PROLOGO

 

LOS QUE SE FUGARON TENIAN RAZON

  

Mi antiguo defendido en la causa de la fuga de Segovia, Angel Amigo, me pide un breve prólogo para su primer libro. No tengo que decir cuánto me honra el encargo, que me llega precisamente a caballo entre dos sesiones del juicio que se sigue contra el abogado alemán Klaus Croissant en Stuttgart, de cuyo equipo de defensores europeos formo parte.

Todavía están recientes en mi recuerdo las sofisticadas técnicas policiales al servicio de la seguridad del Estado —de ese Estado que ha suprimido la pena de muerte sustituyéndola por la de suicidio— que hizo que todos nosotros, al entrar en la Sala de Justicia de Stammheim, fuéramos unos cuantos presos más —aunque por unas horas— junto a nuestro compañero Croissant.

La institución carcelaria, para presos políticos y para presos sociales, es un hecho internacional y, ciertamente, un hecho fracasado en cuanto que no doblega en sus convicciones al preso político y no reforma al común.

En relación con el tema concreto del libro —los presos políticos vascos— ya en más de una ocasión he dicho y escrito que durante más de cuarenta años el pueblo vasco ha visto sistemáticamente conculcados, desconocidos y violados todos aquellos derechos que se consideraban como fundamentales, inalienables e imprescriptibles. Todo ello además en el marco de un sistema rabiosamente capitalista en el que el lucro y la explotación eran fundamento del propio sistema.

Durante todo este tiempo, los vascos hemos sabido muy bien que no todo individuo tiene derecho a la vida ni a la libertad ni a la seguridad. Que se puede someter a la gente a torturas y a tratos crueles, inhumanos y degradantes. Que se puede ser arbitrariamente detenido, preso y desterrado. Que no todo el mundo tiene derecho a ser oído públicamente y con justicia por tribunales independientes e imparciales. Que han existido ciudadanos sin derecho a circular libremente y sin posibilidad de elegir su residencia dentro o fuera del territorio del Estado. Que se puede negar a la gente el derecho a la libertad de opinión y expresión. Y que se puede vedar a un pueblo entero a optar libremente por la vía que decida libremente.

Porque a los vascos se nos han impuesto durante años y años estas dolorosas realidades, de entre nosotros han salido luchadores valientes, capaces de darlo todo y no pedir nada a cambio, dispuestos a dar su libertad y su vida en favor de su pueblo.

Esta es la razón de la existencia de los presos políticos.

Pese a todo, yo me aferro a la esperanza, y el caso de Segovia, que en este libro se relata, me confirma en esta convicción. Los dos intentos de fuga se desarrollaron en los momentos objetivamente más negros de nuestra historia reciente: acababa de ponerse en vigor la Ley Antiterrorista y se producían los consejos de guerra que llevarían al paredón a Otaegui, a Txiki y a tres militantes del FRAP.

Incluso la desproporcionada represión que se desencadenó con los escapados en los montes de Navarra no parecía indicar que estos mismos presos, meses más tarde, salieran de la cárcel por la puerta grande, con la excepción dolorosísima de Yosu Múgika y Oriol Solé muertos en su búsqueda de libertad.

Y termino recordando lo que el día 10 de febrero, en el Senado, defendiendo la proposición de ley de indulto de presos sociales, dije al Gobierno: "Al Gobierno quiero yo decir que estoy acostumbrado a defender causas perdidas a corto plazo. He dicho a corto plazo. Durante muchos años me he sentado en el estrado del defensor ante el Tribunal de Orden Público y ante los Tribunales Militares. Entonces se me decía que estaba defendiendo causas perdidas. Y era cierto porque defendía causas perdidas. Pero hoy el Tribunal de Orden Público está disuelto, los condenados están en libertad y sin antecedentes penales. Algunos son parlamentarios elegidos por el pueblo. Otros directivos de partidos legalizados. Todos están en libertad.

Hay que decir al Sr. Ministro del Interior que hemos oído muchas veces: no más amnistía, no más indultos, en la larga marcha por la amnistía de los presos políticos, para luego tener el Gobierno que ceder.

El Sr. Fraga Iribarne dijo que para que ondeara la ikurriña en los edificios públicos de Euskadi habría que pasar por encima de su cadáver. Hoy el Sr. Fraga Iribarne afortunadamente está vivo y nuestra venerada ikurriña ondea en Euskadi en los edificios públicos y privados.

El Sr. Ministro del Interior, el Sr. Ministro de Justicia y todos los ministros dejarán un día de serlo. Y los presos serán liberados. La historia es a veces lenta pero inexorable. Y la historia atropella a aquellos ministros que se oponen a su marcha”.

Este libro es parte de esa historia de la libertad contra la que han fracasado y fracasarán los tiranos que la ignoran.

 

Donostia a 17 de marzo de 1978.

Juan María Bandrés.

 

 FUGARSE, UNA OBLIGACION

  

Leer las páginas de este libro es, desde un punto de vista personal, especialmente vivo. Son ya muchas las veces que cada uno de los que protagonizamos aquellos hechos lo hemos contado y recontado ante los oídos curiosos e interesados de amigos y compañeros. Pero nunca es repetir algo sabido, sino revivir unas horas, unos días y unos meses de particular intensidad.

