I. Introducción
Hoy en día, cuando toda una generación de comunistas nacida tras el fin del Ciclo de Octubre se suman a nuestro movimiento, el populismo, tanto de corte socialdemócrata como de corte fascista, el nacionalismo y el oscurantismo religioso, entre otras corrientes burguesas, continúan, revitalizados, ocupando el lugar de referencia ideológico-política para las masas, ese lugar que dejó vacío el marxismo tras la derrota de la ofensiva del proletariado revolucionario. Pero el primer factor que mencionamos tiene por fuerza que hacernos sentir optimistas acerca de las posibilidades que se abren para el comunismo en el objetivo de volver a ocupar la referencialidad para nuestra clase. Así, en efecto, la crisis económica, aunque desgraciadamente para las aspiraciones de los economicistas de diverso pelaje que habitan en el movimiento comunista, no haga bajar de los cielos la redentora revolución, sí sirvió de poderoso acicate para el desplazamiento hacia el ala izquierda de importantes sectores del movimiento comunista en el Estado español. Fenómeno que, por supuesto, sería imposible sin el concurso de aquellos que, tras el arriamiento de la bandera roja del proletariado, allá por los finales de los años 80, tomaron como propósito la noble y revolucionaria tarea de guardarla a buen recaudo, para, permitir, en el futuro, volver a colocarla en el lugar que la historia demanda. Pero más allá de estas, cuando menos, esperanzadoras perspectivas, aún tenemos como labor esencial, en el camino hacia la construcción de la vanguardia marxista-leninista, preguntarnos y, a la vez, contestarnos, por qué fuimos derrotados. Y es como humilde contribución a esta tarea que publicamos este trabajo, con el cual aprovechamos para presentarnos ante la vanguardia comunista de Galicia y del Estado español. Además, no es intrascendente la fecha escogida. Efectivamente, en este año, se cumple el 50 aniversario del inicio de lo que constituyó la cumbre más alta alcanzada por el movimiento comunista en el sendero hacia la emancipación de la humanidad, la Gran Revolución Cultural Proletaria. Y, en coherencia con esto, el análisis de la experiencia revolucionaria china y de la propia Revolución Cultural ocupan un lugar destacado en el texto que sigue.[1]
Remitiéndonos concisamente a la historia revolucionaria de nuestra clase, el Ciclo revolucionario de Octubre (1917-1991) supuso la aparición por todo el globo del proletariado como sujeto transformador de la realidad social, como clase revolucionaria e independiente (realmente se puede considerar que esto sucede a mediados del siglo XIX, pero en el movimiento socialdemócrata nunca dejó de estar bajo la influencia de la pequeña burguesía y de la naciente aristocracia obrera), en lucha contra el sistema capitalista vigente y la clase social que lo preserva, la burguesía. Hasta ese período histórico, el proletariado nunca había tomado el poder político en una sociedad[2]y había dado comienzo a la intensa labor de ir sentando las bases, en ardua confrontación con su enemigo de clase, de la futura sociedad de la humanidad emancipada, el comunismo.
Esto situaba al incipiente movimiento comunista en una situación difícil, al carecer de experiencias previas en este terreno de las que extraer las pertinentes lecciones, o, dicho de otro modo, de hacer balance, para afrontar la enorme y grandiosa tarea que tenía por delante con mayores garantías de éxito, lo cual explica en parte ─junto con una serie de limitaciones ideológicas y políticas heredadas del período de conformación del proletariado como clase en si─ el final que tuvieron estos procesos de edificación comunista. Y esto nos impone a nosotros, comunistas del siglo XXI, la imperiosa obligación de hacer lo que por imposibilidad material los comunistas del siglo XX no pudieron hacer: analizar las experiencias socialistas y extraer conclusiones de ellas para incrementar y pulir el acervo que constituye la concepción comunista del mundo y, a su vez, sentar los cimientos para terminar con esta etapa de interregno en la que nos encontramos, poniendo en marcha el segundo Ciclo de la Revolución Proletaria Mundial que pueda, esta vez sí, salir victorioso del largo enfrentamiento de clases, que es la transición socialista, construyendo la sociedad comunista.
