba a descubrir y adueñarse de los recursos naturales y la que quería producir y vender nuevas fuentes de poder y riqueza— nunca habían distado mucho una de otra. Ambos deseos habían nacido en un entorno medieval militante, del mismo modo que los hábitos ascéticos y ordenados del primer capitalismo surgieron del monasterio de la Edad Media.

 

2. El preludio medieval

Hace tiempo que se fijó el primer viaje de Colón como fecha oficial para la aparición del Nuevo Mundo; aunque hoy día hay razones para suponer que había habido algunos otros ensayos previos más alocados y vacilantes, probablemente por parte de monjes irlandeses, viajeros nórdicos y pescadores bretones, y finalmente por marineros de Bristol entre 1480 y 1490, como ha señalado Cari Sauer hace poco. Desde luego, la imagen que tenían los cosmógrafos griegos de la tierra como un globo ya era conocida, cuando no aceptada de forma general, antes del siglo XV; y es elocuente que el modelo abstracto del nuevo mundo mecánico se representara en líneas de latitud y longitud en mapas del mismo siglo, mucho antes de 1492. Los pintores del Renacimiento, una centuria antes de Descartes, habían empezado a contemplar el mundo a través de un conjunto de coordenadas precartesianas, trazando con precisión en el lienzo la relación entre objetos cercanos y lejanos; una relación que venía definida por planos que se alejan en el espacio.

Por su parte. Colón, aunque no fue ni mucho menos un líder intelectual, dominaba los medios científicos suficientes para concebir semejante viaje y asegurar su regreso mediante el astrolabio, la brújula magnética y las cartas de navegación de la época; medios que le otorgaron la confianza necesaria para iniciar una travesía ardua y mantener el rumbo ante una tripulación recelosa.

Así, mucho antes de los cambios en la industria que acarrearían el carbón y el hierro, la máquina de vapor y el telar automático, estos tempranos avances técnicos —que, al igual que la extensión en el uso de los molinos de viento y de agua, tuvieron su origen en la Edad Media— ya habían causado un cambio de mayor alcance en la mente humana. La reciente costumbre de datar este cambio cultural a partir del siglo XVII denota provincianismo y una ausencia de información técnica y de perspicacia por parte de los historiadores. Nunca dejó de producirse un intercambio persistente y fructífero entre estos dos ámbitos desde el siglo XIII................... [................]

 

  Ver el documento completo.