Los preparativos, la labor de excavación, la organización de la contravigilancia, la tensión de la espera con su paradójica simultaneidad de confianza y desconfianza en la buena marcha de los trabajos, el derroche de entrega, autocontrol y voluntad exigido durante meses y meses en la convicción de que, tras el logro de nuestro objetivo, no estaba sólo el derribo de unos muros y nuestra propia libertad, sino todo un éxito en una de las batallas particulares de la guerra en la que luchábamos y en la que habíamos caído prisioneros, y tantas otras cosas, no son simples imágenes que pasan en la película de nuestros recuerdos. Son algo tan tópico de expresar, pero tan presente en nuestra personalidad, como un pedazo de nuestras vidas.

 

UNA DUDA ROMANTICA

 

Hay gente que pregunta si aquello mereció la pena.

La respuesta, creo que de todos los que lo vivimos, salta espontánea y afirmativa. Recuerdo la sorpresa que me produjo escuchar la pregunta por primera vez, en un pueblo de Tierra Estella, en boca de un militante de un partido revolucionario:

—El franquismo se desintegraba, el cambio se imponía, la amnistía tenía que llegar, el riesgo que corríais era muy grande, ahí está el cadáver de Oriol, los heridos..., ¿qué validez política tenía la fuga, merecía la pena, no era mejor esperar...?

En el fondo no era sino una versión más de la idea ya tópica entre militantes de algunas organizaciones en las cárceles, ridiculizadas a menudo entre nosotros, de que la fuga era contrarrevolucionaria, acción minoritaria y elitista, prueba de desconfianza en las masas..., una versión más de la idea de que nuestra salida sólo podía ser obra de las masas populares mismas. Pero una de las características de la lucha contra los fascismos es que, no sólo produce revolucionarios políticos, sino también revolucionarios románticos.

Sin embargo, la pregunta, en este caso, tenía más peso y concreción. La lucha popular tenía ya un fuerte auge; las movilizaciones por la amnistía habían tomado impulso desde diciembre de 1974; el propio Gobierno barajaba el término con frecuencia aunque sólo fuera para rechazarlo, el ambiente político estaba impregnado de la convicción de que las cárceles franquistas estaban cerca de su fin.

Con todo, mi respuesta fue afirmativa y espontánea.

 

SEGUIAMOS MILITANDO

 

Fugarnos era una obligación, un compromiso con Euskadi.

Los que estábamos en las cárceles franquistas no éramos sólo unos presos, no éramos sólo unos luchadores derrotados y recluidos. La guerra en la que participábamos no era una guerra convencional en la que el enemigo apresado es enemigo eliminado, un combatiente menos.

La guerra en la que participábamos era la de una lucha política, una lucha de oprimidos contra opresores en la que no sólo el combatiente nuestro apresado, sino incluso el muerto, seguía siendo un luchador, seguía teniendo capacidad de enfrentamiento y de hostigamiento contra el opresor. Los que estábamos en las cárceles seguíamos siendo militantes, y militantes activos.

Sólo cambiaba el tipo de trabajo a desarrollar y los instrumentos a utilizar. No teníamos multicopistas, intervenciones en asambleas, carreras en las manifestaciones ni armas, pero teníamos libros para estudiar, plumas para escribir, estómagos para pasar hambre, manos, cabeza y corazón para amotinarnos y hasta cucharas simbólicas —la socorrida cuchara de los viejos chistes— para excavar túneles de verdad.

 

CARCELES-ESCUELA

 

De tres tipos eran nuestras obligaciones. Tres eran nuestras formas de militar activamente.

El estudio y la formación política era la primera de ellas y la más constante.

Nuestra propia práctica nos había llevado a hacernos cargo de la importancia de adquirir conocimientos para mejorar nuestra capacidad de análisis político y de actuación. La cárcel era una ocasión que no se podía desaprovechar.

Y algo que nos hacía reafirmarnos en esta necesidad de estudio y formación era el empeño de los carceleros, del sistema represivo, por impedírnoslo, por crear todas las trabas imaginables para que no pudiéramos capacitarnos políticamente.

El intento de reducción del enemigo político encarcelado, mediante su paulatina destrucción moral e intelectual, era una de las constantes del régimen carcelario. Censura de libros y revistas, creación de malas condiciones en celdas y salas de estudio, imposición de horarios irracionales y rígidos, castigo de aislamiento en celdas a la mínima, etc., son procedimientos suficientemente dados a conocer por la literatura antirrepresiva y en los que no me voy a extender porque los hechos no necesitan ser inflados con frases de hacer bulto.

Sólo apuntaré que, del fracaso de estos esfuerzos por la aniquilación moral e intelectual de los militantes revolucionarios, dan idea la labor y el peso político que tienen hoy en Euskadi, a nivel público y nacional, pero más aún a niveles concretos de pueblos, barrios y fábricas, toda una serie de ex-presos políticos.

 

 EUSKADI NOS HIZO SUYOS

 

Teníamos una segunda forma de militar. Era mucho más llamativa. Y ésta era su función: llamar la atención, pegar aldabonazos en la mente de nuestro .......................

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