En este período de grandes y profundos cambios revolucionarios que se inicia con la Revolución bolchevique en Rusia y termina con la caída del Muro de Berlín ─más simbólica que realmente, puesto que las grandes derrotas del proletariado revolucionario ya habían sido infringidas antes─ destacan, en un lugar central, los procesos de edificación de la sociedad comunista, transcurridos en varias partes del mundo. Los de mayor significación fueron, incuestionablemente, los que tuvieron lugar en la Unión Soviética y en la China maoísta, tanto por duración en el tiempo como, principal y fundamentalmente, por los elementos ideológico-políticos aportados al marxismo-leninismo en esta trascendental materia. A la Unión Soviética, al ser la primera experiencia socialista, le correspondió la función de sentar las bases de los paradigmas comunistas acerca de esta nuclear cuestión, tanto en los elementos correctos como en las limitaciones; por tanto, ocupa un papel destacado en el balance. En el caso chino, que tomó el testigo de la URSS como faro para el movimiento revolucionario cuando en esta se produce la definitiva victoria de la contrarrevolución en el año 1956, tuvo lugar la realización de un balance parcial de la experiencia anterior, por lo que aporta elementos novedosos que rompen con las tesis limitadas sostenidas por los comunistas soviéticos en su proceso, aunque solo sea en cierto grado. Pero, aun con las limitaciones, sin lugar a dudas, la experiencia china posee una trascendencia fundamental para el futuro Ciclo revolucionario.
Dejamos conscientemente a un lado los casos de las democracias populares del Este europeo, donde los procesos ya nacieron constreñidos por causa del peculiar modo en el que los comunistas accedieron al poder: más por la fuerza militar del Ejército Rojo que por la existencia de movimientos revolucionarios en esos países (que, dicho sea de paso, eran inexistentes en la mayor parte de ellos). Hay, sin embargo, otra experiencia de edificación del comunismo digna de atención: la albanesa. Pero no entraremos en ella debido a que comparte los elementos centrales con la experiencia soviética, sin olvidar que la albanesa es posterior y, por tanto, tenía la posibilidad material de extraer lecciones y hacer balance sobre la anterior, cosa que no hicieron, limitándose, en cambio, a realizar en lo esencial un calco del proceso soviético añadiéndole elementos menores de carácter maoísta, lo que nos muestra de antemano la debilidad del hoxhismo.[3]
Por tanto, en este trabajo, nos centraremos en el estudio de los elementos fundamentales que nos aportan las dos cruciales experiencias revolucionarias de edificación del comunismo realizadas durante el siglo pasado,[4]ahondado en las diferencias entre ellas y en los fundamentos centrales que es necesario extraer para los venideros procesos de construcción de la sociedad sin clases. Y, por supuesto, también en las limitaciones que las atravesaban y que, finalmente, las hicieron fracasar, llevándolas a la derrota a manos de la burguesía.
También haremos un breve recorrido por lo que consideramos que fue la gran limitación del marxismo del Ciclo de Octubre, a su vez, hijo del marxismo decimonónico, esto es, el déficit dialéctico, la sustitución de la dialéctica materialista como base filosófica de la Weltanschauung comunista por el materialismo burgués, o lo que es lo mismo, por el materialismo mecanicista, determinista... vulgar, en definitiva. De esta gran limitación se derivan el resto de manifestaciones concretizadas de la estrechez del paradigma marxiano tal y como se presentó en el pasado revolucionario de la última clase de la historia, y aún sigue, actualmente, copando el movimiento comunista, ya sea a nivel estatal o internacional. En dicho sentido, la lucha de dos líneas en torno a la reconstitución de la dialéctica materialista, cobra una capital importancia para los comunistas revolucionarios.
Es necesario aprender de los errores para no repetirlos en el futuro. Y más aun cuando ese futuro depende de cómo ajustemos las cuentas con el pasado. También nos corresponde señalar que con este trabajo no pretendemos, de ningún modo, agotar la inmensa materia de estudio en este ámbito; tan solo pretendemos comenzar a abrir un poco, y brevemente, el sendero del mismo, sendero que le corresponderá recorrer ya en el futuro, no a un colectivo particular de nuestra Línea, sino al conjunto del Movimiento por la Reconstitución.
II. Los primeros pasos del Ciclo: la experiencia soviética
Los orígenes del bolchevismo y sus limitaciones
El bolchevismo nace y se desarrolla en el seno de la II Internacional, en lucha de dos líneas contra sus postulados más degenerados. Estas desviaciones, que parten todas del materialismo vulgar en el ámbito filosófico-ideológico influido por el evolucionismo propio de las ciencias naturales en el siglo decimonónico, podrían ser resumidas en el economicismo, determinismo espontaneísta y estatismo, todas compartidas por el conjunto de la socialdemocracia, desde su ala derecha hasta su ala izquierda, aunque adquiriesen contenidos parcialmente distintos en función de la corriente concreta del movimiento obrero.
El economicismo tenía (y tiene) su base en la teoría de las fuerzas productivas. Esta tesis sitúa como factor principal de la evolución histórica de la humanidad el desarrollo y progreso económico, mientras que las transformaciones políticas, las rupturas revolucionarias, quedan relegadas a ser una simple consecuencia exterior de la economía. Partiendo de este falseamiento anti-dialéctico de la evolución histórica, la mayoría de los integrantes de la socialdemocracia consideraban que era necesario un desarrollo del capitalismo hasta que el mismo pusiese a la orden del día, y de modo casi automático, la transición al socialismo ─entendido este como el objetivo final del movimiento─. En el ala derecha y en el centrismo esto tomaba la forma de reformismo, tradeunionismo y cretinismo parlamentario; de defensa de la toma pacífica del Estado burgués para transformarlo desde dentro en un Estado "socialista" (pues, a pesar de que Kautsky fue el encargado de derrotar al bernsteinianismo, en el fondo compartían las mismas desviaciones). Esta tesis llevaría a los partidos socialdemócratas a la gestión y defensa de la dictadura del capital de forma abierta. La teoría de las fuerzas productivas sirvió incluso para que una parte muy destacable del movimiento obrero de viejo tipo defendiese el colonialismo de las potencias imperialistas europeas con la excusa de que era necesario para el desarrollo económico de las colonias (en realidad, para alimentar a esa clase acomodada escindida del proletariado, que constituye la aristocracia obrera, y cuyos intereses defendían).
Por otro lado, en la mayoría del ala izquierda también estaban presentes estas desviaciones, aunque no adquiriesen estas formas descaradamente reaccionarias. La revolución socialista era concebida como posible solo en los países capitalistas más desarrollados, desechando la idea de que tuviese lugar en países atrasados como Rusia. A su vez, aunque defendían la revolución violenta, el estatismo se presentaba como la defensa del viejo aparato de la burguesía para construir el nuevo Estado proletario y la defensa de la integridad territorial de los Estados capitalistas, omitiendo, por ejemplo, la existencia de opresión nacional. Este es el caso de corrientes como el luxemburguismo o el tribunismo.
La forma de organización idónea para tales tareas era el partido obrero de viejo tipo, comprendido como expresión de las luchas reformistas a nivel económico en las instituciones del aparato estatal de la burguesía, básicamente en su parlamento. A todo esto se le atribuía el objetivo de cambiar el ordenamiento jurídico y permitir avanzar posiciones al movimiento. Y lo mismo sucedía con la minoría de los sectores del movimiento obrero que aún defendían la revolución proletaria, ya que el partido-sindicato reproducía la estrategia sindical-parlamentaria: esperar por la crisis política del régimen burgués que permitiese a los revolucionarios tomar el poder político. Tal era el paradigma de la revolución en el marxismo de la época, heredado de la etapa de las revoluciones burguesas en Europa, y defendido hasta por el ala izquierda de la socialdemocracia.
En este panorama ideológico-político es donde el bolchevismo comienza a deslindar campos con el revisionismo. En un primer momento, libran el combate en el escenario obrero del Imperio zarista, para luego, para ensancharlo luego a nivel internacional. Y es esta lucha de dos líneas la que permite a los revolucionarios rusos realizar sus avances en el camino proletario. Sin ir más lejos, posibilita la constitución del partido de nuevo tipo proletario, el POSDR(b), en confrontación con la organización socialdemócrata de viejo tipo, ejemplificada en Rusia por los representantes locales de la línea revisionista hegemónica en la socialdemocracia internacional, los mencheviques. Y también permite en 1917 la defensa del carácter socialista de la revolución en Rusia y de la construcción del socialismo en un solo país (además económicamente atrasado), rompiendo con las concepciones y prácticas economicistas de toda la II Internacional, desde su ala derecha hasta el trotskismo, ese reverso izquierdista de la socialdemocracia que, en ese momento, estaba integrado en el bolchevismo.
Los éxitos que logran los bolcheviques en la labor revolucionaria, que no son pocos, son fruto de la ruptura con las concepciones más degeneradas del corpus ideológico del marxismo existente en la época. Pero, a pesar de eso, el bolchevismo leninista no se libra de reproducir en su seno parte de esas concepciones con las que no había roto hasta el final, hasta las últimas consecuencias. Cuando el proletariado se hace con el poder político en el antiguo territorio del Imperio ruso y se inicia la construcción del comunismo, el economicismo y la tesis determinista de las fuerzas productivas ganan fuerza y alcanzan su máxima expresión entre los miembros del Partido Bolchevique.[5]
Una muestra de lo mismo lo constituyen las palabras del estratega de la revolución proletaria, Lenin, pronunciadas en el VIII Congreso de los Soviets de toda Rusia en 1920: «El comunismo es el Poder soviético más la electrificación de todo el país». En esta pequeña cita se condensa toda la concepción bolchevique sobre la transición al comunismo. El desarrollo de la técnica, de la gran industria y el progreso económico en general (ejemplificado en este caso en la electrificación) eran concebidos como los factores que permitirían acabar con la división social del trabajo y con la sociedad de clases. Por lo tanto, el objetivo central de toda la política soviética acabaría siendo el crecimiento y el desarrollo en la esfera económica, empleando todos los métodos posibles, aunque estos no fuesen ni los adecuados ni los necesarios para superar la contradicción existente entre dirigentes y dirigidos. De hecho, se dio justamente el fenómeno contrario a través de la dirección unipersonal de las unidades de producción, el stajanovismo, etc.
El socialismo terminaría siendo equiparado a la estatalización de los medios de producción (bajo el nombre de construcción de la base material del socialismo), resolviendo formalmente este problema sin entrar en la cuestión central: si esos medios de producción eran propiedad de la sociedad o era una capa de técnicos y directores, de trabajadores intelectuales en general, los que se encargaban de su gestión y control, como realmente ocurría. Una vez alcanzada la estatalización, el objetivo pasaba a ser el aumento de la producción, como reflejan estas palabras de Lenin, en las cuales se puede observar el grado de penetración alcanzado por la tesis de las fuerzas productivas entre los bolcheviques:
«En toda revolución socialista, una vez resuelto el problema de la conquista del poder por el proletariado y en la medida en la que se va cumpliendo en lo fundamental la tarea de expropiar a los expropiadores y aplastar su resistencia, va colocándose necesariamente en primer plano una tarea cardinal: la de crear un tipo de sociedad superior a la del capitalismo, es decir, la tarea de aumentar la productividad del trabajo y, en relación con esto (y para esto), dar al trabajo una organización superior.»[6]
De este modo, la transformación consciente, por parte de las masas, de las relaciones sociales (incluidas las relaciones de producción) quedaba olvidada. Su lugar lo ocuparía el aparato administrativo, dando lugar a lo que se puede calificar de «revolución por arriba». Las masas, el proletariado y el campesinado de la URSS quedaban convertidos en sujetos pasivos, en espectadores de unos cambios reformistas originados y ejecutados por los altos aparatos del Partido y del Estado, que en el mejor de los casos implicaban a una pequeña parte de la población en la ejecución, pero que de ningún modo posibilitaba el proceso de ir quebrando las bases de la división del trabajo. Esto, por consiguiente, daba lugar a otra de las desviaciones que hablábamos al principio: el estatismo.
Desde el marxismo se defiende, una vez que el proletariado conquista el poder político, el empleo de la maquinaria estatal como un arma para afianzar su dictadura revolucionaria de clase en el camino hacia el comunismo. Pero este no sería un Estado en el sentido estricto del término, sino un semi-Estado, un Estado-comuna que progresivamente iría perdiendo sus funciones en favor de las masas organizadas. O dicho de otra forma: la escisión y contradicción existente entre aparato estatal y sociedad iría menguando hasta que se superase y, por tanto, desapareciese el Estado.
En la experiencia soviética, en cambio, la separación entre ambos no dejaría de aumentar, como consecuencia de las limitaciones de origen socialdemócrata (en concreto lassalliana) arrastradas acerca de la concepción del Estado, no haciendo nada por resolver su contradicción con las masas. El aparato burocrático asumiría, de modo exclusivo y más de palabra que de hecho, la responsabilidad de las tareas que les correspondían a las masas para posibilitar la eliminación de la contradicción vanguardia-masas, quedando incólume la división social del trabajo. Como correlato final de estas desviaciones, en la época staliniana aparecería la tesis de que el Estado sería suprimido solo a través de su reforzamiento.
Y es que en general, Stalin, fue tan solo el fiel continuador de la política bolchevique a la muerte de Lenin. Y en una fase más avanzada de la construcción del comunismo todas las limitaciones heredadas del marxismo decimonónico tenían que mostrarse en su máximo esplendor de manera irremediable, llevando el proceso a su paralización y, por tanto, a la derrota. Un ejemplo de esta continuidad es una famosa tesis staliniana de los años 30, según la cual en la Unión Soviética ya no existían clases antagónicas (sino solo restos de las mismas, al no existir propiedad privada jurídica sobre los medios de producción), que, en realidad, ya había sido enunciada por Lenin a principios de los años 20, antes del comienzo del período de la NEP:
«Nos encontramos en una situación en la que fuimos los primeros en plantear de una manera práctica el problema de esta supresión de las clases, y en un país campesino como el nuestro quedan ahora dos clases fundamentales: la clase obrera y el campesinado. Junto a ellas, subsisten grupos enteros de restos y supervivencias del capitalismo.»[7]
Y a todo este conjunto de limitaciones ideológicas hay que añadirle las propias limitaciones objetivas del primer proceso revolucionario comunista de la historia, cuya raíz está en la carencia de experiencias previas, en el hecho de tener lugar en un país donde la mayoría de la población no era obrera, sino campesina, y la situación de aislamiento a nivel internacional en la que quedó la dictadura proletaria soviética tras el fracaso de las intentonas revolucionarias europeas durante los años 20.
[1]En este sentido, tenemos como objetivo continuar en el ámbito al que nos referimos, el camino iniciado por los camaradas del Movimiento Anti-Imperialista hace una década, con la publicación de dos textos acerca de este movimiento en el número 19 de su órgano de expresión, El Martinete.
[2]Con la excepción de la pequeña experiencia de la Comuna de París, la cual por ser tan breve en espacio y tiempo no pudo dar lugar al primer caso de transformación de la realidad hacia el comunismo.
[3]Sobre la misma recomendamos el trabajo de los camaradas de Nueva Praxis titulado El Partido del Trabajo de Albania y la revolución: una mirada retrospectiva.
[4]No somos desconocedores de que desde la Línea de Reconstitución ya se tiene tratado en buena medida diversos aspectos relacionados con la construcción del comunismo, principalmente en el caso soviético. Por lo tanto en este trabajo no nos extenderemos en cuestiones ya tratadas y procuraremos poner la atención sobre factores menos atendidos hasta el momento. Para el resto recomendamos los trabajos de los camaradas del PCR: Un solo día de frío no basta para congelar el río a tres pies de profundidad, del Colectivo Fénix: Stalin. Del marxismo al revisionismo y de Revolución o Barbarie: Stalin, clases sociales y restauración del capitalismo.
[5]Ya en El Estado y la revolución, escrito en agosto-septiembre de 1917, es decir, en el interregno entre la revolución democrática y la revolución socialista en Rusia, Lenin manifestaba las concepciones economicistas presentes en el bolchevismo respecto a la cuestión de la supresión de la división del trabajo y, por tanto, del paso a la sociedad comunista, dejándolo en manos del desarrollo de las fuerzas productivas:
«Esta expropiación [de los medios de producción ─nota de CCT— dará la posibilidad de desarrollar en proporciones gigantescas las fuerzas productivas. Y, viendo como ya hoy el capitalismo entorpece increíblemente este desarrollo y cuánto podríamos avanzar a base de la técnica actual, ya lograda, tenemos derecho a decir, con la más absoluta convicción, que la expropiación de los capitalistas imprimirá inevitablemente un desarrollo gigantesco a las fuerzas productivas de la sociedad humana. Lo que no sabemos ni podemos saber es la rapidez con la que avanzará ese desarrollo, la rapidez con que discurrirá hasta romper con la división del trabajo, hasta suprimir el contraste entre trabajo intelectual y trabajo manual, hasta convertir el trabajo “en la primera necesidad de la vida”.»
[6]Las tareas inmediatas del Poder Soviético.
[7]Discursos en el X Congreso del PC(b) de Rusia, marzo de 1921. Idea que también manifiesta en un discurso en el III Congreso de la Internacional Comunista en el verano del mismo año: «Por primera vez en la historia existe un Estado en el que solo hay dos clases: el proletariado y los campesinos.»